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Resumen Lección Inaugural
Curso Académico 2007-2008
ECONOMIA, EMPRESA Y SOCIEDAD
Vicente Salas Fumas
Septiembre, 2007
Excelentísimo Sr. Presidente del Gobierno de Aragón, Rector Magnífico de la
Universidad de Zaragoza, autoridades, profesores, personal de administración y
servicios, alumnos de la Universidad de Zaragoza, señoras y señores.
Es un honor y motivo de gran satisfacción impartir la lección inaugural
del
curso académico 2007-2008 . En primer lugar por la solemnidad del acto académico
en el que se imparte y la distinguida e ilustrada audiencia a la que tengo la
oportunidad de dirigirme. Segundo porque me siento honrado de representar a la
Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales, entre cuyos profesores,
siguiendo el orden de antigüedad establecido, he sido designado. Esta es la cuarta
ocasión en la que un profesor de nuestra joven Facultad imparte la lección
inaugural y la primera vez que lo hace un profesor del departamento de Economía y
Dirección de Empresas al que pertenezco. El tercer motivo tiene un carácter más
personal, pues se debe del hecho de haber nacido y vivido en la población oscense
de Albelda, en la comarca de La Litera. Al darse la coincidencia de que el acto de
apertura del presente curso académico se realiza, excepcionalmente, en Huesca,
tengo la satisfacción añadida de impartir la lección en mi provincia natal.
El título propuesto para la lección, cuyo resumen voy a leer, es el de economía,
empresa y sociedad.
Tres palabra en las que se resumen los pilares que han
fundamentado mi trayectoria como profesor universitario. En la economía he
buscado el método con el que alcanzar el rigor que exige la creación y transmisión
de conocimiento. La empresa ha servido de referente empírico cuando el rigor se
complementa con la relevancia del conocimiento creado y transmitido. Finalmente,
a la hora de juzgar la relevancia de mi trabajo, he dado prioridad a las
implicaciones del mismo para el conjunto de la sociedad, por encima de las que
pudiera tener para una empresa concreta.
En unos términos algo más expresivos,
el tema de la lección inaugural es la relación interdependiente entre la empresa y la
sociedad, combinando la perspectiva histórica con el análisis de la situación actual y
aplicando los fundamentos conceptuales propios de la economía.
Atrás han quedado los años, no muy lejanos, cuando amplios sectores intelectuales
de la sociedad en general, y universitarios en particular, mostraban sin ambages su
desconfianza y recelos sobre las empresas y los empresarios. La situación es, hoy
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día, por fortuna, muy distinta. El reconocimiento de la empresa como motor del
desarrollo económico y social no se cuestiona. Una de las mayores aspiraciones de
los territorios es que en los mismos se extienda el espíritu emprendedor y surjan
nuevos empresarios innovadores.
La universidad no ha permanecido ajena a este proceso de cambio en la valoración
social de la empresa y del empresario. Aunque todavía queda mucho por hacer, las
universidades en todo el mundo, y por supuesto también la nuestra, han impulsado
gran número de iniciativas dirigidas a conseguir una universidad más cercana a la
empresa y, por ello, más cercana también a las necesidades de la sociedad. Me
permito recordar aquí, como hitos que considero importantes,
la creación de la
licenciatura en Administración y Dirección de Empresas, con un mensaje claro de
que la universidad pública quiere estar presente en la formación superior de
profesionales de la gestión empresarial. Y el esfuerzo que se está realizando con la
reforma de las enseñanzas de tercer ciclo para estar cerca de las necesidades del
mercado. En este sentido, por el bien de la pluralidad en los enfoques sobre cómo
debe conducirse la dirección de una empresa y, también, por el propio prestigio de
la universidad pública, merece la pena esmerarse para que la universidad cierre la
enorme brecha que en estos momentos la separa de las escuelas de negocios, en
cuanto a presencia activa en la formación de las elites empresariales en España.
En nuestras sociedades las empresas innovan, expanden geográficamente los
mercados, se esmeran en atender las necesidades de los consumidores, crean
puestos de trabajo, nutren con sus impuestos las arcas públicas. Pero, al mismo
tiempo, las empresas son la parte más visible de la producción que contamina; de
las diferencias en salarios y estatus social como consecuencia de la estructura
piramidal de responsabilidades y retribuciones que adopta para su funcionamiento
interno; de la discriminación en el mercado de trabajo. Las empresas cierran
plantas productivas, deslocalizan la actividad y cambian de forma abrupta las
condiciones de vida de las comunidades locales. Por último, son los nombres de las
empresas lo que nos queda en el recuerdo sobre actos fraudulentos, abusos de
poder, engaños deliberados que minan la confianza en el sistema capitalista.
Es evidente que las relaciones entre la empresa y la sociedad tiene una cara
amable y otra que no lo es tanto. Esta dialéctica entre la empresa y la sociedad ha
existido a lo largo de toda la historia de la economía moderna, aunque con distintos
matices y con mayor o menor virulencia, existe también en la sociedad actual y
continuará en el futuro. El objetivo de la lección es aportar una perspectiva
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personal como economista académico, a los términos en que se manifiestan las
complejas interdependencias entre la empresa y la sociedad.
Ciertamente la economía no es la única disciplina dentro de las ciencias sociales
que se interesa por la empresa como institución social que por su importancia y
complejidad merece ser objeto directo de investigación. Como el resto de
disciplinas sociales, la economía asume como objeto de
interés intelectual
comprender el comportamiento humano viviendo en sociedad, con una inclinación
especial por el estudio de las acciones individuales y colectivas que surgen en las
actividades de producción e intercambio. El rasgo más distintivo de la economía
como ciencia social, está en la hipótesis sobre el comportamiento human a partir de
la cual construye su cuerpo de conocimientos: la hipótesis de comportamiento
racional. Quienes, por distintos motivos, han querido criticar a la economía, lo han
hecho casi siempre cuestionando la hipótesis de racionalidad, atribuyéndole
sinónimos como: egoísmo, codicia, materialismo y culto al dinero. Sin embargo,
comportamiento racional tiene un significado más simple y más neutro en cuanto a
juicios de valor: la racionalidad económica solo exige coherencia entre preferencias
y conducta de los agentes que se relacionan entre sí. La hipótesis de racionalidad,
juntamente con algunos supuestos adicionales como cierta estabilidad de las
preferencias en el tiempo, permite a la economía adoptar el método hipotético
deductivo, propio de las ciencias puras y experimentales, cuando se trata de
producir y validar conocimiento nuevo.
El método de trabajo de los economistas académicos acerca la disciplina a las
ciencias experimentales, pero ello no significa que la economía renuncie a ser una
ciencia humana y social como lo fue en sus orígenes. Una de las razones que me
han llevado a pedir a la profesora Aurora Egido, catedrática de Literatura Española
y al profesor Luis Oro, catedrático de Química Inorgánica, que apadrinaran esta
lección, ha sido precisamente reivindicar para la Economía un espacio compartido
entre las ciencias experimentales y el humanismo.
Hechas estas consideraciones preliminares, con las que deseo que se entienda
mejor el ambiente intelectual en el que ha crecido la lección que voy a impartir, es
el momento de entrar ya en el contenido de la misma. Y voy a hacerlo con la
exposición del guión a seguir que es, a la vez, un breve avance de contenidos.
El primer apartado de la lección repasa brevemente algunos de los episodios que
han marcado la historia de la empresa moderna, hasta llegar a la situación actual.
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Esta perspectiva histórica quiere demostrar que cualquier reflexión sobre la relación
entre la empresa y la sociedad no puede, ni debe, sustraerse de una reflexión más
amplia sobre las características del modelo de organización social del que la
empresa forma parte. Primero fue el debate Capitalismo versus Socialismo;
después el debate entre modelos de capitalismo; hoy día se propone una
regeneración moral del capitalismo como sistema económico, con apelaciones a la
ética en los negocios y la responsabilidad social de las empresas.
La segunda parte de la lección tiene un contenido más conceptual. En ella la
relación entre empresa y sociedad se examina para cada una de las cuatro
situaciones que resultan de combinar la variable motivación de la conducta
empresarial con la variable de resultados que se derivan de esa conducta. La
proposición principal es que la dualidad bien / mal, que se ponía de manifiesto a
modo ilustrativo hace un momento, es consecuencia de que las ventajas para la
creación de riqueza, que ha demostrado el modelo capitalista de libre empresa,
deben balancearse con el reconocimiento de las pérdidas de bienestar a que lleva el
mercado libre en presencia de efectos externos y con la extrema desigualdad en la
distribución de la riqueza creada a que puede llevar el libre mercado. Elegir los
mecanismos que han de balancear los aspectos positivos y negativos del sistema
para que finalmente se decanten lo más posible a favor de los primeros, constituye
el reto principal de la ingeniería social. La lección propone un marco conceptual que
quiere ayudar a descifrar las esencias del problema y abrir posibles vías de
soluciones.
Finalmente, a modo de conclusiones, la lección
enumera
algunas de
las
implicaciones que de lo anterior se derivan para las empresas y para la sociedad.
En relación a las primeras, la lección advierte que el entorno empresarial podría
estar cambiando debido a que los ciudadanos dirigen hacia las empresas una
creciente demanda de virtud, en terminología del profesor americano David Vogel.
Las estrategias empresariales se adaptan a este cambio en la demanda, si bien las
reglas de juego de la competencia y el beneficio, como medida de desempeño
empresarial, permanecen intactos. El corolario de esta conclusión es que si alguien
merece el calificativo de socialmente responsable son los ciudadanos que revelan su
disposición
a
pagar
para
que
las
empresas
atiendan
causas
sociales
y
medioambientales. Resulta discutible, por tanto, la práctica habitual observada
entre las empresas de atribuirse a si mimas el calificativo de socialmente
responsables, cuando lo único que hacen es adaptarse a una nueva realidad de los
mercados. En cuanto el mensaje para la sociedad, éste se presenta más en modo
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de interrogante que de implicación; expresa la necesidad de reflexionar sobre los
posibles cambios que puede inducir en la intervención del estado en la economía y
en las actividades del estado de bienestar, la consolidación de una creciente
demanda de virtud entre los ciudadanos de los países desarrollados.
Breve referencia histórica
En los años cincuenta del siglo pasado se hizo popular la frase, pronunciada por el
entonces presidente de General Motors, “Lo que es bueno para GM también lo es
para Estados Unidos”. Contemporáneamente en el tiempo, en amplios círculos
intelectuales de Europa, incluidos los universitarios, la frase con la que se valora la
aportación de la empresa a la sociedad ofrece un balance totalmente opuesto: “la
empresa es el medio a través del cual los capitalistas llevan a cabo la explotación
de los trabajadores”. Son los años cuando la valoración social de la empresa está
absolutamente contaminada por la confrontación entre Socialismo y Capitalismo.
La caída del Muro de Berlín, a finales de los años ochenta, significa la pérdida
definitiva de un apoyo social amplio al Socialismo como modelo de organización
social. Sin embargo el final de la historia, tal como se pronosticó en aquel
momento, no se ha producido. A la confrontación entre Capitalismo y Socialismo le
sucede, a finales de los ochenta hasta avanzada la década siguiente, un debate
importante sobre las ventajas y los inconvenientes de los distintos modelos de
capitalismo: el Anglosajón, el Renano y el Japonés (China todavía no había dado el
salto hacia la economía de mercado).
Después vendrá el esfuerzo de auto-
regeneración.
Aunque no tenemos tiempo para entrar en detalles, el hecho es que entre mediados
los ochenta y mediados los noventa del pasado siglo tiene lugar un cambio
importante en la organización interna y funcionamiento de las empresas, por dos
motivos principales. El primero tiene que ver con la irrupción en la economía
mundial de una mayor variedad de formas de empresa, como resultado de la
expansión exitosa de las empresas alemanas, japonesas y del sudeste asiático por
todo el mundo. La diversidad estimula una oleada de prácticas de benchmarking
con las que las empresas tratan de averiguar qué prácticas de gestión están dando
buenos resultados económicos para las demás y considerar la posibilidad de
imitarlas. Las prácticas de gestión de las empresas (just in time, kanban, TQM,..)
japonesas (justo a tiempo, producción ligera, calidad total,..) son las más
novedosas y las que parecen dar mejores resultados, sendo también las que más
imitaciones desencadenan. El segundo factor de cambio fue el triunfo electoral del
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liberalismo conservador en Estados Unidos y en el Reino Unido, con Ronald Reagan
y Margareth Thatcher a la cabeza. A partir del convencimiento propio de que la
intervención del estado en la economía tiene más costes que beneficios para la
sociedad, deciden privatizar los monopolios de servicios públicos y aplicar recortes
al estado de bienestar. Muchos países del mundo se apuntan a este movimiento
privatizador que supone el final de la empresa pública en concurrencia.
Los estudiosos del análisis comparado de empresas consideran que entre 1985 y
1995
la
empresa
capitalista
avanza
significativamente
en
el
camino
de
compatibilizar la maximización del beneficio con un reparto más equitativo de la
riqueza entre capital y trabajo. Los trabajadores participan más que nunca en la
toma de decisiones y también en los beneficios, lo cual reduce la alineación del
trabajo y ofrece más posibilidades de autorrealización personal. En los círculos
empresariales y académicos de la época se difunde el modelo de gestión de
recursos humanos llamado de alto rendimiento, que otorga la categoría de recursos
estratégicos a los recursos humanos. En ese momento se piensa que el modelo
alcanzaría el rango de modelo universal, de manera que terminaría siendo
adoptado por la gran mayoría de las empresas; todo un logro para conseguir una
mayor igualdad de poder entre trabajo y capital en la empresa. La entrada masiva
de las TIC en la empresa aumenta todavía más el valor económico de las formas de
organización más participativas, horizontales e innovadoras.
Ya en los albores del siglo XXI, el final de la euforia de la nueva economía y del
boom tecnológico y comercial alrededor de Internet coinciden en el tiempo con el
descubrimiento de los mayores fraudes empresariales que se conocían, en ambos
lados del Atlántico. A pesar de los evidentes avances en el crecimiento de la
productividad que se consigue con la aplicación masiva de las TIC entre las
empresas se difunde la impresión de que es difícil conseguir ventajas competitivas
sostenibles con el simple uso de las nuevas tecnologías. Las previsiones sobre la
difusión entre las empresas del modelo de gestión de recursos humanos alto
rendimiento se vuelven menos optimistas pues las investigaciones ponen de
manifiesto que, en colectivos homogéneos, sólo un tercio de las empresas acaban
por implantarlos de una manera generalizada. La empresa de los países
desarrollados abandona el Taylorismo como modelo de organización de la
producción y del trabajo. Lo que en un momento se consideró un gran avance hacia
la eficiencia, aumentar la intensidad de los incentivos monetarios de los directivos
de las empresas (stock options) años después se considera la causa principal de la
falta de integridad en la conducta de los altos directivos.
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Todas estas circunstancias, unidas al estancamiento económico prolongado de las
economías Alemana y Japonesa, coloca bajo sospecha a todos los modelos de
capitalismo. Las supuestas ventajas de los modelos de capitalismo alternativos al
modelo Anglosajón se desvanecen. En estas condiciones no era fácil encontrar un
revulsivo que devolviera al Capitalismo a la senda de confianza y prosperidad que
hacía poco tiempo parecía posible. Finalmente se opta por el camino de la auto
regeneración interna del sistema apelando a la responsabilidad social de las
empresas, a una mayor transparencia en sus actuaciones y a un mayor
compromiso ético por parte de quienes deciden en su nombre.
Propuesta metodológica para el análisis de la relación empresa-sociedad
La segunda parte de la lección describe el marco conceptual propuesto para
explicar la interdependencia entre empresa y sociedad en el marco de las
contradicciones intrínsecas del Capitalismo, lo cual a su vez pretende calibrar en su
justa medida el verdadero alcance del movimiento regenerador. El primer paso es
prescindir de cualquier planteamiento simplista, blanco o negro, como ocurría hace
setenta años, y reconocer desde el principio que la empresa y la sociedad mantiene
una relación de interdependencia que es intrínsecamente compleja de desentrañar.
Precisamente porque no basta con una única forma de analizar el problema la
lección propone dividir el estudio de la empresa y sociedad en cuatro situaciones
distintas, en función de cuales sean las motivaciones de la conducta y los
resultados que se contemplan al elegir esa conducta.
Las motivaciones posibles
contempladas son dos, la motivación por el interés personal y la motivación por
obligación moral. En cuanto a los resultados se distingue entre aquellos casos
donde solo entran en consideración resultados privados y casos donde se tienen en
cuenta a la vez resultados privados y sociales.
El cruce entre interés personal y resultados privados definen un ámbito para el
estudio de la relación entre empresa y sociedad que identificamos como gestión
ordinaria del negocio; el interés personal y la consideración a la vez de resultados
privados y sociales delimitan el ámbito de la responsabilidad social estratégica; la
casilla del cruce obligación moral y resultados privados se identifica como
responsabilidad social
de la empresa según Milton Friedman; finalmente la
obligación moral y los resultados privados y sociales delimitan el ámbito de la
gestión ética. Veamos a continuación brevemente cada una de ellas.
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Empresa y sociedad desde la gestión normal del negocio
Dentro del capitalismo, la empresa cumple la función social de producir y vender
para el mercado, es decir producir bienes y servicios que serán consumidos por
personas que no participan en su producción. Esta función es necesaria porque se
opta por la división del trabajo y la especialización entre las personas, como un
medio de aprovechar mejor los recursos existentes y aumentar las oportunidades
potenciales de consumo para todos. Con la división del trabajo, la satisfacción de
las múltiples necesidades de todas las personas sólo es factible si las personas
tienen oportunidades de participar en intercambios. Al vender la producción al
mercado la empresa ofrece a otros, ajenos a la producción, la oportunidad de
satisfacer sus necesidades (lo cual la diferencia de la familia, donde también hay
especialización pero la producción se dirige a satisfacer necesidades delos
miembros de la misma).
Las condiciones para que la empresa capitalista cumpla con eficacia la misión de
producir lo que el mercado demanda y al menor coste, fueron ya enunciadas por
Adam Smith, el fundador de la economía moderna hace ya más de dos siglos. Se
trata de las condiciones que garantizan que, cuando las empresas toman decisiones
poniendo en relación los beneficios y costes privados en que incurren, llegan a los
mismos resultados que si la decisión se hubiera tomado poniendo en relación los
beneficios y los costes para el conjunto de la sociedad. Por tanto para que se ponga
en duda la correcta relación entre empresa y sociedad bajo la gestión ordinaria de
los negocios, debe ocurrir que en la decisión concurren factores que abre una
brecha entre lo individual y lo socialmente deseable. La economía ha identificado
dos factores que llevan a esa situación:
la existencia de efectos externos y las
consideraciones distributivas.
Los efectos externos o externalidades ocurren en situaciones donde las actuaciones
de los agentes que responden al interés particular, generan un output que
repercute en el bienestar de otros agentes, que los precios de mercado no recogen.
Las externalidades son positivas, por ejemplo una empresa realiza actividades de
I+D y parte del conocimiento nuevo que se genera revierte libremente al mercado
siendo aprovechado por otras empresas sin pagar a cambio pecio alguno. O
negativas, cuando una empresa contamina el medio ambiente o consume recursos
naturales no reproducibles, afectando a las oportunidades de bienestar de las
generaciones futuras, e ignora esas consecuencias en los cálculos de los costes
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corrientes. La racionalidad individual predice que las personas revelarán de forma
oportunista una disposición a pagar nula por los bienes de cuyo consumo no
pueden ser excluidos; si el coste de producción de los bienes es positivo la decisión
individualmente racional es dejar de producirlos, cuando desde el punto de vista
social es recomendable una producción positiva.
Las consideraciones distributivas tienen que ver con el hecho bien conocido de que
la eficiencia con la que se asignan los recursos en el mercado sólo se mide en
términos de cantidad de riqueza creada; la equidad no entra en las valoraciones de
la performance del sistema. Determinadas asignaciones eficientes de recursos
pueden llegar a ser cuestionadas socialmente si la sociedad entiende que el reparto
de la riqueza creada no es justo o equitativo, de acuerdo con estándares
socialmente aceptados. Consideraciones sobre cuál debe ser el salario mínimo; cuál
es la diferencia socialmente aceptable entre los salarios más altos y más bajos en
una empresa; cuáles son las condiciones mínimas de trabajo que deben asegurarse
a los trabajadores de países menos desarrollados; cuáles son los mínimos para
poder hablar de una vida digna para las personas,..., entran dentro de las
consideraciones de equidad bajo las que también se juzga la performance del
capitalismo.
El reconocimiento de los efectos externos y las consideraciones distributivas han
estado presentes tanto en la teoría económica como en la práctica social durante
muchos años especialmente en los países desarrollados. La respuesta teórica y
práctica ante ellos ha sido la intervención externa, sobre todo la intervención
autoritaria del estado democrático.
Responsabilidad social estratégica
Desde el punto de vista empresarial, la brecha entre interés particular y social
significa que, bien sea por la intervención del estado o por otra causa, su relación
con el entorno se desarrollará a partir de ahora en el doble ámbito del mercado y
del no mercado. La empresa seguirá motivada por el beneficio privado, pero tendrá
que tomar decisiones considerando a la vez los resultados privados y los resultados
sociales de las mismas. Estamos, por tanto, en la casilla donde la relación entre
empresa y sociedad se estudio bajo el epígrafe general de la responsabilidad social
estratégica de las empresas (RSE). La responsabilidad social estratégica incluye, en
un primer estadio, las repuestas de las empresas a la intervención del estado en la
economía, cumpliendo leyes y regulaciones, pagando impuestos, y también
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ejerciendo actividades de influencia para frenar regulaciones y reducir las cargas
fiscales.
Si es el estado en quien recae la responsabilidad de defender los intereses
generales, asumiendo poderes para intervenir regulando la actividad económica y
estableciendo un sistema impositivo, ¿porqué, como hace la ONU o el libro verde
de las CCEE se pide a las empresas que reconozcan voluntariamente las
consecuencias sociales y medioambientales de sus actuaciones, es decir que sean
socialmente responsables? La respuesta creemos que tiene que ver con la
globalización de la actividad económica y, posiblemente también, con los reiterados
escándalos empresariales que ya no solo giran alrededor de los mercados bursátiles
sino que, como vemos en estos días, se reproducen también en los mercados de
deuda.
La globalización de la actividad económica ha supuesto la expansión de la actividad
productiva, por parte de las empresas, hacia países cuyos estados no quieren o no
pueden
defender intereses generales de los ciudadanos. Algunos comentaristas
han relacionado la deslocalización de la actividad productiva desde países más
desarrollados a otros menos desarrollados con el hecho de que las regulaciones y
los impuestos aumentan los costes efectivos de producir en los primeros y, a pesar
de otras limitaciones, resulta ventajosos desplazar la producción a los segundos,
menos regulados y sin carga fiscal. Donde no hay estado, y si lo hay es débil o es
corrupto, no habrá regulación ni tampoco impuestos y, por tanto, las empresas no
se ven forzadas a interiorizar efectos externos ni a compartir la riqueza creada.
Las
prácticas
empresariales
en
los
países
menos desarrollados
donde las
multinacionales instalan su producción, no han pasado desapercibidas a los
organismos internacionales ni tampoco a los ciudadanos de los países desarrollados
informados
puntualmente
de
ellas
por
las
ONGs.
En
este contexto debe
interpretarse la petición del Secretario General de las Naciones Unidas Koffi Annan,
en Davos – 1999, a las grandes empresas multinacionales, de que sean
socialmente responsables en sus relaciones con los ciudadanos de los países en vías
de desarrollo. La petición tiene un eco social importante y, juntamente con otras
similares, como la publicación del libro verde de la RSC por parte de las
comunidades europeas, finalmente se consigue una sensibilidad generalizada entre
muchos ciudadanos de los países desarrollados, acerca de los efectos externos que
resultan
de
la
deslocalización
productiva:
entre
ellos
la
deforestación,
la
contaminación ambiental, el agotamiento de los recursos naturales, la pérdida de
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biodiversidad, etc. Estos efectos no solo influyen negativamente en la calidad de
vida en los países en desarrollo, sino en la de todo el planeta. La explotación del
trabajo infantil, las condiciones de higiene y seguridad en el trabajo, los bajos
salarios y las largas jornadas,..., extienden las sensibilidades a consideraciones
distributivas.
Puede afirmarse, por tanto, que la globalización de la actividad económica convierte
en un fenómeno global la preocupación por los efectos externos y distributivos de la
misma. Si nos guiamos por la experiencia histórica, la respuesta ante estos hechos
debe ser la intervención externa a través de una institución con poder global para
que actúe de forma similar a como han actuado los estados nacionales en cada uno
de los países desarrollados. Sin embargo, hasta el momento, no ha sido así.
Lo
que se aprecia a través de la observación de la realidad, es un activismo creciente
de los ciudadanos del mundo, sobre todo los de los países más ricos, implicándose
en causas sociales y medioambientales que tiene lugar dentro y fuera del propio
país. David Vogel describe una parte de este fenómeno señalando que, entre los
ciudadanos del mundo, se está revelando una demanda de virtud en las relaciones
que los ciudadanos mantienen con las empresas como consumidores (por ejemplo
con la disposición a pagar un precio mayor por un coche menos contaminante),
como trabajadores (disposición a aceptar un salario más bajo por el mismo trabajo
si la empresa se implica en la redistribución de la riqueza), como inversores
financieros (preferencia por los llamados fondos éticos para una igual o menor
rentabilidad). La demanda de virtud se revela, a veces, a través de intermediarios
(supuestamente por razones de eficacia), por ejemplo cuando las personas donan
tiempo o dinero a una ONG porque se adhieren a la causa social o medioambiental
que esa ONG defiende.
La RSE ya no es sólo una respuesta a la intervención dele estado en la economía.
Incluyen también al conjunto de objetivos y estrategias con los que las empresas
responden de forma coherente y competitiva a las demandas de virtud que reciben
de los ciudadanos con los que se relacionan por su condición de consumidores,
trabajadores e inversores financieros.
La diferencia entre RSE y lo que se ha
denominado gestión normal del negocio, está en que la primera, cuando se eligen
las estrategias competitivas se toman en consideración a la vez resultados privados
y sociales; en la gestión ordinaria del negocio, en cambio, solo cuentan los
resultados privados y no existen consideraciones distributivas.
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La conducta como respuesta a una obligación moral
En la situación que hemos identificado como responsabilidad social estratégica, las
empresas reconocen las consecuencias sociales de sus acciones sin que medie
ninguna obligación moral o consideración ética en la motivación que mueve su
conducta.
En la tipología de situaciones propuestas para el estudio de las
relaciones entre empresa y sociedad, existe un espacio para el comportamiento que
responde a obligaciones morales interiorizadas por las personas. Inicialmente nos
referimos a la doble situación de la responsabilidad social de la empresa según
Milton Friedman y de la gestión ética, según que la obligación moral se vincule sólo
con los resultados privados o, por el contrario, se vincule a la vez con resultados
privados y sociales. Para abreviar la exposición nos referiremos a las dos
simultáneamente.
El debate entre los comentaristas defensores y detractores de la RSC es habitual
que en algún momento traiga a colación la opinión del prestigioso economista y
premio Nobel Milton Friedman sobre cuál es la verdadera responsabilidad social de
las empresas. En frase ampliamente citada Friedman afirma que la verdadera
responsabilidad social de la empresas está en actuar de acuerdo con el objetivo de
hacer máximo su beneficio para los accionistas, con el respeto debido a la ley y las
costumbres sociales. Friedman justifica esta afirmación apelando a razones
económicas y a razones morales. Las primeras se basan en uno de los resultados
teóricos mas importantes sobre condiciones de eficiencia en una economía de
mercado con división del trabajo:
las empresas se especializan en producción y
dejan las decisiones de consumo para el empresario/ accionista a quien retribuyen
con los dividendos. Cuando una empresa destina parte de sus beneficios a acción
social, está tomando decisiones que pertenecen a la categoría de decisiones de
consumo y, por tanto, actúa de forma contraria a lo que la regla prescribe. La regla
se respeta pagando los beneficios a los accionistas en forma de dividendos para que
sean ellos quienes decidan el reparto de la renta entre consumo propio y ajeno.
Desde la moral, Friedman critica a los directivos de las empresas que destinan
beneficios a financiar acciones sociales, porque esto significa que están decidiendo
sobre el destino final de algo que no le pertenece y para lo que no están
autorizados legalmente. Friedman escribe, -La gran virtud de la empresa privada en
competencia es que obliga a las personas a ser responsables de sus actos y hace
difícil que unos puedan explotar a otros por razones interesadas o no interesadas.
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Las personas pueden hacer el bien pero solo a su cuenta y riesgo (1970). La misma
lógica se aplica a criticar la intervención del estado en la economía porque entiende
que con ello se coarta la libertad individual. En cambio, Friedman no pone ninguna
objeción moral a que cualquier persona, voluntariamente, decida dedicar los
recursos de su patrimonio personal a actuaciones filantrópicas o caritativas de
cualquier tipo, ni tampoco a que se responda a la demanda de virtud a través de
acciones en el mercado siempre que sea bajo el objetivo de hacer máximo el
beneficio. (Friedman y otros economistas liberales llaman hipócritas a
empresas que responden a demandas de virtud porque esperan
las
aumentar su
beneficio actual o futuro, por ejemplo mejorando la reputación o imagen
corporativa).
Para comprender mejor la posición de los economistas liberales sobre la
responsabilidad social de las empresas, hay que tener en cuenta los tiempos en que
escriben sobre esta cuestión, años sesenta del siglo pasado. Fue en su famoso libro
sobre el capitalismo corporativo cuando los economistas americanos Berle y Means
se preguntan, en los años treinta, qué cabe esperar sobre la conducta de las
grandes corporaciones financiadas por muchos y pequeños accionistas y dirigidas
por profesionales de la gestión. Después de barajar distintas alternativas, Berle y
Means dicen que lo mejor que pueden hacer los directivos de estas empresas es
gestionarlas bajo el objetivo de hacer máximo el bienestar conjunto de todos los
interesados. como objetivo para sus decisiones hacer máximo el bienestar general
de los ciudadanos. La propuesta obtiene un amplio apoyo entre la “tecnoestructura”
de la época.
La opinión de Friedman sobre la RSC debe entenderse como
una
oposición frontal a esta propuesta, que considera contraria a la eficiencia y a la
moral del capitalismo.
Pero hay muchas empresas donde el empresario ejerce a la vez de director y de
capitalista, financiando las inversiones con aportaciones de capital procedentes de
su patrimonio personal. Este empresario es una persona susceptible de revelar
unas preferencias por la virtud similares a las de cualquier otra persona. Una vez
funcionando, la empresa en cuestión puede atender intereses sociales en sus
actuaciones, revelando una oferta de virtud sostenida por convicciones personales
éticas o morales del empresario propietario. La situación descrita, dentro del
esquema conceptual propuesto se adscribe en la casilla que hemos llamado gestión
ética. La gestión ética se distingue de la RSE porque la atención a los objetivos
privados y sociales se acompaña de una motivación por obligación moral. Mientras
que se distingue de la ética liberal, a la Friedman, en que no se plantean objeciones
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a que el bien último al que se aspira pueda requerir algún tipo de limitación externa
a la libertad individual.
La gestión ética incluye como caso particular el emprendimiento social. Los
emprendedores sociales son personas físicas que crean una persona jurídica, con o
sin ánimo de lucro, para asumir expresamente causas sociales, exclusivamente o
en combinación con prácticas comerciales similares a las que realizan empresas que
se mueven por el beneficio privado. El emprendedor social anticipa una rentabilidad
económica para los recursos invertidos en la actividad de la empresa, incluido los
servicios de su trabajo, inferior a la que podría conseguir renunciando a objetivos
sociales; sin embargo acepta voluntariamente la pérdida de oportunidad porque
considera que está suficientemente compensada con los beneficios intangibles que
le reporta hacer el bien. El emprendimiento social puede adquirir muchas formas y
puede hacerse compatible incluso con la cotización en bolsa de la empresa.
La creación de la fundación Bill y Melinda Gates, dotada con grandes cantidades de
recursos provenientes del patrimonio personal de los Gates, ha llamado al atención
de la opinión pública sobre la importancia que puede adquirir el mecenazgo privado
para atender causas sociales (en este caso ayudar a disminuir la pobreza, en
sentido amplio, en el continente africano).
La noticia del reciente fallecimiento de Anita Roddick, la fundadora de la empresa
de cosmética Body Shop nos trae el recuerdo de la persona que se ha considerado
pionera en el emprendimiento social y en la aplicación de la responsabilidad social
corporativa a partir de unas fuertes convicciones personales. Alcanzada su
madurez, Body Shop salió a cotizar en bolsa sin fricciones insalvables para que
Anita Roddick continuara dirigiendo la empresa de acuerdo con su ideario personal.
El emprendimiento social no es, por tanto, incompatible con la cotización en bolsa.
Los pasos a seguir para evitar posibles conflictos entre el buen gobierno corporativo
y la adhesión a las causas sociales son muy simples. Supóngase una persona que
funda una empresa y la dirige de acuerdo a unas determinadas convicciones
morales que llevan consigo la participación activa en acciones sociales. Pasado un
tiempo,
el
empresario
fundador
decide
que
la
empresa
cotice
en
bolsa,
manteniendo todo o parte del apoyo a la causa social que ha defendido mientras
era una empresa personal. El emprendedor social anuncia en el folleto de salida a
bolsa que los estatutos de la sociedad incorporan una cláusula por la cual la
empresa participará en determinadas causas sociales financiándolas con un
porcentaje preestablecido de sus beneficios anuales. Los accionistas que acuden a
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la oferta pública de venta conocen esa circunstancia y la tienen en cuenta en el
cálculo del valor descontado de los dividendos que esperan recibir, es decir en la
determinación del precio que van a pagar por las acciones. El precio resultante es
menor que el que se obtendría con un dividendo social igual a cero. Puesto que el
precio de salida a bolsa es lo que determina la contrapartida monetaria del
empresario que vende las acciones, el descuento en el precio de salida como
consecuencia del dividendo social es el coste de oportunidad por el compromiso de
la empresa con las causas sociales.
Los accionistas externos no tienen nada que objetar, por ejemplo en términos de
que la acción social impide hacer máximo el valor de mercado de las acciones
porque la acción social es parte de las restricciones bajo las que opera la empresa,
no de su función objetivo. Además en el momento de salir a bolsa ya se descontó
del precio esa restricción adicional. Otra cosa distinta es que la empresa sea
atractiva de cara a una posible oferta de compra que se plantee cambiar los
estatutos, eliminar el compromiso con la acción social y aumentar los dividendos
repartidos entre los accionistas. La protección efectiva frente este tipo de ofertas de
compra pasa porque la empresa atraiga hacia su accionariado a inversoresaccionistas que comparten los objetivos sociales y están dispuestos a renunciar a
una rentabilidad financiero a cambio de la continuidad de los mismos.
La motivación por el bien como fin último (ética) condiciona la conducta de las
personas con capacidad para decidir sobre los recursos de la empresa, ya sean
empresarios fundadores o directivos profesionales contratados. Anita Roddick
escribía no hace mucho en el Financial Times, “Los empresarios son intrusos. Son
personas que imaginan las cosas como podrían ser, no como son, y tienen en sus
manos las riendas para cambiar el mundo”. Y añadía “todas ellas son cualidades
que no enseñan las escuelas de negocios”.
Cuando quien ostenta la máxima
autoridad en la empresa es un directivo profesional, sin apenas participación en la
propiedad de la empresa, la relación entre ética personal y comportamiento de la
empresa es más complicada de delimitar. Es de esperar que el directivo, como
cualquier persona, tenga sus propias convicciones morales y rechace trabajar para
una empresa cuyas actividades sean contrarias a esas convicciones. Los conflictos
pueden aparecer una vez aceptado el puesto o incluso alterarse como consecuencia
de cambios organizativos y/o en el sistema retributivo. El texto escrito de la lección
analiza con detalle cómo un cambio en el sistema de incentivos de los directivos de
una empresa puede aumentar considerablemente el coste de oportunidad del
comportamiento
ético.
El
análisis
permite
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comprender
mejor
porqué
una
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competencia más intensa en los mercados puede derivar en una menor integridad
de la conducta empresarial.
Digamos para finalizar este apartado, que la oferta de virtud y la gestión ética
puede derivar también en mayores beneficios económicos, si determinados
segmentos de mercado encuentran en la oferta de la empresa la forma de
satisfacer sus demandas de virtud. Body Shop ha sido una empresa con una
clientela fiel que ha recompensado el proyecto empresarial con rentabilidades
superiores a las del resto de competidores en el mercado. Esto fue así hasta que
estos competidores respondieron con una estrategia de responsabilidad social
imitando las propuestas de Body Shop. Aparentemente el mercado no diferencia
entre acciones sociales que responden a la RSE y las que responden a una
obligación moral.
Conclusión
La disertación sobre economía, empresa y sociedad les propone como marco para
el estudio de la relación entre empresa y sociedad la dialéctica entre el bien y el
mal que, como en muchas actividades humanas, está presente en el sistema
capitalista como modelo de organización social. El capitalismo, y el modelo de
empresa sobre el que se fundamenta, ha demostrado con creces su capacidad para
crear riqueza, superior a la de cualquier otro sistema conocido. Sin embargo, el
capitalismo, hasta la fecha, no ha conseguido que los precios que se forman en los
mercado midan correctamente la riqueza social creada en todas y cada una de las
actividades de producción e intercambio. Tampoco ha evitado que la distribución
de la riqueza sea extremadamente desigual. Tal vez es el menos malo de los
sistemas de organización social, pero es indudable que para muchas personas
ofrece notables oportunidades de mejora.
Hasta hoy, la Economía como disciplina académica ha respondido a los fallos del
mercado ayudando en el diseño de instituciones privadas que reducen los costes de
transacción
(siguiendo los pasos marcados por el teorema del coste social de
Ronald Coase) y dando soporte normativo a la intervención del estado en la
actividad económica, orientando las políticas públicas que pretenden ayudar en la
correcta alineación intereses privados y colectivos.
Aunque no sabemos muy bien todavía porqué ocurre (en la lección se apunta al
agrandamiento de las distancias entre beneficios sociales y privados que resulta de
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una globalización, a la falta de una autoridad global mimética con los estados
nacionales y a la elevación de la renta media de los ciudadanos en los países
desarrollados), en los últimos años aparecen señales que apuntan hacia una mayor
eficacia del propio mercado en interiorizar beneficios y costes sociales y en atender
objetivos distributivos. La lección resume este fenómeno en la evidencia de una
creciente oferta y demanda de virtud que hacen visible los ciudadanos en sus
múltiples relaciones con las empresas. Las empresas, por su parte, responden
competitivamente a ese fenómeno dando cuerpo a lo que se ha denominado RSC,
terminología que la lección cuestiona proponiendo en su lugar RSE o incluso gestión
ordinaria del negocio.
Queda mucho por hacer en la valoración del verdadero alcance, profundidad y
persistencia de la demanda y la oferta de virtud, que choca con hipótesis sobre las
preferencias de los agentes económicos que acostumbran a utilizarse en los libros
de texto de la disciplina. El altruismo y la solidaridad no son temas ajenos a los
economistas ortodoxos, pero desde la evidencia empírica no sabemos si se está
ante un cambio profundo en el paradigma económico dominante o si, por el
contrario, lo que advertimos como demanda y oferta de virtud son casos aislados,
magnificados por la alta atención mediática que reciben.
Cada persona tendrá su propia opinión sobre si el auge de la RSC y la defensa de la
ética en los países desarrollados, en los últimos años, hará innecesarias las actuales
vías de intervención del estado en la actividad económica y en la distribución de la
riqueza o si estamos ante un capitalismo de escaparate donde las contradicciones
profundas entre interés privado y social, entre eficiencia y equidad, entre ética y
competencia, permanecen intactas. Personalmente, como les ocurrirá a muchas
personas, percibo claros y oscuros Por un lado, el aumento de la renta en los países
desarrollados, la convicción cada vez mayor de que la sostenibilidad del planeta
está amenazada, son factores que invitan al optimismo. Por otro, me resulta
contradictoria la adhesión ciega a la RSC de algunas empresa, con el empeño que
ponen en reducir la factura fiscal, cuando desde la obligación moral un euro de
impuestos debería ser equivalente, al menos, a un euro en acción social que realiza
la propia empresa. Lo mismo podríamos decir sobre la conducta de muchas
personas físicas.
La recomendación que se impone es de prudencia. Creo que los merece la pena
seguir trabajando en el camino de conseguir una autoridad supranacional que
defienda intereses generales de alcance global porque las amenazas sobre la
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sostenibilidad del modelo económico que tenemos son serias y requieren la
colaboración de todos. Creo además necesario seguir trabajando en mejorar la
eficacia de la intervención del estado en la economía dentro de las economías
nacionales y sobre todo la eficacia del estado de bienestar. La filantropía y la
caridad privada van a presentarse como alternativas para abordar causas
distributivas de la riqueza y por tanto como competidoras de la intervención del
estado en esa tarea. Aunque no hay que renunciar a ninguna posibilidad de
colaboración coordinada que se presente entre el estado, en representación de la
sociedad, y la empresa, cuya capacidad para gestionar proyectos complejos está
más que demostrada, nos parece importante que esa colaboración se plantee con
unas premisas claras sobre lo que se espera de cada uno: el estado defiende los
intereses generales y la empresa responde competitivamente a las demandas que
desde los diferentes mercados le trasladan los diferentes grupos de interés. La
empresa debe seguir fiel a su misión fundamental de contribuir a la especialización
y el intercambio, dejando la iniciativa sobre la fijación de las prioridades sociales al
conjunto de los ciudadanos que interaccionan con ellas en los distintos mercados y
también fuera de ellos sobre todo a través de los procesos de acción política.
Muchas gracias por su atención.
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