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Transcript
Pobreza, capital social y ciudadanía
Claudia Serrano
Asesorías para el Desarrollo
[email protected]
En este documento se discuten los aportes y las limitaciones del capital social en la implementación de
proyectos de desarrollo dirigidos a superar pobrezas, vulnerabilidades y exclusiones. El propósito es
establecer un ámbito teórico que haga del concepto de capital social una herramienta útil para la
implementación exitosa de proyectos de desarrollo. Para poder avanzar en este cometido, será
necesario despejar, en primer lugar, la herencia teórica del concepto; establecer su utilidad desde la
perspectiva de las discusiones sobre pobreza, y definir en términos empíricos sus alcances y usos
posibles. Ése es el objetivo de este artículo, que se organiza en torno a dos secciones. La primera
discute el concepto desde una perspectiva teórica. La segunda se focaliza en el capital social
comunitario.
POTENCIALIDADES Y LIMITACIONES DEL CONCEPTO DE CAPITAL SOCIAL
Las primeras aproximaciones al concepto de capital social se encuentran en Bourdieu, a partir de su
concepto de habitus, que señala que las prácticas sociales son construcciones sociales que pueden ser
reguladas por los individuos, generando determinados códigos de preferencias y estímulos a la acción.
La acción repetida, socializada y compartida construye ámbitos de acción aceptados como válidos, por
medio de los cuales los individuos reconstruyen su espacio cultural y social (Bourdieu 1979). Al igual que
otros autores que después tomaron el concepto, al nombrar como capital los activos sociales y culturales
que poseen las personas, les asigna un contenido económico: es trabajo, pues implica tiempo e
inversión personal, puede ser acumulado y produce beneficios.
El desarrollo teórico asociado al concepto de capital social presenta notables ambigüedades y
contradicciones. Se lo ha definido por sus funciones (para qué sirve), o por sus condicionantes (qué se
requiere para que se desarrolle). Hay quienes relevan las relaciones sociales que se movilizan y quienes
destacan los resultados que se obtienen. Algunos visualizan el capital social como un stock o
acumulación de confianza y expectativas de reciprocidad, y otros como un flujo de relaciones e
intercambios. Algunos autores privilegian cuestiones de entorno o contexto que posibilitan el desarrollo
de determinadas formas de sociabilidad, mientras otros examinan las relaciones sociales propiamente
tales. Algunos otorgan un papel crucial a las reglas formales y a las instituciones, mientras otros ponen el
acento en los aspectos cognitivos asociados a la interiorización de normas y reglas informales. Algunos
afirman que se puede crear capital social, otros sostienen lo contrario. Por último, algunos visualizan el
capital social como un particular recurso al alcance de los grupos pobres, mientras otros plantean que
bien puede ser un mecanismo compensatorio que no cuestiona, y eventualmente consagra, condiciones
estructurales de desigualdad.
No obstante la amplia gama de discrepancias, es necesario consignar algunos importantes puntos de
acuerdo entre los autores: a) el capital social es un intangible, y por ello resulta difícil de medir; b) tiene
en consideración aspectos subjetivos, valóricos y culturales, tales como las expectativas, creencias y
valores respecto al otro y a las posibilidades de actuar en común; c) se asocia a los conceptos de
confianza, reciprocidad y cooperación; d) supone la noción de recursos o activos que permiten ampliar
las oportunidades; e) se encuentra enmarcado por un conjunto de reglas formales o informales, que de
ser internalizadas y repetidas, se convierten en formas variadas de institucionalidad; f) genera beneficios
individuales y sociales; g) constituye un bien público, en el sentido de que no es propiedad de nadie en
particular y que nadie puede llevárselo o manipularlo a voluntad; h) a diferencia de las otras formas
 Este documento forma parte de un proyecto sobre Integración social, pobreza y ciudadanía realizado por Asesorías para el
Desarrollo con el apoyo financiero de la Fundación Ford.
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conocidas de capital, su uso reiterado no contribuye a menguarlo o extinguirlo, sino a acrecentarlo: la
reiteración de la experiencia produce más confianza y ésta, a su vez, mayores intercambios y beneficios.
El examen de la literatura también permite apreciar que: a) no todo el capital social tiene necesariamente
efectos positivos pues existe también un capital social negativo; b) no toda acción colectiva cabe en el
concepto de capital social; c) no toda acción asociativa fortalece las virtudes cívicas; d) no cualquier
forma de institucionalidad es favorable a la expansión de las relaciones de confianza y cooperación; e)
no necesariamente la acción del Estado, aun proponiéndoselo, puede contribuir a generar capital social;
f) no necesariamente la acumulación de capital social permite superar la pobreza o mejorar la calidad de
vida. Tampoco necesariamente contribuye a mejorar los intercambios económicos y, mucho menos, a
superar problemas de desigualdad social. Por todo ello, es relevante contribuir a precisar el concepto y
delimitar su utilidad en proyectos de desarrollo.
Capital social desde el punto de vista de la teoría de acción racional
Coleman aborda el tema del capital social desde la teoría de la acción racional. Señala que el individuo
se comprometerá en acciones asociativas o colectivas porque ellas reportan un beneficio concreto para
él. En su cálculo mental, es mayor la ganancia que el costo de colaborar, aun si con ello permite que
algunos “free riders” se beneficien de los resultados sin haber realizado los mismos compromisos.
Coincidiendo con la mayoría de los autores, sostiene que la cercanía, la confianza, la estabilidad y la
reiteración de las relaciones sociales contribuyen a la generación y mantenimiento del capital social
(Coleman 1990).
El valor del concepto de capital social radica en que permite identificar algunos aspectos de la estructura
social, por su función de articular recursos que pueden ser usados para realizar los intereses de los
actores. Coleman distingue seis formas de capital social: i) las obligaciones y expectativas, ligadas a la
reciprocidad, la confianza y la extensión de las obligaciones contraídas; ii) la información, que provee
una base para la acción; iii) las normas y sanciones efectivas que facilitan o inhiben ciertas acciones; iv)
las relaciones de autoridad que se establecen con determinados líderes; v) la apropiación por parte de la
organización social, que le permite utilizar el capital social disponible para usos no previstos
originalmente; vi) la organización intencionada de determinados actores, que se proponen recibir un
retorno de esa inversión.
Sin embargo, al definir el capital social por la función que cumple respecto a los beneficios que los
individuos insertos en la estructura social derivarán de él, se llega a afirmaciones tautológicas. Como
resalta Portes (1998), el capital social está determinado por la posición en la estructura social, lo mismo
que los beneficios que se pueden obtener de esa posición y las relaciones sociales que le están
asociadas.
También desde la perspectiva de la acción racional, Portes afirma que el capital social es la habilidad
para asegurar beneficios a través de la pertenencia a redes y otras estructuras sociales. Según este
autor, existen dos tipos de motivaciones para la acción asociativa: una consumatoria, la otra
instrumental. La primera se refiere a valores internalizados que se expresan como ámbitos de
solidaridad. La segunda, a relaciones de intercambio y reciprocidad, que pueden incluso llegar a asumir
la forma de una confianza forzada. La reciprocidad es la expectativa de que en el futuro habrá devolución
o recompensa; la confianza forzada se refiere a la capacidad sancionadora del grupo. Aquí, a diferencia
del intercambio por reciprocidad, la expectativa no está en la "devuelta de mano", sino en la inserción de
ambos actores en una misma y común estructura social, con su respectiva red de normas y reglas.
Los beneficios que derivan del capital social
Se atribuyen al capital social tres resultados beneficiosos. En primer lugar, mejorar el posicionamiento y
el campo de posibilidades y acceso a recursos de diferente tipo para cada uno de los individuos que
participan de relaciones sociales, lo que permitirá actuar en relación con la posición que ocupan al
interior de la estructura social.
Segundo, se atribuye al capital social el papel de goma o pegamento que actúa como base social y
cultural de los intercambios económicos, facilitando que las personas emprendan proyectos en común
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sobre la base de normas compartidas y expectativas no defraudadas respecto del comportamiento del
otro. De este modo, el capital social favorece el desarrollo económico.1
Tercero, se afirma que el capital social favorece las virtudes cívicas y estimula el interés por los asuntos
públicos. Por ejemplo, Fukuyama supone que un abundante stock de capital social produce una
sociedad densa, la que a su vez es necesaria para una democracia liberal, dado que la sociedad civil
sirve para balancear el poder del Estado (Fukuyama 2001). Putnam sostiene que el interés por participar
junto a otros en actividades asociativas genera como resultado no premeditado el interés de instalar
comportamientos altruistas, conductas asociadas al interés colectivo y la inhibición de comportamientos
oportunistas. Sin embargo, la gente no actúa sólo por interés personal o por altruismo, sino por una
combinación de motivaciones instrumentales y una necesidad de compartir (Upoff 2000).
En el conjunto de estos beneficios o activos, el papel del factor cívico y político es central; y ello porque
la generación de capital social no es un resultado fácil y automático en un contexto social en que
imperan las leyes de mercado, que estimulan la competencia y no la solidaridad. El aumento de las
desigualdades va de la mano de la erosión de las identidades culturales, la confianza y el capital social.
La forma ciudadana en que se puede ejercer la participación se transforma en un factor clave. Cuando la
participación se hace aleatoria y cada grupo social no puede ejercer control democrático sobre las
decisiones que los afectan, el capital social se empobrece (Rist 1999). El capital social tiene efectos
positivos en el área económica y cultural, pero lo que permite que esos beneficios no sean un pequeño
ajuste marginal, que incluso legitime su posición desigual, tiene que ver con el acceso a mayores cuotas
de poder y ciudadanía.
No obstante las bondades que se han asociado al concepto de capital social, existe también una lectura
menos auspiciosa sobre el rol del capital social; ésta señala que en situaciones de crisis no
necesariamente se activa la solidaridad, sino que también ella puede deteriorarse. Además, se observa
que la pobreza no sólo genera cooperación; también es causa de desconfianza, conflicto, temor,
inseguridad y aislamiento, por lo que incontables grupos humanos que comparten su existencia en
territorios de proximidad no logran armar redes de cooperación.
Las críticas más radicales señalan que el léxico “bonachón” del capital social conduce a ignorar
conflictos estructurales que están en el origen de los conflictos sociales. Se lo considera un enfoque
reduccionista presentado en un leguaje no amenazante de confianza, redes, reciprocidad y asociaciones.
Quedan fuera nociones más ligadas al conflicto, tales como poder, clase, género o etnia (Mohan y
Stokke 2000).
Capital social como stock o como flujo
La distinción respecto de si el capital social es un stock o un flujo tiene una implicancia práctica, pues
incide en la implementación de proyectos de desarrollo orientados a potenciar el capital social. Quienes
lo ven como un stock advierten enormes dificultades, cuando no la imposibilidad, de crear capital social.
Quienes lo ven como un flujo sostienen que puede generarse o, al menos, pueden instalarse las
condiciones que lo hagan posible, con resultados positivos en un tiempo no lejano.
Entendido como un stock, el capital social es consecuencia de una larga acumulación cultural e histórica
que se gesta a lo largo de los años y que constituye un acervo que está introyectado en las conciencias
(Putnam 1994; Fukuyama 2001). Para estos autores, lo más importante en la definición del capital social
es la confianza, la reciprocidad y las normas que garantizan relaciones sociales de cooperación
beneficiosas para todas las partes. Hablan de una tradición histórica y de una forma de relacionamiento
social basada en confianzas profundamente enraizadas en la historia de los pueblos. Señalan, por tanto,
que es casi imposible crearlo, aunque advierten que es posible gastarlo o “descapitalizarlo”, como hace
Putnam al analizar la sociedad americana en su artículo “Jugando a los bolos a solas” (Bowling alone,
1995).
1
Sin embargo, así como autores como Putnam no dudan en atribuir al capital social resultados exitosos en materia económica,
otros autores señalan que no existe ninguna prueba contundente al respecto. Más aún, afirman que la lógica competitiva del
mercado constituiría una permanente amenaza de erosión del capital social de una sociedad, pues lejos de estimular la solidaridad
y la cooperación, estimula competencia.
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Distinto es el caso de los autores para quienes el capital social no es el conjunto valórico que facilita las
relaciones de intercambio y reciprocidad, sino las relaciones mismas y sus resultados o beneficios.
Consideran el capital social como un flujo, en el contexto de procesos sociales influidos por el entorno y
sobre los cuales las personas tienen un ámbito de acción posible. El énfasis recae sobre los beneficios, y
se entiende la confianza y las normas como factores facilitadores de capital social. Ellas abren un
espacio para apoyar la instalación de conductas cuyos resultados positivos, sumados a la experiencia
repetida de confianza, facilitan la interacción y abren una oportunidad de implementar acciones que
contribuyan a la construcción del tipo de relaciones sociales que genera capital social (Durston 2001).
Capital social y redes sociales
Un tema extensamente desarrollado en estudios de estratificación y movilidad social es el de la
pertenencia a redes sociales. Se distinguen las redes de tipo primario, caracterizadas por relaciones de
extrema cercanía, afecto y parentesco, versus relaciones entre grupos de personas ligadas por intereses
o experiencias comunes que no tienen tan alto grado de cercanía. Las primeras son de lazos fuertes, y el
mayor ejemplo es la familia. Las segundas son de lazos débiles. Se trata de personas extrañas entre sí
que desarrollan capacidades de actuar en común, inspiradas en la confianza mutua y expectativas de
reciprocidad (Granovetter, Espinoza, Lin).
Lin (2001) afirma que el capital social consiste en recursos valiosos incrustados en estructuras sociales
que usualmente forman jerarquías piramidales (distribución de recursos, número de posiciones en la red,
niveles de autoridad y número de ocupantes). Mientras más alto el nivel en la jerarquía, mayor
concentración de recursos, menor el número de ocupantes, más altos niveles de autoridad y menor
número de posiciones. Aquellos en mejor posición social tendrán ventajas en acceder y movilizar lazos
sociales.
Señala, como otros autores, que la motivación a la participación en redes tiene que ver con mantener o
acrecentar los recursos disponibles, e indica que estos recursos son de tres tipos: bienestar (logros
económicos), poder (logros políticos) y reputación (logros sociales). Cuando se trata de mantener los
recursos existentes, habla de acciones de tipo expresivo; cuando se trata de acrecentar, de acciones de
tipo instrumental.
Siendo desigual la distribución de los recursos, los individuos podrán atraer una mayor cantidad de ellos
de las relaciones sociales más lejanas, puesto que las más cercanas están, desde la partida, a su
alcance. De ahí la conveniencia de reforzar los lazos débiles (Espinoza 1998). Los autores desarrollan,
además, la figura de puentes que permiten unir redes de lazos fuertes con redes de lazos débiles en un
plano horizontal, o con redes de lazos débiles —las que manejan más contactos o recursos— en un
plano vertical. Mientras más cercanas a un puente se sitúen las posiciones de los individuos, mejor será
su accesibilidad a capital social para acciones instrumentales.
Un puente social se podría definir como un link entre dos actores individuales que participan en distintos
colectivos, es decir, como un nexo entre dos grupos sociales que no estarían unidos si no fuera por ese
vínculo.
En términos de política social, las conclusiones van por el lado de fortalecer aquella asociatividad que
amplíe los contactos de los grupos, reforzando así el tramado social y la red de vínculos, en oposición a
la idea de impulsar el surgimiento aislado y fragmentado de organizaciones. Ello implicará mayores
relaciones, mayores conocimientos, una ampliación del contexto cultural y social, más información y
mayor acercamiento a mundos o espacios distantes del propio.
Woolcock, por ejemplo, al analizar el capital social que se sitúa en el nivel microsocial, destaca que en el
ámbito intracomunitario, el principio de la acción colectiva es de integración y sinergia. Pero, por muy
valioso que éste sea, no es suficiente si no implica apertura a mayores contactos e intercambios; es
decir, si no tiene un correlato de intercambios con un nivel extra comunitario, que se refiere a la
construcción de un tramado de lazos entre diferentes organizaciones y grupos cuyo principio es de
encadenamiento (linkage) (Woolcock 1998).
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Normas e institucionalidad
Diversos autores distinguen como capital social, reglas y códigos más y menos formalizados, ubicados
en los distintos niveles de la sociedad: macro, meso y microsocial. Las reglas actúan como preceptos
institucionalizados que inciden sobre la cantidad y calidad de las relaciones sociales que están en la
base del capital social y tienen un impacto directo y significativo sobre la calidad de estas relaciones, la
acumulación de confianza y las expectativas de reciprocidad.
El tema institucional y normativo tiene una mirada macro: la institucionalidad de la nación, la legislación,
el régimen de gobierno y las políticas públicas. También incluye a las instituciones privadas y su conjunto
de valores y códigos morales. Entre ellas podemos mencionar instituciones como la Iglesia, la educación
superior, los medios de comunicación y grandes corporaciones emblemáticas (grupos empresariales, los
artistas, los intelectuales, etc.). El tramado de estos mundos institucionales influye en la configuración
concreta del capital social en el nivel micro. Incluso puede afirmarse que tiene una influencia
determinante y que no es posible comprender ni analizar el capital social sin examinar el entorno
institucional que lo rodea. No obstante, eso no implica que, a escala macrosocial, este tramado
constituya capital social, puesto que el capital social debe definirse por los recursos que genera y no por
su funcionamiento normativo, como se expone más adelante.
En el nivel mesosocial, al tramado institucional le corresponde actuar como una instancia que amplifica
las redes y contactos que emanan de las relaciones sociales. En este nivel hay un importante conjunto
de actores y agentes que juegan un papel clave en el proceso organizativo asociado al capital social.
Turner (2000) distingue dos tipos de unidades corporativas de índole mesosocial: a) unidades
organizacionales tales como empresas, grupos de voluntarios, agencias gubernamentales y otros; y b)
unidades espaciales tales como ciudades, localidades y regiones. Ambas unidades constituyen tanto una
base de posibles intercambios como un ámbito de pertenencia y escala de acción que posibilita las
relaciones sociales que redundan en capital social.
El nivel microsocial es aquel donde se genera y construye el capital social. Aquí la operación de normas
y reglas, procedimientos e institucionalidad inciden de manera cierta para que la relación asociativa
efectivamente redunde en capital social.
Las normas tienen relación con aspectos cognitivos y subjetivos, y pueden llegar a operar como sólidos
preceptos y convenciones morales que autorizan o inhiben determinadas conductas.
El paso de las normas a la construcción de cultura institucional es el siguiente: llega un momento en que
las normas se constituyen en una configuración institucional que trasciende el sentimiento de
autorización o penalización de determinadas acciones. Este paso desde la norma interior al
comportamiento repetido, a la instalación de una cultura institucional, es determinante en el desarrollo
del capital social, particularmente cuando se está pensando en el capital social comunitario o ligado a
sectores pobres. Este paso evita que el capital se desperfile en una multiplicidad de experiencias
grupales o individuales, o que al cabo del tiempo se torne vulnerable a factores de entorno. En otras
palabras, si la experiencia asociativa se expande y alcanza cierto grado de institucionalidad, explicita sus
reglas de operación y contribuye a la generación de una cultura institucional, los resultados positivos de
la asociatividad y los intercambios basados en la confianza tenderán a consolidarse (Durston 1999).
Capital social y pobreza
El vínculo entre capital social y pobreza se ha desarrollado en el marco de una doble preocupación: por
un lado, la creciente constatación de que la pobreza no es sólo un asunto de carencias materiales; por
otro, la prioridad que los organismos multilaterales han comenzado a otorgar al concepto de activos de
los grupos pobres para superar su condición o para evitar caer en situaciones de mayor vulnerabilidad
(Moser 1996; Banco Interamericano 1999; Banco Mundial 2000; Rabotnikof 1999).
Se reconoce crecientemente la urgencia de incluir en el tratamiento de la pobreza sus dimensiones no
materiales. Éstas suelen venir aparejadas a situaciones de carencias de ingreso e insatisfacción de
necesidades básicas, tales como la identidad y pertenencia grupal, la memoria y la dignidad, la confianza
en las capacidades de emprender acciones, tener opinión y poder expresarla, y tener expectativas. En
pocas palabras, no sólo ser víctima de los acontecimientos positivos y negativos de la vida, sino también
visualizar alternativas de acción.
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La literatura sobre el tema destaca que los pobres poseen un bagaje de recursos con los cuales hacen
frente a su situación de vida. Éstos son los llamados activos, concepto que pretende ir más allá del factor
ingresos y necesidades básicas insatisfechas como criterios que determinan la condición de pobreza.
Los ingresos son un factor clave de los activos de los pobres, pero ellos dependen de otros factores y
combinación de factores que determinarán finalmente cómo le irá a una familia, qué posición social y
económica logrará alcanzar. Por ejemplo, el nivel de escolaridad de los padres, la disposición o
propiedad de algún bien material, el número de miembros del hogar y la participación en organizaciones
y redes son factores que inciden sobre el nivel socioeconómico de la familia.
El ingreso, desde esta perspectiva, es una variable dependiente de un conjunto de otras variables o
conjuntos de activos. El ingreso es una función de la combinación de cuatro elementos que poseen las
personas y que las facultan para enfrentar mejor o peor su condición de vida. Éstos son: a) el acervo de
activos generadores de ingreso que posee cada persona, entre los que se cuentan los ingresos
derivados del mercado de trabajo y las transferencias o subsidios monetarios; b) la propensión (o tasa)
en que utilizan dichos activos para producir ingresos; c) el valor de mercado de dichos activos
generadores de ingresos; y d) las transferencias y legados independientes de los activos generadores de
ingresos mencionados en a), por ejemplo herencias o donaciones (Attanasio y Székely 1999).
Estos autores distinguen tres tipos de activos: capital humano, entendido como el conocimiento y
destrezas que pueden acumular personas, y que habitualmente se asocia a educación y capacitación;
capital físico, que se refiere al valor monetario de cualquier forma de activo financiero que posea la
familia, como la propiedad de la vivienda, un vehículo, equipamiento, etc.; y el capital social que,
adoptando las definiciones de Putnam, se asocia a las normas y redes sociales que facilitan la acción
colectiva entre las personas.
Una definición posible
A partir de la discusión que se ha planteado hasta aquí, en esta sección se aventura una definición que
tiene una sola novedad respecto de tantas planteadas en la literatura: reúne de manera más explícita las
relaciones sociales y la generación de activos.
El capital social es el conjunto de activos que obtienen las personas por participar en forma espontánea y
colaborativa en organizaciones o colectivos en los que comparten propósitos comunes, y que se
encuentran regulados por normas implícitas o explícitas de cooperación. El capital social se genera en
relaciones de proximidad y horizontalidad. Los activos que constituyen capital social emanan de
relaciones sociales basadas en la confianza, cooperación y reciprocidad. Estos activos son de beneficio
directo para los participantes, para la comunidad y para la sociedad en su conjunto, y pueden
organizarse en tres tipos: económicos y materiales, los que permiten acceso a mejores niveles de
bienestar; sociales y culturales, los que generan beneficios en el ámbito de la integración social; y
políticos y cívicos, los que colaboran a alcanzar mayores de cuotas de poder e influencia social. Estos
beneficios se exponen en un cuadro en cuya elaboración se ha tenido especial cuidado de no caer en
formulaciones tautológicas del tipo “la cooperación o la confianza (bases del capital social) contribuyen a
generar confianza o cooperación”.
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BENEFICIOS DEL CAPITAL SOCIAL
Tipo de
activos o
beneficios
Bienestar
Beneficios
económicos y
materiales
Integración
social
Beneficios
sociales y
culturales
Poder e
influencia
social
Beneficios
políticos y
cívicos
Individuales
Comunitarios
Societales
 Acceso a información
útil en el plano laboral.
 Acceso a activos
económicos (vivienda,
equipamiento, ámbito).
 Préstamos informales
de dinero o sistemas
informales de crédito.
 Acceso a iniciativas
productivas colectivas.
 Intercambio de bienes
y enseres.
 Reconocimiento y
aceptación social.
 Desarrollo personal.
 Ampliación del mundo
de referencia.
 Conocimiento e
información.
 Sentimientos de
utilidad y valoración
personal.
 Adquisición y
realización de
destrezas y aptitudes.
 Oportunidades de
opinar e influir.
 Ejercicio del derecho a
petición y reclamo.
 Derecho y ejercicio de
voz pública.
 Disposición a participar
en iniciativas de interés
público.
 Incremento del desarrollo
económico-social de la comunidad
consecuencia de nuevos
emprendimientos colectivos.
 Desarrollo de proyectos
comunitarios.
 Mayor sustentabilidad de los
proyectos.
 Mayor atracción de recursos
económicos y materiales.
 Incremento de los
intercambios y
emprendimientos.
 Contribución al desarrollo
económico.
 Generación clusters
productivos.
 Fortalecimiento de la vida social y
comunitaria.
 Acceso a servicios colectivos.
 Mayor cohesión grupal.
 Fortalecimiento de la identidad
comunitaria.
 Mejoramiento de la calidad
de los vínculos sociales.
 Estímulo a la creatividad y
emprendimientos sociales.
 Protección frente a riesgos
de fractura social.
 Instalación de sentimientos
de respeto y solidaridad.
 Mayor capacidad de coordinación
de diferentes agentes.
 Mayor capacidad de diálogo,
negociación y de generar acuerdos.
 Mayor interacción con el aparato
público y con otros agentes.
 Mejoramiento de la capacidad de
propuesta e intervención.
 Impulso a virtudes cívicas.
 Fortalecimiento de la
ciudadanía activa.
 Mejor relación entre la
ciudadanía y el aparato
público.
 Fortalecimiento de la
capacidad de control
ciudadano de la acción del
Estado.
 Mejor coordinación
público-privado.
CAPITAL SOCIAL COMUNITARIO
Como se ha señalado, el principal interés de este documento es discutir las potencialidades y
limitaciones del concepto de capital social desde la perspectiva de los proyectos de desarrollo con
sectores pobres, lo que nos lleva a problematizar sobre la idea de capital social comunitario. Si bien este
trabajo asume que existe una enorme potencialidad teórica y empírica en el concepto, es necesario
reconocer que presenta riesgos de simplificaciones y voluntarismos. Por ejemplo, no todo
comportamiento asociativo implica capital social, no todo proyecto de desarrollo potencia los recursos
existentes en las relaciones de una comunidad, ni en toda circunstancia el capital social es positivo para
la trayectoria y oportunidades de determinados grupos sociales.
Los problemas de incertidumbre, pérdida de sentido y amenaza de fractura social que se instalan en la
sociedad globalizada operan con particular fuerza en el mundo popular. Existen riesgos de exclusión
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social, poca solidez de los lazos sociales, ya sea los del mundo de trabajo, los de las relaciones
interpersonales o los asociados a la ciudadanía y al Estado. Hay pérdida de sentido, aparecen
sentimientos de vulnerabilidad, fragilidad e inestabilidad, y se espera de las políticas sociales que ayuden
a recomponer los lazos sociales deteriorados y a recrear vínculos (Merklen 2000).
El ámbito de acción que tienen las personas para administrar sus oportunidades se ve disminuido y
fragilizado. Los caminos conocidos de incorporación a la sociedad y el progreso, como el trabajo estable,
la educación y el esfuerzo personal, ya no constituyen certezas. Más bien, se abre espacio a
comportamientos oportunistas o estratégicos para actuar en el margen de la institucionalidad y la
legalidad y plantearse como un pillo o un “buscavidas” que se las arregla para salir adelante (Márquez
2001).
Es en este contexto poco esperanzador que corresponde interrogarse respecto de los aportes y
limitaciones del capital social como acopio de activos que influirán sobre las oportunidades de los más
pobres, y sobre las posibilidades de éxito que se abren a los proyectos de desarrollo al considerar el
tramado de relaciones sociales locales y sus potencialidades.
Una autora pionera en poner el acento sobre los activos de los pobres, y entre ellos los relacionados con
la red de relaciones sociales, es Moser (1996). Entre los activos que poseen las familias pobres
enumera: a) la mano de obra que permite la generación de ingresos; b) la infraestructura social y
económica que constituye el contexto en el cual la familia organiza su vida; c) la vivienda, su propiedad,
tamaño, materialidad, etc., todos factores que permiten enfrentar decisiones tales como acoger a nuevos
miembros allegados en el terreno o la casa, disponer de espacio para actividades productivas, alquilar o
vender todo o parte, etc.; d) las relaciones familiares, composición y estructura del hogar, edad de los
miembros, etc.; e) el capital social, esto es, la confianza, redes de reciprocidad y normas, las que
constituyen el principal activo para la disminución de la vulnerabilidad y aumento de las oportunidades.
Las redes son siempre importantes en el proceso de consolidación de las familias y comunidades y en la
forma como éstas van configurando su red de relaciones y ámbitos de intercambio, lo que contribuye a
construir su mapa de oportunidades.
Otra variable clave en políticas sociales y de superación de pobreza es el capital humano que atribuye a
la educación un rol central como palanca que permite acceder a mayores oportunidades. Sin embargo,
no es la educación per se sino al relacionarse capital humano y capital social y cultural lo que amplía las
oportunidades. El contexto familiar, cultural y de entorno opera como un catalizador de los esfuerzos de
las políticas públicas por hacer de la educación un factor del progreso de los más pobres (Bourdieu
2001).
El llamado a la recuperación del valor de la participación ciudadana en un proyecto colectivo sentido
como propio parece un camino insustituible para garantizar una convivencia con dignidad y
oportunidades. Sin embargo, este camino no puede ser sólo el camino de los destinados a ser
perdedores en el modelo de competencia global. No debe entenderse el capital social como el refugio de
los pobres.
La construcción de redes de relaciones sociales cara a cara, basadas en la confianza y de las cuales
deriven beneficios de diverso tipo constituye una oportunidad, siempre que las redes operen en
estructuras cada vez más abiertas y comunicantes, y no excluyentes. Las redes deben involucrar a
diferentes actores capaces de compartir propósitos, sin que ello implique que sus posiciones sociales y
valóricas al interior de la red deban ser similares. Diversos autores nos han advertido sobre la relevancia,
en un mundo global, de las identidades. Estas identidades cobran sentido en la capacidad de interactuar
con otras en un espacio donde el diálogo y la construcción del discurso sean posibles: un espacio de
construcción política.
Las redes no pueden ignorar su papel en la distribución social del poder y la influencia social, pues bien
pueden contribuir a mantener el statu quo. Las redes, desde la perspectiva de los estudios de pobreza y
desarrollo, se entienden como un mecanismo que puede alterar la distribución social de las
oportunidades en beneficio de los más pobres. No están para mejor vivir en la estructura social que se
impone por nacimiento, sino para modificar la distribución de las oportunidades, a pesar y a sabiendas
de que son enormes las dificultades para evidenciar procesos de movilidad social vertical desde las
posiciones menos favorecidas hacia arriba.
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Pero también porque se tiene conciencia de la dificultad de avanzar en la jerarquía social, se abren
nuevas esperanzas y posibilidades en el juego de posiciones en el ámbito horizontal, en el que hay
amplios espacios para interpelar las estructuras existentes.
La propuesta del concepto de capital social es que puede aportar en la tarea del desarrollo social, pero
que esto no puede ser un ejercicio alejado de la participación y la ciudadanía. En secciones precedentes
de este documento se ha discutido el estatus teórico del concepto de capital social, en un intento por
superar el riesgo de definiciones tautológicas y facilitar un análisis que permita comprender a la vez la
acción de los individuos en la relación social, y el ámbito de la estructura social en que ella ocurre. Los
desafíos prácticos y empíricos que se abordan a continuación se refieren a las siguientes interrogantes:
¿es posible crear capital social?; ¿constituye el capital social una respuesta o alternativa a lo que se ha
denominado sociedad de riesgo?; ¿es efectivo que el capital social es portador de los beneficios
individuales, comunitarios y sociales que se han enunciado?; ¿en qué condiciones y bajo qué
circunstancias se expande el capital social?; ¿colabora a ampliar efectivamente las oportunidades de los
sectores más pobres de la sociedad?; ¿cómo se puede medir y ponderar la calidad del capital social de
una comunidad o de la sociedad en general? La revisión de la literatura ayuda a responder algunas de
estas preguntas.
El capital social es beneficioso, aunque tiende a proponer escenarios que minimizan el conflicto
Autores como Ostrom, Klisberg y Durston, entre otros, señalan que el capital social, al poner el acento
sobre estructuras de relaciones sociales incrustadas en la vida comunitaria, basadas en la confianza,
solidaridad y cooperación, aportan a la construcción de tejido social, el fortalecimiento de la democracia,
y la relación entre la ciudadanía y los esfuerzos públicos en materia de pobreza e integración social.
Sin embargo, existe también una lectura menos positiva, según la cual los proyectos de desarrollo, en
particular los apoyados por el Banco Mundial y el BID, tienden a construir escenarios funcionales y no
conflictivos al llevar los enunciados generales a la operación concreta de los proyectos. Parece
reforzarse la idea de que el capital social equivale a valores comunitarios, con un fuerte sentido de
integración normativa, el que bien puede expresar una interpretación conservadora de la noción de
sociedad civil y de vida pública.
El capital social contribuye a alcanzar resultados positivos en proyectos locales de desarrollo
La existencia de capital social incide sobre los resultados que alcanzan los proyectos de desarrollo. Un
estudio orientado a determinar resultados económicos de pequeñas unidades productivas campesinas
detecta que en todos los casos en que hubo un desempeño económico exitoso, se trata de
organizaciones que parten con una importante dotación de capital social, ya sea entre el conjunto de los
socios o, al menos, en el núcleo dirigente en el caso de aquellas con un gran número de socios
(Verdegué 2000).
Es más posible registrar los beneficios materiales y sociales del capital social que los de orden
político institucional
Diversos proyectos analizados desde la perspectiva del capital social contribuyen a demostrar que los
resultados beneficiosos se reflejan en una dimensión individual y comunitaria; también que los logros
tienen relación con ámbitos económicos y sociales, pero que son débiles desde la perspectiva de
fortalecimiento de la ciudadanía. No se observan resultados en el ámbito societal ni se acumulan logros
en el ámbito ciudadano. A escala micro, esto tiene relación con la sustentabilidad y proyecciones en el
tiempo del empoderamiento conseguido mediante iniciativas de desarrollo. En el nivel macro, existe
preocupación por el efectivo impacto de estos aprendizajes microsociales en la sociedad.
Desde la perspectiva micro, excepto las experiencias que logran construir institucionalidad, como en el
caso de los Presupuestos Participativos de Porto Alegre, no sabemos cuál será el derrotero de iniciativas
exitosas pero protegidas que están en curso. Por ejemplo, en la comuna de Tirúa, VIII Región (Chile), se
realizó el año 1998 un notable proceso de planificación comunal participativa; este proceso derivó en un
plan de desarrollo profundamente compartido por una comunidad, que tenía la peculiaridad de tomar
como punto de partida su identidad indígena (Raczynski y Serrano 1999). A poco andar, ese plan fue
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olvidado y el proceso vivido derivó en otras iniciativas, pero perdió el espacio institucional que había
conquistado como instrumento de planificación municipal.
Desde la mirada macro, no existe ninguna evidencia que permita suponer que la agregación de
pequeñas experiencias y proyectos consiga modificar un ánimo social de desconfianza profusamente
diagnosticado por los estudios del PNUD y la Encuesta Mundial de Valores. Un desafío urgente es
buscar mecanismos de vinculación, de ida y vuelta, de lo micro a lo macro, donde las experiencias
individuales y comunitarias puedan aportar a la construcción colectiva de sociedad.
Se puede apoyar el desarrollo de capital social
No es fácil construir el capital social mediante intervenciones externas (Ostrom 2000). Sin embargo, es
posible. En un estudio realizado en la comunidad de Chiquimula, Guatemala, Durston comprueba que es
posible crear capital social. Cuestiona a Putnam, quien sostiene que las normas culturales de
desconfianza y dependencia son rígidas tradiciones que resisten al cambio estructural de las
instituciones formales. En el caso estudiado, los campesinos mostraron tener un amplio repertorio
cultural de normas alternativas (Durston 1999).
A la vez, Putnam argumenta en contra de la construcción rápida del capital social, sosteniendo que los
sistemas sociales acívicos tienden siempre hacia un equilibrio negativo de un alto grado de desconfianza
y egoísmo. Durston afirma que los sistemas económicos y socioculturales pueden evolucionar en forma
paralela. En primer lugar, la dependencia de la trayectoria acívica sólo se mantiene hasta que el sistema
recibe nuevos inputs y se abren nuevas alternativas. En segundo término, se observa la participación de
numerosos agentes que interactúan tanto en términos de colaboración como de competencia, lo que
modifica las expectativas y los arreglos institucionales.
COMENTARIO FINAL
Es difícil generar capital social, por las dificultades que presenta modificar las creencias y valores de las
personas respecto de las bondades de participar en colectivos de acción cooperativa. Otra dificultad
asociada a la creación de capital social tiene relación con el imperativo de que éste efectivamente
contribuya a expandir los activos de los pobres en un sentido material, social y cívico.
A la hora de tomar decisiones sobre proyectos de desarrollo, se deberá tener en consideración la
alternativa de intervenir en áreas donde existe, aunque incipiente, capital social, lo que contribuirá a
potenciar los posibles impactos del proyecto; y en áreas donde no hay redes de confianza ni
organización alguna. También será conveniente tener en consideración que las normas de confianza y
reciprocidad que se van instalando como consecuencia de un proyecto comunitario, tienen mayores
posibilidades de permanecer en el tiempo cuando generan cultura institucional e instalan procedimientos
y formas conocidas de actuar en colectivo.
Si bien no es fácil crear capital social donde no existe, es posible intervenir para generar la oportunidad
de que éste se expanda. Esto presenta particulares desafíos de tiempo, modalidad de intervención y rol
de los agentes participantes en la línea de una gestión participativa, con acuerdos conocidos y
compartidos y con claridad respecto de qué se espera de cada uno, y lo que cada uno a su vez espera
recibir como beneficio.
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