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¿Qué hay en un nombre? La Academia Colombiana de Historia y el estudio de los objetos arqueológicos Resumen El estudio de las antigüedades fue una materia central en la institucionalización de la Academia Colombiana de Historia. Con base en el análisis de los textos publicados en el Boletín de Historia y Antigüedades entre 1902 y 1943, y algunos escritos de precursores y miembros prominentes de la Academia, mi investigación se pregunta por la validación institucional y epistemológica de la pregunta por los objetos arqueológicos en el pensamiento colombiano. La conclusión señala cuál era la configuración de la disposición estética que orientaba la interpretación letrada de la cultura material indígena antes de la institucionalización de la Antropología en el país. Palabras claves: cultura material, historia de la antropología colombiana, disposición estética. 1 En los diferentes procesos de institucionalización de la Antropología en Colombia, la subdivisión de los cuatro campos de la antropología estadounidense terminó siendo la privilegiada para distribuir la producción intelectual de la disciplina. Pese a la definitiva influencia de la tradición francesa, dirigida por Paul Rivet en la fundación del Instituto Etnológico Nacional (IEN) y aplaudida por una élite ampliamente francófila en el marco de la República Liberal, el modelo adoptado por los primeros departamentos de Antropología, en la Universidad Nacional de Colombia y en la Universidad de los Andes, hicieron la conocida división disciplinar en Arqueología, Lingüística, Antropología sociocultural y Antropología biológica y física1. Les siguieron la Universidad del Cauca y la Universidad de Antioquia y solo hasta hace unos años el modelo de los cuatro campos perdió su monopolio en la educación de los antropólogos colombianos con los programas de pregrado de la Pontificia Universidad Javeriana, el ICESI, la Universidad del Magdalena y la Universidad del Rosario. La aparición de estos nuevos programas de antropología plantea un interrogante importante, en términos intelectuales y políticos, a la práctica de la disciplina en la actualidad. No con menor urgencia, la historia de las ciencias sociales colombianas se ve claramente interpelada puesto que debe analizar el sentido de esa subdivisión, las razones por las cuales un modelo de institucionalización de la Antropología tuvo lugar eliminando otras posibilidades y las implicaciones de esta partición para el pensamiento social nacional. Lejos de ofrecer un tratamiento a la primera cuestión, a la situación actual de la disciplina y a la defensa o al ataque del modelo de los cuatro campos en la antropología colombiana, el propósito de este artículo es contribuir a la reconstrucción del lugar de uno de esos campos: la Arqueología. Las ciencias sociales alcanzaron en el país un grado de institucionalización, fortalecimiento y renovación mediante la formación de una academia local en la Escuela Normal Superior entre 1936 y 1952 2 . En la distribución del trabajo intelectual, no cabe duda de que la Antropología fue designada como la responsable de dirigir las investigaciones científicas sobre el indígena colombiano3. La misión de esta disciplina en el marco de la República Liberal era ofrecer un conocimiento verdadero sobre los “primitivos” colombianos antes de su desaparición; incluso, la pertinencia política de la disciplina era dictaminar las procedimientos menos perjudiciales para facilitar la integración de esas poblaciones al progreso de la nación4. La fundación del Servicio Arqueológico Nacional en 1935, bajo la dirección ininterrumpida de Gregorio Hernández de Alba hasta 1947, constituye un hito en la historiografía de la antropología colombiana. Aún así, afirmar que “[c]on la creación del Servicio Arqueológico se da el primer reconocimiento institucional a la antropología y 1 Milciades Chaves, Trayectoria de la antropología colombiana. De la Revolución en Marcha al Frente Nacional (Bogotá: COLCIENCIAS, 1986). 2 Germán Colmenares, Ensayos sobre historiografía (Bogotá: Tercer Mundo; Universidad del Valle; Banco de la República; COLCIENCIAS, 1997), 98. 3 Luis Duque Gómez, “Notas sobre la historia...”; Roberto Pineda Giraldo, “La antropología...”, 4 Marcela Echeverri, “El proceso de profesionalización...”. 2 arqueología” 5 implica desconocer varios eventos de importancia en la producción de conocimiento antropológico en el país. Los pioneros de la antropología colombiana no dudaron en aseverar que el campo de la investigación etnológica era novedoso, inexplorado y desconocido en el país, y que hasta la fundación del IEN este trabajo había sido llevado a cabo por un grupo de aficionados sin la suficiente y correcta formación intelectual6. Sin embargo, este tipo de afirmaciones son propias de las luchas que se dan en el campo académico para legitimar procesos de institucionalización en los que se produce el conocimiento. “Si la acreditación social de la verdad es un objetivo de tanta importancia es porque, si bien la verdad no tiene una fuerza intrínseca, la creencia en la verdad sí tiene una fuerza intrínseca [...] En la lucha entre diferentes representaciones, la representación socialmente reconocida como científica, es decir como verdadera, contiene su propia fuerza social, y, en el mundo social la ciencia da a quienes la tienen, o a quienes aparentan tenerla, un monopolio del punto de vista legítimo, una profecía autocumplida”7. En efecto, la antropología –tanto en la tradición nacional como en la “universal”– cuenta con una serie de mitos fundacionales que, en la memoria disciplinar, sirven para mostrar las diferencias de su conocimiento, ya sea por el objeto, por el método o por los resultados de su investigación8. Se pretende así construir un punto de Origen de la disciplina que sirva como referente identitario de una comunidad profesional9. Al considerar que la interpretación de los objetos arqueológicos antecede los procesos de institucionalización de la Arqueología en la década del treinta, se sugiere un trabajo para 5 Jimena Perry Posada, Caminos de la antropología en Colombia: Gregorio Hernández de Alba (Bogotá: Universidad de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Antropología; Universidad de los Andes, Centro de Estudios Socioculturales – CESO, 2006), 16. 6 Luis Duque Gómez, “Notas sobre la historia...”, 211-213; Milciades Cháves, Trayectoria de la antropología..., 126; Roberto Pineda Giraldo, “La antropología...”, 26; Gerardo Reichel-Dolmatoff, “Notas etnográficas sobre los indios del Chocó”, Revista Colombiana de Antropología, 9 (1960): 76. 7 Pierre Bourdieu, Homo Academicus (Stanford: Stanford University Press, 1988), 28. Mi traducción de: “If socially accredited scientificity is such an importan objective, it is because, although truth has no intrinsic force, there is an intrinsic force of belief in truth [...] In the struggle between different representations, the representation socially recognized as scientific, that is to say as true, contains its own social force, and, in the case of the social world, science gives to those who hold it, or who appear to hold it, a monopoly of the legitimate viewpoint, of self-fulfilling prophecy”. 8 Una sugestiva revisión crítica de las memorias disciplinares en Carlo Emilio Piazzini, “Historias de la arqueología en Colombia”, en Arqueología al desnudo. Reflexiones sobre la práctica disciplinaria, eds. Cristóbal Gnecco y Emilio Piazzini (Popayán: Universidad del Cauca, 2004). 9 La introducción del libro de Bronislaw Malinowski Los argonautas del Pacífico occidental es el ejemplo paradigmático de este ejercicio de legitimación del proyecto de institucionalización de un saber. Malinowski, por supuesto, no lo hizo inconscientemente tal y como lo muestra la famosa afirmación de uno de sus diarios: “Rivers is the Rider Haggard of anthropology: I shall be its Conrad”. El análisis de la función legitimadora de este mito fundacional en George Stocking, “The Ethnographer's Magic. Fieldwork in British Anthropology from Tylor to Malinowski”, en Observers Observed. Essays in Ethnographic Knowledge (History of Anthropology, Vol. 1), ed. George Stocking (Madison: The University of Wisonsin Press, 1983) y George Stocking, “Maclay, Kubary, Malinowski: Archetypes from the Dreamtime of Anthropology” en Colonial Situations. Essays on the Contextualization of Ethnographic Knowledge (History of Anthropology, Vol. 2) ed. George Stocking (Madison: The University of Wisonsin Press, 1991). 3 historias alternativas de las ciencias sociales colombianas. Una de las procedencias de la indagación de la cultura material indígena, en el mismo ámbito analítico del conocimiento científico e institucionalizado que propone la historiografía de la antropología colombiana, se encuentra en la actual Academia Colombiana de Historia. En la resolución 115 de mayo de 1902, autorizada por el vicepresidente de turno José Manuel Marroquín, inició sesiones la Academia bajo el nombre de Comisión de Historia y Antigüedades Patrias para pasar, en diciembre del mismo año, a figurar como Academia de Historia y Antigüedades10. Desde antes de la institucionalización de la Antropología, del inicio de una producción disciplinar que inicia su camino con el primer número de la Revista del Instituto Etnológico Nacional en 1943 [que al fusionarse en 1953 con el Boletín de Arqueología dio vida a la actual Revista Colombiana de Antropología editada por el Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH)], las piezas arqueológicas habían sido objeto de indagación por parte de los investigadores locales preocupados por la definición del pasado indígena en el país. Sin embargo, sería ilusorio anotar que ya desde ese momento se empezaba a dibujar el perfil de la Arqueología; que las investigaciones que anteceden a los estudios “modernos” de los vestigios de las culturas indígenas tienen la extraña fisonomía de una “protoarqueología” y que, en definitiva, el conocimiento sobre estos objetos se ha ido perfeccionando con el paso del tiempo11. En franca oposición a las búsquedas de un Origen primigenio de la práctica científica en el país, señalar las procedencias es un objetivo fundamental de la perspectiva genealógica de esta investigación puesto que abre la mirada hacia las posibles superficies de emergencia de los fenómenos que nos son contemporáneos 12 . Esto no implica que el análisis esté condenado a las facilidades del relativismo histórico sino que debe proceder con una mezcla adecuada de historicismo y presentismo, reconociendo la particularidad específica del pasado y los fragmentos dispersos que anticipan ciertas características del presente13. 10 Alexander Betancourt, Historia y nación. Tentativas de la escritura de la historia en Colombia (Medellín, La Carreta Editores; Universidad Autónoma San Luis Potosí; Coordinación de Ciencias Sociales y Humanidades), 2007. 11 En la historia de la antropología colombiana, se suele señalar que con la institucionalización de la disciplina el conocimiento antropológico llegó a ser moderno. Cf. Luis Duque Gómez, “Notas sobre la historia de las investigaciones antropológicas en Colombia”, en Apuntes para la historia de la ciencia en Colombia, vol. 1, comp. Jaime Jaramillo Uribe. (Bogotá: COLCIENCIAS, 1971); Roberto Pineda Giraldo, “La antropología en Colombia”, en Discurso y razón; una historia de las ciencias sociales en Colombia eds. Francisco Leal Buitrago y Germán Rey (Bogotá: Tercer Mundo; Publicaciones Uniandes, 2001); Roberto Pineda Camacho, “La reivindicación del indio en el pensamiento social colombiano (1850-1950)”, en Un siglo de investigación social: antropología en Colombia, eds. Jaime Arocha y Nina S. de Fridemann (Bogotá: ETNO; Presencia; FES; COLCIENCIAS, 1984) y Marcela Echeverri, “El proceso de profesionalización de la antropología en Colombia. Un estudio entorno a la difusión de las ciencias y su localización”, Historia Crítica 15 (1997). Para una discusión del uso de este concepto en la historia de la arqueología colombiana, cfr. Marcela Echeverri, “Nacionalismo y arqueología: la construcción del pasado indígena en Colombia”, en Arqueología al desnudo. Reflexiones sobre la práctica disciplinaria, eds. Cristóbal Gnecco y Emilio Piazzini (Popayán: Universidad del Cauca, 2004) y Wilhelm Londoño, “Historia social de la arqueología colombiana: la confusión de nacionalismo con modernidad”, en Arqueología al desnudo. Reflexiones sobre la práctica disciplinaria, eds. Cristóbal Gnecco y Emilio Piazzini (Popayán: Universidad del Cauca, 2004). 12 Michel Foucault, La genealogía de la moral (Valencia: Pre-Textos, 2000). 13 George Stocking, Race, Culture and Evolution. Essays in the History of Anthropology (New York: The Free Press, 1968). 4 Mi argumento es que la comprensión de los objetos arqueológicos debe buscarse en los términos del discurso desplegado por los investigadores, sin imponer categorías, lógicas y propósitos que les son extraños. Los objetos arqueológicos, pese a su solidez material, son volubles en relación con las interpretaciones que se hacen sobre ellos. El “poder semiótico”14 de los restos materiales de las comunidades indígenas depende tanto de sus características formales –el color, el diseño y la materia prima del artefacto– como de las prácticas interpretativas en las que estas tienen sentido. El poder semiótico no es intrínseco al objeto sino que depende del sujeto que lo interroga y, a su vez, la interrogación procede bajo unas regulaciones específicas que dan sentido a la investigación sugerida. Esta regulación, por supuesto, no es una autorregulación del discurso sobre sí mismo sino que opera por otros sistemas de prácticas, otras intervenciones, que exceden una supuesta autonomía del texto para producir la realidad15. Los objetos requieren, entonces, de una mirada que los construya, los clasifique y los distribuya en un contexto interpretativo particular. ¿Cuál era el sentido de estos objetos arqueológicos, de esa “cultura material” de los indígenas colombianos, antes de la institucionalización de la Antropología? A través del análisis de la comprensión de los objetos, se puede seguir la puesta en práctica de una mirada particular y de los criterios que intervienen en la observación. 1. La legitimación institucional El proyecto de la historiografía decimonónica, que heredaba la Academia, era reconstruir el pasado de la nación 16 . La escritura de la historia colombiana, y en general de la hispanoamericana, era un constante ritual de consagración de las gestas heroicas de las luchas de la independencia que permitían afirmar el nacimiento de un nuevo país 17. La legitimidad de los nuevos órdenes impuestos por las nacientes élites republicanas estaba en juego. Para ellas se trataba de un ejercicio de doble demarcación: por un lado, sustituir la validación del gobierno de su origen español y, por otro lado, diferenciarse de las otras poblaciones del territorio nacional –negros, indígenas, campesinos y mujeres– para sustentar su condición de gobernantes; en los intersticios de estas definiciones identitarias, una diferenciación racial en el interior de la nación y una diferenciación geopolítica en el orden mundial 18 , se ubicaba la élite latinoamericana y, en especial, la colombiana. La 14 Edward Said, Orientalismo (Barcelona: Random House Mondadori, 2003). Mi énfasis en el discurso arqueológico sobre los objetos no presupone esa autonomía de los textos, características del giro lingüístico. De hecho, al seguir las propuestas de Michel Foucault debe quedar claro que se requiere la articulación del sistema de prácticas y los discursos, algo que ya había quedado claro en La Arqueología del Saber (México DF: Siglo XXI, 2007). Si bien se plantea un quiebre entre la “etapa arqueológica” y la “etapa genealógica” del pensamiento foucaultiano, la relación que existe entre ambas formas de análisis se encuentra expuesto en Hubert Dreyfus y Paul Rabinow, Michel Foucault. Más allá del estructuralismo y la hermenéutica (Buenos Aires: Nueva Visión, 2001). 16 Alexander Betancourt, Historia y nación..., 46. 17 Germán Colmenares, Ensayos sobre historiografía; Germán Colmenares, Las convenciones contra la cultura: ensayos sobre la historiografía hispanoamericana del Siglo XIX (Bogotá: Tercer Mundo; Universidad del Valle; Banco de la República; COLCIENCIAS, 1997). 18 Walter D. Mignolo, “La colonialidad a lo largo y a lo ancho. El hemisferio occidental en el horizonte colonial de la modernidad”, en La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas, comp. Edgardo Lander (Caracas: CLACSO; UNESCO, 2003), 69. 15 5 independencia no sólo significó la separación de España sino, en especial, la pérdida de los referentes de identidad ofrecidos por la relación dependiente –aunque llena de tensiones– de la periferia con su metrópoli19. La producción de un saber científico sobre la naturaleza del territorio y la población locales se convirtió en una de las prioridades de los gobiernos latinoamericanos para establecer tanto los principios de administración de la nación como las narrativas de la tradición 20. En esta empresa de redefinición del sentido de la nueva “comunidad imaginada”, la Historia que producía la Academia estaba orientada hacia la consolidación de un orden de la memoria nacional y de un conocimiento certero sobre el pasado21. Pero más que un pasado, la Historia colombiana debía abordar y aclarar el panorama de dos pasados: el primero de ellos comprende los periodos de la Conquista y de la Colonia, objeto natural de la indagación histórica puesto que sus fuentes se encuentran en el registro familiar de la escritura, propio del archivo de la cultura letrada22; el segundo de ellos, por su parte, se extiende en un tiempo pretérito inconmensurable que antecede el “descubrimiento” de América y del territorio colombiano, habitado en ese entonces por poblaciones que, aunque retratadas en las crónicas de los conquistadores y primeros exploradores ibéricos, continuaban siendo desconocidas para la experiencia del letrado republicano que investigaba el pasado prehispánico. La temática de las “Antigüedades”, que acompañó a los dos primeros nombres de la Academia Colombiana de Historia, se refería explícitamente a un lugar institucionalizado en el seno de la disciplina histórica nacional para el estudio de un pasado ágrafo. A la naciente institución se le confió, entre otras misiones, “el estudio de las antigüedades americanas y de la Historia Patria en todas sus épocas; [...] y el estudio de los idiomas, tradiciones, usos y costumbres de las tribus indígenas del territorio colombiano, para lo cual se solicitará, previos los permisos del caso, la cooperación de los religiosos misioneros”. 23 Asimismo, la Academia abrió dos subcomisiones una “[...] Arqueológica, encargada de objetos y museos antiguos”24 y otra “Etnológica, que se dedicará á estudio de tradiciones, lenguas y razas”25. Con la Academia inició, también, el Boletín de Historia y Antigüedades. En 1952, para los cincuenta años de ambos nacimientos, se diseñó un índice general que, entre sus materias, dedicaba una sección a los estudios de “Arqueología y Etnología” publicados hasta entonces26; grosso modo, la categorías empleadas referían la importancia de los indígenas 19 Julio Ramos, Desencuentros de la modernidad en América Latina. Literatura y política en el siglo XIX (México DF: Fondo de Cultura Económica, 1989). 20 Jorge Cañizares, “Entre el ocio y la feminización tropical: ciencia, élites y estado-nación en Latinoamérica, siglo XIX”, Asclepio 50:2 (1998): 21. 21 Alexander Betancourt, Historia y nación... 22 Sobre la importancia de la escritura para el ejercicio del poder, cfr. Ángel Rama, La ciudad letrada (Montevideo: Arca, 1998). 23 El texto completo de la resolución es el primer escrito del Boletín de Historia y Antigüedades 1: 1(1902): 1-2. 24 Academia Colombiana de Historia, “Acta de la sesión del 18 de mayo de 1902”, Boletín de Historia y Antigüedades 1: 1(1902), 4. 25 Academia Colombiana de Historia, “Acta de la sesión...”, 4. 26 Son 179 artículos en los que se cuentan reseñas de textos, críticas de los cronistas, investigaciones inéditas y, desde la década del treinta, estudios de Antropología lingüística y Antropología sociocultural. 6 como materia de investigación histórica. Que la Etnografía y la Arqueología no contaran con los elementos distintivos con los que hoy se suelen asociar es algo que no debe parecer extraño en un sistema de interpretación que no partía de las premisas de la Antropología del IEN; se debe evitar una comparación eminentemente presentista que con base en la aparición de estas nociones pretenda encontrar allí el despunte del trabajo de campo, de la descripción estratigráfica, de la excavación organizada o del relativismo cultural, “como si las palabras hubiesen guardado su sentido, los deseos su dirección, las ideas su lógica; como si este mundo de cosas dichas y queridas no hubiese conocido invasiones, luchas, rapiñas, disfraces, astucias”27. Previo a la fundación de la Academia, ya se encontraban en circulación varios textos letrados sobre los indígenas. Desde la década del ochenta del siglo diecinueve vieron la luz El Dorado de Liborio Zerda (Bogotá, 1883), Historia general de los chibchas de Eugenio Ortega (Bogotá, 1891), la primera parte de los Estudios sobre los aborígenes de Colombia y el Ensayo etnológico y arqueológico de la Provincia de los Quimbayas en el Nuevo Reino de Granada de Ernesto Restrepo Tirado (Bogotá, 1892) y Los chibchas antes de la conquista española de Vicente Restrepo (Bogotá, 1895). Estos textos encontraron en la Academia un lugar propicio para su consolidación como referentes expertos sobre el tema indígena. Eugenio Ortega y Liborio Zerda fueron respetados miembros de la Academia, un prestigio que les venía, en gran parte, de sus estudios antropológicos. Vicente Restrepo, quien falleció en 1899, no sólo no quedó por fuera del pedestal de los primeros historiadores colombianos sino que su legado quedaría completo con el trabajo de su hijo, Ernesto Restrepo Tirado, miembro fundador, presidente y vicepresidente de la Academia Colombiana de Historia y director del Museo Nacional desde 1910 hasta 1920. Restrepo Tirado mostró sus intereses antropológicos en más de una veintena de artículos y cuatro libros sobre indígenas, en la reproducción de documentos del Archivo de Sevilla en los que se describían las prácticas de los aborígenes durante la Conquista y en la consolidación de la colección de piezas arqueológicas del Museo Nacional. El Boletín de Historia y Antigüedades era el medio que utilizaba para publicar sus estudios; desde allí se abrió un lugar importante para la producción de conocimiento antropológico en el país. La relevancia administrativa e intelectual de Restrepo Tirado para la Academia muestra que esta institución se ocupó, efectivamente, de estudiar científicamente al indígena colombiano. Las prácticas interpretativas que se daban sobre los objetos arqueológicos, entonces, estaban autorizadas por el entorno institucional de la Academia Colombiana de Historia y, en esa medida, por el horizonte de comprensión que abría esta disciplina. El lenguaje del conocimiento histórico es relevante para el análisis de la valoración de la cultura material antes de la institucionalización de la Antropología, no porque se pretenda evidenciar los tropos que producen el efecto de realidad, sino porque permite estudiar las convenciones de los investigadores en la construcción de una representación de la realidad. La búsqueda de esas convenciones, como lo dice Colmenares, no es la deconstrucción sin referentes de ciertas corrientes de crítica literaria de las ciencias sociales, sino la descripción de los 27 Michel Foucault, Nietzsche, la genealogía..., 11. 7 valores implícitos en un texto con los enunciados que articula, el estudio de la “operación historiográfica”28. La práctica de la Arqueología en el país ha estado caracterizada, entre otras cosas, por su decidida vocación a escribir la historia colombiana de los tiempos prehispánicos29. Gnecco encuentra que con la institucionalización de la Antropología, el discurso arqueológico se autodesignó “como el único locus de enunciación del discurso histórico basado en objetos”30 y, en el mismo sentido, Langebaek ha señalado la construcción de un pasado precolombino de alta dignidad para el proyecto de nación31. En la formalización de ese campo de indagación de las “antigüedades” se asiste, en mi opinión, a un momento –no a un primer momento– de la institucionalización de la Arqueología en Colombia. Sus prácticas interpretativas, esto es el conjunto de prácticas discursivas y destrezas de investigación, no eran, evidentemente, las mismas que autorizaría la Antropología a partir de la década del treinta; no obstante, en el marco institucional de la Historia, los objetos arqueológicos fueron sometidos a unas prácticas interpretativas que, en todo caso, implicaron una regulación de la producción de conocimiento científico que es necesario explicitar. 2. La búsqueda del archivo Si la historia colombiana, aún como aparecía en las exaltaciones nacionalistas de los textos del Boletín, conservaba la confianza en las fuentes escritas como “testimonio irrecusable del acontecer”32, ¿cómo escribir la historia del pasado prehispánico que es un pasado sin registro escrito? “La historia es homogénea en los documentos de la actividad occidental, los acredita con una ‘conciencia’ que ella puede reconocer, se desarrolla en la continuidad de las marcas dejadas por los procesos escriturísticos”33 ¿Cómo explorar el pasado ágrafo que representaba un momento fundacional de la vida republicana? Historia y Etnografía convergen a finales del diecinueve colombiano para resolver el problema hermenéutico que planteaba la cuestión antropológica construyendo el documento que informaría a los letrados sobre la experiencia de la alteridad. Las crónicas de la Conquista ofrecían una primera posibilidad. Sin embargo, ya Uricoechea había planteado que “siendo los escritores [de la Conquista], por lo regular, miembros de alguna sociedad relijiosa, no podían ver en jentes que no tenían su misma creencia sino seres inaptos é invilecidos. Calificábanlos de bárbaros sin ver sus instituciones civiles i el 28 Germán Colmenares, Ensayos sobre historiografía y Las convenciones contra.... Para el concepto de “operación historiográfica”, cfr. Michel de Certeau, La escritura de la historia (México DF: Universidad Iberoamericana, departamento de Historia, 1993), 67-118. 29 Carlo Emilio Piazzini, “Historias de la arqueología...”, 308. 30 Cristóbal Gnecco, “Arqueología en Colombia. El proyecto científico y la insubordinación histórica”, en Arqueología al desnudo. Reflexiones sobre la práctica disciplinaria, eds. Cristóbal Gnecco y Emilio Piazzini (Popayán: Universidad del Cauca, 2004), 208. 31 Carl Henrik Langebaek Rueda, Arqueología colombiana. Ciencia, pasado y exclusión (Bogotá, COLCIENCIAS, 2004). 32 Germán Colmenares, Ensayos sobre historiografía, 75. 33 Michel de Certeau, La escritura de la historia, 204. 8 réjimen ordenado de su gobierno estable i leyes sabias á la vez”34. La disputa política que dejan ver las líneas de las Memorias de las Antigüedades Neogranadinas, en contra de la Iglesia y del partido conservador, no debe opacar que el autor está expresando un problema epistemológico al refutar la posibilidad de basarse completa y exclusivamente en los cronistas. Restrepo, un defensor a ultranza de la labor española en América, no confiaba tampoco ciegamente en las crónicas puesto que “en cada una se omiten hechos y circunstancias esenciales”35. Las perspectivas letradas sobre las crónicas iban desde un reconocimiento total de la autoridad según el cual sus autores “nos han transmitido la casi totalidad de los datos que poseemos sobre las tribus indígenas de nuestro país”36 hasta un completo descrédito porque “[l]as relaciones de los cronistas […] están plagadas de las más absurdas leyendas y carecen de informes positivos sobre el número de los pobladores, sobre sus costumbres, industrias y lenguaje”.37 Las opiniones moderadas sugerían la utilidad de las crónicas que “refieren costumbres, usos y tradiciones de los pueblos americanos, siempre incompletas, algunas veces adulteradas, tanto por el espíritu de la época como por el orgullo egoísta de todo conquistador”38. La lucha por el poder que se da en la formulación del conocimiento histórico de la patria no puede quedar reducida a la ubicación partidista de los letrados: se trata, entre liberales y conservadores, entre apologistas y críticos de la Iglesia, de tener el dominio para organizar la memoria de los pueblos indígenas en la línea temporal que disponía la configuración de la historia de la república. El letrado se distanciaba de la autoridad de la letra escrita, del testimonio de los cronistas, para abrir la posibilidad de tener un conocimiento directo del pasado prehispánico sin la mediación de otros ojos, de otras palabras. Estar autorizado, o mejor, autorizarse para ver los hechos que constituyen el pasado prehispánico es un ejercicio de poder. “La mirada es siempre una cuestión del poder para ver – y quizás de la violencia implícita en nuestras prácticas de visualización”39. Más que un asunto de veracidad, el letrado se desprendía de las crónicas, aunque fuera parcialmente, para demarcar la autonomía de su investigación. En este contexto, los objetos arqueológicos emergen como la “otra fuente”40 sobre la que se puede reconstruir el pasado prehispánico, dándole al letrado un lugar autorizado para hablar. De nuevo es Uricoechea el que había procedido de este modo al afirmar que “[e]n los monumentos que las bellas artes en diversos tiempos producen tenemos además una 34 Ezequiel Uricoechea, Memorias sobre las Antigüedades Neogranadinas (Berlín: Librería de F. Schneider, 1854), 3. 35 Vicente Restrepo, Los chibchas antes de la conquista española (Bogotá: Imprenta La Luz, 1895), ix. 36 Ernesto Restrepo Tirado, Estudios sobre los aborígenes de Colombia (Bogotá: Imprenta La Luz, 1892), 4. 37 Miguel Triana, La civilización chibcha (Bogotá, Escuela Tipográfica Salesiana, 1922), vi. 38 Carlos Cuervo Márquez, Estudios arqueológicos y etnográficos americanos. Tomo I (Prehistoria y viajes americanos) (Madrid: Editorial América, 1920), 11-12. 39 Donna Haraway, “Situated Knowledges: The Science Question in Feminism and the Privilege of Partial Perspective”, en Simians, Cyborgs and Women. The Reinvention of Nature (Londres: Free Association Books), 192. Mi traducción de: “Vision is always a question of the power to see – and perhaps of the violence implicit in our visualizing practices”. 40 Vicente Restrepo, Los chibchas antes..., ix; Ernesto Restrepo Tirado, Estudios sobre..., 4; Liborio Zerda, El Dorado (Bogotá: Ministerio de Educación, 1947), 95; Carlos Cuervo Márquez, Estudios arqueológicos..., 1112. 9 historia verdadera e indestructible, guía fija y seguro consejero de nuestras investigaciones” 41 . El registro escriturario que se encontraba ausente se remplazaba satisfactoriamente con los restos materiales ya que “para estos pueblos el arte de fabricar figuras de oro, de plata y de cobre, fue la base de la historia objetiva de su nación”42. Los académicos configuraron el archivo legítimo de indagación de la alteridad desde esta perspectiva. Para Restrepo Tirado, los quimbayas “de un modo inconsciente, pues ya que no nos legaron escrituras simbólicas, ni figurativas, ni códices, fueron acumulando en el seno de la tierra los elementos que más tarde han venido a ser como el archivo donde podemos estudiar el grado de su civilización”43. El letrado asimiló al objeto arqueológico al libro en un movimiento que era una alternativa frente a la carencia de textos escritos por los indígenas: los restos materiales eran documentos imprescindibles para el historiador44. “El grado de adelanto de las tribus y naciones que poblaban esta parte del continente cuando la conquista se efectuó, puede deducirse, en gran parte, del estudio de las antigüedades que se han podido conservar”45. A lo largo de cuarenta años, el Boletín publicó los informes de comisiones de los académicos que verificaban los hallazgos reportados por ciudadanos particulares u otros miembros de la Academia46. Los reportes no solo confirmaban la existencia de los objetos sino que inscribían ese registro como una fuente de información válida para la indagación científica. Estos informes, que se encuentran entre 1902 y 1943, muestran la legitimidad del discurso de la Academia: por un lado, legitimidad social que se expresaba en las demandas hacia el Gobierno nacional para que adquiriera los objetos y contribuyera al enriquecimiento del patrimonio del país y, más concretamente, de la colección del Museo Nacional; por otro lado, legitimidad científica que contribuía a la formación del archivo de la alteridad para investigaciones posteriores. “Los tunjos hallados en las sepulturas indígenas son verdaderos inalámbricos que instantáneamente nos comunican con aquella civilización”47. El fin de la Hegemonía Conservadora en 1930 no resultó en un cambio en la concepción de los objetos arqueológicos. Gerardo Arrubla, uno de los historiadores más influyentes en la constitución de una “Historia Patria” por su coautoría del texto oficial de historia colombiana de 1910, iniciaba en 1934 su “estudio sintético” de las civilizaciones sanagustina, chibcha y quimbaya aclarando que aunque “está apoyado en los relatos de 41 Ezequiel Uricoechea, Memorias sobre..., Liborio Zerda, El Dorado, 46. 43 Ernesto Restrepo Tirado, Ensayo etnográfico y arqueológico de la provincia de los Quimbayas en el Nuevo Reino de Granada (Sevilla: Imprenta y Librería Eulogio de las Heras, 1929), 5. 44 Benjamín Reyes, “Prehistoria”, Boletín de Historia y Antigüedades 4: 37(1906): 1. 45 José Tomás Henao, “Los Quimbayas. Datos prehistóricos sobre esta nación”, Boletín de Historia y Antigüedades 5: 51(1907): 206-216. 46 Clara Isabel Botero, El redescubrimiento del pasado prehispánico de Colombia: viajeros, arqueólogos y coleccionistas, 1820-1945 (Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología e Historia; Universidad de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales y Centro de Estudios Socioculturales, 2006), 195. 47 José Tomás Henao, “Discurso del Doctor José Tomás Henao al ser recibido como miembro de número de la Academia Nacional de Historia, el 25 de Marzo de 1916”, Boletín de Historia y Antigüedades 10: 114(1916): 353. 42 10 cronistas e historiadores [...] se fija más en el análisis de sus artes e industrias como manifestaciones materiales y objetivas de cultura”48. La Academia se había consolidado como el eje institucional y la Historia como el referente epistemológico para estudiar al indígena durante las primeras décadas del siglo veinte. En el inicio de la República Liberal, las prácticas interpretativas de los historiadores académicos moldeaban la perspectiva desde la cual se estudiaban a los indígenas. 3. La lectura del arte indígena Los actos de habla no dicen la verdad porque la enuncien, en una suerte de magia performativa del lenguaje, sino porque su enunciado se encuentra respaldado por un trasfondo institucional que los regula49. La Academia Colombiana de Historia funcionó, antes de la institucionalización de la Antropología, como el centro de articulación del conocimiento sobre el indígena colombiano definiendo, a su vez, las formas correctas de interpretar la alteridad. En ese sentido, el objeto arqueológico fue comprendido como un libro que había registrado inconscientemente la experiencia prehispánica. Pero la lectura del objeto no podía seguir, de ninguna manera, el modelo de lectura del libro; así, el letrado puso en práctica otro tipo de lectura, otra forma de acercarse a la memoria indígena. Desde mediados del siglo diecinueve colombiano, el anticuarismo fue el contexto central en el que los objetos arqueológicos fueron valorados como elementos que comunican el significado de la esencia de los pueblos primitivos: justamente, la premisa de que la cultura material indígena es un documento estaba en la base del anticuarismo 50 . Asimismo, el coleccionismo de las antigüedades dependía, esencialmente, de un gusto artístico, una “disposición estética”51 mediante la que apreciaba los objetos indígenas como obras de arte. En la apropiación de los objetos por parte de los historiadores de la Academia, esta sensibilidad estética no sólo no desapareció, sino que se situó como el modo y el medio de Gerardo Arrubla, “Ensayo sobre los aborígenes de Colombia”, Boletín de Historia y Antigüedades 21:237238(1934): 60. 49 Pierre Bourdieu, Language and symbolic power (Cambridge: Harvard University Press, 1991). 50 Clara Isabel Botero, El redescubrimiento... 51 Pierre Bourdieu, La distinción. Criterio y bases sociales del gusto (Madrid: Taurus, 1998), 27. Juan Ricardo Aparicio, “Los hechos científicos y la Arqueología de Colombia”, en Arqueología al desnudo. Reflexiones sobre la práctica disciplinaria, eds. Cristóbal Gnecco y Emilio Piazzini (Popayán: Universidad del Cauca, 2004), 284, ya se había dedicado a este importante tema. Pese a que partimos del mismo referente teórico, nos alejamos en nuestra perspectiva sobre el papel de la retórica en la formulación del conocimiento científico. No considero, como sostiene Aparicio, que Vicente Restrepo, uno de los autores que estudia, hubiese tenido como objetivo “generar la desconfianza del lector frente a los estudios anteriores” (p. 272) o que “[...] la marginación de las opiniones, sentimientos y juicios del científico en la investigación y la capacidad de los hechos de ‘hablar por sí solos’ se convirtieron en la obra de Restrepo en testimonios sobre la forma como lo ‘científico’ se empezaba a inscribir y a anunciar en el conocimiento arqueológico en el país” (p. 278). No solo estoy en desacuerdo porque el texto de Restrepo no deja de lado los juicios subjetivos, integrándolos en su “retórica científica”, sino porque esta retórica no es únicamente una “tecnología literaria” como dice Shapin, a quien cita Aparicio, sino que es, sobre todo, una forma de comprender el mundo. Restrepo no trataba de generar desconfianza sobre los cronistas sino que él mismo desconfiaba de esa información; así, años después, la Antropología, una vez institucionalizada, también pondría en tela de juicio las afirmaciones letradas. La retórica es importante para comprender la lucha social por la verdad pero su papel no es simplemente el de engañar a los lectores: si el conocimiento científico es un hecho social debe tomársele tan en serio como es tomado por aquellos que lo consideran verdadero. 48 11 interpretación del pasado prehispánico con base en los vestigios arqueológicos. Dos tipos de obras de arte eran reconocidas por los letrados: los monumentos y las “artes menores”52. El criterio de diferenciación, como es evidente, era la dimensión del vestigio arqueológico: entre los monumentos, la escultura sanagustina ocupaba un lugar de primer orden; entre las artes menores, la orfebrería y la alfarería concentraban la atención letrada. La atención a los monumentos derivaba de la rejilla de interpretación del anticuarismo que, nacida en pleno Renacimiento italiano, impulsada por la búsqueda de un glorioso pasado, había centrado su mirada en las ruinas de los edificios del Imperio romano 53. En otros contextos temporales y espaciales, el americanismo y el orientalismo dieciochescos también habían concentrado sus estudios en los vestigios imponentes de México y Perú, por un lado, y de Egipto y Mesopotamia, por el otro54. La ausencia de este tipo de vestigios era resentida por los letrados para quienes la estatuaria de San Agustín constituía un “sitio de celebridad indiscutida por los vestigios y monumentos arqueológicos que contiene” 55. “Si excluimos las ruinas de San Agustín [...] no encontraremos en nuestro suelo ni la imponente pirámide con sus palacios y habitaciones, estucos de variados colores, columnas elegantes y sólidas bóvedas, los grandiosos edificios, las galerías de piedra tallada, los animales fantásticos y arcos triunfales de los mayas; ni las obras arquitectónicas y esculturales de los nahoas, nada que nos recuerde una civilización adelantada. Palenques de madera, enramadas de gran tamaño y escalones en las rocas, era lo único que producían nuestras tribus”56. El “pueblo escultor” 57 se ubicó así, junto a los chibchas y a los quimbayas, como representante de las civilizaciones nacionales58. La descripción minuciosa de las estatuas tenía el doble propósito de dar a conocer las características físicas de las obras y de clasificarlas en el conjunto de las “civilizaciones” americanas. Las consideraciones sobre la estatuaria sanagustina, en cuanto si eran “obras de arte más o menos imperfectas”59 o el producto una “raza esforzada [...] que en el trabajo de la piedra había llegado a un alto grado de perfección” 60 , categorizaban la cultura material con base en el mismo dispositivo: la habilidad técnica. Esta cualidad constituyó la referencia cardinal de la disposición estética del análisis letrado sobre los objetos arqueológicos. 52 Luis López de Mesa, Disertación sociológica (Bogotá: Ediciones Bedout, 1970), 261. José Alcina Franch, Arqueólogos o anticuarios. Historia antigua de la Arqueología en la América Española (Barcelona: Ediciones del Serbal), 19. 54 Para el caso del americanismo ver Jorge Cañizares Esguerra, How to Write the History of the New World: histories, epistemologies, and identities in the eighteenth-century Atlantic world (Stanford, California: Stanford University Press, 2001) y para el caso del orientalismo, el ya clásico de Edward Said, Orientalismo. 55 Carlos Cuervo Márquez, Prehistoria y viajes..., 167. 56 Ernesto Restrepo Tirado, “Construcciones indígenas”, Boletín de Historia y Antigüedades 1: 11(1903): 591. 57 Carlos Cuervo Márquez, Prehistoria y viajes..., 231. 58 Esta “trinidad prehispánica” se observa en Ernesto Restrepo Tirado, Estudios sobre..., Carlos Cuervo Márquez, Prehistoria y viajes... y Gerardo Arrubla, “Ensayo sobre...”. 59 Carlos Cuervo Márquez, Prehistoria y viajes..., 230 60 Ernesto Restrepo Tirado, “Etnografía. Algunas observaciones sobre el último viaje de Alfinger”, Boletín de Historia y Antigüedades 9: 104(1914): 471. 53 12 Mediante la técnica no solo se discernía un estado intelectual, grave preocupación de los letrados en la constitución del pasado prehistórico nacional, sino que se tenía un elemento innegable para definir el origen y las migraciones de los pueblos americanos. Restrepo Tirado veía en San Agustín una prolongación de los “maya quiché” 61 , hipótesis que Arrubla consideraba a mediados del treinta como la “más probable”, aunque daba lugar a una migración que, entrando por el sur de América y pasando por la Isla de Pascua, había llegado a San Agustín muchos siglos antes que los españoles62; por su parte, Cuervo había situado el origen de la estatuaria sanagustina en el Primer Imperio Inca, que no fue el que hallaron los exploradores ibéricos63, y Polania, siguiendo tanto a los dos primeros como a este último, proponía que este territorio había sido una zona de contacto de migraciones peruanas y centroamericanas, al señalar “rasgos incásicos” y “rasgos mejicanos”en las obras64. Al intentar definir la procedencia, el letrado observaba la unidad estética de las obras, una especie de escuela artística que agrupaba a estos pueblos. Ante la mínima ruptura de estas características, el letrado buscaba una filiación diferente. Frente a una estatua que representaba una mujer, Cuervo sentenciaba que “es obra de artista extranjero, miembro de un pueblo mucho más adelantado en las artes que este de San Agustín. Puede también que sea producción de la última época de este pueblo, cuando ya la escultura se había desarrollado mucho mediante la larga práctica anterior”65. Así, la crítica artística que el letrado se permitía frente al objeto arqueológico era un componente de su comprensión del pasado prehispánico, componente que lo orientaba en el estudio de las semejanzas de los vestigios materiales de otras comunidades primitivas. La arquitectura, el ámbito por excelencia de la monumentalidad clásica (de África y Asia) y prehispánica (de América), no encontraba un asentamiento en los objetos arqueológicos colombianos. En un trabajo exclusivamente dedicado a este asunto, Restrepo Tirado mostraba cómo cada una de las comunidades indígenas que habitaban el territorio colombiano desencantaban con su escaso cuidado de la construcción de viviendas y de templos. La ausencia de construcciones chibchas no pasaba desapercibida: “Ruinas importantes no nos queda ninguna en el país de los chibchas. Una que otra columna de piedra, como las del valle del Infiernito, y uno o dos monolitos sin importancia, son el único recuerdo que nos haya legado a la sola tribu que entre nosotros haya llegado a un grado de cultura que merezca especial estudio”66. Sin embargo, Miguel Triana, quien fuera uno de los primeros representantes del indigenismo colombiano, aseguraba que estos “monolitos sin importancia” eran, por el contrario, algo significativo para el estudio de los chibchas: si se considera que para tallar la piedra se requieren “ciertos conocimientos técnicos que no les son dados a cualquier albañil […] se impone la hipótesis muy probable de que el Zaque de Tunja había hecho venir de México o el Perú arquitectos y canteros para enseñar en sus dominios el arte de Ernesto Restrepo Tirado, “Etnografía. Algunas observaciones...”, 471. Gerardo Arrubla, “Ensayo sobre...”, 75. 63 Carlos Cuervo Márquez, Prehistoria y viajes... 64 Jaime Polania Puyo, “Cultura precolombina”, Boletín de Historia y Antigüedades 30: 342-343(1943): 490. 65 Carlos Cuervo Márquez, Prehistoria y viajes..., 223. 66 Ernesto Restrepo Tirado, “Construcciones indígenas”, 596. 61 62 13 construir en piedra. De modo que los Chibchas en el momento de la conquista estaban entrando en un nuevo periodo de civilización, para la cual estaban suficientemente preparados”67. El desolador panorama de los monumentos se veía parcialmente compensado por ese conjunto de las “artes menores” que, como la alfarería y la orfebrería, era digno de alabanza entre los pueblos precolombinos, tal y como lo registraba López de Mesa aún en 193968. La alquimia indígena, que había logrado formar las figuras de oro prehispánicas, era un motivo de sorpresa para los letrados. Liborio Zerda69 y Vicente Restrepo70, quienes tenían una formación en Ciencias Naturales, habían reconstruido el proceso de elaboración de ciertos motivos chibchas. Restrepo Tirado, siguiendo las enseñanzas de su padre, había hecho lo propio con el procedimiento de los quimbayas, a cuya descripción agregaba que “[p]or mucho que trabaje la imaginación no es posible comprender cómo podían aquellos bárbaros, sin conocer los reactivos químicos, sin hileras, etc., jugar con el oro como con una masa plástica [...] Manipulaban el noble metal con una maestría que no alcanzaron a igualar las naciones más adelantadas de América”71. La perfección estética se imponía entre los letrados como una clara forma de clasificar la orfebrería y la alfarería. En una consistente crítica artística a las piezas de oro de los chibchas, Restrepo opinaba que “[l]as obras de orfebrería de los Chibchas no revelan, por lo general, gusto artístico; no guardan proporción las diferentes partes del cuerpo humano; no hay redondez en las formas ni suavidad en los contornos; no se observan en ellas las leyes de la perspectiva y el escorzo”72, mientras que la labor del oro de los quimbayas “sobresalía entre todas por la maestría y el buen gusto de sus artífices”73. La superioridad del arte quimbaya se conservaba aún en el presente. El diagnóstico de Restrepo Tirado provenía de un curioso ejercicio en el que había pedido a unos artesanos que reprodujeran las piezas de oro en cuestión que resultaron “[...] de una inferioridad tal, que dudamos que el más ínfimo de los joyeros de la tribu que estudiamos las hubiera reconocido por obras propias”74. Pero no era un privilegio exclusivo de la orfebrería, de la cual “se han hallado ejemplares desconcertantes por su perfección y rareza, en mucho superiores a la orfebrería mejicana” 75 , sino también de la alfarería: las dos expresiones artísticas de los quimbayas habían atraído a eruditos del mundo entero “[...] de lo cual dan fe las joyas, instrumentos, vasijas y armas que hoy ocupan sitios de honor en las vitrinas y estantes de varios museos nacionales y extranjeros”76. La caracterización antagónica de los 67 Miguel Triana, La civilización chibcha, 135. Luis López de Mesa, Disertación sociológica, 261. 69 Liborio Zerda, El Dorado, 33-34. 70 Vicente Restrepo, Los chibchas antes..., 141. 71 Ernesto Restrepo Tirado, Ensayo etnográfico..., 104-105. 72 Vicente Restrepo, Los chibchas antes..., 141. 73 Vicente Restrepo, Los chibchas antes..., 140. 74 Ernesto Restrepo Tirado, Ensayo etnográfico..., 105. 75 Víctor Bedoya, “Los Quimbayas”, Boletín de Historia y Antigüedades 26: 301-302 (1939): 826. 76 Miguel Aguilera, “La antropofagia de las tribus americanas”, Boletín de Historia y Antigüedades 24: 269(1937): 176. 68 14 chibchas y los quimbayas fue una constante del pensamiento letrado: los primeros aparecían con una clara vocación al simbolismo y a la alegoría mientras que los segundos se inclinaban por la representación naturalista y realista en sus motivos. “El arte precolombino ha atravesado en su evolución por las mismas etapas, y que tras la formas del estilo primitivo han coexistido, ya un naturalismo expreso y robusto, ora un simbolismo fantástico; por lo común se observan las dos maneras: realismo y estilización”77. 4. La disposición estética Las cuatro décadas de conocimiento arqueológico colombiano exploradas en este escrito no pretenden agotar las posibilidades de su indagación. Por ello, quisiera que sus conclusiones se restringieran justamente al ámbito donde he señalado su aparición: en el dominio del conocimiento experto los historiadores-letrados colombianos. Sin embargo, no creo que las características de este conocimiento puedan mantenerse apartadas de otras condiciones estructurales que acompañaron el desarrollo de estas formulaciones y que permiten dar cuenta de las relaciones dialécticas que existen entre el estado de una sociedad y el conocimiento científico que produce. Para finales del siglo diecinueve, momento inicial de este estudio, el “campo del arte colombiano” estaba compuesto tanto por las expresiones que hoy se reconocen como arte – es decir, la pintura, la escultura y la literatura– como por otras actividades de corte más “industrial”. La exposición de 1899, en la que presentaban obras los maestros de la Escuela Nacional de Bellas Artes, tenía, además de las secciones artística y literaria, unos espacios dedicados a la industria, la ganadería, la agricultura y la floricultura78. Para la misma época, los esfuerzos de los gobiernos republicanos intentaban consolidar una élite empresarial formada en unas especialidades técnicas que desplazaran, definitivamente, al letrado humanista que había dirigido el país durante la primera mitad del siglo diecinueve79. La modernización latinoamericana que se aceleraba a finales de siglo obligaba a las clases altas a actuar con rapidez para conservar sus privilegios80. En ese contexto, en el que se perseguía una clara separación entre las ocupaciones humanísticas y prácticas, las escenificaciones públicas seguían desplegando una categoría de arte que “[...] al mismo tiempo que exposiciones de bellas artes, eran ferias artesanales y de productos de la industria”81. Esta concepción de arte que cubría bajo un mismo manto la crítica de las bellas artes y la exaltación de la técnica industrial fue una de las grandes influencias en la configuración de la disposición estética que los letrados dirigieron hacia los vestigios arqueológicos colombianos. Las intersecciones de estos elementos de la disposición estética letrada distribuyeron en un particular “sistema de objetos” 82 los vestigios arqueológicos Gerardo Arrubla, “Ensayo sobre...”, 80. Álvaro Medina, Procesos del arte en Colombia (Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura, 1978), 26. 79 Frank Safford, El ideal de lo práctico: el desafío de formar una élite técnica y empresarial en Colombia (Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1989). 80 José Luis Romero, Latinoamérica. Las ciudades y las ideas (Buenos Aires: Siglo XXI, 2001). 81 Álvaro Medina, Procesos del arte..., 26. 82 James Clifford, Dilemas de la cultura. Antropología, literatura y arte en la perspectiva posmoderna (Barcelona: Gedisa, 1995). 77 78 15 nacionales. En efecto, la habilidad técnica implicaba el reconocimiento de un saber-hacer que fue ambicionado por los letrados desde finales del diecinueve. Evidentemente, este saber-hacer no era el tipo de saber que la élite deseaba para sí, sino el tipo de saber que buscaba enseñarle al pueblo para que movilizara su capacidad de trabajo para contribuir al progreso nacional83. Al rescatar esas destrezas de los indígenas prehispánicos en su cultura material, el letrado mostraba que el pueblo que dirigía sí tenía las capacidades para aprender los conocimientos propios de las naciones civilizadas. Se trata de un momento de la historia colombiana en el que la élite justifica su labor frente a las nuevas potencias mundiales –Francia y Estados Unidos, principalmente–, por ejemplo, en las famosas exhibiciones mundiales en las que se resaltaba el progreso material de los países84. De este modo, las gradaciones de los pueblos prehispánicos colombianos que hacían los letrados con base en los materiales que utilizaban los indígenas adquiere un contexto de referencia diferente a la usualmente simplista caracterización de “recepción del evolucionismo social” en la periferia científica. Las denominaciones de los “tayros” como “labradores de oro”85 o la clasificación de los chibchas y los sanagustinos en la edad de piedra86 o la disputa de Henao con Restrepo y Zerda sobre la edad de bronce en la que se encontraban los quimbayas a la llegada de los españoles87 no son acomodaciones imitativas a los esquemas de pensamiento europeos sino que están afincadas en las preocupaciones locales. Los intereses de la “periferia” son centrales en la definición de los conocimientos y estos se encuentran en diálogo permanente con los intereses mundiales en los que deben acomodarse; esa dinámica es la que caracteriza la producción de la colonialidad del saber latinoamericano que articula, de maneras complejas y múltiples, las posibilidades de inteligibilidad que se le han ofrecido como normales y naturales88. El otro elemento de la disposición estética letrada, el gusto artístico, por el que me refiero a las preferencias sobre las formas y los contenidos de las bellas artes, también se vio influenciado por la estructura del campo del arte colombiano para finales del diecinueve y comienzos del veinte. Desde la fundación de la Escuela Nacional de Bellas Artes en 1886, la apreciación de la pintura y la escultura nacional estuvo marcada por un dominio casi indiscutido e indiscutible de una concepción del arte que evaluaba su excelencia según su fidelidad con la realidad. El caso del pintor Andrés de Santamaría, quien desafió los estilos canónicos del academicismo colombiano a comienzos del siglo veinte, muestra bien esta innegable supremacía del naturalismo como forma hegemónica del gusto letrado: en un primer momento, cuando Santamaría dirigió la Escuela entre 1904 y 1909, fue rechazado por considerarlo un “impresionista”, adjetivo que en el medio artístico colombiano era poco 83 Frank Safford, El ideal... Fréderic Martínez, El nacionalismo cosmopolita. La referencia europea en la construcción nacional en Colombia, 1845-1900 (Bogotá, Banco de la República; Instituto Francés de Estudios Andinos, 2001); Clara Isabel Botero, El redescubrimiento... 85 Ernesto Restrepo Tirado, “Etnografía. Notas sobre...”, 472. 86 Carlos Cuervo Márquez, “Informes sobre objetos indígenas”, Boletín de Historia y Antigüedades 6: 61(1909): 4; Prehistoria y Viajes..., 231. 87 José Tomás Henao, “Los Quimbayas...”, 212; “Discurso del Doctor...”, 354. 88 Edgardo Lander, “Ciencias sociales: saberes coloniales y eurocéntricos”, en La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas, comp. Edgardo Lander (Caracas: CLACSO; UNESCO, 2003), 14. 84 16 menos que una ofensa; años más tarde, entre 1915 y 1925, la crítica de la pintura que lo rescató lo hizo aludiendo su “dibujo correcto”, intentando incluir al maestro en una corriente de la que claramente buscaba alejarse pero cuya aceptación implicaba el reconocimiento social del que había carecido unos años antes89. El academicismo del canon de la disposición estética letrada demostró sus alcances en el conocimiento arqueológico con esa doble apropiación de la orfebrería y la alfarería tanto de los quimbayas como de los chibchas: a los primeros los ensalzó como muestra de la excelencia artística que reflejaban sus motivos mientras que a los segundos los dejó en un segundo plano (salvo para los indigenistas radicales como Triana) por su exagerado simbolismo. Por último, la disposición estética letrada dependió de una dimensión temporal que permitió el tratamiento de los objetos arqueológicos como el archivo prehispánico de la nación. Para entrar en funcionamiento, la disposición estética letrada reconoció en el vestigio el testimonio de un pasado irrecuperable, cuya única posibilidad de transformación fue la desaparición en manos del progreso: el indígena ingresaba en los anales de la nación como su antecesor extinto. La importancia de los objetos primitivos no estaba, como se ha visto, en su contextualización etnográfica (algo que será característico del conocimiento disciplinar) sino en el significado de “profundidad” y “autenticidad” que les era asignado. La mirada (a)histórica que desplegaba la disposición estética letrada, hacía de la cultura material indígena un elemento análogo a la “alta cultura” de la sociedad letrada: así como las bellas artes habían asumido la tarea de expresar la identidad nacional90, el letrado veía en los objetos la materialización de los sentimientos del indígena colombiano. Este dispositivo estético en los tres niveles mencionados –habilidad técnica, gusto artístico y dimensión temporal– configuró la relación con el pasado prehispánico a través de los objetos arqueológicos en el pensamiento letrado. *** Dos eventos parecen indicar, desde mediados del treinta, la separación de los campos de la Arqueología y del Arte en el país. El primero, como ya se habrá anticipado, es la institucionalización de la Antropología que dispondrá, a partir de 1943, unas nuevas prácticas interpretativas en la comprensión de la cultura material indígena. El segundo está relacionado con la popularización del indigenismo artístico en el movimiento Bachué. La especialización de ambos campos se hace evidente cuando en el seno mismo del IEN, que tenía una sección dedicada a la Arqueología, el maestro Luis Alberto Acuña, insigne representante de los “bachués” dirigió la sección de Dibujo. Los aspectos estéticos y formales se separan y toman nuevas dimensiones. Un museo etnográfico, apoyado en las investigaciones arqueológicas, “[d]ebe denunciar no solamente un concepto estético, sino principalmente un contenido étnico”91 mientras que “el interés artístico es muy diferente del arqueológico, por modo que un objeto cualquiera puede presentar grande importancia para la Arqueología, pero un ínfimo valor como producto de arte”92. 89 Álvaro Medina, Procesos del arte..., 92. Álvaro Medina, El arte colombiano de los años veinte y treinta (Bogotá: Colcultura, 1995), 42. 91 Graciliano Arcila Vélez, “Un museo antropológico”, Boletín del Instituto de Antropología de Antioquia 2: 7(1960): 153. 92 Luis Alberto Acuña, El arte de los indios colombianos (Bogotá: Ediciones Samper Ortega, 1942), 5. 90 17 La cuestión del poder del discurso del conocimiento arqueológico no está tanto en las posiciones de la batalla como en los elementos comunes que permiten el diálogo. Las tendencias indigenistas y antiindigenistas, hispanistas y anithispanistas, que se manifiestan en algunos textos letrados son secundarios ante el principal movimiento de subordinación: la violencia epistémica con la que se pretende hablar por el otro, reduciendo la historia y el destino de los pueblos indígenas al tapiz homogéneo de la Nación. 18 FUENTES PRIMARIAS Academia Colombiana de Historia. “Acta de la sesión del 18 de mayo de 1902”. Boletín de Historia y Antigüedades 1: 1(1902): 4-5. Acuña, Luis Alberto. El arte de los indios colombianos. Bogotá: Ediciones Samper Ortega, 1942. Aguilera, Miguel. “La antropofagia de las tribus americanas”, Boletín de Historia y Antigüedades 24: 269(1937): 162-185. Arcila Vélez, Graciliano. “Un museo antropológico”. Boletín del Instituto de Antropología de Antioquia 2: 7(1960): 153. 152-156. Arrubla, Gerardo. “Ensayo sobre los aborígenes de Colombia”. Boletín de Historia y Antigüedades 21:237-238(1934): 60-117. Bedoya, Víctor. “Los Quimbayas”. 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