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Alexander Bobróvnikov
LA DINÁMICA ONDULARIA EN LA ECONOMÍA PERIFÉRICA.
Ponencia presentada en el Tercer Congreso Europeo de Latinoamericanistas
(Ámsterdam, 3-6 de julio de 2002).
Resumen.
El problema de las crisis, de los bruscos altibajos en la dinámica del desarrollo económico ha
sido objeto de atención de todas las escuelas teóricas del siglo XX – neoclásica, neokeynesiana,
neomonetarista o neoliberal. La compleja naturaleza de las conmociones que sacuden las economías contemporáneas está relacionada con el efecto sinérgico de las fases críticas de determinados ciclos, incluidas las fluctuaciones de largo plazo. En la actualidad la mayoría de los investigadores coinciden en la existencia de cuatro ondas largas de la época industrial. La primera coincidió de hecho con el período de la Revolución Industrial, la segunda cubrió el periodo desde la
Revolución europea de 1848-49 hasta finales del siglo XIX. La tercera finalizó inmediatamente
después de la Segunda Guerra Mundial. Y la cuarta, por lo visto, hacia finales de los años 80 y
durante la última década del siglo XX, aunque no en todos los países. En los últimos dos o tres
decenios del siglo XX tanto los países latinoamericanos, como los países avanzados entraron en
una fase de depresión prolongada de la onda larga o macrocrisis (crisis estructural). Este proceso
fue común, pero no simultáneo en todos ellos. El análisis comparativo del comportamiento de las
economías desarrolladas y periféricas permite comprender el mecanismo general de adaptación a
la macrocrisis.
Palabras clave: teoría económica, desarrollo económico, dinámica ondularia, ondas largas, economía periférica, macrocrísis, crisis estructural
Doctor titular en Economía. Investigador jefe del Centro de Estudios Económicos del Instituto
de Latinoamérica de la Academia de Ciencias de Rusia.

El problema de las crisis, de los bruscos altibajos en la dinámica del desarrollo económico ha
sido objeto de atención de todas las escuelas teóricas del siglo XX – neoclásica, neokeynesiana,
neomonetarista o neoliberal. Lógicamente, fue abordado también por el fundador de la teoría de
la economía periférica, Raúl Prebish, quien puso de relieve la existencia de diferencias sustanciales entre el comportamiento de la economía de los países desarrollados y la de los países latinoamericanos y mostró que en tales condiciones ni la teoría neoclásica del ciclo ni las recetas
convencionales de que se valía la estrategia anticíclica de los países industrializados podían ser
aplicadas a los países periféricos – exportadores de materias primas [Prebish, 1949: 116-117]. Al
analizar la teoría de Prebish, el Secretario Ejecutivo de la CEPAL José Antonio Ocampo halló
que al final del siglo la vulnerabilidad de los países aun se incrementó. Y estas asimetrías macroeconómicas están asociadas a la naturaleza de los flujos de capital. Mientras los flujos de capital
entre países desarrollados tienen un carácter anticíclico, los flujos entre ellos y los países en desarrollo tienen un carácter claramente procíclico. Este comportamiento está asociado a la índole
residual de los flujos de capital hacia los países en desarrollo, que tienen la naturaleza de «deudores de última instancia» [Ocampo, 2001: 28-29].
La compleja naturaleza de las conmociones que sacuden las economías contemporáneas está
relacionada con el efecto sinérgico de las fases críticas de determinados ciclos, incluidas las fluctuaciones de largo plazo. De ahí que quepa hablar del carácter sistémico de la inestabilidad en la
economía mundial y los mercados emergentes. Esa inestabilidad se traduce de modo duradero en
desaprovechamiento del capital humano, la subutilización de la capacidad productiva instalada,
la «pérdida irreversible de activos empresariales, tanto tangibles como intangibles – conocimientos tecnológicos y organizacionales «tácitos», contactos comerciales, capital social acumulado y
reputación de la empresa» [Ffrench-Davis, 1999; Ocampo, 2000: 5-6], y por tanto, requiere la
aplicación de una política anticíclica flexible y polifacética.
En los últimos decenios los economistas han avanzado notablemente en la comprensión de
las oscilaciones de corta, intermedia y larga duración que se registran en la economía y los procesos sociales. En este sentido ha tenido gran significación el retorno a las teorías diseñadas, todavía en los años 20 y 30 del siglo pasado, por Nikolái Kondratiev y Joseph Schumpeter. Este año
se cumplió el 110 aniversario del nacimiento de Nikolái Kondratiev, autor de la teoría de los
grandes ciclos coyunturales (ciclo Kondratiev) u ondas largas. Fue precisamente él quien, apoyándose en el análisis estadístico, por vez primera mostró de modo fehaciente que en la dinámica
de muchos indicadores económicos se detecta la existencia no sólo del ya de antes conocido ciclo
de Juglar, sino también de oscilaciones mucho más duraderas con un período de 44 a 60 años o,
por término medio aproximado, 50 años [Kondratiev, 1926]. Sus planteamientos fueron respal1
dados por Joseph Schumpeter, quien contribuyó de modo considerable a fundamentar el diseño
innovador del mecanismo de formación de la onda larga [Schumpeter, 1939].
En la actualidad la mayoría de los investigadores coinciden en la existencia de cuatro ondas
largas de la época industrial. La primera coincidió de hecho con el período de la Revolución Industrial, la segunda cubrió el periodo desde la Revolución europea de 1848-49 hasta finales del
siglo XIX. La tercera finalizó inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial. Y la cuarta, por lo visto, hacia finales de los años 80 y durante la última década del siglo XX, aunque no
en todos los países.
En el último cuarto de la pasada centuria, tras la publicación del libro del conocido estudioso
alemán G. Меnsch [Mensch, 1975], la investigación de las ondas largas adquirió carácter internacional. Además de la veterana Foundation for the Study of Cycles, creada en los años cuarenta,
apareció una serie de nuevos centros de estudio. Mencionemos el International Institute of Applies Sistems Analysis (Austria), el Fernán Braudel Center (EE.UU.) y la Fundación Internacional Kondratiev (Rusia). También se efectúan investigaciones en este campo en varios centros
científicos latinoamericanos: en México, en el Instituto de Investigaciones Económicas de la
UNAM; en Argentina, en el Centro de Estudios Avanzados; en Chile, en el Centro del Desarrollo
Alternativo.
Ya en 1969-1970, el investigador brasileño Theotônio dos Santos enfocó la herencia de N.
Kondratiev y cabe considerar que ese fue el primer paso en la formación de la escuela latinoamericana de estudio de los ciclos largos [véase dos Santos, 1998b: 57, 1999: 518-520]. La venezolana Carlota Pérez propuso una teoría original del mecanismo interno de los ciclos Kondratiev
que tomaba en consideración los paradigmas tecnoeconómicos y cambios institucionales [Pérez,
1983]. Otro conocido experto en estudios latinoamericanos, Andre Gunder Frank, hizo un apreciable aporte al estudio de la historia y los mecanismos de acumulación de capital a largo plazo
[Frank, 1978]. Sin embargo, hasta el presente la mayoría de las investigaciones centradas en el
estudio de las ondas largas se apoyan en datos tomados de la realidad de los países económicamente más avanzados, y las regularidades que se establecen sobre esta base se trasladan a la economía periférica sin tener en cuenta lo específico de su dinámica. Entre tanto, para poder apreciar
las perspectivas de crecimiento de Latinoamérica y diseñar una estrategia adecuada de desarrollo
es muy importante ver qué factores determinan las diferencias evidentes entre el comportamiento
de la economía desarrollada y el de la economía periférica de mercado.
Una posible respuesta a este interrogante la encontramos en estudios que se llevaron a cabo
durante los años 90 en el Intituto de Latinoamérica empleando una metodología próxima a la que
propusiera N. Kondratiev. En 1991 el científico ruso V. Davydov fundamentó la aplicación de la
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teoría de las ondas largas en el análisis de la realidad latinoamericana [Davydov, 1991: 195-198].
Sus conclusiones fueron corroboradas sobre la base de posteriores estudios estadísticos [Bobróvnikov, 1994].
En los últimos dos o tres decenios del siglo XX tanto los países latinoamericanos, como los
países avanzados entraron en una fase de depresión prolongada de la onda larga o macrocrisis
(crisis estructural). Este proceso fue común, pero no simultáneo en todos ellos. Por ejemplo, en
América Latina, Argentina y Perú pasaron el punto de inflexión superior de la onda larga a mediados los años 70 en medio de choques políticos bien conocidos – caída de los gobiernos de
Maria Estela de Perón y de Juan Velasco Alvarado. La macrocrisis empieza a ser superada en
esos países cuando queda atrás el punto de viraje inferior en 1991. Esa inflexión en la tendencia
de la coyuntura a la largo plazo (véase Dibujo 1) fue uno de los factores determinantes de que en
un principio prosperase en Argentina el Plan de Convertibilidad de Domingo Cavallo, tras los
intentos estériles emprendidos en los años ochenta para estabilizar la situación. En Perú, el presidente Alberto Fujimori logró también la estabilización durante su primer mandato presidencial,
aunque las medidas de liberación de los precios a que recurrió inicialmente venían a ser una variante de la terapia de choque. Luego ambos países entraron en una fase de crecimiento dinámico
(la llamada fase A del ciclo de Kondratiev).
Dibujo 1. Fragmento de las ondas largas del PIB en EE.UU. y tres países latinoamericanos (desviaciones niveladas de la tendencia exponencial).
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Por una parte, para salir de la macrocrisis es indispensable una extraordinaria movilización de
los recursos necesarios para el ascenso sostenido, función que antes era asumida por el Estado.
Actualmente su capacidad de influir en la economía está muy recortada, y el capital privado
siempre está dispuesto a sacrificar los intereses a largo plazo en aras de ventajas inmediatas.
Por otra parte, el movimiento descontrolado del capital volátil deforma fuertemente el desarrollo de los mercados de factores de la producción y obstaculiza el paso a una trayectoria de
desarrollo más sostenido. Para poder asimilar el nuevo paradigma tecnológico, en cuanto condición indispensable para la entrada normal en un nuevo ciclo de Kondratiev, no basta con incrementar el ahorro y las inversiones, sino que se requiere un conjunto cualitativamente nuevo de
factores de producción: un cúmulo de inventos técnicos o racimo de innovaciones listos ya para
su aplicación en la práctica; una nueva generación de obreros y empleados sicológicamente aptos
para trabajar en las condiciones de tecnologías flexibles; y finalmente, nuevos mecanismos que
puedan activar todos estos factores en la economía real [para más detalle, véase Bobróvnikov,
1996]. Al estudiar la dinámica de la economía mundial en el siglo XX, el conocido investigador
sueco Аgnus Maddison formuló conclusiones similares acerca de cómo influye de la combinación de los factores de producción sobre la dinámica de la onda larga [Maddison, 1989], aunque
por ahora esta concepción interesante no ha sido debidamente valorada entre los especialistas en
teoría del ciclo.
Por lo que se refiere a la situación en los mercados financieros de los países latinoamericanos,
estos están más orientados a atender el proceso de globalización que a la solución de los problemas internos de las economías nacionales, situación de la que saca partido el capital especulativo.
La consiguiente insuficiencia de inversiones se traduce en la persistencia de altas tasas de desempleo estructural y mantenimiento de la economía informal, frena la renovación tecnológica de
las empresas y el readiestramiento profesional de los trabajadores.
Sobre este telón de fondo general, la única excepción evite es la de Chile (véase Dibujo 1),
que debido a las peculiaridades de su dinámica económica interna había entrado entró ya en la
fase de crecimiento desacelerado, o la fase B del ciclo de Kondratiev, a finales de los 60. Tras las
extraordinarias conmociones políticas relacionadas con el golpe de Estado de 1973 y un prolongado período de depresión económica, a partir de la segunda mitad de los 80 y sobre todo en los
90 el país fue relanzando su crecimiento económico, llegando a ser el líder de la región en este
indicador. El promedio de incremento del PIB, que había sido de 2,2·% entre 1969 y 1985, aumentó hasta el 5,6% en el período de 1986 a 2001. Estos logros son, por una parte, resultado de
una diversificación sustancial de las exportaciones del país y su mayor competitividad, que permitió aumentar la cuota de participación en los mercados mundiales aunque se mantuvo el carác4
ter de exportación basada fundamentalmente en materia primas. [Agosin, 1999: 84, Mortimore,
Peres, 2001: 10]. Por otra parte, se explican también a la aplicación de una política más equilibrada en materia de finanzas y el apoyo prestado a los inversionistas institucionales.
Mientras, en muchos países del área –entre ellos, Ecuador, Paraguay, Colombia e incluso
Brasil– sigue sin haber indicios evidentes de un giro al crecimiento, debido en particular a la influencia de los fenómenos de crisis en la región asiática (1997), en el propio Brasil (1999) y la
recesión en los EE.UU (2001).
El breve retraso inicial de estos países respecto a los líderes fue una de las causas de que se
formaran varios escalones de países latinoamericanos desde el punto de vista de la implantación
del proyecto neoliberal. Unos (Chile, México, Argentina, Perú) acometieron las reformas antes
que el grueso de las naciones del continente. Otros las fueron realizando de modo discontinuo y
más lento (Venezuela, Brasil). Y en otros más (Paraguay, Uruguay, Ecuador) sólo con ciertas
reservas se puede hablar de transformaciones [Paunovic, 2000: 20].
Del análisis comparativo de las ondas largas en varios países se infiere que la economía de
los EE.UU. adelantaba en su dinámica macroeconómica a casi todos los economías latinoamericanos, salvo Chile. De ahí que los primeros síntomas de desaceleración del crecimiento económico se manifestaran precisamente en la economía norteamericana. Las Administraciones de
Johnson y Nixon, al igual que las corporaciones transnacionales, no tardaron en dar respuesta a
ese nuevo reto del mercado. Para enfrentar la crisis estructural se adoptó toda una serie de medidas más o menos afortunadas. Cabe mencionar aquí el aguijoneo de la demanda de productos del
complejo militar-industrial en el marco de la escalada de la guerra de Vietnam, el paso a la cotización flotante de las divisas, el inicio de la revolución microelectrónica y el fomento de producciones que permitían ahorrar recursos, las propuestas de una nueva división del trabajo entre los
países avanzados y los periféricos (сon empleo de maquiladoras). En el fondo todas estas medidas no hacían sino cumplir un pedido tácito del capital productivo norteamericano. Para sobrevivir en medio de una depresión muy prolongada, que puede durar entre quince y veinte años, se
necesitan medidas especiales. En condiciones de coyuntura baja las grandes corporaciones se
valen no sólo de los subsidios a la exportación o los pedidos del Estado, sino también de las ventajas económicas objetivas que se ofrecen en la zona de los países periféricos. Por efecto del desfase corto, la depresión en la economía avanzada puede coexistir durante unos 5 ó 10 años con el
crecimiento dinámico en la economía periférica. El «milagro brasileño» o el incremento en flecha
de la exportación mexicana de crudos en los años 70 son casos ejemplares.
A pesar de las dudas que reiteradamente se expresaron al respecto, desde finales de los años
ochenta se vio claramente que la economía de EE.UU había entrado en fase de recuperación del
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dinamismo. Otra cosa es que en el contexto de la transición a la sociedad de la información la
mejora de la coyuntura económica no da lugar a los pronunciados despegues propios de la época
industrial. Posiblemente esto sea un indicio de un cambio en las tendencias generales de crecimiento de los países avanzados (véase dibujo 2), aunque en lo teórico este problema está relacionado con la falta de definición en el cálculo de los cifras de producción y la productividad del
trabajo en la «economía virtual». Si en el período de 1950 a1969 el promedio anual de incremento del PIB de los EE.UU. se cifró en 4,1%, en 1970-1987 fue de 2,8% y en 1988-2000, de
3,2%.
El análisis comparativo del comportamiento de las economías desarrolladas y periféricas
permite comprender el mecanismo general de adaptación a la macrocrisis. Por supuesto, podemos decir que en el primer periodo de depresión prolongada el capital corporativo busca un nicho de sobrevivencia en el espacio económico de los mercados periféricos y «paga» por ello de
manera indirecta con créditos baratos. El intenso movimiento del capital norteamericano y europeo en la economía de los países latinoamericanos fue acompañado del traslado de las tecnologías, tanto bastante obsoletas –en el caso de la metalurgia, la petroquímica o el montaje de automóviles– como modernas –en el caso del ensamblaje de computadoras o el de la energía nuclear.
Pero tal situación es efímera y al iniciarse la fase de depresión prolongada en la economía periférica, como ocurrió después de la crisis mexicana de 1982, el capital empieza a evadir la economía del Sur. En la economía periférica se forma entonces una enorme brecha en el proceso de
acumulación, se interrumpe el proceso de modernización, de reproducción, y las instituciones
económicas empiezan a funcionar en régimen de servicio de la deuda externa. De manera directa
o indirecta, los capitales retirados o evadidos de la economía depresiva de Latinoamérica y otras
regiones fueron utilizados en la renovación del aparato productivo en EE.UU.
Dibujo 2. Distintas hipótesis de la dinámica relativa del PIB de EE.UU. en los años 90.
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Con este fin, en los años 80 la Administración Reagan lanzó el famoso programa de renovación del complejo militar-industrial y de la industria aeroespacial (preparativos para la «guerra de
las galaxias»), y en los 90 la Administración Clinton prestó intenso apoyo al desarrollo del complejo de la industria microelectrónica y las tecnologías de comunicación vía Internet.
La crisis de la deuda en los países periféricos y el brusco cambio de la orientación de los flujos de capital no es un fenómeno exclusivo de los años ochenta. De hecho semejante situación se
produce en cada ciclo Kondratiev de 50 años [Ugarteche, 1985: 45; Vitale, 1986: 18, 50, 57, 121;
Bobróvnikov, 1989]. Así se comprende mejor la mencionada deducción de Ocampo sobre los
«deudores de última instancia» y el postulado de Theotonio dos Santos de que no sólo el ciclo
económico adopta diferentes formas en el centro y en la perifería sino que las economías de subsistencia son amortiguador de los efectos más dramáticos de las depresiones económicas [dos
Santos, 1998a]. Y así también se aclara la naturaleza de las crisis estructurales prolongadas en la
economía latinoamericana.
Otra peculiaridad de tales períodos transitorios la señala Frank: Cuando hay una crisis en la
economía mundial, las relaciones de dependencia entre el centro y la periferia se debilitan y la
periferia tiene oportunidad de hacer sus propias cosas, como ocurrió en el Brasil de Getulio Vargas, en la Argentina de Perón o en el México de Cárdenas. Luego tras la recuperación de la economía mundial, estas economías tercermundistas fueron reintegradas en ella [Frank, 1988: 49].
Así, para la región latinoamericana el período de reformas neoliberales de los años 90 fue un
periodo similar al descrito por Frank, a saber, no sólo un periodo de búsqueda de una salida de la
macrocrisis, sino también de reintegración en la economía mundial en el nuevo contexto global.
Pero el mencionado desfase corto es tan sólo una de las regularidades.
El análisis coherente, podemos decir, genético de los procesos macrocíclicos en los campos
de innovaciones relacionadas con la propagación de los ferrocarriles, la energía eléctrica, las carreteras y automóviles, las telecomunicaciones y las computadoras, las tecnologías aeroespaciales
revela otra regularidad. Cada nuevo paso en el desarrollo de las tecnologías, cada sustitución del
paradigma tecnológico no sólo abre una «ventana de oportunidades» [Pérez, 2001], sino que crea
una situación distinta, esencialmente nueva desde el punto de vista de la estructura de la oferta y
la demanda, de sus protagonistas, de las relaciones económicas que les convienen y de las reglas
del juego que rijan en los mercados internos e internacionales.
Desde su origen, las jóvenes repúblicas de América Latina llevaban retraso en cuanto a su integración en la civilización industrial y el libre acceso al mercado mundial. Si EE.UU. procedió
al desarrollo independiente en el último cuarto del siglo XVIII, este proceso en la región latinoamericana tuvo lugar más tarde, en los años veinte-cuarenta del siglo XIX, tras el derrumbe del
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sistema económico cerrado, hermético del imperio colonial español. De ahí que en los países
latinoamericanos independientes los procesos de modernización se iniciaran sólo al final de la
primera onda larga, que Shumpeter llamó «onda de la revolución industrial». Este atraso inicial o
desfase largo ha coleado por dos siglos y es la causa principal del bien conocido fenómeno de la
dependencia tecnológica de América Latina. Es sólo después de la primera guerra mundial, con
la industrialización sustitutiva, cuando apuntó en la región la formación de una base tecnológica
propia.
Siendo así, ¿cómo ocurrió entonces que en el lapso de dos siglos los países latinoamericanos
se convirtieran de consumidores de armas y pertrechos militares y de artículos de lujo importados
de Europa en productores y exportadores de bienes y componentes de las altas tecnologías? Este
problema tiene que ver, ante todo, con la dinámica del llamado sector moderno, que ejerce considerable influencia en el desarrollo de la economía latinoamericana.
En las zonas del espacio económico de América Latina donde existían contactos más intensos
con el mercado mundial se formaban los epicentros regionales del desarrollo, que designaré más
adelante con la abreviatura ERED. Cada generación de los EREDes en América Latina tiene un
ciclo de vida de aproximadamente medio de siglo, pero con un desfase de al menos 25 años respecto a la onda larga de Kondratiev. Pues, el primero ERED apareció en el período comprendido
entre las décadas del 30 y del 70 del siglo XIX en Chile, y el ERED de la cuarta generación comenzó a formarse en la segunda mitad de los años 70 del siglo XX en el espacio de los países
que integran ahora el Mercosur.
El desarrollo de los EREDes en la economía periférica de mercado se caracteriza por una serie de procesos.
Primero, en los EREDes se aceleran los procesos de desarrollo de la economía, especialmente
de su sector externo. Sus exportaciones crecieron a ritmo más rápido que en otros países. Así, en
el siglo XX Venezuela desplazó a la Argentina como primer exportador regional y, a su vez, en
los dos últimos decenios cedió el liderazgo a los países del Mercosur (véase dibujo 3).
Segundo, el ERED se transforma en un imán para el capital foráneo debido a la gran demanda
de recursos que suministra. Por ejemplo, en los años 1991-2000 los países del Mercosur recibieron más de 180.000 millones de dólares de inversiones directas extranjeras o 49% del monto
regional.
La afluencia de capital, a su vez, contribuye al ingreso de tecnologías bastante nuevas, destinadas preferentemente al sector exportador. El ejemplo más destacado fue el desarrollo del sector
de las empresas maquiladoras en México, cuyo número ascendió de cincuenta a tres mil doscientos en el transcurso de treinta y cinco años.
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Dibujo 3. Índice de quantum de las exportaciones de bienes (1980 = 100)
Tercero, por su nivel de vida más alto que en los espacios limítrofes, los EREDes suelen experimentar una explosión demográfica ya que atraen a gran número de inmigrantes extranjeros e
internos.
Cuarto, el espacio del ERED poco a poco se va ensanchando –ya sea por aumento de su área
o por valorización de las nuevos recursos naturales: yacimientos petrolíferos, minerales, etcétera.
Al mismo tiempo, en función del potencial de su sistema económico, los EREDes empiezan a
pretender al liderazgo económico y político en la zona aledaña o bien en toda la región y en el
mundo. Así, Venezuela fue uno de los miembros fundadores de la OPEP y Brasil es el principal
promotor del proyecto de Área de Libre Comercio de Sudamérica (ALCSA).
A diferencia de los tiempos de la Colonia –con su propios polos del desarrollo, que fueron
descritos por Celso Furtado [Furtado, 1972: 13-16]–, el proceso de relevo de las generaciones de
los EREDes en la época industrial es un proceso obviamente sinergético. El proceso de formación de ERED comenzó en Chile central en una estrecha franja ubicada entre el río Bio-Bio y el
desierto de Atacama. Chile fue el primer país que encontró un hueco apropiado en los mercados
internacionales gracias a la exportación de grano a Perú, California y Australia, y luego la de
salitre y cobre. La formación del ERED de segunda generación en la región de la Pampa argentina fue el resultado –único en su género–, del aprovechamiento de recursos naturales relativamente abundantes para incrementar a marcha forzada la exportación de productos agropecuaria al
mercado mundial. Posteriormente, en el caso de Venezuela, el ERED se ensanchó hasta las dimensiones del Estado nacional, y la posición –inestable en aquellas condiciones – de «Eldorado
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petroleo» se convirtió en el barómetro de la situación económica en el país. En la actualidad, el
ERED abarca el espacio de la agrupación integracionista Mercosur (véase dibujo 4).
Desde luego, con esta secuencia de las cuatro generaciones de EREDes no se agota la relación completa de las peculiarides del desarrollo de determinados grupos de países. A la par con
la cadena netamente caracterizada de los EREDes aparecen otros centros de tipo transitorio en
que con frecuencia se combinan rasgos correspondientes a dos generaciones de EREDes. Entre
los primeros centros de ese tipo se puede incluir a Paraguay [Davydov, 1991: 114-115]. Cabe
afirmar que durante el boom del guano (aproximadamente en el período de la segunda onda larga de 1848 a 1895) Perú llego a tener ciertos rasgos de ERED. La peculiar ubicación de Panamá
y de las repúblicas centroamericanas determinaron el elevado interés del capital norteamericano
por esta zona, destacándose en este sentido la United Fruit, que creó allí algo así como un enclave subregional. En todos los casos, la conversión de esos centros en ERED fue interrumpida por
sendos acontecimientos políticos: la guerra de Paraguay, la derrota de Perú en la Segunda Guerra
del Pacífico, el inicio de la larga guerra de guerrillasen Centroamérica. En la segunda mitad del
siglo XX la parte septentrional de México adquirió rasgos de epicentro transitorio, pero sus
vínculos con el resto de la economía del país son muy débiles y en esencia viene a ser un superenclave [véanse detalles en Bobróvnikov, 1999].
Lo peculiar de la última generación de EREDes es determinado por varios parámetros.
Dibujo 4. Epicentros regionales del desarrollo (los signos son convencionales).
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Las relaciones exteriores del ERED de cuarta generación se desarrollaron como relaciones
entre agrupaciones integracionistas, por ejemplo entre Mercosur y la Comunidad Europea. Y es
evidente que las agrupaciones integracionistas y los bloques integracionistas en formación, como
el ALCA o la APEP, serán la estructura básica del régimen tecnológico y ordenamiento institucional de la época postindustrial.
A diferencia de las generaciones anteriores de los EREDes, que se vieron obligados a reestructurar su economía acorde a la demanda del mercado mundial, los países del Mercosur buscan
activamente nuevos socios comerciales y nuevos mercados para sus productos en Asia, América
Latina, Rusia, etcétera. Los miembros del MERCOSUR son hoy exportadores de artículos en su
mayoría industriales y crece muy rápidamente la parte de los productos más complejos. Hacia
finales de siglo, el porcentaje de productos industriales en la exportación de Brasil ascendió hasta
el 80%; en Uruguay, hasta el 83%, y en Argentina, hasta el 67% [CEPAL, 2001: 295, 304, 352].
Lo que buscan ahora los países suramericanos no son ya las tradicionales ventajas relativas sino
ventajas competitivas. Brasil, que por su producción industrial integra la decena de los mayores
países del mundo, –como núcleo del ERED– tiene capacidad suficiente para pretender a una mayor participación en las relaciones económicas mundiales, y la agrupación del Sur del continente
americano, a su vez, podría convertirse en un epicentro de desarrollo universal.
Pero la «ventana de las oportunidades» da solo una posibilidad temporal de modernizarse, sin
brindar garantías. Los resultados concretos dependen de que se adopte una estrategía acertada,
adecuada y que debe ser diseñada en el período de la crisis estructural, en el período de transición. Así lo confirman las diferencias entre la situación de Chile y la de Argentina, países que
formaban parte del grupo de líderes de las reformas neoliberales.
Cambia también la interpretación de la esencia del propio problema de modernización. En el
transcurso de un decenio el «esquema del diamante» de Michael Porter, con las cuatro facetas de
las ventajas competitivas [Porter, 1990], se modificó sustancialmente. Está claro que ahora el
incremento de los índices de productividad requiere la aplicación de tecnologías informáticas
modernas, la utilización de los recursos de Internet, el paso a un régimen de trabajo en el tiempo
real, el desarrollo del comercio electrónico y el e-business.
Argentina fue uno de los primeros países en acometer un programa especial denominado «[email protected]» para crear mil centros de telecomunicación asegurando así a los municipios del interior del país y la población con bajo nivel de ingresos el acceso a Internet. Sin embargo, la última crisis ha frenado la realización de este proyecto. Programas semejantes se están
llevando a cabo en México, Chile, Colombia, Uruguay, Perú y otros países. Brasil inició la mo11
dernización del sector microelectrónica veinte años antes que los demás países del área y actualmente le corresponde un 60% del comercio electrónico efectuado según el esquema «business to
business» (B2B) y el 50% de las operaciones de tipo «business to consumers» (B2C). El nivel de
automatización del sistema bancario brasileño es uno de los más altos del mundo. En el año 2000
BRADESCO, el mayor banco del país, ocupo el tercer lugar en el mundo por el número de clientes online, aventajado únicamente por Wells Fargo y Bank of America [Financial Times, 2001].
Son más ambiciosas aún las metas que plantea ante esta esfera en Brasil el Libro Verde sobre la
sociedad de la información. Se planea aumentar para 2005 la parte del sector de la informática
hasta el 10% del PIB, asegurando acceso a Internet en todas las poblaciones de más de 50.000
habitantes. Con este fin se prevé instalar a lo largo y ancho de la geografía del país 250.000 centros electrónicos y conectar en una misma red a 73.000 escuelas primarias y secundarias y 2.000
bibliotecas. Las catorce mayores ciudades del países serán unidas por arterias super-rápidas (hasta 1,2 Gbt/s) de intercambio de información [Brasil. MCT, 2000].
Pero, al mismo tiempo, para adentrarse con éxito en las vías de asimilación de las tecnologías
de la quinta generación (microelectrónica, biotecnología, nuevos materiales, robotización, tecnologías espaciales) los países latinoamericanos que aún no han concluido el ciclo industrial tendrán que resolver un gran conglomerado de problemas económicos y sociales. En calidad de primer paso es de importancia vital realizar varias reformas estructurales de segunda y tercera generación, y no solo en la esfera financiera, como proponen el Fondo Monetario Internacional y otras
instituciones financieras internacionales. Se trata de combinar el progreso técnico con los lineamientos del desarrollo sostenible [CEPAL, 2000]. La meta primordial de tales reformas consiste
en eliminar los obstáculos que entorpecen el avance por las vías del desarrollo. Por ejemplo, en la
esfera tecnológica, hay que cubrir la llamada «brecha digital». Los gobiernos de los países latinoamericanos entienden que la transición al desarrollo sostenible pasa necesariamente por la reforma del sistema de educación, la distribución más equitativa de los recursos e ingresos, la reducción del sector informal, la formación de parques tecnológicos, incubadoras de empresas,
telecomunicaciones efectivas y baratas y otros componentes del espacio tecnológico moderno. Es
el camino a ventajas competitivas reales.
En tal contexto, ¿qué cabe esperar en el futuro?
Mientras en EE.UU. ya se ha iniciado la fase de crecimiento dinámico de la quinta onda de
Kondratiev, y gracias a la nueva estructura de los nexos macroeconómicos y corporativos ello
contribuye de modo indirecto a acelerar el desarrollo de México, Costa Rica y otros países centroamericanos y caribeños, para la mayoría de los países de Sudamérica la fase dinámica es cosa
de un futuro próximo. Pero en ellos el carácter sostenido del nuevo ascenso de la economía real
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va a depender del cambio de fondo global en los mercados financieros, como lo ha señalado
reiteradas veces J. A. Ocampo.
Por lo visto, el proceso sinergético de desplazamiento de los EREDes latinoamericanos que
se ha venido desarrollando a lo largo de los últimos dos siglos, empieza a trascender el marco
regional propiamente dicho. Por tanto es posible que en el siglo XXI América Latina desempeñe
un papel más activo e importante a nivel de economía mundial. Pero esto no va a ocurrir automáticamente. A Gran Bretaña y a los Estados Unidos también les tocó en su tiempo atravesar graves
conflictos internos y externos, empeñar esfuerzos para convertirse en epicentros del desarrollo
mundial. Los países latinoamericanos deben tener claro concepto de la estrategia que les permitirá aprovechar las nuevas posibilidades para acelerar su desarrollo.
El análisis de la interacción asincrónica de las economías de los países desarrollados y periféricos puede facilitar la explicación en muchos aspectos de su comportamiento en las condiciones
de macrocrisis y de tiempos de ascenso económico, contribuyendo así al desarrollo de la teoría
general de los ciclos económicos. En particular, la teoría de las ondas largas encierra un notable
potencial de pronóstico y puede llegar a se un importante componente del paradigma científico
del siglo XXI.
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