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Servando Morales fue su
guía. A mediados de los años 60, Mariano
Fernández era un joven estudiante de Derecho de la
Universidad Católica comprometido con la actividad
política y con María Angélica, la hija de Morales.
Criado en Santiago, no conocía mucho de vinos.
Cuando visitaba a su polola en Chillán, don Servando lo llevaba a recorrer producciones de pipeño. Le
llamó la atención las diferencias que había entre los
vinos dependiendo del lugar.
En Santiago, Fernández estaba involucrado en la
Reforma Universitaria. En la toma que hicieron los
estudiantes de la Católica en 1967, fue encargado
de las sedes fuera de la Casa Central y luego jefe de
prensa de la Federación de Estudiantes de la UC.
–Fui uno de los pocos jóvenes democratacristianos que no se fue al Mapu. Las ideas marxistas
nunca me calentaron.
Sin titularse de abogado, comenzó a trabajar en la
Cancillería. En 1969, ingresó a la Academia Diplomática, lo que le permitiría ser destinado en 1971 a
su primer puesto en el extranjero: tercer secretario
de la embajada en Alemania.
En plena Guerra Fría, la capital alemana era Bonn,
a media hora del Mosela, el río que sirve como
espina dorsal de la producción de los riesling, la
tradicional cepa teutona.
Como las embajadas era compradoras estables
de vino, los productores del Mosela invitaban a los
dad en los vinos, pues no se habían popularizado
las técnicas modernas, como el acero inoxidable, ni
el uso excesivo de madera que llegó de California en
los años 80. Por ejemplo, los vinos griegos estaban
marcados por el uso de resinas.
En 1982 recibió una gran oferta, hacerse cargo de la dirección general de la IPS, con sede en
Roma. Implicaba olvidarse de volver a Chile, criar
hijos europeos y echar raíces definitivas en el Viejo
Continente. Con su esposa prefirieron dar un giro
total y volver al terruño a luchar contra el régimen de
Pinochet.
Martita Larraechea,
esposa del
entonces presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle, reunió
al chef Guillermo Rodríguez y su equipo luego de la
cena en La Moneda. Era abril de 1998 y la comida
había servido como broche de la Tercera Cumbre de
las Américas, con Bill Clinton haciendo de las suyas.
Larraechea reconoció ante todos que había estado muy asustada antes de la comida. Rodríguez
había preparado Caldillo de Congrio como plato de
fondo. El tradicional plato chileno era una jugada
inusual. La tradición en los actos oficiales nacionales
era servir un trozo de carne con acompañamiento o
un plato francés. Sin embargo, los invitados habían
quedado encantados y la Primera Dama se les acercó para agradecer el servicio.
Rodríguez tenía un aliado en la decisión de servir
UNA DE SUS PRIMERAS MEDIDAS COMO SUBSECRETARIO DE RELACIO
NES EXTERIORES FUE CONVENCER AL PRESIDENTE FREI DE CHILENI
ZAR LAS COMIDAS OFICIALES. “NO ES UN TEMA SUPERFLUO. UN PAÍS
CON EXCELENTES ALIMENTOS COMO EL NUESTRO, DESDE VINOS HAS
TA FRUTAS Y PESCADOS, TIENE QUE LUCIRLOS”.
diplomáticos para conocer sus viñedos y probar sus
botellas. La chispa que había provocado su suegro
con los pipeños de Chillán se convirtió en un incendio en Europa. Fernández se hizo un asiduo visitante
de las viñas alemanas. Además comenzó a conocer
los vinos del resto del Viejo Continente.
No solo el tercer secretario Fernández descubrió
que tenía talento para catar los vinos. Los dueños
de bodegas y organizadores de concursos comenzaron a invitarlo como jurado.
Eso sí, la vida le daría un serio parelé. En enero de
1974, mediante un papel dejado en su escritorio, le
informaron que había sido despedido de su puesto
en la embajada. Fernández explica que fue porque
se negó a firmar una declaración que apoyaba a la
Junta de Gobierno. El cardenal Silva Hernríquez y
Radomiro Tomic le escribieron para que no volviera a
Chile. El ministro de Finanzas alemán le recomendó
pedir asilo político y Fernández aceptó.
Luego de un curso de posgrado en Bonn, ingresó
a trabajar a la Inter Press Service, más conocida
como IPS, una agencia de noticias nacida al alero
de las Naciones Unidas y enfocada en información
sobre el Tercer Mundo. En forma paralela, Fernández comenzó escribir también de vino para varios
medios europeos. Aparte de español, habla con
fluidez alemán, francés, italiano e inglés.
–En los años 70 todavía existía una gran diversi-
caldillo de congrio: Mariano Fernández, en ese
momento el segundo de a bordo en la Cancillería.
Juntos diseñaron el menú.
Luego de cuatro años como embajador, primero
en Bruselas y luego en Roma –donde ayudó a su
amigo Carlo Petrini a lanzar el movimiento Slow
Food–, Fernández había retornado en 1994 a Chile
para ocupar el cargo de subsecretario de Relaciones
Exteriores. Una de sus primeras medidas fue convencer al Presidente Frei de chilenizar las comidas
oficiales.
–No es un tema superfluo. Las reuniones de Estado, ya sea en La Moneda o en las embajadas, son
una manera de mostrar a Chile ante gente influyente
y de generar opciones de negocios. Un país con
excelentes alimentos como el nuestro, desde vinos
hasta frutas y pescados, tiene que lucirlos. Recibimos visitas que si quieren comer cocina francesa,
van a París. No sacamos nada con tratar de imitar
algo que nunca vamos a poder hacer tan bien como
el original –dice Fernández, un Carl von Clausewitz
en versión sibarita, que a diferencia del estratega
prusiano, cree que la gastronomía y el vino es la
continuación de la política por otros medios.
La dupla Rodríguez-Fernández hizo el punto con
esa cena de 1998.
Luego nadie se atrevería a hacer comidas oficiales
sin espíritu chileno. Fernández siguió evangelizando,