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Conferencia impartida por D. José Luis Orella, el 24 de mayo de 2015, en los
salones de la Hospedería del Valle de los Caídos, dentro del Ciclo de Conferencias
Dominicales organizado por la Fundación Foro San Benito de Europa, “Europa:
Raíces, Identidad y Misión”.
La Nueva Edad Media
Antecedentes en la revolución francesa
El estallido de la revolución francesa y la creación de un nuevo concepto de Estado y
sociedad provocan profundos cambios. En el nuevo régimen los estamentos deben
desaparecer en beneficio de la nación francesa. Las medidas consiguientes van a tener la
misión de desmantelar la Iglesia francesa.
El 4 de agosto de 1789 se produce la abolición de los derechos feudales por la
Asamblea nacional.
-
El 24 de agosto de 1789 se vota por la supresión de los diezmos.
El 2 de noviembre de 1789 se produce la nacionalización de los bienes del clero
y su conversión en bienes nacionales para su posterior venta en beneficio del Estado.
Estas medidas que anulan en definitiva el poder de la Iglesia Católica en Francia tienen
diversas consecuencias como la separación Iglesia-Estado y la formación del primer
Estado aconfesional, la desaparición del patrimonio artístico francés, la asunción por el
Estado de la educación y la asistencia social por el desmantelamiento de la red
educativa y asistencia de la Iglesia y la manutención del clero por el Estado. Esta última
a consecuencia de la desamortización de los bienes de la Iglesia que contrae la pérdida
de su independencia económica.
El 13 de febrero de 1790 se produce la abolición de los votos religiosos, lo que
significa la supresión de las órdenes regulares.
-
El 18 de agosto de 1791 se suprimen las congregaciones seculares.
Estas medidas reducen los efectivos de la Iglesia Católica a los curas diocesanos, pero
para ellos también hay una medida de reorganización que les pondrá a las órdenes
directas del Estado.
El 2 de julio de 1790 se aprueba la constitución civil del clero que es la base angular de
la instauración de una nueva iglesia y la destrucción total de la vigente hasta entonces.
Esta reordenación consiste en diseñar de nuevo las diócesis que deben coincidir con los
limítrofes de los departamentos. Sin embargo, esta medida significa la supresión de 53
diócesis. Al mismo tiempo la reordenación parroquial, en realidad consiste en la
supresión de cuatro mil parroquias. En cuanto al personal de la nueva iglesia, la elección
de los obispos y párrocos por una asamblea de electores (ciudadanos activos), pero que
por el censo censitario esta reducido a las clases más acomodadas de la sociedad.
Además la ordenación de los curas será por los obispos, pero estos serán por el
metropolitano y no por el Papa, es la ruptura con Roma.
La nueva Edad Media
Partiendo de finales del siglo XIX, la sociedad europea se enfrenta al reto de una
modernidad que transforma el mundo material y socialmente. Por un lado, un
capitalismo emergente, dentro de un liberalismo político, que defiende un
individualismo radical e independiente de toda visión trascendente del mundo. Por otro
lado, un socialismo transformador que desemboca en la búsqueda de una sociedad ideal
ordenada por un Estado omnipresente, pero donde el hombre forma una partícula lo
suficientemente pequeña para no poder alterar el ritmo de la sociedad perfecta, si se
equivoca.
Ante esta dualidad, los católicos resultaron ser los pioneros de una tercera vía que
sostenía la independencia de la persona, pero integrada en una sociedad donde cada uno
tenía una misión que cumplir y resultaba complementaria de la de su vecino, pero era
necesaria la conjunción de todas para que tuviesen un sentido armonioso. Este modo,
orgánico de ver la vida se debía encauzar en la elaboración de un camino de defensa de
la dignidad de la persona. El catolicismo social fue un intento de humanizar una
sociedad que aceleraba una secularización causada por el liberalismo. Pero también, una
respuesta a un sistema que veía surgir un socialismo materialista con vocación de
controlar de manera totalitaria todos los resortes de la vida humana. La Encíclica Rerum
Novarum de León XIII, del 15 de mayo de 1891, y la Quadragessimo Anno de Pío XI,
del 15 de mayo de 1931, ayudaron a preconizar una tercera vía entre el capitalismo y el
socialismo, por parte de los católicos. Las excelencias de un humanismo, que en
definitiva, no dejaba de decir lo que la Doctrina Social de la Iglesia llevaba diciendo
desde los primeros tiempos de las comunidades cristianas.
En Francia, el país afectado por la Revolución, Federico Ozanam organizó en 1833 "Las
Conferencias de San Vicente de Paul" para socorrer a los pobres y a los enfermos. En
1840 surgió la "Sociedad de San Francisco Javier" que creó escuelas para los obreros y
una oficina de colocación para los cesantes. San Juan Bosco, entre 1841 y 1854, ponía
las bases de los oratorios y de las escuelas profesionales. En Alemania, Monseñor
Emmanuel von Ketteler, obispo de Maguncia, fue el pionero con sus sermones en la
catedral durante el año 1848, y con la publicación en 1864 de "La cuestión social y el
cristianismo”, que antecedía a las medidas de León XIII. El obispo alemán, miembro de
la aristocracia prusiana, sacó enseñanzas de las tradiciones feudales. Las libertades
locales eran el contrapeso del poder del Estado. La familia y el municipio debían tener
autonomía plena para alcanzar sus fines.
En 1871, se organizó el Zentrum como movimiento político en defensa de los derechos
de la Iglesia, que consiguió el fracaso del Kulturkampf de Bismarck y la adhesión del
expresidente del DKP (Partido Conservador Alemán) Ludwig von Gerlach, que aunque
luterano comprendió que el catolicismo era la mejor ideología para combatir al
liberalismo.
En 1888, Karl Lueger fundó en el Imperio Austro-Húngaro el partido Socialcristiano,
basado en el corporativismo católico desarrollado por el noble Vogelsang. Este
aristócrata fue influenciado por las ideas esgrimidas por Ketteler, del mismo modo, lo
fue también el suizo Decurtius, fundador del Schweizrische Konservative Volkspartei.
Aunque, en 1901, León XIII debió, a través, de la Encíclica Graves de Communi evitar
desviaciones como la democristiana de Romulo Murri.
En Francia, Albert de Mun levantó la Alianza Liberal Popular con escaso éxito ante los
ataques de los legitimistas contrarios al espíritu del Ralliament propuesto por el
cardenal Lavigerie y León XIII y que consistía en una aceptación de la forma
republicana por los católicos franceses con el modo de poder influenciarla desde dentro
por su mayoría en la población. Pero la condena en 1911, por San Pío X de Le Sillon, en
un nuevo desviacionismo liberal, marcó de forma clara los límites del catolicismo
político.
En el caso portugués, los militares habían tomado el poder en 1926, pero quien tuvo la
oportunidad de materializar sus ideas fue el catedrático Oliveira Salazar. Hombre
formado en el Centro Académico Demócrata Cristiano de la Universidad de Coimbra
fue la persona elegida para ministro de Hacienda en 1928. Pero en 1932 los militares le
nombraron presidente del consejo, promulgando en 1933 una constitución de tipo
corporativista, claramente inspirada en la Encíclica Quadragesimo Anno de Pío XII y
Rerum Novarum de León XIII. En ella se reconocía el Estado Novo como un Estado
nacional, autoritario, corporativo y cristiano, único en restablecer los valores
espirituales de eficacia, autoridad, orden, jerarquía que hiciese de Portugal un país
grande. El liberalismo era conceptuado como una falsa democracia que igualaba a los
hombres por el rasero más bajo y había hundido la conciencia nacional. El nuevo
gobierno restauraría el espíritu nacional y a la vez la eficacia económica
En cuanto a Austria, en el aspecto intelectual fue de los primeros países en sumarse al
corporativismo a través del pensador Vogelsang, cuyos escritos fueron traducidos al
francés. En el siglo XX, el catolicismo orgánico mantuvo su preeminencia en el
pensamiento a través de las obras de Othmar Spann. Sin embargo, la posibilidad de
materializar todas estas ideas no vendría hasta después de la desarticulación del Imperio
Austro-húngaro. La pequeña república democrática de Austria era homogénea en su
población, formada exclusivamente con las provincias germanófonas del Imperio. Pero
en el aspecto político se preparaba la polaridad de la Viena socialista con el campo
católico.
La necesidad de instauración de un Estado fuerte acorde a los intereses sociales fue en
progreso. Spann fue el ideólogo de más renombre con su defensa de la sociedad
estamental, una teoría que agrupaba de forma piramidal, en la base a los trabajadores
manuales y sucesivamente a intelectuales, empresarios, militares, eclesiásticos y héroes
espirituales. Los partidos políticos y la oposición capital-trabajo quedaban eliminados.
Esta concepción corporativista de la sociedad fue haciéndose mayoritaria en el partido
campesino, la Heimwehr y el partido socialcristiano.
Sin embargo, el corporativismo únicamente tuvo oportunidad de éxito cuando en la
dirección socialcristiana, la generación de Monseñor Seipel fue sustituida por otra
forjada en los frentes de la Primera Guerra Mundial. Engelbert Dollfuss y Arthur
Schuschnigg fueron los más representativos y habían sido oficiales en el cuerpo alpino
de montaña. En 1932, Dollfuss fue proclamado canciller y sus palabras dejaron claro su
programa: "La época del sistema capitalista, la época de la organización económica
capitalista-liberal ha pasado. La época del marxismo materialista, director del pueblo,
seductor del pueblo ha pasado. La época del dominio y del juego de los partidos ha
pasado. No nos dejamos imponer por los engaños ni por el terror. Queremos en Austria
un Estado cristiano, alemán, socialmente organizado sobre las bases corporativas y bajo
una dirección fuerte y autoritaria.
La influencia de las Encíclicas Rerum Novarum y Quadragesimo Anno y de las ideas de
Spann fue evidente. La cercanía de Dollfuss a la Iglesia Católica hizo de él un modelo a
imitar por el resto de los políticos católicos españoles, tanto carlistas como cedistas. Su
prematura muerte, ocasionada por el frustrado golpe de Estado de un grupo de
incontrolados nazis, favoreció la posterior reacción de algunos cuadros carlistas y
cedistas contra el nacionalsocialismo durante la Segunda Guerra Mundial.
En Inglaterra, Belloc y los Chesterton habían planteado como solución al industrialismo
desenfrenado, el comunismo, el laborismo, el esnobismo internacionalista y la
germanización, el distributismo, que era deudor del neotomismo, Charles Maurras y
León XIII. Esta doctrina fue vaga pero influenció considerablemente en el socialismo
guildista de G.D.H. Cole. La solución del distributismo estaba en un retorno a la Edad
Media con sus pequeñas propiedades, comercios y descentralización, con un Estado
meramente coordinador que dejaría las iniciativas a la sociedad. La iniciativa la tendrían
las agrupaciones autónomas profesionales o gremios y no el Estado. Un modelo
identificable de esta sociedad sería la comunidad de la tierra media, descrita en El Señor
de los anillos, la obra de J.R.R. Tolkien, simpatizante del distributismo.
La familia era la base social que aseguraba la independencia y la libertad, ya que el
hombre debía mantener a su mujer, los hijos y tener la propiedad de su tierra, y de los
medios necesarios para trabajarla. Para Chesterton y Belloc, la familia debía ser el
castillo de un padre de familia. De ese modo, el distributismo pretendía una sociedad de
pequeñas propietarias agrarias, comerciantes y artesanas, que viviesen de manera
armónica en sus gremios y asociaciones, permitiendo a la persona vivir en una sociedad
humanizada, sin grandes diferencias sociales. Una comunidad social organizada, donde
la persona no estuviese aislada de sus congéneres, al libre arbitrio de la libertad de
mercado del capitalismo, o del totalitarismo estatista propugnado por el socialismo.
Pequeñas comunidades ciudadanas, donde la persona tuviese lo necesario para su
dignidad y fuese responsable de sus actos. En el mundo industrial, los trabajadores
debían ser copropietarios de la empresa, como en una cooperativa, responsabilizándose
del buen gobierno de ella. Un mundo más humano, sin pobres y sin ricos, donde se
dignificaba al pequeño ciudadano anónimo. En definitiva la solución estaba en un
retorno a la Edad Media con sus pequeñas propiedades, comercios y descentralización,
con un Estado meramente coordinador que dejaría las iniciativas a la sociedad. La
iniciativa la tendrían las agrupaciones autónomas profesionales o gremios y no el
Estado.
En el ámbito de la España de principios del XX
Con la llegada del siglo XX, los religiosos españoles habían conseguido reconstruir sus
cuadros aniquilados por los procesos revolucionarios del siglo XIX y con la savia de las
nuevas fundaciones podrían mirar con optimismo la nueva centuria. El número total de
religiosos, a finales de 1902, era de 10.630 miembros, mientras que las religiosas
alcanzan la cifra de 40.030. Había cambiado el signo de la vida conventual en España,
donde siempre habían abundado más los frailes que las monjas. En este
desenvolvimiento de los institutos religiosos en la España de la Restauración cabía
distinguir un hecho importante, y era la profusión de fundaciones de congregaciones
femeninas que rápidamente encontraron acogida en amplios sectores del país. La
localización geográfica catalana de gran número de estas fundaciones encontraba una
conexión posible con un ambiente más culto y preparado para recibir la mentalización
cristiana. El entronque con la alta burguesía de algunas de estas fundaciones aseguró
una protección política y económica, en los comienzos iniciales de las congregaciones1.
Las de vida activa consiguieron un fuerte desarrollo, debido a la abnegación demostrada
en las actividades asignadas en la sociedad. Con respecto a las de clausura, algunas
resultaron ejemplares, pero otras, después del primer impulso de la fundación debían
pasar la prueba de mantener la supervivencia de la orden, en el plano económico y
vocacional. La principal dificultad al que se enfrentaron las órdenes religiosas fue la
formación de las novicias, provenientes de sectores populares, que carecían de nivel de
instrucción suficiente2. Sin embargo, como ocurrirá con las órdenes masculinas, el sur
de España, especialmente el sureste peninsular, permaneció como un desierto
vocacional.
En cuanto a la distribución geográfica de los contingentes del clero, Vascongadas,
Navarra, la alta Cataluña y la Castilla norteña tenían una mayor presencia de regulares.
Aquellas regiones vivían una religiosidad más intensa, de ahí la explicación del fuerte
arraigo eclesiástico en el norte español. Sin embargo sorprendía el vacío monacal de
Galicia, región feraz en candidatos al sacerdocio secular pero poco cultivada por las
congregaciones religiosas, por la pobreza de la zona, que convertía a la región galaica
en una zona difícil para su instalación y futura supervivencia.
El Sur de España fue, como Galicia, poco sensible al asociacionismo religioso,
imperante en la España de la Restauración. Sin grandes motivaciones religiosas, las
clases populares andaluzas, poco instruidas, mostraron su impermeabilidad al interés de
1
F. García de Cortázar: La Iglesia en España. Madrid, BAC, 1988. P. 15.
A. Vico “Informe sobre el estado de las órdenes religiosas en España”, Madrid, Diciembre de 1892. En
V. Cárcel Ortí, León XIII y los católicos españoles. Pamplona, Eunsa, 1988. PP. 565-676.
2
los promotores de vocaciones de las congregaciones religiosas. El vivero vocacional de
las congregaciones religiosas estaba en el Norte de España y convenía cuidar esta zona
que debía suministrar efectivos humanos al resto de España, pero incluso a la América
hispana, carente de una mínima infraestructura diocesana por la fuerte represión ejercida
por los gobiernos liberales3. Así pues, con el resurgir de las órdenes e institutos
religiosos se dio una auténtica colonización eclesiástica protagonizada por las
provincias norteñas4.
A pesar de proceder de un estrato social muy semejante, clero regular y secular, se
inició una sensible diferencia en los años de la Restauración. La Iglesia regular, al filo
del siglo XX, podía presentar un clero que comenzaba a preocuparse con mayor
receptividad los movimientos culturales del país que el diocesano.
Un rasgo sobresaliente en los componentes de la Iglesia regular, que surgió de las
convulsiones del siglo XIX, fue el de su juventud. En los años de cambio de siglo, las
congregaciones religiosas, en continua labor de reclutamiento, podían presentar unos
planteles de regulares que aventajaban en juventud a los de la Iglesia secular, donde no
se había producido el truncamiento de edad que la revolución de 1868 había ocasionado
entre los regulares5.
Los institutos regulares por su mejor preparación intelectual prestaron a la Iglesia de la
Restauración una gran labor. Los obispos españoles echaron mano de las órdenes
religiosas para conseguir suplir la deficiencia de profesorado idóneo en los seminarios
diocesanos. La Iglesia puso su empeño en transformar el seminario, hasta entonces una
especie de instituto de bachilleres, en un centro especializado en la preparación de
sacerdotes. La selección del profesorado, el cuidado exquisito del seminarista en su
formación y el aumento de recursos materiales en los seminarios; fueron las líneas más
destacables en la mejora de la formación del futuro clero diocesano6. Los jesuitas con la
Universidad Pontificia de Comillas y la Gregoriana de Roma despuntaron en la
formación de un clero diocesano brillante, que pronto vio a sus alumnos ocupar las
sillas episcopales españolas.
Con respecto al sistema político, la Iglesia agradeció el periodo de estabilidad
proporcionado por el régimen restauracionista. Por esta razón, la monarquía alfonsina
encontró en los nuncios valiosos aliados, capaces de acabar con los últimos rescoldos
carlistas que existían en el episcopado español. Los ojos de los obispos estarán clavados
en el representante diplomático del Papa, y también lo estarán los de aquellos
presbíteros que evitarán inmiscuirse en las labores de los partidos políticos, sabedores
de los problemas que podían traer a su diócesis, la simpatía hacia una de las familias
políticas, en las que se dividía el catolicismo español7.
M. Revuelta: “Las misiones de los jesuitas españoles en América y Filipinas durante el siglo XIX” en
Miscelánea Comillas, Madrid, Vol. 46, nº 88-89, 1988. Págs. 339-390.
4
Ídem, Pág. 16.
5
M. Revuelta: “La desamortización de los bienes culturales de la Iglesia durante el sexenio democrático
(1868-1874)” en Estudios de historia: Homenaje al prof. Jesús María Palomares/ coord. Por Elena Maza,
María Concepción Marcos del Olmo. Madrid, 2006. Págs. 107-128.
6
A. Vico, “Informe sobre el estado de los seminarios en España”, 21 de diciembre de 1891. En V. Cárcel
Ortí, León XIII y los católicos españoles. Pamplona, Eunsa, 1988. PP. 347-563.
7
A. Vico, “Informe sobre el episcopado y los cabildos de España”, 31 de diciembre de 1890. En V.
Carcel Ortí, León XIII y los católicos españoles. Pamplona, Eunsa, 1988. PP. 199-345.
3
De este modo, la promoción de presbíteros vascos y navarros al episcopado fue muy
escasa en las décadas finales del siglo XIX, en contraste con la densa población clerical
de las diócesis de Vitoria y Pamplona. Esta ausencia se justificaba en la necesidad de
preservar la estabilidad del régimen español, impidiendo el acceso al episcopado de
candidatos carlistas, que pudiesen desde su posición privilegiada prestar una gran ayuda
a sus correligionarios. Sin embargo, a partir de la mayoría de edad de Alfonso XIII,
superado el peligro de un levantamiento armado carlista, el gobierno promocionará a
numerosos vascos como obispos.
El papel de la Iglesia sufrió un cambio. Hasta entonces, la religión católica había tenido
un papel fundamental como eje integrador de la identidad nacional española. Sin
embargo, el liberalismo, desde la constitución de 1812, había intentado introducir el
concepto de soberanía popular procedente de la revolución francesa. Hasta la
instauración del régimen restauracionista, no hubo estabilidad suficiente para sustentar
un sistema liberal que admitiese a la Iglesia como parte importante de la sociedad
española. La fe católica y el patriotismo español irían de la mano en las formulaciones
del magisterio de la Iglesia con un palmario objetivo clerical de hacer interactuar el
sentimiento católico y la progresiva conciencia nacional. Pero la Restauración había
obligado a una tímida apertura al pluralismo religioso. Por ello, la Iglesia se debatió, a
lo largo del periodo restauracionista, entre su deseo de ocupar en exclusividad el espacio
y las limitaciones que trataba de imponerle un régimen liberal oficialmente tolerante.
Más aún, la Iglesia española, recuperada de los daños de su primer encuentro con el
liberalismo y a impulso de las nuevas orientaciones romanas de colaboración con el
poder, se esforzó en convertirse en un eficaz órgano colaborador con el poder civil. A lo
largo de los primeros años del siglo XX, España continuó siendo, pese a la tolerante
constitución canovista, una verdadera cristiandad. La mayoría católica buscó la defensa
de sus intereses formando un bloque unido, y este fue el fundamento principal de los
seis Congresos Católicos Nacionales, celebrados entre 1889 y 1902.
Sin embargo, fue el campo de la educación el más importante ámbito de expansión de la
Iglesia española. El crecimiento y aumento del número de efectivos de las
congregaciones religiosas ayudó sobremanera a ello. En el inicio del siglo XX eran 294
las comunidades religiosas masculinas y 910 las femeninas que se dedicaban a la
docencia, en la que se englobaban un tercio de los alumnos de enseñanza primaria y a
casi un 80 % de los de secundaria8. En esos años, un pedagogo ilustre, el sacerdote
Andrés Manjón, fundador de las Escuelas del Ave María, expresaba el nuevo interés de
la Iglesia española por la educación infantil9.
En definitiva, se podía decir que la Iglesia había recuperado su posición de pilar
esencial en la sociedad española. No obstante, la Iglesia debía acoplarse a una nueva
forma de evangelización, demandada por una clase media urbana y liberal, que
solicitaba un catolicismo menos belicista y más conforme con sus nuevos gustos
M. Revuelta: “La Iglesia y la educación: órdenes religiosas docentes; restablecimiento de la Compañía
de Jesús en España y sus condicionamientos políticos” en Historia de la Educación en España y América
/ coord. Por Buenaventura Delgado, Madrid, Vol. 3, 1994. Págs. 87-94.
9
Andrés Manjón, nació en Sargentes (Burgos) en 1846. Estudió Derecho en la Universidad de Valladolid,
doctorándose con brillantez. Fue catedrático de Derecho Canónico en la universidad de Santiago de
Compostela y luego en la de Granada. Se ordenó sacerdote en 1886. Un día volviendo de la universidad,
se quedó enseñando a unos niños en la calle. Finalmente, fundó las escuelas del Ave María, con un
sistema pedagógico novedoso, para los niños del barrio popular granadino del Albaicín.
8
sociales. Las nuevas clases medias, conciliadas con la Iglesia, ayudarían a vertebrar una
sociedad católica, según las ideas emanadas de las encíclicas de León XIII y sus
sucesores.
Con respecto al modelo corporativo, sus raíces en el solar hispano provinieron de un
pensamiento incompatible con la doctrina católica, el krausismo de Ahrens, traído a
España por Sanz del Río. Sus discípulos, Giner de los Ríos, Pérez Pujol y Salmerón
fueron famosos en sus enfrentamientos con apologistas como Ortí y Lara y los
neocatólicos. El corporativismo defendido por los pensadores krausistas pasó a los
tradicionalistas en sus combates dialécticos. Años después, Vázquez de Mella defendió
el sistema orgánico creyéndolo algo procedente del tradicionalismo más ancestral. Sin
embargo, el primer tradicionalista que propugnó la representación corporativa fue
Aparisi y Guijarro en 1862, después de la divulgación krausista en España.
En 1922, se fundó el Partido Social Popular como contribución española a un
movimiento político de signo católico social. En este partido, el maurista Ossorio y
Gallardo representó el ala democristiana y el tradicionalista Pradera la corporativa. Sin
embargo, sería en la dictadura del general Primo de Rivera cuando el corporativismo se
materializó en España en algunos aspectos. Eduardo Aunós, ministro del trabajo y
admirador de La tour du Pin y de Mussolini lo intentó en el mundo laboral. En esta
línea, uno de los primeros en teorizar sobre una forma de Estado corporativa fue
Eduardo Aunós, este ilerdense había sido ministro de Trabajo con el general Primo de
Rivera y preconizado un sistema corporativo similar al imperante en Italia. En 1935
publicó un libro titulado La reforma corporativa del Estado, en el cual citaba desde la
Carta de Carnaro, escrita por el poeta D´Annunzio en el período de Condottiero de
Fiume, hasta la carta de Trabajo de 1927, en la que Alfredo Rocco establecía la
modalidad corporativa en la nueva Italia de Mussolini. Para Eduardo Aunós, la sociedad
liberal había muerto y las únicas alternativas eran el comunismo y el corporativismo.
Este último había sido adoptado con éxito en Portugal, Austria, Italia y Alemania, por
tanto, también España debía hacerlo.
Entre los teóricos que más influirán en el posterior desarrollo de un Estado de
semejanza corporativista, destacarán dos intelectuales vascos. El alavés Ramiro de
Maeztu despuntará como uno de sus principales teóricos. Este intelectual había
peregrinado desde un liberalismo reformista hacia un corporativismo tradicionalista. Las
influencias foráneas principales habían sido de los intelectuales socialistas británicos,
que en su vertiente guildista defendían un gremialismo cercano al organicismo. George
D.H. Cole fue el más característico de los integrantes de este colectivo, que más influyó
en el pensamiento de Maeztu. Cole defendió un gremialismo que significaba una vuelta
a una Edad Media idealizada, donde el Estado estaba disminuido a una función
meramente de coordinación y donde la sociedad estaba compuesta por organismos
totalmente autónomos del poder central .
En el campo carlista, Víctor Pradera era el intelectual máximo del tradicionalismo
legitimista, como heredero del tribuno Vázquez de Mella. Perteneciente a la generación
joven de dirigentes promocionados por el marqués de Cerralbo en su lanzamiento de un
nuevo carlismo, el ingeniero navarro había sorprendido gratamente en las Cortes por su
inteligencia y defensa de un regionalismo integrador como diputado por Tolosa. Su
defensa de la unidad nacional de España le acercó a la derecha maurista, haciendo
amistad con el propio Antonio Maura, pero le enfrentó de forma encarnizada al
nacionalismo vasco, del cual sería victima en 1936. Participante en el cisma mellista de
1919, Pradera colaboró en los diferentes proyectos que tuviesen como finalidad la
coordinación de las diversas derechas españolas ante el peligro revolucionario y
separatista. Este intento de labor de síntesis de las derechas españolas le llevó a
participar en la formación del Partido Social Popular y en la Asamblea Nacional de
Primo de Rivera, aunque en esta última acabaría criticando la política centralizadora del
régimen. Durante la II República, se reintegraría a la Comunión Tradicionalista
convirtiéndose en su principal teórico, aunque siempre fue un abierto defensor de la
unidad de acción de las derechas en un programa mínimo. Con esta finalidad elaboró lo
que sería su gran obra El Estado Nuevo, donde describirá la formación de un Estado
corporativo fiel a la tradición católica española, fue su obra más preciada recogiendo la
visión tomista del hombre y la sociedad, los cuales debían formar una comunidad
orgánica, estructurada de forma corporativa para enlazar con la tradición española,
porque ese Estado Nuevo que preconizaba, no era más que el viejo Estado establecido
por los Reyes Católicos.