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Transcript
Jesucristo hablaba varias
veces de “conversión”,
que es un cambio de
mente y de corazón. Este
cambio incluye apartarse
del mal para seguir el
camino del bien. Esto no
podría hacerse si uno no
vence con la penitencia la
inclinación al mal. Esto es
el arrepentimiento con
propósito de cambiar.
Cuando uno hace un acto
muy grande de penitencia
con una contrición
perfecta, la conciencia se
pone en paz con Dios.
Pero resulta que es muy
difícil hacer un acto tan
perfecto que nos dé la
gracia. Jesús nos lo quiso
facilitar y nos dio un
sacramento especial del
perdón, que es el
sacramento de la penitencia
o confesión. También se le
llama: sacramento de la
reconciliación, 2ª tabla de
salvación, potestad de las
llaves, etc
Desde la edad media era
muy frecuente llamarle
“sacramento de la
confesión”; pero ha
quedado como más
frecuente y técnico
“sacramento de la
penitencia”. San Agustín
lo llamaba “Bautismo
iterable”, porque era
como otro bautismo que
se repetía para darnos el
perdón. Algunos lo
llamaban simplemente
“Paz” por la tranquilidad
que da al alma.
La Iglesia siempre lo ha tenido como algo muy
importante y lo ha tenido que defender de muchos
enemigos.
Entre estos estaban los
montanistas, en el siglo
2º, quienes negaban a la
Iglesia el poder perdonar
algunos pecados muy
graves, como la
apostasía, el homicidio y
el adulterio. Después
vinieron los donacianos
que acentuaban mucho lo
de que sólo Dios puede
perdonar.
Los enemigos más importantes fueron los protestantes
en el siglo 16, quienes negaban que pudiera haber un
sacramento para perdonar los pecados. Esto desde
Lutero en adelante. Para ellos lo principal era la fe.
Decían que los pecados no se borran sino que se
cubren, de manera que Dios ya no los tiene en cuenta.
Y que lo
importante
es la fe de
cada uno.
Al ser lo importante la fe de cada uno según los
protestantes, lo que hace el confesor lo puede hacer
cualquier otra persona, que es excitar la fe del penitente
para unirse a los méritos de Cristo, de modo que Dios
no tenga en cuenta ya esos pecados.
Pero la Iglesia
Católica nos
enseña, ya desde
el principio, que
Jesús dio a la
Iglesia este poder
de perdonar los
pecados.
Entre todas las afirmaciones que hay de la Iglesia a
través de su historia, es de notar lo proclamado por el
Concilio de Trento, por el año 1550, donde con claridad
se proclama cómo Jesús, después de resucitar, al darles
a los apóstoles el Espíritu Santo les dijo: “Recibid el
Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les
serán perdonados y a quienes se les retuviereis, les
serán retenidos”.
Que Jesús
les dio el
poder,
siempre la
Iglesia lo ha
sostenido.
Sabemos que Jesús
perdonaba los
pecados. Él era Dios.
Cuando perdonó a
aquel paralítico,
bajado desde el
techo, algunos
decían: “¿Quién
puede perdonar
pecados sino sólo
Dios?” Y tenían
razón. Lo que no
tenían razón era el
considerar a Jesús
sólo hombre. Si
Jesús es Dios, puede
perdonar pecados.
Pero Jesús se
marchó al cielo y ya
no iba a estar de
forma visible en este
mundo. Ya no
podemos ver a Jesús
perdonando pecados;
pero Él, como Dios,
puede dar dicho
poder a otros, como
lo hizo con los
apóstoles y
sucesores. Por eso
con tranquilidad le
pedimos perdón al
Señor a través de la
confesión.
Perdón,
perdón,
Automático
perdóname,
Señor.
Contra
Ti, yo
pequé,
Mi
pecado
Tu bien
lo
conoces
Contra Ti,
Señor,
contra Ti,
Señor,
yo
pequé.
perdóname,
Señor.
Contra
Ti, yo
pequé,
Hacer CLICK
Es muy bueno saber que Jesús haya dado este poder a
algún hombre. Es como si Jesús le dice a uno: cuando tu
perdones, yo lo doy por perdonado, y si no quieres
perdonar, es como si yo no perdono. En ese caso ese
hombre tiene poder de perdonar los pecados.
De hecho no es
él el que
perdona, sino
que es Jesús el
que perdona a
través de ese
hombre, a través
de sus labios y
de la señal que
hace con las
manos.
Es lo mismo como si un rey
tuviera que hacer un viaje
largo (pensamos en el
estilo muy antiguo) y le
dijera a un amigo suyo en
algún juicio complicado:
haz lo que a ti te parezca, si
le perdonas o condenas, yo
lo daré por hecho. Y le deja
el sello real para que lo que
haga tenga validez como si
fuese el mismo rey.
Es lo que hizo Jesucristo
con los apóstoles. Lo
cuenta san Juan. Era el
día de la resurrección.
Estaban con las puertas
cerradas por miedo a los
judíos. Jesús se
presenta en medio y,
después de darles la paz
y la alegría, les dijo: “A
quienes perdonéis los
pecados les quedan
perdonados, a quienes
se los retuviereis les
serán retenidos”.
Antes de
estas
palabras
les había
dado el
Espíritu
Santo.
Dicen los entendidos que aquí no se trata de la 3ª persona
de la Stma. Trinidad, que vendría de manera especial el
día de Pentecostés. Aquí puede significar: una efusión del
espíritu de Dios, una santificación o un espíritu vivificante
que debían tener, signo de un gran poder espiritual.
Era un
espíritu de
amor y de
perdón
que la
Iglesia iba
a
necesitar.
Porque la Iglesia que comenzaba iba a ser de santos,
pero también de pecadores. Iba a ser una Iglesia santa,
pero en este mundo envuelta en pecados. Necesitaban
un poder especial para perdonar.
Este poder ya se lo
había prometido Jesús
a san Pedro, junto con
lo de las llaves del
reino de los cielos,
cuando le dijo: “Lo
que ates en la tierra
quedará atado en los
cielos, y lo que
desates en la tierra
quedará desatado en
los cielos”. Estas eran
fórmulas bíblicas para
expresar juicios sobre
el bien o sobre el mal.
Hay otros pasajes, como en Mt 18,15ss, en que Jesús
admite una autoridad en la Iglesia superior a un grupo
de hermanos. Es decir: el miembro de la comunidad
cristiana, que peca, debe ser corregido primero a solas,
luego por dos o tres testigos, luego por la Iglesia.
No quiere decir que quien
tenga esa autoridad tenga
que ser mejor que los otros;
aunque por tener este poder,
debería esforzarse por ser
mejor. La Iglesia tiene poder
de sacar a uno de la
comunidad (es lo que
significa excomulgar) o
dejarlo permanentemente
dentro. Por eso, quien tiene
mayor responsabilidad en la
Iglesia debería tener también
santidad.
La confesión,
como iremos
viendo, es un
juicio. Pero no sólo
porque pedimos
perdón al Señor,
sino porque nos
debemos perdonar
unos a otros. Por
eso le decimos al
Señor que nos
ayude a perdonar.
Olvida, hermano, tus culpas,
corriendo busca al Señor.
Automático
Pero no te
olvides
nunca de
prodigar
tu perdón.
Has de perdonar primero,
y el Señor te aceptará.
Olvida, hermano tus culpas,
corriendo busca al Señor.
Hacer
CLICK
A alguna persona se le ha
ocurrido decir que la
confesión es un invento
de los sacerdotes, quizá
para pasárselo bien
enterándose de muchas
cosas. Es ridículo, ya que
es uno de los ministerios
más pesados y molestos.
Además el sacerdote no
gana nada con ello. Lo
hace todo gratuitamente.
Si no fue Jesucristo,
debería saberse quién lo
inventó. Jesús lo hizo
para nuestro bien, porque
nos quería de verdad.
Los apóstoles, después que comenzaron a predicar y
bautizar, ejercían esta potestad dada por Jesucristo,
como aparece en los Hechos y en las Cartas. En verdad
que no aparece mucho durante los 3 primeros siglos de
la Iglesia.
Lo que más
hacían los
Santos Padres
era impulsar,
exhortar para
que hicieran
una buena
confesión, pero
no solían
describir cómo
se hacía.
Una de las razones para no tener documentos de cómo
se realizaba, es que no era lo mismo exacto en todos
los lugares. Lo importante es saber que la Iglesia daba
el perdón de los pecados cometidos después del
bautismo.
En Hechos
19, 18 dice
que
“muchos de
los
creyentes
venían a
confesar y a
declarar lo
malo que
habían
hecho”.
No todos recibían el
perdón enseguida. En
Hechos se habla de
Simón Mago, que
quería comprar con
dinero el poder de los
apóstoles. Era un
pecado muy grande y
fue rechazado. Pero
Simón pidió oraciones
por él y por fin fue
perdonado. En toda la
historia de la Iglesia
no hay ni un vestigio
de que este
sacramento sea un
invento de la Iglesia.
Hay un testimonio muy
hermoso de san Clemente
papa, que es el 4º papa
todavía en el siglo 1º
viviendo san Juan
Evangelista. Este santo
papa escribió una carta en
que dice: “Si la envidia, la
incredulidad u otro
cualquier pecado se ha
apoderado de tu alma, no
debes tener vergüenza de
confesarte al sacerdote, a
fin de librarte de las penas
del infierno”.
San Pablo en sus
cartas dice varias
veces cómo tiene
potestad de echar a
uno de la comunidad,
si fuese preciso. Una
vez dice que se
excluyen del reino de
Dios: los lujuriosos,
los impostores,
idólatras, blasfemos,
borrachos, ladrones.
Pero después dice
que participan de la
comunidad por el
perdón de los
pecados.
Muy importante es lo que se dice de san Pablo en 2Cor:
Un cristiano ha hecho algo muy malo y san Pablo se ha
entristecido y pide el castigo. Pero luego pide que le
perdonen y consuelen para que no caiga en la
desesperación.
Este perdón y
readmisión en
la comunidad
se entiende
que es por
medio de
quien tiene tal
potestad.
El apóstol Santiago, en el cap. 5, donde habla del
sacramento de la Unción de enfermos, al decir que esa
unción puede perdonar pecados, dice: “confesaos
mutuamente los pecados y rezad unos por otros para
que os curéis: mucho puede la oración insistente del
justo”.
Este justo
parece
referirse al
presbítero
encargado de
buscar esta
santidad en el
pueblo.
El Apocalipsis habla de la participación de la Iglesia en
la penitencia del pecador. Habla de echar a alguno de la
comunidad; pero luego habla de la misericordia de Dios
para inducir a la conversión y poder ser admitido quien
se arrepentía de sus pecados.
Y aunque en los
primeros siglos
no hay muchos
documentos, la
Iglesia siempre
está persuadida
de poder
perdonar.
Algunos santos
padres tuvieron que
recalcar lo de que la
Iglesia puede perdonar
todos los pecados,
pues, como vimos,
algunas herejías
decían que no podía
perdonar todos.
Jesucristo dijo
claramente: “todos los
que perdonéis…” Así
lo entendieron los
apóstoles y sus
sucesores.
Cuando Jesús les dio a los apóstoles la misión de
evangelizar, les dijo: “Como mi Padre me envió, así os
envío yo a vosotros”. Era un envío de salvación. Y en
este mundo donde hay tantos pecados, no puede haber
salvación si no pueden perdonarse los pecados.
Así que
vayamos
ante el
Señor con
los deseos
de volver a
sus brazos.
Automático
Delante de tu
altar, Señor,
delante de tus
brazos abiertos
en cruz,
cuántas cosas
te diría, Señor.
Negué tu amistad y tu amor, me fui de
tu casa muy lejos del Sol.
Vuelvo a
tus brazos,
abrázame,
Señor.
Vuelvo a tu lado,
bendíceme, Señor,
Bajo el
amparo de
María, la
Madre, al
encuentro
con el Señor.
AMÉN