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La Cuaresma es el tiempo litúrgico de conversión, que marca la Iglesia para prepararnos a la gran fiesta de la Pascua. Es tiempo para arrepentirnos de nuestros pecados y de cambiar algo de nosotros para ser mejores y poder vivir más cerca de Cristo. La Cuaresma dura 40 días; comienza el Miércoles de Ceniza y termina antes de la Misa de la Cena del Señor del Jueves Santo. A lo largo de este tiempo buscamos que Dios nos purifique con su amor. Volvemos la mirada a Jesús para quitar todo lo que nos estorba y no nos deja vivir como hijos de Dios. El color litúrgico de este tiempo es el morado que significa luto, penitencia y espera. En la Cuaresma, Cristo nos invita a cambiar de vida. La Iglesia nos invita a vivir la Cuaresma como un camino hacia Jesucristo, escuchando la Palabra de Dios, orando, compartiendo con el prójimo y haciendo obras buenas. Cada día, con ayuda de Jesús, hemos de arrojar fuera de nuestros corazones… el odio, el rencor, la envidia, los celos que se oponen a nuestro amor a Dios y a los hermanos. En Cuaresma, contemplamos la Cruz de Jesús. Con esto aprendemos también a tomar nuestra cruz con alegría para alcanzar la gloria de la resurrección. Convertirse a Cristo, hacerse cristiano quiere decir recibir un corazón de carne, un corazón sensible a la pasión y al sufrimiento de los demás. La conversión es cambio de vida fruto de un encuentro con Jesucristo que nos lleva a ver la vida centrada en El y ordenada en la moral. La conversión es una gracia de Dios otorgada por los méritos de la redención de Cristo que murió en la cruz para reconciliarnos con el Padre. La conversión es esencial para ser discípulos de Cristo y salvarnos. Ya que todos somos pecadores, todos necesitamos continua conversión. Pero, ¿qué es en realidad convertirse? Convertirse quiere decir buscar a Dios, caminar con Dios, seguir dócilmente las enseñanzas de su Hijo, Jesucristo; convertirse no es un esfuerzo para realizarse uno mismo, porque el ser humano no es el arquitecto del propio destino. Nosotros no nos hemos hecho a nosotros mismos. Por ello, la autorrealización es una contradicción y es demasiado poco para nosotros. La conversión consiste precisamente en no considerarse «creadores» de sí mismos, descubriendo de este modo la verdad, porque no somos autores de nosotros mismos. …consiste en aceptar libremente y con amor que dependemos totalmente de Dios, nuestro verdadero Creador … que dependemos del amor. Jesús nos dice «Conviértanse y crean en la Buena Nueva» Esta conversión del corazón es ante todo un don gratuito de Dios, que nos ha creado para sí y en Jesucristo nos ha redimido: El deseo sincero de Dios nos lleva a… rechazar el mal y a realizar el bien. Nuestra felicidad consiste en permanecer en Él. (Juan 15, 3). Por este motivo, Él mismo previene con su gracia nuestro deseo y acompaña nuestros esfuerzos de conversión. La conversión es la respuesta más eficaz al mal «Cristo invita a responder al mal ante todo con un serio examen de conciencia y con el compromiso de purificar la propia vida» «En definitiva: la conversión vence al mal en su raíz, que es el pecado, aunque no siempre pueda evitar sus consecuencias». «Hacer penitencia y corregir la propia conducta no es simple moralismo, sino el camino más eficaz para mejorarnos tanto a nosotros mismos como a la sociedad» «es mejor encender una cerilla que maldecir la oscuridad». Jesús: ¡Danos un Corazón nuevo! Isaías 58 1 ¡Grita a voz en cuello, no te contengas, alza tu voz como una trompeta: denúnciale a mi pueblo su rebeldía y sus pecados a la casa de Jacob! 2 Ellos me consultan día tras día y quieren conocer mis caminos, como lo hará una nación que practica la justicia y no abandona el derecho de su Dios; reclaman de mí sentencias justas, les gusta estar cerca de Dios: 3 «¿Por qué ayunamos a tú no lo ves, nos afligimos y tú no lo reconoces?». Porque ustedes, el mismo día en que ayunan, se ocupan de negocios y maltratan a su servidumbre. 4 Ayunan para entregarse a pleitos y querellas y para golpear perversamente con el puño. No ayunen como en esos días, si quieren hacer oír su voz en las alturas, 5 ¿Es este acaso el ayuno que yo amo, el día en que el hombre se aflige a sí mismo? Doblar la cabeza como un junco, tenderse sobre el cilicio y la ceniza: ¿a eso llamas ayuno y día aceptable al Señor? 6 Este es el ayuno que yo amo –oráculo del Señor–: soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los yugos; 7 compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo y no despreocuparte de tu propia carne. 8 Entonces despuntará tu luz como la aurora y tu llaga no tardará en cicatrizar; delante de ti avanzará tu justicia y detrás de ti irá la gloria del Señor. 9 Entonces llamarás, y el Señor responderá; pedirás auxilio, y él dirá: «¡Aquí estoy!». Si eliminas de ti todos los yugos, el gesto amenazador y la palabra maligna; 10 si ofreces tu pan al hambriento y sacias al que vive en la penuria, tu luz se alzará en las tinieblas y tu oscuridad será como al mediodía, 11 El Señor te guiará incesantemente, te saciará en los ardores del desierto y llenará tus huesos de vigor; tú serás como un jardín bien regado, como una vertiente de agua, cuyas aguas nunca se agotan. 12 Reconstruirás las ruinas antiguas, restaurarás los cimientos seculares, y te llamarán «Reparador de brechas», «Restaurador de moradas en ruinas». 13 Si dejas de pisotear el sábado, de hacer tus negocios en mi día santo; si llamas al sábado «Delicioso» y al día santo del Señor «Honorable»; si lo honras absteniéndote de traficar, de entregarte a tus negocios y de hablar ociosamente, 14 entonces te deleitarás en el Señor; yo te haré cabalgar sobre las alturas del país y te alimentaré con la herencia de tu padre Jacob, porque ha hablado la boca del Señor.