Download Este indio, Dasan Arjan Dangar, se jacta Oe poseer la barba más

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Transcript
4
<7
Este i n d i o , D a s a n Arjan D a n g a r , s e j a c t a
Oe p o s e e r l a b a r b a m á s l a r g a d e l m u n d o .
.1
S de suponer que los primitivos liabitantes del planeta fueron todos —todos
los hombres, naturalmente— barbudos y
melenudos, por la sencilla razón de que
no c s probable que dispusieran d e instru­
mentos para cortar cl pelo y menos pro­
bable aún que hubieran pensado en supri­
mir o acortar aquello que les daba la na-
E
n r«y • • l r l « « a r d M á p « l e 11
e e a au» i M r m a M a . p o « -
tlxaa y r u a d a s
barbas.
Tanf»"."
«=2"«>C'««o por s u s e n e m i g o s , L u t e r o , d u rante sus luchas, llevaba puesta una barba p o s t f " .
la muerte. Y aun tioi|,
entre los sacerdotes maronitas, no hay castigo
más cruel que ser despojado de la barba.
Los que más estimaban
este adorno de la fisonomía eran los árabes,
los cuales se la perfumaban y tenían la costumbre de besársela unos
a otros a modo de saludo y como demostración
de amistad y respeto.
Los egipcios eran, entre los orientales, los
únicos que no se dejaban
crecer la barba. Sólo
los nobles y los reyes
lucían una barbilla puntiaguda, pero no natural,
sino postiza.
También los a s i r l o s
llevaban barba artificia!,
con rizos que formaban
. a i l e I n c l á n , el
caprichosos dibujos. Pefamoso barbudo,
v i s t o p o r Sirio.
ro esta poblada barba
p o s t i z a iba sobre otra
natural, larga y estrecha como un mechón. Los pueblos del norte de Europa, asi
como ios primitivos helenos y algunos otros, constituían excepciones cn el uso de la barba tan extendida por cl planeta. En la parte septentrional de nuestro continente se han
descubierto pinturas rupestres demostrativas de que aquellas razas, en la edad de bronce, eran enemigas de llevar
el rostro cubierto de pelos, ñdcmás, se han hallado instrumentos que se supone fueron los precursores de las navajas de afeitar. De modo que la costumbre moderna, tan
generalizada cn el mimdo, de llevar cl rostro rasurado, no
es una novedad como las actuales juventudes pretenden orguUosamente.
En Grecia, posteriormente a la entrada de los helenos, se
adoptó la barba como noble adorno y signo de virilidad g
valor. En Esparta se castigaba la cobardía cortando al cobarde una parte de la barba.
Pero en aquellos pueblos las barbas eran sólo atributos
de hombres de edad madura. Por eso a ñ p o l o lo representaban sin barbas y a Hércules barbudo. Alejandro M a g no introdujo la costumbre de afeitarse, la cual se impuso
plenamente después de ciertas luchas entre los partidarios
y los enemigos de la innovación. De tal modo arraigó la
costumbre, que el pueblo ridiculizó a los adeptos a cierta
escuela filosófica por el mero hecho de que seguían luciendo
una poblada e inculta barba. La divulgación del afeitado
dio lugar a la creación de las barberías, que fueron centros
de reunión de los desocupados g, pgr lo tanto, lugares de
H o c k e f e l l a r . a l o s 36 a ñ o s , u s a b a e s t a s
p a t i l l a s q u e e n a q u e l t i e m p o h a d a n furor.
turaleza. Lo cierto es qu¿ posteriormenle —un «posiciiormcnte» también
muy remoto— el uso de la barba estaba tan generalizado, que el que
no la llevaba constituía una excepción. Sin duda, se consideraba un
signo de masculinidad, algo asi como una prenda de vestir propia de
los hombres y cuya ausencia podía interpretarse como afeminamicnto.
En este concepto la tenían los antiguos pueblos del occidente asiático,
que además la consideraban un símbolo de fuerza y un adorno sagrado. Cortarla constituía un castigo tan duro que muchos preferían
T o l l t r a i d r á Ü t e s d * la S o c U d a d G a n a r d I d » P u b I t e a c l o n M , c a l i * B o r r . l l ,
•
núm. 1 4 3 - 1 4 9 , Barcelona
Las barLoa
Balbo
dV
DIVULGACIÓN
CIENTÍFICA
ESTRELLAS Y PLANETAS
SINGULARES
Pease y ñndcrson, han aplicado este procedimiento a
la determinación de los diámetros aparentes de las estrellas rojizas de primera
magnitud, entre ellas Betelgeuse, de la constelación de
Orion; Arcturo, del Boyero,
y flntares, del Escorpión.
Para Belelgeuse resulta un
diámetro aparente de 0"047.
Adoptando como
paralaje
de esta estrella 0"017, se
obtiene un diámetro que
equivale a 2,7 veces la distancia que separa la Tierra
del Sol, lo que representa
trescientos diámetros solares, o a un volumen veinti-
siete millones de veces superior al del Sol.
Conforme se ve, nuestro astro central, ante
tales grandiosidades, queda reducido a un
pigmeo, por más que su volumen equivale
a un millón trescientas mil veces el de la
Tierra.
Para Arcturo se ha encontrado un diámetro aparente de 0"021, por lo cual, si admitimos una paralaje de 0"095, su diámetro es veintiocho veces superior al del
Sol. En cuanto a Antares, su diámetro aparente resulta ser de 0"MO. Suponiendo su
paralaje igual 0"023, su diámetro será
doscientas veces superior al del Sol y su
volumen ocho millones de veces mayor.
(Ahora bien, se ha demostrado por la
observación y aún por la teoria, que las
masas de las estrellas no son nunca enormemente superiores a la del Sol. Podría-
Orblta de la e s t r e l l a c o m p a ñ e r a de S i r i o .
innumerables soles que graLlasOSvitan
en el Universo muestran
características más extremas.
Pudiéramos decir que nuestro Sol
ocupa el término medio de esos j
matices infinitos. No hace más
que dos tercios de siglo, cuando
Secchi estableció por primera vez
su escala cósmica estelar a base
de los caracteres espectrales, que "j
pudo venirse en conocimiento de i
la diversidad de temperaturas de
las estrellas y, como consecuencia,
de su edad relativa, lo cual estableció una diferencia bien marcada entre una estrella blanca
azulada, como Sirio, en plena uventud, y ciertas estrellas ra as
que pud eran considerarse llegadas a su edad decrépita. Pero,
en aquella época, jamás pudo
creerse que dentro de menos de
un siglo otras investigaciones, siguiendo nuevos caminos, descubrieran maravillosos
panoramas
entre esas mirladas de estrellas
y mundos que gravitan en el Universo s i n limites.
N o cejó por ello en sus investigaciones el análisis espectral.
Aumentó, además, la potencia de
los instrumentos, y la fotografía
fué constituyendo un valioso auxiliar de los estudios espectroscópicos. Por otra parte, diversas
consideraciones teóricas, perfectamente confirmadas por la práctica, han enriquecido nuestros conocimientos con revelaciones inesperadas. Una de las aplicaciones
modernas y más interesantes de la
óptica ha sido la medición directa del diámetro aparente de las
estrellas. Gracias a diversas consideraciones, apoyadas en el fenómeno de la difracción de la
luz y que aqui no es posible desarrollar, cabe la medición de
esos pequefiísimos diámetros aparentes. Ahora bien, se comprende
sin esfuerzo que si conocemos el
diámetro aparente de un objeto
y su distancia a nosotros, podremos calcular el diámetro lineal
de dicho objeto y, por lo tanto,
de una estrella cuando conozcamos su distancia y su diámetro
aparente.
Diversos astrónomos, entre ellos
Un p e q u e ñ o s a l t o q u e d i é r a m o s
núsculo planetoide nos llevarla
Y TÉCNICA
e n la s u p e r f i c i e de un m i a un l(ildii\etro de a l t u r a .
DIVULGACIÓN
ClENTÍflCA
mos admitir que la
masa máxima de las
mismas es del orden
de un centenar de veces superior a la da
nuestro astro central.
Nada tan fácil, entonces, como deducir
la densidad máxima
de estas estrellas gigantes, densidad que
indudablemente
será
millones de veces inPig.
ferior a la del aire
178
que respiramos. Podriamos, pues, penetrar en el interior de
Betelgeuse sin encontrar la menor resistencia; bien podemos decir, por consiguiente, que tales estrellas son, en realidad, estrellas nebulosas.
Y TÉCNICA
Hubo un tiempo, y de esto no hace muciios años, en que fué creencia general entre los astrónomos que las etapas cósmicas de las estrellas se sucedían en la siguiente forma: estrellas jóvenes, blancas
azuladas y de elevada temperatura; estrellas amarillentas, de temperatura inferior
y, por consiguiente, de edad más avanza-
^I-TRAE
por su pequenez, se
las denomina enanas.
Como se ve, según la
opinión corriente, las
coloraciones se repiten; o, en otras palabras, las estrellas
son rojizas en sus
primeras y ú l t i m a s
edades.
Pero no son éstas
las únicas categorías
que existen de estrellas. Se presenta también un caso especial:
el de las llamadas
«blancas enanas,
y
de las cuales existen
pocos ejemplares conocidos. Uno de ellos,
y tal vez el más notable, es la estrella
compañera de Sirio.
Es sabido que esta
rutilante estrella, la
más brillante del Cielo, es doble; es decir, que forma siste-
G ORIONIS (El Trdpezic)
«yi,
IWÍ.-
ruó..'"'
i (lío
i ftrr
90'
2.70':
.•••''lUO
Órbita de la e s t r e l l a doble 'TO O p h l u c h U .
VANOROHEDAE
A s p e c t o t e l e s c ó p i c o tfe l a s e s t r e n a s m ú l t i p l e s : E , de Lira; O, de O r i o n , y
da; estrellas anaranjadas y rojizas, de más
edad y de temperatura inferior; en fin, estrellas rojas rubí, que se hallarían ya cn
su ancianidad.
ñctualmentc la opinión general ha cambiado bastante y en la siguiente forma:
estrellas gigantes, jóvenes, de coloración
rojiza y de temperatura relativamente poco elevada. Entran en esta categoría las
estrellas nombradas más arriba. Siguen,
luego, las estrellas blancas, de menor diámetro y mayor temperatura. Después, las
blancas azuladas, a las que les corresponde
la máxima temperatura y que se hallan cn
su edad adulta. Estrellas amarillentas, que
es el caso de nuestro Sol, con temperatura
decreciente y menor diámetro. Estrellas
otra vez rojizas, de edad avanzada y cada
vez de menor diámetro. En fin, estrellas
rojas y rojo obscuras, que corresponden a
las últimas etapas de la vida estelar y que
1M5
Andrómeda.
ma fisico con otra estrella mucho menos
luminosa que ella y que gira alrededor del
centro de gravedad del sistema en poco
menos de cincuenta años y a una distancia igual a la que separa el Sol del planeta Urano.
Estas características, en si mismas, no
tienen nada de sorprendente, puesto que
sc repiten con alguna frecuencia. Pero no
ccurre lo mismo por lo que se refiere a
la masa de la estrella compañera. En efecto, esta masa es, desde luego, considerable, por cuanto da lugar a perturbaciones
muy sensibles en el movimiento propio de
la estrella principal, o sea Sirio; y son
tan notables estas perturbaciones que permitieron al astrónomo Bessel, antes del
descubrimiento óptico de la compañera,
suministrar los elementos necesarios para
el cálculo de su órbita alrededor del centro de gravedad del sistema, cálculo que
llevó a efecto Peters. Hay que consignar
que la estrella pequeña es de 8,5 magnitud y, por consiguiente, unas diez mil veces menos brillante que Sirio, lo que, cn
principio, podria hacer creer que su masa
es incomparablemente menor que la de la
estrella principal.
Pero hay más. El estudio del espectro
de dicha estrella satélite demostró por sus
características especificas que no era un
planeta de Sirio que brillara con luz reflejada, sino un sol cuya temperatura cn
la superficie era de unos ocho mil grados.
Rhora bien; la única manera de explicar
esta elevada temperatura, al propio tiempo que el escaso brillo del astro, consiste
en suponer que éste es muy pequeño; es
decir, que consiste en una estrella blanca
enana y cuyo diámetro equivale, aproximadamente, y según determinadas consideraciones, a tres veces el de la Tierra.
Admitiendo estas premisas, cuyo valor
teórico no es posible discutir aqui, es fácil
calcular cuál debe ser la densidad de este
astro excepcional. Hechos los cálculos, resulta que dicha densidad es ¡cincuenta u
cinco mil veces superior a la del agua!
En esta forma, un centímetro cúbico de
la materia que constituye dicha estrella
pesaría cincuenta y cinco kilogramos trasladada sobre la Tierra. Pero no es esto
todo; la intensidad de la gravedad en la
superficie de dicha estrella es treinta y
cinco mil veces superior a la de la Tierra,
flsi resultaría que el peso de un centímetro
cúbico de materia colocado en la superficie de la mencionada estrella ¡pesaría cerca
de dos mil toneladas! Como se ve, hemos
llegado a consecuencias que pocos años
U n c a n o n c o l o c a d o l i o r i z o n t a l m e n t e e n la s u p e r f i c i e de la e s t r e l l a c o m p a ñ e r a
de Sirio n o podría l a n z a r el p r o y e c t i l a m i s de d i e z c e n U m e t r o s de d i s t a n c i a .
He
aaul un
fragmento
d e la V i a
Láctea
con
sus
millones
de
astros
entre los que reinan las
mis d i v e r s a s g r a v e d a d e s .
DIVULGACIÓN
CIENTÍFICA
atrás s e hubieran con­
s i d e r a d o como com­
pletamente d e s c a b e ­
lladas. Teníamos co­
mo cuerpo de máxima
densidad el platino o
el iridio, y ahora, de
p
s o p e t ó n , saltamos a
densidades m i l l a r e s
17
de veces superiores.
Teníamos, también, astros, como el Sol, en
cuya superficie la intensidad de la grave­
dad era casi treinta veces superior a la
de la Tierra, y quedábamos admirados por
ello. E n fin, que todos nuestros conoci­
mientos fundados en estudios terrestres y
aun de nuestra familia solar no nos habían
revelado nada que pudiera compararse con
esos descubrimientos que nos proporciona
Y
TÉCNICA
E n la s u p e r f i c i e de a l g u n o s p l a n e t o i d e s
la g r a v e d a d e s t a n débil q u e s e p o d r i a
l e v a n t a r u n a l o c o m o t o r a c o n la m a n o .
DIVULGACIÓN
CIENTÍFICA
cl estudio del Cielo
en toda su amplitud.
E imaginese, también,
cuál será la presión
que deberán resistir
l a s c a p a s profundas
de la estrella satélite
de Sirio bajo la acción de tan formidable gravedad, actuando sobre densidades
tan enormes.
E l l e c t o r s e prePá9
guntará c o n m u c h a
ISO
razón ¿cuál es la causa de esas sorprendentes densidades, de
las que no hay nada semejante en la Tierra? Interinamente, por lo menos, podemos
aceptar la siguiente interpretación debida
al astrónomo inglés Eddington. Consideremos, en primer lugar, la temperatura de
millones de grados que radica en las entrañas de la consabida estrella, de volumen
relativamente pequeño, y tengamos entonces en consideración el efecto de la presión de la radiación, c)ue tiende a ionizar
los átomos que constituyen dicho astro.
Es sabido que la ionización de los átomos
consiste en el arranque de uno o más electrones, los cuales, junto con los respectivos
protones, ccmstituyen los átomos. Cuando
un gas no está ionizado, se supon? que
esos electrones giran alrededor de los protones, formando verdaderos sistemas dinámicos. Resulta asi que cada átomo contiene muy pequeña cantidad de materia, puesto que existe un espacio relativamente muy
grande entre electrones y entre éstos y los
protones. Como, por otra parte, los átomos
no se compenetran, resultarán grandes huecos en la constitución de la materia. Pero
supongamos ahora que, por efecto de la
ionización, hayan sido arrancados de cada
átomo todos los electrones; entonces ocurrirá, en cl caso de que el gas esté sometido a una gran presión, como ocurre en
dicha estrella, que los protones llegarán
a ponerse en contacto, desapareciendo, por
r TÉCNICA
consiguiente, los huecos primitivos. Resultado evidente de esta transformación será
que la densidad se hará incomparablemente
mayor, por cuanto pudiera decirse que la
materia se halla en estado compacto o macizo, o como sometida a una presión prácticamente infinita. En esta forma, resulta
un cuerpo físicamente gaseoso, pero con
una densidad millares de veces superior a
la del agua.
El caso sorprendente que nos ofrece la
estrella compañera de Sirio es raro. Existen algunos otros casos conocidos, pero
muy pocos. Hay que reconocer que ignoramos la causa de esta rareza y que todavia existen muchas incógnitas en estos problemas, aparte <áe la explicación dada por
Eddington no pasa de ser, como cs natural, una hipótesis, muy plausible, si se
quiere, pero una hifyótcsis en fin.
Esas formidables densidades y esas intensidades inconcebibles de la gravedad,
hasta el extremo de que cl cuerpo humano
colocado en las condiciones de la compañera de Sirio quedaría aplastado sobre cl
suelo, o reducido a una lámina, contrasta
con la ligereza del peso de los cuerpos
en otros astros minúsculos y de los que
tenemos ejemplos en nuestro sistema planetario: tales son los asteroides que circulan entre Marte y Júpiter y algunos de
los satélites. Es sabido, por ejemplo, que
los satélites de Marte poseen unos diámetros del orden de diez kilómetros, ftdemás,
entre los asteroides conocidos abundan los
de cien, cincuenta, veinte, etc.. kilómetros
de diámetro. Y bien podemos añadir que algunos, como flibert, Antcros y otros, no
cuentan más allá de cuatro kilómetros.
Por lo demás, nada tan cierto como la
existencia de asteroides de dos, uno y aun
menos kilómetros de diámetro, pasando de
ia categoría de pequeños mundos a la de
meteoritos o pedruscos. Lo propio podríamos decir de los elementos que constituyen los anillos de Saturno.
Fi émonos, por ejemplo, en un asteroide
de diez kilómetros de diámetro, pues me-
nos que esto no podemos considerarlo ya
como un pequeño mundo, sino como un
simple bloque de piedra; y vamos a ver
en ese mundo pigmeo cómo se comporta
la gravedad, suponiendo que la densidad
del mismo es igual a la de la Tierra. Recordaré, al efecto, que la acción de la gravedad se efectúa en razón directa de las
masas en presencia y en razón inversa del
cuadrado de las distancias, deduciéndose
de ello fácilmente que para un cuerpo si^
tuado en la superficie de diferentes astros,
pero de la misma densidad, la intensidad
de la gravedad es directamente proporcional al radio. Asi se encuentra en nuestro
caso de un planetoide de cinco kilómetros
de radio que la intensidad de la gravedad será mil doscientas sesenta veces menor que en la Tierra, porque cl radio terrestre, en números redondos, cs de seis
mil trescientos kilómetros. Por consiguiente, lo que en la tierra pesa mil doscientos
sesenta kilcs, en el planetoide pesará sólo
uno. Una bala de fusil se perderá por cl
espacio para no volver nunca más a caer
sobre el astro. Un pequeño salto que diéramos en su superficie nos llevaría fácilmente hasta un kilómetro de altitud. Estos
efectos serían todavía mucho más acentuados en otros as'eroices menores. Con una
sola mano podríamos levantar una locomotora que en la Tierra pesara, por ejemplo,
ochenta toneladas, en uro cualquiera de
los más minúsculos asteroides conocidos.
En contraste con estas conclusiones, recordemos lo dicho sobre la estrella compañera de Sirio. La intensidad de la gravedad en su superficie se ha dicho que era
treinta y cinco mil veces superior a la de
la Tierra; esto significa que un cuerpo,
cayendo libremente en el vacío, al cabo de
un segundo habría adquirido una velocidad de tre:c¡entos cincuenia kilómetros
por segundo, en números redondos; velocidad verdaderamente estupenda. Pero
téngase entendido que al cabo de un
segundo de calda habría recorrido ya
ciento setenta y cinco kilómetros, y que
por lo tanto, la experiencia
deberia hacerse desde grande
altura. Si ésta fuera tal que la
caída pudiese durar, por ejemplo, cinco segundos, la velocidad
con que llegaría un objeto al
suelo sería de unos mil setecientos cincuenta kilómetros por segundo, suficiente para que el
cuerpo se volatilizara, al transformarse la fuerza viva en calor.
Un cañón colocado horizontalmente podría lanzar un proyectil en condiciones parecidas a
las de la Tierra, pero el proyectil se precipitaría rápidamente al suelo. En cambio, colocado verticalmente, ninguno de los
cañones terrestres sería capaz
de lanzar el proyectil fuera de
la pieza, ya que la aceleración
debida a la explosión de la carga seria considerablemente inferior a la aceleración de la gravedad. Como se ve, estamos ante
ccntrastes de una cuantía inconcebible.
Es indudable que las condiciones biológicas están intimamente
enlazadas con las características
mecánicas, físicas y químicas de
cada mundo y de cada sol, y que
éstas, conforme nos demuestra la
observación, varían hasta ei infinito. Ahora bien, ¿son necesarias para la vida unas caracter'ísticas concretas y restringidas,
o bien la vida es posible dentro
de un amplio margen de tales
características?
Son preguntas
éstas a las cuales no nos es posible todavia contestar; pero no
será ninguna utopía seguramente
suponer la existencia de esta
universalidad de la vida, dando
por sentado que en el Universo
no existen elementos y dinamismos absolutamente superfluos.
•'A •
R e g i ó n n e b u l o s a de la c o n s t e l a c i ó n del Cisne
UuiiUe se halla la estrella
U. doble, de d i c h a
co,i>telacio.i.
J.
COMAS
SOLA
que fué mal visto por un gran
contingente de españoles.
También en la religión ha
tenido su importancia la barba. En la edad media se impuso a los sacerdotes católicos
que fueran afeitados. Únicamente los misioneros y los
miembros de determinadas órdenes tenían cl privilegio de
llevar barba. En cambio, los
sacerdotes de la iglesia griega consideran
imprescindible
la barba y otro tanto puede
decirse de los popes rusos.
En los últimos tiempos la
barba ha ido perdiendo su preponderancia hasta desaparecer
casi por completo. Hoy forman
excepción los que la llevan, y
cn Norteamérica, Inglaterra y
otros países ver un barbudo
es una rareza que casi produce sensación.
También la b a r .
bita de B e n a vente e s famosa
en toda Europa.
Otra
barbn con o c i d a <-n t o d o
el m u n d o : l a tlis
Bcrnard Sh.iw.
polémica y murmuración. En Koma hubo
épocas favorables al uso de la barba y
épocas en que los romanos prefirieron llevar el rostro afeitado. Desde luego, la
costumbre de rasurarse era muy antigua.
En el año 103 antes de J. C. ya existían
los barberos, a los que se llamaba «tonscres». EscipiíJn, el segundo Africano, s e
afeitaba diariamente. En cambio, en tiempos de Augusto, se tenia la barba como
un símbolo de juventud y sólo se llevaba
hasta los cuarenta años. Constantino volvió a introducir la costumbre del rasuramiento a todas las edades y los em()eradores que le sucedieron mantuvieron su
desprecio a la barba.
Los germanos eran fieles a ella. Llevar
barba indicaba que el hombre habia llegado a una edad en que no sc le podia
faltar al respeto. Ir afeitado era signo de
esclavitud. Y por eso, porque representaba una humillación y un sufrimiento moral,
algunos sc rasuraban por voto.
Los francos, cn la época merovingia, tenían la barba en gran estimación. Los reyes sc la cuidaban con solicitud y se la
adornaban con botones de oro. En esto se
parecían a los persas, que las entrelazaban
con hilos de oro o las espolvoreaban con
polvos del precioso metal. En las canciones de gesta se llamaba a Carlomagno
principe de la «barba florida».
Desde el siglo xn al final de la edad
media imperó cn Francia la costumbre de
ir afeitado entre las altas personalidades.
Rasurados iban Carlos VII, Luis XI, Carlos VIII, Luis XII y todas las personalidades de sus respectivas cortes. En cambio, en España estuvo de moda la barbita
puntiaguda durante el siglo xiv.
Pedro el «Grande» de Rusia obligaba a
pagar contribución a los que llevaban barba, con la sola excepción de los sacerdotes y aldeanos, y Felipe V favoreció la
supresión de la barba en nuestro país, lo
Desde muy antiguo la barba ha t e n i d o .
su papel en la higiene, y mientras unos
la han considerado saludable, para otros
no es más que un nidero de suciedad. Los
dos bandos tienen su parte de razón. En
los países fríos cl uso de la barba evita
ciertas enfermedades de la boca. En cambio, es evidente que la limpieza de una
cara cubierta de pelos es más difícil que
la de un rastro afeitado, y que el polvo
y ta suciedad se adhiere mejor a la maraña de una barba que a la superficie de
la piel.
Pero, como ocurre siempre en contiendas
de esta índole, no es la parte higiénica
la que ha decidido la victoria de los rostros rasurados, sino simplemente las veleidades de la moda. No tendría^ nada de
particular que dentro de algunos años un
hombre sin barba resultara una rareza.
Pero, sea cual fuere la moda, ésta no
ha podido evitar que multitud de hombres
ilustres hayan permanecido, contra viento
y marca, fieles a la barba c incluso hayan
conseguido hacerla famosa. Trotzky, BaLbo,
Benavente, Valle Inclán y muchos otros
pueden servir de ejemplo. Algunos de ellos
han logrado levantar corrientes mundiales
de imitación y si se quitaran la barba es
seguro que perderían gran parte de su
personalidad y del ambiente de popularidad que los rodea.
He aquí la s i n g u l a r y un t a n t o g r o t e s c a b a r b a d e V í c t o r M a n u e l II.
— P e r d o n e . Crei q u e e s t a b a l e v a n t a d o el c r i s t a l . —
— S e ñ o r a , le r e c o m i e n d o e s t e
p u l v c r t i a d o r c a r g a d o de e s e n c i a
de c e b o l l a . C u a n d o la s e ñ o r a n e cesite un vestido n u e v o , no tiene
m á s q u e a p r e t a r la p e r i l l a . A s i ,
podrá h a c e r la p e t i c i ó n a s u m a rido l l o r a n d o c o p i o s a m e n t e . — '
7
• ^ ^ B
^
c o n un c u c h i l l o t a n
p u e d e c o r t a r un b l s 1.
• s c o r t e cl c u c h i l l o
íóü^!
i
— H a c e media hora que est a m o s esperando y ese tipo
sin m o v e r s e . —
El h o m b r e q u e l l e g ó t a r d e mi g u a r d a r r o p t i