Download La Nueva Edad Media
Document related concepts
Transcript
Conferencia impartida por D. José Luis Orella, el 24 de mayo de 2015, en los salones de la Hospedería del Valle de los Caídos, dentro del Ciclo de Conferencias Dominicales organizado por la Fundación Foro San Benito de Europa, “Europa: Raíces, Identidad y Misión”. La Nueva Edad Media Antecedentes en la revolución francesa El estallido de la revolución francesa y la creación de un nuevo concepto de Estado y sociedad provocan profundos cambios. En el nuevo régimen los estamentos deben desaparecer en beneficio de la nación francesa. Las medidas consiguientes van a tener la misión de desmantelar la Iglesia francesa. El 4 de agosto de 1789 se produce la abolición de los derechos feudales por la Asamblea nacional. - El 24 de agosto de 1789 se vota por la supresión de los diezmos. El 2 de noviembre de 1789 se produce la nacionalización de los bienes del clero y su conversión en bienes nacionales para su posterior venta en beneficio del Estado. Estas medidas que anulan en definitiva el poder de la Iglesia Católica en Francia tienen diversas consecuencias como la separación Iglesia-Estado y la formación del primer Estado aconfesional, la desaparición del patrimonio artístico francés, la asunción por el Estado de la educación y la asistencia social por el desmantelamiento de la red educativa y asistencia de la Iglesia y la manutención del clero por el Estado. Esta última a consecuencia de la desamortización de los bienes de la Iglesia que contrae la pérdida de su independencia económica. El 13 de febrero de 1790 se produce la abolición de los votos religiosos, lo que significa la supresión de las órdenes regulares. - El 18 de agosto de 1791 se suprimen las congregaciones seculares. Estas medidas reducen los efectivos de la Iglesia Católica a los curas diocesanos, pero para ellos también hay una medida de reorganización que les pondrá a las órdenes directas del Estado. El 2 de julio de 1790 se aprueba la constitución civil del clero que es la base angular de la instauración de una nueva iglesia y la destrucción total de la vigente hasta entonces. Esta reordenación consiste en diseñar de nuevo las diócesis que deben coincidir con los limítrofes de los departamentos. Sin embargo, esta medida significa la supresión de 53 diócesis. Al mismo tiempo la reordenación parroquial, en realidad consiste en la supresión de cuatro mil parroquias. En cuanto al personal de la nueva iglesia, la elección de los obispos y párrocos por una asamblea de electores (ciudadanos activos), pero que por el censo censitario esta reducido a las clases más acomodadas de la sociedad. Además la ordenación de los curas será por los obispos, pero estos serán por el metropolitano y no por el Papa, es la ruptura con Roma. La nueva Edad Media Partiendo de finales del siglo XIX, la sociedad europea se enfrenta al reto de una modernidad que transforma el mundo material y socialmente. Por un lado, un capitalismo emergente, dentro de un liberalismo político, que defiende un individualismo radical e independiente de toda visión trascendente del mundo. Por otro lado, un socialismo transformador que desemboca en la búsqueda de una sociedad ideal ordenada por un Estado omnipresente, pero donde el hombre forma una partícula lo suficientemente pequeña para no poder alterar el ritmo de la sociedad perfecta, si se equivoca. Ante esta dualidad, los católicos resultaron ser los pioneros de una tercera vía que sostenía la independencia de la persona, pero integrada en una sociedad donde cada uno tenía una misión que cumplir y resultaba complementaria de la de su vecino, pero era necesaria la conjunción de todas para que tuviesen un sentido armonioso. Este modo, orgánico de ver la vida se debía encauzar en la elaboración de un camino de defensa de la dignidad de la persona. El catolicismo social fue un intento de humanizar una sociedad que aceleraba una secularización causada por el liberalismo. Pero también, una respuesta a un sistema que veía surgir un socialismo materialista con vocación de controlar de manera totalitaria todos los resortes de la vida humana. La Encíclica Rerum Novarum de León XIII, del 15 de mayo de 1891, y la Quadragessimo Anno de Pío XI, del 15 de mayo de 1931, ayudaron a preconizar una tercera vía entre el capitalismo y el socialismo, por parte de los católicos. Las excelencias de un humanismo, que en definitiva, no dejaba de decir lo que la Doctrina Social de la Iglesia llevaba diciendo desde los primeros tiempos de las comunidades cristianas. En Francia, el país afectado por la Revolución, Federico Ozanam organizó en 1833 "Las Conferencias de San Vicente de Paul" para socorrer a los pobres y a los enfermos. En 1840 surgió la "Sociedad de San Francisco Javier" que creó escuelas para los obreros y una oficina de colocación para los cesantes. San Juan Bosco, entre 1841 y 1854, ponía las bases de los oratorios y de las escuelas profesionales. En Alemania, Monseñor Emmanuel von Ketteler, obispo de Maguncia, fue el pionero con sus sermones en la catedral durante el año 1848, y con la publicación en 1864 de "La cuestión social y el cristianismo”, que antecedía a las medidas de León XIII. El obispo alemán, miembro de la aristocracia prusiana, sacó enseñanzas de las tradiciones feudales. Las libertades locales eran el contrapeso del poder del Estado. La familia y el municipio debían tener autonomía plena para alcanzar sus fines. En 1871, se organizó el Zentrum como movimiento político en defensa de los derechos de la Iglesia, que consiguió el fracaso del Kulturkampf de Bismarck y la adhesión del expresidente del DKP (Partido Conservador Alemán) Ludwig von Gerlach, que aunque luterano comprendió que el catolicismo era la mejor ideología para combatir al liberalismo. En 1888, Karl Lueger fundó en el Imperio Austro-Húngaro el partido Socialcristiano, basado en el corporativismo católico desarrollado por el noble Vogelsang. Este aristócrata fue influenciado por las ideas esgrimidas por Ketteler, del mismo modo, lo fue también el suizo Decurtius, fundador del Schweizrische Konservative Volkspartei. Aunque, en 1901, León XIII debió, a través, de la Encíclica Graves de Communi evitar desviaciones como la democristiana de Romulo Murri. En Francia, Albert de Mun levantó la Alianza Liberal Popular con escaso éxito ante los ataques de los legitimistas contrarios al espíritu del Ralliament propuesto por el cardenal Lavigerie y León XIII y que consistía en una aceptación de la forma republicana por los católicos franceses con el modo de poder influenciarla desde dentro por su mayoría en la población. Pero la condena en 1911, por San Pío X de Le Sillon, en un nuevo desviacionismo liberal, marcó de forma clara los límites del catolicismo político. En el caso portugués, los militares habían tomado el poder en 1926, pero quien tuvo la oportunidad de materializar sus ideas fue el catedrático Oliveira Salazar. Hombre formado en el Centro Académico Demócrata Cristiano de la Universidad de Coimbra fue la persona elegida para ministro de Hacienda en 1928. Pero en 1932 los militares le nombraron presidente del consejo, promulgando en 1933 una constitución de tipo corporativista, claramente inspirada en la Encíclica Quadragesimo Anno de Pío XII y Rerum Novarum de León XIII. En ella se reconocía el Estado Novo como un Estado nacional, autoritario, corporativo y cristiano, único en restablecer los valores espirituales de eficacia, autoridad, orden, jerarquía que hiciese de Portugal un país grande. El liberalismo era conceptuado como una falsa democracia que igualaba a los hombres por el rasero más bajo y había hundido la conciencia nacional. El nuevo gobierno restauraría el espíritu nacional y a la vez la eficacia económica En cuanto a Austria, en el aspecto intelectual fue de los primeros países en sumarse al corporativismo a través del pensador Vogelsang, cuyos escritos fueron traducidos al francés. En el siglo XX, el catolicismo orgánico mantuvo su preeminencia en el pensamiento a través de las obras de Othmar Spann. Sin embargo, la posibilidad de materializar todas estas ideas no vendría hasta después de la desarticulación del Imperio Austro-húngaro. La pequeña república democrática de Austria era homogénea en su población, formada exclusivamente con las provincias germanófonas del Imperio. Pero en el aspecto político se preparaba la polaridad de la Viena socialista con el campo católico. La necesidad de instauración de un Estado fuerte acorde a los intereses sociales fue en progreso. Spann fue el ideólogo de más renombre con su defensa de la sociedad estamental, una teoría que agrupaba de forma piramidal, en la base a los trabajadores manuales y sucesivamente a intelectuales, empresarios, militares, eclesiásticos y héroes espirituales. Los partidos políticos y la oposición capital-trabajo quedaban eliminados. Esta concepción corporativista de la sociedad fue haciéndose mayoritaria en el partido campesino, la Heimwehr y el partido socialcristiano. Sin embargo, el corporativismo únicamente tuvo oportunidad de éxito cuando en la dirección socialcristiana, la generación de Monseñor Seipel fue sustituida por otra forjada en los frentes de la Primera Guerra Mundial. Engelbert Dollfuss y Arthur Schuschnigg fueron los más representativos y habían sido oficiales en el cuerpo alpino de montaña. En 1932, Dollfuss fue proclamado canciller y sus palabras dejaron claro su programa: "La época del sistema capitalista, la época de la organización económica capitalista-liberal ha pasado. La época del marxismo materialista, director del pueblo, seductor del pueblo ha pasado. La época del dominio y del juego de los partidos ha pasado. No nos dejamos imponer por los engaños ni por el terror. Queremos en Austria un Estado cristiano, alemán, socialmente organizado sobre las bases corporativas y bajo una dirección fuerte y autoritaria. La influencia de las Encíclicas Rerum Novarum y Quadragesimo Anno y de las ideas de Spann fue evidente. La cercanía de Dollfuss a la Iglesia Católica hizo de él un modelo a imitar por el resto de los políticos católicos españoles, tanto carlistas como cedistas. Su prematura muerte, ocasionada por el frustrado golpe de Estado de un grupo de incontrolados nazis, favoreció la posterior reacción de algunos cuadros carlistas y cedistas contra el nacionalsocialismo durante la Segunda Guerra Mundial. En Inglaterra, Belloc y los Chesterton habían planteado como solución al industrialismo desenfrenado, el comunismo, el laborismo, el esnobismo internacionalista y la germanización, el distributismo, que era deudor del neotomismo, Charles Maurras y León XIII. Esta doctrina fue vaga pero influenció considerablemente en el socialismo guildista de G.D.H. Cole. La solución del distributismo estaba en un retorno a la Edad Media con sus pequeñas propiedades, comercios y descentralización, con un Estado meramente coordinador que dejaría las iniciativas a la sociedad. La iniciativa la tendrían las agrupaciones autónomas profesionales o gremios y no el Estado. Un modelo identificable de esta sociedad sería la comunidad de la tierra media, descrita en El Señor de los anillos, la obra de J.R.R. Tolkien, simpatizante del distributismo. La familia era la base social que aseguraba la independencia y la libertad, ya que el hombre debía mantener a su mujer, los hijos y tener la propiedad de su tierra, y de los medios necesarios para trabajarla. Para Chesterton y Belloc, la familia debía ser el castillo de un padre de familia. De ese modo, el distributismo pretendía una sociedad de pequeñas propietarias agrarias, comerciantes y artesanas, que viviesen de manera armónica en sus gremios y asociaciones, permitiendo a la persona vivir en una sociedad humanizada, sin grandes diferencias sociales. Una comunidad social organizada, donde la persona no estuviese aislada de sus congéneres, al libre arbitrio de la libertad de mercado del capitalismo, o del totalitarismo estatista propugnado por el socialismo. Pequeñas comunidades ciudadanas, donde la persona tuviese lo necesario para su dignidad y fuese responsable de sus actos. En el mundo industrial, los trabajadores debían ser copropietarios de la empresa, como en una cooperativa, responsabilizándose del buen gobierno de ella. Un mundo más humano, sin pobres y sin ricos, donde se dignificaba al pequeño ciudadano anónimo. En definitiva la solución estaba en un retorno a la Edad Media con sus pequeñas propiedades, comercios y descentralización, con un Estado meramente coordinador que dejaría las iniciativas a la sociedad. La iniciativa la tendrían las agrupaciones autónomas profesionales o gremios y no el Estado. En el ámbito de la España de principios del XX Con la llegada del siglo XX, los religiosos españoles habían conseguido reconstruir sus cuadros aniquilados por los procesos revolucionarios del siglo XIX y con la savia de las nuevas fundaciones podrían mirar con optimismo la nueva centuria. El número total de religiosos, a finales de 1902, era de 10.630 miembros, mientras que las religiosas alcanzan la cifra de 40.030. Había cambiado el signo de la vida conventual en España, donde siempre habían abundado más los frailes que las monjas. En este desenvolvimiento de los institutos religiosos en la España de la Restauración cabía distinguir un hecho importante, y era la profusión de fundaciones de congregaciones femeninas que rápidamente encontraron acogida en amplios sectores del país. La localización geográfica catalana de gran número de estas fundaciones encontraba una conexión posible con un ambiente más culto y preparado para recibir la mentalización cristiana. El entronque con la alta burguesía de algunas de estas fundaciones aseguró una protección política y económica, en los comienzos iniciales de las congregaciones1. Las de vida activa consiguieron un fuerte desarrollo, debido a la abnegación demostrada en las actividades asignadas en la sociedad. Con respecto a las de clausura, algunas resultaron ejemplares, pero otras, después del primer impulso de la fundación debían pasar la prueba de mantener la supervivencia de la orden, en el plano económico y vocacional. La principal dificultad al que se enfrentaron las órdenes religiosas fue la formación de las novicias, provenientes de sectores populares, que carecían de nivel de instrucción suficiente2. Sin embargo, como ocurrirá con las órdenes masculinas, el sur de España, especialmente el sureste peninsular, permaneció como un desierto vocacional. En cuanto a la distribución geográfica de los contingentes del clero, Vascongadas, Navarra, la alta Cataluña y la Castilla norteña tenían una mayor presencia de regulares. Aquellas regiones vivían una religiosidad más intensa, de ahí la explicación del fuerte arraigo eclesiástico en el norte español. Sin embargo sorprendía el vacío monacal de Galicia, región feraz en candidatos al sacerdocio secular pero poco cultivada por las congregaciones religiosas, por la pobreza de la zona, que convertía a la región galaica en una zona difícil para su instalación y futura supervivencia. El Sur de España fue, como Galicia, poco sensible al asociacionismo religioso, imperante en la España de la Restauración. Sin grandes motivaciones religiosas, las clases populares andaluzas, poco instruidas, mostraron su impermeabilidad al interés de 1 F. García de Cortázar: La Iglesia en España. Madrid, BAC, 1988. P. 15. A. Vico “Informe sobre el estado de las órdenes religiosas en España”, Madrid, Diciembre de 1892. En V. Cárcel Ortí, León XIII y los católicos españoles. Pamplona, Eunsa, 1988. PP. 565-676. 2 los promotores de vocaciones de las congregaciones religiosas. El vivero vocacional de las congregaciones religiosas estaba en el Norte de España y convenía cuidar esta zona que debía suministrar efectivos humanos al resto de España, pero incluso a la América hispana, carente de una mínima infraestructura diocesana por la fuerte represión ejercida por los gobiernos liberales3. Así pues, con el resurgir de las órdenes e institutos religiosos se dio una auténtica colonización eclesiástica protagonizada por las provincias norteñas4. A pesar de proceder de un estrato social muy semejante, clero regular y secular, se inició una sensible diferencia en los años de la Restauración. La Iglesia regular, al filo del siglo XX, podía presentar un clero que comenzaba a preocuparse con mayor receptividad los movimientos culturales del país que el diocesano. Un rasgo sobresaliente en los componentes de la Iglesia regular, que surgió de las convulsiones del siglo XIX, fue el de su juventud. En los años de cambio de siglo, las congregaciones religiosas, en continua labor de reclutamiento, podían presentar unos planteles de regulares que aventajaban en juventud a los de la Iglesia secular, donde no se había producido el truncamiento de edad que la revolución de 1868 había ocasionado entre los regulares5. Los institutos regulares por su mejor preparación intelectual prestaron a la Iglesia de la Restauración una gran labor. Los obispos españoles echaron mano de las órdenes religiosas para conseguir suplir la deficiencia de profesorado idóneo en los seminarios diocesanos. La Iglesia puso su empeño en transformar el seminario, hasta entonces una especie de instituto de bachilleres, en un centro especializado en la preparación de sacerdotes. La selección del profesorado, el cuidado exquisito del seminarista en su formación y el aumento de recursos materiales en los seminarios; fueron las líneas más destacables en la mejora de la formación del futuro clero diocesano6. Los jesuitas con la Universidad Pontificia de Comillas y la Gregoriana de Roma despuntaron en la formación de un clero diocesano brillante, que pronto vio a sus alumnos ocupar las sillas episcopales españolas. Con respecto al sistema político, la Iglesia agradeció el periodo de estabilidad proporcionado por el régimen restauracionista. Por esta razón, la monarquía alfonsina encontró en los nuncios valiosos aliados, capaces de acabar con los últimos rescoldos carlistas que existían en el episcopado español. Los ojos de los obispos estarán clavados en el representante diplomático del Papa, y también lo estarán los de aquellos presbíteros que evitarán inmiscuirse en las labores de los partidos políticos, sabedores de los problemas que podían traer a su diócesis, la simpatía hacia una de las familias políticas, en las que se dividía el catolicismo español7. M. Revuelta: “Las misiones de los jesuitas españoles en América y Filipinas durante el siglo XIX” en Miscelánea Comillas, Madrid, Vol. 46, nº 88-89, 1988. Págs. 339-390. 4 Ídem, Pág. 16. 5 M. Revuelta: “La desamortización de los bienes culturales de la Iglesia durante el sexenio democrático (1868-1874)” en Estudios de historia: Homenaje al prof. Jesús María Palomares/ coord. Por Elena Maza, María Concepción Marcos del Olmo. Madrid, 2006. Págs. 107-128. 6 A. Vico, “Informe sobre el estado de los seminarios en España”, 21 de diciembre de 1891. En V. Cárcel Ortí, León XIII y los católicos españoles. Pamplona, Eunsa, 1988. PP. 347-563. 7 A. Vico, “Informe sobre el episcopado y los cabildos de España”, 31 de diciembre de 1890. En V. Carcel Ortí, León XIII y los católicos españoles. Pamplona, Eunsa, 1988. PP. 199-345. 3 De este modo, la promoción de presbíteros vascos y navarros al episcopado fue muy escasa en las décadas finales del siglo XIX, en contraste con la densa población clerical de las diócesis de Vitoria y Pamplona. Esta ausencia se justificaba en la necesidad de preservar la estabilidad del régimen español, impidiendo el acceso al episcopado de candidatos carlistas, que pudiesen desde su posición privilegiada prestar una gran ayuda a sus correligionarios. Sin embargo, a partir de la mayoría de edad de Alfonso XIII, superado el peligro de un levantamiento armado carlista, el gobierno promocionará a numerosos vascos como obispos. El papel de la Iglesia sufrió un cambio. Hasta entonces, la religión católica había tenido un papel fundamental como eje integrador de la identidad nacional española. Sin embargo, el liberalismo, desde la constitución de 1812, había intentado introducir el concepto de soberanía popular procedente de la revolución francesa. Hasta la instauración del régimen restauracionista, no hubo estabilidad suficiente para sustentar un sistema liberal que admitiese a la Iglesia como parte importante de la sociedad española. La fe católica y el patriotismo español irían de la mano en las formulaciones del magisterio de la Iglesia con un palmario objetivo clerical de hacer interactuar el sentimiento católico y la progresiva conciencia nacional. Pero la Restauración había obligado a una tímida apertura al pluralismo religioso. Por ello, la Iglesia se debatió, a lo largo del periodo restauracionista, entre su deseo de ocupar en exclusividad el espacio y las limitaciones que trataba de imponerle un régimen liberal oficialmente tolerante. Más aún, la Iglesia española, recuperada de los daños de su primer encuentro con el liberalismo y a impulso de las nuevas orientaciones romanas de colaboración con el poder, se esforzó en convertirse en un eficaz órgano colaborador con el poder civil. A lo largo de los primeros años del siglo XX, España continuó siendo, pese a la tolerante constitución canovista, una verdadera cristiandad. La mayoría católica buscó la defensa de sus intereses formando un bloque unido, y este fue el fundamento principal de los seis Congresos Católicos Nacionales, celebrados entre 1889 y 1902. Sin embargo, fue el campo de la educación el más importante ámbito de expansión de la Iglesia española. El crecimiento y aumento del número de efectivos de las congregaciones religiosas ayudó sobremanera a ello. En el inicio del siglo XX eran 294 las comunidades religiosas masculinas y 910 las femeninas que se dedicaban a la docencia, en la que se englobaban un tercio de los alumnos de enseñanza primaria y a casi un 80 % de los de secundaria8. En esos años, un pedagogo ilustre, el sacerdote Andrés Manjón, fundador de las Escuelas del Ave María, expresaba el nuevo interés de la Iglesia española por la educación infantil9. En definitiva, se podía decir que la Iglesia había recuperado su posición de pilar esencial en la sociedad española. No obstante, la Iglesia debía acoplarse a una nueva forma de evangelización, demandada por una clase media urbana y liberal, que solicitaba un catolicismo menos belicista y más conforme con sus nuevos gustos M. Revuelta: “La Iglesia y la educación: órdenes religiosas docentes; restablecimiento de la Compañía de Jesús en España y sus condicionamientos políticos” en Historia de la Educación en España y América / coord. Por Buenaventura Delgado, Madrid, Vol. 3, 1994. Págs. 87-94. 9 Andrés Manjón, nació en Sargentes (Burgos) en 1846. Estudió Derecho en la Universidad de Valladolid, doctorándose con brillantez. Fue catedrático de Derecho Canónico en la universidad de Santiago de Compostela y luego en la de Granada. Se ordenó sacerdote en 1886. Un día volviendo de la universidad, se quedó enseñando a unos niños en la calle. Finalmente, fundó las escuelas del Ave María, con un sistema pedagógico novedoso, para los niños del barrio popular granadino del Albaicín. 8 sociales. Las nuevas clases medias, conciliadas con la Iglesia, ayudarían a vertebrar una sociedad católica, según las ideas emanadas de las encíclicas de León XIII y sus sucesores. Con respecto al modelo corporativo, sus raíces en el solar hispano provinieron de un pensamiento incompatible con la doctrina católica, el krausismo de Ahrens, traído a España por Sanz del Río. Sus discípulos, Giner de los Ríos, Pérez Pujol y Salmerón fueron famosos en sus enfrentamientos con apologistas como Ortí y Lara y los neocatólicos. El corporativismo defendido por los pensadores krausistas pasó a los tradicionalistas en sus combates dialécticos. Años después, Vázquez de Mella defendió el sistema orgánico creyéndolo algo procedente del tradicionalismo más ancestral. Sin embargo, el primer tradicionalista que propugnó la representación corporativa fue Aparisi y Guijarro en 1862, después de la divulgación krausista en España. En 1922, se fundó el Partido Social Popular como contribución española a un movimiento político de signo católico social. En este partido, el maurista Ossorio y Gallardo representó el ala democristiana y el tradicionalista Pradera la corporativa. Sin embargo, sería en la dictadura del general Primo de Rivera cuando el corporativismo se materializó en España en algunos aspectos. Eduardo Aunós, ministro del trabajo y admirador de La tour du Pin y de Mussolini lo intentó en el mundo laboral. En esta línea, uno de los primeros en teorizar sobre una forma de Estado corporativa fue Eduardo Aunós, este ilerdense había sido ministro de Trabajo con el general Primo de Rivera y preconizado un sistema corporativo similar al imperante en Italia. En 1935 publicó un libro titulado La reforma corporativa del Estado, en el cual citaba desde la Carta de Carnaro, escrita por el poeta D´Annunzio en el período de Condottiero de Fiume, hasta la carta de Trabajo de 1927, en la que Alfredo Rocco establecía la modalidad corporativa en la nueva Italia de Mussolini. Para Eduardo Aunós, la sociedad liberal había muerto y las únicas alternativas eran el comunismo y el corporativismo. Este último había sido adoptado con éxito en Portugal, Austria, Italia y Alemania, por tanto, también España debía hacerlo. Entre los teóricos que más influirán en el posterior desarrollo de un Estado de semejanza corporativista, destacarán dos intelectuales vascos. El alavés Ramiro de Maeztu despuntará como uno de sus principales teóricos. Este intelectual había peregrinado desde un liberalismo reformista hacia un corporativismo tradicionalista. Las influencias foráneas principales habían sido de los intelectuales socialistas británicos, que en su vertiente guildista defendían un gremialismo cercano al organicismo. George D.H. Cole fue el más característico de los integrantes de este colectivo, que más influyó en el pensamiento de Maeztu. Cole defendió un gremialismo que significaba una vuelta a una Edad Media idealizada, donde el Estado estaba disminuido a una función meramente de coordinación y donde la sociedad estaba compuesta por organismos totalmente autónomos del poder central . En el campo carlista, Víctor Pradera era el intelectual máximo del tradicionalismo legitimista, como heredero del tribuno Vázquez de Mella. Perteneciente a la generación joven de dirigentes promocionados por el marqués de Cerralbo en su lanzamiento de un nuevo carlismo, el ingeniero navarro había sorprendido gratamente en las Cortes por su inteligencia y defensa de un regionalismo integrador como diputado por Tolosa. Su defensa de la unidad nacional de España le acercó a la derecha maurista, haciendo amistad con el propio Antonio Maura, pero le enfrentó de forma encarnizada al nacionalismo vasco, del cual sería victima en 1936. Participante en el cisma mellista de 1919, Pradera colaboró en los diferentes proyectos que tuviesen como finalidad la coordinación de las diversas derechas españolas ante el peligro revolucionario y separatista. Este intento de labor de síntesis de las derechas españolas le llevó a participar en la formación del Partido Social Popular y en la Asamblea Nacional de Primo de Rivera, aunque en esta última acabaría criticando la política centralizadora del régimen. Durante la II República, se reintegraría a la Comunión Tradicionalista convirtiéndose en su principal teórico, aunque siempre fue un abierto defensor de la unidad de acción de las derechas en un programa mínimo. Con esta finalidad elaboró lo que sería su gran obra El Estado Nuevo, donde describirá la formación de un Estado corporativo fiel a la tradición católica española, fue su obra más preciada recogiendo la visión tomista del hombre y la sociedad, los cuales debían formar una comunidad orgánica, estructurada de forma corporativa para enlazar con la tradición española, porque ese Estado Nuevo que preconizaba, no era más que el viejo Estado establecido por los Reyes Católicos.