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Lección 1 para el 4 de octubre de 2014 Casiodoro de Reina, al traducir la Biblia al castellano antiguo, tradujo “Iakobos” como “Santiago” en Santiago 1:1. Sin embargo, en el resto del Nuevo Testamento, tradujo “Iakobos” como “Jacobo” en lugar de “Santiago”. En realidad, en español el nombre Santiago es una evolución del nombre San Jacobo. En castellano antiguo, se pronunciaba Yago o Iago (Jacob), llamándose Sant Yago, Sant Iago e incluso San Tiago (nombre que pasó al portugués). Durante la reconquista, se popularizó su nombre al usarlo como grito de guerra antes de la batalla. Con el tiempo, las dos palabras se fusionaron en una sola: “Santiago”. “Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo…” En el Nuevo Testamento, aparecen cuatro personajes con el nombre de Jacobo (Santiago): 1. Jacobo, hijo de Zebedo. Marcos 3:17. Uno de los doce apóstoles. Murió decapitado en el año 44 d.C. (Hch. 12:2). Demasiado pronto para haber podido escribir la epístola. 2. Jacobo, hijo de Alfeo. Marcos 3:18. Uno de los doce apóstoles, apodado “el menor” (Mr. 15:40; Mt. 27:56). Nada se sabe de su actividad posterior a Pentecostés. 3. Jacobo, padre de Judas Tadeo. Lucas 6:16. No hay evidencia alguna de que llegase siquiera a ser creyente. 4. Jacobo, hermano mayor de Jesús. Marcos 6:3. Aunque inicialmente no creía en Jesús (Jn. 7:5), llegó a ser una columna de la iglesia de Jerusalén (Gál. 2:9). Fue él quien escribió esta epístola. (Santiago 1:1 pp) “Porque ni aun sus hermanos creían en él” (Juan 7:5) “¡Qué apoyo habría encontrado Jesús en sus parientes terrenales si hubiesen creído en él como enviado del cielo y hubiesen cooperado con él en hacer la obra de Dios! Su incredulidad echó una sombra sobre la vida terrenal de Jesús. Era parte de la amargura de la copa de desgracia que él bebió por nosotros… Le veían con frecuencia lleno de pesar; pero en vez de consolarle, el espíritu que manifestaban y las palabras que pronunciaban no hacían sino herir su corazón. Su naturaleza sensible era torturada, sus motivos mal comprendidos, su obra mal entendida… Los que están llamados a sufrir por causa de Cristo, que tienen que soportar incomprensión y desconfianza aun en su propia casa, pueden hallar consuelo en el pensamiento de que Jesús soportó lo mismo” E.G.W. (El Deseado de todas las gentes, cp. 33, pg. 292-293) “Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo, a las doce tribus que están en la dispersión: Salud” (Santiago 1:1) “Santiago indica claramente que tanto él como sus lectores son judíos. Por ejemplo, se refiere a Abrahán como a "nuestro padre" (cap. 2:21) y a la "congregación [literalmente, sinagoga]" (cap. 2:2), el lugar donde solían reunirse los judíos. Pero el autor y los lectores a los que originalmente fue dirigida la epístola también eran cristianos, como lo demuestran las repetidas referencias a Jesucristo como "Señor" (cap. 1:1, 7; 2: 1; 5:7, 11). Por eso, al escribir a "las doce tribus" de "la dispersión", Santiago se está dirigiendo a cristianos de origen judío en diferentes lugares de todo el mundo romano (cf. 1 Ped. 1: 1)” (Comentario Bíblico Adventista, sobre Santiago 1:1) “Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe” (Santiago 2:24) Al considerar, erróneamente, que Santiago enseñaba la salvación por las obras, Martín Lutero la denominó “una epístola de paja”, porque “no había nada en ella de la naturaleza del evangelio” (prefacio al libro de Santiago de la traducción del Nuevo Testamento al alemán, 1522). Posteriormente, otros reformadores (como los hermanos Wesley) introdujeron en el protestantismo la idea de la importancia de la santidad en la vida cristiana, devolviendo a la epístola su verdadero sentido. Santiago escribe sobre la forma de vivir como un cristiano y no sobre cómo llegar a serlo. Muestra preocupación por lo que significa ser un creyente genuino y enfatiza que lo que hacemos debe concordar con lo que decimos. “El hermano que es de humilde condición, gloríese en su exaltación” (Santiago 1:9) Aunque inicialmente no creyese en Jesús, lo que Santiago aprendió durante la infancia y juventud de Jesús y lo que le escuchó en sus sermones caló hondo en su corazón. “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt. 11:29), fue seguramente la enseñanza que mejor aprendió Santiago. Él mismo se presenta como “siervo de Dios y del Señor Jesucristo” y realza la humildad en toda su epístola. También encontramos en la epístola de Santiago enseñanzas muy similares a las de Jesús.