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Transcript
El concepto de conducta en la psicología francesa
contemporánea*
Alejandro Dagfal
Introducción
Para dar cuenta de la pertinencia del abordaje de este tema -en relación
con una historia de la psicología en la Argentina- se plantean dos
interrogantes: ¿Por qué estudiar el concepto de conducta? ¿Por qué
estudiarlo en la psicología francesa contemporánea?
Respecto de la primera cuestión, emprender un estudio de las diversas
definiciones del concepto de conducta en el discurso psicológico implica en
cierto modo investigar las distintas formas en que se ha definido el objeto de
la psicología durante gran parte de este siglo. Sin duda, este concepto ha
sido el privilegiado a la hora de establecer los límites del campo de la
disciplina. No obstante, sus alcances semánticos no fueron en modo alguno
unívocos -como podría sugerir actualmente su innegable filiación con el
conductismo norteamericano-, sino que remitieron a una pluralidad de
corrientes de pensamiento en las que su significado variaba de manera
considerable a partir de su inscripción en tradiciones muchas veces
contrapuestas y de su articulación con términos teóricos absolutamente
heterogéneos al de behavior en su acepción más clásica -y estrecha- del
famoso manifiesto watsoniano.
En cuanto a la segunda cuestión, ya en 1903, Horacio Piñero -uno de
los primeros docentes universitarios de psicología de la Facultad de
Filosofía y Letras de la UBA- sostenía que, los argentinos, “intelectualmente,
somos en realidad franceses” i. En las décadas subsiguientes, luego del ocaso
del positivismo, la pregnancia de la tradición psicológica francesa en
nuestro país no sería menos considerable. Debido a ello, hemos creído
conveniente hacer un recorte del concepto de conducta en esa tradición,
privilegiando el tratamiento de dos autores: Henri Piéron y Daniel Lagache.
Piéron nos permitirá situar los inicios de la psicología científica francesa en
relación con una particular utilización del término conducta, independiente
del conductismo norteamericano (e incluso anterior a él). Lagache, por su
parte, fue el mayor exponente de una voluntad manifiesta de forjar un
discurso psicológico unificado, conciliando el psicoanálisis con la psicología
experimental y la psicología social bajo la égida de una teoría general de la
conducta. Su obra sería una referencia obligada para la inmensa mayoría de
los psicólogos argentinos durante varias décadas.
Somos conscientes de que en este recorrido faltan autores de lengua
francesa que han tenido un enorme impacto en la conformación del campo
de problemas de la psicología argentina -como Maurice Merleau-Ponty,
Edouard Claparède, Henri Wallon y Jean Piaget, por mencionar algunos-,
pero en aras de la concisión hemos preferido centrarnos en aquéllos cuy a
obra tiene hoy menor vigencia y, por contraste, mayor valor histórico.
Breve desarrollo histórico
El concepto de conducta fue utilizado en psicología animal desde fines
de el siglo pasado, traspolado probablemente de la química y la biología
(Jennings, Von Uexkull, etc.) y de la fisiología (Huxley). Pero,
independientemente de la utilización del término, puede plantearse que la
tendencia a objetivar el estudio de los hechos psicológicos en el marco de las
ciencias naturales pudo consolidarse a partir de las teorizaciones
darwinianas en torno a la adaptación de los organismos al medio y la
continuidad evolutiva entre los animales y el hombre. Ya en 1863, el
fisiólogo ruso Sechenov plantea que la causa inicial de toda actividad se
encuentra siempre en un estímulo sensorial exterior, y no en el pensamiento
(Fraisse, 1979: 26). En 1903, Pavlov (que aunque no era discípulo de
Sechenov había leído su obra), plantea la existencia de reflejos
condicionados, y trata de dar cuenta de las conductas humanas en términos
referidos estrictamente al sistema nervioso y a los reflejos. Es el principio
del ocaso de más de dos siglos de privilegio del estudio casi excluyente de la
conciencia, el yo, la percepción, los estados mentales, la sensación; es decir,
de la experiencia subjetiva definida como inmediata.
A principios del siglo XX podemos encontrar las secuelas de esta
tendencia objetivista plasmadas en dos tradiciones psicológicas
relativamente independientes, situadas a ambas márgenes del Atlántico. Por
un lado, en Estados Unidos, como desprendimiento de la psicología animal,
se produce la tan mentada “revolución conductista” liderada por Watson
(con su famoso manifiesto de 1913). Pero, por otro lado -y esto ha sido
sugestivamente desconocido por la mayoría de las historias celebratorias del
conductismo norteamericano- paralelamente se desarrolla en Francia una
“psicología científica” que formula principios teóricos y metodológicos que
más tarde serán erróneamente reconocidos como invención exclusivamente
norteamericana.
I. Henri Piéron: la conducta en psicología antes del conductismo
Ya en 1907 (es decir, cinco años antes del manifiesto watsoniano),
Henri Piéron plantea -al hablar de la evolución del psiquismo- la necesidad
de abandonar el estudio de la conciencia para definir el objeto de la
psicología en términos conductuales:
Pero si estas investigaciones no tratan de la conciencia, entonces ¿qué
podrán tratar que no sea estudiado ya por la fisiología? Se referirán a la
actividad de los seres y sus relaciones sensoriomotoras con el medio, a
lo que los norteamericanos llaman the behavior, los alemanes das
Verhalten, los italianos il comportamento y a lo que tenemos el derecho
de llamar le comportement de los organismos [...] (Piéron, [1908]1958:
4).ii
Es precisamente en esta tradición del “conductismo francés” -si es que
vale la expresión para designar esta particular utilización de términos
comportamentales en el marco de una psicología que reclama para sí el
carácter de científica- en la que vamos a detenernos por dos razones: La
primera, obedece a una omisión, ya que el conductismo norteamericano ha
tenido muy poca influencia directa en la psicología académica argentina. La
segunda razón es absolutamente complementaria de la primera: la
psicología francesa sí ha tenido una gran influencia en el pensamiento
psicológico de nuestro país, siendo la vía privilegiada de acceso no sólo de
las llamadas “teorías de la conducta”, sino también de otras corrientes como
el psicoanálisis, obedeciendo a una referenciación cultural que -según
vimos- tenía larga data en las élites intelectuales argentinas. Al mismo
tiempo, no está de más repetir que esta vertiente de la psicología objetiva ha
sido largamente descuidada por las historias tradicionales.
Desde los comienzos de la formación de mi pensamiento, había
rehusado el estudio subjetivo de los fenómenos de conciencia, y había
afirmado la validez de esta ciencia biológica de los comportamientos
del hombre y los animales que era para mí la psicología, en un
momento en que todavía no se hacía alarde de este “behaviorismo”
psicológico que Watson declara específicamente americano, y que no
tiene de específico más que sus exageraciones muchas veces pueriles
(Piéron, 1958: viii).iii
Tomamos a Henri Piéron como figura emblemática de esa tradición
francesa por varios motivos. En primer lugar, durante este siglo, Piéron fue
indudablemente el principal promotor de la psicología en ese país: discípulo
y sucesor de Binet, en 1911 lo reemplaza en la dirección del laboratorio de
psicofisiología de la Sorbonne y de la revista L´Année Psychologique, órgano
que dirige durante casi cuarenta años. Al mismo tiempo, se reconoce como
seguidor de Théodule Ribot y Pierre Janet (de quien había sido secretario en
la Salpetrière), incorporando así los aportes de la psicopatología y la
psiquiatría. Finalmente, en 1951, es miembro fundador y primer presidente
de la Unión Internacional de Psicología Científica, después de lograr en su
país -en 1944- el reconocimiento oficial de la licenciatura en psicología. En
1969, el Journal of the History of the Behavioral Sciences publica un artículo en
el que se analiza la genealogía intelectual de los psicólogos franceses
(Wesley y Hertig, 1969). iv En sus respuestas a un cuestionario que se les
había enviado, la mayoría de ellos coincidía en que Piéron había sido la
persona que mayor influencia había tenido en su formación profesional. En
cierta medida, podría trazarse un paralelismo entre la importancia que tiene
Piéron para la psicología francesa y lo que sucede en Estados Unidos con la
figura de Watson. v Más adelante, veremos en particular la influencia que
tuvo Piéron en el pensamiento de un autor fundamental para entender la
psicología argentina de los años ´60: Daniel Lagache, que también será
objeto de nuestro análisis.
La conducta como objeto de la psicología vi
El viejo término pascaliano de comportement fue reintroducido en la
psicología por Piéron, según vimos, en 1907. Equivalente del concepto de
behavior utilizado por la psicología animal inglesa (Romanes y Lloyd
Morgan) y norteamericana (Yerkes, Thorndike, etc.), su extensión a la
psicología humana fue un hecho verdaderamente novedoso.
No hay ciencia sino del comportamiento, de la actividad global, de las
reacciones de los organismos considerados en su conjunto; esta ciencia
que constituye la psicología se dirige a los mecanismos parciales, a los
sistemas limitados de reacción (Piéron, [1927]1958: 53).
El comportamiento, definido de este modo (como la manifestación
objetiva de la actividad global de un organismo, como la manera en que un
ser vivo recibe las influencias del medio y elabora sus reacciones), no difiere
en gran medida de lo que constituye el objeto del conductismo watsoniano,
que también plantea la conducta en términos de estímulo y respuesta, si
bien en principio no se interesa por los mecanismos de elaboración de estas
últimas. vii Más allá de la “ingenuidad brutal” de los argumentos de
Watson -al decir de Zazzo (Fraisse y Piaget, 1972: 81)- al igual que Piéron,
sitúa la psicología como una ciencia estrictamente natural, por no decir
como una biología del comportamiento. Lo que sí marca una clara diferencia
entre ambos es el objetivo que plantean para la psicología, y no tanto su
objeto. Para Watson, desde un principio, lo fundamental es la predicción y el
control de la conducta -cosa que muy pronto objeta Titchener, quien
previene contra los riesgos que implica ese deslizamiento en la dirección de
una tecnología (Samelson, 1981)-, mientras que Piéron, si bien también
termina por dedicarse a cuestiones de carácter aplicado, siempre mantiene
una vocación eminentemente teórica que busca validar a través de todo tipo
de experimentos.
Conducta y conciencia
Quizás la diferencia más clara entre Watson y Piéron se plantee con
relación a la consideración que dan a la conciencia. Mientras que Watson, en
un principio (1913) sólo excluía la posibilidad de estudiarla de manera
objetiva –por lo cual rechazaba la introspección como método válido para la
ciencia–, en 1919 llega a negar de plano la existencia de la conciencia,
pasando de una exclusión metodológica a una negación de tipo ontológico.
Piéron, entretanto, no niega la existencia de la conciencia, pero sí rechaza la
existencia de cualquier criterio objetivo que pueda fundamentarla, ya que la
conciencia es lo característico de lo subjetivo, que como tal es
incomunicable. En consecuencia, sólo puede hablarse con certeza de la
conciencia propia, punto de partida de toda experiencia subjetiva (lo cual le
parece evidente). Lo que no acepta es que se pretenda traspolar esta
evidencia subjetiva particular a un plano general, con aspiraciones de
cientificidad.
Siempre digo que esta psicología tiene un valor práctico; no se preocupa
de problemas insolubles, como la conciencia de los otros hombres: una
vez que se admite que hay una conciencia, la propia, y que todo se
reduce a hechos de conciencia personales, los fenómenos que se
constatan en los otros tienen el mismo carácter que todos los
fenómenos naturales. Toda psicología de alguien que no sea uno
mismo es necesariamente objetiva (Piéron, [1916] 1958: 46).
Considera que hay en la humanidad una clara oposición entre una
tendencia subjetivista, que valora lo íntimo y lo único, y otra objetivista, que
busca reducir los hechos a “un esqueleto manejable, clasificable,
etiquetable”. Incluso concede la razón a la primera en el sentido de que,
seguramente, la experiencia íntima sea más rica y real que la empobrecedora
esquematización intelectual. En ese punto, podría decirse que acuerda con
Bergson: la sola utilización del lenguaje para la expresión de los fenómenos
psíquicos implica ya una forma de objetivación. No obstante, esta
objetivación le parece necesaria y hasta deseable si se desea liberar al
hombre de mayores padecimientos en su lucha con la naturaleza. Lo
subjetivo como tal, en la medida en que no puede ser aprehendido por
lenguaje (en tanto que instrumento colectivo) permanece como algo inefable.
Para él, la experiencia sensorial –mero “lujo subjetivo”, compartido por otra
parte con el resto de reino animal– bien puede ser el reino del arte o de la
filosofía, pero los avances más significativos de la humanidad se han
producido gracias a las esquematizaciones que la ciencia ha hecho posibles.
Si el contenido de las experiencias personales se ha empobrecido en el
camino, esto se ha visto ampliamente compensado por el incremento de la
experiencia general, que a su vez ha permitido la utilización de las fuerzas
del universo. Por lo tanto, si bien rechaza el dualismo ontológico que
divorcia el espíritu de la materia, lo reemplaza por un dualismo que se ubica
en un plano epistemológico.
Yo diría que hay un dualismo [...] que opone lo único a lo universal, el
hecho concreto al esquema, la sensación que se experimenta y se
desvanece al concepto que se expresa y que se fija (Piéron, [1916] 1958:
48).
No obstante, entre estos dos polos que aparecen como extremos (el de
lo subjetivo “real” y el de lo objetivo ideal), Piéron plantea una continuidad
sin cortes. Si hay oposición es sólo en la medida en que nos situamos en dos
formas muy distintas del conocer: la una guiada por la búsqueda de la
satisfacción estética, y la otra, conducente a la empresa científica. La
psicología introspectiva podría situarse entre ambos polos, ya que, pese a
abordar la experiencia individual desde el punto de vista de la conciencia,
no deja de representar un esfuerzo de objetivación, por cierto más débil e
insatisfactorio que el alcanzado por su hermana mayor, la psicología
objetiva. De este modo, la psicología sería una ciencia con un único objeto: el
comportamiento de los organismos (que, como decíamos en el punto
anterior, comprende también las formas superiores de la conducta
analizadas por Janet, por oposición al periferismo de los norteamericanos).
Al mismo tiempo, sus procedimientos de investigación son diversos, y se
clasifican según su nivel de desarrollo y su grado de exactitud. viii En tal
sentido, la elección del método adecuado está dada por la utilidad que ést e
puede tener para la labor científica (considerada como una herramienta
necesaria para lograr la mejor adaptación posible frente a la lucha por la
supervivencia planteada por la naturaleza) y no por una descalificación
ontológica previa.
Conducta y fisiología
Si bien Watson es bastante ambiguo en este respecto, el conductismo
clásico se caracterizó por proponer una psicología que bien podía prescindir
de la fisiología:
Es perfectamente posible estudiar la conducta sin saber nada acerca del
sistema nervioso simpático, las glándulas, los músculos lisos e, incluso,
el sistema nervioso central, y escribir un trabajo muy completo y exacto
sobre las emociones (Watson, 1919: 195). ix
A diferencia de Pavlov, e incluso, de sus propios sucesores, Watson no
se interesa por aquello que interviene entre S y R. x Lo fundamental es
predecir la respuesta a partir del estímulo (o del conjunto de estímulos que
componen una situación) o, dada una respuesta, ver a que serie de estímulos
corresponde, lo cual, gracias a la teoría del condicionamiento pavloviano,
puede hacerse sin recurrir a ninguna fisiología. Esto presupone que el
sistema nervioso funciona como un sistema de conectores, sin la menor
participación del sistema nervioso central en la elaboración de las
respuestas.
En virtud de lo anterior, Piéron llega a calificar al conductismo de
“periferismo pueril” (Zazzo, 1970: 80). Para él, la fisiología (“ciencia
analítica de las funciones de los organismos”) es el sustrato fundamental de
la psicología (“ciencia de los comportamientos globales”), existiendo una
total continuidad entre ambas. El reflejo, en la medida en que constituye una
función nerviosa aislable (no integrada en un comportamiento que registre
las experiencias pasadas y presentes en su conjunto), es dominio exclusivo
de la fisiología. Por el contrario, el reflejo condicionado (si bien puede
estudiarse desde el punto de vista fisiológico como una función
relativamente aislable) implica uniones asociativas que son ya una
manifestación elemental del comportamiento adaptativo de los organismos,
objeto de estudio de los psicólogos (Piéron, 1962). Puede plantearse entonces
que entre psicología y fisiología existe un dominio mixto, al que según
Piéron conviene el término de “psicofisiología”, que se ocupa del pasaje que
se opera
desde la función nerviosa elemental, que rige las respuestas a los
estímulos provenientes del medio interior, hasta la función superior de
integración, que rige el comportamiento unificado del organismo
global (Piéron, 1962: 6).
Este campo abarca aspectos tales como el estudio de las funciones
receptoras, los mecanismos nerviosos actuantes en el condicionamiento, la
percepción y la volición, la relación entre la vida afectiva y la regulación de
las funciones vegetativas, etc. En último análisis, el objeto de la
psicofisiología es el funcionamiento del sistema nervioso central, ya que es
este el que asegura la elaboración integrada de los comportamientos
globales. En consecuencia, la colaboración fecunda entre los métodos
psicológicos y fisiológicos permitiría interpretar más claramente los
mecanismos en juego en las llamadas funciones mentales, revelando las
actividades nerviosas subyacentes a toda conducta. Esta postura no es de
extrañar en un naturalista que jamás perdió su fe en la posibilidad casi
infinita de reducir lo más complejo a lo más simple:
El día en que los progresos de la fisiología den una expresión adecuada
a las modalidades de los comportamientos de los organismos, la
psicología científica perderá su individualidad, del mismo modo en
que la fisiología volverá un día sin duda al seno de la química, y la
química misma encontrará, en la física, el simbolismo matemático que
le permitirá, en la unidad armónica de sus fórmulas, expresar la
diversidad aparente de las fuerzas naturales (Piéron, [1908] 1958: 6).
II. Daniel Lagache: la unidad de la psicología y la teoría general de la
conducta
En 1936, Edouard Claparède planteaba su preocupación por lo que
consideraba un atraso de la psicología respecto de otras disciplinas: “No hay
varias físicas ni varias químicas. Del mismo modo, no hay, o no debería
haber más que una sola psicología”. (Claparède, 1936 [Lagache, 1949a: 26]).
Ya en 1951, en su famoso Vocabulaire de la psychologie, Henri Piéron no
dedica ninguna entrada a “la psicología”; sólo da definiciones de las
distintas psicologías. Es en este contexto disciplinar que, en un breve libro,
(aparecido en 1949 y dedicado precisamente a Piéron), Daniel Lagache
plantea su programa de unidad para la psicología, considerando a la
conducta como su objeto indiscutible (Lagache, 1949a). xi
Su proyecto implica conciliar lo que para él son los dos grandes
enfoques de la psicología: el naturalista y el humanista, que en principio
parecen oponerse punto por punto. Mientras el naturalismo prescinde de la
conciencia y tiende a objetivar los hechos psicológicos a través del estudio
de la conducta observada, el humanismo se centra en la experiencia vivida,
en la conciencia y en sus modos de expresión. Mientras el naturalismo es
elementalista y asociacionista, el humanismo plantea que el todo no es
reductible a la suma de sus partes, privilegiando el estudio de la
personalidad entendida como una totalidad. Mientras el naturalismo busca
la explicación de los fenómenos a partir de la formulación de leyes y
matematizaciones, el humanismo busca comprender a partir de métodos
cualitativos, de tipos ideales, apelando incluso a la intuición y al arte.
Mientras que para el naturalismo el sustrato de la vida psíquica es siempre
orgánico -no existiendo ninguna diferencia radical entre biología y
psicología-, para el humanismo, los hechos psíquicos obedecen a un mundo
simbólico regido por valores, concediendo gran importancia a lo
inconsciente o a las “capas profundas” del psiquismo.
No obstante, a la hora de ver de qué manera estos enfoques se plasman
en la práctica, no le resulta sencillo encontrar alguna corriente que respete
todos esos postulados. Por un lado, ni siquiera el conductismo considerando las “concesiones teleológicas” realizadas por sus
renovadores- se ajusta a los requerimientos del naturalismo. Tampoco lo
hace la psicología experimental, que a partir de la Gestaltpsychologie se centra
en el estudio de totalidades estructuradas. Por la otra parte, en el bando
humanista, la situación es similar: la psicología fenomenológica descree de
lo inconsciente, y el psicoanálisis apela a leyes y explicaciones causales.
Lagache interpreta estos conflictos y estas zonas de cruce entre naturalismo
y humanismo como un momento dialéctico de la historia de las ideas en la
búsqueda de la verdad. No habría ninguna cuestión real, ningún apoyo
fáctico que permitiera dar la razón a uno u otro grupo, sino que más bien
habría que buscar una síntesis más abarcativa que los englobara a los dos. A
partir de allí, su proyecto superador, siempre esbozado pero nunca
concluido, de unificar la psicología partiendo de una teoría general de la
conducta.
La conducta como objeto de la psicología: organismo, personalidad y
situación
En su definición del término conducta se hace presente la complejidad
y la heterogeneidad de las referencias teóricas a las que apela Lagache,
conformando una suerte de eclecticismo pragmático y omnicomprensivo:
La conducta (o el comportamiento) es el conjunto de operaciones,
materiales o simbólicas, mediante las que un organismo en situación
tiende a realizar sus posibilidades y a reducir las tensiones que
amenazan su unidad y lo motivan. (Lagache, 1951b: 117).
En primer lugar, resulta evidente la perspectiva funcional de esta
definición, que pone de relieve la adaptación del organismo a su medio.
También es evidente su filiación con el conductismo molar, ya que se
considera “el conjunto de operaciones” y no las reacciones aisladas. No se
limita a observar los aspectos exteriores y materiales de la conducta, sino
que incorpora la dimensión simbólica. En este sentido, la conciencia se
reintegra al campo de la psicología como un tipo de conducta o, en todo
caso, como uno de sus momentos significativos (ej. tomar conciencia o
perder la conciencia). Ahora bien, paradójicamente, el problema de la
significación no se resuelve por referencia a una teoría de lo simbólico, sino
en relación con la adaptación. El significado de la conducta es, precisamente,
la propiedad de reducir las tensiones que amenazan la integridad del
organismo y de permitirle realizar sus posibilidades.
El significado inmanente de la conducta es una propiedad tan objetiva
como su materialidad. El psicólogo no necesita preocuparse por las
repercusiones metafísicas de este postulado (Lagache, 1951a: 78)
La principal característica de los seres vivos es su “unidad dinámica”,
es decir, la existencia de mecanismos de autorregulación que aseguran la
estabilidad del medio interno, y las conductas simbólicas no dejarían de
responder a estos mecanismos. En todo caso, lo que parece estar en juego es
una significación de tipo más biológico que psicológico. En este punto, la
referencia a Kurt Goldstein xii es explícita, y lo que Lagache plantea como
“punto de vista organísmico” se emparenta bastante con la teoría holística
de aquél (Marx y Hillix, 1967: 343). No hay organismo que no esté en
situación y, a su vez, no hay situación que pueda ser definida
independientemente de un organismo. El medio sólo puede estimular a un
organismo al que su estructura y estado actual ponen en la condición de
percibirlo.
Pero la estructura del organismo es también el resultado de su historia,
por lo que Lagache termina por equipararlo al concepto de personalidad,
apoyándose en Allport y en Stern. El eje diacrónico abre también a una
consideración genético-evolutiva en la que es importante destacar toda una
línea de referencias que se remonta a Bergson, con su invención de los
esquemas sensorio-motores, pasando por Wallon y terminando en Piaget. xiii
En definitiva, personalidad y organismo serían conceptos coextensivos; sólo
habría entre ellos diferencias de enfoque y terminología, pero no diferencias
específicas que resistan un análisis de fondo desde el punto de vista de la
conducta.
Psicología experimental, psicología clínica y conducta
Para Lagache, la disputa entre humanismo y experimentalismo es
únicamente metodológica -ya que, según acabamos de mostrar, abordan un
objeto común que es la conducta-. Al humanismo correspondería el método
clínico y el naturalismo se valdría del experimental. La psicología
experimental sería la más rigurosa y eficaz, particularmente en el estudio
del aprendizaje de los animales, gracias a un adecuado control de las
variables y las técnicas de laboratorio. Su mayor limitación radicaría en la
imposibilidad de traspolar este tipo de abordaje a la psicología humana, que
Lagache califica de “concreta”. xiv En consecuencia, la psicología
verdaderamente apropiada para el abordaje del hombre en situación es la
psicología clínica. xv Es esta psicología clínica la que constituye los cimientos
de su edificio teórico, ya que es el instrumento que permite la coordinación
de las diferentes disciplinas psicológicas.
En la definición de la psicología clínica pueden verse operaciones
discursivas tan complejas como las descriptas en relación a la conducta. Por
un lado, es posible encontrar los rastros de su formación médica en la
psiquiatría dinámica (Bleuler, Jaspers, Blondel, Minkowski), por el otro, no
faltan las coordenadas de su primera vocación filosófica y de su afición por
la fenomenología (otra vez Jaspers, Sartre, etc.). Por último, el psicoanálisis
atraviesa todo el campo de la clínica, pero ya veremos las transformaciones
a las que es sometido a tal efecto, incluyendo préstamos, resignificaciones y
elisiones. En todo caso, no debemos olvidar que Daniel Lagache se
identificaría como psicoanalista hasta su muerte en 1972.
En primer lugar, ya en 1945 Lagache “desmedicaliza” y
“despsicopatologiza” la clínica, situándola en el seno de la psicología y
orientándola hacia el hombre normal. Poco tiempo después, se apoya en la
tesis de su amigo Canguilhem, para decir que, de acuerdo con su
antropología fenomenológica y existencial, lo patológico no es más que una
especie de lo normal (Lagache, 1946: 147). La psicología clínica se nutre de la
psiquiatría, pero su objeto rebasa al de la patología mental: no es el hombre
enfermo, sino la vida del hombre en conflicto, en un enfrentamiento
polémico con la realidad y consigo mismo. Se ocupa de las maneras de ser y
de reaccionar -tanto de las adaptadas como de las inadaptadas- de un ser
humano concreto y total frente a una situación; es decir, se ocupa de la
conducta.
Lo que interesa no es la nosografía de las neurosis y las psicosis, ni
siquiera la explotación psicológica de la enfermedad mental, sino el
paciente como ser humano portador de un problema, y de un problema
mal resuelto (Lagache, 1945: 120).
En esta delimitación del campo de la clínica, lo que está en juego para
nuestro autor no son sólo los modos de reaccionar (al estilo del
conductismo) o de enfermar (según la psiquiatría), sino los modos de ser
(más cerca del existencialismo y la fenomenología). Esto no implica
desconocer la diferencia existente entre salud y enfermedad, que deben
considerarse como resultados divergentes de un momento esencial de la
vida, que es el conflicto. Pero cuando el conflicto pasa a ser la norma, se
transforma en patológico.
Ya en 1949, la psicología clínica queda definida en estos términos:
Es esencialmente una disciplina psicológica basada en el estudio
profundo de casos individuales. Dicho con más precisión, el objeto de
la psicología clínica es el estudio de la conducta humana individual y
sus condiciones (herencia, maduración, condiciones fisiológicas y
patológicas, historia de vida), en una palabra, el estudio de la persona
total en situación (Lagache, 1949b: 142).
El instrumento específico de esta psicología es la interpretación
comprensiva (la cual, según veremos, es también para él la herramienta
fundamental del psicoanálisis). Aquí toma el célebre binomio jaspersiano
comprensión-explicación, reservando el término comprensión [Verstehen]
para la formulación de los tipos ideales (las relaciones generales en términos
de las cuales deben interpretarse las conductas concretas). Ahora bien, estas
conductas tienen un carácter expresivo (es decir, significativo), ya que son
portadoras de un conjunto de “datos objetivos” en virtud de los cuales
pueden ser comprendidas. Para esta operación, que implica un juicio de
realidad sobre un vínculo comprensible en un caso particular y basándose
en la evidencia empírica de la expresión, Lagache acuña el término de
“interpretación comprensiva” (Lagache, 1941: 58-59). De este modo, la
psicología clínica puede llegar a la representación de la experiencia vivida
por otros seres humanos. El objeto de la psicología ya no se plantea en la
disyuntiva entre el autoconocimiento que ofrecía la introspección y la
observación de las reacciones según la versión behaviorista: aparece una
tercera alternativa -que Piéron había descartado expresamente-, bajo la
forma de un “conocimiento del otro” asequible a través de la interpretación
comprensiva.
La psicología clínica, no obstante, no se reduce a la observación y a la
comprensión. Abarca también las psicoterapias (enriquecidas a partir del
psicoanálisis, como veremos enseguida), la psicología social y la etnología,
valiéndose además de la utilización de tests y de verificaciones de tipo
experimental.
Psicología clínica y psicoanálisis: del análisis del inconsciente al
análisis de la conducta
Lagache es un pionero en la inserción del psicoanálisis en la
universidad, un medio que, en Francia, siempre le había sido hostil. De
hecho, tiene un notorio éxito en esa tarea que implica un doble objetivo: por
un lado, poder impartir una formación psicoanalítica completa en la
licenciatura en psicología, de reciente creación; por el otro, lograr que los
psicólogos puedan practicar el psicoanálisis sin ser acusados de ejercer la
medicina de manera ilegal. A la larga, logra ambos objetivos, pero al precio
de ser considerado un nowhere man. Para los psicólogos, nunca deja de ser
un psicoanalista, y para los psicoanalistas nunca deja de ser un psicólogo
(Roudinesco, 1993: 207-222). En este tránsito no vacila en romper
estrepitosamente con la ortodoxia médica de la Sociedad Psicoanalítica de
París en 1953 (acompañado por Jacques Lacan) y en fundar la Sociedad
Francesa de Psicoanálisis (de la cual es elegido presidente). Tampoco vacila
a la hora de derribar los pilares del psicoanálisis, para volver a construirlos
con el cemento de la psicología contemporánea. xvi
El razonamiento -que funciona como axioma- a partir del cual encara
su tarea reformadora es el siguiente: En su época “heroica” -influido por las
psicologías de su tiempo-, el psicoanálisis se dedicaba al análisis del
inconsciente. Afectado por el dualismo mente-cuerpo, no pudo más que
creer en el aislamiento de la vida interior bajo la forma de una conciencia
opuesta a un sistema inconsciente. Este realismo intelectual se plasmó en la
construcción de entidades abstractas concebidas por analogía con realidades
físicas (Lagache, 1948: 71-87). El psicoanálisis, así definido, tuvo un gran
impacto en la conformación de la psicología contemporánea, pero sin
embargo se mantuvo ajeno a sus influencias. No obstante, en ese momento,
en que la psicología se define como ciencia de la conducta, para Lagache ya
es hora de que el psicoanálisis acepte sus progresos. Hablar del inconsciente
implica sustantivar un adjetivo: el inconsciente no es una sustancia, sino una
cualidad de ciertas conductas. En consecuencia, la hipótesis que sostiene la
existencia de una “mente inconsciente” no sólo es inexacta sino que es inútil
para el estudio de conductas concretas. La psicología aporta el concepto de
personalidad, que supera a la dupla conciencia-inconsciente, ya que permite
dar cuenta de la adaptación al medio. Anna Freud ya ha dado un paso
significativo al afirmar que los psicoanalistas deben ocuparse de “la
personalidad psíquica” (Lagache, 1949c: 103). Como corolario, habría que
inferir que
el psicoanálisis tiene por objeto la personalidad total en sus relaciones
con el mundo y consigo misma. Como estas relaciones no son sino
conductas, podemos concluir que, por su espíritu, esta definición
incluye al psicoanálisis en la psicología concebida como una ciencia del
comportamiento de los seres vivos (Lagache, 1948: 76)
De este modo, en el mismo movimiento de prestidigitación por el que
el psicoanálisis entra en la galera de la psicología, vemos esfumarse al
inconsciente y a otros conceptos centrales del psicoanálisis, que son
redefinidos no ya en relación a una psicología del yo, sino a la psicología de
la conducta y las teorías del aprendizaje. El punto de vista dinámico se basa
en el conflicto de un organismo que intenta adaptarse a su medio, y ya no es
originado por la represión de representaciones sexuales inadmisibles para la
conciencia (de hecho, ya no existen la conciencia ni el inconsciente como
instancias psíquicas). Lo que antes se teorizaba como la “eficacia de ideas
reprimidas”, se entiende ahora a partir del efecto Zeigarnik (los conflictos
no resueltos de la infancia funcionarían como tareas inconclusas). xvii La
fijación es fácilmente explicable como un hábito reforzado, la represión
como una “integración disociativa”, el principio del placer como la ley del
efecto, y la transferencia -rasgo fundamental que para Lagache diferencia al
psicoanálisis del resto de la psicología clínica- como transferencia de
aprendizaje. En suma, la neurosis no sería más que una mala adaptación.
Para Lagache, el psicoanálisis también puede enriquecerse con la
aplicación del método experimental, confirmando sus hipótesis a través de
estudios objetivos (tanto en animales como en el hombre). Puede obtener así
una solución a sus problemas cuantitativos. xviii
Las convergencias prevalecen sobre las divergencias; el psicoanálisis
permite una visión más comprensiva y más concreta de las cosas; la
psicología experimental ofrece principios de explicación más sencillos
y más seguros (Lagache, 1949c: 119).
Como conclusión general, Lagache opina que el hecho de que dos
disciplinas tan heterogéneas, investigando sobre diferentes materiales y
utilizando técnicas distintas hayan sin embargo llegado a principios
explicativos “prácticamente idénticos”, significa que, en realidad, la
psicología experimental y la psicología clínica (de la cual el psicoanálisis no
es sino un capítulo privilegiado) abordan distintos aspectos de un mismo
objeto. Mientras que la primera se dedica a las conductas segmentarias, la
segunda enfoca las conductas molares.
Resulta entonces que experimentación y clínica no sólo pueden
reunirse sino además prestarse un apoyo mutuo. El proyecto de una
teoría general de la conducta implica una síntesis de la psicología
experimental, de la psicología clínica y del psicoanálisis, así como de la
psicología social y de la etnología... Pero si despojamos al problema de
las rivalidades personales y los choques de escuela, no se descubre
ningún hecho real que pueda invocarse en favor de una
incompatibilidad radical (Lagache, 1949a: 79).
Luego de todas estas ambiciosas reducciones epistemológicas, Lagache
se disculpa planteando que la noción de totalidad que está utilizando tiene
tan solo un carácter operativo y no ontológico. Por último, agrega que no se
puede forzar la asimilación de hechos heterogéneos, pero tampoco se puede
descartar sistemáticamente la conciliación de investigaciones diferentes
dedicadas a los mismos problemas (Lagache, 1951a: 81).
Psicología social: conducta, grupo y campo psicológico xix
Partiendo de la base de que todo organismo se encuentra “en
situación” y que, de todas las situaciones, las sociales son las determinantes
para la constitución de la personalidad, nuestro autor llega a la conclusión
de que “no hay individuo sin grupos, ni grupos sin individuos”. La
personalidad se construye a través de la interacción con el entorno familiar,
por lo que su desarrollo puede definirse como un proceso de socialización.
En este punto aparece una doble referencia: por un lado, al interaccionismo
simbólico (aunque no de manera explícita), y por el otro, a la teoría del
campo psicológico, de Kurt Lewin. El concepto de campo psicológico
implica una representación global que integra las nociones de medio y al
organismo. Desde esta perspectiva, la conducta se definiría a partir de las
transformaciones del campo psicológico que tienen por agente al organismo.
En dicho campo, por analogía a las teorías de la electricidad y el
magnetismo, las tendencias pueden representarse como vectores de fuerzas,
y pueden tener valencias positivas o negativas. Es esta psicología
“topológica y vectorial” la que le sirve de matriz explicativa para superar la
dicotomía entre organismo y sociedad, naturaleza y cultura, desde una
perspectiva a la vez dinámica y de conjunto, compatible con su punto de
vista organísmico (Lagache, 1951b).
Si bien menciona el concepto de identificación como relevante para una
psicología colectiva, termina abogando por una psicología social a mitad de
camino entre la psicología experimental y la sociología, basada en el
concepto de motivación. De este modo, lo que “pone en movimiento” al
organismo es la motivación, un estado de disociación y de tensión
determinado por necesidades que, al estar mediatizadas por la cultura,
dejan de ser imperativos de la naturaleza. Por eso, al final de su obra,
terminará diciendo que en el fondo de los problemas humanos no está la
sexualidad, sino la lucha por el poder, “el enfrentamiento del hombre del
hombre con el hombre”. xx El psicoanálisis también tiene aquí su lugar, ya
que a Lagache le parece necesario articular los determinantes sociales con
los relativos a la historia individual. Para coordinar estos dos tipos de
explicación apela al concepto de “causalidad en red”, que toma de
Kluckhohn y Murray. Así, los patrones culturales determinarían a los
familiares y a los personales; pero, a su vez, los factores personales
incidirían sobre los roles que desempeña el individuo en los distintos
grupos y situaciones sociales.
Comentarios finales
A lo largo de este trabajo, creemos haber arrojado algunas luces sobre
una tradición propiamente francesa respecto del concepto de conducta,
vinculada a diversas problemáticas que la diferenciaron de la más conocida
tradición comportamental norteamericana. En ese sentido, la obra de Henri
Piéron nos permitió mostrar cómo, desde principios de siglo, una vertiente
de la psicología francesa situaba la conducta como objeto de la disciplina.
Sin embargo, la concebía en términos muy distintos de los empleados por el
conductismo, apartándose de él, entre otras cosas, en la consideración
otorgada a la conciencia y la fisiología. Luego, vimos cómo Daniel Lagache
se valió de los autores y las teorías más diversos para conformar un amplio
corpus de conocimientos legitimado por el “espíritu de la psicología
contemporánea”, según el cual no habría que partir de la oposición
antitética de conceptos -como hacía la psicología clásica- sino de la
interdependencia de las realidades que supuestamente les correspondían
(Lagache, 1951a: 75). Si no logró articular una teoría general de la conducta
de manera sólida y convincente, al menos no puede negarse que su proyecto
de unidad haya tenido el valor de un llamado a cerrar filas frente a la eterna
crisis de la psicología, buscando jerarquizar la disciplina y la profesión.
Llamado que, -con más entusiasmo que rigor epistemológico- fue oído por
toda una generación. xxi
Restaría ahora profundizar el estudio de estos discursos sobre la
conducta en la tradición psicológica francesa para poder analizar su
recepción en la República Argentina, que pese a parecernos evidente,
implica una tarea que aún no ha sido abordada.
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En Dagfal, A. (1998). Informe final beca de iniciación. La Plata: UNLP.
Dicha frase fue pronunciada por Piñero en una conferencia dictada en el Institut Général
Psychologique de la Sorbonne, a partir de una invitación de la Societé de Psychologie de Paris,
de la cual Piñero era miembro correspondiente extranjero. Piñero (1903). Ver también
Klappenbach (1996).
ii Dijo estas palabras en la apertura de una serie de conferencias sobre la evolución del
psiquismo dictadas entre 1907 y 1908 en la Sección de Ciencias Naturales de L´École Pratique
des Hautes Études. Fue publicada por primera vez en marzo de 1908 en la Revue du Mois, 291310. La traducción es nuestra.
*
i
La traducción es nuestra.
Citado por Ardila (1971).
v
Para el cincuentenario del Psychological Review, el famoso artículo de Watson de 1913
(Psychology as the Behaviorist Views It) encabeza la nómina de artículos considerados más
importantes en una encuesta realizada en Estados Unidos entre varios psicólogos prominentes
(Langfeld, 1943; citado por Samelson, 1981). Por otra parte, antes de caer en desgracia, Watson
también tuvo un importante papel institucional como presidente de la APA a partir de 1914.
vi El término inglés behavior se ha traducido al castellano indistintamente como conducta o como
comportamiento. En inglés existen además los vocablos conduct y comportment que, pese a tener
una significación similar no han sido utilizados en la literatura psicológica. En francés, no
obstante, existen ambos términos: comportement y conduite, aunque -finalmente- el primero ha
sido el que se ha impuesto como equivalente al de behavior (ver nota siguiente).
vii Pierre Janet, sin embargo, ya había utilizado el término conduite para hablar de ciertas formas
del comportamiento humano (como las conductas de espera, de triunfo o de fracaso) que no
excluían los llamados procesos superiores (Piéron, 1951: 57).
viii En esta concepción de la psicología (con la conducta como objeto unificado, pero con una
diversidad metodológica para abordarlo) parece apoyarse Daniel Lagache para formular su
proyecto, según veremos más adelante
ix Citado por Fraisse y Piaget (1972) 62.
x Conservamos adrede la notación original en inglés, ya que mientras que R siempre significa
response [respuesta], S puede significar tanto stimulus [estímulo] como situation [situación].
Ver Zazzo y Klineberg (1970), 24.
xi El libro -llamado justamente La unidad de la psicología-, no era más que un desarrollo de la clase
inaugural que dictara en la Sorbona en 1947, al hacerse cargo de la cátredra que había
pertenecido a Paul Guillaume (Anzieu, 1982).
xii Cabe destacar que Lagache es uno de los primeros que difunde en Francia la obra de
Goldstein, incluso con anterioridad a Merleau-Ponty y Canguilhem. Este último asistió al curso
de Lagache en la Universidad de Estrasburgo durante 1941-1942. Ver Roudinesco (1993) 219.
xiii Así dirá, en términos perfectamente piagetianos, que “toda conducta aparece como un
compromiso entre la asimilación de la realidad a los esquemas de acción preexistentes y la
adecuación de los esquemas de acción a la realidad” (Lagache, 1949b: 154).
xiv En esta “marcha hacia lo concreto”, parafraseando a Wahl, Lagache cita a Bergson, a James, a
la fenomenología, al existencialismo y al personalismo. Curiosamente, pese a la proximidad
temática, geográfica y temporal, no hay en toda su obra una sola referencia a George Politzer,
cuyo proyecto consistía precisamente en fundar una “psicología concreta”.
xv Lagache da nueva vida a esta expresión que sólo había sido utilizada por Freud al pasar, en
una carta a Fliess en 1899, pero jamás llega a conceptualizar el término. Janet, por el contrario,
hablaría de una “clínica psicológica” y la enfocaría desde el punto de vista de la conducta y las
funciones psíquicas. (Roudinesco, 1993: 219). Cabe recordar que Lagache, pese a no haber
asistido nunca a sus cursos, fue un conspicuo continuador de su tradición. Llegó a decir “en esta
primera mitad del siglo XX, Janet fue el único psicólogo francés que tuvo una doctrina”
(Lagache, 1950: 53). Por lo demás, fue George Dumas (a cuyas presentaciones de enfermos
asistía junto a sus compañeros de promoción en L’École Normale Superieure, Paul Nizan, JeanPaul Sartre y Georges Canguilhem) quien lo convenció para emprender el camino de la
psicopatología clínica (Rosenvlum, 1982: 28).
xvi Esta última operación lleva a Roudinesco a formular la siguiente apreciación: “Se diría que
un hada señaló al hombre desde la cuna para instalarlo en el terreno de los adversarios más
ilustres del psicoanálisis” (Roudinesco, 1993: 216).
xvii Se llama efecto Zeigarnik al descubrimiento realizado por la psicóloga homónima en 1927,
que consiste en que las tareas interrumpidas son mejor retenidas que las tareas concluidas
(Lagache, 1949c: 106)
xviii En este mismo sentido va su defensa del empleo clínico de los tests, que para él no son sólo
instrumentos psicométricos, sino verdaderas pruebas clínicas que permiten corroborar con un
rigor cuasi-experimental las hipótesis que se plantean desde la teoría. No está de más recordar
que era presidente honorario de la Agrupación Francesa de Rorschach desde su creación en
1950 (Anzieu, 1982: 17).
iii
iv
En 1947, Lagache funda el Instituto de Psicología Social de la Sorbona, secundado por Robert
Pagès. Allí se tradujeron por primera vez al francés obras como la de Lewin (sobre todo en lo
relativo a la formación de grupos) y la de Moscovici (representaciones sociales, etc.). (Anzieu,
1982: 21).
xx Citado por Rosenvlum, 30.
xxi Incluso para contestarlo de la manera más crítica, como lo hizo su antiguo compañero
Georges Canguilhem en 1956 (Canguilhem, 1958).
xix