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La Necesidad de la Iglesia Efesios 3:17. «que habite Cristo por la fe en vuestros corazones» AUNQUE el mundo necesita simpatía, aunque necesita las oraciones y la ayuda de Dios, aunque necesita ver a Cristo en la vida de los que le siguen, los hijos de Dios necesitan igualmente oportunidades que atraigan sus simpatías, den eficiencia a sus oraciones y desarrollen en ellos un carácter semejante al modelo divino. Cristo es el alfarero, nosotros el barro. Para proveer estas oportunidades, Dios colocó entre nosotros a los pobres, los infortunados, los enfermos y los dolientes. Son el legado de Cristo a su iglesia, y han de ser cuidados como él los cuidaría. De esta manera, Dios elimina la escoria y purifica el oro, dándonos la cultura del corazón y el carácter que necesitamos. El Señor podría llevar a cabo su obra sin nuestra cooperación. No depende de nosotros por nuestro dinero, nuestro tiempo, nuestro trabajo. Pero la iglesia es muy preciosa a su vista. Es el estuche que contiene sus joyas, el aprisco que encierra su rebaño, y él anhela verla sin mancha, tacha ni cosa semejante. El siente por ella anhelos de amor indecible. Esta es la razón por la cual nos ha dado oportunidades de trabajar para él, y acepta nuestras labores como prueba de nuestro amor y lealtad. Al poner entre nosotros los pobres y los dolientes, el Señor nos prueba para revelarnos lo que hay en nuestro corazón. No podemos apartarnos impunemente de los principios, no podemos violar la justicia, no podemos descuidar la misericordia. Cuando vemos a un hermano que cae, no debemos pasar al otro lado, sino hacer esfuerzos decididos e inmediatos para cumplir la Palabra de Dios y ayudarle. No podemos obrar en forma contraria a las instrucciones especiales de Dios sin que el resultado de nuestra obra se refleje en nosotros mismos. Debe arraigarse firmemente en la conciencia que cualquier cosa que deshonre a Dios en nuestra conducta no puede beneficiarnos. Debe ser escrito en la conciencia, como con buril de acero en una roca, que el que desprecia la misericordia, la compasión y la justicia, el que descuida a los pobres, que pasa por alto las necesidades de la humanidad doliente, que no es bondadoso ni cortés, se conduce de tal manera que Dios no puede cooperar con él en el desarrollo de su carácter. La cultura de la mente y del corazón se logra más fácilmente cuando sentimos tan tierna simpatía por los demás que sacrificamos nuestros beneficios y privilegios para aliviar sus necesidades. El obtener y retener todo lo que podemos para nosotros mismos fomenta la indigencia del alma. Pero todos los atributos de Cristo aguardan ser recibidos por aquellos que quieran hacer lo que Dios les ha indicado y obrar como Cristo obró. Nuestro Redentor envía a sus mensajeros a dar testimonio a su pueblo. El dice: "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo: si ,alguno oyere mi voz y abriere la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo." (Apoc. 3: 20.) Pero muchos se niegan a recibirle. El Espíritu Santo aguarda para enternecer y subyugar los corazones, pero no están dispuestos a abrir la puerta y dejar entrar al Salvador, por temor a que él requiera algo de ellos. Y así Jesús de Nazaret pasa de largo. El anhela concederles las ricas bendiciones de su gracia, pero se niegan a aceptarlas. ¡Qué cosa terrible es excluir a Cristo de su propio templo! ¡Qué pérdida para la iglesia! Hechos 7:51-53. «Tercos, duros de corazón y torpes de oídos! Ustedes son iguales que sus antepasados: ¡Siempre resisten al Espíritu Santo! Ver (Isaías 46:12). La Cirugía de Dios: «Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. 27 Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra». (Eze.36:26,27). Los que se niegan a abrirle el corazón a Jesús tienen el corazón como una piedra. Los que gustosamente le dan la bienvenida a Jesús, disfrutan de paz, gozo, felicidad y esperanza. Representemos a Cristo Las buenas obras nos cuestan un sacrificio, pero es este mismo sacrificio lo que provee disciplina. Estas obligaciones nos ponen en conflicto con los sentimientos y propensiones naturales, y al cumplirlas obtenemos victoria tras victoria sobre los rasgos objetables de nuestro carácter. • La guerra prosigue, y así crecemos en la gracia. Así reflejamos la semejanza de Cristo y se nos prepara para tener un lugar entre los benditos en el reino de Dios. • Bendiciones, tanto temporales como espirituales, acompañarán a aquellos que imparten a los necesitados lo que reciben del Maestro. Jesús realizó un milagro para alimentar a los cinco mil que constituían una multitud cansada y hambrienta. Eligió un lugar agradable en el cual acomodar a la gente y les ordenó que se sentaran. Luego tomó los cinco panes y los dos pececillos. Sin duda se hicieron muchas declaraciones acerca de la imposibilidad de satisfacer a cinco mil hombres hambrientos, además de las mujeres y los niños, con tan escasas provisiones. Pero Jesús dio gracias y puso los alimentos en las manos de los discípulos, para que los distribuyesen. Ellos los repartieron a la multitud, y el alimento se iba multiplicando en sus manos. Cuando la multitud hubo sido alimentada, los discípulos mismos se sentaron y comieron con Cristo de la provisión impartida por el cielo. Esta es una lección preciosa para cada uno de los que siguen a Cristo. La religión pura y sin mancha consiste en "visitar los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha de este mundo." (Sant. 1: 27.) Los miembros de nuestras iglesias tienen mucha necesidad de conocer la piedad práctica. Necesitan practicar la abnegación y el sacrificio propio. Necesitan dar al mundo evidencia de que son semejantes a Cristo. Por lo tanto la obra que Cristo requiere de ellos no debe ser hecha por medio de otro, ni deben delegar a alguna comisión o institución la carga que ellos mismos deben llevar. Han de llegar a ser semejantes a Cristo en carácter, dando de sus recursos y de su tiempo, su simpatía, su esfuerzo personal, para ayudar a los enfermos, consolar a los afligidos, aliviar a los pobres, estimular a los desalentados, iluminar a las almas que están en las tinieblas, señalar a Cristo a los pecadores, y grabar en los corazones la obligación de guardar la ley de Dios. La gente está vigilando y pesando a aquellos que aseveran creer las verdades especiales para este tiempo. Está vigilando para ver en qué representan su vida y conducta a Cristo. Al empeñarse humilde y fervientemente en la obra de hacer bien a todos, el pueblo de Dios ejercerá una influencia que se hará sentir en toda aldea y ciudad donde penetró la verdad. Si todos los que conocen la verdad echan mano de esta obra a medida que se les presentan las oportunidades, haciendo día tras día pequeños actos de amor en el vecindario donde viven, Cristo se manifestará a sus vecinos. El Evangelio será revelado como poder viviente, y no como fábulas por arte compuestas u ociosas especulaciones. Se revelará como una realidad, no como el resultado de la imaginación o el entusiasmo. Esto tendrá más consecuencia que los sermones, la profesión de fe o los credos. Satanás está jugando el juego de la vida para apoderarse de cada alma. Sabe que la simpatía práctica es una prueba de la pureza y de la abnegación del corazón y hará todo esfuerzo posible para cerrar nuestro corazón a las necesidades ajenas, y lograr que al fin no nos conmueva la vista del dolor. Introducirá muchas cosas para impedir la impresión del amor y la simpatía. Así fue como arruinó a Judas. Este se dedicaba constantemente a hacer planes para beneficiarse a sí mismo. En esto representa a una gran clase de los que profesan ser cristianos hoy. Por lo tanto necesitamos estudiar su caso. Estamos tan cerca de Cristo como él lo estaba. Sin embargo, si, como sucedió con Judas, la asociación con Cristo no nos hace uno con él, si no cultiva dentro de nuestro corazón una simpatía sincera hacia aquellos por quienes Cristo dio su vida, corremos como Judas el peligro de quedar separados de Cristo y de ser objeto de las tentaciones de Satanás. Necesitamos protegernos contra la primera desviación de la justicia; una transgresión, una negligencia en cuanto a manifestar el espíritu de Cristo, abren el camino a otra y aun otra, hasta que la mente queda dominada por los principios del enemigo. Si se cultiva un espíritu de egoísmo, llega a ser una pasión devoradora que nada sino el poder de Cristo puede subyugar. El mensaje de Isaías 58 No puedo instar demasiado a todos los miembros de nuestras iglesias, a todos los que son verdaderos misioneros, a todos los que creen el mensaje del tercer ángel, a todos los que apartan su pie del sábado, para que consideren el mensaje del capítulo 58 de Isaías. Ver Éxo.20: 8-11. La obra de beneficencia ordenada en dicho capítulo es la que Dios requiere que su pueblo haga en este tiempo. Es obra señalada por él. No nos deja en duda en cuanto a dónde se aplica el mensaje, y al momento de su cumplimiento señalado, porque leemos: "Y edificarán los de ti los desiertos antiguos; los cimientos de generación y generación levantarás: y serás llamado reparador de portillos, restaurador de calzadas para habitar." (Vers. 12.) El monumento recordativo de Dios, el sábado o séptimo día, recuerdo de la obra que hizo al crear el mundo, ha sido desplazado por el hombre de pecado. Ver Gén. 2:1-3. El pueblo de Dios tiene una obra especial que hacer para reparar la brecha que ha sido abierta en su ley; y cuanto más nos acercamos al fin, más urgente se vuelve esta obra. Todos los que amen a Dios demostrarán que llevan su sello observando sus mandamientos. Son lo restauradores de la senda en que se ha de andar. El Señor dice: "Si retrajeras del sábado tu pie, de hacer tu voluntad en mi día santo, y al sábado llamares delicias, . . . entonces te deleitarás en Jehová; y yo te haré subir sobre las alturas de la tierra." (Vers. 13, 14.) Ver (1Tes. 4:16,17.) PROMESA CUMPLIMIENTO De este modo, la verdadera obra misionera médica está inseparablemente vinculada con la observancia de los mandamientos de Dios, entre los cuales se menciona especialmente el sábado, puesto que es el gran monumento recordativo de la obra creadora de Dios. Su observancia se vincula con la obra de restaurar la imagen moral de Dios en el hombre. Este es el ministerio que el pueblo de Dios debe realizar en este tiempo. Este ministerio, debidamente cumplido, impartirá ricas bendiciones a la iglesia. Como creyentes en Cristo necesitamos mayor fe. Necesitamos ser más fervientes en la oración. Muchos se preguntan por qué sus oraciones son tan inertes, su fe tan débil y vacilante, su experiencia cristiana tan sombría e incierta. "¿Qué aprovecha -dicen ellos- que guardemos su ley, y que andemos tristes delante de Jehová de los ejércitos?" En el capítulo 58 de Isaías, Cristo demostró cómo puede cambiarse este estado de cosas. Dice: " ¿No es antes el ayuno que yo escogí, desatar las ligaduras de impiedad, deshacer los haces de opresión, y dejar ir libres a los quebrantados, y que rompáis todo yugo? ¿No es que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes metas en casa; que cuando vieres al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu carne?" (Vers. 6, 7.) Tal es la receta que Cristo prescribió para el alma que desmaya, duda y tiembla. Levántense los pesarosos, los que andan tristes delante del Señor, y socorran a alguien que necesite auxilio. La cooperación con Dios Toda iglesia necesita el poder dominante del Espíritu Santo; y ahora es el momento de orar por él. Pero en toda la obra que Dios hace por el hombre, quiere que éste coopere con él. A este fin invita el Señor a la iglesia a tener una piedad superior, un sentido más justo del deber, una comprensión más clara de sus obligaciones para con su Creador. Invita a sus miembros a ser un pueblo puro, santificado y trabajador. Y la obra caritativa es un medio de lograr esto, porque el Espíritu Santo se comunica con todos los que prestan servicio a Dios. A los que han estado empezados en esta obra quiero decir: Continuad trabajando con tacto y habilidad. Despertad a vuestros compañeros para que trabajen organizados en algún grupo que lleve un nombre especial, a fin de cooperar en una acción armoniosa. Conseguid que trabajen los jóvenes de uno y otro sexo que hay en las iglesias. Combinad la obra médico misionera con la proclamación del mensaje del tercer ángel. Haced esfuerzos regulares y organizados para sacar a los miembros de la iglesia del nivel muerto en que han estado durante años. Mandad a las iglesias obreros que vivan de acuerdo con los principios de la reforma pro salud. Enviad a quienes puedan ver la necesidad de dominar el apetito, pues de lo contrario serán una trampa para la iglesia. Ved si entonces no penetrará el aliento de vida en nuestras iglesias. Es necesario introducir un nuevo elemento en la obra. El pueblo de Dios debe comprender su gran necesidad y peligro, y emprender la obra que tenga más a mano. El Salvador acompaña siempre a quienes se dedican a esta obra, y pronunciando palabras en sazón y fuera de sazón, ayudan a los menesterosos y les hablan del amor maravilloso de Cristo hacia ellos. El impresionará los corazones de los pobres, miserables y cuitados. Cuando la iglesia acepte la obra que Dios le dio, se cumplirá la promesa que se le hizo: "Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu salud se dejará ver presto; e irá tu justicia delante de ti, y la gloria de Jehová será tu retaguardia." (Isa. 58: 8.) CRISTO ES NUESTRA JUSTICIA; él VA DELANTE DE NOSOTROS EN ESTA OBRA, y la gloria del Señor la sigue. Todo lo que el cielo contiene aguarda que lo use toda alma que quiera trabajar en las actividades de Cristo. En la medida en que los miembros de nuestras iglesias emprendan individualmente la obra que les ha sido asignada, se verán rodeados por una atmósfera completamente diferente. Sus labores irán acompañadas de bendición y poder. Experimentarán una cultura superior de la mente y del corazón. Quedará vencido el egoísmo que aprisionó sus almas. Su fe será un principio vivo. Sus oraciones serán más fervientes. La influencia vivificadora y santificadora del Espíritu Santo se derramará sobre ellos, y serán acercados al reino de los cielos. El Salvador no tiene en cuenta las jerarquías ni las castas, los honores mundanales ni las riquezas. El carácter y el propósito consagrado son las cosas que tienen alto valor para él. El no se pone de parte de los fuertes favorecidos por el mundo. El que es el Hijo del Dios viviente se humilla para elevar a los caídos. Por sus promesas y palabras de seguridad procura ganar para sí al alma perdida que perece. Los ángeles de Dios están observando para ver cuáles de sus seguidores manifestarán tierna compasión y simpatía. Están observando para ver quiénes entre el pueblo de Dios manifestarán el amor de Jesús. Los que comprenden la miseria del pecado y la compasión divina de Cristo en su sacrificio infinito por el hombre caído, tendrán comunión con Cristo. Su corazón rebosará de ternura; la expresión de su rostro y el tono de su voz revelarán simpatía; sus esfuerzos se caracterizarán por ferviente solicitud, amor y energía, y con la ayuda de Dios constituirán un poder capaz de ganar almas para Cristo. Todos necesitamos sembrar paciencia, compasión y amor. Segaremos la mies que estamos sembrando. Estamos ahora formando nuestro carácter para la eternidad. Aquí en la tierra nos estamos educando para el cielo. Todo lo debemos a la gracia gratuita y soberana. En el pacto, la gracia ordenó nuestra adopción. En el Salvador, la gracia efectuó nuestra redención, nuestra regeneración y nuestra adopción para ser coherederos con Cristo. Revelemos esta gracia a otros. Este tema: La Necesidad de la Iglesia Fue extraído de Joyas de los Testimonios T II P 499.