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MODELO ECONÓMICO MIXTO
DE CHINA: ÚNICO EN EL MUNDO1
Por: Enrique Posada Cano
No se conoce en otro lugar del mundo, aparte de China Popular, un experimento como
el que esta nación viene viviendo desde hace veinticinco años, consistente en la
hibridación en un mismo país de dos modos de producción: el socialista (economía
central planificada) y el capitalista (economía de libre mercado)
China es, pues, un inmenso laboratorio (9.670.000 kilómetros cuadrados y 1.300
millones de seres), donde un Partido Comunista de aproximadamente ochenta
millones de miembros pone en práctica, desarrolla y corrige la teoría del Sr. Deng
Xiaoping de “un país dos sistemas”.
Sus columnas vertebrales son, en lo político, el poder político en manos del Partido
Comunista y, en lo económico, la propiedad del Estado sobre la tierra y el subsuelo,
los
recursos
naturales,
la
infraestructura
de
transporte,
comunicaciones,
telecomunicaciones y servicios, así como sobre un aparato industrial compuesto por
100.000 empresas que ocupan unos 200 millones de trabajadores.
Si ese Partido Comunista se disolviera, como ocurrió en la desaparecida Unión
Soviética o si su control sobre las arterias vitales de la economía y de la vida
institucional se debilitara hasta crear una situación de ingobernabilidad, la transición
lenta y pacífica que los chinos vienen conociendo en las dos últimas décadas y media
se rompería abruptamente y a nuestros ojos aparecería en China un cuadro de guerra
civil generalizada.
El producto interno bruto de China es el cuarto del mundo, y sus exportaciones
representan aproximadamente un 30% de su PIB, que sobrepasa ya el billón y medio
de dólares, apenas superado por Estados Unidos, Japón y Alemania.
1
Ponencia del autor ante el V Congreso Internacional de la Asociación
de Estudios de Asia y África, reunido en Buenos Aires en Septiembre de
1987. Este texto ha sido revisado y actualizado al año 2004.
Pero, ¿cuál era el estado de la economía china en los períodos anteriores?
Resumiendo, tendríamos las siguientes fases: 1) año 1949, triunfo de los ejércitos de
Mao e instauración de la República Popular China. Se registraba entonces una
inflación astronómica del 330.000% en un país devastado por 22 años de guerras
consecutivas. El nuevo gobierno implanta una economía de guerra; 2) período 195658, despliegue de la cooperativización del agro con su culminación en la instauración
de la comuna popular y de las reformas urbana e industrial en las ciudades. Empieza
a elaborarse una teoría económica de un socialismo chino salido de la cabeza de Mao
Zedong, quien poco bebe de las fuentes directas del marxismo y en cuyo disco duro se
halla un elemento original: la comuna popular; 3) 1966-76, período de la revolución
cultural o década del caos, como se ha dado en llamar; y 1979 hasta hoy, puesta en
marcha de la modernización de China en su economía, educación, defensa, ciencia y
tecnología, o sea, la política de reformas y apertura al exterior.
La teoría económica que se desarrolla a partir de los años cincuenta toma como
quintaesencia la ley del valor, según la cual, una vez que se ha eliminado la propiedad
privada dando paso a otros dos tipos de propiedad: la colectiva de la comuna popular
y la de todo el pueblo donde el Estado es el dueño de la tierra y demás medios de
producción, ha desaparecido también de la faz de China la explotación del hombre por
el hombre. Obedeciendo a esta premisa, la distribución del ingreso se realiza mediante
el principio socialista según el cual “de cada uno según su capacidad, a cada uno
según su trabajo”. Esto ha de derivar con el tiempo en un tipo de igualitarismo, donde
los ingresos salidos de un país bloqueado por las naciones occidentales e inmerso en
un desarrollo autárquico, se pierden en el mar de las necesidades de una población
demasiado numerosa y pobre, donde, además, la reproducción ampliada es
irrelevante debido al bajo nivel de la acumulación socialista y donde la economía
permanece en un crítico estado de recesión.
Veamos, pues, cuáles fueron las medidas de política económica sin las cuales la
dirigencia china no concebía la posibilidad de un modelo socialista construido sobre
las bases del marxismo:
1) la implantación del control de precios para todos los
artículos de consumo tanto agrícolas como industriales; 2) la congelación de precios y
salarios; 3) el establecimiento del racionamiento de aquellos artículos de primera
necesidad que escaseaban, tales como arroz, carne, vegetales, aceite, telas de
algodón; 4) la exoneración de la población de todo tipo de impuestos directos e
indirectos; 5) la erección de un universo de subsidios que llegaron a representar el
30% ó más del salario nominal; y 6) la implantación de una tasa de cambio fija y el
control absoluto sobre las divisas por parte del Banco Popular de China. Sobre la base
de las circunstancias económicas anotadas, es explicable que las autoridades
económicas de China afirmaran que en este país no existía inflación y que la ley de
oferta y demanda se había desactivado. Cuando decían que la inflación era de cero,
tenían razón en cierto sentido, pues factores perturbadores de inflación como la
expansión de la demanda, la restricción de oferta y la ampliación de la corriente
monetaria, no existían en China. En primera instancia, la demanda y oferta son
planificadas por el Estado, y obedecen a planes decenales en donde el gobierno
determina tanto la producción potencial como la efectiva. Sin embargo, no existía un
sistema estadístico que expresara a través de indicadores el comportamiento de las
grandes variables macroeconómicas del país o, si había cifras estadísticas, éstas se
mantenían dentro del reservado ámbito del gobierno.
Otra columna vertebral del modelo socialista es la planeación económica central, que
constituye una herramienta más de la economía, pero que no es, como pretenden los
teóricos chinos, un sello que imprime carácter al sistema, pues tampoco de la
economía de mercado está completamente ausente la planeación.
Durante largo tiempo se dio por sentado que la economía capitalista o de mercado y la
socialista o centralmente planificada eran dos realidades absolutamente excluyentes,
sin ningún vínculo de relación entre sí, lo cual se debería a que provenían de dos
teorías en abierta contradicción: la clásica y la marxista. Pero, separemos de las
ciencias económicas como un todo aquello que sería típico del socialismo. No lo son,
por supuesto, medidas tales como el control de los precios, la monopolización y
estatización del comercio, que corresponderían más que todo a política económica.
Ahora bien, en cuanto a los cambios operados en el tipo de propiedad que pasa de ser
privada a estatal y colectiva y que, según los chinos, determinarían las relaciones de
producción y la distribución del ingreso, eso, en concepto de Lenin, no sería más que
capitalismo de Estado. En este contexto, lo más típico del socialismo chino sería la
comuna popular, unidad de poder y organización en el campo en la que se integran los
factores político, económico, militar y educacional y donde la remuneración laboral se
hace de acuerdo a puntos de trabajo, pero esto corresponde más a un tipo de
socialismo cooperativo. Dentro de este sistema, sólo se deducía un 5% de impuesto
para el Estado, se reservaban otros pequeños porcentajes para acumulación,
administración y bienestar, y el excedente se repartía entre los comuneros de acuerdo
a puntos de trabajo, que se asignaban a cada uno de los miembros de la comuna por
medio de discusiones y tomas de decisiones en asambleas.
Sin embargo, cuando se examina la economía china desde un punto de vista histórico,
vemos que de su comportamiento no han estado ausentes fenómenos como los ciclos
de
recesión-reactivación-recalentamiento
que
la
teoría
marxista
daba
como
connaturales al capitalismo; vemos además que, por más que este modelo pretenda
mantener el manejo de las variables macro-económicas internas (déficit fiscal,
agregados monetarios, etc.) independiente del manejo del sector externo (reservas
internacionales, cuenta corriente, deuda externa), la interrelación entre ellos termina
por imponerse generando, como en toda economía, procesos devaluacionistas e
inflacionarios. Esta verdad pudo estar mediatizada durante tres décadas en que China
siguió una ruta de desarrollo endógeno, cuando su comercio exterior de doble vía era
irrelevante y el país no había accedido, como lo haría a raíz de las reformas, a
organismos internacionales de la categoría de la Organización Mundial del Comercio,
el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, pero, en el nuevo contexto, las
pretensiones de blindar su economía respecto de las crisis y cambios operados en los
centros mundiales del capital financiero se han hecho cada vez más inocuas.
Con unas inversiones extranjeras del orden de los de unos US$ 57.000 millones
anuales –segundo lugar en el mundo-, más unas exportaciones que se han
sextuplicado en el curso de estos últimos trece años, agregado a su creciente
endeudamiento y a su definitiva inserción en el mercado mundial,
China se ve cada
día más reflejada en el espejo de las contradicciones que les son comunes a los
países occidentales.
Nuestro análisis de la coexistencia o simbiosis de dos sistemas económicos en un
mismo país presenta dos aspectos: uno, el de la inserción de la economía de mercado
en el ajedrez de la economía centralmente planificada, en el que cada avance de los
peones capitalistas significa pérdida de espacios para el socialismo; y dos, el proceso
por el cual un escenario que venía desarrollándose al más alto voltaje del capitalismo
moderno, como es el caso de Hong Kong, se realindera dentro de un Estado
socialista: el gobierno de Beijing.
Enseguida nos centraremos en el primer aspecto, dejando para el final el análisis del
segundo.
En el período de la llamada revolución cultural, el sector maoísta del Partido llevó a
tales extremos su lucha contra una presunta restauración del capitalismo, que el
aparato productivo del país estaba, para la época en que se produce el deceso de
Mao Zedong (1976), al borde de la parálisis. El retorno al poder de Deng Xiaoping en
1978 y la puesta en marcha bajo su dirección de las políticas de reforma y apertura, no
fueron sino la consecuencia de la situación de caos desatada en todo el país. Las
claves de esas políticas en el frente económico interno son, a grandes rasgos: 1) el
desmonte de la comuna popular y su reemplazo por un sistema de usufructo y
explotación de la tierra mediante un contrato de responsabilidad familiar; 2) la
liberación de los precios de las mercancías, en particular las de primera necesidad,
dejando que sus precios los fijara la libre oferta y demanda; 3) la autorización de los
mercados libres y de la inversión privada en medianas y pequeñas empresas, mientras
que en el sector externo se emitieron las siguientes importantes medidas: 1) la
adopción de un estatuto de inversión extranjera, que introdujo la figura de la empresa
mixta (de asociación del capital extranjero con el capital estatal chino); y 2) para el
impulso de esa inversión extranjera, la creación de las Zonas Económicas Especiales
(ZEE) Se trata de regiones que pueden cubrir uno o más distritos, generalmente
ubicadas en los litorales del Sur del país y, por tanto, con acceso directo a puertos
marítimos de importancia estratégica. Poseen un régimen económico, administrativo y
político especial; especiales son también sus regímenes tributario y aduanero, así
como el control de cambios y el código laboral, todo esto con el propósito de incentivar
la inversión extranjera, de orientar buena parte de los recursos de capital interno y
capital humano hacia esas zonas costeras, de relocalizar industrias clave de
exportación en sus cercanías a fin de incrementar su competitividad y de flexibilizar el
marco jurídico de la contratación laboral haciendo atractivas esas zonas para el
inversor foráneo. Las ZEE son importantes para el intercambio comercial con otros
países, pues representan más del 70% del comercio del país. Los impuestos al
comercio se cobran a las empresas mixtas en tanto que los subsidios se otorgan a
producciones únicamente nacionales. Estas zonas sirvieron para desarrollar el Sur de
China a tal punto, que hoy la sola provincia de Guangdong produce el 70% de las
manufacturas del país y allí el ingreso per cápita alcanza ya los $5.000 dólares
mientras que en las restantes provincias sólo llega a los US$700.
Es extraordinariamente ilustrativa la metáfora de la distribución del ingreso bajo el
socialismo como una gran taza de hierro de la cual todos comían. Una taza que no se
rompe, que posee las mismas dimensiones gigantescas de la población a la cual está
destinada, pero que, al mismo tiempo, padece la imposibilidad de expandirse más allá
del cubrimiento de las necesidades vitales del hombre; una taza, en fin, que gracias a
sus propiedades intrínsecas, genera la autocomplacencia de sus beneficiarios con los
record de producción alcanzados, recorta las alas de la innovación y, en fin, desprovee
a la gente de estímulos para seguir avanzando. En una palabra, con esta ‘taza de
hierro’ en las manos de la inmensa multitud se ha espantado el fantasma de la
hambruna, pero también se ha negado la posibilidad del crecimiento y el desarrollo.
Si en economía existen milagros, el fenómeno económico de China habría que incluirlo
como tal. A partir de una población descomunal como la de China, hablar de
acumulación y consumo poniendo el énfasis en el primer término de la contradicción,
tal como ha ocurrido en ese país, hubiera implicado someter a privaciones de medios
de subsistencia a esa cuarta parte de la humanidad.
Congelar precios y salarios como método para meter en cintura los factores
inflacionarios, parece una política obvia y relativamente sencilla de aplicar. Sin
embargo, en las condiciones concretas de China, dicha política sirvió para mantener
en un nivel bajo el crecimiento económico. Estamos hablando de un país con un
mercado de gigantescas proporciones y que, por tanto, es escenario de una economía
de escala de impredecibles proporciones, pero esto no se convertía en ventaja
comparativa debido a que el sector externo estaba bloqueado y el país carecía de
recursos para financiar al sector real de la economía y generar una oferta exportable.
Vastos sectores de la población permanecían dentro de las fronteras del subconsumo
porque sus ingresos les garantizaban a duras penas la subsistencia. ¿Cómo podía
desarrollarse sobre estas bases la industria de artículos de consumo?
En la economía socialista de China se subestimaba el cálculo económico y la
rentabilidad suponiendo que ésta era asunto del sistema capitalista. No importaba, en
consecuencia, que determinada empresa arrojara pérdidas en sus balances, siempre y
cuando ellas se vieran compensadas por beneficios en otras empresas de la misma
rama. Esto era lo que se denominaba el enfoque social de la rentabilidad.
El igualitarismo ó ‘la taza de hierro’ que nunca se rompía porque el Estado
consideraba su obligación mantenerla,
empieza a desmontarse a partir de las
reformas procediendo a eliminar de manera gradual los subsidios y restableciendo el
principio según el cual ‘de cada uno según su capacidad, a cada uno según su trabajo’
en el sentido de asignar mayor pago por más trabajo, menor pago por menos trabajo y
ningún pago por ningún trabajo.
La clave radica aquí en el establecimiento de gratificaciones, primas y bonificaciones a
la productividad, lo cual rompe con la tradición ultraizquierdista según la cual la política
y la ideología halan a la economía e incorpora al proceso de la producción socialista
esos elementos propios de la economía de mercado, cuyo efecto inmediato ha sido
avivar y revitalizar el entusiasmo de los trabajadores por el logro de una mayor
productividad.
Una vez que el estatuto de inversión extranjera y las ZEE se constituyen en realidad
actuante, el capital internacional fluye en forma de asociación con el Estado chino y
posteriormente como inversión extranjera directa hasta el punto de que en China están
presentes todas las empresas transnacionales importantes del mundo, así como los
principales bancos foráneos. Por otra parte, a medida que los chinos se comprometen
en proyectos y megaproyectos para mejorar sus servicios públicos y la infraestructura
para el desarrollo, crecen sus necesidades financieras y se ven entonces obligados a
recurrir al endeudamiento externo. Sus compromisos crediticios con entes financieros
como el Banco Mundial los conduce casi imperceptiblemente a entrar en el entramado
del Fondo Monetario Internacional.
Pese a que algunos analistas consideran, 25 años después, que el país sigue
asistiendo a controles estatales fuertes que hacen pensar en la economía planificada y
cerrada de los años precedentes a las reformas, las cosas han cambiado en el país
asiático2. Sólo dos cifras ratifican esta apreciación:
Mientras que en 1950 el PIB de China estaba comprendido en un 95% por la actividad
del Estado, en 1997 esta participación era apenas del 70%. En cuanto a su comercio
exterior, después de que en 1960 el grado de transabilidad (suma de importaciones y
exportaciones), no representaba siquiera el 1% del total del PNB, hoy en día esa
participación llega al 50%, 26% en exportaciones y 24% en importaciones.
Al comienzo, los chinos tratan de poner límites al espacio de realización de la inversión
extranjera, dejando por fuera de ella sectores como la explotación de los recursos
naturales, los servicios públicos, el transporte y el turismo, pero poco a poco la
dinámica de la apertura y la necesidad de disminuir la brecha que se va ensanchando
entre la prosperidad de los polos de desarrollo y las ciudades abiertas al exterior, por
un lado, y el estancamiento de las vastas extensiones del noreste y el oeste del país,
por el otro, más el efecto de las crecientes necesidades de recursos financieros, van
obligando al gobierno a ampliar cada vez más el escenario de la inversión extranjera
directa y asociada. Por otra parte, las cien mil empresas de propiedad estatal,
emblema del socialismo en las ciudades,
presentan cada vez más vacíos
tecnológicos, de productividad y de financiación hasta llegar al borde de la quiebra.
Sus deudas con los bancos son impagables y su modernización costaría una suma
que el Estado se halla en imposibilidad de financiar. Siguen produciendo, pero los
artículos que salen de sus fábricas, que son resultado de tecnologías obsoletas, tienen
que enfrentarse en el mercado con los productos de las fábricas de empresas mixtas,
que incluyen nuevas tecnologías extranjeras, y entonces la orden que el mercado
envía a la producción es contraria a sus intereses, o sea, es el consumidor final el que
está dictando la preferencia por los artículos de consumo salidos de las nuevas
fábricas, lo cual le da la estocada final al socialismo. Sin embargo, si de acuerdo con
los teóricos chinos, no fuera el mercado el elemento determinante del sistema sino la
propiedad, también estaría a la mano el argumento según el cual a propiedad estatal
en China está siendo socavada por la propiedad privada y, de modo particular, por la
propiedad privada extranjera. El hecho contundente es que si no se hubiera elevado la
capacidad de consumo de la población mediante el aumento de sus ingresos, habría
sido imposible sacar a la economía china de su inercial recesión, y ello se logró
mediante elevaciones de salarios que, aunque igualmente moderados que antes, han
sido más frecuentes y, sobre todo, a través de la incorporación de cuadros técnicos y
profesionales jóvenes al nuevo mercado laboral generado por las empresas mixtas y
las agencias de negocios extranjeros radicados en el país.
El consumo de las familias chinas urbanas y rurales asciende en la actualidad al 85%
del PIB y se muestra como uno de los más regulares, ubicándose por encima de los
demás países en vías de desarrollo, donde aquél está por debajo del 70%.
CUADRO No. 1 CONSUMO FINAL DE HOGARES
Y GOBIERNO, RURAL Y URBANO
Composición Porcentual
Año
Cifra
Base
de
Gastos
de Cifra Base de Consumo
Consumo Final = 100 %
Final de Hogares
Consumo
Rural
Urbano
Final
Consumo
de Final
del
Hogares %
Gobierno %
1978
78.6
21.4
62.1
37.9
1979
76.6
23.4
62.8
37.2
1980
77.9
22.1
61.6
38.4
1981
78.7
21.3
62.6
37.4
1982
78.8
21.2
63.7
36.3
1983
79.2
20.8
64.8
35.2
1984
78.3
21.7
64.9
35.1
1985
79.5
20.5
63.7
36.3
1986
79.1
20.9
62.0
38.0
1987
80.0
20.0
60.9
39.1
1988
81.5
18.5
58.6
41.4
1989
80.7
19.3
57.7
42.3
1990
80.2
19.8
56.3
43.7
1991
78.5
21.5
54.7
45.3
1992
78.1
21.9
52.7
47.3
1993
77.7
22.3
50.2
49.8
1994
77.7
22.3
49.5
50.5
1995
80.1
19.9
49.2
50.8
1996
80.4
19.6
51.0
49.0
1997
80.0
20.0
50.0
50.0
1998
79.6
20.4
49.9
52.1
1999
79.1
20.9
46.1
53.9
2000
78.6
21.4
44.8
55.2
2001
77.9
22.1
44.2
55.8
2002
77.8
22.2
43.5
56.5
2003
78.1
21.9
41.4
58.6
Fuente: China Statistical Yearbook,2004
Por
otra parte, está el otro caso de coexistencia del modelo capitalista con el
socialista que fuera resumido por el líder chino Deng Xiaoping mediante la formulación
de ‘un país, dos sistemas’. Esto tiene nombres propios, se llama Hong Kong, que ya
se encuentra dentro de la soberanía de Beijing, y se llama Taiwan, detrás del cual va
el gobierno chino. Aquí se trata de poner, uno frente a otro, dos sistemas económicos,
dejando intacto el que es asimilado mientras el otro se desarrolla copiando su formato
mientras todo el intercambio de productos entre los dos territorios, así como el paso de
personas, es regulado desde los niveles superiores del Estado. De hecho, las zonas
económicas especiales fueron diseñadas para recibir a Hong Kong con una
reproducción de su modelo dentro del continente. Hong Kong es el espejo en el que se
mira el resto de China.
Como se pudo observar, desde 1978 la República Popular China viene asistiendo a
profundos cambios de concepción y pensamiento en el manejo de la economía. Se
pasó de un modelo supremamente centralizado y planificado dirigido por el Estado a
un modelo con una descentralización significativa y una participación importante del
capital privado. Pese a que en veinte años la economía China logró cuadruplicar su
producto, a la vez que permitió la entrada de capital extranjero, todavía su estructura
productiva sigue enmarcada dentro de un esquema proteccionista y centralista.
Sin ir más lejos, se establecieron los derroteros para construir una China que se
propusiera como meta el desarrollo social y económico de su población. Por las
medidas que se adoptaron, se puede concluir que este país inició su transición hacia
el capitalismo con la aplicación de un modelo de “economía mixta”. En este tipo de
economía, el Estado tiene una participación muy importante en los ingresos que se
generan, pues actúa como agente productor y consumidor, a la vez que regula y
planifica los mercados. El objetivo del Gobierno es la sociedad colectiva que le da su
origen. Así, la principal meta del régimen socialista es la obtención del bienestar
común. Se busca socializar las ganancias de los mercados, pero con la lógica de los
trabajadores, que reclaman su subsistencia3.
El Estado socialista, y así lo establece la última reforma constitucional de 1982, debe
garantizar la dotación de bienes, servicios y trabajo a los habitantes. En este sistema
no se tiene en cuenta, como sí en los países capitalistas, la distribución de los
ingresos, pues el trabajo no remunera al capital.
El Estado, al ser el dueño de los medios de producción, debe distribuir el producto
entre la sociedad colectiva (asalariados), debe también regular los mercados y
apropiarse del excedente de producción que queda después del consumo para
reinvertirlo en un nuevo proceso productivo. En otras palabras, en este sistema no hay
acumulación del capital, que es el que da origen a las economías capitalistas
financieras modernas, y tampoco la iniciativa privada domina los mercados.
Sólo en la década noventa, y después de grandes reformas, se puede pensar que en
China se está remunerando al capital privado. En 1985, la distribución del ingreso
nacional, luego del consumo de los asalariados, representó el 5% del PIB, lo cual se
explica en un 90% por la inversión extranjera.
El consumo de los hogares y, dentro de éste, los alimentos, son la principal forma de
gasto en los regímenes comunistas. En efecto, se considera la producción y consumo
de estos bienes como la fuente de desarrollo social y manutención de la fuerza física.
Estos bienes en cuentas nacionales se consideran productivos, en tanto que los
servicios, en especial los financieros y servicios personales, son denominados gastos
improductivos, lo que en las cuentas nacionales se traduce como no indispensables.
Estos bienes, como lo explica Kalecki, sólo sirven para transformar y realizar los
bienes necesarios y son particularmente controlados por el Estado para que, que junto
a la educación y la salud, ayuden a mejorar el bienestar de la población comunitaria4.
3
Kalecki Michael, Economía Socialista y Mixta, Fondo de Cultura
Económica, México, 1980, págs. 171-175.
4
Kalecki, Ibid, pag. 155
Los subsidios están desapareciendo. Los chinos se ven abocados a pagar arriendos
más caros o a hacerse a un apartamento propio, lo cual es ahora posible. Tienen que
pagar por la educación secundaria parcialmente y todos los gastos de la universitaria.
Muchos gastos de la atención médica hoy el Estado los está descargando sobre el
individuo.
Debido a la organización del sistema y a la necesidad de garantizar la producción
alimentaria a la población, las actividades más desarrolladas están en los sectores
agrícola, manufacturero y minero. En el año 1997 éstas representaban 40, 35% y 13%
respectivamente del PIB. A diferencia del año 1980, cuando China era considerado un
país netamente agrícola, en la actualidad la producción manufacturera ocupa el 40%
de la fuerza laboral. Con todo, la obligación de producir alimentos mantiene a la
mayoría de la población en el campo, no obstante que la disolución de la comuna
popular dejó una población flotante de aproximadamente 150 millones de individuos
que pasaron a ofrecerse en las ciudades, principalmente en el sector de la
construcción. No obstante, el margen de mayoría de la población rural sobre la urbana
va restringiéndose cada vez más, al punto de que en el año 2003 la proporción era ya
de una población rural que se situaba en el 59.47% frente a un 40.53% de la urbana.
La organización en el sector industrial corre a cargo del Estado, que transfiere
responsabilidades a través de las corporaciones en los niveles centrales, regionales y
locales. El subsector más importante es la producción de textiles y confecciones, cuyo
PIB representa el 40% del PIB industrial.
Sin embargo, es de advertir con especial énfasis que el modelo económico que opera
hoy en China es de transición y tiene un porcentaje mayoritario de la vieja economía
de planeación central y un porcentaje menor de economía de mercado, pero donde la
tendencia predominante hacia el futuro la representa la segunda. El
Estado alcanza todavía hoy a sobrepasar el 70% del PIB.
tamaño del
En la etapa anterior a las reformas de 1978, no existía en la práctica una política fiscal,
puesto que la renta era considerada un producto del capitalismo.
Es por eso que en la política fiscal, contrariamente a los países capitalistas, las rentas
del Gobierno dependen en un alto porcentaje de los ingresos de las empresas
industriales y comerciales, de la banca y del impuesto a las mercancías, sobre todo a
la actividad privada extranjera.
Así, es en la exacción de las utilidades de las empresas donde radica la fuente de los
gastos públicos. Años malos en la producción, coinciden con caídas del gasto, y años
buenos, con aumento del mismo.
La estrategia de China en el comercio exterior le ha traído resultados extraordinarios.
En 1986 se propuso doblar su nivel de transabilidad (suma de importaciones y
exportaciones), que entonces era de US$50.000 millones, pero en 2003 esa cifra llegó
a representar US$ 850.500 millones, de los cuales, US$ 437.800 millones fueron
exportaciones (Ver cuadro # 2)
Cuadro No. 2
Cifras del Comercio Exterior de China (en millones de dólares americanos)
Item
2000
2001
2002
2003
249.200
266.300
325.500
437.800
19.900
25.200
26.300
28.500
34.800
Manufacturas 175.000
224.000
240.000
297.000
403.000
225.100
242.600
295.200
412.700
26.800
46.700
44.600
49.200
72.700
Manufacturas 139.000
178.300
198.000
246.000
340.000
Total
1999
de
Exportaciones 194.900
Bienes
Primarios
Total
de
Importaciones 165.800
Bienes
Primarios
Fuente: China Statistical Yearbook, 2004
La estabilidad del sector externo le permitió a China desarrollar el mercado interno,
pues las exportaciones representan el 25% del PIB y tienen un efecto multiplicador de
más del 50% en el resto de la economía. Una relación entre el comercio exterior y el
producto de China, permite concluir que, mientras las exportaciones se expandieron
en más del 12% en la última década, el PIB presentó crecimientos superiores al 8%
anual. En 1998, pese a la crisis desatada en Asia, este país logró crecer al 7.8% y
aumentar sus exportaciones en 10%5.
Hasta aquí hemos analizado dos factores: la inversión privada nacional y extranjera y
la revolución del consumo como detonantes de la transición del sistema de economía
central planificada a la economía de mercado. Nos resta, sin embargo, analizar las
consecuencias que sobre esa transición se desprenden del ingreso de China a la
OMC. En el frente agrícola, según el acuerdo, China ha tenido que hacer reducciones
de aranceles hasta del 14.5% para importantes artículos como trigo y maíz. Se han
ampliado las cuotas para importaciones de productos agrícolas de bajos aranceles. El
efecto ha sido evitar que China continúe manteniendo los precios internos del trigo por
encima de los del mercado mundial y, en consecuencia, las importaciones de trigo se
han disparado. Grandes extensiones de tierra del norte de China dedicadas al cultivo
de trigo se han cambiado a cultivos de alto valor, tales como vegetales y frutas.
En segundo lugar, algunos sectores hasta hoy cerrados de la producción industrial se
han abierto decididamente a medida que los aranceles descienden, desaparecen las
cuotas y los fabricantes extranjeros entran a controlar la importación y distribución de
sus mercancías. La industria automotriz es un caso relevante. Las plantas de
vehículos chinos, de las cuales más de 120 se hallan en el filo de la navaja- están
fragmentadas y son ineficientes. La mayoría de ellas, a pesar de estar resguardadas
por altos aranceles y protección de los gobiernos locales, vienen dando tumbos
después de años de intentos de racionalización por parte del gobierno central. Con el
ingreso de China a la OMC, los aranceles a la importación de carros han caído del 80100% a sólo el 25%. Además, los fabricantes de autos extranjeros ya están
autorizados para dar facilidades de financiación a los compradores. Los fabricantes
chinos de vehículos se han visto obligados a reducir sus costos al menos en dos
quintos para poder sobrevivir. A pesar de ello, no pocos han quebrado.
En sectores rentables el poder del Estado ha declinado. Desde el mismo día del
ingreso de China a la OMC, los extranjeros pueden comprar más del 49% de las
acciones de compañías de telecomunicaciones e Internet, pudiendo llegar al 50% en el
término de dos años con control administrativo. Se establecerá una autoridad
reguladora independiente para las telecomunicaciones.
5
Beijing, julio de 1999, material bajado de internet.
Algunos de los más profundos cambios están ocurriendo en el sistema financiero. Los
bancos extranjeros podrán hacer negocios en moneda local con compañías chinas en
el plazo de dos años a partir del ingreso de China a la OMC, y con personas naturales
chinas en el término de cinco años. Esto será en el corto plazo una severa prueba
para los bancos nacionales, especialmente en el caso de que el banco central libere
gradualmente las tasas de interés. Los bancos nacionales tendrán que adquirir
grandes habilidades como prestamistas y arreglar sus déficit, pues si no, los depósitos
fluirán hacia los bancos extranjeros con mejor capacidad crediticia y más altos
intereses de captación del ahorro privado. Es por eso que, a sólo unos días de que se
trajo a cuento el inminente ingreso de China a la OMC, la academia está haciendo un
llamado para que se permita a los bancos extranjeros comprar acciones de los bancos
estatales a fin de capitalizarlos, una idea que hasta hace poco era tabú.
Puesto que la mitad de las exportaciones de China (y tres cuartas partes de las
manufacturadas) son producidas por compañías en las que los extranjeros tienen
acciones6, una subida de las exportaciones como consecuencia del ingreso a la OMC
ha sido benéfico para los extranjeros. Las multinacionales podrán exportar e importar a
su gusto y, dentro de China, establecer redes de distribución mayorista y al detal y de
post-venta, lo cual hasta fecha reciente estaba vedado.
Es imposible medir con exactitud los beneficios que a China le ha traído su afiliación a
la OMC. Sin embargo, distintos pronósticos inmediatos han señalado lo siguiente: el
doble de las exportaciones hacia el año 2005; un punto más de crecimiento económico
en la próxima década; el doble de la inversión extranjera directa en los próximos cinco
años; y una reducción a la mitad de la cifra no oficial de desempleo para quedar en un
5%.
Sea como fuere, el ingreso de China en la OMC no contribuye a fortalecer la vieja
economía de las empresas de propiedad estatal, sino que, por el contrario, inclina la
balanza a favor de la economía de mercado.
6
The Economist,
20-26 de Noviembre de 1999