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“Débora, ¡entona un cantar!”
Mensaje del Papa para la Cuaresma 2007
“Mirarán al que traspasaron”
Es el impresionante tema bíblico que el Papa ha propuesto para meditar en estos días.
A Débora le ha entrado temblor. Cientos de pequeños papeles han caído sobre su mesa
como una bandada de palomas. Son esas notas que no se sabemos cuándo se tomaron, papeles
gastados que sorprenden en un libro, citas de la Escritura con números borrosos que nos salen
siempre al encuentro. ¿Por qué tanta paloma ha llegado aquí? Débora quisiera soplar y que volasen
todas. Pero se obstinan en llegar hasta la mano.
“Mirarán al que traspasaron”
¿Sabemos nosotros mirar una herida? ¿Nos atrevemos con una herida de Dios? Es una herida
tan humana que el viejo himno, “Ave Verum”, da fe del verdadero cuerpo, nacido de la Virgen
Maria, afirmando: su costado está perforado. Atravesado, roto, agujereado, desgarrado. ¿Habéis visto
los desgarrones, las enormes troneras de algunos crucifijos medievales?
Encontré en Italia, creo que en Verona, un Museo , con paredes de cristal que atravesaban
ramas de árboles. Y allí, en una sala, la única talla impresionante de un Cristo enorme. Tenía un
desgarrón tan terrible en el costado, que, instintivamente, salí corriendo. “¡Que no! ¡Que no quiero
verlo!” como diría el poeta, del torero muerto.
Dios mismo ha puesto en la Biblia: “Cualquier herida, menos la del corazón”.
“Mirarán al que traspasaron”
Es nuestra tarea de todos estos días. Ahí hemos de mirar. Y, algo tremendo, ahí, puede
presentirse dulzura.
Tengo aquí un papel. La mano de un niño ha dibujado un corazón. Y, en el centro, un ojal.
Si, ésa es la herida: un ojal. Debajo, una pequeña cita: Jn 19,37. Busco la Biblia y leo: “Mirarán al
que traspasaron”. No salgo del asombro. Hay en el dibujo “naif” tanta dulzura que se van los labios.
Pero no. Los entendidos, dicen que hay que ir por etapas.
“Mirarán al que traspasaron”
Esta ocupación de mirar, tiene también sorpresas bonitas. Dice un pequeño papel que vuela
en la mesa: “Todo lo que necesita mi alma, lo robo tranquilamente de las entrañas misericordiosas
del Señor. Están lo bastante agujereadas para poder sacarlo con facilidad”. Lo ha escrito San
Bernardo. Y todos miramos esa herida ¿acaso no tenemos necesidad de entrar a saco?
“Mirarán al que traspasaron”
En un francés tan bonito que da pena traducir, leo:
“Me ofrece su sangre de la brecha que yo he abierto
en su corazón. La he convertido
en un abismo de amor y ya sólo puedo amarle.
En la Eucaristía, me presenta su Cuerpo herido
y sólo veo el lugar donde
LA HERIDA NO CESA
DE AGRANDARSE.
Él se ofrece entonces y abre esta brecha
hasta el infinito rompiendo su Cuerpo.
Y es aquí donde, en mi pobreza,
meto en su herida todas las ovejas heridas”
CH.
“En verdad, en verdad os digo; yo soy la puerta de las ovejas” (Jn 15,7). El corazón,
ensanchado por la herida, tiene ya una sola preocupación: que entren todos los vagabundos,
errantes por esos caminos”.
“Mirarán al que traspasaron”
Ahora llega un pequeño papel con este título: “Palabras interpelantes pronunciadas en la
clausura de Vald’ Or, 4 de marzo de 1979”. No sabemos que acto terminó. ¿Y sabe alguien dónde se
encuentra esta ciudad?
En todo caso, hay que apretarse el cinturón porque las turbulencias del vuelo vienen
por nosotros. Y con nombre y apellido.
“Ábrete, pueblo mío. Tú serás traspasado como Yo he sido traspasado. Sí, de mi costado
abierto se derramaran en tu costado abierto ríos de agua viva; entre tu costado abierto y mi costado
abierto habrá un lazo de unión: el Espíritu. Por él todos te reconocerán como mi discípulo. Tú serás
abierto como la tierra abierta, para que mi Palabra de fruto en ti y un fruto duradero”.
“Mirarán al que traspasaron”
Comprendemos al mirar que, como Eva, todos hemos nacido de la herida de ese costado.
Por algo Juan se empeña en atestiguar la lanzada. También, para confirmar su fe, Tomás tuvo
que meter la mano en la herida del costado y el propio Cristo le guiaba, con la suya.
Desde entonces todos nosotros, metiendo nuestra mano en esa herida, creemos para
siempre: somos suyos. Su herida se hace nuestra. Por eso afirma el cardenal Newman: “No
llegamos a la santidad hasta que, corazón con corazón, coincida nuestra herida con la de Cristo”.
“Mirarán al que traspasaron”.
Sí, merece la pena abrir bien los ojos estos días. Habrá sorpresas.
Seguro que os encanta esta hermosa nota que llega desde el siglo XV hasta la mesa donde
escribo. Es la famosa consagración de Tréveris que tanto gustaba a Háring: “Oh puerta preciosa,
abierta por la lanza del Costado, voy a ti como mi refugio, como el lugar seguro de mi
felicidad…Cuando mi corazón deje de latir, recíbeme en el tuyo, vivo y herido, y enciérrame dentro.
Ese corazón abierto será lo primero que veré y mi primer descanso”.
Cansado también, Unamuno, lo dijo a su manera, pensando en el final: “Méteme, Padre
Eterno, en tu pecho, misterioso hogar. Dormiré allí, pues vengo deshecho, del duro bregar”.
¡Ojo con nosotros! Todavía no.
Hasta pronto.
Débora.