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Transcript
Sa
cra
men
tos
82
Los sacramentos constituyen la
manera de recibir la gracia de
Dios, de aumentarla, de
perfeccionarla y de recuperarla,
si la hemos perdido. Para
recuperarla, después de tratar
sobre el sacramento de la
Penitencia, hemos comenzado a
ver el sacramento de la Unción
de enfermos, porque también
nos puede dar la gracia perdida,
si estamos arrepentidos y no
podemos recibir el sacramento
de la Penitencia.
Que la Unción
de enfermos es
un sacramento
la Iglesia lo
dejó bien claro
sobre todo en
el Concilio de
Trento, donde
se aclararon
muchos temas
de nuestra fe.
Entre las razones que da de conveniencia es que el enemigo del alma, el demonio, que desea siempre hacernos
caer en el mal, al final de la vida acentúa sus ataques.
Entonces necesitaremos una gracia especial para vencer.
Lo importante es que en la Unción de los enfermos
siempre se ha entendido que se atribuyen unos efectos
sobrenaturales a un rito visible. Esto es lo propio de un
sacramento.
Sólo
puede
actuar de
este
modo, si
Cristo lo
ha
determinado así.
No sabemos cierto cuándo Jesús instituyó este
sacramento, pues no todas las cosas de nuestra religión
están determinadas en el Evangelio. Lo que sí sabemos,
y siempre la Iglesia lo ha enseñado, es que tuvo que ser
el mismo Jesús quien lo instituyó.
Esto porque
los
sacramentos
dan la gracia
que es
participación
de la vida de
Dios.
Hay varias cosas que
quedaron para que los
apóstoles después lo
determinasen. Quizá Jesús
se lo dijo a los apóstoles en
aquellos días anteriores a
subir al Cielo. O quizá lo
dejó en manos de los
apóstoles, cuando envió el
Espíritu Santo. Por tanto
que lo pudieron hacer los
apóstoles por encargo de
Jesús con la fuerza y virtud
del Espíritu Santo. Que es
como si Cristo mismo lo
estuviera haciendo.
Lo más importante en
cuanto a este sacramento
es lo que dejó escrito el
apóstol Santiago en su
carta, en el cap. 5, 14-15:
“¿Está enfermo alguno
de vosotros? Llame a los
presbíteros de la Iglesia,
que recen por él y lo
unjan con óleo en el
nombre del Señor. La
oración hecha con fe
salvará al enfermo y el
Señor lo restablecerá; y
si hubiera cometido algún
pecado, le será
perdonado.”
Como un anuncio o
precedente de este
sacramento
podemos
considerar cómo
Jesús curaba a
muchos enfermos.
A varios de estos
enfermos les pedía
que creyesen. Y
luego se servía de
signos externos
como imposición
de manos, saliva,
barro y ablución.
Y los enfermos trataban de tocarlo, porque parecía que
salía de Él una fuerza curativa.
Claro que no curaba a
todos, porque todos
debemos morir y la
causa suelen ser las
enfermedades. Pero
las curaciones eran
signos de que el reino
de Dios había venido.
Y anunciaba una
curación más radical,
la victoria sobre el
pecado y la muerte,
por su resurrección.
Dios no quiere quitar toda enfermedad, porque en esta
vida, que es de paso y de prueba, la enfermedad puede
llevarnos hacia Dios, mientras que el bienestar y la
comodidad a muchos les aparta.
También debemos saber que Jesucristo no quitó ni quita
todo el mal, pero se une a nosotros en el dolor. Como
dice el profeta Isaías en el cap. 53 y luego lo recuerda el
evangelio de san Mateo, al hacer Jesús muchas
curaciones:
“Él tomó
nuestras
dolencias y
cargó con
nuestras
enfermedades”
(Mt 8, 17).
Hay enfermedades graves que vienen en el mismo
trabajo de cada día. A veces las cosas se nos hacen
pesadas. Pero sepamos que el Señor también va atado
al dolor.
Días de
dolor nos
vienen a
todos; pero
en el sufrir
Dios va con
nosotros.
Donde el
labrador la
tierra se va a
sembrar,
donde cada
día traza el
sendero,
Automático
Allí está,
está el
Señor,
atado va
con el
dolor.
Abre los ojos, lo verás, porque contigo va el Señor.
No lamentes más, el mundo está hecho así:
Días de
dolor
nos
llegan a
todos.
Pero en
el sufrir
sabemos
que Él
está.
Allí
está,
está el
Señor,
atado va
con el
dolor.
Abre los ojos, lo verás, porque contigo va el Señor.
Hacer
CLICK
No es sólo Cristo quien lleva las consecuencias de los
pecados ajenos, sino que invita a sus discípulos o
seguidores a cargar la cruz de cada uno siguiendo a
Él.
Nos hace a
su Iglesia
partícipes
de su
ministerio
de
compasión
y curación.
Para poder llevar
mejor esta cruz
cuando la vida
está en declive,
nos dio este
sacramento de la
Unción de
enfermos.
Según el papa
Francisco la parábola
del “buen
samaritano” expresa
el misterio que se
celebra en este
sacramento: Jesús
se acerca a quien
sufre y lo conforta
con el aceite del
consuelo y el vino de
la esperanza.
Luego, lo lleva a
la posada, que
representa a la
Iglesia, a la que
Cristo confía a
cuantos sufren en
su cuerpo o en su
espíritu, para
experimentar su
misericordia y su
salvación.
En el evangelio hay como anuncios de este sacramento:
Cuando va a enviar Jesús a sus apóstoles a predicar,
primero de manera temporal o provisional y luego
definitiva, les dice que los signos que van a tener en su
trabajo van a ser sobre todo de curación.
Podemos
decir que
espiritual
y corporal.
Comenta el papa
Francisco que Jesús
enseñó a sus
discípulos a tener su
misma predilección
por los enfermos y
necesitados, y les
confió la tarea de
atenderlos en su
nombre por medio de
este sacramento.
En aquella misión provisional de los apóstoles algunos
comentaristas ven como la institución, o la práctica
después de la institución, de este sacramento de la
Unción de enfermos. Dice san Marcos (6, 12-13):
“Ellos
salieron a
predicar la
conversión,
echaban
muchos
demonios,
ungían con
aceite a
muchos
enfermos y
los
curaban”.
Seguramente no se trataba de un sacramento. Dice
san Pablo, principalmente en 1 Cor. que entre los
cristianos había algunos que tenían un carisma de
curación, igual que otros tenían el carisma de
predicación o dirigir al pueblo. Es algo que ha seguido
a lo largo de la historia de la Iglesia.
Los “Hechos de los
Apóstoles” también nos
dice sobre san Pedro que,
cuando pasaba por algún
sitio, la gente le tocaba,
aunque fuese un poquito,
porque veían que salía de
él una fuerza de curación.
Y hasta su sombra
curaba. Era algo que les
había dado el Señor y que
Él a veces manifestaba en
su vida.
Es famoso el caso de aquella mujer que padecía flujos
de sangre, quien, cuando iba Jesús caminando hacia
la casa de Jairo, consiguió tocar un poco el manto de
Jesús.
Y, según lo
creía, así
quedó
curada.
A la
casa de
Jairo
iba
Jesús
y una
gran
multitud
iba tras
Él.
Automático
Y una
pobre
mujer
llena
de fe
no miró la multitud, fue y le tocó.
Haz tu
cual la
mujer
que fue
y tocó
el borde
del
vestido
de
Jesús.
Y si le
tocas tu,
sanas
también.
Virtud
salió de
Él y ella
sanó.
Y si le tocas
tu, sanas
también.
Hacer CLICK
El papa Francisco nos
dice que hablar de
“Unción de los
enfermos” nos ayuda
a ampliar la mirada
hacia la experiencia de
la enfermedad y del
sufrimiento, en el
horizonte de la
misericordia de Dios.
La misión de sanar
enfermos la dio Jesús a
sus apóstoles; pero la da
a toda la Iglesia. Y
muchos miembros de la
Iglesia, algunos en plan
particular y muchos en
congregaciones
religiosas fundadas
especialmente con este
fin se esfuerzan en
proporcionar alivio
material a los enfermos,
mirando también que les
lleve más a Dios.
Entre esta ayuda al
enfermo, debe tener una
presencia especial el
sacramento de la Unción.
De hecho la simple unción
al enfermo con óleo o
aceite era algo usual entre
los judíos como un medio
medicinal. Así el acto
material de los apóstoles
podía ser como un símbolo
del poder dado por Jesús.
Dicen algunos que hay como una mención de esta
unción en la unción que Jesús se dejó hacer en casa
de Lázaro antes de morir. Pero la Iglesia siempre ha
tenido, como más importante que otros textos, lo que
nos dice el apóstol Santiago en su carta (5, 14-15).
Inmediatamente
antes de estas
palabras, el
apóstol
Santiago invita
a confesarse
mutuamente los
pecados y a
rezar unos por
otros para
conseguir la
curación.
Se da a entender que se busca la curación del hombre
total y que la curación del cuerpo está íntimamente
relacionada con el perdón de los pecados.
En los primeros siglos hay
muy poco sobre la Unción
de los enfermos. Hay una
carta muy clara del papa
Inocencio I, en el año 416,
dirigida a un obispo, quien le
había consultado sobre si
sólo los sacerdotes podían
recibir el sacramento de la
Unción. Responde diciendo
que, según enseña el
apóstol Santiago, todos los
cristianos pueden ser
ungidos. Y, como los
obispos no pueden visitar a
todos los enfermos, los
sacerdotes lo deben dar.
Lo importante
de la
declaración de
este papa es
que no está
diciendo algo
que se le está
ocurriendo a él,
sino que está
invocando una
antigua
tradición
romana para
revalidar sus
argumentos.
Sobre esa tradición
romana no tenemos
testimonios claros,
ya que muchos
escritos se
perdieron. Pero hay
escritos que hablan
de unciones de
enfermos hechas
por fieles
particulares con
óleo bendecido por
el obispo, pero que
no parecen ser
sacramentos.
Hay algún texto en
Orígenes, comentando
al apóstol Santiago,
hablando sobre la
Unción. También
Eusebio de Cesarea
habla de la unción que
debe hacerse a los
moribundos, la cual
estaba prefigurada en
la unción que hicieron
al Señor antes de
morir. Después ya hay
más testimonios.
Hay testimonios antiguos no sólo en nuestra Iglesia
católica, sino en iglesias orientales separadas, que
tienen casi todo igual, como el sacramento de la Unción
de enfermos.
La oración de la fe y
la Unción
concederán a cada
uno lo que aquí y
ahora es la salud
para él. Para unos
será la vuelta a la
vida terrena; para
otros será el abrazo
con el Señor en paz,
habiendo recibido la
verdadera salvación.
Si se recibe el sacramento con fe, siempre
tiene que haber una salvación, porque allí está
presente el mismo Jesús. Él sabrá cuál es
mejor para esa persona; pero el sacramento
bien recibido siempre tiene que producir un
bien.
Todo va para el bien de la persona total: alma y
cuerpo. El efecto del rito atestiguado por el apóstol
Santiago no queda sólo absorbido por el perdón de
los pecados. Es decir, que aun en aquel que no tenga
pecado alguno, sigue ejerciendo la virtud curativa.
Nuestra vida
es como una
encrucijada
de dolores y
sufrimientos,
como es la
enfermedad;
pero es esperanzador el saber que Cristo nos
acompaña con estas ayudas como es la Unción
de enfermos.
Mi vida es
encrucijada
de cruces y
de dolores,
Automático
Y hoy,
Señor,
vengo a
ofrecerte
mis
penas y
mi
agonía,
porque todo forma parte, parte de la vida mía.
La cruz de mis sinsabores, la cruz
de mis sobresaltos,
la cruz de
mis
decepciones
y la cruz de
mis
fracasos.
La cruz de
mi
enfermedad,
la cruz de
mis
desazones,
la cruz de mi
aburrimiento
y la cruz de
mis dolores.
La cruz de mi ancianidad, la cruz de mis soledades,
y la cruz
de mis
achaques.
Mi vida es encrucijada de cruces y de dolores,
de sombras y
sufrimientos,
de dudas y
de temores.
Y hoy,
Señor,
vengo a
ofrecerte
mis penas y
mi agonía,
Con María
nuestros
dolores
pueden
llegar a la
Redención.
AMÉN