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Transcript
TITULO: CUM MULTA
TIPO DE DOCUMENTO: ENCÍCLICA
AUTOR: PAPA LEÓN XIII
FECHA: 8 de diciembre de 1882
Introducción
Dentro del catolicismo español el mayor problema de la Iglesia en los años finales del
siglo XIX fue la división de los católicos por cuestiones de partido. Desde la muerte de Alfonso
XIII (1874) se alternaron en el poder dos partidos liberales mayoritarios: el liberal conservador,
de Antonio Cánovas del castillo y el liberal fusionista de Páxedes-Mateo Sagasta. En los
extremos del arco político estaban dos partidos minoritarios: carlistas y republicanos.
Cánovas propuso a algunos carlistas que se uniesen a él, ya que su política ayudaba a la
Iglesia. Algunos, encabezados por Alejandro Pidal, lo hicieron fundando la Unión Católica. Esto
motivó a que otro grupo carlista subrayase sus características para no diluirse en el partido
canovista. Cándido y Ramón Nocedal formaron el partido integrista. Partían de un silogismo
aparentemente concluyente:
 Los Papas han condenado el liberalismo.
 Es así que todos los partidos político españoles, a excepción del carlista, son liberales,
 Luego el católico que quiera seguir la enseñanza papal íntegra (de aquí el nombre del
partido) debe necesariamente ser carlista.
El partido consiguió adeptos pero también muchas oposiciones. Por supuesto se
opusieron los liberales de todos los partidos: canovistas, sagastinos y republicanos. También
algunos carlistas. Ellos eran católicos pero no se consideraban los únicos católicos. Y también
buena parte de los obispos. Aunque a algunos les gustaba que el tradicionalismo defendía (en
exclusiva) causas queridas a la Iglesia (la unidad católica y los Estados Pontificios), otros se
oponían a que unos políticos usurpasen su papel magisterial y declarasen quienes eran
católicos y quienes no.
Como los Nocedal habían planteado un problema moral, la división alcanzó a toda la
Iglesia española. A los pocos años de su elección como Papa y año y medio después de su
primera encíclica política, León XIII abordó este problema con estas ideas:
ESQUEMA DE CONTENIDO
Introducción
— Entre las muchas cualidades de los españoles destaca su fidelidad a la Sede Apostólica. Pero
ahora preocupa al Papa la división entre los católicos españoles. No se obedece a los
obispos. Sin unidad no se puede defender la religión católica, hoy muy necesario [1].
1
I. DOS ERRORES RESPECTO A LAS RELACIONES IGLESIA-ESTADO1
— La separación, funesta para el Estado y nociva para la vida religiosa [2]
— La identificación entre la religión y un partido político. La religión está por encima de lo
temporal y no se pueden introducir en ella las legítimas divisiones partidistas. Las cuestiones
políticas, aun las más nobles, no trascienden la vida temporal. La religión debe mantenerse
por encima de las divisiones y mudanzas políticas. Porque la Iglesia no condena preferencias
políticas si no son contrarias a la religión y a la justicia: busca el bien común [3].
II. LA OBEDIENCIA ES EL FUNDAMENTO DE LA UNIDAD SOCIAL
— Los obispos, colocados al frente de las iglesias diocesanas, deben ser obedecidos. Se
recomienda especialmente a los sacerdotes, que no deben dedicarse a asuntos políticos [45]
III. NORMAS PARA LAS ASOCIACIONES Y LA PRENSA CATÓLICA
— Las asociaciones católicas, utilísimas, deben someterse a la autoridad episcopal, procurar la
unión de sus miembros y mantenerse al margen de las pasiones políticas [6].
— La prensa católica, que defiende la religión, debe evitar, como las asociaciones, las discordias
y mantener la suavidad para así lograr la unión de los corazones [7].
Exhortación final
— Os toca a los obispos procurar que los españoles estén en esto al nivel de su historia [8].
Reuniros y consultar con la Sede Apostólica para tener una acción común [9]. Es precisa la
oración. Bendición apostólica [10].
La dificultad con que se encontraba Cum multa es que la política no debe confundirse con
la religión pero tampoco puede prescindir de ella. Por otra parte no se desmentía oficialmente
la primera parte del argumento integrista. La Iglesia había condenado el Liberalismo, pero sólo
a la pretensión de negar un sitio a Dios en la acción política, no al sistema de partidos, a las
Constituciones, a la democracia… Al no matizar su enseñanza, la Iglesia podía dar la impresión
de que estaba en contra de todo lo liberal, pese a que mantenía buenas relaciones con países y
políticos liberales, España por ejemplo. Pretender solucionar la división sólo con medidas
disciplinares al clero, asociaciones y prensa católica era una misión imposible, como demostrará
la historia de los años siguientes.
CUM MULTA
PAPA LEON XIII
(8-12-1882)
Este tema sobre las relaciones Iglesia-Estado se trata también en Nobilissima Gollorum
Gens
1
2
Introducción
1. Muchas son las cualidades sobresalientes de la noble y generosa nación española;
pero la más admirable de todas es la conservación, por encima de las variadas
vicisitudes históricas, de aquella su prístina y casi hereditaria firmeza en la fe católica,
a la que siempre han estado unidos el bienestar y la grandeza del pueblo español.
Muchos son los hechos que prueban esta firmeza. El principal de todos ellos es la
eximia devoción a esta Sede Apostólica, que los españoles reiteran con frecuencia de
modo singular con toda clase de demostraciones, con escritos, con liberalidades Y con
piadosas peregrinaciones. No podrá olvidarse tampoco el recuerdo de tiempos muy
recientes, cuando toda Europa fue testigo del ánimo esforzado y piadoso de que
dieron prueba los españoles en días aciagos y calamitosos para la Sede Apostólica. En
todo lo cual, además de un beneficio singular de Dios, reconocemos, venerables
hermanos, el fruto de vuestros desvelos y también el loable propósito del pueblo
español, que en tiempos tan contrarios al catolicismo se mantiene fervorosamente
unido a la religión de sus mayores y no vacila en oponer a la grandeza de los peligros
una constancia igua1mente grande. No hay cosa que no pueda esperarse de España si
estos sentimientos son fomentados por la caridad y se ven fortalecidos por una estable
unidad de voluntades. Sin embargo, en este punto no hemos de disimular la realidad.
Cuando pensamos en la manera de obrar que algunos católicos españoles adoptan
como norma de conducta, se ofrece a nuestro espíritu una pena semejante a la
ansiosa solicitud que pasó el apóstol San Pablo por causa de los corintios. Segura y
tranquila había permanecido en España la unidad de los católicos, no sólo entre sí,
sino, sobre todo, también con el, episcopado. Por este, motivo nuestro predecesor
Gregorio XVI alabó con razón a la nación española, porque la inmersa mayoría de los
españoles perseveraba firme en su respeto a los obispos y a, los pastores inferiores
canónicamente establecidos2. Actualmente, sin embargo, con la aparición de las
pasiones partidistas, asoman síntomas de desunión divisora de los espíritus en
diferentes bandos y perturbadora en gran escala aun de las mismas asociaciones
fundadas con fines religiosos. Sucede con frecuencia que la autoridad episcopal no es
respetada como es debido por los que tratan de encontrar la manera más conveniente
para defender la causa católica. No sólo esto; si a veces un obispo aconseja algo, si da
una orden conforme a su autoridad, no faltan quienes lo llevan a malo lo critican
abiertamente, interpretando la actuación del obispo como si hubiese querido dar
gusto a unos agraviando a los otros. Ahora bien, es evidente la gran importancia que
tiene mantener incólume la unión de los espíritus, sobre todo porque en medio de la
desenfrenada libertad de pensamiento y de la fiera e insidiosa guerra que por todas
partes se hace contra la Iglesia es absolutamente necesario que todos los cristianos
resistan, concentrando sus fuerzas, con-perfecta armonía de voluntades, para que la
división interna no sea causa de su derrota ante los astutos ataques de los enemigos.
2
Aloc. Consist. Aflictas, de 1 de marzo de 1841.
3
Movidos, por la consideración de estos daños, os dirigimos esta encíclica, venerables
hermanos, y os suplicamos encarecidamente que, haciéndoos intérpretes de nuestros
saludables avisos, empleéis vuestra prudencia y autoridad en afianzar la concordia.
I. DOS ERRORES RESPECTO A LAS RELACIONES IGLESIA-ESTADO
El error de la separación
2. Es conveniente recordar, en primer lugar, las mutuas relaciones que existen entre la
vida religiosa y la vida civil, porque son muchos los que se engañan en este punto con
dos errores opuestos. Algunos suelen no sólo distinguir, sino incluso apartar y separar
por completo la política de la religión, queriendo que nada tenga que ver la una con la
otra y juzgando que no deben ejercer entre sí influjo mutuo alguno. Los que así hablan
están muy cerca de los que pretenden constituir y gobernar el Estado sin tener en
cuenta para nada a Dios, creador y Señor de todas las cosas. Y su error es más dañoso
todavía, porque privan temerariamente al Estado de una fuente caudalosísima de
bienes. Porque si se quita la religión, por fuerza ha de vacilar también la firmeza de
aquellos principios que son el principal sostén del bienestar público y reciben su mayor
vigor de la religión. Tales son principalmente el gobierno justo y moderado, la
obediencia como deber de conciencia, el dominio de las pasiones por medió de la
virtud, el respeto a los derechos de cada cual y a la propiedad ajena.
El error de la identificación
3. Pero de la misma manera que debemos evitar este nefasto error, así también hay que
huir la equivocada opinión de los que mezclan y como identifican la religión con un
determinado partido político, hasta el punto de tener poco menos que por disidentes
del catolicismo a los que pertenecen a otro partido. Porque esto equivale a introducir
erróneamente las divisiones políticas en el sagrado campo de la religión, querer
romper la concordia fraterna y abrir la puerta a una peligrosa multitud de
inconvenientes. Por consiguiente, es necesario separar, también en nuestra
apreciación intelectual la religión y la política, que son diferentes por su misma
naturaleza específica. Porque las cuestiones políticas por muy honestas e, importantes
que sean, consideradas en sí mismas, no trascienden los límites de esta vida terrena.
Por el contrario, la religión, que, nacida de Dios, refiere a Dios todas las cosas, se
levanta mucho más alto, llegando hasta el cielo. Lo que la religión quiere, lo que
pretende, es llenar el alma, que es la parte más valiosa del hombre, con el
conocimiento y, el amor de Dios y conducir por un camino seguro al género humano a
la ciudad futura, hacia la cual tendemos. Por lo cual es acertado considerar la religión y
cuanto de un modo particular esté ligado con ella como realidades pertenecientes a un
orden superior. De donde se sigue que la religión, por ser el mayor de los bienes, debe
4
permanecer siempre entera en medio de las mudanzas de la vida humana y de los
cambios políticos de los Estados. Porque la religión abarca todos los tiempos y se
extiende a todos los territorios. Y los afiliados a partidos políticos contrarios, aunque
disientan en todo lo demás, es necesario que estén todos de acuerdo en este punto:
que es preciso salvar en el Estado la religión católica. A esta noble y necesaria
empresa, como unidos en una santa alianza, deben aplicarse con afán todos cuantos
aman el catolicismo, haciendo callar por un momento la diversidad de pareceres en
materia política, pareceres que, por otra parte, pueden ser defendidos honesta y
legítimamente dentro de su propia esfera. La Iglesia no condena en modo alguno las
preferencias políticas, con tal que éstas no sean contrarias a la religión y la justicia.
Lejos de todo estrépito de contiendas, la Iglesia continúa poniendo su trabajo al
servicio del bien común y amando con afecto de madre a todos los hombres, si
bien de modo más especial a aquellos que más se distinguen por su fe y su
piedad.
II. LA OBEDIENCIA ES EL FUNDAMENTO DE LA UNIDAD SOCIAL
4. El fundamento de esta concordia es en la sociedad cristiana el mismo que en todo
Estado bien establecido: la obediencia a la, legítima autoridad, que con sus leyes,
prohibiciones y normas unifica y concilia los ánimos diferentes de los hombres. En esta
materia no hacemos más que recordar cosas sabidas y averiguadas de todos, pero de
tal importancia, que no sólo es necesario aceptarlas con el pensamiento, sino que
debemos además guardadas, como normas obligatorias, en la conducta moral práctica
de cada día. Porque así como el Romano Pontífice es maestro y príncipe de toda la
Iglesia universal, así los obispos son los rectores y cabezas de las iglesias que cada cual
legítimamente recibió para gobernar. A ellos pertenece, en su respectiva diócesis, la
dirección, la corrección y, en general, la disposición de todo lo referente a los intereses
cristianos. Son partícipes de la sagrada potestad que Cristo nuestro Señor recibió del
Padre y dejó, a su Iglesia. Por esta razón nuestro predecesor Gregario IX dice que los
obispos, «llamados a participar de nuestra solicitud, hacen, sin duda alguna, las veces
de Dios». Esta potestad ha sido dada a los obispos para sumo provecho de aquellos
hacia quienes se ejerce. Porque por su misma naturaleza ese poder tiende a la
edificación del cuerpo de Cristo y hace que cada obispo sea como un lazo que une, con
la comunión de la fe y de la caridad, entre sí a los cristianos, a quienes preside, y con el
Supremo Pontífice. como miembros con su cabeza. A este propósito es muy notable
aquella sentencia de San. Cipriano: «Estos son la Iglesia, el pueblo unido al sacerdote y
la grey unida a su pastor». Y esta otra sentencia, más notable todavía: «Debes saber
que el obispo está en la Iglesia, y. la Iglesia en el obispo, y si alguien no está con el
obispo no está con la Iglesia». Esta es la constitución inmutable y perpetua de la Iglesia
cristiana. Si no se conserva santamente esta constitución, se sigue por fuerza un
general trastorno de derechos y obligaciones, al quedar rota la trabazón de los
5
miembros convenientemente unidos en el cuerpo de la Iglesia, el cual, alimentado y
trabado por las coyunturas y ligamentos, crece con crecimiento divino. De todo lo cual
se concluye la obligación de tener a los obispos el respeto que pide la excelencia de su
cargo y la necesidad de obedecerles enteramente en las cosas pertenecientes a su
jurisdicción y competencia.
5. Teniendo presentes los partidismos que actualmente agitan en España los espíritus de
muchos, no sólo exhortamos a todos los españoles, sino que además les suplicamos
encarecidamente que recuerden este deber de tanta importancia. Y particularmente
procuren con todo empeño observar esta moderación y esta obediencia los miembros
del clero, cuyas palabras y cuyos hechos tienen sin duda muchísima fuerza para
ejemplo de los demás. Sepan que los trabajos emprendidos eh el desempeño de sus
cargos serán sobremanera provechosos para sí y saludables para sus prójimos si se
ajustan a los órdenes e insinuaciones de aquel que tiene en sus manos el gobierno de
la diócesis. Ciertamente, no es propio de su oficio el que los sacerdotes se entreguen
por entero a los afanes de los partidos políticos, de forma que parezcan atender más a
los intereses humanos que a los intereses divinos. Entiendan, pues, que deben ser
cautelosos para no perder su gravedad y su moderación. Con esta cautela Nos estamos
seguros que el clero español, con sus virtudes, con su doctrina y con sus trabajos,
prestará servicios mayores cada día para beneficio de las almas y para bien de la vida
pública.
III. NORMAS PARA LAS ASOCIACIONES Y PRENSA CATÓLICAS
6. Juzgamos muy aptas para ayudar a la labor del clero aquellas asociaciones que son
como fuerzas auxiliares para los avances del catolicismo. Alabamos, por tanto, la
creación y el trabajo de estas asociaciones y deseamos grandemente que,
aumentando en número y actividad, produzcan cada día mayores frutos. Pero como su
finalidad es la defensa y la propagación de la causa católica y es el obispo en cada
diócesis el que dirige esta causa católica, síguese naturalmente que aquellas
asociaciones deben estar sometidas a los obispos y tener en muy grande estima la
autoridad y los consejos de éstos. No menor ha de ser el esfuerzo de estas
asociaciones para conservar la unión de los corazones. En primer lugar, porque es
propio de toda sociedad que su fuerza y eficacia provengan: de la unión de voluntades.
Y, en segundo lugar, porque es muy conveniente que en esta clase de asociaciones
resplandezca la caridad, que debe ser compañera de todas las obras buenas y como
señal y distintivo que caracteriza a los discípulos de la escuela de Cristo. Por esto, y
como fácilmente puede suceder que sus asociados tengan diversos pareceres en
asuntos políticos, a fin de que no venga a alterarse la unión de los ánimos con la
diversidad de tendencias políticas, es necesario tener siempre presente el fin que se
proponen las asociaciones que se llaman católicas, y al tomar los acuerdos deben
todos tener puesta la mirada en esta meta, como si no pertenecieran a partido alguno,
acordándose de la ,divina enseñanza del apóstol, San Pablo: Cuantos habéis sido
6
bautizados en Cristo os habéis vestido de Cristo. No hay ya judío o griego, no hay
siervo o libre..., porque todos vosotros sois una sola cosa en Cristo. De esta manera se
conseguirá la ventaja de que no solamente los socios en particular, sino también las
diversas asociaciones de este género, estén amigable y benévolamente, conformes.
Conformidad que debe procurarse con toda diligencia. Dejada a un lado, como hemos
dicho, toda tendencia partidista, desaparecerán las ocasiones principales de nocivas
rivalidades. y la consecuencia será que una causa única, la mayor y más noble de
todas, atraerá hacia sí a todos los católicos, causa acerca de la cual no puede haber
disensiones entre católicos dignos de este nombre.
7. Es muy importante, finalmente, que se ajusten a esta instrucción los que por escrito,
especialmente en la prensa diaria, combaten defendiendo la incolumidad de la
religión. Nos conocemos muy bien sus intenciones y sus esfuerzos en este campo. No
podemos dejar de tributarles por ello una justa alabanza como a hombres
beneméritos del catolicismo. Pero la causa que han abrazado es tan excelente y tan
elevada, que implica muchas obligaciones, en las cuales no conviene en modo alguno
que yerren los defensores de la justicia y de la verdad. Porque no deben cumplir una
parte de sus obligaciones descuidando las demás. El aviso, pues, que hemos dado a las
asociaciones lo repetimos a los escritores: alejadas las discordias con la blandura y
mansedumbre mutua, deben procurar entre sí y en el pueblo la unión de los
corazones. Pues para lo uno y para lo otro es muy eficaz la labor de los escritores. Y
como nada hay más contrario a la concordia que las palabras destempladas, las
sospechas temerarias y las acusaciones injustas, es necesario evitar todos estos
defectos con suma precaución. La discusión en pro de los sagrados derechos de la
Iglesia y en defensa de la doctrina católica no debe ser hecha con altercados, sino con
moderación y templanza, de tal manera que el escritor obtenga la victoria en las
discusiones más bien por el peso de las razones que por la violenta aspereza del estilo.
EXHORTACIÓN FINAL
8. Estimamos que estas normas de conducta práctica serán muy útiles para suprimir las
causas que impiden la perfecta unidad de los espíritus. A vosotros os toca, venerables
hermanos, explicar nuestro pensamiento al pueblo y poner el empeño posible para
que todos conformen cada día su conducta con los principios que hemos expuesto.
Confiamos que los españoles harán de buen grado lo dicho, tanto por su probado
afecto a esta Sede Apostólica como por los bienes que se deben esperar de esta
concordia. Recuerden los ejemplos de su historia patria. Piensen que si sus mayores
hicieron' dentro y fuera de España muchas proezas heroicas y muchas obras ilustres,
pudieron hacerlas no debilitando sus fuerzas con divisiones internas, sino uniéndose
todos como una sola alma y un solo corazón. Porque animados de la caridad. fraterna
y teniendo todos un mismo sentir escama triunfaron de la poderosa dominación de los
moros, de la herejía y del cisma. Sigan, pues, los españoles los pasos de aquellos cuya
7
fe y gloria han heredado, y con su imitación hagan ver que aquéllos dejaron dignos
herederos no sólo de su nombre, sino también de sus virtudes.
9. Por lo demás, venerables hermanos, juzgamos que es conveniente para la unión de los
espíritus, y. la uniformidad en la acción que los que, vivís en una misma provincia
eclesiástica os reunáis de vez en cuando con vuestro arzobispo para tratar
conjuntamente acerca de los asuntos que os tocan el todos; y que, cuando el asunto lo
exija, acudáis a: esta Sede Apostólica, de donde procede la integridad de la Fe, el vigor
de la disciplina y la luz de la verdad. Para lo cual ofrecen coyuntura muy favorable las
peregrinaciones que vienen con frecuencia de España el Roma. Para componer las
discordias y dirimir las controversias, nada: hay más a propósito que la voz de aquel a
quien Cristo nuestro Señor, Príncipe de la paz, puso por Vicario de su autoridad; y la
abundancia de carismas y gracias celestiales que manan copiosamente de los
sepulcros de los Santos Apóstoles.
10. Sin embargo, puesto que toda nuestra suficiencia viene de Dios, rogad mucho a Dios,
juntamente con Nos, para que dé a nuestros avisos virtud y eficacia y disponga los
ánimos de los pueblos a obedecer. Preste favor a nuestros trabajos la Inmaculada
Virgen María, augusta Madre de Dios, Patrona de las Españas, asístanos Santiago
Apóstol, asístanos Santa Teresa de Jesús, virgen legisladora y gran lumbrera de España,
en quien brillaron maravillosamente como en perfecto ejemplar el amor de la
concordia, el amor a su patria y la obediencia cristiana.
Entretanto, como prenda de los dones celestiales y testimonio de nuestra paterna
benevolencia, a vosotros, venerables hermanos, y a toda la nación española, damos con
todo afecto en el Señor la bendición apostólica.Dado en Roma, junto a San Pedro, el 8 de diciembre de 1882, año quinto de nuestro
pontificado.
8