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Transcript
Un ermitaño escribe...
¡Vivimos de Ti!
Oraciones eucarísticas
sobre el texto
de la Encíclica “Ecclesia de Eucharistia”
de S.S. Juan Pablo II
.
Señor Jesús,
¡qué hermoso es estar contigo,
ante tu presencia eucarística!,
¡estar reclinados sobre tu pecho
como el discípulo predilecto!
Y así experimentar el amor infinito
de tu Corazón.
Si los cristianos hemos de distinguirnos
en nuestro tiempo
por el “arte de la oración”
¿cómo no sentir una renovada necesidad
de estar largos ratos contigo, Jesús,
en conversación espiritual,
en adoración silenciosa,
en actitud de amor,
ante Ti,
presente en el santísimo Sacramento?
¡Cuántas veces hemos hecho esta experiencia
y en ella hemos encontrado
fuerza, consuelo y apoyo! (25)
Prólogo para
“Un ermitaño escribe”
El “Cuerpo entregado”, la “Sangre derramada” es la fuente, el centro y el culmen de la vida del creyente, cristiano, de la Iglesia
misma.
Realizarla hasta que “el Señor vuelva” es permitir que Él
actualice en nosotros su decisión de “dar su vida por la vida del mundo”,
en repació0n, en redención y en proyección: “para que tengan vida y la
tengan en abundancia”.
Es la eficacia del “Cuerpo verdadero, nacido de María
Virgen, inmolado en la Cruz por el hombre, de cuyo pecho perforado
brotó sangre y agua, gustado de antemano en el examen final de la muerte”, como lo canta un antiguo canto gregoriano.
La Liturgia eucarística en la que la Comunidad y cada creyente toman y come el Cuerpo del Señor se expresa en formas ricas y
variadas. Forman parte principal de la oración “oficial” de la Iglesia: en
ella nacieron y por ella fueron asumidas.
En el origen de algunas se pueden reconocer creyentes conocidos, algunos Santos; uno de ellos, Santo Tomás de Aquino. Pero
muchas otras son, para nosotros, anónimas. En el origen de todas ellas
hay que reconocer una experiencia fuerte del Misterio Eucarístico.
Junto a estas oraciones “oficiales” hay una inmensa cantidad de oraciones (Cantos de todo tipo, Himnos, Suplicas, Novenarios,
Horas Santas,….) con diferentes estilos y acentos: desde la religiosidad
popular, la recogida meditación, la elevación mística, el austero arrepentimiento, el impulso a la proyección misionera, la exhortación al compromiso de servicio del hermano, etc.
De distintas maneras, en estas oraciones, aparecen los rasgos esenciales de la Eucaristía: la Iglesia que recuerda y actualiza al Señor y, desde Él, se siente urgida a ir a anunciarlo presente y actuante. Es
la acción de una comunidad formada por hombres libres, con sus dolores
y alegrías, con sus sombras y sus luces, con la alegría de sentirse alimentados por el Señor y con la decisión de obedecerle, yendo adonde Él envía.
Entre estas oraciones se encuentra esta obra que hoy está
en las manos del lector. Es el fruto de la contemplación activa, de la meditación y de la reflexión, siempre asombrada ante el Misterio Eucarístico. Son oraciones inspiradas en la Encíclica de Juan Pablo II “Ecclesia de
2
Eucharistia”. Su autor (“un ermitaño”) prefiere el anonimato. Él realiza
su vocación de sacerdote ermitaño en la Arquidiócesis de Paraná. Desde
su silencio quiere ofrecerla a los hermanos con el único interés de que
puedan servir para un crecimiento en el aprecio y valoración a Jesús Sacramentado.
Respetando su voluntad de quedar en el silencio que asumió como su modo de seguir al Señor, con gusto presento su obra, nacida
en el seno de esta Iglesia Arquidiocesana.
Mario L. B. Maulión
Arzobispo de Paraná
3
PRESENTACIÓN
Estas “oraciones eucarísticas” se inspiran en el texto de la Encíclica
de S.S. Juan Pablo II “Ecclesia de Eucharistia”. Reflejan el contenido de
los 62 párrafos en que está dividida la Encíclica, los cuales están agrupados en una Introducción (1-10), seis Capítulos (11-58) y una Conclusión
(59-62). Los números entre paréntesis al comienzo de cada oración remiten a idénticos párrafos de la Encíclica.
Estas “oraciones eucarísticas” han sido redactadas en primera persona plural, como el Padrenuestro, y pueden ser rezadas tanto individual
como comunitariamente, de manera privilegiada ante Jesús, presente en
el Santísimo Sacramento.
El autor ha tratado de convertir en oración el texto mismo de la Encíclica, esforzándose por interpretar fielmente tanto la letra como el espíritu de la Carta del Papa, pero sin pretender mantener la integridad del
texto en todos sus detalles, incluso algunas frases ha considerado mejor
omitirlas. A la vez, le ha parecido oportuno presentar el texto de las oraciones haciendo resaltar en formato de cursiva las citas de las Sagradas
Escrituras y también, con relativa libertad de elección, algunos conceptos
del Papa en la Encíclica sobre los cuales llamar la atención del orante. En
el capítulo III sobre la Apostolicidad de la Eucaristía y de la Iglesia ha
sido utilizado el formato de negrita para las palabras Eucaristía e Iglesia, para ayudar a seguir el orden de los conceptos, que es distinto del
seguido por el Papa en la Encíclica.
Como APÉNDICE, y sin formar parte de las “oraciones eucarísticas”,
ha parecido oportuno agregar los motivos que ha tenido S.S. Juan Pablo II
para escribirnos esta Carta Encíclica, tomándolos de lo que el mismo
Papa nos dice en la Encíclica.
Al final se añade un SUMARIO, en el que se pone un epígrafe a cada
uno de los 62 párrafos de que está compuesta la Encíclica. Dichos epígrafes no figuran en el texto original de la Carta del Papa, pero pueden ayudar a captar el tema de cada párrafo.
4
INTRODUCCIÓN
(1) Señor Jesús,
nosotros creemos firmemente en Ti.
Y experimentamos, con mucha alegría,
y de distintas formas,
cómo se cumple tu promesa:
He aquí que yo estoy con vosotros
todos los días
hasta el fin del mundo (Mt 28,20).
Nos alegramos, con una intensidad única,
por tu presencia en la Eucaristía:
¡el pan y el vino se convierten en tu Cuerpo y en tu Sangre!
Tanto nos alegramos que, con gozo, podemos afirmar:
“la Iglesia vive de la Eucaristía”,
¡sí, la Iglesia vive de Ti en la Eucaristía!
Esta verdad no solamente expresa nuestra fe,
sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia.
Señor Jesús,
desde que, en Pentecostés,
tu Iglesia, pueblo de la nueva alianza,
empezó su peregrinación hacia la patria celeste,
la Eucaristía ha marcado sus días,
llenándolos de confiada esperanza.
Y también con mucha alegría decimos
que la Eucaristía, tu Sacrificio eucarístico,
es “fuente y cima de toda la vida cristiana”,
así lo proclamó el Concilio Vaticano II con toda razón.
(cf. Lumen gentium 11)
Y siguiendo al mismo Concilio afirmamos:
“La sagrada Eucaristía contiene
todo el bien espiritual de la Iglesia,
es decir, Tú mismo, Jesús,
5
nuestra Pascua y Pan de vida,
que das la vida a los hombres
por medio de tu carne vivificada por el Espíritu Santo”.
(cf. Presbyterorum ordinis, 5)
Por tanto, nosotros dirigimos nuestra mirada continuamente
a Ti, Señor nuestro,
presente en el Sacramento del altar,
en el cual descubrimos
la plena manifestación de tu inmenso amor.
(2) Señor Jesús,
Tú instituiste la Eucaristía, Sacramento santísimo,
en el Cenáculo de Jerusalén:
cenando aquella noche con los Apóstoles,
tomaste en tus manos el pan,
lo partiste y se los diste, diciendo:
Tomad y comed todos de él,
porque esto es mi Cuerpo,
que será entregado por vosotros
(cf. Mt 26,26; Lc 22,19; 1 Cor 11,24).
Después tomaste en tus manos el cáliz, y les dijiste:
Tomad y bebed todos de él,
porque éste es el cáliz de mi Sangre,
Sangre de la Alianza nueva y eterna,
que será derramada por vosotros
y por todos los hombres
para el perdón de los pecados
(cf. Mc 14,24; Lc 22,20; 1 Cor 11,25).
Señor Jesús,
la Iglesia, obedeciendo el mandato
que les diste a los Apóstoles aquella noche:
Haced esto en conmemoración mía,
ha seguido repitiendo hasta ahora,
y lo seguirá haciendo hasta el fin del mundo,
las palabras que Tú pronunciaste
en el Cenáculo hace dos mil años.
6
Te agradecemos por ello, Señor,
y nos unimos a la gratitud
que expresó el Papa Juan Pablo II,
cuando, durante el gran jubileo del año 2000,
tuvo ocasión de celebrar la Eucaristía
en el Cenáculo de Jerusalén.
Nosotros nos preguntamos, ahora:
los Apóstoles que participaron en la última Cena
¿comprendieron el sentido de las palabras
que salieron de tus labios aquella noche?
Quizá, no.
Aquellas palabras se aclararían sólo
al final del Triduo pascual,
al final de aquellos tres días
en los que se enmarca el Misterio pascual,
días en los que se inscribe también el Misterio eucarístico.
(3) Señor Jesús,
la Eucaristía es el Sacramento por excelencia
del misterio pascual,
del que ha nacido la Iglesia, tu Iglesia.
Por eso, la Eucaristía ha estado siempre
en el centro de la vida eclesial,
ya desde los tiempos de los primeros discípulos:
Acudían asiduamente a la enseñanza de los Apóstoles,
a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones.
(Hech 2,42)
Y también, para nosotros y entre nosotros, es igual:
después de dos mil años, seguimos reproduciendo
aquella imagen primigenia de la Iglesia.
Y mientras lo hacemos en la celebración eucarística,
los ojos del alma se dirigen al Triduo pascual:
a lo que ocurrió la noche del Jueves Santo,
durante la última Cena, y después de ella.
7
En efecto, al instituir la Eucaristía
Tú anticipaste sacramentalmente
los acontecimientos que tendrían lugar
poco más tarde, a partir de tu agonía en Getsemaní.
También ahora,
nosotros te vemos salir del Cenáculo,
te vemos bajar con tus discípulos,
atravesar el torrente Cedrón
y llegar al huerto de los Olivos.
En ese huerto quedan aún hoy
algunos olivos muy antiguos,
y nosotros nos preguntamos si no fueron testigos
de lo que a su sombra ocurrió aquella noche,
cuando Tú, en oración,
experimentaste una angustia mortal,
y tu sudor corrió hasta el suelo
como gotas espesas de tu sangre.
(cf. Lc 22,44).
¡Tu Sangre! Jesús,
que poco antes habías entregado a la Iglesia naciente:
¡se la habías dado a beber a tus Apóstoles!
como bebida de salvación,
en el Sacramento eucarístico.
¡Esa Sangre tuya!
comenzó a ser derramada ahí,
en el huerto de los Olivos.
Su derramamiento se completaría después,
en la flagelación y en la coronación de espinas,
al llevar la cruz,
y en el mismo Gólgota, al ser crucificado
y aún después de muerto,
convirtiéndose en instrumento de nuestra redención:
Cristo como sumo Sacerdote de los bienes futuros (...)
8
penetró en el santuario una vez para siempre,
no con sangre de machos cabríos ni de novillos,
sino con su propia Sangre,
consiguiendo una redención eterna. (Hebr 9, 11-12)
(4) Señor Jesús,
cuando Tú fuiste sometido a tan terrible prueba
no huiste ante tu “hora”:
¿Qué voy a decir? ¿Padre, líbrame de esta hora?
Pero ¡si he llegado a esta hora para esto! (Jn 12,27).
Tú deseaste que tus discípulos te acompañaran y,
sin embargo, tuviste que experimentar la soledad y el abandono:
¿Conque no habéis podido velar una hora conmigo?
Velad y orad, para no caer en la tentación. (Mt 26, 40-41)
¡Sólo Juan permaneció al pie de la cruz,
junto a María y a las piadosas mujeres!
Tu agonía en Getsemaní, Jesús,
fue la introducción en tu agonía de la cruz:
la hora santa,
¡la hora de la redención del mundo!
Jesús, cuando se celebra la Eucaristía
ante tu tumba, en Jerusalén,
se retorna, de modo casi tangible, a tu “hora”,
la hora de la cruz y de la glorificación.
También nosotros volvemos espiritualmente
a aquel lugar y a aquella hora
cuando celebramos la santa Misa:
no sólo los presbíteros,
sino también las comunidades que participan en ella.
Y siempre que rezamos el Credo
repetimos con profunda fe:
Fuiste crucificado, muerto y sepultado,
descendiste a los infiernos,
al tercer día resucitaste de entre los muertos.
9
Señor Jesús,
a estas palabras de nuestra profesión de fe
hacen eco aquéllas de la contemplación y la proclamación
(en la liturgia del Viernes Santo):
Este es el árbol de la Cruz
donde estuvo suspendida la salvación del mundo.
Venid y adoremos.
Acogemos esta invitación
que la Iglesia nos dirige a todos,
y también hacemos nuestro
aquel canto del tiempo pascual
con el que proclamamos
“Surrexit Dominus de sepulcro
qui pro nobis pependit in ligno. Aleluya.”
(Del sepulcro resucitó el Señor
que por nosotros colgó del madero. Aleluya).
(5)
Señor Jesús,
en la celebración eucarística,
nosotros escuchamos, después de la consagración,
las palabras que el sacerdote pronuncia o canta:
Este es el misterio de la fe,
y las aceptamos con gozo, aclamando:
Anunciamos tu Muerte, proclamamos tu Resurrección,
¡ven Señor Jesús!
Con esta aclamación nos referimos a Ti, Jesús,
en el misterio de tu Pasión,
pero también dicha aclamación nos revela
el misterio de la Iglesia:
Ecclesia de Eucharistia,
la Iglesia vi ve de l a Eucaristía .
Porque si con el don del Espíritu Santo en Pentecostés
la Iglesia nace y se echa a andar por los caminos del mundo,
tenemos presente que
un momento decisivo de su formación
10
es ciertamente la institución de la Eucaristía en el Cenáculo.
Sí, Jesús, el fundamento y el hontanar de la Iglesia
es todo el triduo pascual,
pero éste se encuentra como incluido, anticipado y “concentrado”
para siempre en el don eucarístico.
En este don, Tú entregaste a la Iglesia
la actualización perenne del misterio pascual.
Con él, instituiste una misteriosa “contemporaneidad”
entre dicho triduo y el transcurrir de los siglos.
Pensar esta verdad nos lleva a sentimientos
de gran asombro y gratitud.
¡Te alabamos, Señor, y te damos gracias!
El acontecimiento pascual
y la Eucaristía que lo actualiza
a lo largo de los siglos
tienen una “capacidad” verdaderamente enorme,
en la que entra toda la historia,
como destinataria de la gracia de la redención.
Señor Jesús,
este asombro nos inunda a todos
en la celebración eucarística,
pero de modo especial a los sacerdotes,
ministros de la Eucaristía.
En efecto,
son ellos quienes,
gracias a la facultad recibida
en la ordenación sacerdotal
realizan la consagración.
Ellos dicen, con la potestad que les viene de Ti,
Jesús del Cenáculo:
Esto es mi Cuerpo,
11
que será entregado por vosotros...
Este es el cáliz de mi Sangre, (...)
que será derramada por vosotros.
Pronuncian estas palabras
o, más bien, ponen sus labios y su voz
a tu disposición, Jesús,
que las pronunciaste en el Cenáculo
y quisiste que fueran repetidas,
de generación en generación,
por todos los que en la Iglesia participan
ministerialmente de tu Sacerdocio.
(6) Señor Jesús,
te pedimos que despiertes en nosotros, cada vez más,
este “asombro” eucarístico,
en continuidad con la herencia del jubileo del año 2000
que el papa Juan Pablo II
nos quiso dejar a todos, en la Iglesia,
con la carta apostólica Novo millennio ineunte
y con su coronación mariana Rosarium Virginis Mariae.
¡Te alabamos, Señor!
Sí, Jesús:
queremos contemplar tu rostro,
y contemplarlo con María, la Virgen Madre,
siguiendo la indicación del Papa,
que lo propuso como “programa” a toda la Iglesia
en el alba del tercer milenio,
invitándonos a todos,
a remar mar adentro en las aguas de la historia,
con el entusiasmo de la nueva evangelización.
Contemplarte, Jesús,
implica saber reconocerte
dondequiera que Tú te manifiestes,
en tus múltiples presencias,
pero sobre todo en el Sacramento vivo
de tu Cuerpo y de tu Sangre.
12
Señor Jesús,
la Iglesia vive de Ti presente en la Eucaristía,
de Ti se alimenta
y por Ti es iluminada.
La Eucaristía es misterio de fe
y, al mismo tiempo,
“misterio de luz”.
(cf. Rosarium Virginis Mariae, n.21).
¡Te alabamos, Señor!
Cada vez que la celebramos,
podemos revivir, de algún modo,
la experiencia de los dos discípulos de Emaús:
Entonces se les abrieron los ojos
y lo reconocieron.(Lc 24,31)
(8) (Este párrafo es para sacerdotes de muchos años de ministerio –Juan Pablo
II escribió la Encíclica cuando ya se habían cumplido 56 años de su ordenación sacerdotal– y para sacerdotes de variada acción pastoral.)
Señor Jesús,
cuando pienso en la Eucaristía,
mirando mi vida de sacerdote,
me resulta espontáneo recordar
muchos momentos y lugares
en los que he tenido la gracia de celebrarla.
He podido celebrar la santa Misa
en capillas situadas en senderos de montaña,
a orillas de los lagos,
en las riberas del mar;
la he celebrado sobre altares construidos en estadios,
en las plazas de las ciudades...
Estos escenarios tan variados
de mis celebraciones eucarísticas
me hacen experimentar intensamente
13
su carácter universal y, por así decir, cósmico.
¡Sí, cósmico!
Porque también cuando la he celebrado
sobre el pequeño altar de una capilla de campo,
la he celebrado siempre, en cierto sentido,
sobre el altar del mundo.
Sí, Jesús,
la Eucaristía une el cielo y la tierra.
Abarca e impregna toda la creación.
En efecto, Tú te hiciste hombre
para reconducir –en un supremo acto de alabanza–
todo lo creado
a Aquél que lo hizo todo de la nada.
De este modo, Tú, sumo y eterno Sacerdote,
entrando en el santuario eterno,
mediante la Sangre de tu cruz,
devuelves redimida toda la creación,
al Creador y Padre.
Y lo haces a través del ministerio sacerdotal de tu Iglesia
para gloria de la Santísima Trinidad.
¡Gloria a Ti, Señor!
Verdaderamente, Jesús, éste es el myste r iu m fid e i
que se realiza en la Eucaristía:
¡el mundo que salió de las manos de Dios creador
retorna a Él redimido por Ti!
¡Te alabamos, Señor!
(9) Señor Jesús,
haz que nosotros sepamos valorar
la esmerada atención que la Iglesia
ha prestado siempre al Misterio eucarístico.
Nos es grato repetir
que la Eucaristía,
presencia salvadora de Ti en la comunidad de los fieles
14
y su alimento espiritual,
es lo más valioso que puede tener la Iglesia
en su camino por la historia.
En primer lugar,
la atención al Misterio eucarístico
se ha manifestado autorizadamente
en la actuación de los Concilios y de los Sumos Pontífices.
¡Te damos gracias, Jesús, por ello!
¡Cómo no admirar la exposición doctrinal
de los decretos sobre la santísima Eucaristía
y sobre el santo sacrificio de la Misa
promulgados por el Concilio de Trento!
¡Te alabamos, Señor!
Aquellas páginas han guiado, en los siglos sucesivos,
tanto la teología como la catequesis,
y aún hoy son punto de referencia dogmático
para la continua renovación y crecimiento
del pueblo de Dios en la fe y en el amor a la Eucaristía.
¡Gracias, Señor!
En tiempos más cercanos a nosotros,
tres Encíclicas nos han guiado sabiamente:
la Mirae caritatis de León XIII (1902),
la Mediator Dei de Pío XII (1947) y
la Mysterium fidei de Pablo VI (1965).
Nuevamente: ¡Gracias, Señor!
Y el Concilio Vaticano II,
aunque no publicó un documento específico
sobre el Misterio eucarístico,
ilustró sus diversos aspectos a lo largo de sus documentos.
Y el mismo Juan Pablo II,
en los primeros años de su ministerio apostólico,
en la cátedra de san Pedro,
trató algunos aspectos del Misterio eucarístico
15
y su incidencia en la vida de quienes son sus ministros,
en la carta apostólica Dominicae cenae (24-2-1980).
Y ahora reanuda el hilo de aquellas consideraciones
con un corazón aún más rebosante de emoción y gratitud,
en esta Encíclica Ecclesia de Eucharistia,
como haciendo eco a la palabra del salmista:
¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre.
(Sal 116, 12-13)
(10)
Señor Jesús,
¡que sepamos valorar todo esto y,
con ánimo agradecido,
corresponder en nuestra vida,
fiel y generosamente,
a tan valioso Magisterio!
No nos cabe duda de que la reforma litúrgica del Concilio
ha tenido grandes ventajas para una participación
más consciente, activa y fructuosa de todos nosotros
en el santo Sacrificio del altar.
Nos alegramos por ello y te damos gracias, Señor.
Además, en muchos lugares, la adoración del santísimo Sacramento
tiene diariamente una importancia destacada
y se convierte en fuente inagotable de santidad.
Y la participación fervorosa de muchos
en la procesión eucarística,
en la solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo,
es una gracia tuya que cada año llena de gozo
a quienes participan en ella.
¡Cómo no alegrarnos y alabarte por todo ello, Señor!
Pero desgraciadamente, Jesús, junto a estas luces,
no faltan sombras:
se nos estremece el corazón cuando nos enteramos
de que hay sitios donde se constata un abandono casi total
del culto de adoración eucarística.
16
A esto se añaden, en diversos contextos eclesiales,
ciertos abusos que contribuyen a oscurecer
la recta fe y la doctrina católica
sobre este admirable sacramento.
¡Cuánto sentimos todo esto!
Y también, se percibe a veces
una comprensión muy limitada del Misterio eucarístico:
privado de su valor sacrificial,
se vive como si no tuviera otro significado y valor
que el de un encuentro convival fraterno.
Además, queda a veces oscurecida
la necesidad del sacerdocio ministerial,
que se funda en la sucesión apostólica,
y la sacramentalidad de la Eucaristía
se reduce únicamente a la eficacia del anuncio.
También por eso, en diversos lugares,
surgen iniciativas ecuménicas que,
aun siendo generosas en su intención,
transigen con prácticas eucarísticas contrarias
a la disciplina con la cual la Iglesia expresa su fe.
Señor Jesús,
sentimos un profundo dolor por todo esto.
¡Cómo quisiéramos reparar
todas estas omisiones y desvíos!
¡Cómo deseamos que estas sombras se conviertan en luz!
¡Te pedimos que Tú las ilumines con tu misericordia omnipotente!
¡La Eucaristía es un don demasiado grande
para admitir ambigüedades y reducciones!
CAPÍTULO I
Misterio de la fe
(11) Señor Jesús,
17
Tú has hecho a la Iglesia valiosos regalos,
pero el don por excelencia es la Eucaristía,
porque es el don de Ti mismo,
de tu Persona en tu santa humanidad,
y también de tu obra de salvación.
¿Qué más podías darnos?
¿Qué más podías hacer por nosotros?
¡Gracias, Señor!
San Pablo nos dice
que Tú instituiste la Eucaristía
la noche en que fuiste entregado (cf. 1 Cor 11,23).
¡Fue, pues, en circunstancias dramáticas!
En Ella está inscrito, de forma indeleble,
el acontecimiento de tu Pasión y tu Muerte.
No sólo lo evoca,
sino que lo hace sacramentalmente presente.
Es el sacrificio de la cruz,
¡que se perpetúa por los siglos!
No queda relegado al pasado,
pues todo lo que Tú eres
y todo lo que hiciste y padeciste
por nosotros, los hombres,
participa de la eternidad divina
y así domina todos los tiempos.
(cf. Catecismo, nº 1085)
Cuando celebramos la Eucaristía,
memorial de tu Muerte y Resurrección,
se hace realmente presente
este acontecimiento central de salvación
y se realiza la obra de nuestra redención.
(cf. Lumen gentium, 3)
Este sacrificio es tan decisivo para nuestra salvación,
que Tú lo realizaste y volviste al Padre
sólo después de habernos dejado el medio para participar de él
como si hubiéramos estado presentes.
18
De esa manera todos podemos tomar parte en él,
obteniendo frutos inagotables.
Ésta es la fe de la que han vivido,
a lo largo de los siglos, las generaciones cristianas.
Esta es la fe que el Magisterio de la Iglesia
ha reiterado continuamente con gozosa gratitud
por este inestimable don.
Nos ponemos, pues, en adoración delante de este misterio:
¡misterio grande!, ¡misterio de misericordia!
Verdaderamente, en la Eucaristía,
Tú nos muestras un amor que llega “hasta el extremo” (Jn 13,1),
¡un amor que no conoce medida!
(12) Señor Jesús,
cuando instituiste el sacramento eucarístico
no te limitaste a decir:
Esto es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre,
sino que añadiste
entregado por vosotros...derramada por vosotros.
(Lc 22, 19-20)
No sólo afirmaste que lo que les dabas de comer
a los Apóstoles era tu Cuerpo
y lo que les dabas a beber era tu Sangre,
sino que manifestaste su valor sacrificial.
Es decir, Tú hacías presente en ese momento,
de modo sacramental,
tu sacrificio,
el que cumplirías algunas horas más tarde
en la cruz,
por la salvación de todos.
Señor Jesús,
nosotros creemos que la Misa es,
a la vez e inseparablemente,
el memorial sacrificial en el que se perpetúa
tu sacrificio de la cruz
19
y el banquete sagrado
de la comunión en tu Cuerpo y en tu Sangre.
(Catecismo, nº 1382).
Nosotros, y toda la Iglesia,
vivimos continuamente de tu sacrificio redentor,
y accedemos a él
no sólo a través de un recuerdo lleno de fe,
sino también en un contacto actual,
puesto que tu sacrificio se hace presente,
perpetuándose sacramentalmente,
en cada comunidad que lo ofrece
por manos del ministro consagrado.
De este modo, Jesús,
Tú, en la Eucaristía,
nos aplicas a los hombres de hoy
la reconciliación que obtuviste
una vez por todas, en la cruz,
para la humanidad de todos los tiempos.
En efecto, la Iglesia nos enseña autorizadamente:
“el Sacrificio de Cristo y el Sacrificio de la Eucaristía
son, pues, un único sacrificio”(Catecismo, nº 1367).
Ya lo decía elocuentemente san Juan Crisóstomo:
“Nosotros ofrecemos siempre el mismo Cordero,
y no uno hoy y otro mañana,
sino siempre el mismo.
Por esta razón el sacrificio es siempre uno solo (...)
También nosotros ofrecemos ahora aquella víctima,
que se ofreció entonces y que jamás se consumirá”.
(Homilías sobre la carta a los Hebreos, 17, 3).
Señor Jesús,
no cesaremos de profesar la fe de la Iglesia,
y lo hacemos con verdadero gozo:
creemos que la Misa hace presente tu Sacrificio de la Cruz,
no se le añade y no lo multiplica. (cf. Concilio de Trento, XXII, 2)
20
Lo que se repite es su celebración memorial,
por la cual tu único Sacrificio redentor
se actualiza siempre en el tiempo.
Creemos, pues,
que la naturaleza sacrificial del Misterio eucarístico
no puede entenderse como algo aparte,
independiente de la cruz
o con una referencia solamente indirecta
al sacrificio del Calvario.
(13) Señor Jesús,
la Eucaristía tiene una íntima relación
con tu sacrificio del Gólgota:
es para nosotros un sacrificio en sentido propio
y no sólo un sacrificio en sentido genérico,
como si se tratara de un mero ofrecimiento
de Ti a nosotros, como alimento espiritual.
Creemos que el don de tu amor y de tu obediencia
hasta el extremo de dar la vida (cf. Jn 10, 17-18)
es, en primer lugar, un don a Dios Padre.
Por cierto es un don en favor nuestro,
más aún, en favor de toda la humanidad,
(cf. Mt 26,28; Mc 14,24; Lc 22,20; Jn 10,15),
pero ante todo es un don al Padre.
Dios Padre aceptó tu Sacrificio,
y correspondió con su entrega paternal
a esta donación total de Ti,
de Ti que te hiciste “obediente hasta la muerte” (Flp 2,8):
el Padre correspondió
con el don de la vida nueva e inmortal
en la resurrección. (cf. Redemptor hominis, 20).
Señor Jesús,
21
al entregar tu Sacrificio a la Iglesia,
Tú has querido, además, hacer tuyo
el sacrificio espiritual de la Iglesia,
llamada a ofrecerse también a sí misma,
unida a tu Sacrificio.
Por eso, Jesús,
todos nosotros, al participar en el Sacrificio eucarístico,
fuente y cima de toda nuestra vida cristiana,
te ofrecemos a Dios,
a Ti, Víctima divina,
y junto contigo nos ofrecemos a nosotros mismos.
(cf. Lumen gentium, 11)
(14) Señor Jesús,
tu Pascua incluye, con tu Pasión y tu Muerte,
también tu Resurrección.
La recordamos cuando aclamamos,
después de la consagración,
Proclamamos tu Resurrección.
Nosotros creemos que el sacrificio eucarístico
no sólo hace presente el misterio de tu Pasión y tu Muerte,
sino también el misterio de tu Resurrección,
que corona tu sacrificio.
En cuanto viviente y resucitado,
Tú te haces, en la Eucaristía,
“Pan de vida” (Jn 6, 35, 48),
“Pan vivo” (Jn 6,51).
En este momento queremos evocar a san Ambrosio,
quien lo recordaba a los neófitos,
como una aplicación del acontecimiento
de la Resurrección a la vida de ellos:
“Si hoy Cristo está en ti, Él resucita para ti cada día”.
Y también a san Cirilo de Alejandría quien, a su vez, subrayaba:
la participación en los santos Misterios
22
“es una verdadera confesión y memoria
de que Tú, Señor, has muerto
y has vuelto a la vida por nosotros
y para beneficio nuestro”.
(15) Señor Jesús,
la Iglesia nos enseña que
la representación sacramental, en la santa Misa,
de tu Sacrificio, coronado por tu Resurrección,
implica una presencia muy especial que se llama “real”
no por exclusión, como si las otras no fueran “reales”,
sino por antonomasia, porque es sustancial,
ya que por ella, en la Eucaristía,
te haces presente Tú, Dios y hombre,
y creemos que estás presente, entero e íntegro. (cf. Mysterium fidei, 39).
Nosotros creemos firmemente
que por la consagración del pan y del vino
se realiza la conversión de toda la sustancia del pan
en la sustancia de tu santísimo Cuerpo
y de toda la sustancia del vino
en la sustancia de tu preciosísima Sangre.
(cf. Concilio de Trento, XIII, 4)
Señor Jesús,
verdaderamente la Eucaristía es mysterium fidei ,
misterio que supera nuestro pensamiento
y que sólo podemos acogerlo en la fe.
En ese sentido escuchamos y hacemos nuestra
la exhortación de san Cirilo de Jerusalén:
“No veas en el pan y en el vino
meros y naturales elementos,
porque el Señor ha dicho expresamente
que son su Cuerpo y su Sangre:
la fe te lo asegura,
aunque los sentidos te sugieran otra cosa”.
(Catequesis mistagógicas, IV,6)
23
Y por eso, nosotros seguiremos cantando
con el Doctor Angélico:
Adoro te devote, latens Deitas.
(Te adoro con fervor, Deidad oculta)
Además, Señor Jesús, queremos agregar
que, ante este misterio de amor,
nuestra razón humana experimenta toda su limitación.
Y comprendemos cómo,
a lo largo de los siglos,
esta verdad ha obligado a la teología
a hacer arduos esfuerzos para entenderla.
Nos reconforta saber que ésos son esfuerzos loables,
tanto más útiles y penetrantes
cuanto mejor consiguen conjugar
el ejercicio crítico del pensamiento
con la “vivencia de fe” de la Iglesia,
“vivencia” que nosotros percibimos especialmente
en el “carisma cierto de la verdad” del Magisterio
y en la “comprensión interna de los misterios”,
a la que llegan sobre todo los santos. (cf. Dei Verbum, 8)
Nosotros asumimos la línea fronteriza,
la señalada por Pablo VI en el Credo del Pueblo de Dios:
“Toda explicación teológica
que intente buscar alguna inteligencia de este misterio
debe mantener, para estar de acuerdo con la fe católica,
que en la realidad misma,
independiente de nuestro espíritu,
el pan y el vino han dejado de existir después de la consagración,
de suerte que el Cuerpo y la Sangre adorables del Señor Jesús
son los que están realmente delante de nosotros
bajo las especies sacramentales del pan y del vino”.
(Credo del Pueblo de Dios, 25)
(16) Señor Jesús,
nosotros creemos que la eficacia salvífica de tu Sacrificio
se realiza plenamente cuando comulgamos
24
recibiendo tu Cuerpo y tu Sangre.
De por sí, tu Sacrificio eucarístico se orienta
a la íntima unión de nosotros contigo
mediante la comunión:
te recibimos a Ti mismo, que te ofreciste por nosotros,
recibimos tu Cuerpo, que Tú entregaste en la cruz por nosotros,
bebemos tu Sangre, derramada por muchos
para el perdón de los pecados. (Mt 26, 28)
Señor, recordamos tus palabras:
Así como Yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida,
vivo por el Padre,
de la misma manera,
el que me come vivirá por mí. (Jn 6,57)
Tú mismo, Jesús, nos aseguras que esta unión,
que pones en relación con la vida trinitaria,
se realiza efectivamente.
Señor Jesús,
nosotros creemos que la Eucaristía es verdadero banquete,
en el cual Tú te ofreces como alimento.
Y ahora recordamos
que cuando Tú anunciaste por primera vez esta comida,
tus oyentes quedaron asombrados y confusos
de tal manera, que te viste obligado
a recalcar la verdad objetiva de tus palabras:
En verdad, en verdad os digo:
si no coméis la carne del Hijo del hombre,
y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros (Jn 6,53).
No se trata de un alimento metafórico:
Mi carne es verdadera comida
y mi sangre verdadera bebida (Jn 6,55).
(17) Señor Jesús,
por la comunión de tu Cuerpo y de tu Sangre
Tú nos comunicas también tu Espíritu,
ese mismo Espíritu que ya nos fue infundido en el Bautismo
e impreso como un “sello” en el sacramento de la Confirmación.
25
Te lo pedimos, Señor:
acrecienta en nosotros, cada vez que comulgamos,
ese don divino, raíz de todos los demás dones;
te lo pide toda la Iglesia en cada Eucaristía,
en la epíclesis eucarística, por la voz del sacerdote celebrante.
Así, en la Divina Liturgia de san Juan Crisóstomo:
“Te invocamos, te rogamos y te suplicamos:
manda tu Santo Espíritu sobre todos nosotros
y sobre estos dones (...)
para que sean purificación del alma,
remisión de los pecados
y comunicación del Espíritu Santo
para cuantos participan de ellos”. (Anáfora)
Y así también nosotros, en el Rito Romano,
escuchamos al sacerdote celebrante
en la Plegaria eucarística III:
“Fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo
y llenos de su Espíritu Santo,
formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu”.
Que san Efrén interceda por nosotros,
él que, en una homilía para la Semana Santa,
escribió de Ti, Jesús:
“Llamó al pan su cuerpo viviente,
lo llenó de sí mismo y de su Espíritu (...),
y quien lo come con fe, come fuego y Espíritu (...)
Tomad, comed todos de él,
y comed con él el Espíritu Santo.
En efecto, es verdaderamente mi cuerpo
y el que lo come vivirá eternamente”. (Homilía IV)
(18) Señor Jesús,
la Eucaristía, – cada celebración eucarística– ,
tiene en sí una dimensión escatológica muy significativa:
es tensión hacia la meta,
es pregustar el gozo pleno que Tú nos has prometido (cf. Jn 15,11),
es, en cierto sentido, anticipación del Paraíso
26
y “prenda de la gloria futura”. (Antífona de II Vísperas de la solemnidad
del Cuerpo y Sangre de Cristo)
La aclamación que pronunciamos después de la consagración
se concluye oportunamente
manifestando esa proyección escatológica
que distingue la celebración eucarística (cf. 1 Cor 11,26):
¡Ven, Señor Jesús!
Y todo, en la Eucaristía, expresa la espera confiada:
“mientras esperamos la gloriosa venida
de nuestro Salvador Jesucristo”. (Embolismo después del Padre nuestro)
Señor Jesús,
quien se alimenta de Ti en la Eucaristía
no tiene que esperar el más allá
para recibir la vida eterna:
la posee ya en la tierra
como primicia de la plenitud futura,
que abarcará al hombre en su totalidad.
En efecto, en la Eucaristía recibimos también
la garantía de la resurrección corporal
al final del mundo:
El que come mi carne y bebe mi sangre,
tiene vida eterna
y yo lo resucitaré el último día. (Jn 6,54).
Sabemos, Jesús, que esta garantía de la resurrección futura
proviene de que la carne del Hijo del hombre,
¡tu carne!, entregada como comida,
es tu Cuerpo en el estado glorioso de resucitado.
Con la Eucaristía se asimila, por decirlo así,
el “secreto” de la resurrección.
Por eso san Ignacio de Antioquía
definía, con acierto, el Pan eucarístico como
“fármaco de inmortalidad, antídoto contra la muerte”.
(Carta a los Efesios, 20)
27
(19) Señor Jesús,
la tensión escatológica que suscita la Eucaristía
expresa y consolida la comunión con la Iglesia celestial:
no es casualidad que en las anáforas orientales
y en las plegarias eucarísticas latinas
recordemos con veneración
a la gloriosa siempre Virgen María,
Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor,
a los ángeles,
a los santos Apóstoles,
a los gloriosos mártires
y a todos los santos.
Por eso, mientras celebramos el Sacrificio del Cordero,
tu Sacrificio,
nos unimos a la liturgia celestial,
asociándonos con la multitud inmensa que aclama:
La salvación es de nuestro Dios,
que está sentado en el trono, y del Cordero. (Ap 7,10)
Sí, Jesús,
la Eucaristía es verdaderamente un resquicio de cielo
que se abre sobre la tierra.
Es un rayo de gloria de la Jerusalén celestial,
que penetra en las nubes de nuestra historia
y proyecta luz sobre nuestro camino.
(20) Señor Jesús,
esa tensión escatológica propia de la Eucaristía
tiene también para nosotros una consecuencia significativa:
da impulso a nuestro camino histórico,
poniendo una semilla de viva esperanza
en la dedicación cotidiana de cada uno de nosotros
a sus propias tareas.
En efecto, aunque la visión cristiana nos hace fijar la mirada
en un “cielo nuevo” y una “tierra nueva” (Ap 21,1),
eso no debilita,
sino más bien estimula nuestro sentido de responsabilidad
28
con respecto a la tierra presente. (cf. Gaudium et spes, 39)
Señor Jesús,
al principio del nuevo milenio,
los cristianos queremos sentirnos
más comprometidos que nunca
a no descuidar los deberes de nuestra ciudadanía terrenal.
Es nuestro cometido contribuir
con la luz del Evangelio
a la edificación de un mundo habitable
y plenamente conforme al designio de Dios Padre.
¡Cuántos problemas oscurecen el horizonte de nuestro tiempo!
Pensamos en la urgencia
de trabajar por la paz,
de poner premisas sólidas de justicia y solidaridad
en las relaciones entre los pueblos,
de defender la vida humana desde su concepción
hasta su término natural.
Y ¿qué decir, además, de las numerosas contradicciones
de un mundo “globalizado”,
donde los más débiles, los más pequeños y los más pobres
parecen tener bien poco que esperar?
Jesús, es en este mundo
donde tiene que brillar nuestra esperanza cristiana.
También por todo eso, Señor,
Tú has querido quedarte con nosotros en la Eucaristía,
grabando en esta presencia Tuya, sacrificial y convival,
la promesa de una humanidad renovada por tu amor.
Nosotros notamos como algo muy significativo
que el Evangelio de Juan,
donde los Sinópticos narran la institución de la Eucaristía,
propone, ilustrando así su sentido profundo,
“el relato del lavatorio de los pies”,
en el cual Tú te haces maestro de comunión y de servicio.
29
Y no podemos olvidar que el Apóstol Pablo, por su parte,
califica como “indigno” de una comunidad cristiana
que se participe en tu Cena eucarística,
si se hace en un contexto de división
e indiferencia hacia los pobres. (cf. 1 Cor 11, 17-22. 27-34)
Señor Jesús,
para nosotros, que participamos en la Eucaristía,
anunciar tu Muerte hasta que vengas (cf. 1 Cor 11,26),
conlleva el compromiso de transformar nuestra vida,
para que toda ella llegue a ser en cierto modo “eucarística”.
Precisamente este fruto de transfiguración de nuestra existencia
y el compromiso de transformar el mundo según el Evangelio
hacen resplandecer la tensión escatológica
de la celebración eucarística y de toda nuestra vida cristiana:
¡Ven, Señor Jesús! (Ap 22,20).
CAPÍTULO II
La Eucaristía edifica la Iglesia
(21) Señor Jesús,
¡cuánto nos alegra saber
que tu Iglesia crece!
¡Crece visiblemente,
en el mundo,
por el poder de Dios!
¡Crece cuantas veces se celebra en el altar
tu Sacrificio de la Cruz,
en el que Tú, nuestra Pascua, fuiste inmolado! (cf. 1 Cor 5,7)
Así realizas Tú la obra de nuestra redención:
en efecto, el sacramento de tu Pan eucarístico representa
y al mismo tiempo realiza
la unidad de todos nosotros,
30
de nosotros, que creemos en Ti,
de nosotros, que formamos en Ti un solo cuerpo. (cf. 1 Cor 10,17)
En los orígenes mismos de la Iglesia
hubo un influjo causal de la Eucaristía:
fueron los Apóstoles, los Doce,
quienes se reunieron contigo en la última Cena,
y Tú, al ofrecerles como alimento tu Cuerpo y tu Sangre,
los implicaste misteriosamente a ellos
en el sacrificio que se consumaría
pocas horas después en el Calvario.
Los Apóstoles “fueron la semilla del nuevo Israel,
a la vez que el origen de la jerarquía sagrada” (Ad gentes, 5)
y, análogamente a la alianza del Sinaí,
sellada con el sacrificio y la aspersión con la sangre,
tus gestos y tus palabras, Jesús,
en todo el desarrollo de la última Cena,
pusieron los fundamentos de la nueva comunidad mesiánica,
del Pueblo de la nueva alianza.
Aceptando ahí en el Cenáculo tu invitación:
Tomad, comed... Bebed todos de él (Mt 26, 26-27),
los Apóstoles entraron por primera vez
en comunión sacramental contigo,
¡y desde aquel momento,
y hasta el final de los siglos!,
tu Iglesia, Jesús, se edifica a través
de la comunión sacramental contigo,
que eres el Hijo de Dios inmolado por nosotros:
“Haced esto en conmemoración mía...
Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en memoria mía”.
(1 Cor 11, 24-25; cf. Lc 22,19)
(22) Señor Jesús,
nosotros fuimos incorporados a Ti
por el Bautismo,
y esa incorporación se renueva
y se consolida continuamente
31
con la participación en el Sacrificio eucarístico,
sobre todo cuando esa participación es plena
mediante la comunión sacramental.
Y así podemos decir, Jesús,
que no solamente cada uno de nosotros te recibe a Ti,
sino también que Tú nos recibes a cada uno de nosotros.
¡Tú estrechas tu amistad con nosotros!:
Vosotros sois mis amigos (Jn 15,14).
¡Más aún, nosotros vivimos gracias a Ti!:
El que me coma vivirá por Mí (Jn 6,57).
En la comunión eucarística se realiza,
de manera sublime,
que Tú y tu discípulo “moren”,
el uno en el otro:
Permaneced en Mí, como Yo en vosotros. (Jn 15,4)
Señor Jesús,
nosotros, Pueblo de la nueva alianza,
cuando nos unimos a Ti,
en lugar de encerrarnos en nosotros mismos,
nos convertimos en “sacramento” para la humanidad,
signo e instrumento de la salvación
realizada por Ti, Jesús,
luz del mundo y sal de la tierra (cf. Mt 5, 13-16),
salvación que realizaste para la redención de todos.
(cf. Lumen gentium, 1)
Jesús, Hijo del Padre,
la misión de tu Iglesia es continuación
de la que Tú recibiste del Padre:
Como el Padre me envió,
también Yo os envío. (Jn 20,21)
Y tu Iglesia recibe la fuerza espiritual necesaria
para cumplir su misión,
de la perpetuación –en la Eucaristía– de tu Sacrificio de la Cruz,
32
y la recibe también de la comunión con tu Cuerpo y con tu Sangre.
De esa manera, la Eucaristía es la fuente
y, al mismo tiempo,
la cumbre de toda la evangelización,
puesto que su objetivo
es la comunión de los hombres contigo, Jesús,
y en Ti, con el Padre y con el Espíritu Santo.
(Presbyterorum ordinis, 5)
(23) Señor Jesús,
la Iglesia es tu Cuerpo místico
y Tú consolidas la unidad de tu Cuerpo
con la comunión eucarística.
El pan que partimos,
¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo?
Ya que hay un solo pan, todos nosotros,
aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo,
porque participamos de ese único pan. (1 Cor 10, 16-17)
San Juan Crisóstomo
comenta detallada y profundamente este texto,
y nos ayuda a penetrarlo:
“¿Qué es, en efecto, el pan? Es el Cuerpo de Cristo.
¿En qué se transforman los que lo reciben?
En Cuerpo de Cristo.
Pero no muchos cuerpos, sino un solo cuerpo.
En efecto, como el pan es uno solo,
por más que esté compuesto por muchos granos de trigo
y éstos se encuentren en él, aunque no se vean,
de tal modo que su diversidad desaparece
en virtud de su perfecta fusión;
de la misma manera
también nosotros estamos unidos recíprocamente
unos a otros y, todos juntos, con Cristo”. (Homilías, 24)
Su argumentación es terminante:
nuestra unión contigo, Jesús,
33
que es don y gracia para cada uno de nosotros,
hace que en Ti estemos asociados también
a la unidad de tu Cuerpo, que es la Iglesia.
Señor Jesús,
nos es grato repetirlo:
la Eucaristía consolida nuestra incorporación a Ti,
establecida en el Bautismo
mediante el don de tu Espíritu. (cf. 1 Cor 12, 13.27)
Tú actúas junto e inseparablemente
con el Espíritu Santo
en el origen de tu Iglesia,
en el origen de su constitución y de su permanencia,
y lo sigues haciendo en la Eucaristía.
Todo esto nosotros lo vemos confirmado
por el autor de la Liturgia de Santiago:
en la epíclesis de su anáfora se ruega a Dios Padre
que envíe el Espíritu Santo sobre nosotros
y sobre los dones,
para que tu Cuerpo y tu Sangre
“sirvan a todos los que participan en ellos (...)
para la santificación de las almas y los cuerpos”
(Patrologia orientalis, 26, 206)
Nosotros creemos, Señor Jesús,
que el Espíritu Santo refuerza a tu Iglesia,
a través de la santificación eucarística de los fieles,
de cada uno y de todos.
(24) Señor Jesús,
queremos agradecerte,
porque el recibirte a Ti en la comunión eucarística
y contigo también al Espíritu Santo
es un don que colma con sobreabundante plenitud
los anhelos de unidad fraterna
que albergan nuestros corazones humanos.
34
Y también porque,
al mismo tiempo,
Tú elevas la experiencia de fraternidad,
propia de la participación común en la misma mesa eucarística,
a niveles que están muy por encima
de la simple experiencia convival humana:
mediante la comunión de tu Cuerpo, Jesús,
la Iglesia alcanza cada vez más profundamente
su ser en Ti, como sacramento o signo
e instrumento de la íntima unión con Dios
y de la unidad de todo el género humano. (cf. Lumen gentium, 1)
Te lo agradecemos, Señor,
pero, a la vez, te pedimos
que contrapongas cada vez más
la fuerza generadora de unidad
propia de tu Cuerpo
a los gérmenes de disgregación entre los hombres,
que la experiencia cotidiana muestra tan arraigados
en la humanidad,
a causa del pecado.
Sí, Jesús, Tú construyes tu Iglesia
mediante la Eucaristía,
y, precisamente por ello,
creas comunidad entre los hombres.
¡Te lo agradecemos vivamente, Señor!
(25) Señor Jesús,
nosotros creemos que tu presencia real en la Eucaristía,
bajo las sagradas especies que se conservan
después de la Misa,
deriva de la celebración de tu santo Sacrificio
y tiende a la comunión sacramental y espiritual. (cf. Ritual Romano)
Y también,
que el culto que te rendimos en la Eucaristía fuera de la Misa
es de un valor inestimable en la vida de la Iglesia
35
y en toda nuestra vida cristiana.
Por eso, es grato para nosotros experimentar
cómo nuestros pastores nos animan a dicho culto,
incluso con su testimonio personal,
y particularmente mediante la exposición del santísimo Sacramento,
y la adoración a Ti, Jesús,
presente bajo las especies eucarísticas.
Señor Jesús,
¡qué hermoso es estar contigo, ante tu presencia eucarística!,
¡estar reclinados sobre tu pecho
como el discípulo predilecto! (cf. Jn 13,25)
Y así experimentar el amor infinito de tu Corazón.
Si los cristianos hemos de distinguirnos en nuestro tiempo
por el “arte de la oración” (cf. Novo millennio ineunte, n.32),
¿cómo no sentir una renovada necesidad
de estar largos ratos contigo, Jesús,
en conversación espiritual,
en adoración silenciosa,
en actitud de amor,
ante Ti, presente en el santísimo Sacramento?
¡Cuántas veces hemos hecho esta experiencia
y en ella hemos encontrado fuerza, consuelo y apoyo!
Señor Jesús,
¡que intercedan por nosotros
los numerosos santos que se han destacado
y nos han dejado ejemplo de esta práctica,
tan alabada y recomendada repetidamente por el Magisterio!
(cf. Mysterium fidei, 66)
Recurrimos en particular a san Alfonso María de Ligorio,
quien se distinguió en esta práctica.
Nos anima a ello lo que él escribió:
“Entre todas las devociones,
la de adorar a Jesús sacramentado
36
es la primera, después de los sacramentos,
la más apreciada por Dios
y la más útil para nosotros” (Visite al ss. Sacramento..., 296)
Señor Jesús,
la Eucaristía es un tesoro inestimable,
no sólo su celebración,
sino también estar ante Ti fuera de la misa:
este estar nos da la posibilidad de llegar
al manantial mismo de la gracia.
Por eso, Señor, haz que en la comunidad cristiana,
a la que nosotros pertenecemos,
seamos más capaces de contemplar tu Rostro, Jesús,
con el espíritu que el papa Juan Pablo II nos ha sugerido
en sus cartas Novo millennio ineunte y Rosarium Virginis Mariae.
Y para ello, Señor,
ayúdanos a desarrollar
el culto eucarístico fuera de la Misa,
en el que se prolongan y multiplican los frutos
de la comunión de tu Cuerpo y de tu Sangre.
C AP Í T U L O I I I
Apostolicidad de la Eucaristía y de la Iglesia
(26) Señor Jesús,
cuánto nos alegra y fortalece poder decir que
Tú edificas la Iglesia en la Eucaristía,
y que la Iglesia, a su vez, hace la Eucaristía.
¡Qué relación estrecha hay entre estas dos afirmaciones,
entre estas dos verdades!
Nosotros creemos firmemente
en la realidad de esta relación,
tanto que ello nos permite aplicar al Misterio eucarístico
lo que decimos de la Iglesia.
37
Señor, nosotros confesamos a la Iglesia
“una, santa, católica y apostólica”.
( Símbolo Niceno-constantinopolitano)
Y por eso, también decimos que
la Eucaristía es una y católica.
E igualmente santa,
más aún, es el santísimo Sacramento.
Pero ahora , Jesús,
lo que queremos recordar (aquí)
en Tu presencia (eucarística)
es lo que la Iglesia misma nos enseña
acerca de su propia apostolicidad,
y principalmente sobre la apostolicidad de la Eucaristía.
(27) y (28) Ante todo, que la Iglesia es apostólica,
porque está basada sobre los Apóstoles,
en un triple sentido de la expresión. (cf. Catecismo, nº 857)
En primer lugar, Tú, Jesús,
quisiste edificar tu Iglesia
sobre “el fundamento de los Apóstoles” (Ef 2,20),
testigos escogidos, y a quienes Tú enviaste en misión;
y sobre ellos, Ella permanece edificada.
En segundo término: tu Iglesia guarda y transmite,
–con la ayuda de tu Espíritu Santo que habita en ella– ,
la enseñanza, el buen depósito, las sanas palabras
oídas a los Apóstoles.
Por último, tu Iglesia sigue siendo
enseñada, santificada y dirigida por los Apóstoles
hasta que Tú vuelvas
gracias a aquéllos que los suceden en su ministerio pastoral:
el colegio de los Obispos, a los que asisten los presbíteros,
juntamente con el Sucesor de Pedro,
Sumo Pastor de tu Iglesia.
38
También nosotros creemos, Jesús,
que la sucesión de los Apóstoles
conlleva necesariamente el sacramento del Orden,
es decir, la serie ininterrumpida,
que se remonta hasta los orígenes,
de ordenaciones episcopales válidas.
Y nosotros creemos que esta sucesión es esencial
para que haya Iglesia en sentido propio y pleno.
Señor Jesús,
asimismo, nosotros creemos también que,
análogamente,
la Eucaristía es apostólica
y creemos que lo es en el triple sentido que lo es la Iglesia.
Primero, porque los Apóstoles están en el fundamento de la Eucaristía,
no porque el Sacramento no se remonte hasta Ti, Jesús,
sino porque Tú lo confiaste a ellos,
y por ellos y sus sucesores
ha sido transmitido hasta nosotros.
Tu Iglesia, Jesús,
ha celebrado la Eucaristía a lo largo de los siglos,
precisamente en continuidad con la acción de los Apóstoles,
obedeciendo a tu mandato.
Señor Jesús,
también creemos que la Eucaristía es apostólica,
en un segundo sentido,
porque nosotros la celebramos
en conformidad con la fe de los Apóstoles.
Nosotros sabemos que en la historia bimilenaria
del Pueblo de la nueva Alianza,
el Magisterio eclesiástico
ha precisado en muchas ocasiones la doctrina eucarística,
incluso en lo que atañe a la exacta terminología,
precisamente para salvaguardar la fe apostólica
en este Misterio excelso.
39
De esta manera
nuestra fe en la Eucaristía permanece inalterada,
y nosotros, Señor, te lo agradecemos
y sabemos que es esencial para toda la Iglesia
que perdure así.
Señor Jesús,
también creemos que
la Eucaristía expresa la apostolicidad
en un tercer sentido:
nosotros, los fieles,
participamos en la celebración de la Eucaristía
en virtud del sacerdocio real
que hemos recibido de Ti en el Bautismo,
pero son solamente los sacerdotes ordenados
quienes, como representantes tuyos,
realizan el sacrificio eucarístico
y lo ofrecen al Padre en nombre de todo el Pueblo.(cf. Lumen gentium,10)
Son ellos solos
quienes en la Misa pronuncian la Plegaria eucarística,
y por eso nosotros,
y todo el Pueblo de Dios,
nos asociamos a ella
con fe y en devoto silencio. (cf. Misal Romano, IGMR 147)
(29) Señor Jesús,
Tú eres el sumo y eterno Sacerdote,
Tú eres el autor y el sujeto principal
de tu propio Sacrificio,
en el que, en verdad, no puedes ser sustituido por nadie.
Por eso, cuando la Iglesia nos enseña que
el sacerdote ordenado realiza el Sacrificio eucarístico
in persona Christi (en la persona de Cristo)
quiere decir más que “en nombre”
y, también, más que “en vez” de Cristo;
quiere decir: en la identificación específica, sacramental contigo.
(cf. Dominicae Cenae, 8)
Por eso, Jesús,
40
nosotros creemos que el ministerio de los sacerdotes,
en virtud del sacramento del Orden,
–en la economía de salvación querida por Ti– ,
manifiesta que la Eucaristía celebrada por ellos
es un don que supera radicalmente la potestad de la asamblea
y es insustituible en cualquier caso
para unir válidamente la consagración eucarística
a tu Sacrificio de la Cruz y a la Última Cena.
Señor Jesús,
en tu nombre le pedimos a Dios Padre, el Dueño de la mies,
que envíe muchas vocaciones sacerdotales:
nosotros las necesitamos absolutamente,
porque cuando nos reunimos para celebrar la Eucaristía,
nuestras asambleas, sin un sacerdote ordenado que las presida,
no son verdaderamente asambleas eucarísticas.
Por otra parte, Jesús,
nosotros sabemos que nuestras comunidades
no están capacitadas para darse por sí solas un ministro ordenado.
Este es un don que recibimos a través de la sucesión episcopal,
que se remonta a los Apóstoles.
Y los sacerdotes reciben el poder de consagrar la Eucaristía
por el sacramento del Orden sagrado.
(30) Santísima Trinidad,
te damos gracias por el provechoso diálogo
que, en el ámbito de la actividad ecuménica,
se ha desarrollado en estas últimas décadas:
Tanto la doctrina de la Iglesia católica
sobre el ministerio sacerdotal en relación con la Eucaristía
como la doctrina referente al Sacrificio eucarístico
han sido objeto de estudio y de diálogo
y nos es grato decir que se han obtenido
significativos progresos y acercamientos,
los cuales nos hacen esperar un futuro
en el que se comparta plenamente la fe.
41
Señor Jesús,
ayúdanos a dar un claro testimonio de la verdad
sobre la Eucaristía,
al mismo tiempo que respetamos las convicciones religiosas
de los hermanos separados pertenecientes
a las comunidades surgidas en Occidente
desde el siglo XVI en adelante.
Para nosotros, los católicos,
es de capital importancia
la celebración de la santa Misa dominical,
y sabemos que no la podemos reemplazar
con celebraciones ecuménicas de la Palabra
o con encuentros de oración en común con cristianos
miembros de dichas comunidades eclesiales,
o bien con la participación de la comunión
distribuida en sus celebraciones.
Señor Jesús,
ayúdanos a saber discernir el valor propio de cada cosa:
sabemos que esas celebraciones y encuentros ecuménicos
son en sí mismos loables en circunstancias oportunas
y preparan para la deseada comunión plena,
pero también sabemos que no pueden reemplazar
la santa Misa dominical.
Y también queremos tener en cuenta, Jesús,
que el hecho de que Tú hayas confiado
el poder de consagrar la Eucaristía
sólo a los obispos y a los presbíteros
no significa menoscabo alguno
para el resto del pueblo de Dios,
puesto que la comunión de tu único Cuerpo,
que es la Iglesia,
es un don que redunda en beneficio de todos.
(31) Señor Jesús,
lo decimos una vez más:
la Eucaristía es el centro y la cumbre
42
de toda la vida de la Iglesia,
y por lo tanto, lo es también del ministerio sacerdotal.
Por eso, con ánimo agradecido,
recordamos que la Eucaristía es
“la principal y central razón de ser del sacramento del Sacerdocio,
nacido en el momento de la institución de la Eucaristía
y a la vez que ella” (cf. Dominicae Cenae, 2).
Te lo agradecemos, Jesús,
pero a la vez te pedimos por nuestros sacerdotes.
Te pedimos por ellos,
porque sus actividades pastorales son múltiples;
más si se piensa
en las condiciones sociales y culturales del mundo actual,
y es fácil entender lo sometidos que están los sacerdotes
al peligro de la dispersión
por el gran número de tareas diferentes
que deben atender en su ministerio sacerdotal.
Concédeles, Jesús, a todos ellos,
y a cada uno en particular,
un aumento constante de caridad pastoral
que dé unidad a su vida y a sus actividades.
Sabemos, porque nos lo enseña claramente la Iglesia,
que la caridad pastoral de nuestros sacerdotes
“brota, sobre todo, del sacrificio eucarístico que,
por eso, es el centro y raíz de toda la vida del presbítero”.
(cf. Presbyterorum ordinis, 14)
Entendemos, entonces, qué importante es
para la vida espiritual de los sacerdotes,
como para el bien de la Iglesia y del mundo,
que ellos celebren diariamente la Eucaristía,
“la cual, aunque no puedan estar presentes los fieles,
es ciertamente una acción Tuya, Jesús,
y una acción de la Iglesia”. (cf. ib., 13)
Señor Jesús,
43
concédeles a todos los sacerdotes
encontrar en la celebración diaria del sacrificio eucarístico
la energía espiritual necesaria
para afrontar las diversas tareas pastorales
y ser capaces de sobreponerse, cada día,
a toda tensión dispersiva.
¡Que la Eucaristía sea el verdadero centro
de su vida y de su ministerio!
¡Y así cada jornada de su vida
sea verdaderamente eucarística!
Señor Jesús,
comprendemos además, y sin mayor dificultad,
que la Eucaristía tiene también
un puesto central en la pastoral de las vocaciones sacerdotales.
En primer lugar, porque la plegaria por las vocaciones
encuentra en la Eucaristía
la máxima unión con tu oración, Jesús, sumo y eterno Sacerdote.
Y luego, también, porque el esmero de los sacerdotes
en el ministerio eucarístico
es un ejemplo eficaz y un incentivo
a la respuesta generosa de los jóvenes
a la llamada de Dios.
Señor Jesús,
la promoción que los sacerdotes hacen
de la participación consciente, activa y fructuosa
de nosotros, los fieles, en la Eucaristía,
también es un ejemplo eficaz y un incentivo
para dichas respuestas.
Sabemos, Jesús,
que Dios Padre, el Dueño de la mies,
se sirve a menudo
del ejemplo de la caridad pastoral ferviente de un sacerdote
para sembrar y desarrollar en el corazón de los jóvenes
44
el germen de la llamada al sacerdocio.
(32) Señor Jesús,
¡Danos muchos y santos sacerdotes!
¡Cuán dolorosa y fuera de lo normal resulta
la situación de las comunidades cristianas que,
aun pudiendo ser, por número y variedad de fieles,
una parroquia,
carecen, sin embargo, de un sacerdote que las guíe!
Nosotros sabemos, Jesús,
que la parroquia es una comunidad de bautizados
que expresan y confirman su identidad
principalmente por la celebración del sacrificio eucarístico.
¡Y cuántas comunidades hay que no tienen sacerdote!
Y por lo tanto, ¡no tienen la celebración del sacrificio eucarístico!
Por eso, te pedimos, Señor Jesús,
por las vocaciones sacerdotales:
el sacerdote es el único a quien compete ofrecer
la Eucaristía in persona Christi.
Es verdad que hay comunidades cristianas
que se han quedado sin sacerdote
por el insuficiente número de vocaciones,
pero de esas comunidades están aquéllas
en las cuales se siguen teniendo celebraciones dominicales,
donde religiosos y laicos animan la oración
de sus hermanos y hermanas
y ejercen de modo loable el sacerdocio común de todos los fieles,
basado en la gracia del Bautismo.
Pero sabemos que esas soluciones
se han de considerar únicamente provisionales,
hasta que llegue el día
de poder contar con la presencia de un sacerdote.
Sabemos también que hay comunidades
que nunca tuvieron un sacerdote que las guíe.
45
Por todo esto, te pedimos Jesús,
que intercedas ante el Padre
para que suscite numerosas y santas vocaciones sacerdotales.
Y también para que nosotros,
y las mismas comunidades que no tienen sacerdotes,
seamos capaces de llevar a cabo
una adecuada pastoral vocacional,
sin ceder a la tentación de buscar soluciones
que impliquen una reducción
de las cualidades morales y formativas
requeridas para los candidatos al sacerdocio.
(33) Señor Jesús,
también te pedimos por los fieles no ordenados,
a quienes, por escasez de sacerdotes,
se les confía una participación
en la atención pastoral de una parroquia.
Que ellos consideren como cometido suyo
el mantener viva en la comunidad
una verdadera “hambre” de la Eucaristía,
que lleve a no perder ocasión alguna
de tener la celebración de la Misa,
incluso aprovechando la presencia ocasional
de un sacerdote que pueda celebrarla para la comunidad.
C AP Í T U L O I V
Eucaristía y comunión eclesial
(34) Señor Jesús,
queremos pedirte que nos ayudes a progresar en la comunión.
Ante todo, en la comunión con Dios,
tu Padre y nuestro Padre,
en la comunión contigo, Jesús, su Hijo único,
y en la comunión con el Espíritu Santo,
46
es decir, que nos ayudes a progresar en la comunión con Dios Trino.
Y también que nos ayudes a progresar
en la comunión entre nosotros,
entre cuantos creemos en Ti.
Hazlo, Señor, mediante la Iglesia,
porque Tú has llamado a la Iglesia,
–mientras somos peregrinos aquí en la tierra–,
a que nos mantenga en esa comunión
y a promoverla.
Para ello, Tú le has dado a la Iglesia la Palabra,
que eres Tú mismo, Verbo hecho carne,
y también le has dado los sacramentos,
sobre todo la Eucaristía,
por la cual la Iglesia “vive y se desarrolla sin cesar”,
(cf. Lumen gentium, 26)
y en la cual, al mismo tiempo, se expresa a sí misma.
Te damos gracias, Señor, por habernos dado la Eucaristía,
porque es la culminación de todos los sacramentos,
y, como tal,
lleva a la perfección nuestra comunión con Dios Trino.
Un insigne escritor de la tradición bizantina
ha expresado esta verdad con agudeza de fe:
En la Eucaristía, –dice él–
“con preferencia respecto a los otros sacramentos,
el misterio (de la comunión) es tan perfecto
que conduce a la cúspide de todos los bienes:
en ella culmina todo deseo humano,
porque aquí llegamos a Dios
y Dios se une a nosotros con la unión más perfecta” (Cabasilas, La vida
en Cristo, IV,10)
Por eso, Jesús,
teniendo en cuenta todo esto,
te pedimos que hagas crecer en nuestras almas
47
un deseo constante del Sacramento eucarístico.
Y para ello concédenos practicar la “comunión espiritual”,
felizmente difundida desde hace siglos en la Iglesia.
Esa práctica ha sido recomendada
por santos maestros de vida espiritual,
por ejemplo, santa Teresa de Jesús,
quien escribió:
“Cuando (...) no comulgáredes y oyéredes misa,
podéis comulgar espiritualmente,
que es de grandísimo provecho (...),
que es mucho lo que se imprime el amor ansí deste Señor”.
(cf. Camino de perfección, 35,1)
(35) y (36) Señor Jesús,
nosotros creemos firmemente,
–y lo decimos con gozo y gratitud– ,
que la celebración de la Eucaristía
consolida nuestra comunión con Dios Trino
y entre nosotros, los fieles.
La consolida y la lleva a la perfección.
Eso quiere decir que la Eucaristía
no puede ser el punto de partida hacia esta comunión
sino que la presupone.
Por eso, Señor,
para participar del Sacrificio eucarístico
y para recibirte sacramentalmente en la Eucaristía
necesitamos esa comunión previa:
invisible y, a la vez, visible,
es decir, una comunión
que se expresa en dos dimensiones.
Señor Jesús,
te pedimos, ante todo, que nos hagas crecer
en la dimensión invisible de esa comunión,
es decir, necesitamos el estado de gracia,
48
y necesitamos la práctica de las virtudes
de la fe, la esperanza y la caridad.
Para recibirte, Jesús,
no basta la fe,
sino que es preciso que perseveremos
en la gracia santificante y en la caridad.
Que permanezcamos, Señor, en el seno de la Iglesia
con el “cuerpo” y con el “corazón” (cf. Lumen gentium, 14),
es decir, nos hace falta, por decirlo con palabras de san Pablo:
“la fe que actúa por la caridad” (Gal 5,6).
Es necesario también, Señor Jesús,
la dimensión visible de la comunión previa,
que es la que nosotros tenemos en la Iglesia católica;
nosotros, en efecto, tenemos
– la comunión en la doctrina de los Apóstoles,
– la comunión en los sacramentos,
– la comunión en el orden jerárquico,
y te damos gracias por tener esa dimensión visible.
Pero te pedimos, Señor, que nos ayudes
a tener una conciencia cada vez más viva
de esta dimensión visible de la comunión
y que la sepamos apreciar, valorar y testimoniar.
Señor Jesús,
la Iglesia nos enseña,
–y nosotros lo creemos firmemente– ,
que la íntima relación
entre los elementos invisibles y visibles
de la comunión eclesial
es constitutiva de la Iglesia como sacramento de salvación.
Por eso, Señor, haz que nosotros tengamos siempre presente
que sólo en este contexto
tiene lugar la celebración legítima de la Eucaristía
y la verdadera participación en ella.
49
Y te pedimos que nos ayudes a poner de nuestra parte
todo lo que sea necesario
para que se respete siempre
esa exigencia intrínseca a la Eucaristía:
que se celebre en la comunión y,
concretamente, en la integridad de sus vínculos.
Señor Jesús,
¡qué importante es para nosotros
la integridad de los vínculos invisibles
si queremos participar plenamente en la Eucaristía
comulgando tu Cuerpo y tu Sangre!
Eso es un deber moral para todo cristiano,
como ya lo advertía san Pablo:
“Examínese, pues, cada cual, y coma así
el pan y beba de la copa”(1 Cor 11,28).
Y también lo decía san Juan Crisóstomo,
quien, con la fuerza de su elocuencia,
exhortaba a sus fieles:
“También yo alzo la voz,
suplico, ruego y exhorto encarecidamente
a no sentarse a esta sagrada Mesa
con una conciencia manchada y corrompida.
Hacer esto, en efecto,
nunca jamás podrá llamarse comunión,
por más que toquemos mil veces
el cuerpo del Señor,
sino condena, tormento y mayor castigo”. (Homilías sobre Isaías)
Señor Jesús,
¡qué necesario es el estado de gracia
para recibirte dignamente!
Por eso, nosotros queremos aprovechar
del sacramento de la Reconciliación
cada vez que sea necesario,
siguiendo la enseñanza clara del Magisterio de la Iglesia:
“Quien tiene conciencia de estar en pecado grave
50
debe recibir el sacramento de la Reconciliación
antes de acercarse a comulgar”. (Catecismo, n.1385)
Señor Jesús,
¿habremos descuidado nosotros, últimamente, esta enseñanza?
¿le habremos dado menos importancia,
para que el Papa nos recuerde, – con una cierta insistencia– ,
que está vigente y que lo estará siempre en la Iglesia,
la norma con la cual el concilio de Trento
ha concretado la severa exhortación del apóstol Pablo,
al afirmar que,
para recibir dignamente la Eucaristía,
“debe preceder la confesión de los pecados,
cuando uno es consciente de pecado mortal”? (Sesión XIII,7)
(37) Señor Jesús,
ayúdanos a tener una conciencia viva
de la exigencia continua de conversión
que se deriva de la Eucaristía:
¡ella hace presente
tu Sacrificio redentor de la Cruz,
perpetuándolo sacramentalmente!
Y también una conciencia viva
de respuesta personal a la exhortación
que san Pablo dirigía a los cristianos de Corinto:
En nombre de Cristo os suplicamos:
¡reconciliaos con Dios! (2 Cor 5,20)
Concédenos, Señor, la gracia
de cumplir debidamente con la obligación
de seguir el itinerario penitencial,
mediante el sacramento de la Reconciliación,
cada vez que necesitamos recuperar el estado de gracia,
y así poder acercarnos dignamente a la plena participación
en el Sacrificio eucarístico.
Señor Jesús,
sabemos que el juicio sobre el estado de gracia
51
corresponde a cada persona individual,
tratándose de una valoración de conciencia.
Te pedimos, Señor,
que nosotros sepamos aceptar y respetar
la solicitud pastoral de la Iglesia,
cuando, por el buen orden comunitario
y por respeto al Sacramento,
no permite la admisión a la comunión eucarística
a los que “obstinadamente persistan
en un manifiesto pecado grave” (cf. canon 915)
en todos los casos de un comportamiento externo grave,
abierta y establemente contrario a la norma moral.
(38) Señor Jesús,
queremos también
elevarte una súplica
por los no bautizados en la Iglesia católica
y por todos aquellos que rechazan
la verdad íntegra de fe sobre el Misterio eucarístico.
Sabemos que ellos no pueden ser admitidos
a recibirte en la Eucaristía
porque no tienen o no reconocen todos los vínculos visibles
de la comunión eclesial.
Ilumínalos, Señor, y haz que te reconozcan a Ti,
que eres la Verdad
y que das testimonio de la verdad (cf. Jn 14,6;18,37);
para que también ellos puedan llegar un día
a unirse a Ti y a nosotros
comulgando sacramentalmente.
El sacramento de tu Cuerpo y de tu Sangre, Señor,
no permite ficciones.
(39) Señor Jesús,
te pedimos también por nosotros,
que pertenecemos a una comunidad particular
y que tenemos la comunión visible:
52
¡que no nos encerremos en nuestra particularidad visible,
como si fuéramos una comunidad autosuficiente!
Cuando nosotros celebramos la Eucaristía,
no es nunca una celebración de nuestra sola comunidad,
porque al recibir tu presencia eucarística,
recibimos el don completo de la salvación
y por lo tanto, nuestra comunidad se manifiesta así,
a pesar de su permanente particularidad visible,
como imagen y verdadera presencia
de la Iglesia una, santa, católica y apostólica. (cf. Communionis notio, 11)
Haz, pues, Señor,
que nos mantengamos en sintonía
con todas las demás comunidades católicas.
¡Que seamos conscientes y sepamos testimoniar
este carácter de la comunión eclesial y
de la relación que tiene con ella el sacramento de la Eucaristía!
Señor Jesús,
¡qué importante es también para nosotros,
– cuando celebramos la Eucaristía– ,
mantener viva nuestra comunión con nuestro Obispo
y con el Romano Pontífice!
Te pedimos ahora por nuestro Obispo, Monseñor........................
que es el principio visible
y el fundamento de la unidad de nuestra Iglesia particular:
ilumínalo y concédele fortaleza
y así pueda él ejercer el ministerio episcopal
con alegría, abnegación y generosidad.
¡Que celebremos siempre la Eucaristía
en íntima comunión con él!
Sería para nosotros una incongruencia
que celebráramos el sacramento por excelencia
de la unidad de la Iglesia
sin una verdadera y viva comunión con él.
¡Cuánto nos dice en ese sentido
53
lo que escribía san Ignacio de Antioquía!:
“Considérese segura la Eucaristía
que se realiza bajo el Obispo o quien él haya encargado”
(Carta a los Esmirniotas)
Y te rogamos por nuestro Santo Padre, el papa Juan Pablo II,
quien como Romano Pontífice y Sucesor de Pedro
es el principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad,
tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles:
(cf. Lumen gentium, 23)
te rogamos por él y por sus intenciones,
para que lo ilumines y lo colmes de los dones del Espíritu,
lo asistas en el gobierno de la Iglesia,
lo sostengas en los momentos y situaciones difíciles,
para que le concedas fuerzas físicas
y pueda seguir cumpliendo su ministerio de Pastor universal.
Te pedimos por él,
sabiendo que la comunión con el Papa
es una exigencia intrínseca
de la celebración del S acrificio eucarístico.
Señor Jesús,
haz que vivamos intensamente la comunión visible
cada vez que celebramos la Eucaristía,
siguiendo la gran verdad expresada de varios modos en la liturgia:
“Toda celebración de la Eucaristía se realiza
en unión no sólo con el propio obispo
sino también con el Papa, con el orden episcopal,
con todo el clero y con el pueblo entero.
Toda celebración válida de la Eucaristía
expresa esta comunión universal con Pedro
y con la Iglesia entera,
o la reclama objetivamente,
como en el caso de las Iglesias cristianas separadas de Roma”.
(cf. Communionis notio, 14)
(40) Señor Jesús,
concédenos también que la celebración de la Eucaristía
nos eduque para la comunión,
54
pues la Eucaristía crea comunión
y educa para la comunión.
Ayúdanos, Señor, a hacer nuestras
las reflexiones que san Pablo hacía a los cristianos de Corinto,
cuando les mostraba el contraste de sus divisiones,
–que se manifestaban en sus asambleas eucarísticas– ,
con lo que celebraban: ¡la Cena del Señor!
¡Que también nosotros, volvamos al espíritu de comunión fraterna
cada vez que la hayamos perdido
o la hayamos herido!
Que a esto nos ayude san Agustín,
quien se hizo eco de esta exigencia de manera elocuente cuando,
al recordar las palabras del Apóstol;
“Vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros”, (cf. 1 Cor 12,27)
observaba:
“Si vosotros sois el cuerpo y los miembros de Cristo,
sobre la mesa del Señor está el misterio
que sois vosotros mismos
y recibís el misterio que sois vosotros”.
Y de esta constatación, concluía: “Cristo, el Señor (...)
consagró en su mesa el misterio de nuestra paz y unidad.
El que recibe el misterio de la unidad
y no conserva el vínculo de la paz,
no recibe un misterio para provecho propio,
sino un testimonio contra sí”. (Sermón 272)
(41) Señor Jesús,
te pedimos que sepamos aprovechar
esta peculiar eficacia de la Eucaristía
para promover la comunión.
Y que tengamos en cuenta que esta eficacia
es uno de los motivos de la importancia de la Misa dominical,
la cual es fundamental para la vida de la Iglesia
y para la vida de cada uno de nosotros.
55
Haz, Señor, que nosotros vayamos a la Misa dominical,
teniendo presente que es el lugar privilegiado
donde la comunión es anunciada y cultivada constantemente.
Cuando nosotros participamos de la Misa dominical,
el día del Señor se convierte también en el día de la Iglesia
que puede desempeñar así de manera eficaz
su papel de sacramento de unidad. (cf. Novo millennio ineunte, 36)
(42) Señor Jesús,
haz que todos colaboremos
en la salvaguardia y en la promoción
de la comunión eclesial,
especialmente en la celebración de la Eucaristía,
sacramento de la unidad de la Iglesia.
¡Que no nos desentendamos,
porque es una tarea de todos los fieles!
Queremos pedirte, especialmente, por nuestros pastores,
a quienes atañe este cometido
con particular responsabilidad.
Y haz que todos prestemos atención
a las normas que la Iglesia ha dado,
tanto para favorecer la participación frecuente y fructuosa
de los fieles en la Mesa eucarística,
como aquéllas que determinan las condiciones objetivas
en las que no se debe administrar la comunión.
Haz, Señor, que expresemos nuestro amor
hacia Ti en la Eucaristía
y hacia la Iglesia,
esmerándonos en promover
una fiel observancia de dichas normas.
(43) Señor Jesús,
al considerar la Eucaristía como sacramento
de la comunión eclesial,
no podemos olvidar su relación
56
con el compromiso ecuménico.
Ante todo, queremos agradecer a la Santísima Trinidad que,
en estas últimas décadas,
muchos fieles, en las diversas partes del mundo,
nos hemos sentido atraídos,
de distintas maneras,
por el deseo ardiente de la unidad
entre todos los cristianos.
Es, sin duda, un don especial de Dios. (cf. Unitatis redintegratio, 1)
Ha sido una gracia eficaz
que ha hecho emprender el camino del ecumenismo
tanto a nosotros, hijos de la Iglesia católica,
como a nuestros hermanos de las otras Iglesias
y comunidades eclesiales.
¡Gracias, Señor!
Señor Jesús,
¡cómo no dirigir nuestra mirada a la Eucaristía,
que es el supremo sacramento de la unidad del Pueblo de Dios!
Nos impulsa a ello la aspiración a la meta
de la unidad de todos los cristianos,
porque la Eucaristía es su expresión apropiada
y su fuente insuperable. (cf. Lumen gentium, 11)
Por eso, en cada celebración del Sacrificio eucarístico
elevamos, con toda la Iglesia,
nuestra plegaria a Dios, Padre de misericordia,
para que nos conceda, a todos sus hijos,
la plenitud del Espíritu Santo,
de modo que lleguemos a ser en Ti, Jesús,
un solo cuerpo y un solo espíritu. (cf. Anáfora de la Liturgia de san Basilio)
Señor Jesús,
presentando esta súplica al Padre de la luz,
de quien proviene “toda dádiva buena y todo don perfecto” (Sant 1,17),
nosotros creemos firmemente en su eficacia,
porque la elevamos en unión contigo, nuestra Cabeza y Esposo,
57
que haces tuya la súplica de tu Esposa,
uniéndola a la de tu Sacrificio redentor.
(44) Señor Jesús,
la noche antes de morir, Tú elevaste al Padre tu oración sacerdotal,
y en ella rogaste también por todos los que creerían en Ti:
No ruego solamente por los Apóstoles,
sino también por los que, gracias a su palabra,
creerán en Mí.
Que todos sean uno:
como Tú, Padre, estás en Mí y Yo en Ti,
que también ellos sean uno en nosotros,
para que el mundo crea que Tú me enviaste. (Jn 17, 20-21)
Señor Jesús,
¡que el Padre escuche tu oración!
Los que ahora creemos en Ti, Jesús,
no gozamos de la unidad plena,
una unidad que nos permita celebrar juntos tu única Eucaristía.
Sin embargo, Señor,
tenemos el ardiente deseo de celebrarla juntos,
y este deseo es ya una alabanza común,
una misma súplica
que dirigimos al Padre en tu nombre (cf. Jn 15,16)
y lo hacemos cada vez más “con un mismo corazón”.
(cf.Ut unum sint, 45)
(45) Señor Jesús,
haz que nosotros, los católicos,
seamos sensibles a las graves necesidades espirituales,
en orden a la salvación eterna,
de hermanos nuestros, individualmente considerados,
que pertenecen a Iglesias o comunidades eclesiales
que no están en plena comunión con la Iglesia católica;
de hermanos que,
estando bien dispuestos,
piden espontáneamente recibir la Eucaristía
58
del ministro católico.
Que la caridad nos impulse a actuar
conforme a las normas de la Iglesia, (cf. C..D.C., can.844,3 y 4)
sea con los cristianos orientales,
sea con los cristianos no orientales:
¡que a nadie le falte la ayuda de nuestra caridad!
(46) Señor Jesús,
que la fiel observancia de las normas de la Iglesia,
en esta materia,
sea de parte nuestra
y, al mismo tiempo,
una garantía de amor a Ti, Jesús, en el santísimo Sacramento,
y también a los hermanos de otras confesiones cristianas,
a los que se les debe el testimonio de la verdad,
como también una garantía de amor
a la causa misma de la promoción de la unidad.
C AP Í T U L O V
Decoro de la celebración eucarística
(47) Señor Jesús,
cuando leemos los evangelios sinópticos,
nosotros quedamos impresionados por la sencillez
y, al mismo tiempo, por la “unción”
con la cual, Tú,
la noche de la última Cena,
instituiste el gran Sacramento.
¡Cómo quisiéramos imitarte, Señor!
¡Cómo quisiéramos tener esa sencillez
y esa “unción” que Tú tuviste
al instituir la Eucaristía,
cada vez que la celebramos felices en memoria tuya!
También nos llama la atención un episodio que,
en cierto sentido,
59
sirvió de preludio a la institución de la Eucaristía:
la unción de Betania.
Y ahí también vemos cómo
la valoración que Tú le diste a ese gesto
fue muy diferente a la de los discípulos,
particularmente de Judas (cf. Mt 26,8; Mc 14,4; Jn 12,4).
Sin quitar nada al deber de la caridad hacia los necesitados,
a los que nosotros los tendremos siempre (cf. Mt 26,11; Mc 14,7;Jn 12,8)
Tú te fijaste en el acontecimiento inminente
de tu muerte y sepultura:
Tú apreciaste la unción que se te hacía
como anticipo del honor que tu cuerpo merecía
también después de la muerte,
por estar indisolublemente unido a tu persona.
Y leemos, –después de ese preludio– ,
cómo, apenas unos días después,
Tú tomaste la iniciativa
y les diste el encargo a dos de tus discípulos
de preparar cuidadosamente la “sala grande”,
necesaria para celebrar la cena pascual. (cf. Mc 14,15; Lc 22,12)
Y en el relato de la institución de la Eucaristía
–que sigue a continuación–
se deja entrever, al menos en parte,
el esquema de los ritos hebreos de la cena pascual
hasta el canto del Hallel (cf. Mt 26,30; Mc 14,26),
esquema que Tú observaste como todo buen israelita.
Nosotros captamos, Jesús,
cómo, aun con las variantes de las diversas tradiciones,
ese relato muestra,
de manera tan concisa como solemne,
las palabras que Tú pronunciaste
sobre el pan y el vino,
asumidos por Ti como expresión concreta
de tu Cuerpo entregado y tu Sangre derramada.
60
Señor, nosotros nos damos cuenta
que los evangelistas recuerdan todos estos detalles
a la luz del rito de la “fracción del pan”
bien consolidado ya en la Iglesia primitiva.
Ciertamente, el acontecimiento del Jueves Santo,
desde la historia misma que Tú viviste,
deja ver los rasgos de una “sensibilidad” litúrgica,
articulada sobre la tradición veterotestamentaria
y preparada para remodelarse en la celebración cristiana,
en sintonía con el nuevo contenido de la Pascua.
¡Cómo quisiéramos tener nosotros, Señor,
esa “sensibilidad” litúrgica!
(48) Señor Jesús,
concédenos que no tengamos miedo de “derrochar”,
como la mujer en la unción en Betania:
que, para expresar nuestro reverente asombro
ante el don inconmensurable de la Eucaristía,
sepamos dedicar nuestros mejores recursos.
Haz, Señor, que nos sintamos impulsados,
–como aquellos primeros discípulos
encargados de preparar la “sala grande”– ,
a celebrar la Eucaristía
en un contexto digno de tan gran Misterio.
Por lo tanto, nada será bastante, Jesús,
para expresar de modo adecuado
la acogida del don de Ti mismo
que Tú, Esposo divino,
haces continuamente a la Iglesia Esposa,
poniendo al alcance de todas las generaciones de creyentes
el sacrificio que ofreciste una vez para siempre sobre la cruz,
y haciéndote alimento para todos los fieles.
Por eso, Señor,
aunque la lógica del “banquete” inspira familiaridad,
61
te pedimos que nos ayudes
a no ceder nunca a la tentación de banalizar
esta “cordialidad” contigo, Esposo divino,
olvidando que Tú eres también nuestro Señor,
y que el “banquete” sigue siendo siempre,
después de todo, un banquete sacrificial,
marcado por tu sangre derramada en el Gólgota.
Señor Jesús,
¡reaviva nuestra fe!
que nosotros seamos sensibles
y aceptemos de corazón:
que el banquete eucarístico
es verdaderamente un banquete “sagrado”
en el que la sencillez de los signos
contiene el abismo de Tu santidad:
“O sacrum convivium, in quo Christus sumitur!”
(Oh sagrado banquete, en el que se recibe a Cristo)
Por eso, queremos tener siempre presente
que el pan que se parte en nuestros altares
y que Tú nos ofreces a nosotros, peregrinos,
caminantes por las sendas del mundo,
es “panis angelorum”, pan de los ángeles,
al cual queremos acercarnos
con la humildad del centurión del Evangelio:
“Señor, no soy digno de que entres en mi casa” (Mt 8,8; Lc 7,6)
(49) Señor Jesús,
¡aumenta nuestra fe!
una fe que se exprese mediante la exigencia
de una actitud interior de devoción
hacia el Misterio eucarístico.
Y también que se exprese exteriormente,
mediante una observancia gozosa
de la reglamentación de la liturgia eucarística,
reglamentación que la Iglesia ha ido estableciendo, progresivamente,
–en el contexto de este elevado sentido del Misterio– .
62
Señor Jesús,
para todo ello,
haz que nosotros sepamos apreciar
el rico patrimonio de arte
que se ha ido creando a lo largo de los siglos:
la arquitectura, la escultura, la pintura, la música,
las cuales, dejándose guiar por el misterio cristiano,
han encontrado en la Eucaristía,
directa o indirectamente,
un motivo de gran inspiración.
Lo vemos, por ejemplo, en la arquitectura:
de las primeras sedes eucarísticas
en las “domus” de las familias cristianas
se pasó, en cuanto el contexto histórico lo permitió,
a las solemnes basílicas de los primeros siglos,
a las imponentes catedrales de la Edad Media,
hasta las iglesias, pequeñas o grandes,
que han cubierto la tierra a donde ha llegado el cristianismo.
¡Y no sólo fuentes de inspiración estética!
sino también motivo para seguir las exigencias
de una precisa comprensión del Misterio.
Nosotros lo apreciamos
en las formas de los altares y tabernáculos,
que se han desarrollado dentro de los espacios
de las sedes litúrgicas.
Y lo mismo podemos decir de la música sacra;
y para ello basta pensar en las inspiradas melodías gregorianas
y en los numerosos, y a menudo insignes,
autores que se han afirmado
con los textos litúrgicos de la santa Misa.
¿Y la enorme cantidad de producciones artísticas
–desde lo realizado por una buena artesanía
hasta verdaderas obras de arte–
63
en el sector de los objetos y ornamentos
utilizados para la celebración eucarística?
Señor Jesús,
podemos, así, decir que la Eucaristía
no sólo ha plasmado la Iglesia y la espiritualidad
sino que ha tenido una fuerte incidencia en la “cultura”,
especialmente en el ámbito estético.
(50) Señor Jesús,
¡cuánta “competencia” ha habido entre los cristianos
de Occidente y de Oriente
en este esfuerzo de adoración del Misterio,
tanto desde el punto de vista ritual
como desde el punto de vista estético!
Queremos darte gracias, Señor,
ante todo y en particular,
por la contribución que, al arte cristiano,
han dado las grandes obras arquitectónicas y pictóricas
de la tradición greco-bizantina
y de todo el ámbito geográfico y cultural eslavo.
Señor Jesús,
nosotros, católicos de Occidente,
sabemos que, en Oriente,
el arte sagrado ha conservado un sentido
especialmente intenso del misterio.
Ese sentido intenso ha impulsado a los artistas
a concebir su afán de producir belleza,
no sólo como manifestación de su propio genio,
sino también como auténtico servicio a la fe.
¡Que el Espíritu Santo continúe soplando sobre ellos,
y ellos, dóciles a su soplo, sigan yendo mucho más allá
de la mera habilidad técnica!
Señor Jesús,
también te queremos agradecer
64
el esplendor de la arquitectura y de los mosaicos
en el Oriente y Occidente cristianos,
que son un patrimonio universal de los creyentes.
Esos mosaicos, Señor, llevan en sí mismos
una esperanza y una prenda
de la deseada plenitud de comunión
en la fe y en la celebración.
Eso supone,
como en el célebre cuadro de la Trinidad de Rublëv,
una Iglesia profundamente “eucarística”,
en la cual la acción de compartir tu Misterio en el pan partido
está como inmersa en la inefable unidad de las tres Personas divinas,
haciendo de la Iglesia misma un “icono” de la Trinidad.
Señor Jesús,
no sólo supone una Iglesia profundamente “eucarística”,
sino también exige una Iglesia profundamente “eucarística”:
¡haz, Señor, que lleguemos a la deseada plenitud de comunión!
Señor Jesús,
también te queremos pedir
por los arquitectos, constructores y decoradores
de los edificios sagrados.
Y también por los compositores y todos los que se ocupan
de la música sacra.
La Iglesia les ha dejado siempre a los artistas
un amplio margen creativo,
como lo demuestra la historia
y el mismo papa Juan Pablo II lo ha subrayado
en la Carta a los artistas (cf. AAS 91 [1999]).
En ese sentido, queremos pedirte, Señor,
que los artistas se distingan
por su capacidad de expresar adecuadamente el Misterio,
captado en la plenitud de la fe de la Iglesia
y según las indicaciones pastorales
65
oportunamente expresadas por la autoridad competente.
(51) Señor Jesús,
en la Eucaristía, Tú ofreces alimento
no solamente a las personas,
sino también a los pueblos,
adaptándote a las mudables condiciones de tiempo y espacio,
y de esa manera plasmas culturas cristianamente inspiradas.
Queremos pedirte por todos los que se ocupan y preocupan
por la “inculturación” de la liturgia,
especialmente de la Eucaristía.
Es un trabajo importante en la vida de la Iglesia
que ha tenido lugar en todas partes, a lo largo de los siglos,
y ahora está ocurriendo en los continentes
donde el cristianismo es más joven.
Te pedimos, Jesús,
que ese importante trabajo de adaptación
lo realicemos siendo siempre conscientes
del inefable Misterio,
con el cual cada generación está llamada a confrontarse.
El “tesoro” es demasiado grande y valioso
como para arriesgarse a que se empobrezca
o hipoteque por experimentos o prácticas
llevadas a cabo sin una atenta comprobación
por parte de las autoridades eclesiásticas competentes.
Además, Señor,
la centralidad del Misterio eucarístico
es de una magnitud tal,
que requiere una verificación
realizada en íntima relación con la Santa Sede:
esa colaboración es esencial,
porque la sagrada liturgia expresa y celebra
la única fe profesada por todos y,
dado que constituye la herencia de toda la Iglesia,
no puede ser determinada por las Iglesias locales
aisladas de la Iglesia universal. (cf. Ecclesia in Asia, 22)
66
(52) Señor Jesús,
te pedimos una vez más por nosotros
y por todos los hijos de la Iglesia católica,
para que seamos dóciles a la apremiante llamada
del papa Juan Pablo II
a observar con gran fidelidad
las normas litúrgicas en la celebración eucarística.
Haz, Señor, que no olvidemos que dichas normas
son una expresión concreta
de la auténtica eclesialidad de la Eucaristía.
Éste es su sentido más profundo.
La liturgia nunca es propiedad privada de alguien,
ni del celebrante ni de la comunidad
en que se celebran los misterios.
Ya en los tiempos de san Pablo,
el Apóstol tuvo que dirigir duras palabras
a la comunidad de Corinto
a causa de faltas graves en su celebración eucarística
que llevaron a divisiones
y a la formación de facciones (cf 1 Cor 11, 17-34)
También nosotros, en nuestros tiempos,
debemos redescubrir y valorar
la obediencia a las normas litúrgicas
como reflejo y testimonio de la Iglesia una y universal,
que se hace presente en cada celebración de la Eucaristía.
Señor Jesús,
nosotros queremos integrar comunidades
en las que los sacerdotes celebren fielmente la santa Misa
según las normas litúrgicas,
adecuarnos a ellas siempre,
y así demostrar de manera silenciosa, pero elocuente,
nuestro amor a la Iglesia.
Nosotros sabemos que a nadie le está permitido
67
subestimar el Misterio confiado a nuestras manos:
es demasiado grande para que alguien pueda permitirse
tratarlo a su arbitrio personal,
lo cual no respetaría ni su carácter sagrado
ni su dimensión universal.
C AP Í T U L O V I
En la escuela de María, mujer “eucarística”
(53) Señor Jesús,
¡ayúdanos a penetrar en toda su riqueza
la relación íntima que te une a Ti, en la Eucaristía,
con la Iglesia, tu Esposa!
Pensamos que para ello, nada mejor que recordar a tu Madre,
la Virgen Santísima:
¡Ella es Madre y modelo de la Iglesia!
Concédenos, Jesús,
que Ella nos conduzca hasta Ti
en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía,
porque Ella tiene una relación profunda
con tan augusto Sacramento:
¡que Ella nos guíe
en la contemplación de tu Rostro!
Señor, haz que no nos desanimemos,
si, a primera vista,
el evangelio no nos habla
de esa relación de tu Madre con la Eucaristía:
es verdad que en el relato de la institución de la Eucaristía,
la noche del Jueves santo,
tu Madre no aparece;
pero sabemos, en cambio, que Ella estuvo junto con los Apóstoles
“concordes en la oración” (cf. Hech 1,14),
en la primera comunidad reunida después de la Ascensión
en la espera de Pentecostés.
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Señor Jesús,
nosotros creemos que tu Madre no pudo faltar,
–con toda certeza lo decimos– ,
en las celebraciones eucarísticas de los fieles
de la primera generación cristiana,
asiduos “en la fracción del pan” (Hech 2,42).
Pero, más allá de su participación en el Banquete eucarístico,
su relación contigo en la Eucaristía
se puede intuir, y delinear indirectamente,
a partir de su actitud interior.
Con verdadero gozo, no dudamos en afirmar
que Ella, tu Madre santísima y Madre nuestra,
fue mujer “eucarística” con toda su vida.
Y en toda su vida podemos encontrar
su relación con este santísimo Misterio.
Jesús,
si la Iglesia ha tomado a tu Madre como modelo,
nosotros queremos imitarla
también en su relación contigo en la Eucaristía.
(54) Señor Jesús,
la Eucaristía es misterio de fe (mysterium fidei!),
que supera de tal manera nuestro entendimiento
que nos obliga al más puro abandono
a la palabra de Dios.
En una actitud como ésa
¿quién puede ser mejor apoyo y guía
sino María, la mujer creyente?
“Feliz de ti por haber creído
que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor” (Lc 1,45)
Señor Jesús,
haz crecer nuestra fe,
hazla como la de María:
con una fe así queremos celebrar este Misterio.
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Para nosotros, el repetir lo que Tú hiciste en la Última Cena,
en cumplimiento de tu mandato:
haced esto en conmemoración mía,
se convierte al mismo tiempo
en aceptación de la invitación de María
a obedecerte sin titubeos:
Haced lo que Él os diga (Jn 2,5).
Por eso, con oído atento y confianza filial,
cada vez que celebramos la Eucaristía,
lo queremos hacer como si estuviéramos escuchándola,
como si Ella nos dijera,
con la misma solicitud materna
que mostró en las bodas de Caná:
“No dudéis, fiaos de la palabra de mi Hijo.
Él, que fue capaz de transformar el agua en vino,
es igualmente capaz de hacer del pan y del vino
su Cuerpo y su Sangre,
entregando en este misterio a los creyentes
la memoria viva de su Pascua,
para hacerse así "Pan de vida"”.
(55) Señor Jesús,
en cierto sentido,
María practicó su fe eucarística
antes incluso de que Tú instituyeras la Eucaristía,
por el hecho mismo de haber ofrecido al Padre
su seno virginal para tu Encarnación:
la Eucaristía, a la vez que remite a la Pasión y a la Resurrección,
está también en continuidad con la Encarnación.
Jesús,
María te concibió en la Anunciación,
en la realidad también física de tu Cuerpo y tu Sangre,
anticipando en sí lo que, en cierta medida,
se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe
tu Cuerpo y tu Sangre,
en las especies del pan y del vino.
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Señor,
nosotros creemos que hay una analogía profunda
entre el fiat pronunciado por María
y el amén que cada fiel pronuncia
cuando recibe tu Cuerpo en la Eucaristía:
A Ella se le pidió creer
que aquél, a quien concibió “por obra del Espíritu Santo”,
eras Tú, el “Hijo de Dios” (cf. Lc 1, 30-35).
A nosotros, en continuidad con la fe de la Virgen,
se nos pide, en el Misterio eucarístico,
creer que Tú mismo, Hijo de Dios e Hijo de María,
te haces presente con todo tu ser humano-divino
en las especies del pan y del vino.
Señor Jesús,
también en la Visitación
María anticipó la fe eucarística de la Iglesia:
al visitar a Isabel y llevarte en su seno,
Ella se convirtió, de algún modo, en “tabernáculo”
–el primer “tabernáculo” de la historia–
donde Tú, todavía invisible a los ojos de los hombres,
te ofreciste a la adoración de Isabel,
como “irradiando” tu luz
a través de los ojos y de la voz de María, tu Madre.
Señor Jesús,
¡cómo quisiéramos también imitar
la mirada embelesada de tu Madre Santísima
al contemplar tu Rostro de recién nacido
y al estrecharte entre sus brazos!
¿No es acaso para nosotros el inigualable modelo de amor
en el que hemos de inspirarnos cada vez que te recibimos
en la comunión eucarística?
(56) Señor Jesús,
nosotros queremos imitar a María, tu Madre y Madre nuestra,
en toda su vida,
71
no solamente en el Calvario,
porque Ella hizo suya la dimensión sacrificial de la Eucaristía
en toda su vida.
.
Ya en la Presentación en el templo de Jerusalén,
cuando te llevó, –Tú, niño aún– , para cumplir la Ley
y presentarte al Señor (cf. Lc 2,22):
ahí oyó anunciar al anciano Simeón
que Tú ibas a ser “signo de contradicción”
y también que una “espada” iba a traspasar su propia alma.
(cf. Lc 2, 34-35)
Se anunciaba así el drama de tu crucifixión
y, en cierto modo, se prefiguraba el “stabat Mater”
de tu Madre al pie de la cruz.
Nosotros creemos que Ella se fue preparando día a día para el Calvario
y, al hacerlo, vivió una especie de “Eucaristía anticipada”,
–se podría decir– una “comunión espiritual”
de deseo y ofrecimiento,
que culminaría en la unión contigo en la Pasión.
Esa comunión espiritual se manifestaría también después,
en el período pospascual,
en su participación en la celebración eucarística,
presidida por los apóstoles,
como “memorial” de la Pasión.
Por eso, Señor,
queremos imaginar los sentimientos de tu Madre santísima
al escuchar de la boca de Pedro, Juan, Santiago
y los otros apóstoles,
las palabras de la Última Cena:
Esto es mi Cuerpo que es entregado por vosotros (Lc 22,19).
Ese cuerpo entregado como sacrificio
y presente en los signos sacramentales
era el mismo concebido en su seno.
Para María, recibir la Eucaristía
significaría acoger de nuevo en su seno
el corazón que había latido al unísono con el suyo
72
y revivir lo que Ella había experimentado en primera persona
al pie de la cruz.
Nosotros, Señor, quisiéramos revivir
todos esos sentimientos de tu Madre Santísima,
cuando te recibimos en la comunión eucarística.
(57) Señor Jesús,
nosotros sabemos que en el “memorial” del Calvario
está presente todo lo que Tú llevaste a cabo
en tu Pasión y en tu Muerte.
Por tanto, no falta lo que Tú realizaste, también,
con respecto a tu Madre
para beneficio nuestro.
En efecto, Tú le confiaste a Ella
el discípulo predilecto
y, en él, nos entregaste a cada uno de nosotros:
¡He ahí a tu hijo!
Igualmente nos dices también
a cada uno de nosotros: ¡He ahí a tu Madre! (cf. Jn 19, 26-27).
Por eso, Jesús,
para nosotros,
vivir en la Eucaristía el memorial de tu muerte
implica también recibir continuamente este don:
significa acoger en nosotros
–a ejemplo de Juan–
a quien, cada vez, se nos entrega como Madre.
Significa asumir, al mismo tiempo,
el compromiso de conformarnos a Ti,
aprendiendo de tu Madre
y dejándonos acompañar por Ella.
Señor Jesús,
María, tu Madre Santísima, está presente
en todas nuestras celebraciones eucarísticas,
está presente con la Iglesia
y como Madre de la Iglesia.
73
Así como Iglesia y Eucaristía
son un binomio inseparable,
lo mismo podemos decir del binomio María y Eucaristía.
Por eso, el recuerdo de María, tu Madre santísima,
en la celebración eucarística es unánime,
ya desde la antigüedad,
en las Iglesias de Oriente y Occidente.
(58) Señor Jesús,
en la Eucaristía queremos unirnos plenamente
a Ti y a tu Sacrificio,
–¡toda la Iglesia se une plenamente a Ti y a tu Sacrificio!–
nos queremos unir haciendo nuestro
el espíritu de María.
Y esto, Jesús, queremos hacerlo
releyendo el Magnificat
desde una perspectiva eucarística:
en efecto, la Eucaristía, como el canto de María,
es ante todo alabanza y acción de gracias.
Cuando tu Madre exclamó:
Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador,
Ella te llevaba en su seno:
Ella alababa al Padre “por” Ti,
pero también lo alababa “en” Ti y “contigo”.
Nosotros sabemos que ésta es, precisamente,
la verdadera “actitud eucarística”.
Al mismo tiempo,
tu Madre recuerda en su canto
las maravillas que Dios ha realizado
en la historia de la salvación,
según la promesa hecha a nuestros padres (cf. Lc 1,55),
anunciando la que supera a todas ellas,
tu Encarnación redentora.
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Señor Jesús,
en el Magnificat,
también está presente
la tensión escatológica de la Eucaristía:
cada vez que Tú te presentas
bajo la “pobreza” de las especies sacramentales, pan y vino,
Tú pones en el mundo el germen de la nueva historia,
en la que se “derriba del trono a los poderosos”
y se “enaltece a los humildes” (cf. Lc 1,52).
Y María canta el “cielo nuevo” y la “tierra nueva”
que se anticipan en la Eucaristía y,
en cierto sentido,
deja entrever su “designio” programático.
Señor Jesús,
el Magnificat expresa la espiritualidad de María,
y a nosotros nada nos ayuda
a vivir mejor el Misterio eucarístico
que esta espiritualidad.
Podemos decir que Tú nos has dado la Eucaristía
para que nuestra vida sea,
como la de María,
toda ella, un Magnificat.
Conclusión
(59) Señor Jesús,
¡cuántas veces hemos podido celebrar la Eucaristía!
–lo decimos con el corazón henchido de gratitud–,
¡cuántas veces hemos fijado nuestros ojos
en la hostia y en el cáliz, en los que,
en cierto modo, el tiempo y el espacio se han “concentrado”,
y se ha representado de manera viva
el drama del Gólgota,
revelando su misteriosa “contemporaneidad”.
Señor, cada vez que celebramos la Eucaristía,
75
nuestra fe ha podido reconocerte
en el pan y en el vino consagrados,
divino Caminante que un día te pusiste
al lado de los dos discípulos de Emaús
para abrirles los ojos a la luz
y el corazón a la esperanza (cf. Lc 24, 13-35).
Señor Jesús,
con íntima emoción expresamos nuestra fe en Ti,
presente en la santísima Eucaristía:
“Ave, verum corpus natum de Maria Virgine,
vere passum, immolatum, in cruce pro homine!”
(¡Salve, Cuerpo verdadero, nacido de la Virgen María,
que por los hombres padeciste verdaderamente y fuiste inmolado en la Cruz!)
Tú eres el tesoro de la Iglesia,
Tú eres el corazón del mundo,
la prenda del fin al que todo hombre,
aunque sea inconscientemente, aspira.
Jesús,
¡Misterio grande, la Eucaristía!
Ciertamente nos supera
y pone a dura prueba la capacidad de nuestra mente
de ir más allá de las apariencias.
Aquí fallan nuestros sentidos:
– “visus, tactus, gustus in te fallitur”–
(se engaña en Ti la vista, el tacto, el gusto)
cantamos en el himno Adoro Te devote;
pero nos basta la fe,
fundada en tus palabras
transmitidas por tus apóstoles.
Señor,
que podamos repetir,
como san Pedro al final del discurso eucarístico
en el evangelio de san Juan:
“Señor ¿a quién iremos?
Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68).
Te lo decimos en nombre de toda la Iglesia
76
y en el de cada uno de nosotros.
(60) Señor Jesús,
en el amanecer de este tercer milenio,
todos nosotros, hijos de la Iglesia,
estamos llamados a caminar en la vida cristiana
con un renovado impulso.
Como nos ha dicho el papa Juan Pablo II
en la Novo millennio ineunte
no se trata de inventar un nuevo programa.
Señor,
el programa ya existe.
Es el de siempre, recogido por el Evangelio
y la Tradición viva.
Se centra, en definitiva, en Ti, Jesús,
a quien debemos conocer, amar e imitar,
para vivir en Ti la vida trinitaria
y transformar contigo la historia
hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste
(cf. Novo millennio ineunte, n.29).
Señor Jesús,
haz de nosotros discípulos convencidos
que este programa pasa por la Eucaristía:
– todo compromiso de santidad,
– toda acción orientada a realizar la misión de la Iglesia,
– toda puesta en práctica de planes pastorales,
ha de sacar del Misterio eucarístico
la fuerza necesaria,
y se ha de ordenar a él como a su culminación.
Jesús,
en la Eucaristía te tenemos a Ti,
tenemos tu sacrificio redentor,
tenemos tu resurrección,
tenemos el don del Espíritu Santo,
tenemos la adoración, la obediencia y el amor del Padre.
Si descuidáramos la Eucaristía,
77
¿cómo podríamos remediar nuestra indigencia?
(61) Señor Jesús,
no sólo no queremos descuidar la Eucaristía,
sino que queremos vivirla en su integridad:
– sea durante la celebración,
– sea en el íntimo coloquio contigo,
durante el silencio que sigue a la comunión,
– sea durante la adoración eucarística fuera de la misa.
Es entonces, Jesús,
cuando se construye firmemente la Iglesia
y se expresa lo que es realmente:
– una, santa, católica y apostólica;
– pueblo, templo y familia de Dios;
– tu Cuerpo y tu Esposa, animada por el Espíritu Santo;
– sacramento universal de salvación
y comunión jerárquica estructurada.
Señor Jesús,
el camino que como Iglesia estamos recorriendo
en estos primeros años del tercer milenio
es también camino de un renovado compromiso ecuménico:
nos sentimos llamados a corresponder a tu oración al Padre:
“Ut unum sint” [que sean uno] (Jn 17,11).
Ayúdanos, Señor,
porque el camino es largo
y plagado de obstáculos que superan la capacidad humana;
pero nos consuela y alienta
el tenerte a Ti en la Eucaristía,
y ante ella podemos sentir en lo profundo del corazón,
como dirigidas a nosotros,
las mismas palabras que oyó el profeta Elías:
Levántate y come, porque el camino es demasiado largo para ti
(1 Re 19,7).
Señor, Tú has querido quedarte con nosotros en la Eucaristía,
y ello es para nosotros un tesoro
que nos estimula hacia la meta de compartir la Eucaristía
78
con todos los hermanos con quienes nos une el mismo Bautismo.
Pero no debemos dilapidar dicho tesoro
y para ello queremos respetar las exigencias que se derivan
de que la Eucaristía es Sacramento de comunión
en la fe y en la sucesión apostólica.
Señor Jesús,
haz que nosotros demos a la Eucaristía todo el relieve que merece
y que pongamos todo esmero en no subestimar
ninguna de sus dimensiones o exigencias:
de esa manera daremos prueba de valorar realmente
la magnitud de tan gran don.
Ayúdanos a seguir una tradición ininterrumpida que,
desde los primeros siglos,
ha sido testigo de una comunidad cristiana celosa
en custodiar este “tesoro”:
que impulsados por el amor
nos preocupemos de transmitir
a las sucesivas generaciones cristianas,
sin perder ni un solo detalle,
la fe y la doctrina sobre el Misterio eucarístico.
No queremos tener miedo de exagerar
en la consideración de este Misterio,
porque “en este Sacramento se resume
todo el misterio de nuestra salvación” (cf. Sto. Tomás de Aquino)
(62) Señor Jesús,
los santos que la Iglesia venera
han sido los grandes intérpretes de la piedad eucarística,
y nosotros queremos seguir su ejemplo y sus enseñanzas:
en ellos, la teología de la Eucaristía adquiere todo el esplendor
de la experiencia vivida,
nos “contagia” y, por así decir, nos “enciende”.
Sobre todo, queremos ponernos a la escucha de María Santísima,
en quien el Misterio eucarístico se muestra,
más que en ningún otro santo,
79
como misterio de luz..
Mirándola a ella conocemos la fuerza transformadora
que tiene la Eucaristía.
En ella vemos el mundo renovado por el amor.
Señor Jesús,
al contemplar a María, tu Madre,
elevada al cielo en alma y cuerpo,
vemos un resquicio del “cielo nuevo” y de la “tierra nueva”
que se abrirán ante nuestros ojos
con tu segunda Venida.
La Eucaristía es ya aquí, en la tierra, su prenda y,
en cierto modo, su anticipación:
“Veni, Domine Iesu” (Ven, Señor Jesús) (Apoc 22,20).
Señor,
en el humilde signo del pan y del vino,
convertidos en tu Cuerpo y en tu Sangre,
Tú caminas con nosotros
como nuestra fuerza y nuestro viático,
y nos transformas en testigos de esperanza para todos.
Jesús,
nuestras mentes experimentan sus propios límites
ante el Misterio eucarístico;
sin embargo, nuestros corazones, iluminados
por la gracia del Espíritu Santo,
intuyen bien qué actitud tomar,
y así nos abismamos en la adoración
y en un amor sin límites.
Queremos hacer nuestros los sentimientos
de santo Tomás de Aquino, teólogo eximio
y, al mismo tiempo, cantor apasionado de Ti,
Jesús eucarístico,
y dejar que nuestro espíritu se abra también
en la esperanza
a la contemplación de la meta,
a la cual aspira el corazón,
80
sediento como está de alegría y de paz:
“Bone Pastor, panis vere,
Iesu, nostri miserere...”.
“Buen pastor, pan verdadero,
oh Jesús, ten piedad de nosotros:
aliméntanos y defiéndenos,
llévanos a los bienes eternos
en la tierra de los vivos.
Tú que todo lo sabes y puedes,
que nos alimentas en la tierra,
conduce a tus hermanos
a la mesa del cielo
en la alegría de los santos”.
Amén.
AP É N D I C E
“ECCLESIA DE EUCHARISTIA ”
Motivos que llevaron a Juan Pablo II
a escribirnos esta Encíclica
Las intenciones de Juan Pablo II para escribirnos EdE pueden encontrarse resumidas en algunas frases de la Introducción y de la Conclusión de la Encíclica. Se pueden señalar las siguientes:
● “5. Este pensamiento nos lleva a sentimientos de gran asombro y
gratitud. El acontecimiento pascual y la Eucaristía que lo actualiza a lo
largo de los siglos tienen una «capacidad» verdaderamente enorme, en la
que entra toda la historia como destinataria de la gracia de la redención.
Este asombro ha de inundar siempre a la Iglesia, reunida en la celebración eucarística. Pero, de modo especial, debe acompañar al ministro de
la Eucaristía.
● “6. Con la presente Carta encíclica, deseo suscitar este «asombro» eucarístico, en continuidad con la herencia jubilar que he querido
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dejar a la Iglesia con la Carta apostólica Novo millennio ineunte y con su
coronación mariana Rosarium Virginis Mariae.”
● “7. Este año, para mí el vigésimo quinto de Pontificado, deseo involucrar más plenamente a toda la Iglesia en esta reflexión eucarística,
para dar gracias a Dios también por el don de la Eucaristía y del Sacerdocio: «Don y misterio». (Éste es el título que he querido dar a un testimonio autobiográfico con ocasión del quincuagésimo aniversario de mi sacerdocio)”
● “10. Confío en que esta Carta encíclica contribuya eficazmente a
disipar las sombras de doctrinas y prácticas no aceptables, para que la
Eucaristía siga resplandeciendo con todo el esplendor de su misterio.”
● “59. Dejadme, mis queridos hermanos y hermanas que, con íntima emoción, en vuestra compañía y para confortar vuestra fe, os dé testimonio de fe en la Santísima Eucaristía. «Ave, verum corpus natum de
Maria Virgine, / vere passum, immolatum, in cruce pro homine!».”
● “59. Dejadme que, como Pedro al final del discurso eucarístico
en el Evangelio de Juan, yo le repita a Cristo, en nombre de toda la
Iglesia y en nombre de todos vosotros: «Señor, ¿a quién iremos? Tú
tienes palabras de vida eterna» (Jn 6, 68).”
Todos estos textos, aquí citados y transcritos, se pueden reunir para
expresar las dos grandes intenciones o motivos que lo han llevado a Juan
Pablo II a escribirnos su carta EdE:
1º Participarnos a todos los que formamos parte de la Iglesia su
experiencia personal de sacerdote, obispo y Papa en relación con la
Eucaristía y por eso y para eso él desea:
a) darnos un testim onio de fe y suscitar el “asom bro” euc arístico e
b) involucrar a toda la Iglesia a dar gracias a Dios por el don de
la Eucaristía y del Sacerdocio.
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2º Tratar de disipar las som bras de doctrinas y prácticas
no aceptables para que la Eucaristía siga resplandeciendo con todo el
esplendor de su misterio.
SUMARIO
IN T RO D UC C IÓ N
1. La Eucaristía: núcleo del misterio de la Iglesia
2. El Cenáculo: primer templo “eucarístico”
3. La Iglesia nació del misterio pascual
4. La “hora” de la redención del mundo
5. El Triduo pascual, hontanar de la Iglesia
6. Contemplar con María el rostro de Jesús
7. Este año (2 0 0 3 ): invitación a toda la Iglesia
8. En la Eucaristía, Jesús reconduce al Padre
la creación redimida
9. Esmerada atención a la Eucaristía por parte del Magisterio
10. Luces y sombras en la actualidad
CAP. I – M I ST E R IO DE LA F E
11. En la Eucaristía se perpetúa
el Sacrificio de la Cruz por los siglos
12. Valor sacrificial de la Eucaristía
13. La Eucaristía es, en primer lugar, un don al Padre
14. La Eucaristía hace presente
el misterio de la Resurrección de Jesús
15. La presencia real de Jesús en la Eucaristía
16. Nuestra íntima unión con Jesús
mediante la comunión
17. En la Eucaristía, Jesús nos comunica también
su Espíritu
18. Proyección escatológica de la Eucaristía
19. Comunión con la Iglesia celestial
20. Impulso a nuestro camino histórico
83
CAP. I I – LA E UC AR ÍS T I CA E D IF IC A LA I G L E SI A
21. La Eucaristía: centro del proceso de crecimiento
de la Iglesia
22. En la Eucaristía, Jesús estrecha su amistad con
nosotros
23. La Eucaristía consolida la unidad de la Iglesia
como Cuerpo de Cristo
24. La comunión eucarística colma y eleva
la experiencia de fraternidad
25. El culto a la Eucaristía fuera de la Misa:
su valor inestimable en la vida de la Iglesia
CAP. I I I – AP O S TO L IC I DA D D E L A EU CA RI S T ÍA
Y D E L A I G L ES I A
26. Relación entre la Eucaristía y la Iglesia
27 y 28. Triple sentido de la apostolicidad de la Eucaristía
29. El sacerdote ordenado realiza el Sacrificio
eucarístico, como representante de Cristo
30. Diálogo y comportamiento ecuménicos
31. La Eucaristía, centro y cumbre del ministerio
sacerdotal
y de la pastoral de las vocaciones sacerdotales
32. Dolorosa situación de las comunidades cristianas
sin sacerdote
33. La Eucaristía, raíz y centro de toda comunidad
cristiana
CAP. I V – EU CA RI S T ÍA Y CO M UN IÓ N E C L E SI A L
34. La Eucaristía, misterio de comunión
35. Dimensión invisible y visible
de la comunión eclesial
36. Integridad de los vínculos invisibles
de la comunión eclesial
37. Estrecha vinculación entre Eucaristía y Penitencia
38. Eucaristía y comunión eclesial visible
39. Toda celebración de la Eucaristía: imagen y
verdadera presencia de la Iglesia universal
40. La Eucaristía, creadora y educadora de comunión
41. Eucaristía dominical: su eficacia creadora de comunión
84
42. Comunión eclesial: salvaguardia y promoción
43. Comunión eclesial y compromiso ecuménico
44. Camino ecuménico: sólo en la verdad
45 y 46. Administración de la Eucaristía a hermanos
separados. Y a católicos en Iglesias no católicas
CAP. V – D E CO R O D E L A C E L EB R AC IÓ N EU CA R ÍS T I CA
47. Sencillez, “gravedad” y “sensibilidad” litúrgica
en la institución de la Eucaristía
48. La Eucaristía: Sacrificio y Banquete “sagrado”
49. Inspiración estética y reglamentación
de la liturgia eucarística
50. Expresión artística del Misterio eucarístico
51. Eucaristía e “inculturación”
52. Abusos lamentables
CAP. V I – EN L A ES CU E LA D E M AR ÍA ,
“ M UJ ER E UC AR Í ST I C A”
53. La Santísima Virgen María
y su relación con la Eucaristía
54 y 55. María, modelo de fe y amor a la Eucaristía
56. Dimensión sacrificial de la Eucaristía
en toda la vida de la Santísima Virgen
57. El “memorial” del Calvario
y la Maternidad de la Santísima Virgen
58. La “actitud eucarística” en el Magnificat
CO N C LU S IÓ N
59. Testimonio de fe en la Eucaristía
60. El Misterio eucarístico,
fuente y cima de la vida cristiana
61. La Eucaristía vivida en su integridad.
Fuente de un renovado compromiso ecuménico
62. La enseñanza de los Santos
u. i. o. h. D.
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