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Cine, el superteatro semiotécnico, por Paloma Villanueva El cine es una situación virtualista de la semiotecnia del teatro, fundamentadas en expresiones arcaicas un tanto lineales propias de su escenografía inerte. El cine es la exageración del gesto y de la perspectiva visual de la imagen, con una actual tendencia hacia la exploración de recursos pictóricos. Con lo que no llega a jugar el teatro con demasiada fluidez es con el tiempo. Gracias al recurso fílmico, éste es efímero y tan líquido que puede ser transformado, mientras que en una tabla escénica se hace pesado y costoso, por no mencionar monótono cuando se menosprecia. El cine que imita formas teatrales es aquel que tiene un vacío y que trata de redescubrirse a sí mismo. De una expresión romántica, cine como ceniza del teatro que aún no tiene la suficiente fuerza para volar. Poco original el cine aún no ha crecido, porque no hace sino calcar sus orígenes pervirtiéndolos de alguna manera, cuando en realidad debería re-pintarlos y re-figurarlos. Paradoja de la tabla escénica. El cine sigue siendo el teatro de los infiltrados técnicos pro-fílmicos. Simplón y falto de carácter es resumir a una obra teatral por su argumento, encogiéndolo a la temática literaria, para encarcelarlo y dejarlo morir. Eso es tan tonto como decir que el Estado y los ciudadanos en armonía son democracia. Hay delito señores y en el cine es el de mitificar la historia matando la técnica y la tecnología. En este tipo de “economía” ambos productos son complementarios, y uno sin el otro no son nada. Y habría que cometer asesinatos masivos en el cine aún para que éste despierte de su letargo. La víctima, el teatro, fruto del cual el cine saldría como el asesino que a todo el mundo atrae y juzga. Eso será el cine. Toma la esencia y crea tu propia sabia. Un nuevo género queda aún por escribir, y no se llamará cine, desde luego. Así tal vez, vea una criatura en pañales que evocando imágenes pictóricas resuelva sensaciones, que es para lo que se creó la imagen estática, para contarlo todo sin necesidad de argumento lineal en una imagen, un cuadro, una parálisis temporal que adquiera vida para moverse sólo y quemar el marco que lo rodea. El cine sumerge dentro de sí, algo más que teatro por la gran riqueza de técnica y su burla temporal. Con el teatro sólo se consigue re-presentar. Aún cuando se tomaran algún día en serio eso de lo “abstracto” en las tablas, no se lograría que la mirada del público dejara de ser estática. En una sala de cine el espectador deja de ser una estaca anclada delante de personajes. Se levanta con ellos y se “mueve”. El cine se desplaza en un compendio de acciones que reafirman la elipsis, y juega a ser otras artes como la fotografía. El teatro no recurre a estos talentos, ya que carece de ellos. <<Estar en presencia de alguien es reconocer que es nuestro contemporáneo>> (André Bazin, ¿Qué es el cine?, pág.: 173). En ello basa el teatro toda su parafernalia pero el cine <<no es ya la imagen de un objeto o de un ser sino su huella>> (André Bazin, ¿Qué es el cine?, pág. 173). La burla de lo real. El teatro no le encuentra gracia a esto, porque no goza sino es “cara a cara”. El teatro es el molde que enmarca el espectador, el cine es la amoldación para el espectador. Queramos o no, la cámara con sus movimientos nos conducirá hacia aquello que queremos o no ver. En las tablas, la vista es corta y no llega más allá de las butacas. El marco en el teatro tiende a la unidad, es decir, una sola enmarcación visual: la frontal del montaje escénico. Por el contrario, el cine tiende a la pluralidad de marcos (picados, travelling...). Ésa es la parálisis física del teatro. Histrionismo es teatro. El cine es tan rico en matices que sería falto de sentido su añadidura. Desaparecen las máscaras para dar paso a una nueva semiotécnia.