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Lección 2 para el 9 de abril de 2016
Esta semana estudiaremos cómo presenta el evangelio
de Mateo los comienzos del ministerio de Jesús:
«En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea, y
diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado» (Mateo 3:1-2)
Juan predicaba un mensaje universal:
«¡Arrepentíos!». Además, predicaba
una “verdad presente” especial para
sus contemporáneos: «Viene el
Mesías» (Mateo 3:11).
Usaba imágenes y textos extraídos de
las Escrituras que él conocía (el Antiguo
Testamento).
Predicaba una vida consecuente con el
arrepentimiento, con el fin de
prepararse para la llegada del Mesías.
En su mensaje señalaba siempre a
Jesús. Enfatizó tanto su capacidad para
transformar el corazón (bautismo del
Espíritu Santo y fuego, Mateo 3:11),
como su capacidad de juzgar (en su
Segunda Venida, Mateo 3:12).
¡Qué contraste hubo en el desierto!
El angel poderoso contra el Hombre
debilitado por el hambre; la soberbia
contra la humildad.
Los ángeles santos esperaban con
expectación el desenlace de este
desigual encuentro.
«Entonces Jesús fue llevado por
el Espíritu al desierto, para ser
tentado por el diablo» (Mateo 4:1)
«Cuando Jesús fue llevado
al desierto para ser tentado,
fue llevado por el Espíritu
de Dios. Él no invitó a la
tentación. Fue al desierto
para estar solo, para
contemplar su misión y su
obra. Por el ayuno y la
oración, debía fortalecerse
para andar en la senda
manchada de sangre que iba
a recorrer. Pero Satanás
sabía que el Salvador había
ido al desierto, y pensó que
ésa era la mejor ocasión
para atacarle»
Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, p. 89
«Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto,
para ser tentado por el diablo» (Mateo 4:1)
El evangelio de Lucas nos dice
que Satanás no dejó a Jesús
hasta que «hubo acabado toda
tentación» (Lucas 4:13).
Jesús «fue tentado en todo …
pero sin pecado» (Hebreos
4:15). Él venció donde Adán
fracasó. Venció donde
nosotros fracasamos.
Demostró así que no hay
excusa para nuestro fracaso.
No necesitamos caer en la
tentación. Podemos vencer
por medio de la fe y la
sumisión a Cristo.
«y dejando a Nazaret, vino y
habitó en Capernaum, ciudad
marítima, en la región de Zabulón
y de Neftalí» (Mateo 4:13)
El año 104 a.C., Aristóbulo I conquistó Galilea y
obligó a sus habitantes a circuncidarse y a abrazar
la fe judía. Los descendientes de estos «judíos
forzosos» hicieron suya la fe de Israel,
convirtiéndose en verdaderos judíos.
Tras la muerte de Juan, Jesús decidió hacer de este
territorio el centro de su ministerio.
Cumpliendo las profecías de Isaías, hizo
resplandecer su luz donde había mayor oscuridad.
Trabajó humildemente en favor de aquellos que
eran considerados rudos, atrasados y toscos.
«Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron»
(Mateo 4:20)
Jesús comenzó su ministerio con un
llamamiento: «Arrepentíos, porque el reino de
los cielos se ha acercado» (Mateo 4:17). Esta es
la mayor necesidad de cada hombre y mujer.
Andrés y Juan habían escuchado a Juan el bautista
señalar a Jesús como el Mesías. Tras un encuentro
personal con Él, decidieron seguirle (a tiempo parcial).
También se les unió Simón Pedro y otros discípulos,
mientras Jesús predicaba en Judea (Juan 1:35-42).
En Capernaum, Andrés, Pedro, Jacobo y Juan
recibieron un llamamiento a un compromiso
mayor con Jesús.
De estos rudos pescadores, Jesús hizo
pescadores de hombres. Su secreto: lo dejaron
todo por Cristo; una entrega completa a Él.
«Nuestra primera tarea tiene que ver con nuestro
propio corazón. Debemos practicar los principios
verdaderos que conducen a la reforma. El corazón
se debe convertir y santificar; en caso contrario, no
tendremos relación con Cristo. Mientras nuestro
corazón esté dividido, jamás estaremos preparados
para servir en esta vida o en la futura. Como seres
inteligentes, necesitamos sentarnos a pensar si
realmente estamos buscando el reino de Dios y su
justicia. Lo mejor que podemos hacer es meditar
seria y sinceramente en si estamos dispuestos a
hacer el esfuerzo necesario para obtener la
esperanza y lograr el cielo que aguarda al cristiano.
Si por la gracia de Cristo llegamos a la conclusión
de que realmente lo queremos, la siguiente
pregunta será: ¿Qué debo abandonar en mi vida
para que no me sea una piedra de tropiezo?»
Elena G. de White, Cada día con Dios, 9 de febrero
Créditos
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