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Transcript
¿Qué
recibimos por
medio del
bautismo?
Podemos
considerar
dos partes:
1º Lo negativo: qué nos quita. Nos quita todos los
pecados: Primeramente el pecado original y luego todos
los pecados actuales que se tengan. 2º Lo positivo:
Además de otros grandes dones, que iremos viendo, nos
da primeramente la gracia, que nos hace hijos de Dios y
miembros de la Iglesia.
Señor y
Padre
nuestro
que en el
bautismo
Automático
nos haces hijos tuyos y
miembros de la Iglesia,
queremos caminar llevando entre las
manos el fuego de la fe,
ofreciendo a la gente la
flor de la esperanza,
testigos
de tu
Reino,
Hacer CLICK
Comenzando con lo negativo, decimos que nos quita
todos los pecados.
Y lo primero que expresamos
es que nos quita el pecado
original. Esto es difícil de
explicar. Hay discusiones de
lo que verdaderamente
puede consistir; pero sí es
algo que está en el
fundamento de todo ser
humano, por la unión que
hay con toda la humanidad.
Luego ya viene la tradición,
por lo que dice la Escritura
sobre los primeros seres
humanos.
Adán y Eva podrían ser
como un símbolo del daño
que hay en la humanidad a
través de toda su historia.
Todo ello se va pegando a
nosotros. Y por lo tanto
uno nace con una
atracción hacia el mal. Sin
especificar demasiado,
decimos que ese pecado
original es lo primero que
quita el bautismo. Todos
tenemos ese pecado
original menos la Stma.
Virgen.
Es una gracia especial; es el dogma de la
Inmaculada Concepción.
El bautismo perdona
también todos los
pecados personales,
cuando uno se bautiza de
mayor. Para perdonarse
estos pecados, es
necesario arrepentirse de
ellos. Es un dogma
proclamado en el Concilio
de Trento. Se perdonan
también todas las penas
merecidas por esos
pecados. De modo que si
uno muriese en el
momento de haber sido
bautizado iría derecho al
cielo.
Hubo un tiempo en
que unos herejes
retrasaban el bautismo
hasta el momento de
morir para poder ir
derechos al cielo.
Además de que ello es
muy peligroso por
muchas
circunstancias, se
privarían de muchas
otras gracias
necesarias después
del bautismo para
fundamentar la fe.
Podemos decir que se irían al cielo con lo justito
para estar para siempre “en la puerta”.
Por el bautismo se
perdonan todas las
penas merecidas por
esos pecados. La razón
de esto es porque el
bautismo es una
regeneración. Esto
significa que se
requiere como una
muerte total a la vida
pasada para comenzar
una vida nueva. Es muy
diferente a una
sanación, que es lo que
pasa en el sacramento
de la Confesión.
Cuando uno ha tenido una
enfermedad, sobre todo si
ha sido grave, suelen
quedar restos o reliquias
de esa enfermedad. Así
pasa en el alma. Por eso
viene la sanación con el
sacramento de la
confesión; pero cuando
uno ha muerto y hay una
verdadera resurrección,
como será al fin de los
tiempos, ya no hay nada
de lo anterior. Es una
nueva vida. Esto es lo que
hace el bautismo.
Esa nueva vida consiste en renacer, como decía
Jesucristo, a la gracia santificante. Algún día
veremos más en detalle sobre la gracia.
Pero ya decimos que
la gracia es la vida de
Dios. Es el pasar del
estar separado de
Dios al estado de
amistad. Es el mejor
regalo que nunca
podremos recibir. Por
eso el día del
bautismo es el día que
más y mejor
recibimos: la vida
divina.
Y porque es un regalo que
se recibe, es por lo que en
la Iglesia católica los niños
pueden bautizarse. Hay
personas de otras
religiones que hablan mal
de la Iglesia católica por el
bautismo de los niños.
Arguyen de que para
bautizarse uno debe decidir
si quiere o no. Dicen que a
nadie se le debe obligar a
pertenecer a una religión u
otra. Pero no se trata de
obligar o pertenecer. Se
trata de dar y recibir algo
grandioso.
Si a un niño recién nacido se le da una cantidad de
dinero muy grande, los padres estarán muy contentos y
el niño, cuando sea mayor, exultará de gozo por la suerte
que tuvo al nacer de poder recibir esa cantidad de dinero
muy grande.
Supongo
que no
compararemos las
gracias
inmensas
que da el
bautismo
con una
cantidad de
dinero por
muy grande
que sea.
Hay muchas cosas
que los padres dan a
sus niños pequeños
sin que ellos lo pidan,
y muchas veces
rechazándolo:
Comenzando por la
patria, la familia, el
apellido, a veces el
nombre, que luego ni
le gustará a su hijo;
las medicinas si las
necesita, el alimento,
etc. etc. –
Lo que hace falta es que le enseñemos luego al niño
la maravilla que ha recibido con el bautismo.
Es hermoso el ejemplo
de san Luis, rey de
Francia. Cuando volvía
del bautismo algún hijo
suyo, le daba un beso
muy especial. Y le decía:
“Antes eras sólo hijo
mío; ahora eres también
hijo de Dios”. Y el beso
era muy especial,
diferente, porque al
mismo tiempo que
besaba al hijo era como
si besase a Dios.
Estaba haciendo un acto de amor, porque en su
hijo estaba más presente Dios.
Por eso con razón
decimos, cuando
hablamos del
bautismo o de lo
que el bautismo
ha hecho en una
persona, que no
es un cambio
pequeño, sino
que es una nueva
vida, es
pertenecer a la
familia de Dios.
Automático
Hacer CLICK
San Pablo nos dice,
especialmente en la carta
a los romanos, que el
bautizado es una nueva
creación, es hijo adoptivo
de Dios, ha sido hecho
partícipe de la naturaleza
divina, miembro de
Cristo, coheredero con Él
y templo del Espíritu
Santo. Pertenecemos a
Cristo, porque hemos
sido incorporados a
Cristo en su vida y en su
muerte, como dice san
Pablo en Col 2,12.
Y comenta el papa
Benedicto
XVI:
“El
Bautismo,
es
un
encuentro personal con
Cristo que conforma
toda
la
vida
del
bautizado, le da la vida
divina y lo llama a una
conversión
sincera,
iniciada y sostenida por
la Gracia, que lo lleva a
alcanzar la talla adulta
de Cristo” (Benedicto
XVI).
Estas son reflexiones
que nos podemos ir
haciendo los que
fuimos bautizados. Y
debemos preguntarnos
si en realidad vamos
muriendo a la vida
vieja, a la vida de
pecado, para vivir en
Cristo, para
incorporarnos
verdaderamente en la
muerte y resurrección
de Cristo.
El bautizado comienza a pertenecer a una familia que es
comunidad, la familia de Dios, la Santísima Trinidad. Por
eso somos bautizados en el nombre del Padre y del Hijo
y del Espíritu Santo. Somos morada de la Santísima
Trinidad. Por eso dijo Jesús, refiriéndose sobre todo al
bautizado, de que aquel que le ama: “vendremos a él y
haremos morada en él”.
No sólo recibimos la gracia, que es la vida de Dios, sino
que al venir Dios a nuestra alma, la embellece con las
virtudes y con los dones del Espíritu Santo. Así va
creciendo la gracia en el alma. Claro que para que las
virtudes y los dones del Espíritu Santo fructifiquen,
debemos aceptarlos.
Todos son
dones de
Dios, pero
al mismo
tiempo
quiere que
sean
mérito
nuestro.
Y no sólo el
bautismo nos
une con Dios,
sino que nos
incorpora a la
Iglesia, Cuerpo
de Cristo.
Por el bautismo somos miembros los unos de los otros. Y
pertenecemos a la misma sociedad, porque, como decía
san Pablo: “Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu,
para formar un solo cuerpo”. Y también: “Llegamos a ser
como piedras vivas en la Iglesia de Dios para edificación
de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo”.
Por el hecho de que somos miembros de la Iglesia, ya no
nos pertenecemos a nosotros, sino a Cristo para vivir
plenamente obedientes y dóciles a las normas de la
Iglesia, aunque hay que entender lo de que todos somos
Iglesia. En este sentido tenemos derechos y deberes.
Los derechos
serían; ser
alimentados con
la palabra y
sostenidos con
otros auxilios
espirituales;
pero también
deberes, porque
estamos
vinculados a los
demás.
Otro don que
el bautismo
nos da es el
carácter
sacramental.
Dijimos en los sacramentos en general que hay tres
sacramentos que imprimen carácter: Bautismo,
Confirmación y Orden sacerdotal o diaconal. Es como un
sello especial en el alma. Es como una cierta potencia
espiritual ordenada a las cosas pertenecientes al culto
divino.
El carácter sacramental, como es un sello especial que
nos asimila a Cristo o nos configura más con Él, no se
puede repetir. Esos tres no se pueden repetir porque nos
configura con Cristo sacerdote para las funciones de
culto, para dar culto a Dios entre nosotros y representar
en cierto sentido a toda la humanidad.
Nos dice san Pedro en su primera carta (2,9): “Vosotros
sois un linaje elegido, un sacerdocio real, una nación
santa, un pueblo adquirido por Dios para que anunciéis
las proezas del que os llamó de las tinieblas a su luz
maravillosa”.
Es decir, que
todos
debemos
sentirnos
como
sacerdotes
en el sentido
de participar
en el culto
grandioso de
Dios.
Hay que distinguir el
sacerdocio de todos los
bautizados del sacerdocio
más representativo para el
cual se necesita recibir otro
sacramento, el del Orden. El
sacerdocio de todos los
fieles es una especie de ser
sacerdotal en cuanto que es
una verdadera consagración
del ser que distingue al
bautizado del que no lo es.
Este sello especial lo ven los
ángeles. Un día lo veremos
en el cielo y ahora lo vemos
sólo por la fe.
El sacerdocio de todos los bautizados es también una
especie de poder sacerdotal en el sentido de mediación.
El cristiano bautizado participa activamente en la misa
ofreciendo el sacrificio por medio del sacerdote
ordenado.
En algún
momento hace
de instrumento
de la gracia,
como cuando
un bautizado
recibe (y da) el
sacramento del
matrimonio.
El carácter
sacramental
de por sí
exige y
defiende la
gracia.
Y nos relaciona con la Iglesia, porque nos incorpora a
Cristo, ya que al imprimir este carácter hace a los fieles
semejantes y conformes a Cristo. También nos relaciona
con la Iglesia porque todos llevamos el mismo sello. Pasa
como con los soldados de un rey que tuvieran la misma
marca: se conocen y se defienden. El problema del sello
cristiano es que es invisible.
Hay otras realidades
del poder conocer
que uno es cristiano:
Jesús lo dijo. Es el
amor, la caridad. El
problema es que
muchos bautizados
no lo tienen y hay
otros no bautizados
que pueden tener
mucho amor o
bastante caridad.
Este sello de la
configuración con
Cristo lo veremos en
el cielo.
Ya en el Ant.
Testamento,
cuando Dios
escogió su
pueblo, el
pueblo de
Israel, les dijo:
“Vosotros seréis un pueblo de sacerdotes, una nación
santa”. Quería decir sobre todo que el pueblo tenía que
cumplir con un servicio especial a Dios, al ser el único
entre todos los pueblos que cumplía la ley. Y luego, que a
través de ellos otros muchos pueblos podrían conocer a
Dios y darle gracias por toda la creación; y a través de
ellos ordenar el culto a Dios.
En el
Apocalipsis se
atribuye este
carácter real y
sacramental a
los redimidos
por la sangre
de Cristo.
En varios otros lugares se hace referencia a este
carácter. Y cómo aquellos ancianos que estaban como
realizando este culto a Dios, decían: “Digno eres de
recibir el libro y abrir sus sellos, porque fuiste
degollado…” (Ap 5,9). Tienen un poder sacerdotal por su
configuración con Cristo.
Nosotros, como bautizados, debemos dar continuas
gracias a Dios, porque está dentro de nosotros. Todo el
misterio de la Santísima Trinidad mora en nosotros.
Exultante de gozo, como bautizado, puedo exclamar: Yo
tengo dentro de mi todo el cielo.
Automático
Yo tengo
dentro de
mi todo el
cielo.
me
diste
aliento
de vida.
Mi cuerpo
humilde,
que es
barro, se
hace
imagen
divina.
Mi cuerpo humilde, que es barro,
se hace imagen divina.
Yo tengo
dentro de
mi todo
el cielo.
Que como
María,
podamos
estar siempre
con Jesús.
AMÉN