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Orar para conocer la Voluntad de Dios
Día 28 de febrero 2011
Lectura: Salmo 64
“Mas el fin de todas las cosas se acerca;
sed, pues, sobrios, y velad en oración”
(1 Pedro 4:7)
Un cristiano que ora es un cristiano que busca al Señor. Cuando oramos,
le damos la oportunidad a Dios de revelarnos Su Voluntad; por eso es tan
importante la oración. Por medio de ella podemos estar en comunión con Él.
El Señor Jesús es un ejemplo perfecto de una vida de oración: Oraba sin
cesar para conocer la voluntad del Padre. En todas las circunstancia le dio la
prioridad a la voluntad del Padre, anteponiéndola a la Suya propia: “Yendo
un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío,
si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como
Tú” (Mat. 26:39.)
Esta actitud debe ser también la nuestra cuando oremos: “Padre, busco
Tu Voluntad, quiero ver Tu Rostro; que se cumpla Tu Voluntad y no la mía”.
Dios ha establecido el principio de que todo lo tenemos que hacer de
acuerdo a Su Voluntad y a Su Beneplácito.
Dios contesta siempre, de una manera o de otra, cuando oramos
buscando Su Voluntad. Es cierto que tenemos que orar por múltiples
necesidades, pero tenemos que darle la prioridad a la búsqueda de Su
Voluntad.
Eso fue lo que el Señor Jesús les enseñó a Sus discípulos al darles la
oración modelo: “Padre, Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también
en la tierra”. Dios busca en la tierra a un pueblo que se someta a Su
Voluntad. Este tiene que ser el objetivo primordial de nuestra vida.
¡Hagamos nuestra la oración que Jesús nos enseña: “Venga tu reino.
Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra!” (Mat. 6:10.)
“He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu
voluntad; quita lo primero, para establecer esto
último. En esa voluntad somos santificados
mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha
una vez para siempre”
(Hebreos 10:9-10)
Un corazón nuevo
Día 27 de febrero 2011
Lectura: Salmo 63
“Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y
quitaré de vuestra carne el corazón de piedra,
y os daré un corazón de carne”
(Ezequiel 36:26)
Nuestro corazón es un elemento esencial en nuestra vida cristiana; de él
proceden nuestros pensamientos (Mat. 12:34.). Por eso nos advierte el
Señor que guardemos nuestro corazón más que todas las demás cosas.
De nuestro corazón proceden tanto las cosas buenas como las malas
que pensamos y, finalmente, decimos.
Nuestro corazón de piedra tiene que ser cambiado por un corazón tierno
y sensible. Para esto es imprescindible el arrepentimiento, porque éste
muestra que podemos volvernos al Señor, cambiar de dirección.
David, después de haber pecado gravemente, en el Salmo 51, le dirigió a
Dios una oración de arrepentimiento: Confesó su pecado y le pidió perdón al
Señor. Cuando confesamos nuestros pecados, el Señor es fiel para
perdonarlosnos; por medio de Su Gracia crea un corazón limpio en
nosotros: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu
recto dentro de mí” (Sal. 51:10.) Oremos con este versículo y abramos el
corazón al Señor. El Señor Jesús mismo dijo algo impresionante en relación
con nuestro corazón: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos
verán a Dios” (Mat. 5:8.)
¡Un corazón limpio nos permite ver a Dios!
Pablo procuraba siempre mantener una conciencia limpia. Al igual que él
nos tenemos que esforzar en guardar nuestro corazón y nuestra conciencia
libres de toda mancha.
Que el Señor conserve en nosotros esa clase de corazón, un corazón que
se vuelva únicamente a Él. Démosle el corazón al Señor, y dejemos que nos
dé un corazón nuevo, un corazón de carne, limpio y tierno.
Dios tiene un propósito
Día 26 de febrero 2011
Lectura: Salmo 62
“También nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por
vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en
toda sabiduría e inteligencia espiritual”
(Colosenses 1:9)
El Señor se nos quiere dar a conocer. Con ese propósito se nos reveló
un día. Sin embargo, el conocer a una persona significa conocer también su
voluntad y los deseos de su corazón.
La voluntad de Dios no tiene que ver, solamente, con ciertas decisiones
terrenales que tenemos que realizar a lo largo de nuestra vida. Dios tiene
un plan para la humanidad. En el corazón de Dios existía un designio eterno
antes de crear los cielos y la tierra.
El Nuevo Testamento nos revela la maravillosa Persona de Jesucristo y
también el misterio de Su Voluntad.
Veamos el ejemplo de Abraham, quien invitó al Señor y preparó una
comida para Él y luego le acompañó para estar más tiempo con Él: “Y los
varones se levantaron de allí, y miraron hacia Sodoma; y Abraham iba con
ellos acompañándolos. Y Jehová dijo: ¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a
hacer” (Gen. 18:16-17.)
En esta comunión se produjo la revelación de Dios a Abraham de lo que
iba a realizar con Sodoma. Es Dios quien ha dado el primer paso al
revelársenos. Nosotros tenemos que dar el segundo paso viniendo a Él,
para que nos revele Su Voluntad.
El deseo del Señor es edificar Su casa. Él nos ama a cada uno en
particular, y especialmente ama es a Su Iglesia. Murió por nosotros y
también lo hizo por Su Iglesia. El plan eterno de Dios es conseguir una
Esposa. Él no vino solamente para salvarnos, también lo hizo para edificar
Su Iglesia, de la misma manera que hizo salir de Egipto a los israelitas y
llevarlos a la buena tierra, donde finalmente se edificaría el templo.
Reconocer Su Presencia invisible
Día 25 de febrero 2011
Lectura: Salmo 61
“A quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo,
aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso;
obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas”
(1 Pedro 1:8-9)
En el Nuevo Testamento se nos comunica una noticia maravillosa:
Dios se ha encarnado y ha vivido junto a Sus discípulos como un
verdadero hombre.
Y cuando estos más disfrutaban de Su presencia y la apreciaban, Él les
dijo: “Es necesario que yo me vaya”. Los discípulos se desilusionaron. Pero
el Señor les prometió que les enviaría un Consolador para que habitase
perpetuamente con ellos (Juan 14:16.). Dios habita eternamente con
nosotros. Podemos fiarnos de Su promesa:
“He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”
(Mat. 28:20.)
Un día, el Señor regresará de manera visible. En esta venida reside
nuestra esperanza. Actualmente, aunque vive en nosotros, no podemos
verle, Pero Él nos quiere entrenar a gozar de Su presencia invisible,
como lo hicieron los discípulos después de Su resurrección.
Pero Dios nos ha dado dos preciosos medios para que aprendamos a
conocerle: Su Palabra y los hermanos y hermanas, la familia de la fe. Lo
que más necesitamos para conocer a Dios es leer la Biblia. Cada vez que
abrimos ese libro somos conducidos al Señor. Y cada vez que descuidamos
la lectura de la Palabra, somos conscientes de que nos alejamos de Él. El
reunirnos con los hermanos y las hermanas también nos sirve para
acercarnos al Señor. Ellos son personas de carne y hueso a los que
podemos ver y oír.
Nadie puede socorrernos mejor que el Señor, pero, a menudo, Él utiliza
Su Cuerpo (la iglesia de Cristo) para sostenernos y animarnos. La Biblia y
los hermanos y hermanas son la ayuda que siempre tenemos a nuestra
disposición.
¿Dios es nuestro adversario?
Día 24
de febrero 2011
Lectura: Salmo 60
“Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.
Someteos, pues, a Dios”
(Santiago 4:6-7a)
Recordemos la experiencia de Jacob en Peniel: “Así se quedó Jacob solo;
y luchó con él un varón hasta que rayaba el alba” (Gen. 32:24.)
Después de esta lucha, Jacob fue consciente de haber visto a Dios cara a
cara (v. 30.) Así vemos que Dios es nuestro amigo, pero a veces se
convierte en nuestro(aparentemente) adversario. Nuestro Señor es muy
misterioso, tan vasto y tan variado que no es fácil llegar a conocerlo
totalmente.
La Biblia nos dice que a Dios le costó trabajo vencer a Jacob. También
nosotros somos tan duros y obstinados que el Dios Todopoderoso encuentra
a veces dificultades para vencernos. Podemos parecer suaves y tiernos,
pero en realidad somos terriblemente duros.
Esta lucha se prolongó a lo largo de toda la noche, porque Dios no es un
hombre para presentarse delante de nosotros y derribarnos de un puñetazo.
A veces preferiríamos que fuese así, porque el asunto sería saldado
rápidamente. Pero esa no es la voluntad de Dios; Él lucha sin cesar con
nosotros, contra nuestra carne y deseos.
Nadie nos puede ayudar y comprender como Él. Estamos interesados en
conocerle cada vez mejor. Pero tenemos que recordar que también lucha
contra nosotros, porque aún cuando lo experimentamos como nuestro
adversario, eso nos conduce a conocerlo mejor. Dios lucha con nosotros
para nuestro bien. Él siempre está a nuestro favor y nunca en contra de
nosotros. “Y llamó Jacob el nombre de aquel lugar, Peniel; porque dijo: Vi a
Dios cara a cara, y fue librada mi alma” (Gen. 32:30.) Dios lucha con
nosotros para hacernos desistir de nuestra obstinación y hacernos
volver a Él, porque tiene reservado para nosotros algo maravilloso.
Dios es nuestro amigo
Día 23 de febrero 2011
Lectura: Salmo 59
“Y hablaba Jehová a Moisés cara a cara,
como habla cualquiera a su compañero (a su amigo)”
(Éxodo 33:11)
¡Dios es nuestro amigo! Este es un privilegio que tenemos por haber
creído en Él. A lo largo del tiempo hemos aprendido a conocer al Señor
mediante el invocar Su Nombre. Pero cuando estamos en presencia de un
amigo no nos limitamos a pronunciar su nombre, también hablamos con él
y nos agrada permanecer algún tiempo con él. Esto era lo que hacía
Abraham con Dios a la puerta de su tienda. Para conocer al Señor es
necesario hablarle como se le habla a un amigo.
Podemos acercarnos a Dios tal como somos y hablarle sin fingimientos.
Un verdadero amigo comprende nuestros problemas y nos escucha.
¡El Señor es el mejor amigo que podamos tener! Nadie podrá, jamás,
comprendernos tan bien como el Señor mismo. Sólo Él puede darnos la
verdadera ayuda que necesitamos. Derramemos ante Él nuestra alma y
confesémosle todo lo que encierra nuestro corazón.
Nuestro Dios no es solamente el Dios Todopoderoso o nuestro Redentor,
también es nuestro amigo. En todo momento podemos venir a Él sin que
se moleste por ello; siempre está disponible.
La consagración es una manera de abrirnos a nuestro Amigo. Entonces,
Él produce fruto en nosotros. No oremos con formalismos; comuniquémosle
todas nuestras preocupaciones. Un verdadero amigo es también alguien a
quien escuchamos con atención. Venimos a Él no sólo para hablarle, sino
también para escucharle.
¡El Señor tiene tantas cosas que decirnos en Su Palabra y en lo más
profundo de nuestro corazón: Oigámosle!
Dios no se detiene por causa de
nuestras faltas
Día 22 de febrero 2011
ectura: Salmo 58
“Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin
mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios,
nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia,
ahora y por todos los siglos. Amén”
(Judas 24-25)
Al leer el Génesis vemos todas las experiencias y rodeos por los que
pasó Abraham. Pero al leer el Nuevo Testamento sólo vemos los aspectos
positivos de su vida.
El capítulo 11 de la Epístola a los Hebreos dice: “Por la fe Abraham,
siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como
herencia; y salió sin saber a dónde iba” (v. 8.)
Al leer este versículo podríamos pensar que Abraham, lleno de fe y
obedientemente, siguió inmediatamente la voluntad de Dios. “Por la fe
habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena,
morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa”
(v. 9.) En ese capítulo, Abraham nos parece irreprochable.
El Nuevo Testamento no hace mención alguna a su descenso a Egipto, ni
de sus fallos y errores.
Conocer al Señor no es tan fácil y evidente. Las dificultades existen, los
fallos también. Pero lo que nos muestra el Nuevo Testamento es que el
Señor no tiene en cuenta nuestros fallos. Sólo se interesa por el
resultado final: Finalmente, Abraham engendró a Isaac.
Nosotros no queremos cometer voluntariamente errores o tomar
senderos equivocados, pero a los ojos de Dios, lo que cuenta es que
alcancemos la meta. Lo importante es volverse cada vez al Señor, porque Él
siempre está ahí, siempre dispuesto a revelársenos. Dios no se desanima
jamás. Él es paciente y sabe que puede cumplir las promesas que nos ha
hecho.
“Fiel es el que os llama, el cual también lo hará”
(Gálatas 5:24)
Le pertenecemos al Señor
Día 21 de febrero 2011
Lectura: Salmo 57
“Ahora, así dice Jehová, Creador tuyo, oh Jacob,
y Formador tuyo, oh Israel:
No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú”
(Isaías 43:1)
Cuando Dios se le apareció a Abraham, éste edificó un altar. Cuando
Dios se nos aparece, cuando aprendemos a conocerle, se produce una
reacción dentro de nosotros. El altar que edificamos se convierte entonces
en un símbolo de nuestra consagración, un lugar donde tener comunión con
Dios. El consagrarse al Señor no consiste principalmente en trabajar para
Él, ni en hacerle a Él un favor sino, ante todo, reconocer el hecho de que
hemos sido redimidos y, ahora, le pertenecemos.
Inmediatamente después de esta aparición de Dios, Abraham construyó
otro altar, entre Bet-el y Hai. Bet-el significa “casa de Dios” y Hai “montón
de ruinas”. Cuando nos consagramos a Dios, nos entregamos por
completo a Él y abandonamos las ruinas de nuestra naturaleza caída.
Pero enseguida, Él siempre nos lleva a preocuparnos de Su casa, del edificio
que Él quiere construir.
Después de aquellos acontecimientos hubo hambre en la tierra, y
Abraham descendió a Egipto. Es como si hubiese olvidado la consagración.
Abandonó la tierra prometida y estuvo a punto de vender su esposa en
Egipto. ¿Quién pensaría que Abraham sería capaz de aquello después de
haber encontrado a Dios y haberle edificado dos altares? No obstante, la
actitud del Señor hacia Él no cambió y Abraham retornó al altar que había
construido entre Bet-el y Hai.
El Señor siempre está igualmente a favor de nosotros, aunque algunos
sucesos nos hayan apartado de Él y nos hayan hecho desviarnos hacia
Egipto.
Si nos arrepentimos realmente, Él siempre está dispuesto a perdonarnos
y a olvidar nuestros errores y devolvernos a nuestra primera consagración,
a ese lugar de la íntima comunión con Él.
El privilegio de conocer al Señor
Día 20 de febrero 2011
Lectura: Salmo 56
“Porque todos me conocerán,
desde el menor hasta el mayor de ellos”
(Hebreos 8;11b)
De acuerdo a la promesa que se nos hace, en el versículo precedente,
todos hemos recibido el privilegio de poder conocer al Señor, aunque nos
consideremos demasiado “pequeños”, “poco experimentados” o “demasiado
débiles”. Para conocer bien a alguien se precisa pasar tiempo con él,
escucharle y hablarle.
Es vital, y glorioso, conocer al Señor, pero también tenemos que
reconocer que no es demasiado fácil.
La vida de Abraham, el padre de la fe, es una buena ilustración de las
numerosas etapas que es necesario recorrer, algunas de ellas bastante
difíciles, para llegar a conocer al Dios viviente, al Dios de la gloria.
Al principio de su experiencia, a Abraham se le apareció el Dios de la
gloria. A nosotros también se nos apareció el Señor un día. No fuimos
nosotros quienes le buscamos a Él; nunca dijimos: “Es necesario que
encuentre al que me creó y que aprenda a conocerlo.” Fue Él quien dio el
primer paso y se manifestó a nosotros. Porque el Señor desea darse a
conocer, personalmente, a cada uno de nosotros. Él se interesa por
nosotros y quiere que lleguemos a conocerlo cada vez mejor.
Abraham no se decidió a partir hacia la buena tierra después del primer
encuentro con el Señor; para que pudiese realmente seguir al Señor, fue
necesario que muriese su padre Taré y entonces Dios se le volvió a
aparecer en Harán. A partir de aquel momento, Abraham salió sin saber
adonde iba. Este es un principio maravilloso: El Señor quiere darse a
conocer, pero no nos dice hacia donde nos quiere llevar. No nos da un
mapa, ni nos traza un itinerario. Porque Él mismo quiere ser nuestro
“mapa” y nuestra permanente referencia y guia.
Lo que Él desea es que ante todo aprendamos a conocerle, y a mantener
una relación personal y diaria con Él.
Disfrutando de la justificación
Día 19 de febrero 2011
Lectura: Salmo 55
“Bienaventurado el varón a quien el Señor
no inculpa de pecado”
(Romanos 4:8)
¡He sido justificado! Por lo tanto no tengo que rendir cuentas de mi
pecado. Delante de Dios tanto mi pecado, como la naturaleza pecaminosa
de mi carne, ya no se me imputan. Dios no me reclama nada. ¡Otro ha sido
castigado en mi lugar, y ante Dios soy justo! ¡He sido perdonado y me he
revestido de Cristo quien ahora es mi justicia!.
El estar justificado significa que delante de Dios he cumplido la
ley. Cómo si la hubiese guardado al píe de la letra. Dios se complace en
mí. Cuando Cristo se convierte en mi justicia, no sólo significa que he sido
perdonado, sino que he obtenido una posición positiva. Él es mi vestido de
justicia. Él ha guardado por completo la ley, y se ha convertido en mi
justicia. De esta manera me puedo regocijar en Él como mi justificador y mi
justicia.
¿Nos vemos como personas justificadas? ¿Conocemos lo que significa
disfrutar de nuestra justificación? ¿O seguimos viviendo en la condenación?
Es posible que nos sintamos desdichados sin poder definir el origen de
tales sentimientos de condenación. Tenemos la impresión de ser malos. Si
al menos pudiésemos nombrar un pecado, también nos podríamos
arrepentir. Pero esos sentimientos son vagos, indefinibles, nos sentimos
enfermos, estamos cargados sin saber las causas.
¡Este es el momento de atribuirnos la justificación que hemos alcanzado!,
y podemos orar en este sentido y espíritu:
“¡Señor Jesús, gracias, Tú me has justificado, ya nada se me reclama!”
Al practicar nuestra fe, de esta manera, nos podemos apropiar de la
justificación que se nos ha concedido y que ahora nos pertenece.
¡Mantengámonos siempre en esta posición, y en este incomparable
privilegio!
El Señor vive en nosotros
Día 18 de febrero 2011
Lectura: Salmo 54
“Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en
vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así
como la unción misma os enseña todas las cosas, y es
verdadera, y no es mentira,
según ella os ha enseñado, permaneced en él”
(1 Juan 2:27)
Desde el momento mismo en que fuimos regenerados, el Señor Jesús,
que nos salvó de la condenación, vino a morar en nuestro espíritu. En esto
consiste la salvación inicial. Dios se convirtió en nuestro Salvador.
Pero Su obra de salvación continúa día tras día, porque quiere salvarnos
en todos los ámbitos de nuestra vida; esta es la salvación
continua(santifcación) y en ella interviene la unción que Él nos dio en el
momento de la salvación inicial.
El Señor vive en todos Sus hijos. Él los quiere conducir, pero también
reacciona por lo que hacen y lo que dejan de hacer, por lo que dicen o
dejan de decir. Todas estas reacciones nos permiten conocerle mejor para
morar en Él. En esto consiste la unción.
La palabra unción en griego es Crisma, la forma verbal del nombre Cristo.
Crisma se refiere al mover del Señor en el espíritu humano. Vemos, por lo
tanto, que la unción es el Señor mismo que reacciona, actúa y se manifiesta
diariamente en el espíritu humano de los creyentes.
La unción nos permite conocer mejor, en el espíritu, a nuestro Dios, para
que caminemos en armonía con Él, y para que nos mantengamos en Su
Vida y en Su Paz. Cuando perdemos de vista la vida y la paz es señal
de que el Señor dice “no” a lo que estamos haciendo o pensando. Se
trata pues, por nuestra parte, de prestarle atención a la voz de Dios en
nuestro espíritu.
La unción es la operación interior del Señor que se cuida de que no se
interrumpa nuestra comunión con Él, la cual hace que Sus hijos moren en
Él.
¡Cuán preciosa es la unción!
Embajadores del Evangelio
Día 17 de febrero 2011
Lectura: Salmo 53
“Así que, en cuanto a mí, pronto estoy (deseo vivamente)
a anunciaros el evangelio también a vosotros
que estáis en Roma”
(Romanos 1:15)
El Señor nos ha confiado la responsabilidad de anunciar el Evangelio.
En Romanos 11, escribe el apóstol Pablo: “¿Cómo, pues, invocarán a aquel
en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído?
¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?” (v. 14.)
Los pecadores se podrán salvar por medio de la Palabra de verdad que
proclamamos. Si nadie me hubiese dicho un día: “Necesitas a Jesús para
ser salvo, Él murió por ti, por causa de tus pecados”, nunca habría podido
ser salvo. No precisamos ser elocuentes; no es preciso elaborar un gran
discurso; dos o tres frases sencillas pueden actuar en el corazón del hombre
para conducirle a la salvación.
Además, no estamos solos, sino acompañados del Señor mismo,
estando apoyados sobre Él y sostenidos por Su Espíritu. Lo que nos permite
predicar eficazmente el Evangelio no es nuestro conocimiento doctrinal, sino
el hecho “de ir con el Señor”; Él ha implantado en nuestro interior un
profundo deseo por la salvación de los pecadores. ¡Sabemos hasta que
punto está vacía de sentido la vida sin Cristo! Los hombres necesitan que
alguien les traiga algún sentido a sus vidas; y por parte del Señor, Él los
quiere salvar. Hoy es el día de la salvación.
Somos mensajeros ante los hombres, a los cuales tenemos que traerles
el mensaje del Dios viviente. No olvidemos que un buen embajador del
Evangelio tiene que acercarse en primer lugar al Señor, para presentarle a
aquellos que tiene en su corazón y pedirle que abra puertas para la Palabra
(Col. 4:3.)
El modelo de los siete candeleros
Día 16 de febrero 2011
Lectura: Salmo 52
“Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete
candeleros de oro, y en medio de los siete candeleros,
a uno semejante al Hijo del Hombre”
(Apocalipsis 1:12-13)
En el capítulo 1 del Apocalipsis, el Señor no nos da una enseñanza
acerca de la Iglesia, pero nos muestra una visión acerca de la misma, a
saber, la de los candeleros de oro.
Sólo hay una Iglesia, pero debido a las diferencias geográficas, y
únicamente debido a tales diferencias, la Iglesia se manifiesta por medio de
las distintas Iglesias locales. Cada una de ellas se refiere a una ciudad y no
a una doctrina, a una persona o a una tendencia teológica. Este es el
modelo, claro y sencillo, que nos revelan las Escrituras, a partir de los
Hechos de los apóstoles hasta el libro del Apocalipsis, el último de la Biblia.
Los siete candeleros de oro tienen un carácter profético, que muestra la
historia de la Iglesia íntegramente. Solamente el Señor podía utilizar las
siete Iglesias existentes en aquel momento, con sus diversas circunstancias,
para revelar por adelantado toda la historia de la Iglesia.
La verdad concerniente a la Iglesia es simple y clara: Una Iglesia, una
ciudad, un candelero de oro. El oro, en la Biblia, describe la naturaleza
divina. El Señor quiere infundir en nosotros Su naturaleza divina. No nos
contentemos con imitar el camino seguido por Jesús en la tierra, abrámonos
a Él para poder recibir Su naturaleza divina.
Cuando el Señor se dirige a cada una de las Iglesias, menciona cada vez
la necesidad de vencer y de oír lo que Él quiere decirles:
“El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”.
Oigamos lo que Dios quiere decirnos por medio de las Epístolas a las
siete Iglesias. Lo que le dice a cada una de ellas es también válido para
todas las demás.
¡Demos oído a lo que Dios nos dice y vengamos a Él!
¡Respondamos hoy a Su llamado!
Acopiar y guardar la Palabra
Día 15 de febrero de 2011
Lectura: Salmo 51
“Respondió Jesús y le dijo:
El que me ama, mi palabra guardará;
y mi Padre le amará, y vendremos a él,
y haremos morada con él”
(Juan 14:23)
El apóstol Juan nos anima a guardar la Palabra y a conservarla como un
tesoro precioso en nuestros corazones. Jesús dice: “el que me ama, mi
palabra guardará” (Juan 14:23.). Podemos demostrar nuestro amor a Jesús
al guardar lo que Él nos dice en la Biblia.
Es probable que no podamos retener todo lo que leemos, pero es
imprescindible que guardemos lo que oímos del Señor. Si al leer
mantenemos el corazón vuelto hacia Él, Dios nos tocará y nos impresionará
mediante Su Palabra, ya sea mediante un versículo, una frase o una
palabra, o mediante un pasaje completo. Cuando esto suceda no dejemos
de orar sobre ello, y expresemos al Señor cuánto hemos sido tocados por
Sus Palabras. Démosle gracias a Dios por Su Palabra viva. Y más tarde, a lo
largo de toda la jornada, recordemos esos versículos, utilizándolos para
acercarnos al Señor; entonces Él vendrá a nosotros y se establecerá cada
vez más en nuestro corazón.
Podemos tener también un cuaderno para escribir lo que hemos recibido
de parte del Señor, para no olvidarlo. Eso nos servirá para volver a
recordarlo, de vez en cuando, para que nos toque de nuevo el Señor.
Santiago dice: “recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual
puede salvar vuestras almas” (Sant. 1:21.). Desde que creímos en el
Señor, nuestro espíritu fue regenerado y nuestra alma puede salvarse
mediante el obrar de la Palabra en nosotros.
Recibamos la Palabra viva de Dios, y dejemos que actúe diariamente en
nosotros con su poder de transformación. De esta manera podremos
experimentar en nosotros la obra del Espíritu Santo.
Desposados con Cristo
Día 14 de febrero de 2011
Lectura: Salmo 50
“Porque os celo con celo de Dios;
pues os he desposado con un solo esposo,
para presentaros como una virgen pura a Cristo”
(2 Corintios 11:2)
El día en que recibimos al Señor, nos comprometimos con Él, nos
convertimos en su esposa. Al comprender Su inmenso Amor, respondimos
positivamente al llamado de Jesucristo. De esta manera se convirtió en el
Esposo a quien nosotros también amamos. Este amor tiene que crecer y
profundizar, enraizar, en nosotros cada vez más.
La vida cristiana comienza con un encuentro con el Señor y el amor no
debe dejar de ser el hilo conductor que nos une Él. El amor que
experimentamos por el Señor nos motiva interiormente a consagrarle toda
nuestra vida y a vivirla de la manera que a Él le complace.
Este gran amor nos motiva a prepararnos para el gran día de las bodas,
el día de Su advenimiento. Al igual que cualquier novia espera con
impaciencia el día de sus desposorios, nosotros ansiamos ir al encuentro de
nuestro Esposo; para ello nos preparamos adecuadamente.
En efecto, el Señor se va a desposar con una esposa “gloriosa... sin
mancha ni arruga” (Efe. 5:27.) ¡No quiere desposarse con una jovencita
inmadura ni con una anciana arrugada!
Si nos acercamos a Él cada día, nos dará el crecimiento espiritual que
nos proporcionará la madurez, y al mismo tiempo, hará que desaparezca de
nosotros todo vestigio de la vejez interior.
¿No tenemos a menudo trazas de vejez en nuestros pensamientos y en
nuestros sentimientos? ¿Acaso no somos muchas veces tercos y obstinados
cuando el Señor trata de someter nuestro corazón a Su Voluntad?
Mientras crecemos para llegar a la madurez, velemos para mantener
una frescura real en nuestro amor para el Señor. Satanás tiene miles de
estratagemas para apartarnos del Señor, pero nosotros tenemos que
amarle a Él( a Cristo) de todo corazón, pase lo que pase.
Aprovechando el tiempo
Día 13 de febrero de 2011
Lectura: Salmo 49
“Aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Por
tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la
voluntad del Señor. No os embriaguéis con vino, en lo cual hay
disolución; antes bien sed llenos del Espíritu, hablando entre
vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales,
cantando y alabando al Señor en vuestros corazones;
dando siempre gracias por todo al Dios y Padre,
en el nombre de nuestro Señor Jesucristo”
(Efesios 5:16-20)
Distintos pasajes bíblicos nos aseguran que Dios acabará lo que ha
comenzado en cada creyente; Él perfeccionará completamente Su obra.
Nuestro Salvador nos salva perfectamente; ningún creyente será “salvado a
medias”. Estamos persuadidos como Pablo que el que empezó en nosotros
la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo (Fil. 1:6.)
No obstante, el pasaje del encabezamiento y la parábola de las cinco
vírgenes prudentes y las cinco insensatas en Mateo 25, introducen el factor
tiempo. La sabiduría consiste en estar llenos de aceite en el momento
oportuno. “Sed llenos del Espíritu”. Dejémonos llenar continuamente por el
Espíritu. Se trata de una experiencia espiritual ligada a la presencia y a la
actividad del Espíritu dentro de nosotros. Dejemos que el Espíritu opere
libremente en nosotros todos “los hoy” que Dios nos conceda. Esa es la
garantía de que la luz que arde en nuestra lámpara, lo hará sin apagarse
jamás, aunque, si hace falta, se sobrepase la media noche sin que Él llegue;
el Señor nos encontrará listos y prestos para recibirle.
Efesios 5:19 nos muestra que el estar llenos no es una cuestión
individual. Alcanzamos la plenitud gracias a los demás creyentes. “Hablando
entre vosotros”. ¿No nos hemos visto estimulados en nuestro andar
cristiano al reunirnos con los demás hermanos? Cantar los cánticos del
Señor junto a los creyentes y compartir nuestra fe y experiencias,
mantienen nuestra pasión por Él y nos estimulan a comprender la voluntad
de Dios.
¡Seamos llenos del Espíritu!
Aproximarse a Dios diariamente
Día 12 de febrero de 2011
Lectura: Salmo 48
“Pero en cuanto a mí, el acercarme a Dios es el bien;
He puesto en Jehová el Señor mi esperanza”
(Salmo 73:28)
“Me anticipé al alba, y clamé; Esperé en tu palabra. Se anticiparon mis
ojos a las vigilias de la noche, para meditar en tus mandatos” (Sal.
119:147-148.)
A menudo estamos dispuestos a aceptar las reglas para alcanzar una
meta. Hay una regla que nos puede ser provechosa: Apartar un tiempo para
acercarnos a Dios.
Tengamos la sana costumbre de comenzar y acabar el día volviendo
nuestro corazón hacia el Señor. Podemos invocarle, hablarle. Daniel “se
arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de su Dios”
(Dan. 6:10.)
Además tenemos el privilegio de vivir en países donde la Biblia se
encuentra en nuestros idiomas y podemos disponer fácilmente de ella.
Abrámosla al menos una vez al día, y si es posible hagámoslo como el
salmista, por la mañana temprano. De esa manera también nos podrá
hablar nuestro Dios.
Las reuniones del Domingo nos dan la oportunidad de acercarnos a Dios
junto con los demás hermanos y hermanas. Los testimonios, los cánticos,
los mensajes nos animarán a proseguir en nuestro caminar con Cristo y los
demás creyentes. Las reuniones de oración y de alabanza, las reuniones en
las casas son también momentos fijos durante la semana para acercarnos
juntos a Dios.
Tenemos el ejemplo de los primeros cristianos, que “perseveraban en la
doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento
del pan y en las oraciones” (Hechos 2:42.)
Aprovechemos cada día del tiempo que dispongamos para acercarnos
nuevamente a nuestro Dios. El "mañana" no nos pertenece. Por lo tanto
tenemos que aprovechar el momento presente de acuerdo a lo que está
escrito: “Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: Si oyereis hoy su voz, No
endurezcáis vuestros corazones” (Heb. 3:7; 4:7.)
La visión del Cristo Glorioso en el
Apocalipsis
Día 11 de febrero de 2011
Lectura: Salmo 47
“En medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del
Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y
ceñido por el pecho con un cinto de oro. Su cabeza y sus
cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve;
sus ojos como llama de fuego;
y sus pies semejantes al bronce bruñido”
(Apocalipsis 1:13-15)
La Biblia nos muestra a un Dios de restauración. Pese al caos originado
tras la rebelión y la caída de Satanás, Dios conseguirá Su Propósito eterno y
el Apocalipsis nos revela la forma en que lo llevará a cabo, mediante la
intervención de Jesucristo.
Este último libro de la Biblia comienza con la visión del Hijo del hombre.
Es esencial y determinante el encuentro con ese Jesucristo Glorioso.
Este Hijo del hombre lleva, como ceñidor de Su ropa sacerdotal, un cinto
de oro sobre Su pecho, sobre Su corazón, simbolizando Su Amor.
Recordemos siempre Su Amor, especialmente cuando nos abrimos a Él y
Sus ojos como llama de fuego ponen en evidencia las cosas que tenemos
que eliminar en nuestras vidas. Nuestro Dios examina nuestro corazón para
sanarlo. Actúa en nosotros como la radioterapia para curar el cáncer. ¡Su
tratamiento es curativo!
De Su boca surge, como el escalpelo de un cirujano, una espada de
doble filo, la cual es Su Palabra que separa o divide nuestra alma y nuestro
espíritu, discerniendo lo que le pertenece al Señor y lo que no es Suyo.
Es crucial tomar tiempo para leer la Biblia, porque de esta manera nos
podrá operar con efectividad el Señor.
La influencia del mundo nos hace espiritualmente duros de oído, ese es
el motivo de que la voz del Señor tenga que ser como el ruido de muchas
aguas. Vemos finalmente que Su Rostro es como el sol.
Si andamos en Su Presencia, estaremos en la Luz.
Buscar al Señor de todo corazón
Día 10 de febrero de 2011
Lectura: Salmo 46
“¿Con qué limpiará el joven su camino?
Con guardar tu palabra.
Con todo mi corazón te he buscado”
(Salmo 119: 9-10)
David, vinculado estrechamente con la Palabra de Dios, dedicaba todo su
corazón a buscar a Dios. Guardaba las palabras divinas como un tesoro:
“Me he gozado en el camino de tus testimonios más que de toda riqueza”
(Sal.119:14.)
Cuando leemos el Salmo 119, nos toca la importancia que tenía la Palabra
de Dios en la vida de David. Una treintena de veces manifiesta su adhesión
a ella mediante expresiones como desear ardientemente la Palabra,
buscarla, escogerla, aferrarse a ella, amarla, confiar en ella, esperar en ella,
incluso cantarla.
David deseaba vivir una vida que le agradase a Dios. Por eso dice:
“En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (v.11.).
La Palabra de Dios fue para él una lámpara que alumbraba su camino (v.
105.). David la guardaba y ella le guiaba, para él resultaba el alimento
espiritual diario, por eso dice: “¡Cuán dulces son a mi paladar tus
palabras! Más que la miel a mi boca.” (v.103.). No se contentaba con
conocerlas intelectualmente, se deleitaba en ellas, para él, eran más
dulces que la miel.
La Palabra de Dios era para David una fuente de gozo: “Me regocijo en
tu palabra Como el que halla muchos despojos (el que alcanza un gran
botín)” (v. 162.)
¡Tanto era el aprecio de David por la Palabra de Dios! ¡Seamos los David
del siglo XXI! ¡Tengamos corazones sensibles que reciban y guarden la
Palabra de Dios!
Los efectos en nuestras vidas, incluso derribando gigantes enormes,
invencibles para ejercitos rudos pero que anden en la carne, no tardarán en
sentirse.
La preparación de un instrumento útil
para Dios
Día 9 de febrero de 2011
Lectura: Salmo 45
“El Señor le dijo: Ve, porque instrumento escogido me es éste,
para llevar mi nombre en presencia de los gentiles,
y de reyes, y de los hijos de Israel”
(Hechos 9:15)
Moisés fue educado en la cultura egipcia, recibió la mejor formación de aquella
época y podría haber accedido a los más elevados puestos del reino; ante él se
abría un panorama cómodo y atractivo. Pero él jamás se olvidó de las enseñanzas
de sus padres y de su pueblo.
Él tomó una determinación: Escogió antes ser maltratado junto al pueblo de
Dios que disfrutar por un tiempo los placeres del pecado. Contempló el oprobio con
Cristo como algo rico a lo que allegarse, mucho más precioso que todos los tesoros
de Egipto, porque tenía fija su vista en el galardón (Heb. 11:26.)
Habiendo tomado esa determinación, pensó que sus hermanos israelitas
comprenderían que Dios les quería libertar por medio de él; pero ellos no le
entendieron así (ver Hechos 7:19-44.) ¡Qué decepción debió sufrir! Ciertamente se
preguntaría a qué conducía todo aquello.
Habiendo huido al país de Madián, se casó y se dedicó a pastorear el rebaño de
su suegro durante cuarenta años. En su mente debieron de menudear “los ¿por
qué? Los ¿a qué viene esto?” Se puede pensar que todos aquellos años pasados en
el desierto podrían haberse empleado mejor. Pero en realidad Dios estaba
trabajando: Utilizó aquel tiempo para forjar en silencio un instrumento útil del que
se podría servir más adelante.
Aprendamos a confiar en el Señor en los momentos de incertidumbre, de duda,
de desiertos espirituales. Nuestra vida está Sus manos. Así qué, aunque no
sintamos Su Presencia en los eventos de la vida, no nos cerremos a Él.
Mantengámonos abiertos a Él, pase lo que pase, proclamando con confianza las
palabras de Romanos 8:28: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas
les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.”
Conocer a Dios subjetivamente
Día 8 de febrero de 2011
Lectura: Salmo 44
Para que “seáis plenamente capaces de comprender con todos
los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la
altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo
conocimiento, para que seáis llenos
de toda la plenitud de Dios
(Efesios 3:18-19)
Cuando recibimos al Salvador del mundo, Éste se convirtió en nuestro
Salvador. Cuando renunciamos a nuestros deseos para aceptar los Suyos,
cuando adaptamos nuestra voluntad a la Suya, lo reconocemos como Señor
y Rey.
Cuando no sabemos como ir adelante y nos volvemos a Él, le podemos
conocer como nuestro Camino o nuestro Pastor.
Cuando nos sentimos débiles e incluso “destrozados”, pero nos
volvemos a Jesús, disfrutamos de Su humanidad fina y delicada, la cual “no
quiebra la caña cascada”; nos invaden el amor y el respeto hacia Él.
Si pecamos y nos arrepentimos, se nos presenta como nuestro Abogado
defensor y como la Victima expiatoria que satisface completamente las
exigencias de la Justicia de Dios.
Cuando nos sentimos ofendidos, podemos experimentar a Aquél que
perdona y olvida, al que perdona nuestras deudas. No podemos por menos
que amar a nuestro Redentor y dejarnos impregnar de ese Dios que
perdona.
En los Salmos, David describe a su Dios bajo múltiples aspectos, a lo
largo de todas su vida se dedico a descubrir y explorar todas las riquezas
del Señor. David aprovechaba todas las ocasiones para conocer mejor a su
Dios. “¡Para conocer a Dios nos es suficiente toda una vida, porque las
“dimensiones” divinas son ilimitadas!
Procuremos desde ahora aprovechar todas las circunstancias de la vida
para experimentar cada día a Dios. Vengamos cada día a Él.
¡La vida vivida con Él es apasionante!
A solas con Dios,
encerrados en nuestro aposento
Día 7 de febrero de 2011
Lectura: Salmo 43
“Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la
puerta, ora a tu Padre que está en secreto;
y tu Padre que ve en lo secreto
te recompensará en público”
(Mateo 6:6)
Dios creó al hombre para vivir en comunión con Él. Podemos mantener
una comunión continúa e ininterrumpida con Dios por que Él es
omnisciente y omnipotente.
El pecado nos había privado de esta comunión, pero Cristo vino para
restablecerla. En ese contexto podemos comprender el por qué, al morir en
la cruz, “el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo” (Mat. 27:51.)
¡Gloria a Dios, ahora el acceso a nuestro Dios ha quedado expedito!
Somos llamados a gozar de esa comunión con Dios durante toda nuestra
jornada, sean cual sea nuestro estado de ánimo y nuestras circunstancias.
Pero sólo podremos hacerlo en la medida en que sea real nuestra oración en
el secreto de nuestra habitación: “...entra en tu aposento y cierra la
puerta”. Busquemos algunos momentos para aislarnos y pasar un tiempo de
intimidad con nuestro Señor, el cual es el Espíritu y mora en nuestro
espíritu. Entremos en ese aposento interior, nuestro espíritu, cerremos la
puerta a todos los pensamientos que pueden disturbar nuestra mente y
hacernos abandonar la comunión con nuestro Padre.
¡Cuán dulce es pasar un tiempo en Su Presencia! Ahí está Él, viéndonos.
Cuando mantenemos una comunión secreta y viva con el Padre,
descubrimos lo que hay en Su Corazón y nuestra vida sufre un cambio
radical.
Disfrutar de tales momentos de intimidad, es una manera mantener una
comunión gozosa y estrecha con Dios a lo largo de todo el día. Esto tendrá
saludables efectos para nosotros y para los que nos rodean.
Pruebas y tentaciones
Día 6 de febrero de 2011
Lectura: Salmo 42
“No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana;
pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que
podéis resistir, sino que dará también juntamente con la
tentación la salida, para que podáis soportar”
(1 Corintios 10:13)
Bastantes creyentes en el Antiguo y en el Nuevo Testamento no han
visto desarrollarse sus vidas como ellos esperaban.
Por ejemplo, José, quien tuvo sueños en los que veía a sus hermanos
postrarse delante de él, pero esas visiones no se cumplieron hasta mucho
después, años más tarde, y cuando ya era aparentemente imposible. Sus
hermanos, por el contrario, lo trataron de matar y finalmente lo vendieron
como esclavo.
Una vez en Egipto, José fue adquirido por Potifar, un oficial del faraón.
Al servicio de éste, Dios hizo que fuesen prosperados por medio de José
todos sus asuntos. Cuando todo parecía ir mejor, la esposa de Potifar se fijó
en él y le hizo proposiciones deshonestas. Al negarse José, a las misma, fue
llevado a la cárcel, donde soportó una situación penosa por causa de su
integridad (Sal. 105:16-23.)
José, en medio de sus pruebas, se mantuvo consciente de la presencia
de Dios y no quería pecar contra Él (Gen. 39:9.). Habría tenido motivos
para encerrarse en sus desdichas y compadecerse de sí mismo, como si
Dios le hubiese abandonado. Pero no se desanimó. “Pero Jehová estaba con
José y le extendió su misericordia, y le dio gracia en los ojos del jefe de la
cárcel” (Gen. 39:21); Tanto en la prisión cómo a lo largo de toda su vida,
José se volvía hacia su Dios quien nunca lo olvidaba.
El Señor dice: “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de
compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me
olvidaré de ti” (Isa. 49:19.)
En medio de las pruebas podemos comprobar la perseverancia de José y
cómo se mantuvo fiel hasta el fin.
“Si sufrimos, también reinaremos con él” (2 Tim. 2:12.)
Guardar Su Palabra
Día 5 de febrero de 2011
Lectura: Salmo 41
“El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará,
y vendremos a él, y haremos morada con él”
(Juan 14:23)
El apóstol Juan, muchas veces, en sus Epístola y en su Evangelio, nos
anima a guardar la Palabra. Esta es una de las maneras en las que podemos
mostrarle nuestro amor al Señor.
En efecto, cuando amamos a alguien lo que esa persona nos dice lo
valoramos mucho; lo tenemos en cuenta y lo atesoramos. La Iglesia en
Filadelfia, símbolo de la Iglesia victoriosa, guardaba la Palabra: “Yo conozco
tus obras; he aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie
puede cerrar; porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi
palabra, y no has negado mi nombre” (Apoc. 3:8.)
Pero ¿qué es lo que significa “guardar”? En primer lugar hacer lo que
está escrito, aplicarlo o ponerlo en práctica, y en segundo lugar:
Conservar, atesorar, retener firmemente.
¡Qué precioso es guardar la Palabra en nuestros corazones! Entonces
podemos comenzar a ponerla en práctica.
La parábola del sembrador y la semilla ilustra muy bien lo que decimos. El
Sembrador es el Señor, la simiente es Su Palabra, y las diversas
configuraciones del terreno son las condiciones del corazón de los hombres.
El Señor dice en Lucas 8:15: “Mas la que cayó en buena tierra, éstos son
los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con
perseverancia”. La buena tierra no hace nada, se limita a recibir la semilla y
mantenerla en su seno. Un corazón con estas características atesora la
Palabra; es fiel, le permite enraizar en él para que lleve fruto.
¡Alabado sea el Señor! La Palabra de vida tiene en su interior una fuerza
vital que le permite que todo lo que en ella se revela pueda llegar a
fructificar. ¡Guardemos la Palabra de Dios!
Nosotros amamos al Señor
Día 4 de febrero de 2011
Lectura: Salmo 40
“Porque tu marido es tu Hacedor;
Jehová de los ejércitos es su nombre;
y tu Redentor, el Santo de Israel;
Dios de toda la tierra será llamado”
(Isaías 54:5)
La relación del esposo y la esposa simboliza muy bien la relación que
une a Dios con Su Pueblo. Al comienzo de la Biblia se nos muestra una
pareja – Adán y Eva – y al final encontramos a otra – el Cordero y Su
esposa. En el centro de la Biblia se encuentra El Cantar de los cantares ¡Una
súper historia de amor!
Muchos conocen a Dios como el Creador. Pero el versículo del
encabezamiento nos lo presenta como nuestro Esposo. En el Nuevo
Testamento, el Mesías se presenta como el Esposo (Juan 3:29.). No sólo
nos regocijamos en que Él es nuestro Salvador, sino que nos alegramos
más en que es nuestro Esposo. Este es un gozo diferente, más profundo.
La Iglesia es la Esposa: “Porque os celo con celo de Dios; pues os he
desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a
Cristo” (2 Cor. 11:2), es indispensable que mantengamos una relación de
amor con nuestro querido Señor. ¡Le amamos sin haberlo visto! (1 Ped.
1:8.)
A veces nos sentimos fríos e insensibles con respecto a Él. Pero cuanto
más le declaremos, mediante la fe, nuestro amor, más le amaremos. Los
primeros versículos del Cantar de los cantares pueden servirnos como una
oración: “¡Oh, si él me besara con besos de su boca! Porque mejores son
tus amores que el vino. A más del olor de tus suaves ungüentos, tu nombre
es como ungüento derramado; Por eso las doncellas te aman. Atráeme; en
pos de ti correremos” (Cant. 1:2-4.)
El apropiarnos de esta clase de palabras nos ayudará a aumentar nuestro
amor por Él.
Nuestro Dios desea y merece que le amemos con todo nuestro corazón,
con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas (Deut. 6:5.)
Que nada substituya nuestro ardiente amor hacia Él (Apoc. 2:2-4.)
Ser ricos para Dios
Día 3 de febrero de 2011
Lectura: Salmo 39
“Mirad, y guardaos de toda avaricia;
porque la vida del hombre
no consiste en la abundancia de los bienes que posee”
(Lucas 12:15)
A lo largo de nuestra vida acumulamos multitud de cosas. A todo lo largo
de ella encontramos múltiples ocasiones de buscar la satisfacción. Al igual
que el rico de la parábola de Jesús, forjamos gran cantidad de proyectos:
"También les refirió una parábola, diciendo: La heredad de un hombre
rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo:
¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? Y dijo: Esto
haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos
mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes
guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate" (Luc.
12:16-19.)
Pero este pasaje bíblico no termina aquí. Dios le dijo a este hombre rico:
“Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿De
quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios”
(Luc. 12:20-21.)
Y nosotros, ¿Confiamos en nuestra juventud, salud o capacidades físicas
o intelectuales? ¿Depende nuestra vida del reconocimiento de otros?
¿Confiamos en nuestro conocimiento cultural bíblico? Es de necios confiar
en todas esas riquezas, que se esfuman cómo el viento.
Dios quiere que seamos ricos, con unas riquezas que no deslumbran los
ojos, y que únicamente se adquieren cuando los corazones se vuelven a Él:
“Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo
necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego
y desnudo (Apoc. 3:17.)
Sí, hagámonos ricos para Dios acercándonos sinceramente a Él, para
adquirir de Él, de Su Vida, gratuitamente, sin pagar nada: “Por tanto, yo te
aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y
vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu
desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas” (Apoc. 3:18.)
La fe, el Amor y la esperanza
Día 2 de febrero de 2011
Lectura: Salmo 38
“Acordándonos sin cesar delante del Dios y Padre nuestro de
la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestro amor y de vuestra
constancia
en la esperanza en nuestro Señor Jesucristo”
(1 Tesalonicenses 1:3)
El Amor, la fe y la esperanza forman la estructura esencial de la vida
cristiana; son los tres pilares que sostienen todo el edificio.
La vida cristiana es una vida que se desarrolla por fe y no por vista. El
creyente, de esta manera, se ejercita en no mirar a sus experiencias ni a
las circunstancias de la vida que pueden originar el desánimo; él se aferra,
por el contrario, a la Palabra Viva de Dios, que permanece para siempre (1
Ped. 1:23,25), al Señor resucitado, vencedor de la muerte.
Toda fe verdadera tiene resultados visibles y tangibles, a los cuales Pablo
les llama, “La obra de vuestra fe”. La fe se expresa en miles de formas, por
tener un corazón para los intereses del Señor, mediante un servicio, por el
amor hacia los hermanos, por preocuparse por los incrédulos, etc. “Porque
ellos mismos cuentan de nosotros la manera en que nos recibisteis, y cómo
os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero” (1
Tes. 1:9.)
Dios es Amor (1 Juan 4:8.) Esa es Su esencia. Fuimos atraídos por Su
Amor, gustamos de ese Amor y ese Amor divino se ha derramado en
nuestros corazones por medio del Espíritu Santo (Rom. 5:5.)
Nuestros ojos se deben mantener abiertos a la esperanza que tiene que
ver con nuestro llamamiento. Cuando regrese el Señor, obtendremos la
gracia, la salvación de nuestra alma y la redención de nuestro cuerpo.
¡Qué programa tan maravilloso! ¡Vale la pena proseguir nuestro camino
con el Señor! “Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed
sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando
Jesucristo sea manifestado” (1 Ped. 1:13.)
CRISTO:
El tabernáculo de Dios
en medio de los hombres
Día 1 de febrero de 2011
Lectura: Salmo 37
“Y harán un santuario (tabernáculo) para mí,
y habitaré en medio de ellos”
(Éxodo 25:8)
La Biblia nos muestra numerosas imágenes para ayudarnos a comprender
las realidades espirituales. Una de ellas es el tabernáculo.
El tabernáculo era un santuario portátil, construido en el desierto por el
pueblo de Dios cuando salieron de Egipto. Esta casa de Dios, construida de
acuerdo al modelo que le dio Dios a Moisés, siempre estaba en el centro del
campamento.
El tabernáculo, con todos sus detalles, era una magnífica imagen de
Jesucristo. El apóstol Juan habla de ello en su Evangelio: “Y aquel Verbo
fue hecho carne, y habitó (tabernaculizó) entre nosotros (y vimos su gloria,
gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan
1:14.)
En la tierra, Jesucristo era el verdadero tabernáculo de Dios, en el que
habitaba “corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Col. 2:9.)
Sólo había una puerta para entrar en el atrio. Esta puerta representa a
Cristo como el mediador entre Dios y los hombres: “Yo soy la puerta; el que
por mí entrare, será salvo” (Juan 10:9.) “Y en ningún otro hay salvación;
porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que
podamos ser salvos” (Hechos 4:12.)
Esta puerta tenía una cortina muy ancha para que todos pudiesen entrar
en el atrio. Jesucristo igualmente es suficientemente amplio para poder
salvar a todos los hombres de todos los pueblos, de todas las lenguas
(Apoc. 5:9.)
Entremos a la presencia de Dios hoy mismo. Desde el momento en que
reconocemos nuestros pecados delante de Dios y recibimos a Jesucristo
como nuestro Salvador personal, entramos en el atrio. ¡De ahora en
adelante nos quedan por descubrir muchas riquezas!