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El evangelio de esta semana está conformado por dos temáticas: la dureza del corazón y la
condición de ser como niños para recibir el Reino. Todo comienza con una pregunta capciosa que los
fariseos hacen a Jesús: ¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?
La pregunta por lo lícito puede ayudar a resolver muchísimos enredos y eso es muy bueno.
Pero siempre será un reacomodo o reajuste de lo que realmente es importante. Porque la legalidad
jamás podrá abarcar la hondura tan propia de las realidades humanas en las que nos movemos los
hombres y mujeres de carne y hueso que somos.
La frase, “lo que Dios unió, que no lo separe el hombre”, con la que cierra Jesús su respuesta
a los fariseos, nos está remitiendo a la Alianza. Para Jesús, la Alianza no es tan sólo un pacto ni
mucho menos un contrato. Es la constante demostración de un amor de quienes se echan juntos la
suerte. El con-suerte. Y sólo se es capaz de “echar la suerte junto a otro” si no se da cabida a la
dureza de corazón.
La dureza de corazón, tal como se entiende en la Biblia, es lo que impide ver más allá de los
propios intereses y criterios, provoca juicios inmisericordes, asfixia todo encuentro dando lugar a la
pura negociación, hace que se esté muy pendiente de la falta o error ajeno. Se termina viviendo en el
desamor. Por ello, si queremos hacer viable la convivencia, el matrimonio, el hogar, el trabajo, la
comunidad eclesial, etc., hay que cultivar permanentemente la apuesta en el otro, la ternura,
creatividad, locura, paciencia, comprensión, perdón, valoración, inclusión, fiesta, etc.
[  ]
Por otro lado, el evangelio presenta la condición de ser como niños para recibir
el Reino. Pudiera resaltarse diversas características de los niños que ayuden a
visualizar esta condición. Sin embargo, puede que cada característica encuentre
también su contrapartida. Por ello vamos a resaltar tan sólo una: la obligada referencia
a otros.
La referencia es lo que coloca al niño en una permanente y obligada relación con
los demás. Sólo no podría seguir con vida. Por eso no le queda otro camino que
dejarse proteger, cuidar, atender y hasta dejarse reprender. Y este “dejarse” encierra
una cierta forma de simplicidad, forzada, pero simplicidad al fin.
El que cultiva esta simplicidad es el que realmente aprende a conocer y a valorar
las personas, no lleva cuentas ni se ajusta al tiempo, sabe agradecer, se desprende
sin mayores complicaciones, se da del todo sin medir consecuencias, no alberga
durezas ni resentimientos en su corazón. Puede amar realmente, es decir, puede
entonces abrirse a la vida, al encuentro con los demás y al Reino. Puede ser como
niño.
[  ]
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos fariseos y le preguntaron, para ponerlo a
prueba: ¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?
Él les respondió: ¿Qué les prescribió Moisés? Ellos le contestaron: Moisés permitió el
divorcio mediante la entrega de un acta de divorcio a la esposa. Jesús les dijo: Moisés prescribió esto,
debido a la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el principio, al crearlos, Dios los hizo hombre
y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su esposa y serán los dos una
sola carne. De modo que ya no son dos sino una sola cosa. Por eso, lo que Dios unió, que no lo
separe el hombre.
Ya en casa, los discípulos le volvían a preguntar sobre el asunto. Jesús les dijo: Si uno se
divorcia de su esposa y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de
su marido y se casa con otro, comete adulterio.
Después de esto, la gente le llevó a Jesús unos niños para que los tocara, pero los
discípulos trataban de impedírselo.
Al ver aquello, Jesús se disgustó y les dijo: Dejen que los niños se acerquen a mí y no se
lo impidan, porque el Reino de Dios es de los que son como ellos. Les aseguro: que el que no reciba
el Reino de Dios como un niño, no entrará en él. Después tomó en brazos a los niños y los bendijo
imponiéndoles las manos. Palabra del Señor.
[  ]
Al final,
rezo el Padrenuestro,
saboreando cada palabra.
[]
Me sereno para esta cita con Dios.
Me acomodo con una postura que implique todo mi ser.
Al ritmo de la respiración doy lugar al silencio.
[ Una y otra vez repito este ejercicio ]
[  ]
NOTA: La oración preparatoria me ayuda a experimentar libertad de
apegos. La repito tantas veces como quiera, dejando que resuene en mí.
NOTA: Este paso merece hacerlo con esmero. Le dedico unos 10 minutos.
[ Sigo adelante  ]
Señor,
que mi razonamiento, mi afecto y mi actuación,
sean para el bien de los demás.
[]
Se prescribió el acta de repudio,
debido a su dureza de corazón.
 La dureza de corazón vuelve ciegos,
paraliza, es desesperanzadora,
mata la amistad y la confianza, mata
el alma.
 Que nos atrevamos a cultivar
ternura, paciencia, comprensión,
valoración e inclusión, para que
nuestro corazón logre alcanzar un
modo profundamente humano y
profundamente divino.
[]
Lo que Dios unió, que no lo separe el hombre
 Lo que más engrandece el corazón
de todo hombre y toda mujer es la
alianza. A base de pequeñas
alianzas vamos aprendiendo las
grandes alianzas de la vida.
 Que nos atrevamos a avanzar
hacia aquella alianza en la que
nos jugamos la vida junto a otros y
a favor de otros. Y así
experimentemos la vitalidad de
aquel amor que se hace más
fuerte que la muerte.
[]
El que no reciba el Reino de Dios como un niño,
no entrará en él
 La simplicidad todo lo ve, todo lo
puede, todo lo conoce, todo lo
logra. La simplicidad hace que
madure toda nostalgia, toda
avidez y toda ansiedad.
 Que nos expongamos al mundo,
a la gente y a Dios con una
actitud de amigos y de
confianza. Y así podamos como
niños, acoger con alegría lo que
nos depara la vida a cada
instante.
[]
CORAZÓN FRATERNO
No quiero un corazón de piedra, duro y frío, que golpee a cada paso rompiendo.
No quiero un corazón de piedra que muera solo entre las ruinas perdidas de sus
miedos.
No quiero un corazón de piedra que viva frío y muerto, creando soledades y
desiertos.
Quiero un corazón que sea humano, hecho de carne, como el tuyo, nacido de la
mujer y el silencio, que es pureza virginal y es Espíritu Eterno.
Quiero un corazón donde haya espacio para el que llegue corriendo, que mis manos
enjugarán las gotas de sudor, refrescarán el cansancio y acompañarán el sueño.
Dame un corazón que sueñe mundos sin conquistar, que viva
la utopía del hombre nuevo.
Dame un corazón que sea feliz conmigo mismo, que aprenda a
quererse para querer sin ruegos.
Dame un corazón orante como el tuyo, que se abra al Padre,
que es Padre nuestro. (Cf. Salmos – España)
Para centrar la experiencia vivida en la Oración,
respondo en forma sencilla las siguientes interrogantes:
[ Termino con la oración siguiente  ]