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LIBRO: De un horizonte incierto AUTOR: Emiliano Galende EDITORIAL: Paidos Capítulo V 3. La Producción De Subjetividad Como ya hemos visto, el proceso de individuación psíquica consiste básicamente en un largo pasaje desde ciertos universales de especie y de cultura, a través de las mediaciones que introducen las formas de crianza, hasta la singularización en que estos elementos de la historia son apropiados por el mismo devenir del individuo. El psicoanálisis se ha ocupado prioritariamente, porque en ellos está basada su experiencia clínica, de esas mediaciones: las primeras organizaciones libidinales que habrán de conformar la geografía erógena corporal y su correlato fantasmático, las formas de organización de los vínculos familiares, la conformación de valores ideales y morales por las instituciones pedagógicas, los procesos de represión y subjetivación de las normas sociales y las simbólicas culturales, etc. A partir de estos procesos de subjetivación y singularización, el individuo adquiere los recursos mentales y el conjunto de significaciones que le permiten actuar sobre determinados sectores de su vida social y su cultura. Se puede decir que, de un modo simultáneo, su subjetividad es producida por la cultura, a la vez que el individuo resulta productor de ésta, dando vida a la forma social. No se trata de "lo social" o "lo cultural" de modo abstracto, ya que el proceso de individuación y de singularización subjetiva se realiza siempre en relación con una región de lo social y cultural y con una época (formas sociales, vínculos familiares, valores y significaciones culturales, etc.) a la que pertenece, es decir en relación con la cual define su propia identidad. Respecto de los procesos de individuación, es preciso tener claridad sobre este punto, en el cual he insistido a lo largo del texto: es la relación social lo que habrá de constituir la individualidad, no se trata de individuos preexistentes que "se relacionan". Ahora bien, para que la individualidad se sostenga, son necesarias las relaciones sociales concretas, es decir la presencia del otro en el lenguaje y la acción. Esta singularidad subjetiva no se constituye por apropiación "particular" de un "general" previo, como si la subjetividad individual fuera un "resto", como a veces se desprende de las concepciones evolucionistas que enfatizan los procesos de desarrollo y crecimiento, en los cuales se adquirirían los caracteres generales de la cultura, diferenciados por el género, la raza, la clase social u otras diferencias específicas previas. La subjetividad sólo puede reconstruirse post factum, es decir comprendiendo los sistemas de producción de subjetividad y deslindándolo (familia; escuela, valores sociales, etc.) para luego establecer sus relaciones entre ellos. De este modo es que podemos acceder a las relaciones entre la función de los complejos de Edipo y castración, de la conformación de las zonas erógenas y las dominancias de las organizaciones libidinales, de las diversas modalidades de relación de objeto, en el proceso de conformación de lo que llamamos identidad individual, a la vez que nos situamos en la referencia a los sistemas instituidos de producción de subjetividad: las modalidades de vínculos de familia, las instituciones de la pedagogía, los valores sociales y formas dominantes de relación social, las particularidades culturales o las mismas formas del Estado y la organización de lo público. En la tradición de la modernidad, el individuo mismo en el proceso de acoplamiento progresivo a la vida social debía disociar un espacio subjetivo interior, "lo íntimo" (que delimita lo que le es propio, singular, de un interior privado y secreto que constituye, por vía de lo que denominamos narcisismo libidinal, la fuente de vivencias, recuerdos, sensibilidad, etc.), de "lo público", espacio en el cual se definen su pertenencia y participación en las simbólicas culturales y los 1 intercambios sociales reglados. Esta separación entre lo íntimo y lo público, cuya nitidez objetiva es sólo aparente, requiere de un proceso mental de disociación que el sujeto debe asumir para la dialéctica de su vida social. Pero esto no debe confundirnos acerca de restringir la subjetividad a lo íntimo y atribuir objetividad a lo público, viejo error de alguna sociología. Lo público es también una instancia del individuo, un existente en su economía psíquica, tanto como la subjetividad forma parte de la realidad social, es la base de los desenvolvimientos de la cultura, y constituyente de la vida pública. Si observamos desde el ámbito de la cultura, veremos que ésta sólo es captable en relación con las interacciones entre individuos de una época y lugar determinados, que conservan entre sí alguna tradición en sus intercambios y producciones, en las formas de significación (morales, éticas, estéticas, etc.), en los modos de producción y apropiación del sentido. Y estos procesos son indiscernibles de la subjetividad que los sostiene y que es producida por ellos. El psicoanálisis ha explorado esto mismo en las relaciones intrínsecas entre el "otro" en la relación social y los "otros" interiores de la estructura psíquica y los dinámismos subjetivos: el objeto presente en la vida erótica pertenece al mismo campo semántico en que se significa la sexualidad en la cultura, es decir que aun el "polimorfismo" de la sexualidad infantil está presente en las significaciones sociales sobre lo reglado del sexo y sus transgresiones; el otro de trato y sociedad es "investido" desde alguna de las instancias psíquicas (el inconsciente, el ideal del yo, el super-yó, etc.); igualmente que el otro en la elección de objeto amoroso, y en las dinámicas del anhelo de reconocimiento, se significa y se valora en la resonancia de los rasgos del pasado infantil. Procediendo de este modo es que podremos comprender las relaciones esenciales entre los cambios que se operan en la cultura y la vida social y su obligado correlato en los rasgos de la subjetividad. Por ejemplo: desde el psicoanálisis hemos enfatizado siempre la dominancia de ciertas regiones tradicionales de lo social para la producción de subjetividad, como son la familia edípica, la institución escolar, las relaciones con la ley, la función de la religión, etc. Ahora bien, son precisamente estas regiones tradicionales las que están sufriendo cambios profundos, multiplicándose y diversificando, de modo tal que en la actualidad resulta difícil hablar de "la familia" como una sola forma de vínculo filial, de "la escuela" y su valor en la formación como un territorio coherente y homogéneo, de la "sexualidad" normal como una normatividad consensuada acerca del comportamiento sexual cuando más bien observamos la diversidad y el polimorfismo aceptados socialmente, de "la ley" de forma abstracta cuando su funcionamiento se ha convertido en campo de lucha, o aun de "la religión" cuando sus variaciones han hecho estallar el sentido tradicional de ésta. Asimismo nuevas instituciones sociales han ido tomando un papel dominante en la producción de subjetividad, como los medios masivos de comunicación, en especial la televisión, el cine, y en estos tiempos la informática. Esto genera que I la producción subjetiva esté menos ligada a las funciones tradicionales de la familia, produciendo cierto caos o dispersión, pero también nuevas e insólitas posibilidades para el ser humano. Observemos esto en relación con las funciones del padre, una de las más importantes en la producción de subjetividad. Uno de los ejes de la problemática del poder en la vida social y en los individuos está ligado a las funciones del padre. Freud había mostrado1 la función esencial del padre para la constitución de la identidad y la sociabilidad del individuo, tanto en su ensayo sobre la horda primitiva como en otros trabajos que le sucedieron. Ésta no se reduce a una teoría antropológica, sino que señala cómo en cada sujeto se inscribe la imago de un "padre primitivo", ligado a las figuraciones más arcaicas del poder. Pero también en las figuraciones actuales de esa tragedia constitutiva de las relaciones con el poder (del padre): de ese padre primitivo, tanto en la subjetividad singular como en la vi1 S. Freud, Tótem y tabú, Psicología de las masas y análisis del yo, El yo y el ello (ob. cit., tomo II), entre otros ensayos. 2 da social (el déspota, el dictador, el amo, el rey, etc., por el que tanto anhelo como temor muestran los niños en sus juegos), y, por vía de la mediación del vínculo con el padre en el conflicto edípico, la constitución de un "padre muerto", subjetivado como "ideal del yo-superyó", que estará en la base de la formación del lazo social y en todas las formas en que el individuo se relaciona con el poder en la vida social. Ambas dimensiones del padre (que se unen y se diferencian en la dupla ideal del yo-superyó) se alojan en la subjetividad singularizada, la del padre primitivo y la del ideal. Mientras que el primero sostiene las formas primarias de dominación y sometimiento, el segundo sostiene la formación de la fratría y el lazo social. Ahora bien, la experiencia psicoanalítica nos enseña que cuando se relaja o debilitan aspectos de la función del padre, éstos se reflejan en la formación del ideal del yo, haciendo que paradójicamente no se amplíe el campo de libertad del individuo sino que cobren más dominio sobre él los aspectos regresivos del "padre primitivo", que remiten en lo inconsciente a un padre temido y anhelado al mismo tiempo (nuevamente, como en los niños), pero que facilitan también en la vida social la formación de agrupamientos, al modo de la horda, en torno a un líder fuerte y violento, que tiende a exaltar los sentimientos de identidad y de aniquilación de los diferentes. Este rasgo subjetivo está hoy más que insinuado en la vida social. Por otra parte, el padre idealizado (padre muerto), que da lugar a la formación del ideal del yo, es condición en el individuo para la formación del lazo social. Y también de los proyectos colectivos, sociales, de las utopías que implican a cada individuo y al conjunto en la búsqueda de la transformación social. Porque siempre los proyectos colectivos de transformación son a la vez proyectos de lucha contra el poder opresivo, autoritario o arbitrario, que impone la dominación, identificados con algún tirano, con una clase, con una etnia, con otro pueblo, con una religión. Vale recordar que la función del ideal del yo, que puede extenderse a la formación de los ideales colectivos, no es la de anular la agresividad o la violencia ligada al padre primitivo, pero sí la de efectuar cierta pacificación por vía de organizar sus sentidos para el individuo o el grupo. La pérdida o el debilitamiento de las funciones del padre, que, además de su ordenamiento simbólico, requiere en algún momento del devenir del individuo de su ejercicio real por el adulto, no puede sino afectar los modos del lazo social y la conformación y los valores de los colectivos sociales. Por eso no debiera sorprendernos observar que los cambios en las funciones paternas se acompañen de vínculos sociales de nuevo tipo que, debilitados los sentimientos fraternos (ya que la fratría y los sentimientos que genera entre hermanos sólo surgen en relación con su unión frente a quien quiere dominarlos), resurjan formas de fundamentalismo, religioso o político, que buscan restablecer la identidad a través de un grupo primario violento. No caben dudas acerca de que asistimos a cambios importantes en las funciones paternas en el modelo de vida urbano. Desde diversos ámbitos disciplinarios se señala el crecimiento de las "familias monoparentales" (¿es posible seguir hablando de familia cuando sólo existe "un" padre o "una" madre?); desde el derecho se han modificado los derechos de la "patria potestad" que iguala a ambos progenitores; se menciona el aumento de los "hogares unipersonales", formas de denominar a quienes viven solos por decisión personal y que están modificando los hábitos cotidianos de las grandes ciudades; otros muestran el desarrollo de las tasas de divorcios y de hijos que crecen alejados de uno de sus progenitores, que en algunos conglomerados urbanos de Estados Unidos han sobrepasado la tasa de casamientos (es decir que no sólo se neutralizan los casamientos que se producen en la actualidad, sino que se deshacen matrimonios más antiguos), hasta las curiosas estadísticas sobre natalidad, que en varios países de Europa han modificado el paisaje urbano y la organización de la cotidianidad por el reemplazo progresivo de los ambientes de niños por otros de ancianos, y que vienen a mostrarnos que no sólo cambian los modos de ejercicio de la paternidad sino que también estamos frente a una nueva posibilidad de su restricción. Como es obvio, estos fenómenos se acompañan también de rasgos subjetivos 3 nuevos en relación con estas funciones de la familia, y sobre todo respecto del padre. Esta situación ha abierto dos problemas que estamos comenzando a observar: por un lado, el vacío que deja en la subjetividad este debilitamiento de las funciones de la familia es ocupado por las instituciones mass mediáticas, que se hacen preponderantes en la generación de identificaciones ideales y modelos de sensibilidad, por lo que "lo social" ha cobrado una mayor preponderancia en la producción de subjetividad; por el otro, los cambios en el lazo social, por la pérdida o atenuación de las identificaciones ideales con el padre, que, insisto, no abolían la agresividad pero la organizaban en sus sentidos colectivos e históricos, genera una violencia más flotante, inespecífica, que tiende a buscar su organización con la forma de colectivos de nuevo tipo, como bandas, grupos de "autoayuda", neocomunidades, agrupamientos religiosos o místicos, nacionalismos xenófobos, fundamentalismos políticos o terrorismo. Al mismo tiempo que se instala progresivamente el imaginario de un poder anónimo (transindividual, transnacional, transempresarial) contra el cual los individuos no pueden actuar, desplazando la lucha y la violencia hacia lo que perciben como identificable e inmediato: las relaciones familiares, de pareja, vecinales, interiores a la convivencia. Se trata de una violencia social pero de localización progresivamente doméstica. Resultaría difícil hacer un compendio exhaustivo de los nuevos rasgos culturales y de la subjetividad concomitante, sobre todo porque algunos de ellos apenas comienzan a insinuarse y su fenomenología es rápidamente desactualizada. Diversos sociólogos y ensayistas contemporáneos han advertido sobre el avance del individualismo y la masificación en la vida de los individuos. Paralelamente se ha hecho común hablar de un, narcisismo social, que curiosamente cursa sus manifestaciones junto a una subjetividad más fragmentada, manifestada en el polimorfismo de estos nuevos comportamientos, a los que les atribuimos muchas de las actitudes auto y heteroagresivas que se manifiestan en el consumo de tóxicos, las adicciones, la destrucción del " medio ambiente, la violencia social, etc. Algunos de estos rasgos de la vida social actual los hemos abordado en el capítulo 2. Me detendré ahora en el señalamiento de algunos caracteres subjetivos, a sabiendas de que se trata de fenómenos que no tipifican a la sociedad en su conjunto, ya que se trata de rasgos que se insinúan predominantemente en sectores medios de las grandes ciudades, pero cuya importancia radica en que están estrechamente ligados a la emergencia de las nuevas demandas que se efectúan a Salud Mental. 1. Pasivización de los individuos, respecto de la cultura y la vida social. El dominio de lo que ha dado en llamarse "sociedad del espectáculo" transita a nivel de la subjetividad en un reforzamiento de la condición de "espectador", entusiasmado por la contemplación de imágenes y crecientemente dificultado en la distinción entre realidad y virtualidad. Esta misma pasivización se refleja en la tendencia a la dominación de las "intensidades" eróticas y agresivas, ya que se debilitan la función de la palabra y el diálogo, como parte de una caída más amplia del valor de las actividades reflexivas. Este proceso se acompaña de una subjetividad más volcada hacia sí misma, que lleva a formas de aislamiento del individuo. En algunos casos la pasión y la actividad resurgen en este contexto subjetivo como pasión por el propio yo, a través de los cuidados del cuerpo, la salud, la estética personal, etcétera. 2. Saturación del yo, que se hace posible por esta pasivización, en la que el individuo está sometido a diversas estrategias de información, consumo, pornografía, etc., que generan la sensación subjetiva de un "lleno" sobre la vivencia de un vacío de relación con los otros. Es realmente llamativo cómo opera la saturación subjetiva por la pornografía, ya que el exceso de excitación, la sobreabundancia de imágenes, la oferta de una sexualidad libre con las mismas condiciones del consumo de objetos, termina aplastando al deseo por su saturación. Esta sexualidad de espectáculo invade la vida cotidiana a través de la sobreabundancia de sus imágenes, al mismo tiempo que empobrece la sexualidad en las relaciones entre los individuos de distinto sexo. 4 3. Maquinización, y en algunos casos robotización, de los vínculos con el otro, por vía de una operacionalización utilitaria de las relaciones sociales (amistad, pareja, relaciones de influencia, etc.). Otro de sus modos es la sustitución lisa y llana de la relación con el otro por el vínculo que se establece con los diversos aparatos para el goce: fetiches varios para el goce sexual, vibradores, aparatos de energía, gimnasias con aparatos especiales, teléfono erótico, realidad virtual destinada al goce sexual, etc. Es interesante este avance de las técnicas del goce a través de los diversos aparatos, goce maquínico, que activa núcleos perversos sin los sentimientos de transgresión y culpa, ya que no está implicado ningún otro. Suele comenzarse el recurso a estos aparatos como complementario a las relaciones sexuales, pero es frecuente su deslizamiento hacia la sustitución del otro por el aparato. Estos dispositivos desempeñan un papel importante en la vivencia subjetiva de una forma instrumental de vínculos con los demás, ya que así como el aparato reemplaza al otro para el goce, también el sujeto pretende tratar al otro con la misma disponibilidad con que se relaciona con el aparato, lo que debiera orientarnos acerca del papel que juega esta era tecnológica en la producción de subjetividad. 4.Superficialidad en los afectos, de una cualidad subjetiva que parece realista por lo desapasionada, que parece práctica en su relación con los otros por la ausencia de compromiso emocional y que parece eficaz por el manejo utilitario e insolidario de sus relaciones con los demás. Rasgos que ya no podemos vincular exclusivamente a las psicopatías o a las personalidades esquizoides. Esta modalidad ' subjetiva se expresa frecuentemente en relaciones intensas pero fugaces, que generan confusión en el partenaire no advertido, ya que semejan en mucho los tiempos del video-clip, el ritmo acelerado de los programas de TV o el zapping de la televisión como modalidades de encuentro con los otros. 5. Sensibilidad impostada, adquirida no en las vivencias emocionales de la relación con otras personas, sino en los modelos de sensibilidad que aportan los programas televisivos y los vídeos. Si bien siempre las imágenes han desempeñado un papel importante en la identificación con modos de la sensibilidad (por ejemplo, las novelas de amor,-, las revistas sentimentales, etc.), esta identificación con la sensibilidad que modelan los personajes televisivos tiene la particularidad de su profusión veloz en imágenes y gestos, que no tienen consistencia emocional, más que la que provoca la contemplación, no enriqueciendo el vínculo emocional real con los otros, o trasladándolo a éste de un modo discordante y disociado. Por estas características es que generan la impresión de falsedad o impostura. 6. Compulsión a hacer, que cursa a veces concomitante-mente con la pasivización que he señalado. Esta compulsión está ligada a los ritmos que impone el funcionamiento en la ciudad actual, la planificación del ocio, los ritmos de trabajo, el transporte, la pedagogización de los juegos de los niños. Se trata de un rasgo subjetivo que presenta los caracteres de la ansiedad compulsiva, por la cual el individuo necesita de una actividad constante y planificada: gimnasios, programas para el deporte, planificación del tiempo libre y el fin de semana, etc. Mucho tiene que ver en ello el reemplazo de las habilidades personales por la función de expertos de diversos tipos: desde las técnicas y los aparatos en la vida doméstica, hasta los variados aparatos que "ocupan" la mente todo el tiempo (el televisor, el equipo de au-dio, la computadora personal, los videojuegos, etc.), de los cuales el individuo no conoce habitualmente más que el manejo "mágico" de sus botoneras. Y se trata de la misma ansiedad que provoca diversas conductas adictivas (no solamente, aunque está presente, la adicción a los ansiolíticos), y la adicción al consumo como una conducta y un fin en sí mismo. Nuevamente se trata de un carácter subjetivo que tiende a lograr una vivencia de "lleno" sobre las sensaciones de vacío. 7.Dominio del valor de cambio sobre el valor de uso, tanto en los objetos cotidianos del consumo como en el trato con las demás personas, que suele orientarse bajo este rasgo por las mismas coordenadas. Recordemos el señalamiento de Winnicott al respecto, cuando destaca la importancia que el uso de la madre tiene para el 5 desarrollo emocional del niño, y que está presente en la obtención del placer en los vínculos afectivos posteriores. El dominio del cambio y la sobrevaloración de "lo nuevo" y "lo último", tan propios de la renovación permanente de los objetos de la técnica y el consumo, impregnan las relaciones afectivas, haciendo del otro un objeto sustituible y renovable, alejado de los procesos de pérdida y duelo. 8. Irrealidad por dominio de la imagen, en la que la subjetividad pervierte su percepción y su análisis de la realidad reemplazándolos por la virtualidad de aquélla. Lo virtual que introduce la imagen no es otra cosa que inducir en el individuo significaciones que no tienen necesariamente referentes en la realidad. Es decir que todo puede ser posible de imaginar en la "realidad virtual" de una pantalla. Pero no se trata solamente de la virtualidad de las imágenes y las voces que se pueden percibir en la pantalla televisiva, sino también de que el sujeto actual se mueve en espacios públicos sin necesidad alguna de hablar o relacionarse con otras personas: autopistas, aeropuertos, cajeros automáticos, computadoras para información, etc., le permiten la virtualidad de un estar en el mundo que es sólo ficcional. El impacto subjetivo mayor no consiste solamente en este efecto de desdibujamiento de la realidad, sino también en que modifica profundamente la relación del individuo con los demás. Ha sido señalado, por ejemplo, cómo durante la Guerra del Golfo todos los horrores de la guerra y la destrucción, las heridas y la muerte de otros seres humanos desaparecieron para muchos televidentes (en este caso, prácticamente todo el mundo, que sólo supo de esta guerra por las imágenes televisivas) por la presencia de imágenes ficcionales que eran imposibles de discriminar de aquellas de los videojuegos de guerra. Resulta muy sutil el pasaje de esta habitualidad de lo virtual y lo ficcional frente a realidades de violencia y muerte hacia las propias conductas violentas, ya que el Yo mismo se va percibiendo como ficcional. Esta subjetividad, que podemos denominar de lo virtual, tiene los caracteres de lo esquizoide, de una afectividad disociada, de una sensación de irrealidad frente a los componentes emocionales de las relaciones con los otros. Éstos son algunos de los rasgos que caracterizan la subjetividad actual, con distinta incidencia según se trate de individuos pertenecientes a las culturas urbanas de los países desarrollados o a las culturas maltrechas de los países periféricos; según se trate de individuos pertenecientes a las clases sociales dominantes o a los sectores medios o asalariados, de los desocupados o de los marginados de la vida social. Sin embargo, su presencia debe alertarnos acerca de tendencias que se van difundiendo y que conforman modalidades de funcionamiento mental diferentes de las neurosis clásicas que el psicoanálisis trató desde los comienzos del siglo, de emociones y comportamientos que plantean nuevos interrogantes y que requieren de nuevas investigaciones, ya que no podemos conformarnos con la idea de que I" sólo se trata de nuevas patologías de lo mental que vienen a ensanchar nuestras categorías diagnósticas. Cabe recordar, sin embargo, que estos rasgos, aunque dominantes en algunos individuos, no constituyen la totalidad de la vida social y la cultura. Se trata sólo de otras manifestaciones de los conflictos y las contradicciones que animan la vida social, que generan nuevos problemas en el desarrollo de la cultura y cuyo resultado dependerá (como siempre, ya que la historia continúa) de la fuerza subjetiva, los valores y las acciones de los hombres. 6