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Trabajo, Dignidad y Justicia Social
Homilía en la solemnidad del nacimiento de San Juan Bautista
Misa de la víspera
Mar del Plata, sábado 23 de junio de 2012
Queridos hermanos:
En el marco de esta Semana Social, celebramos la Santa Misa en las vísperas de la
solemnidad del nacimiento de San Juan Bautista, el profeta precursor del Señor. Al
celebrar su nacimiento, celebramos al mismo Jesucristo, hacia quien se orientaban las
palabras de todos los profetas. La vida entera del Señor es el pleno cumplimiento de
todo lo anunciado durante siglos por los profetas, de los cuales, según palabras del
mismo Jesús, Juan el Bautista es el mayor: “Les aseguro que no ha nacido ningún
hombre más grande que Juan el Bautista” (Mt 11,11). Sabemos que Juan dio testimonio
de la verdad y coronó su vida con el martirio, pues debió enfrentarse con los poderosos,
denunciando la transgresión de la ley de Dios.
Las lecturas de la Sagrada Escritura nos ayudan a entender nuestra propia misión de
cristianos comprometidos con nuestra fe en las actuales circunstancias de nuestra
sociedad.
La primera lectura, tomada del libro del profeta Jeremías, describe su vocación en
términos que se aplican a todo profeta del Antiguo Testamento. Pero esos mismos
términos son también válidos para caracterizar e inspirar la misión profética de la
Iglesia de todos los tiempos, así como la conducta de todos los bautizados y
confirmados en la fe.
Lo primero que nos llama la atención es la providencia de Dios: “Antes de formarte
en el vientre materno, yo te conocía; antes de que salieras del seno, yo te había
consagrado, te había constituido profeta de las naciones” (Jer 1,5). Aunque el hombre
no es un simple títere en las manos de Dios, sino que está llamado a jugar un verdadero
protagonismo, no caben dudas de que Dios se ha anticipado con su iniciativa y que su
designio salvador incluye la libre respuesta humana. Bajo el predominio de la voluntad
divina, Dios y el hombre actúan en alianza.
Lo segundo que podemos destacar es que en la experiencia del profeta, existe una
verdadera desproporción entre la misión asignada y sus fuerzas o capacidades humanas
tal como él las percibe. Alega su torpeza para hablar, vinculada con su juventud: “¡Ah,
Señor! Mira que no sé hablar, porque soy demasiado joven” (Jer 1,6).
Pero el mismo Dios le hará tomar conciencia de que será revestido de una fortaleza
regalada. El profeta hará la experiencia de que Dios está a su lado. No debe temer. Debe
colaborar desde su obediencia: “… tú irás adonde yo te envíe y dirás todo lo que yo te
ordene. No temas delante de ellos” (Jer 1,7).
De ahora en adelante, encontrará su identidad en el servicio a la Palabra divina, y el
centro de sus motivaciones estará fuera de él, en el cumplimiento fiel de la voluntad
salvadora de Dios para su pueblo. Su vida no será cómoda sino arriesgada. Prevalecerá
siempre la misión recibida por encima de sus gustos e inclinaciones. No cuentan sus
gustos subjetivos en primer lugar, pues él está entregado a la verdad objetiva que está en
Dios: “Yo te establezco en este día sobre las naciones y sobre los reinos, para arrancar y
derribar, para perder y demoler, para edificar y plantar” (Jer 1,10).
Con su palabra, el profeta no sólo arranca y derriba, sino que edifica y planta. Debe
salir de sí mismo y ayudar a otros a la conversión a la voluntad de Dios. Interpreta la
historia a la luz del plan divino y de la Alianza pactada entre Dios y su pueblo. Su vida
es dramática y suele acabar mal, según el modo de pensar de los hombres.
En la plenitud del tiempo, Cristo lleva la profecía a su cumbre insuperable. Él es el
Verbo de Dios, su Palabra plena y definitiva. Ante Pilato dirá: “Para esto he nacido y he
venido al mundo: para dar un testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha
mi voz” (Jn 18,37). Se define a sí mismo como luz (cf. Jn 8,12; 12,46) y a Nicodemo le
dirá: “En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo y los hombres prefirieron las
tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas (…) el que obra conforme a la verdad, se
acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios”
(Jn 3,19.21).
Continuadora de la misión profética de Cristo, la Iglesia va atravesando la historia
difundiendo la verdad sobre Dios, sobre el hombre y sobre el mundo. No hablamos sólo
del cielo, aislando nuestra esperanza trascendente de las cosas temporales. Nuestra fe en
Dios y en la vida eterna, nos lleva a proyectar esta luz sobre nuestra vida temporal y
sobre todo lo relativo al bien común de la sociedad, con las implicancias morales y los
compromisos que se derivan para nuestra convivencia social. En lo temporal, en efecto,
decidimos nuestra eternidad y ésta se anticipa en el tiempo.
Como bien sabemos, la preocupación de la Iglesia por los problemas sociales se
remonta a sus mismos orígenes y se vincula con el Evangelio. En los tiempos modernos,
no obstante, es preciso reconocer que la encíclica Rerum novarum del Papa León XIII
ha constituido un acontecimiento histórico, al impulsar iniciativas y estudios mediante
los cuales se buscaba acompañar desde una perspectiva cristiana y católica los cambios
acelerados que se producían en la sociedad.
Desde entonces dicho cuerpo doctrinal no cesó de crecer, en diálogo directo con las
nuevas circunstancias históricas y sus implicancias políticas, económicas y culturales, y
se fue enriqueciendo con el aporte de los papas sucesivos, hasta nuestros días.
2
Entre un capitalismo salvaje que desprotegía a los trabajadores y un socialismo
revolucionario que propiciaba la lucha de clases, la doctrina social de la Iglesia
defenderá junto al derecho a la propiedad privada también la función social de los
bienes y de los medios de producción, y hablará con claridad sobre la justa relación
entre el capital, el trabajo y el salario. Los derechos del trabajador, considerados a la luz
de la moral inspirada en el Evangelio, ocuparán en este vasto cuerpo de doctrina un
lugar destacado.
Sin aportar soluciones técnicas, la Iglesia presenta la luz de los principios que deben
iluminar la búsqueda constante de soluciones a una realidad compleja. Convoca a
pensar sobre presupuestos sólidos, consciente de que un pragmatismo sin principios
morales vuelve inhumana la convivencia. Invita también al diálogo, sabiendo que los
principios deben ser confrontados con la realidad para volverse operantes.
Nuestra patria conoció en su pasado etapas de grandeza que le dieron renombre
merecido. Familia, educación y trabajo fueron sus más sólidos cimientos para la
construcción de una nación que producía admiración al mundo.
Hoy es más urgente que nunca recuperar el valor de la familia, amenazado por
ideologías que bajo el signo del progreso nos conducen a un grave retroceso moral y
social. Otro tanto decimos de la educación, aspecto en el cual hemos brillado en el
pasado y por el que hoy sentimos profunda decepción y fracaso.
En cuanto al trabajo, tema central de estas jornadas, las actuales circunstancias nos
llevan a un esfuerzo de reflexión y de compromiso renovado. Vivimos en nuestra patria
horas de tensión y queremos contribuir al bien de la paz social. A la situación general
del país se suma la grave crisis de nuestro puerto marplatense.
Sabemos que el trabajo está en el mismo centro de la cuestión social desde el
principio. Hoy en día es necesario recrear una cultura del trabajo estable que supere
soluciones provisorias, como sería el trabajo precario o una cultura de la dádiva. Hace a
la dignidad del hombre y, al mismo tiempo, es derecho y deber de un ciudadano
honorable. Mediante él se defiende la vida y la familia. La Palabra de Dios nos lo
muestra como un deber y una necesidad: “Si alguno no quiere trabajar, que tampoco
coma” (2 Tes 3, 10; cf 1Tes 4, 11), decía el apóstol San Pablo. Y el libro del Génesis
nos habla del trabajo como inherente a la naturaleza humana y no como simple
consecuencia del pecado del hombre (Gn 1,26-28; 2,15).
Lo que el pecado ha añadido y sigue añadiendo, es el conflicto y la discordia. Por
eso, deseo repetir aquí palabras ya dichas en otra oportunidad respecto del mismo
problema local que ya lleva varios meses sin resolverse; palabras que juzgo también
válidas en el horizonte más amplio del país:
3
“Al asomarme a los problemas del puerto y de la actividad pesquera, sé que las
dificultades pueden ser muchas. Sé también que quedan involucradas muchas personas
con puntos de vista muy variados y a veces en confrontación abierta. Es entonces
cuando debe brillar la virtud del diálogo, que puede ser a veces prolongado y debe ser
paciente, donde todas las voces e intereses sean escuchados. Sólo del diálogo paciente y
de la voluntad de negociar podrá surgir una solución superadora, donde a veces todas
las partes deben ceder algo en vistas a un bien superior a los propios intereses.
Me dirijo a todos los actores, dando por supuesto que existe buena voluntad en
empresarios y trabajadores, sindicatos y representantes de la gestión política, así como
de las fuerzas de seguridad. Todas las voces son valiosas y las manos de todos deben
unirse para sacar al puerto adelante, para que éste sea muy próspero y trabajen unos y
otros con la alegría de saber que llevan el pan a sus mesas con dignidad. Detrás de cada
dificultad hay, en definitiva, rostros de hombres, mujeres y niños que esperan” (Mensaje
a la comunidad pesquera, 29 de enero de 2012).
Queridos hermanos, sabemos que “si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan
los albañiles” (Sal 121,1). Pero también sabemos que Dios nos puso en esta tierra para
trabajar juntos en la construcción de un mundo mejor. Toca a nosotros el corresponder
con presteza y fidelidad a su invitación. Quiera él regalarnos luz para encontrar los
caminos de la justicia y del amor, y fortaleza para perseverar en el esfuerzo de la
concordia.
+ ANTONIO MARINO
Obispo de Mar del Plata
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