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HUMANIDAD E INHUMANIDAD DE
LA RAZÓN DE FUERZA MAYOR
JORGE ENRIQUE LINARES
Facultad de Filosofía y Letras, UNAM
Ahora la razón pura debe recapacitar sobre su propio ser, tomando nota de que, a su lado, y pujando por
eliminarla, actúa una nueva razón que no comprendemos bien, de la cual apenas somos conscientes, pues
la confundimos con la antigua, pero de la que usamos sin saber cómo está configurada, cuál es su
contextura, cuáles serán sus fines, y qué resultados va a causar su predominio en la comunidad humana. Ni
siquiera tiene nombre.1
Eduardo Nicol realizó un agudo diagnóstico2 de la situación vital del mundo contemporáneo, en
el que descubrió un peligro que amenaza el futuro de la filosofía: el advenimiento de una nueva forma
de razón pragmática universal que Nicol denominó razón de fuerza mayor. Ante tal advenimiento, se
propuso restaurar el fundamento ético-existencial de la filosofía y de la ciencia, reafirmando el sentido
vital de la razón pura o desinteresada como vocación libre ante el imperio mundial de esa nueva
racionalidad pragmática.
La restauración del fundamento ético-existencial de la filosofía (y de la ciencia) se torna para
Nicol una tarea urgente en la época en que se presiente el decaimiento de la capacidad “proteica”3 de
autotransformación y diversificación histórica de la existencia humana, ante un nuevo orden mundial
de uniformidad vital impuesto por la necesidad pragmática. Si el ser humano se volviera incapaz de
1 Nicol, E., “El régimen de la verdad y la razón pragmática” en Ideas de Vario Linaje, México, UNAM-FFyL,
1990, p. 255.
2 Este diagnóstico es el núcleo de la trilogía formada por El porvenir de la filosofía (1972), La reforma de la
filosofía (1980) y Crítica de la razón simbólica (1982).
3 Lo que define el carácter propio del ser humano, según Nicol, no es sólo aquello que éste ha realizado para
hacer frente a la naturaleza (para intentar reorientar las fuerzas naturales a las que está sujeto), sino lo que ha
logrado más allá de la mera acción de subsistencia, lo que ha alcanzado por encima de sus determinaciones y
1
metamorfosis, entonces se desvanecería su forma propia porque, como dice Nicol, “el hombre amorfo
representa la agonía de Proteo”. Por eso, la crisis ontológica que conlleva este declive proteico amenaza
al pensamiento filosófico y a todas las vocaciones humanas que se liberaron de la necesidad pragmática:
la poesía, el arte, la política y la ciencia, incluso a la praxis misma como trabajo inventivo. La amenaza
se dirige, en el fondo, a la capacidad histórica de la humanidad para formar su propio ser proyectando
una idea multiforme de sí misma.
Del porvenir sabía el hombre que tenía un fin infalible, que es la muerte. No podía saber que tal vez
tuviera la vida un fin en plena vida: que pudiera morir Proteo mientras la humanidad subsistía. El porvenir
cerrado es la agonía de Proteo; su muerte vendrá cuando todos seamos iguales, y no ocurra nada nuevo.
Sabemos, por lo menos (pero es triste ganancia), que dejará de haber forma, forma humana, cuando nadie
sea capaz de transformarla.4
Por ello, la mera posibilidad del fin de la filosofía que Nicol descubre altera el sentido de la
historia del pensamiento filosófico y, más aún, el sentido de toda la historia. La muerte de la filosofía
coincidiría con una impensable negación de la historicidad del ser humano.
Si el peligro es real, como indican los síntomas, es externo, y tiene que ser total y final. Pero, si es final, no
atañe nada más a la filosofía. Ella no habrá de morir sola, y nada podrá substituirla. Cuando la vida humana
la prive del sustento, si esto llega a suceder, se lo rehusará también a otras vocaciones, cuyas obras han
expresado igualmente una actitud o disposición desinteresada ante la realidad. 5
La finalidad teorética de la razón pura nunca ha suplantado las finalidades pragmáticas, pues
éstas son necesarias para la supervivencia. Pero lo contrario sí es posible: una razón pragmática
omnipotente puede eclipsar el despliegue de la razón pura reduciendo el variado ámbito de la praxis a
un único cometido pragmático.
La cultura de lo inútil nunca entorpeció la de lo útil. Pero no ocurre así a la inversa: la utilidad, cuando
predomina, avasalla. Las dos formas de vitalidad quedan entonces contrapuestas, como si fueran
incompatibles. Llamábamos barbarie, que es una forma de muerte, a la forma de vida de una comunidad
que sólo cultiva su vida física.6
condicionamientos naturales: son las obras de la libertad más que de la necesidad lo que ha forjado la historia de la
humanidad.
4 Nicol, Eduardo, La agonía de Proteo, México, UNAM-IIFL, 1981, p. 116.
5 Nicol, E., El porvenir de la filosofía, México, FCE, 1972, p. 8.
6 Ibid., p. 334-335.
2
El ser humano ha sido el sujeto de la razón, pero quizá podría convertirse, con el eclipse de las
vocaciones libres, sólo en el portador de una racionalidad pragmática uniforme, sin ser ya plenamente
sujeto autoconsciente que puede proponerse fines diversos para su existencia; se transformaría, si
perdiera la razón teorética, en mero ejecutor de una razón des-humanizada que deformaría su
existencia, en la medida en que sus fines vitales se redujeran paulatinamente sólo a uno: la subsistencia.
Nicol observa la manifestación de la nueva razón en un nuevo y universal imperativo
tecnológico que racionaliza y uniforma la gran diversidad cultural y vital de la existencia humana. El
espectacular desarrollo y expansión del poder tecnológico en el siglo XX es el fenómeno principal de la
nueva racionalidad pragmática, lo cual no significa el triunfo de la razón científica, sino más bien su
decaimiento, en tanto que anuncia el ocaso de la capacidad humana de dar razón del mundo; es decir, del
pensamiento teorético y de la autoconciencia, a pesar de que la nueva razón produce, sin duda,
conocimiento útil.
Nicol advierte cómo el desinterés inherente a la teoría se ha ido perdiendo en las ciencias
modernas y cómo éstas han ido sustituyendo su antiguo ethos al virar hacia unos intereses más
pragmáticos que teoréticos; es decir, cada vez más orientadas a la manipulación e intervención técnica
en la naturaleza. 7 De este modo, Nicol anticipaba el fenómeno que ahora conceptuamos como
tecnociencia: la unidad indisoluble entre conocimiento científico e intervención tecnológica, en la que el
primero queda subordinado a la segunda. Sólo la filosofía resiste en su inveterada vocación teorética y
contemplativa ante el apogeo de esta nueva forma de unidad entre conocimiento y poder (como había
preconizado Francis Bacon).
Lo que le queda al saber científico, cuando pierde su philía por la sophía, es algo que ahora se juzga
primordial y se da por consabido sin reserva: le queda su utilidad. El saber útil ha de ser tanto más riguroso
cuanto que debe responder de su éxito: la práctica no perdona los errores. O sea que al perder el amor, la
ciencia pierde también la teoría. […] la filosofía de la ciencia ha de atender ahora a un hecho insólito, que
antes no se incluía en su programa: el escándalo para la razón que representa dar el título de ciencia a una
actividad que, aun siendo racional, es ya puramente pragmática en su motivación originaria.8
En la primera parte de la La reforma de la filosofía, Nicol expone la desviación “vocacional” de la ciencia
moderna, por la cual ésta viró de unos fines teoréticos hacia unos fines eminentemente pragmáticos.
8 Nicol, op. cit., p. 19.
7
3
Si estas líneas de hechos que Nicol analiza en El porvenir de la filosofía (1972) se consumaran en el
futuro, conducirían probablemente a un escenario en el que la humanidad habría prescindido de la
praxis libre y habría renunciado (incluso sin percatarse de ello) a los rasgos más inherentes de la
condición humana: la diversidad histórica, el pensamiento que busca el conocimiento del ser (y no sólo
la manipulación y transformación del ente), el lenguaje comunicativo que expresa una realidad común,
la comunidad política fundada en la razón dialógica y deliberativa, la racionalidad científica que crea una
base de objetividad para la con-vivencia social.
Lo peligroso es que el cometido de la nueva razón se ha vuelto forzoso y unívoco. Y esto último
es lo más imperceptible. El peligro no consiste en que la razón pragmático-tecnológica se desarrolle
como única vía para afrontar los grandes y graves problemas actuales de la subsistencia, sino que la
humanidad ya no pueda tener otra relación con la naturaleza y con el prójimo que no esté fundada en la
utilidad pragmática.
La idea de “razón de fuerza mayor” designa habitualmente una causalidad natural que nos
trasciende y supera, algo necesario que no admite discusiones ni deliberaciones. Impone una re-acción
que es, al mismo tiempo, voluntaria e involuntaria o forzada. Nicol recupera esta idea para formar el
concepto de una razón que ha suprimido su función dialógica y expresiva, que es calculadora y
sistemática pero ya no una modalidad de pensamiento libre.
[...] Se dice que hay “razón de fuerza mayor” en lo inevitable, sobre todo en la forzosidad inherente a los
hechos naturales. La naturaleza, claro está, no tiene razón: tiene fuerza. Nosotros somos quienes damos
razón de su fuerza, porque ésta constituye un orden, y llamamos forzosas a las medidas de acomodo que
tomamos ante el imperio de esa fuerza. Desde siempre, la racionalidad de la vida histórica ha consistido en
el ajuste del orden humano al orden natural.9
Resumo, a partir de los textos nicolianos, los rasgos principales, negativos y positivos, de la
nueva modalidad de la razón:
9
Ibid., p. 71.
4
1. La razón de fuerza mayor es calculadora y programática, pero no pensamiento liberado de la
necesidad. Lo que presenciamos ahora con el auge del poder tecnológico y su extensión a
todos los ámbitos de la praxis no es una “apoteosis” de las ciencias, según advierte Nicol, sino
quizá su ocaso. Es una razón post-científica cuya finalidad ya no se centra en la búsqueda del
conocimiento sino en el dominio pragmático del mundo.
Que la vida práctica tuviera que racionalizarse, además de inevitable, no era en sí pernicioso, sino más bien
benéfico. No hay maleficio intrínseco en la tecnología moderna. Y esto es precisamente lo más grave: su
completa inocencia, que es otra manera de decir su “fuerza mayor”. El fenómeno de gravedad profunda
no es la racionalización de la praxis, sino la pragmatización de la razón; porque esto sólo se logra por
exclusión de la razón de verdad, que es pura por esencialmente desinteresada. 10
2. Pero la razón de fuerza mayor no se identifica sin más con la razón tecnológica, sino que, de
hecho, la domina y la ha transmutado: la técnica contemporánea ha dejado de ser un medio
auxiliar de la civilización para convertirse un fin en sí mismo, en una necesidad imperiosa para
la subsistencia. En tanto que la razón de fuerza mayor ordena y controla los sistemas
tecnológicos indispensables para la supervivencia humana, se ha vuelto imprescindible.
3. Esta nueva razón no construye vínculos intersubjetivos, aunque es inteligible y capaz de
organizar y dirigir la praxis. La fuerza de esta razón es mayor porque no admite la deliberación
ni la duda; es indiferente a la verdad porque, aunque requiere de la exactitud conceptual para la
manipulación de objetos, su finalidad es la eficacia operativa y no la mejor comprensión de la
realidad. La nueva razón no construye una idea del mundo ni da razones acerca de sus fines
vitales. Pero la razón de fuerza mayor es uniforme, universal y ha creado una tecnocultura
global. Trasciende las barreras culturales e idiomáticas porque se expande mediante lenguajes
formalizados como el de la informática e impone en todas partes la misma finalidad
pragmática.
4. No es una respuesta meramente instintiva de la especie ante los problemas de la subsistencia de
una humanidad hipertrofiada. Pero la “fuerza mayor” de la nueva razón sólo puede provenir
Nicol, E., “El régimen de la verdad y la razón pragmática” en Ideas de Vario Linaje, México, UNAM-FFyL,
1990, p. 254.
10
5
de la naturaleza; esto es, ella actúa como si fuera una fuerza natural pero racionalizada, porque
se apropia de los métodos e instrumentos de las ciencias y la tecnología. Su fuerza impositiva
surge de la presión de la necesidad natural mediatizada en la razón, ante la cual nadie se puede
sustraer.
5.
La razón de fuerza mayor no es autoconsciente ni autocrítica, ya que no puede ni necesita dar
razón de sí misma ni de su misión en el mundo. Se impone por necesidad, la cual todos
aceptan, pero no se sobrepone ni convence con razones; sin embargo, todos entendemos que
sus acciones son imperiosamente urgentes e indispensables.
6.
La razón de fuerza mayor no es expresiva ni comunicativa. No declara sus fines ni argumenta
sobre la necesidad de ellos. Es una razón anónima e impersonal pues no tiene autor, ni surge
de ninguna doctrina o corriente política, aunque se oculte detrás de ciertas ideologías. Opera
sobre la comunidad, pero no forma comunidad, por el contrario, la destruye lentamente.
7.
Por la índole de su imposición necesaria, la razón de fuerza mayor no es pacífica; por el
contrario, está generando una violencia mundial creciente. La nueva razón es temible y
peligrosa porque impulsa el desarrollo de poderosos medios tecnológicos que se despliegan en
una lucha mundial para prevalecer en la competencia económica, política, militar y para
asegurar así la subsistencia.
En el “El régimen de la verdad y la razón pragmática” (1970), que antecede a El porvenir de la
filosofía, Nicol sostiene que esta forma insólita y desconocida de razón que está dominando la praxis
reclama su crítica filosófica. Pero lo desconcertante es que la forma de la nueva razón se confunde con
la razón tradicional, pues está próxima a ella; es una realidad de la cual no somos aún todavía
plenamente conscientes. La nueva razón es peligrosa porque aún se oculta. Ni siquiera tiene nombre
propio.
Así pues, Nicol plantea que en el mundo contemporáneo coexisten dos modalidades de razón;
una, la razón que da razón; otra, una nueva razón de necesidad, una razón que, sin dar razones, fuerza la
existencia humana a constreñirse a la utilidad pragmática; una nueva razón que cancelaría todos los
6
logros históricos de la libertad, por ser forzosa y por imponerse a todos sin designio o idea directriz. La
razón se ha escindido entre la razón que da razón y la razón de fuerza mayor. Las dos coexisten pero la
segunda amenaza con suprimir a la primera.
De acuerdo con los análisis nicolianos, el predominio de la razón de fuerza mayor está
produciendo una alteración radical de la existencia, pues trastoca la relación de equilibrio histórico entre
el hombre y la naturaleza, entre la libertad y la necesidad, entre la razón y el poder, entre la comunidad
histórica y la especie natural. Una de las conclusiones más sorprendentes que obtiene Nicol de dicho
predominio es la siguiente. La humanidad retornaría a ser una especie con un único fin vital: la
subsistencia. Ello implicaría una insólita mutación que subvertiría la evolución histórica de miles de
años. Sería, en todo caso, un estado post–histórico, pero no una vuelta a un a-histórico estado natural.
De cualquier modo, la razón de fuerza mayor es un fenómeno inédito en la historia que alteraría el
curso de la evolución humana:
¿Puede alterarse la base de la historia? Habíamos creído que las mutaciones de la historia eran posibles por
la misma permanencia de su base. El orden histórico no podía subvertirse. Cambiaban las fórmulas; pero
sin orden básico no podía haber fórmulas ni cambios. ¿Qué orden histórico habría de resultar, cuando la
razón, que es la base, se ve suplantada por algo que parece a la vez racional e irracional? Si lo permanente
es la violencia ¿no estaría la vida basada en la irracionalidad? Es la razón misma la que rechaza aquella
subversión que la desplazaría de la base. Sin embargo, ¿en qué sentido sería irracional un régimen de vida
en cuya base estuviera justamente una razón: la razón de fuerza mayor?11
De acuerdo con el pronóstico nicoliano, si triunfara la razón de fuerza mayor, “el sujeto de la
historia” ya no serían los individuos y las comunidades, sino la especie, la colectividad, la masa. De este
modo, la capacidad de convivencia política también decaería y sólo sería regulada por la forzosidad y la
violencia. Nicol advierte ya signos de esa violenta adaptación de los individuos a los fines restrictivos de
la especie, así como el declive de la comunidad política a causa de la decadencia de la razón dialógica y
la fragmentación de la vida social.
Así pues, la razón de fuerza mayor es un fenómeno ambiguo. Ha surgido de desarrollo de la
historia (en particular, del despliegue de la civilización tecnológica) pero amenaza con destruir la
11
Nicol, E., El povenir de la filosofía., p. 131.
7
historicidad (la capacidad ontológica de cambio y variación en la civilización). Emana de la cultura, y no
de la naturaleza, pues constituye la objetivación del ingenio humano para enfrentar la necesidad, pero
con su predominio se cierne una extrema naturalización de la existencia humana, hasta el grado de una
regresión o involución cultural e histórica. Por un lado, se funda en unos rasgos humanos inveterados:
el afán de dominio sobre la naturaleza y el obsesivo empeño por superar todas las barreras y límites
naturales de la condición humana. Por otro lado, lo que más extraña de esta nueva razón es su carácter
inhumano: es indiferente a los sujetos en cuanto que éstos no son más que los ejecutores y colaboradores
obedientes de lo que dispone la nueva razón.
Por ello, la razón de fuerza mayor es señaladamente humana, se expresa en acciones tecnológicas
intencionales, pero también es una razón inhumana o des-humanizada porque no emana de la elección
libre de fines y de la deliberación entre los agentes humanos. Su fuerza mayor proviene de la
impotencia, de la indolencia o de la indiferencia con que los seres humanos aceptan sus imperativos y
se resignan a actuar siguiendo los dictados de la necesidad imperiosa, abandonando su responsabilidad
para tomar decisiones, para deliberar y reflexionar sobre su destino, en lugar de acatar dócilmente las
razones de fuerza mayor.
El predominio de la razón de fuerza mayor en el mundo contemporáneo es correlativo de la
declinación de la razón pura y dialógica, así como de la razón tecnológica misma, en su carácter libre e
inventivo, que ha sido expresión del ingenio humano para sortear las necesidades naturales. La razón
pura y la razón pragmática eran posibles porque se realizaban en la inminencia del error y se nutrían de
las deliberaciones sociales. Verdad y utilidad implicaban el error y la alternativa. Por eso, en el mundo
histórico no siempre se impusieron las razones de fuerza mayor, más que en situaciones
extraordinarias; esto es, no siempre se impuso la necesidad sobre la libertad; pues la razón tenía la
capacidad de prevalecer en la comunidad política convenciendo mediante argumentos y deliberaciones.
Pero con el régimen de vida de la razón forzosa podría perderse la libertad deliberativa e
inventiva. La nueva razón no se permite ni alternativas ni yerros; por el contrario, debe ser una razón
de cálculo preciso y exacto. Ese cálculo lo realizan unos cuantos de espalda a la mayoría, sin dar
8
razones de sus acciones ni de sus consideraciones. La razón de fuerza mayor preconiza la no-publicidad
de la razón, la opacidad del poder, la privatización del conocimiento y la concentración de las
decisiones en muy pocas manos. Estos rasgos antidemocráticos de la razón de fuerza mayor se han
impuesto desde hace ya varios años en la conducción del desarrollo tecnocientífico.
Ahora bien, la razón de fuerza mayor es necesaria e ineludible porque responde ante los grandes
problemas de la humanidad, pero los convierte en cuestiones de mera supervivencia de la especie. 12
Asegurar en el futuro inmediato la subsistencia de una humanidad hipertrofiada se ha vuelto lo más
apremiante porque, según los cálculos más conservadores, la tecnología no será capaz de resolver todas
las necesidades y problemas de una población mundial que creció desmesuradamente y que rompió
muchos límites naturales y ecosistémicos. La especie humana está en peligro de no poder solucionar los
graves desequilibrios en que vive ahora con respecto a la naturaleza ambiente. Ello se agrava en nuestra
época, porque hay evidencias suficientes de un cambio climático de la Tierra que se acelera y que
acarreará consecuencias negativas para la vida humana y para muchas otras especies. A pesar de los
portentosos medios técnicos de que disponemos, no sabemos si los recursos técnicos serán suficientes
para enfrentar los desafíos por venir, y si el planeta resistirá la contaminación y la devastación ecológica,
es decir, no sabemos si nuestras intervenciones tecnológicas serán suficientemente eficaces para
asegurar la supervivencia de nuestra propia especie.
A partir de esta incertidumbre, la razón de fuerza mayor ha logrado homogeneizar a todas las
sociedades en una movilización total del Estado y la sociedad, el trabajo, la energía y los recursos
naturales. La lucha por el poder y el miedo ante la escasez y las fuerzas naturales sin control se
combinaron como dos motores del desarrollo tecnocientífico de este último siglo. Por eso, la
expansión de la razón de fuerza mayor coincide con los fenómenos del totalitarismo político y del
totalitarismo del sistema económico-industrial del capitalismo tardío. La concentración del poder
12
Por ejemplo: abasto de alimentos y energía, preservación de recursos naturales, control de riesgos
tecnológicos, regulación del comercio mundial, expansión global del crimen organizado, sobrepoblación y control
natal, pobreza y creciente desigualdad socioeconómica, enfermedades y epidemias, desastres naturales y
tecnológicos, guerras civiles e internacionales, violencia social, crisis e inetabilidad políticas, conflictos interétnicos,
matanzas y genocidios como políticas de Estado, etcétera.
9
político, económico, técnico y militar ha sido un factor crucial de las oleadas de violencia que han
azotado al siglo XX. Esta movilización mundial por la disputa del poder comenzó, como pensó Ernst
Jünger, en la Primera Guerra Mundial, y según Nicol, esa primera guerra marca el inicio de una nueva
época de guerra sin cuartel, de violencia sin pausa que ha destemplado la civilización y que ha colocado
todos los ámbitos de la vida en el campo de batalla, en la disputa permanente. Nunca antes la
humanidad luchó tanto contra sí misma y contra la naturaleza, en cruentas guerras de devastación y de
aniquilación humana y ecológica. La guerra total, de seres humanos entre sí y de éstos contra la
naturaleza, es uno de los síntomas más temibles del imperio de la razón de fuerza mayor.
La razón de fuerza mayor ya no es una racionalidad propiamente humana, de hecho es indiferente a
los fines humanos y constituye una modalidad suprema de alienación. Se trataría, pues, de una forma de
razón “irracional” y de un desenlace inesperado de la evolución histórica. Como Nicol mismo asegura,
la razón de fuerza mayor no reside ya en el ser humano, no es una modalidad de pensamiento y no
requiere, en rigor, la presencia de un sujeto. Esta nueva razón determina los fines vitales pero lo hace
sin la verdadera participación deliberativa de los agentes humanos. No obstante, la razón de fuerza
mayor opera en la praxis; es justamente actividad racional conforme a fines, y no mera fuerza natural
ciega. Pero los fines que persigue son los de una subsistencia uniforme. La humanidad comienza a
actuar como cualquier otra especie natural, pero guiada por una racionalidad tecnológica muy
sofisticada que se ha extendido en todos los campos de la actividad social.
Es sobre-humana la razón de fuerza mayor en tanto que es anónima. Con la conciencia de mi propia
humanidad, yo puedo afirmar que esta fuerza se ejerce en mí, y para mí; pero no por mí. Esta razón es mía,
porque es razón; pero no es mía su fuerza mayor. Lo que se impone, en cierta medida me es ajeno; y sin
embargo, es algo propio, si se constituye en base de mi vida. La nueva razón es propia y ajena a la vez. 13
Nicol no deja escapatoria: “del orden de la libertad, la vida humana se transportaría al orden de
la necesidad”. Si el régimen de la razón de fuerza mayor acaba por suprimir a la razón teorética,
entonces la humanidad habría retrocedido a ser una especie entre otras (pero con un enorme poder de
acción en la naturaleza), habría perdido su singularidad ontológica e histórica.
13 Ibid., p. 282.
10
Cada una de las características de la razón de fuerza mayor implica una negación de la antigua
razón, así como una enajenación del régimen dialógico de la verdad y de la capacidad proteica del ser
humano para producir un mundo diverso que se proyecta más allá de las necesidades naturales.
El predominio de la razón de fuerza mayor es correlativo de la declinación de la razón pura y
dialógica, pero creo que Nicol extrapola los rasgos de la racionalidad tecnológica y los eleva hasta un
grado irracional y sobre-humano. La razón de fuerza mayor es la objetivación y, en parte, la reificación
de la racionalidad pragmática de la tecnociencia contemporánea. Pero ésta es todavía razón humana,
capaz de ser reorientada y acotada por la sociedad, justamente porque no proviene de ningún designio
natural ni supranatural: es la acción intencional y consciente de nuestra civilización. Pero sin duda que
es una razón destemplada, epimeteica e imprudente, que se ha vuelto demasiado osada y arrogante.
Representa la hybris de la razón y, al mismo tiempo, su decadencia, su impotencia cognitiva y su falta de
previsión. La razón pragmática de la tecnociencia actual no ha sido capaz de prever y de asegurar el
futuro, capaz de asumir la responsabilidad por el enorme poder del que ahora dispone.
Si la razón de fuerza mayor fuera sobrehumana, entonces la humanidad sería absolutamente
impotente y sólo le quedaría resignarse a perder el sentido de su ser histórico. Pero el hecho mismo de
que la razón teorética todavía pueda dar cuenta de la nueva razón que la amenaza, indica que la
humanidad conserva la capacidad de una razón autoconsciente.
No obstante, hay que señalar que Nicol anticipa posibles escenarios futuros y no hechos
consumados: las descripciones de la razón de fuerza mayor son acontecimientos que, si bien se gestan
en el presente, sólo se consolidarían en el futuro. No podemos saber si ese mundo absolutamente
dominado por la razón de fuerza mayor se hará realidad.
Ahora bien, quizá la situación sea más compleja que una eventual disyuntiva entre la libertad y la
necesidad que Nicol plantea. La historia no terminaría con el predominio de la razón de fuerza mayor,
ni la libertad se anularía por completo en el nuevo régimen de necesidad artificial, puesto que existe la
posibilidad de la coexistencia de las dos formas de razón; esto es, quizá sea más probable el escenario
de una razón escindida, que el dominio absoluto de la razón de fuerza mayor.
11
Lo que parece ser el mayor riesgo del advenimiento de la razón de fuerza mayor es una especie
de inconsciencia colectiva y de disolución de la responsabilidad. La razón de fuerza mayor debilita las
capacidades éticas de la comunidad humana, ya que implica el surgimiento de una acción colectiva que
es muy eficaz en los medios pero que pierde conciencia cabal de sus fines. Por eso, el poder
tecnológico se vuelve de algún modo autónomo, porque se impone a todos sin designio, por necesidad,
y nadie parece hacerse responsable de sus efectos negativos o problemáticos. La razón de fuerza mayor
es el signo de la inconsciencia misma que la sociedad contemporánea ha demostrado ante un poder
tecnológico que crece desmesuradamente causando ya una serie de desajustes y riesgos ambientales y
sociales.
En la situación de una escisión de la razón, todavía es posible que la humanidad recobre la
conciencia sobre su destino común (que incluye al resto de la comunidad de seres vivos del planeta)
para que intente regular y controlar el enorme poder tecnológico del que ahora dispone. Pero esta
escisión de la razón refuerza nuestra incertidumbre sobre el futuro. No sabemos si el triunfo de la
razón de fuerza mayor es un destino fatal. Para Nicol, al parecer, constituye el síntoma de la agonía de
Proteo y el anuncio de un desenlace inevitable de la historia.
Pero si la razón no se vuelve ajena al ser humano, si la razón de fuerza mayor no puede ser
absoluta, entonces la humanidad tiene la responsabilidad de continuar con la misión de la razón
teorética para preservar el régimen histórico de una razón dialógica, siempre imperfecta y perfectible,
pero que es capaz de proyectar la existencia más allá de la necesidad natural, mediante actividades que
se han liberado de las necesidades apremiantes de la subsistencia. De ese modo, es posible evitar una
época de verdadera barbarie tecnológica.
El diagnóstico nicoliano sobre el advenimiento de la razón de fuerza mayor anuncia un funesto
destino. Nada parece impedir el portentoso avance de la nueva razón. Empero, Nicol concluye que la
filosofía ha de realizar una nueva tarea de reforma de su fundamento ético (quizá la última posible).
Nicol tiene la convicción de que la filosofía ha de persistir en su quehacer teórico propio, aunque
perciba que su destino está amenazado. La filosofía tendrá que recuperar la confianza en sus fines: dar
12
razón del mundo. Nada invalidaría la misión de la filosofía y de otras vocaciones libres. Nicol confía en
que, si acaso llegara el fin, tales obras perdurarían como testamento de lo que la humanidad fue capaz de
ser.
La razón que da razón, aun viva, se enfrenta a una nueva modalidad de racionalidad que se
objetiva y se hipostatiza; lucha contra una fuerza mucho mayor a la suya. Y aunque sólo el excesivo
optimismo puede hacernos creer que el peligro no es real, tampoco podemos augurar el triunfo
absoluto de una razón in-humana o sobre-humana, y el surgimiento de una humanidad incapaz de ser
consciente de sí misma.
Como ha dicho Nicol, la crítica de la razón tiene que ser ahora “crítica de las dos razones”; pero
esta crítica de razón pura incorpora, como parte del método, el temor y la incertidumbre sobre el
porvenir mismo de la razón. Por ello reafirma la vocación teorética, contemplativa y desinteresada de
una razón capaz de dar razón de sí misma y del mundo, advirtiendo del peligro que corremos si sigue
imperando la razón de fuerza mayor.
El hombre ha de reanudar la lucha que ha tenido que ir abandonando; la lucha auténticamente histórica, en
la cual él aparece como sujeto problemático. El problema será vivo mientras haya una filosofía que lo
manifieste. Pero es inherente al problema la ignorancia de su desenlace. No podemos anticipar si las
decisiones humanas lograrán que la tecnología vuelva a tener en la existencia el sitio de un auxiliar, que
tuvo desde su inicio histórico; en este caso, auxiliar de unas decisiones salvadoras. Lo que sí puede
asegurarse es que ésta es la última posibilidad humana.14
14
Nicol, El porvenir de la filosofía, p. 171
13