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JUEVES SANTO
Señor mío Jesucristo, que,
derramando sobre los hombres
las riquezas de vuestro amor,
instituisteis el Sacramento de la
Eucaristía, os suplicamos nos
concedáis que podamos amar
siempre vuestro Corazón
amantísimo y hacer un uso
digno y fructuoso de este
Augusto Sacramento.
Se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando
una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en un lebrillo y se
puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con
la toalla con que estaba ceñido.
(Jn 13,4-5)
Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís
bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he
lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies
unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también
vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros.
(Jn 13,13-15)
El Señor dijo:
“Esto es mi cuerpo, que es entregado
por ustedes“ (Lc 22,19)
“Esto es mi sangre, la sangre de la Alianza,
que será derramada por una muchedumbre”.
(Mc 14,24)
“Yo soy el pan vivo que ha bajado
del cielo. Quien comiere de este
pan, vivirá eternamente, y el pan
que Yo daré es mi misma carne
para la vida del mundo”.
(Jn 6, 51-52)
“El que come mi carne y bebe
mi sangre, tiene vida eterna,
y yo le resucitaré el último día”.
(Jn 6, 54)
Cristo en la eucaristía es su Cuerpo
que se entrega y es su Sangre que
se derrama para alimento y
salvación de todos los hombres.
Pero, ¿quién dio a Jesús ese
cuerpo humano y esa sangre
humana? ¡María!
En la eucaristía María nos vuelve a dar
a su Hijo para alimentarnos.
En la eucaristía, junto al Corazón de
su Hijo, palpita el corazón de la Madre.
Por tanto en cada misa experimentamos
la presencia de Cristo y de María.
Acerquémonos con confianza a recibir y a
adorar a Cristo presente en la Eucaristía, así
como María que fue el primer Sagrario en el que
Cristo puso su morada, recibiendo de su madre
la primera adoración
El momento más solemne de mi vida es siempre en el que
recibo la Santa Comunión. La añoro y por cada una de ellas
doy gracias a la Santísima Trinidad.
Los Ángeles, si pudiesen envidiarnos algo, nos envidiarían
dos cosas: primero, poder recibir la Santa Comunión;
segundo, el sufrir.
Sobre la utilidad de la Comunión frecuente,
Tomas de Kempis decía:
Señor, a tí me acerco para gozar del don que nos has dado
y para llenarme de alegría en este Santo Banquete.
En tí está cuanto puedo y debo desear, pues tu eres mi
redención, mi salud y mi salvación, mi fortaleza, mi honor
y mi gloria.
Mi alma desea recibir tu Sagrado Cuerpo. Mi corazón
desea estar junto al tuyo.
Señor Jesús gracias por todos
los regalos que nos has dado.
Confiamos en tu infinita
Misericordia.
Viva Jesús Sacramentado.
Alabado sea el Santísimo
Sacramento.