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La batalla de las Azores y la conquista de la Isla Terceira
INTRODUCCIÓN
La batalla naval de las Azores enfrentó a mercenarios franceses, que luchaban del lado
de los portugueses fieles a las aspiraciones al trono de Portugal de Don Antonio I, Prior
de Crato, contra el imperio español, bajo el dominio de Felipe II, que había conseguido
unificar la península ibérica con la toma de Lisboa por el ejército del Duque de Alba en
agosto de 1.580.
El enfrentamiento se produjo el 26 de julio de 1.582, al sur de la isla de San Miguel, en
las Azores, en pleno Atlántico, un lugar poco favorable a las galeras españolas, pensadas
más para el Mediterráneo, aunque la inestimable ayuda portuguesa, partidaria de Felipe
II, aportara los galeones que dieron lugar a la primera batalla naval de la Historia en que
participaran este tipo de embarcaciones. El mando de las tropas navales hispano–lusas
lo ostentó Don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, vencedor de Lepanto; la flota
francesa la mandaba Felipe Strozzi, hijo de Pedro Strozzi, Mariscal de Francia.
La batalla se saldó con una aplastante victoria española.
ANTECEDENTES
En 1578 fallecía en combate, en la batalla de Alcazarquivir, Sebastián I de Portugal, sin
descendencia que pueda sucederle. Le sustituyó el Cardenal Infante Don Enrique, que
tenía intenciones de contraer matrimonio para poder garantizar descendencia y asegurar
una línea sucesora en el trono, pero falleció antes de poder cumplir su voluntad. En ese
momento, Felipe II, rey de España, reclama el trono portugués, ya que era hijo de la
infanta portuguesa Isabel, y, por tanto, nieto del anterior rey, Don Manuel el Afortunado.
Pero también lo reclamó Don Antonio I, Prior de Crato, hijo del infante Don Luis, y, por
tanto, también nieto del rey portugués Don Sebastián. La nobleza y el alto clero se
inclinaron por Felipe II, mientras que el bajo clero y las clases populares lo hicieron por
don Antonio.
Estas divisiones internas provocaron que Felipe II enviara tropas dirigidas por el Duque
de Alba que, que apoyadas por mar por Don Álvaro de Bazán, ocuparon Lisboa. Felipe
II utilizó sobornos y repartió títulos y tierras entre los nobles para recabar partidarios,
pero aun así el Duque de Alba hubo de combatir para contrarrestar el apoyo que Don
Antonio recibió de las clases populares. A finales de agosto de 1.580 el control de
Portugal por parte del Duque de Alba ya era efectivo y Don Antonio hubo de refugiarse
en las islas Azores. Felipe II fue reconocido rey de Portugal en las Cortes de Tomar en
1.581, obteniéndose de este modo la unidad peninsular.
Esta anexión de Portugal a la corona española, no fue precisamente bien recibida por
los británicos y los franceses, que vieron una creciente amenaza en el aumento de la
cuota de poder que ostentaba la casa de Austria. Y es que, con la anexión,
automáticamente las posesiones portuguesas en ultramar, pasaron a formar parte del ya
extenso imperio de Felipe II. Por ello, los ingleses y franceses decidieron apoyar a Don
Antonio en su reclamación del trono portugués.
Tras la derrota en la península, D. Antonio, el prior de Crato, logró huir a Inglaterra. Tanto
dicho país como Francia le ofrecieron, de modo más o menos encubierto, apoyo para sus
futuras operaciones, a pesar de que Portugal ya formaba parte de los dominios de Felipe II.
La ayuda no era desinteresada: la Francia de Catalina de Médicis, quería reforzar su
posición internacional, obteniendo, en caso de victoria, algunas colonias portuguesas,
además de abrir el comercio con Brasil y la India portuguesa; para Isabel I de Inglaterra ésta
era una ocasión idónea para debilitar a su enemigo católico Felipe II y también esperaba
obtener ventajas territoriales.
Isabel I de Inglaterra
Felipe II
Catalina de Médicis
Don Antonio, Prior de Crato
Algunas de las islas del archipiélago de las Azores no se sometieron a la autoridad de Felipe
II, defendiendo a don Antonio, y esta oposición a Felipe II se vio reforzada por los que,
temiendo represalias, habían huido de Portugal y se habían refugiado en las islas del
archipiélago.
La importancia de tener las Azores bajo control español, se debía a su posición
geoestratégica, pues en ellas podían recalar las distintas expediciones procedentes de
América y las Indias hacia España y su dominio suponía tener el control de la
navegación en el Atlántico Sur. Por ello, no es casualidad que este archipiélago provocase
el enfrentamiento del prior de Crato y sus aliados contra Felipe II.
En 1581 la situación en el archipiélago era la siguiente: Las islas de San Miguel y Santa
María ya habían aceptado a Felipe II como rey y el resto de la población del
archipiélago se encontraba en disposición de someterse al nuevo monarca. Sin embargo,
una pequeña escuadra de procedencia francesa llegó a la isla Terceira y, asegurando la
lealtad de estas islas al prior de Crato, presentó cartas acreditativas de éste prometiendo
el envío de una escuadra, al mando del condottiero Felipe Strozzi, que acudiría en su
ayuda.
MOVIMIENTOS PREVIOS
En 1581viajan hasta Lisboa los comisarios de la isla de San Miguel, con el objeto de
ofrecer su sumisión a Felipe II. Inmediatamente se envía a dicha isla la escuadra de
Galicia, al mando de Pedro Valdés, formada por cuatro naos grandes y dos pequeñas,
transportando 80 artilleros y 600 infantes. Su misión es limpiar el mar de corsarios y
recibir a las flotas de Indias, a fin de evitar que recalen en territorio enemigo, máxime
conociendo de antemano que la de la India Oriental venía bajo el mando de D. Manuel
de Melo, partidario del Prior de Crato, con lo que otra de sus misiones era evitar que los
agentes del Prior contactaran con él. El 30 de junio llega Valdés a San Miguel, y su
gobernador, Ambrosio de Aguiar, le informa que en la Terceira se han recibido armas y
municiones. Pero la tripulación de una carabela que había interceptado con anterioridad,
le dijo que, si bien en la Terceira había muchos partidarios del Prior, estos estaban mal
armados. Dando por buena esta última información, en lugar de continuar con su misión
de esperar a la flota de Indias, efectuó un desembarco con 350 hombres cerca de Angra.
El desembarco fue un fracaso y se perdieron más de 200 hombres, entre ellos un hijo de
Valdés y un sobrino de Don Álvaro de Bazán.
Esta derrota hizo dudar a Felipe II si debía actuar de inmediato o si, por el contrario,
debía esperar. La opinión de sus consejeros, igualmente estaba dividida; unos preferían
comenzar la campaña en invierno, pues consideraban que cuanto más tiempo se dejase
pasar, más difícil serían de tomar las islas; otros preferían esperar, pues consideraban
que un resultado positivo de la futura empresa sería precisamente fruto de la dilación,
pues así se evitarían posibles temporales e incluso, en ese tiempo, se pensaba que los
propios isleños podrían cansarse de la presencia de los franceses. Felipe II se decantó
por la segunda opción, y se aplazó al verano de 1582 el ataque; mientras tanto, por
precaución ante posibles ataques, se enviaron a la isla de san Miguel 4 naos
guipuzcoanas con 2 compañías de soldados, al mando de Rui Díaz de Mendoza, y
quedaron a cargo del almirante portugués Pedro Peijoto de Silva, que estaba allí con dos
galeones y tres carabelas. En mayo, nueve naos francesas atacaron San Miguel. El
ataque fue rechazado por las naos guipuzcoanas, entre las que se contabilizaron 20
fallecidos.
Mientras tanto, Don Antonio buscaba apoyos en las cortes europeas afines a su causa
para reclutar un ejército que le permitiera conquistar Portugal. Fue en Francia donde
consiguió sus mayores apoyos, seguramente esperando obtener alguna posición
ventajosa en las Azores para los corsarios franceses y de paso limitar el poder del
soberano español. El portugués consiguió, además, un acuerdo por el que el condottiero
Filippo Strozzi, un noble florentino primo de la reina madre, Catalina de Médicis, se
pondría al servicio de Don Antonio. Strozzi, ex mariscal de Francia, reunió 6.000
soldados y una flota de 70 buques que zarparon desde Belle Île el 16 de junio de 1582
hacia las Azores, teniendo por condestable a Don Francisco de Portugal, tercer conde de
Vimioso. En un golpe de traición política a sus súbditos, que a la postre costaría la vida
a centenares de franceses, la corte francesa decidió mantener la paz con España, con lo
que oficialmente todos aquellos soldados franceses que se dirigieron a las Azores,
incluido Strozzi, lo hicieron en calidad de mercenarios: de este modo, todos los presos
que se realizaron después del combate, se ejecutaron en calidad de corsarios. Pero de
forma oficial, existía paz entre Francia y España.
Los agentes al servicio de Felipe II, habían seguido el peregrinaje de Don Antonio por
Europa y habían alertado de la salida de la flota de Strozzi. Arrinconado en las Azores,
Don Antonio no parecía un serio rival, pero habiendo obtenido tropas y buques,
obligaba a Felipe a organizar rápidamente una flota con la que hacerle frente. Para ello
en Lisboa se habían concentrado 36 barcos capitaneados por Don Álvaro de Bazán,
Marqués de Santa Cruz, Capitán General de Galeras. En la primavera de 1.582, Don
Álvaro recibe la orden de preparar en Sevilla y Lisboa la flota que debía conquistar la
isla Terceira. Se mandan construir 80 barcas de desembarco, prepara 12 galeras y 60
naos gruesas, más pataches y embarcaciones ligeras de protección. Un total de 6.000
hombres, entre los que se encontraban partidarios portugueses de Felipe II, se embarcan
en la aventura que supondrá la batalla por la Isla Terceira.
El 10 de julio, teniendo noticias de que la armada francesa se encuentra ya en la mar,
Don Álvaro de Bazán zarpa de Lisboa. Al poco de zarpar, la flota española se encontró
con una tormenta que dispersó las escuadras obligando a cuatro barcos a regresar a
Lisboa. La flota de Don Álvaro consiguió reagruparse anclando el día 22 de Julio en
Villagranca, al sur de la isla de San Miguel, pero la flota de Strozzi ya se encontraba en
las Azores desde el día 14.
Los franceses habían llegado entre el 14 y el 15 de julio a San Miguel. Los vientos
fueron muy favorables durante la travesía y a su llegada pudieron comprobar que no
había rastro de las tropas de Felipe II. Ante esta inesperada sorpresa, Don Antonio envió
emisarios a tierra a fin de que los defensores rindieran la isla sin oponer resistencia.
Pero la respuesta fue negativa y no le quedó al portugués otro remedio que atacar las
guarniciones. Tras bombardear las fortificaciones de la isla durante el 15, 16 y 17 de
julio, finalmente lanzaron a tierra a tres mil infantes, entre las villas de Lagoa y Rosto
de Cão, cogiendo de improviso a los defensores, parte de los que pudieron, huyeron con
sus familias y pertenencias al interior de la isla, y los que quedaron se refugiaron en el
castillo de São Brás. Mientras tanto, Don Antonio desembarcaba con dos mil soldados
en el mismo puerto, y los franceses se adentraban en la isla, saqueando todo lo que
encontraron a su paso y asesinando a 200 portugueses que opusieron resistencia. En la
mañana del 17 de julio, una compañía de franceses y portugueses que habían estado
saqueando la villa de Lagoa y procedían al reconocimiento del norte de la isla, se
encontró en el Pico do Cháscalo con un destacamento de tropas castellano-portuguesas
que habían huido de Punta Delgada. En el enfrentamiento que siguió, fallecieron 25
españoles y 50 franceses. Tras esta escaramuza, los franceses continuaron saqueando las
villas de Fenais da Luz y de Faja de Cima, así como los arrabales de Punta Delgada.
Una vez controlada la mayor parte de la isla, Don Antonio se estableció en Franca do
Campo, con la intención de rendir el último obstáculo que quedaba: las fuerzas
castellanas atrincheradas en el castillo de São Brás. Mientras preparaba el asalto, fue
informado de la llegada de la armada de Don Álvaro de Bazán y ordenó a todas sus
tropas la finalización de las hostilidades en tierra y el embarque inmediato. La intención
era combatir antes que llegara todo el grueso de la flota castellana.
Nada más llegar los españoles, se ordenó a Miguel de Oquendo reconocer la isla y
encontrar a la flota francesa, hallándola en Punta Delgada, 12 millas al oeste de donde
se encontraba el grueso de la flota de Don Álvaro de Bazán. Se contaron hasta 56 barcos
franceses, con lo que la flota francesa era numéricamente superior; sin embargo, el
promedio de tamaño de los buques franceses era menor que el de los españoles y
portugueses, impuesto sobre todo por el escaso calado de los puertos franceses,
proporcionándoles a cambio la ventaja de ser muy maniobrables y buenos veleros. Don
Álvaro convocó una reunión de los capitanes de su flota para celebrar consejo. Entre
ellos se encontraban Don Pedro de Toledo, Maestre General de Campo, Don Pedro de
Tassis, Comisario General, Don Francisco de Bobadilla y otros oficiales. Todos
acordaron entablar combate inmediatamente aún contra un enemigo superior en número.
COMPOSICIÓN DE LAS FUERZAS CONTENDIENTES
La flota española inicialmente estaba compuesta de 2 galeones del rey, 10 naos
guipuzcoanas, 8 portuguesas y castellanas, 10 urcas flamencas, 1 levantisca y 5
pataches, pero dos de las urcas desaparecieron en la noche del 24 de julio, tres naves se
demoraron en Lisboa, la levantisca llegó tarde y uno de los pataches había sido
apresado, por lo que, en el momento del combate sólo disponía de 25 bajeles de guerra.
D. Álvaro de Bazán izó su estandarte en el galeón portugués San Martín, de 1.000
toneladas y armado con 48 cañones. El Maestre de Campo, Don Lope de Figueroa, que
mandaba las compañías del Tercio embarcado, unos 4.500 hombres, se encontraba a
bordo de otro galeón portugués, el San Mateo, de 750 toneladas y 36 cañones. El
Capitán General de la Armada de Guipúzcoa, Don Miguel de Oquendo, tenía el mando
de una escuadra de mercantes armados, mientras que otra escuadra reunía a los
mercantes y buques auxiliares. El mismo Don Álvaro aportaba una escuadra de galeazas
de su propiedad, que armaban unas 50 piezas de artillería cada una y que solían navegar
principalmente a vela. Se esperaba además, que en un momento u otro se uniera a esta
flota la escuadra de Don Juan Martínez de Recalde, pero no llegó a tiempo de combatir.
El mando de la flota francesa lo tenía Felipe Strozzi, hijo de Pedro Strozzi, Mariscal de
Francia, y le secundaba Charles de Brisac, Conde de Brisac, y además se encontraba en
ella Don Francisco de Portugal. Llevaban 60 navíos (galeones y urcas) con unos 7.000
infantes.
D. Álvaro de Bazán
Felipe Strozzi
LA BATALLA
La distribución táctica de los españoles fue la siguiente: Una vez la flota estuviera en
alta mar, se organizaría una formación cerrada en línea de frente. Don Álvaro de Bazán,
a bordo del galeón San Martín, iría en el centro de la formación, flanqueado a su
derecha por el San Mateo, gobernado por Don Lope de Figueroa, y a su izquierda una
urca, en la que iría Don Francisco de Bobadilla junto con otras cuatro naves de socorro,
dejándose en la retaguardia a Don Cristóbal de Eraso, debido a que había partido el
mástil de la nave en que viajaba durante el viaje de ida a las islas.
Galeón San Martín
A diferencia de las galeras, que utilizaban los remos para lanzarse al ataque en cualquier
dirección sin preocuparse del viento, los galeones propulsados únicamente por el
velamen de su aparejo, podían quedar inmóviles por la ausencia de viento. Así, mientras
Don Álvaro bordeaba la costa del este de San Miguel, aproximándose a la ciudad de
Punta Delgada, arribó hasta la escuadra una pinaza con noticias. El gobernador le
comunicó que los franceses habían desembarcado con unos 6.000 hombres en la isla el
15 de julio, contando con 58 embarcaciones pequeñas y 28 navíos. Habían saqueado la
villa de La Laguna y tomado Punta Delgada, salvo el castillo. El almirante Peijoto, en
vez de hacerse a la mar, se arrimó al castillo, resultando apresadas las naves
guipuzcoanas y varadas en los escollos dos carabelas y dos galeones. Las tripulaciones
de los barcos se habían refugiado en el castillo, que pudo resistir con más de 500
hombres. Al ver que los franceses se retiraban, en vez de hacerse fuertes en Punta
Delgada, supusieron que había llegado la escuadra española, por lo que despacharon la
pinaza para informarles.
Los días 23 y 24 de julio, la escasez de viento no permitió combate alguno y las
escuadras, que se hallaban a poco más de una legua la una de la otra y a unas cinco de la
isla de San Miguel, permanecieron enfrentadas a la vista y a la expectativa, únicamente
se lanzaban andanadas, prácticamente infructuosas.
El 25 de julio levantó el viento con los franceses a barlovento, con viento de popa que
les otorgaba ventaja táctica. Por la noche, la escuadra española maniobró sin ser
detectada y se colocó a barlovento. Al amanecer del día 26, los franceses fueron
conscientes del peligro inminente de un ataque español y maniobraron para escapar de
su mala posición. Con viento flojo y sin ventaja táctica clara para ninguna de las
escuadras, navegaron en paralelo a una distancia de unas 3 millas y rumbos opuestos, la
de Strozzi hacia el oeste y la de Don Álvaro de Bazán hacia el este. Al mediodía, el
galeón San Mateo, a las órdenes de Lope de Figueroa, en una maniobra no prevista, viró
y puso rumbo directo a la escuadra francesa; los franceses, pensando que podían aislarle
de la línea española, dirigieron hacia él la Capitana, la Almiranta y tres galeones. Lope
de Figueroa aceptó el combate y, sin disparar sus cañones, se vio abordado por babor
por la Capitana y por estribor la Almiranta al mando de Strozzi, mientras los tres
galeones franceses restantes que se habían lanzado al asalto se situaron a popa del San
Mateo, su parte más desprotegida y desde la que no se podían devolver los golpes,
castigando impunemente el castillo de popa. Cuando las naves francesas estaban muy
cerca, el San Mateo disparó su artillería, produciéndoles grandes daños y siguió
disparando hasta el abordaje. El San Mateo aguantó durante dos horas el castigo al que
le sometieron los cinco buques franceses. Su casco recibió más de 500 impactos de
artillería, fue desarbolado de mástiles y aparejos, y la mitad de la tripulación y de los
soldados fueron muertos o heridos, pero el San Mateo no aflojó su defensa. Mientras
tanto, el resto de la flota española había estado efectuando trabajosamente una maniobra
de virada en contra del viento. A las dos horas del primer intento de abordaje llegaron al
combate refuerzos encabezados por la nave de Oquendo que se lanzó a toda vela entre
el segundo galeón francés y el San Mateo; tras barrer a cañonazos la cubierta del
enemigo, asaltaron la nave francesa y tomaron el castillo de popa. El navío de Oquendo,
muy dañado por los disparos y con importantes vías de agua, se vio obligado a su
abandono antes de su hundimiento.
Era el momento más decisivo y cuando el combate se había generalizado, la escuadra de
la retaguardia de la flota de Strozzi abandonó la batalla. La lucha se desarrollaba sin que
ninguna de las dos flotas intentara siquiera mantener una mínima formación. La
confusión era total y cada capitán maniobraba su nave según su criterio, la única
directriz común era buscar un oponente, abrir fuego y enzarzarse mutuamente con los
garfios para pasar luego al abordaje.
Existía un acuerdo tácito entre los marinos de la época por el cuál las naves almirantas
de dos flotas enfrentadas debían entablar un duelo del que dependería el resultado final
del combate. Así la nave insignia de Don Álvaro se abrió paso entre la confusión
buscando el buque insignia de Strozzi. Don Álvaro finalmente lo localizó y decidió
pasar al abordaje. Filippo Strozzi había sido herido de un tiro de mosquete por debajo de
una rodilla, perdiendo mucha sangre y obligado por la fatiga tuvo que refugiarse en su
cámara de la Almiranta, que estaba a punto de ir a pique. Tras el duro castigo que había
recibido su embarcación, con más de 400 muertos a bordo, decidió dirigirse a tierra para
buscar refugio, pero fue alcanzado por Don Álvaro, que ordenó su encarcelamiento en
el castillo de popa de su buque, donde consintió que un soldado le hiriera con la espada,
dejándole muy mal herido. Después ordenó que lo lanzaran por la borda.
Al ver rendido su buque insignia, el resto de buques de la flota francesa renunció a
seguir el combate y se retiró en todas direcciones, dando por concluida la batalla.
El galeón San Martín en combate. Pintura de Hendrik Cornelisz Vroom
RESULTADOS
La batalla terminó con un rotundo triunfo de Don Álvaro de Bazán a pesar de haberse
enfrentado a fuerzas superiores.
La flota francesa perdió un total de 10 naos grandes, entre ellas la Almiranta. Las bajas
francesas se estimaron en unos 2.000 muertos, incluyendo a su Almirante, mientras que
los españoles no perdieron ningún buque y tuvieron 224 muertos y 550 heridos.
Según un cronista e historiador de la época, Antonio de Herrera y Tordesillas “los
franceses perdieron ocho naves, las mejores, y murieron 3300 hombres. De los
Españoles 200, y heridos 500”, si bien erró algo en las cifras. E incluso menciona que
“el Marqués (Don Álvaro) no siguió a los fugitivos, por ser los navíos pesados y por la
llegada de la noche”. Pero lo que sucedió a continuación, no es del todo cierto, tal y
como menciona Antonio de Herrera. De hecho, algunas fuentes citan que una vez
concluido el combate naval, Don Álvaro puso rumbo a Lisboa, con el objeto de reparar
sus buques, renunciando a desembarcar y continuar la persecución de quienes hallaron
refugio en la isla.
Lo cierto es que, una vez confirmada la victoria de la escuadra española, Don Álvaro
puso rumbo a la isla de San Miguel, ya que se debía tratar a los heridos y aprovisionarse
de agua. Sin embargo, debido al viento, muy desfavorable, y a la distancia de la isla en
la que se había librado el combate, no llegó hasta cuatro días después de finalizado. Una
vez que apareció la isla ante sus ojos, puso rumbo a Vila Franca, arrasando toda aquella
costa y asegurándose la obediencia de todos sus habitantes. El 1 de agosto desembarcó
en tierra el Maestre de Campo Don Francisco de Bobadilla con cuatro compañías de
infantes y llevando consigo a todos los prisioneros franceses y anunciando a los
lugareños la sentencia que les condenaba a muerte, como perturbadores de la paz
reinante entre Francia y España. La sentencia iba firmada por Don Álvaro de Bazán, y
mandaba que fueran degollados o decapitados los nobles y ahorcados el resto, sólo se
libraban aquellos que fueran menores de 18 años.
La crueldad de la decisión de ejecutar a los presos, fue discutida por algunos soldados y
oficiales españoles, que pidieron a Don Álvaro su revocación. Pero este les informó que
estaba cumpliendo con los mandatos del rey de Francia, que estando en paz con España
no permitiría que súbditos suyos se comportaran como corsarios, atacando a la Armada
de España. Dicho esto, se cumplió la sentencia, decapitándose a 28 caballeros franceses
y a 50 de menor condición y siendo ahorcados cientos de soldados y marineros. Las
ejecuciones fueron lentas y se prolongaron durante todo el día, al final del cual los
cuerpos de los ahorcados se llevaron al islote de Vila Franca y fueron dejados allí
pudriéndose como advertencia para el resto de corsarios franceses que pudieran
continuar navegando por las islas.
El 5 de agosto se presentó en la villa el obispo Don Pedro de Castillo, que fue recibido
por Don Álvaro con honras militares, por los servicios prestados a la corona española,
por la conservación y resistencia en el castillo de São Brás. Ese mismo día se dirigió
Don Álvaro a Punta Delgada a celebrar su victoria. Poco después, se embarcó rumbo a
la Isla del Cuervo, a fin de escoltar a las naves de las Indias, llevando consigo 16 naos
de guerra que el 3 de agosto habían llegado a San Miguel, provenientes de Sevilla con el
objetivo de apoyarle en la batalla que ya había concluido. Pero poco quedaba ya por
hacer en San Miguel, así que Don Álvaro decidió poner rumbo a Lisboa, partiendo con
él Don Pedro de Castillo y dejando a tres mil soldados de guarnición. En tres días se
hallaba frente a la Isla Terceira, donde decidió realizar una “pasada” de advertencia a las
tropas de Don Antonio, que se hallaban también en la isla. Al respecto, Antonio de
Herrera menciona: “Reparada la armada se fue el Marques a la lsla del Cuervo a
recebir las naves de la India, y en el passar tuvo miedo don António y se apercebia de
navio ligero para huyr”. Y es que en una Relación escrita en la Isla Terceira por una
testigo de los acontecimientos, se presentó una armada de unas 70 velas, a lo que
inmediatamente los franceses que allí se encontraban, que disponían de 50
embarcaciones, intentaron plantar cara, demandando a Don Antonio su permiso para
enfrentarse al enemigo. Pero este, acobardado, no cedió a la presión de sus aliados y no
les permitió salir a mar abierto en busca del combate.
A pesar de la victoria, la toma de las Azores para Felipe II tendría que esperar un año
más.
LA CONQUISTA DE LA ISLA TERCEIRA
Don Álvaro de Bazán regresó a las Azores en julio de 1583 y en dos semanas se hizo
con el control de todo el archipiélago, obligando al aspirante al trono Don Antonio a
huir a Francia.
El 23 de junio de 1583 partió una escuadra, al frente de la cual nuevamente se
encontraba Don Álvaro de Bazán, llegando a la Isla de Tercera el 7 Julio, aunque no
pudieron fondear hasta el día 13. Salieron de Lisboa un total de 91 buques, llevando a
remolque siete barcazas para el desembarco. Iban embarcados más de 8.000 hombres, a
los que se sumaban otros 2.600 del Tercio de Agustín Íñiguez de Zárate, que se
encontraban en la isla San Miguel, y casi 500 caballeros, soldados y capitanes que
también se unieron a la expedición.
La preparación de España para que esta empresa llegase a buen puerto fue minuciosa,
pero tanto Francia como Inglaterra, estaban dispuestas a ofrecer nuevamente ayuda al
prior de Crato, como así hicieron. Catalina de Médicis ordenó al comendador de San
Juan, Aymar de Chaste que organizara nueve compañías de infantería formadas por un
total de 1.200 franceses y 400 ingleses. Con ellas llegaría al archipiélago, quedando
como general de estas tropas y de las ya existentes en el lugar. Receló el general francés
de que la defensa pudiese realizarse con tanta facilidad como el prior de Crato se
empeñaba en transmitir a las reinas que tanto le habían favorecido, por lo que solicitó a
Catalina de Médicis permiso para ver él mismo la verdadera situación. Sin embargo, al
conocerse la noticia de que el ejército de Felipe II estaba listo para embarcar, tuvo que
partir a prisa con toda la armada. Éste, al llegar a la isla Terceira, se enemistó
rápidamente con el gobernador portugués, Manuel de Silva, Conde de Torre Vedras.
D. Álvaro de Bazán, decidió que el desembarco debía hacerse en la caleta llamada das
Molas, al considerar que, al ser de acceso difícil, estaría menos defendida; a pesar de
todo, existía un fuerte y numerosas trincheras.
La noche del 25 de julio las tropas se fueron colocando en las embarcaciones, para que
en la madrugada del 26, primer aniversario de la victoria naval frente a los franceses,
comenzase el desembarco. Éste fue todo un éxito, pues en una hora ya se había acabado
con todas las defensas de aquella zona de la isla. Una vez en tierra, los soldados
formaron, esperando la llegada de las tropas que venían desde las ciudades de Angra y
Praya. Los franceses, viendo la formación de los 4.000 hombres al mando del Marqués
de Santa Cruz, fueron a una colina cercana a la ciudad de San Sebastián, para
defenderse. Se produjo así un encarnizado combate de más de dieciséis horas. En la
madrugada del día siguiente, los franceses se retiraron hacia la montaña de Guadalupe,
fuertemente defendida.
Al mediodía, los soldados españoles entraron en la capital, Angra. Chaste, se rindió
junto a sus tropas, salvando su vida. En cambio, el gobernador portugués Manuel de
Silva, se escondió en los montes del interior de la isla, siendo finalmente apresado,
juzgado y condenado a pena de muerte.
Desembarco de los tercios españoles en la isla Terceira.
Fresco en la Sala de las batallas del Monasterio de El Escorial
La gran maniobra táctica del Marqués de Santa Cruz, por la cual se tomó la isla Terceira, es
considerada por muchos especialistas en táctica anfibia como un modelo ejemplar que más
de tres siglos más tarde pudo servir de referencia a los Estados Unidos para crear su táctica
de asalto anfibio que pusieron una y otra vez en práctica en la Campaña del Pacífico durante
la Segunda Guerra Mundial.
Sólo quedaban ya por tomar las islas de San Jorge, el Pico y del Fayal. Para ello don Álvaro
de Bazán mandó una expedición al mando de D. Pedro de Toledo, marqués de Villafranca,
que no encontró resistencia en San Jorge y el Pico, pero sí en la isla del Fayal, donde se
encontraban un millar de soldados franceses e ingleses que, a pesar de la resistencia
ofrecida en un primer momento, acabaron rindiéndose.
CONSECUENCIAS
Tras la conquista definitiva de las Azores, la fama de Don Álvaro de Bazán fue mayor
que nunca. Felipe II le otorgó el título de Marqués de Santa Cruz y le nombró Capitán
General del Mar Océano. También recibieron recompensas los que a sus órdenes habían
hecho posible la conquista.
Pero más allá de reconocimientos personales, el final del enfrentamiento supuso el control
absoluto de las Azores por parte de España. Este archipiélago debía su importancia a su
localización geográfica, pues se encontraba en un lugar idóneo para la recalada de las
distintas expediciones que partían desde los territorios de las Indias hacia España y además,
su posesión permitía a la corona española el dominio del Atlántico.
España, al hacerse con el control de todos los territorios portugueses, incluidos por supuesto
los no ibéricos, se perfiló a finales del siglo XVI como la nación preponderante de aquel
momento, que controlaba un vasto Imperio en el cual “no se ponía el sol”.
BIBLIOGRAFÍA:
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