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Transcript
San Felipe Neri es llamado
“el apóstol de Roma”:
Reformador paciente,
director de almas, y según
dice el papa Benedicto XVI:
“hombre amable y
generoso, santo casto y
humilde, apóstol activo y
contemplativo”. Y también:
“reformador de la ciudad
eterna, cireneo y conciencia
crítica, consejero iluminado
y maestro sonriente”.
Don Felipe (así le llamaban, o
don Pippo) solía decir: “Escrúpulos o tristeza y melancolía,
fuera de la casa mía”.
Dice Benedicto XVI: “Fascina el
modo alegre y amable con el que
sabía educar, acercándose
fraternal y pacientemente a
todos”. “Se esforzó por dar a
conocer el verdadero manantial
de la alegría, que había
descubierto en el mensaje
evangélico”.
Decía el santo: “Las leyes del Evangelio y los mandamientos de Cristo conducen a la alegría y a la felicidad”.
Decía san Felipe: “El
Señor es bueno
¿Cómo no va a
alegrarse de que sus
hijos nos riamos? La
tristeza nos hace
doblar el cuello y no
nos permite mirar al
cielo. Debemos
combatir la tristeza,
no la alegría”.
Decía: “La alegría es fruto del Amor y es camino que conduce al Amor”. Y también decía: “Es más fácil guiar bien a
los hombres de naturaleza alegre que a los melancólicos”.
Y a sus muchachos les decía: “Sed buenos…, si podéis”.
Y junto con la alegría reluce la HUMILDAD.
Solía decir: “Humíllense a sí
mismos siempre y abájense a
sus ojos y a los de los demás,
a fin de ser grandes a los ojos
de Dios”. Una regla para una
verdadera alegría era no
cuidarse de ser despreciado y
olvidado.
Cuando ya tenía fama de
santo, solía exagerar las
demostraciones externas
de alegría, bromas, risas y
chistes, para que no le tuvieran por tan santo.
San Felipe no sólo trataba con los niños abandonados o los
enfermos del hospital. Como era muy amante de la música
y del arte en general, tuvo amigos célebres que
participaban en reuniones organizadas por él. Dice
Benedicto XVI: “Se esforzó por reformar y elevar el arte,
poniéndolo nuevamente al servicio de Dios y de la Iglesia.
Uno de estos amigos, y que murió
“en los brazos” del santo, fue
Giovanni Pierluigi da Palestrina,
tenido por muchos por el más
representativo de la polifonía
religiosa católica.
San Felipe Neri nació en Florencia, Italia, en 1515.
Sus padres eran Francesco, notario, y Lucrecia,
que murió siendo niño Felipe; pero la 2ª esposa de
su padre se portó como una verdadera madre.
Cuando murió
su madre se
acogió a la
Virgen, a la
que durante
toda su vida
tuvo una gran
devoción.
Desde pequeño, Felipe
era afable, obediente y
amante de la oración.
Le llamaban Felipe
el bueno, “el buen
Pippo”, aunque era
enérgico y
decidido.
En el mes de Mayo
jugaba con otros
niños a llevar flores
a María. Fue una
tradición que luego,
de sacerdote,
fomentó con los
niños.
De joven visitaba a
los dominicos del
monasterio de san
Marcos. Ellos le
inspiraron una
vida virtuosa.
Después de salir de
Florencia a los 17 años,
ya no volvería más; pero
de Florencia recibe un
carácter alegre, de fiesta,
de representaciones
teatrales y divertidas.
A los 17 años es enviado a San Germano, como aprendiz o
ayudante de un primo rico de su padre, cerca de Monte
Casino, el gran monasterio benedictino, donde participaba
frecuentemente en la liturgia.
Al poco tiempo tuvo una gran experiencia
religiosa, que él llamaría su “conversión”. Dejó de
interesarle los negocios y se decidió a dejarlo
todo para entregarse sólo a Dios. No quiso entrar
en ninguna orden religiosa, sino servir a Dios en la
calle como seglar.
Así que partió a Roma, sin dinero y
sin ningún proyecto, confiado
únicamente en la Providencia.
Encontró a un paisano florentino, Galeotto Caccia,
quien le cedió un cuartito y lo necesario para
comer, con tal que educara a sus hijos.
Estos hijos se portaron muy
bien con el aún joven Felipe,
que no necesitaba gran cosa
para la alimentación. Como
armario tenía una cuerda para
colgar la ropa. Y poco más:
una cama y una silla.
Durante dos años vivió como
un anacoreta, dedicado a la
oración. Fue como una
especie de preparación
interior, fortificando su vida
espiritual.
Se reafirmó en su deseo de servir a Dios, sin tener
que entrar en una orden religiosa, aunque luego a
los jóvenes les invitará a entrar.
A los dos años quiso comenzar Felipe los estudios
de filosofía y teología en la Sapienza y en
Sant´Agostino, aunque le costaba concentrarse en
los estudios, pues su mente quedaba absorta en el
amor de Dios. Comprendía que Jesús es fuente de
toda la sabiduría de la filosofía y la teología.
A los tres años,
súbitamente
abandonó los
estudios, vendió la
mayor parte de sus
libros y se consagró
al apostolado.
La vida religiosa de Roma dejaba
mucho que desear. Entre los
cardenales estaban los Medici, que
vivían como príncipes seculares. El
clero había caído en la indiferencia
o en la corrupción.
El renacimiento de los estudios clásicos había
sustituido a los ideales cristianos por los paganos.
Había que reevangelizar la ciudad de Roma. Y a ello
se dedicó san Felipe.
Los comienzos fueron modestos. Felipe iba a la calle o al
mercado y empezaba a conversar con las gentes. Como
era muy simpático y tenía un buen sentido del humor,
pronto se hacía amigo de obreros, empleados, niños de la
calle, etc. Y comenzaba a hablar del alma, de Dios, de la
salvación.
Solía decir: “Y bien, hermanos,
¿cuándo vamos a empezar a ser
mejores?” Y cuando le
preguntaban qué debían hacer,
les llevaba consigo a cuidar
enfermos a hospitales y a
realizar diversas devociones.
Muchas personas cambiaban de
vida.
Una de las devociones principales era la visita a las 7 iglesias. En carnaval especialmente lo hacía con jóvenes para
contrarrestar. Era un día de marcha, de canto y de oración.
Comenzaban en la basílica de san Pedro, con doctrinas y
comentarios. Seguían a la basílica de san Pablo, donde
tenían charla sobre la historia de la Iglesia.
En san Sebastián
tenían la misa y comida
de campo. Después de
otras iglesias
terminaban en Santa
María la Mayor. En el
camino cantaban
himnos y salmos.
Felipe consagraba el día
entero al apostolado; pero al
atardecer se retiraba a la
soledad para estar en
profunda oración. Así pasaba
muchas horas en el pórtico de
alguna iglesia, pero sobre
todo en las catacumbas de
san Sebastián, junto a la Vía
Appia, donde quería dialogar
con los “testigos de la fe”.
Estando allí en la víspera de Pentecostés del año
1544 (tenía 29 años), pidiendo los dones del
Espíritu Santo, experimentó la gracia quizá más
extraordinaria en toda su vida.
Vio venir del cielo un globo de fuego que penetró en su
boca y se dilató en su pecho. Poseído por un gran amor de
Dios, cayó al suelo, como derribado, exclamando: “¡Basta,
Señor, basta! No puedo soportarlo más”.
Cuando se recuperó, descubrió
que su pecho estaba hinchado,
con un gran bulto, que luego no le
causó dolor. Pero le daba un calor
muy grande hasta estremecer su
cuerpo cuando pensaba en el
amor de Dios.
Cuando murió, la autopsia del
cadáver reveló que tenía dos
costillas rotas y arqueadas para
dejar más sitio al corazón.
San Felipe, habiendo recibido tantos dones espirituales,
se dedicaba plenamente a las obras de misericordia.
Pasaba mucho tiempo en el hospital de pobres y enfermos
incurables, atendiéndolos como una madre.
Para poder atender mejor a
los pobres y para ayudarse
en el espíritu, con la ayuda
de su confesor, el P.
Persiano Rossa, y 15 laicos
fundó la Cofradía de la
Santísima Trinidad.
Esta cofradía no solo debía atender a los pobres habituales
del hospital.
Otra necesidad era
atender a muchos
peregrinos que llegaban,
especialmente cuando
había un año santo. Por
eso san Felipe fundó el
hospital de “santa
Trinidad de los
peregrinos”. Tenía el
santo 34 años.
San Felipe pensaba seguir haciendo apostolado como seglar.
Pero su confesor pensaba
que Felipe podía hacer cosas
mayores si recibía la
ordenación sacerdotal.
Aunque no quería ser
sacerdote, por humildad,
acabó aceptando el sabio
consejo, y el 23 de Mayo de
1551 recibió las órdenes
sagradas. Tenía 36 años.
Desde el momento que fue
ordenado sacerdote, además
de los apostolados anteriores,
tenía uno nuevo muy especial:
El Confesonario. Desde el
amanecer hasta el mediodía, y
a veces hasta la tarde, atendía
a multitud de penitentes de
toda edad y condición social.
Unas veces por intuición natural, otras por un don de leer el
pensamiento, analizaba con paciencia cada pecado y con
gran sabiduría prescribía el remedio. Desde el confesonario
obtuvo numerosas conversiones. Solía poner penitencias
que les ayudase a crecer en la humildad.
Daba una gran
importancia a la oración.
Solía decir: “Un hombre
sin oración es un animal
sin razón”. Y para poder
tener la mente llena de
buenos pensamientos
recomendaba vivamente
la lectura espiritual,
especialmente de los
santos.
Celebraba con gran
devoción la misa
diaria. Con frecuencia
gozaba de éxtasis
durante la misa y en
algunas ocasiones se
le observó
“levitando”. Por ello y
para no llamar la
atención prefería decir
la misa cuando había
menos personas.
Fomentaba las buenas amistades. Entre sus amigos se
cuentan: san Carlos Borromeo, san Camilo de Lelis, san
Félix de Cantalicio y san Ignacio de Loyola.
Con san Ignacio tenía una
amistad especial, pues se
tenían una mutua estima.
San Ignacio quería que
san Felipe entrara en la
“compañía”; pero san
Felipe prefería hacer un
apostolado más libre.
Por eso decía san Ignacio que don Felipe era “como una
campana, que invita a otros a entrar en la Iglesia (en una
congregación), pero él se queda fuera”. San Felipe decía
que san Ignacio era como un ángel de luz.
Como era muy amigo
de san Ignacio de
Loyola, estaba al
tanto de las cartas
que desde el Oriente
mandaba san
Francisco Javier.
Entusiasmado san Felipe se ofreció como voluntario para ir a las misiones. Varios compañeros
estaban de acuerdo. Pero lo consultó con un
santo monje cisterciense, quien después de
varios días de oración, le dijo: “Tus Indias son
Roma”. El santo se atuvo a su consejo y puso ya
toda su atención apostólica sólo en Roma.
Dice Benedicto XVI: “Hizo de él un
lugar alegre de encuentro, un
gimnasio de formación y un centro
de irradiación del arte”
Del grupo de niños y
jovencitos que jugaban con
don Felipe, algunos se
reunían con él en su
habitación para hablar de
todo lo bueno: la Escritura,
vidas de santos, cartas que
llegaban de san Francisco
Javier. Se comentaba y se
entusiasmaban.
Al ir llegando personas
mayores, fue formándose un
encuentro de amistad, de
formación y de oración.
Como eran muchos los que
asistían y querían asistir a las
“conversaciones espirituales” de
don Felipe, junto a la iglesia donde
residía con algunos compañeros,
hubo que construirse una sala
grande. Varios sacerdotes le
ayudaban. Se les llamaba “los
oratorianos”, porque una campana
llamaba al oratorio.
Solía haber oración, lectura del
evangelio, comentario, lectura de
santos, de la historia de la Iglesia y
música con buenos artistas.
Llegaron a asistir miembros prominentes de la
curia y grandes músicos, como Palestrina.
De aquí salió la congregación del
oratorio (o los oratorianos)
En 1564 el papa Pío IV pidió a san Felipe que se hiciera
responsable de esta iglesia de san Juan de los
florentinos. Fueron ordenados tres de sus discípulos,
que fueron a vivir a “San Juan”, formando una
comunidad. El santo redactó una regla muy sencilla para
ellos.
Entre aquellos
primeros discípulos
estaba Baronio,
quien sería célebre
historiador, cardenal
de la Iglesia y
sucesor de san
Felipe Neri en la
dirección de la
congregación de los
oratorianos.
En 1575 el papa Gregorio XII aprobó
formalmente la Congregación del Oratorio
y les concedió, como propia, la iglesia de
Santa María de Vallicella.
Todavía no estaba así, sino que era más pequeña y
estaba casi en ruinas.
La nueva congregación se componía de
sacerdotes que vivían en comunidad, pero
no tenían votos.
San Felipe Neri decidió hacer allí
mismo una iglesia más grande para
el mejor desarrollo de sus
actividades apostólicas.
Pudo hacerse grande y
hermosa, ya que distinguidos
personajes de Roma
contribuyeron con generosas
limosnas. Así desde el papa,
diversos cardenales amigos,
como san Carlos Borromeo, y
príncipes amigos.
A los dos años ya se pudieron
trasladar los oratorianos a la
iglesia nueva, que así se
llamó y sigue llamándose: “la
chiesa nuova”.
En cierta ocasión en que san Felipe estaba gravemente
enfermo de la vesícula, y casi ya perdido el conocimiento,
estando entre otros el médico, se le apareció la Virgen y le
curó la enfermedad.
De pronto se incorporó y
abriendo los brazos decía:
“¡Mi hermosa Señora!” El
médico quería sujetarle. Pero
decía: “Dejadme abrazar a mi
Madre que ha venido a
visitarme”. Entonces al darse
cuenta que había varias
personas, se tapó el rostro
como un niño, pues no
quería que le tomasen por
santo.
Durante los últimos años de su
vida sufrió diversas
enfermedades. Por ello dos años
antes de su muerte logró
renunciar de su cargo como
superior de la congregación. Fue
sustituido por Baronio.
Muchos cardenales y
otras personas
importantes pasaban por
el cuarto de san Felipe
para recibir sus sabios
consejos.
Los últimos años obtuvo san
Felipe permiso para celebrar la
misa en un pequeño oratorio
junto a su cuarto. Como después
de la consagración solía tener el
santo frecuentes éxtasis por
bastante tiempo, las pocas
personas que podían asistir
solían marcharse. El acólico
apagaba los cirios, ponía un
letrero en la puerta diciendo que
don Felipe seguía. Y dos horas
después volvía el acólito,
encendía de nuevo los cirios y la
misa continuaba.
En 1590, el papa Gregorio
XIV que, siendo cardenal
había asistido al oratorio
de san Felipe, lo quería
nombrar cardenal. Y,
aunque mucho lo insistió,
siempre tuvo la negativa
del santo. En aquel
tiempo ser cardenal eran
sobre todo honores y no
trabajo apostólico, que
era lo que quería el santo.
El 25 de mayo de 1595 el santo estaba desbordante de
alegría, de modo que el médico dijo no haberle visto tan
bien en los últimos 10 años.
Durante el día confesó mucho
tiempo y recibió a visitantes.
Él sabía que había llegado su
última hora. Y poco antes de
retirarse dijo: “A fin de cuentas,
hay que morir”.
Hacia medianoche
sufrió un ataque tan
agudo, que se convocó
a la comunidad.
Baronio, después de
leer las oraciones de
los agonizantes, le
pidió que se
despidiese de sus hijos
y los bendijese.
El santo, que ya
no podía hablar,
levantó la mano
para dar la
bendición y un
instante después
entregaba su
alma al Creador.
El cuerpo
incorrupto de san
Felipe Neri está en
la iglesia de Santa
María en Vallicella
(la Chiesa Nuova),
bajo un hermoso
cuadro de su
visión de la Virgen
María.
Fue beatificado en 1615
por Paulo V.
San Felipe Neri fue
canonizado en 1622, por
Gregorio XV, juntamente
con san Ignacio de
Loyola, san Francisco
Javier, santa Teresa de
Ávila y san Isidro
Labrador.
Terminamos recordando lo
más característico en san
Felipe Neri:
Cuando llegaba san Felipe a una reunión se formaba un
ambiente de fiesta y buen humor. Pero era una alegría
espiritual. Porque la felicidad es el fruto sobrenatural de la
presencia de Dios en el alma. La vida de san Felipe
“ilustra admirablemente la felicidad de la santidad”. La
alegría venía dictada por su íntima experiencia de Dios,
sobre todo en la oración.
Porque un corazón que
alaba a Cristo
No puede estar
triste un corazón
que alaba a Cristo,
no puede estar
triste un corazón
que alaba a Dios.
Automático
No puede
estar triste un
corazón que
alaba a Cristo,
no puede estar triste un corazón
que alaba a Dios.
No puede estar triste
un corazón que alaba
a Dios.
No puede estar
triste un corazón
que alaba a
Dios.
Desde el cielo
todos cantan
ALELUYA;
Desde el
cielo todos
cantan:
Aleluya. Yo
también
quiero
cantar.
Yo también
quiero
cantar.
Yo también
quiero cantar.
Por eso yo canto, yo
canto aleluya.
Por eso yo
canto, yo canto
aleluya. No
puede estar
triste un
corazón que
alaba a Dios.
Que la Virgen
María, a quien
tanta devoción
tuvo san Felipe
Neri, nos ayude
a estar alegres
en el Señor.
AMÉN