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 84. VIVIR EN ESTADO DE GRACIA
El fin de toda actividad espiritual es vivir saludablemente en paz, en armonía y
felicidad. Es lograr el estado de gracia que nos viene dado desde la niñez. Un niño acepta
todo con suma naturalidad. Aprende y está abierto al mundo. Con una curiosidad voraz
desea saberlo todo, por ello agota a los mayores con la pregunta ¿por qué? Luego de un
rato, ¿por qué? Un niño reitera aquello que los filósofos llamarían el principio de
causalidad. Si existe el fuego, ¿cómo se origina y por qué se origina? Las estrellas y la
luna están allí, ¿y por qué están allí? ¿Cómo llegaron allí? Ante una respuesta,
nuevamente repite ¿y por qué? El deseo de saber y jugar es enorme. En estado de gracia
aprender, jugar y ser feliz es uno. Es un estado de claridad, imaginación, invención y
armonía. Un niño es creativo. Si está solo crea sus propios juegos, sus propios
entretenimientos, sin saber palabras habla su propio lenguaje. En su inocencia no tiene
temor, puede jugar con animales varias veces superior a su cuerpo y éstos advirtiendo su
falta de agresión juegan con él. Es más, se ha dado el caso de niños abandonados que
fueron amamantados por animales salvajes. Decía el Tao Te-King (LX) que:
Quien alcanza la mayor virtud (la felicidad)
Es como un recién nacido.
Los reptiles venenosos no le pican.
Las fieras salvajes no le atacan.
Las aves rapaces no le arrebatan.
…….
Es la perfecta armonía.
Vivir con la inocencia primera es vivir en estado de gracia, en perfecta armonía. La
felicidad es en estado de ánimo alegre, dichoso que permite vivir —incluso en medio de
la adversidad— con gozo. La felicidad genera una expectativa optimista y una sensación
de bienestar.
El hinduismo enseñó diferentes caminos para diferentes felicidades. Incluso, si una
persona desea la felicidad del placer, la religión hindú no lo prohíbe. Después de todo no
hay placer para siempre, finalmente, pasada la novedad, llega a producir dolor y
aburrimiento. Entonces la felicidad se transfiere a la búsqueda del éxito a través de la
riqueza, la fama y el poder. Sin embargo la riqueza, la fama y el poder son exclusivos y
competitivos. En una sociedad donde todos son famosos o todos son poderosos, nadie es
famoso ni poderoso en el sentido simple de poseer algo más que los otros. El rey
Salomón —con toda su fama de sabio, su inmensa riqueza, y todos los placeres a su
disposición— concluyó que todo eso era vanidad y sufrimiento del espíritu. ¿Qué tienen
en común todos estos aspectos? ¡Todos siguen el Camino del Deseo!
En la etapa del deseo, son éstos los que determinan la carta de navegación de cada ser.
Cuando se supera este estado, ¿queda algo más en la vida para experimentar? Pues allí se
abre el camino de la Renunciación. El individuo actúa para servir al prójimo. Para ser útil
a algo fuera de su ego y más grande que sí mismo: la comunidad. Es el camino de los
santos, los profetas y los yoguis. Es una visión más elevada de felicidad. Este es el
camino del deber. Semeja al imperativo moral de Kant. En vez de ver todo lo que se
puede ganar se mira a todo lo que se puede dar y, en vez de vencer, se piensa en servir.
El hinduismo enseña que, llega el día cuando la comunidad se hace historia, y la historia
es finita —esclava del tiempo— luego, la historia, también muere. ¿Esto es el fin? Este es
el punto crítico donde parece que toda experiencia humana ha perdido su encanto. Es
aquí donde la enseñanza se eleva. La vida —dice el hinduismo— ofrece otras
posibilidades: primero, la gente quiere ser, nadie quiere morir. Segundo la gente quiere
conocimiento, quiere alegría, gozo. Y, ¿no es esto lo que todos deseamos en la niñez?
Lo que realmente quiere la gente es liberación de todo lo que limita a su ser, a su
conciencia y al gozo infinito. Desde hace tres mil años el hinduismo enseña que esto no
sólo está al alcance de la mano sino que: ¡cada ser ya lo posee! Para ello es fundamental
comprender qué es un ser humano. ¿Es un cuerpo? ¿Una personalidad con mente,
recuerdos y actitudes generadas por las experiencias? Un ser humano es algo más, el ser
tiene una reserva, una cisterna de ser que nunca muere, ni puede ser limitada en su
conocimiento y gozo. Este centro infinito de la vida es llamado Atman, el cual es nada
menos que Brahma, Dios.
En occidente este centro infinito se lo asocia con Cristo, la presencia de Dios en el ser,
que en el judaísmo se lo reconoce como Shekinah. Es la lámpara que estando en nosotros
hemos cubierto con distracciones, vicios, falsas presunciones; son nuestros instintos autoimpuestos que cubren tanto nuestra lámpara que ya no vemos su luz. Hemos escondido y
olvidado nuestra propia iluminación. Es yendo más allá de la imperfección, limpiando la
mente y el corazón como llegaremos a nuestra luz interior. Si realmente queremos
alcanzar la felicidad inalterable es necesario abandonar las distracciones y, al purificar el
fluir de la energía divina, el centro infinito de la vida se hará evidente en su luz
imperturbable. No debemos preguntarnos “¿Cuándo voy a ser feliz?”, sino decidirnos a
tomar los pasos para serlo ahora. Es ir más allá de la dicotomía del bien y del mal,
morando siempre en la compasión y la benevolencia.
La psicóloga Sonja Lyubomirsky, en su libro The How of Happines (El Como de la
Felicidad), menciona un estudio del que surgieron doce aspectos que hacen las personas
felices: expresan gratitud; cultivan optimismo; evitan pensar demasiado y compararse
socialmente; practican actos de bondad; nutren sus relaciones sociales; desarrollan
estrategias de supervivencia; aprenden a perdonar; incrementan las experiencias de dejar
fluir sin perder su foco; aprecian las alegrías de la vida; están comprometidas con sus
metas; practican la espiritualidad; y cuidan su cuerpo. Sin duda podríamos —de acuerdo
a cada cultura— agregar otras como: amar sin medida, respetar a todos los seres vivos,
nunca odiar a nadie, no hacerse enemigos, ser libre sin afectar al prójimo; vivir con honor
y dignidad, ejercitar la creatividad, practicar la no violencia, estar satisfechas con lo que
se posee, etc. Cada individuo debe cultivar las aptitudes que se transformen en hábitos
que eleven sus niveles de felicidad.
Para lograr un estado de placidez es importante cumplir con sanos principios morales.
Saber que estamos haciendo lo mejor para con todos los seres vivientes, sin duda otorga
felicidad. Miles de años atrás el Romancero Chino expresaba:
Si no nos alegramos hoy
Días y meses pasarán de largo. (Dinastía Zhou o Chou)
Siglos posteriores Yang-Yun, durante la Dinastía Han, dijo:
La vida del hombre debe ser vivida en alegría;
¿Para qué esperar en vano por la riqueza y el honor?
Un ser libre es un ser feliz. Un ser que no está oprimido por condiciones materiales,
sociales, morales, religiosas, físicas o emocionales es un ser dichoso. Un ser libre no
permite que los bienes materiales lo abrumen. Jesús y los profetas no poseían demasiado
al momento de partir o morir. Afirman que cuando Gandhi falleció sus únicas posesiones
eran sus gafas, sus sandalias y su vestido. Claro que, aparte de ello tenía el inmenso amor
de millones de seres y el respecto de gran parte de la humanidad, incluyendo sus
enemigos. Y sin embargo, ¡cuántos mueren con muchos bienes y sin amor! Estando
livianos de equipaje, sin ataduras, desapegados de instituciones y personas, amando a
todo y a todos en su propia libertad, la transición de un estado de conciencia a otro
completamente espiritual se hace suavemente, sin temor, no hay nada que perder y todo
para ganar. Regresamos al centro de nuestro ser.
Espiritualmente la felicidad no es un proceso de posponer todo para un estado futuro, no
es un camino a tal destino, la felicidad es el camino, cada paso es pura felicidad. No hay
que caminar ni ir, hay que estar y ser. Cada paso que damos debemos darlo con felicidad,
pues esto nos permitirá experimentar gozo en el mismo momento que avanzamos o
meditamos u oramos. Estar en la Conciencia Infinita y ser parte de la Conciencia Infinita
es ser bienaventurado. No hay que orar a un Dios allí afuera o en lo alto. O Dios está en
nosotros o no está en ningún lado. Jesús y los profetas fueron claros en que ellos y la
Divinidad eran Uno. Nosotros también somos Uno. No hay división sino unión, el
Creador no se mantiene distante y fuera de la creación, el Origen y la Creación son una
unidad y nosotros somos parte de esa unidad. Cuando contemplamos una planta, un
animalito u otro ser humano estamos presenciando la manifestación del Creador. Cuando
en la India saludan con las manos unidas en oración, saludan honrando el ser divino en el
otro. Es decir: “Yo honro la Divinidad en ti”, “Yo saludo al Creador en este acto”, “Yo
celebro la Vida eterna que tú expresas”. Hay felicidad en encontrar al Amigo en cada ser,
al Amor en cada ser, la Vida en cada ser.
Los problemas del mundo pueden suministrar abundante desazón y tristeza, pero los que
mantienen su conciencia por encima de los problemas del mundo mantendrán su alegría y
buen ánimo, y ningún problema podrá robarles su riqueza interior. Por ello, Jesús dijo
que nadie nos quitaría nuestro gozo.
Incluso hemos mencionado que para Schopenhauer —filosóficamente, semejante al
hinduismo— los goces más elevados, más variados y más durables son los del espíritu.
Los valores que permiten ser, con salud, belleza, entendimiento y carácter moral. Cuando
avanzamos celebrando la vida en cada paso, cada acción es una celebración y cada
pensamiento es gozo, el sentimiento que nos envuelve es pura felicidad. No tenemos que
ir a otro lugar, es en este mismo estado de conciencia donde manifestamos paz, sanidad y
gozo. Nosotros y el Creador somos Uno. Nuestra iluminación será como la luz del día.
Liberados de todo lo que limita nuestro ser, irradiemos al Atman, Cristo o Buda y
seremos iluminados y despiertos a esta realidad. Nuestro reino de los cielos. Ahora. Es
nuestro derecho: ¡Vivamos en estado de gracia!
©Pietro Grieco