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LAS FORMAS DE DIOS
Antes de la creación del mundo
y antes de que existiera ninguna forma,
Dios estaba sólo, sin rostro ni semblante alguno.
¡Quién pudiera comprender a Dios tal y como era antes!.
El semblante de Dios – El Zohar
Yo creo en DIOS. No soy el único. Hay millones de personas en la Tierra que
creen.
Buscando datos sobre la cantidad de creyentes que tienen las religiones más
difundidas de la Tierra, me sorprendí ante las siguientes cifras millonarias:
Budismo 350, Confucianismo 270, Cristianismo 1.300, Hinduismo 500,
Islamismo 1.100, Judaísmo 14, Nanequismo 14, Shintoismo 98, Taoísmo 30.
En el caso del cristianismo y el islamismo hay estadísticas que informan
guarismos mayores.
A ello debemos sumar otras creencias menos difundidas y minoritarias como el
Zoroastrismo, antigua religión del imperio persa, fundada por Zoroastro o
Zaratustra, con alrededor de 130.000 practicantes; o los cultos africanos,
australianos y americanos de poblaciones aborígenes.
Los datos nos dicen que “más de dos terceras partes de la humanidad creen en
DIOS”.
Siendo esto así, encontrándose tan difundida la idea de un Creador de la
humanidad, de un “Padre” común a todos los hombres, es obligado
preguntarse: ¿Por qué estamos separados unos de otros por nuestras
religiones?, ¿Qué pasa que no podemos aceptar que aquel manifieste su amor
a DIOS de un modo diferente al nuestro?.
Aceptamos de manera respetuosa, y a veces hasta placentera, las distintas
formas de expresar el amor y la reverencia de los hijos hacia los padres en las
diversas culturas humanas.
Pero cuando estas manifestaciones involucran a DIOS, nos olvidamos que cada
hijo es distinto del otro y, como tal, es natural que piense y actúe diferente;
que no necesariamente hay un único y tiránico modo de hacer y de ver las
cosas.
Nos atribuimos la potestad de conocer a DIOS, de saber sus gustos, de
creernos los únicos miembros aprobados por ÉL.
Así, aquel a quien todos consideramos el Padre Creador de la humanidad se
transforma en la justificación de siglos de diferencias, disputas y hasta muertes
entre “hermanos”.
¿Con qué rostro mirará DIOS tanta sangre derramada en su nombre?.
Según leí, desde pequeño Mohandas Karamchand Gandhi sintió tristeza frente
a la situación de los parias, los sin casta, también conocidos como “los
intocables”. Se cuenta que acostumbraba tocar a un barrendero, un paria,
pese a la prohibición de su familia.
Desconozco la situación actual en la India respecto a este tema, pero es sabido
que hace siete décadas atrás, Gandhi, con más de 60 años encima, aun seguía
sosteniendo que esta discriminación era inaceptable y trabajaba para
revertirla. En 1932, en un discurso con el que manifestaba su oposición a la
creación de electorados separados para “los intocables” decía: “Ello significa el
reconocimiento oficial y la perpetuación de una institución vergonzosa...
¿Pueden los “intocables” seguir siendo siempre intocables?”.
Las palabras de Gandhi sumadas a sus seis días de ayuno lograron abolir los
colegios electorales separados para “los intocables” y las discriminaciones
sociales.
Sólo el genuino interés en un mundo mejor y la perseverancia en ese objetivo,
permiten generar un cambio.
Aunque el término nos parezca increíble en cuanto a su aplicación hacia
nosotros mismos, hoy hay muchos individuos o grupos de personas trabajando
en “Humanizar” la Tierra. ¡Qué bueno que se esté haciendo esto!, ¡Qué triste
que se tenga que hacer!.
Según parece, la presencia de los primeros hombres similares a nosotros en el
planeta, se remontaría a alrededor de 160.000 años. ¿Cuánto tiempo más
llevará poder entendernos y respetarnos?.
Las distintas religiones de la Tierra nos brindan excelentes exhortaciones para
una convivencia pacífica: “Realizar cuanto sea para el bien común, ¿No es esta
la mejor forma de generosidad?” (Confucio, Libro III); “¡Practica el perdón!,
¡Manda el bien!” (Corán 7:198); “Es digno de estima quien concentra su
pensamiento en la recta acción” (Bhagavad Guita 3); “No odies en tu corazón a
tu hermano... Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19:17,18); “El
virtuoso incrementa la amistad... con una ininterrumpida sucesión de actos
amistosos” (Budacarita 11); “Yo les ordeno esto: Que se amen unos a otros”
(Evangelio de Juan 15:17); “Sean benévolos con todo cuanto vive” (Buda); “El
sabio cuida a todos los hombres y no abandona a ninguno. Acepta todo y no
rechaza nada” (Tao Te Ching).
“Antes de la creación del mundo... DIOS estaba solo”.
Quizá nuestro irreflexivo egocentrismo le resulte un mal mucho mayor que su
primigenia soledad.
Es razonable que cada cultura, que cada grupo religioso, al pensar en DIOS
convenga en hacerlo de alguna forma particular y distinta de la que otros
grupos tienen. Debemos entender y respetar la existencia de las distintas
formas de DIOS.
Después de tantos miles de años sobre esta única casa nuestra llamada
planeta Tierra, de tantas milenarias invitaciones al amor, a la generosidad, al
respeto, deberíamos tomarnos el trabajo de mirar, más allá de nuestra
aparente diversidad, hacia la forma única que todos somos.
Somos meros seres humanos; amarillos, pardos, negros, blancos. Sólo
humanos; de esta religión o de aquella. Sólo humanos; creyentes o ateos.
Únicamente humanos, destinados a una vida mejor, en un mundo mejor, para
todos.
Si crees en DIOS, que DIOS te bendiga mientras trabajas en la creación de un
mundo mejor; si no crees, que tu vida se colme de dicha mientras trabajas en
la creación de un mundo mejor.
Daniel Adrián Madeiro
Demos Amor al Mundo
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