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HORA SANTA 21 DE DICIEMBRE
“A Ti, Yahvé, dirijo mi anhelo.
A Ti, Dios mío.
En Ti espero todo el día...
Sólo a Ti alzo mis ojos...” (Salmo 24)
Esta es la súplica, la oración constante del corazón de la Madre. Un
corazón que vivió toda su vida con anhelo de Dios... deseo de Dios...
Y no hubo nada que disminuyera un poco este deseo, ni la dificultad, la
preocupación, la escasez, la persecución... el pecado. Nada, su corazón
parecía estar siempre en búsqueda, siempre inquieto, herido de infinito, por
eso siempre tendía a más... El amor de Dios la desbordaba y esto hacía que
alzara siempre su mirada hacia lo alto, como la cierva sedienta que clama por
agua, esperando beber de Su mano.
“Dios me crió para que le sirviese y le amase en esta vida y gozarle
después en el cielo, éste es mi único fin...”
¿Qué otro motivo la impulsaría a vivir intensamente, entregarse sin
cansancio por ese hermoso fin? Anhelaba el cielo, y el cielo ya estaba en
ella, lo llevaba en sus manos y en el corazón hasta que Dios colmó su espera,
sus más profundas aspiraciones.
Nosotras también dirigimos a Ti Señor, nuestros corazones
sedientos, queremos que tu Palabra nos penetre y nos cale toda la vida,
queremos escucharte y amar tu voluntad como Tú amaste la del Padre, como
amó la Madre tus designios amorosos; queremos estar Contigo y dejar que
tu Presencia nos transforme para tu Gloria.
“Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus
sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda
enfermedad y toda dolencia...”
Señor, Tú te conmueves al ver las masas y al ver cada rostro, abatido
y maltratado por los tiempos, por el egoísmo y la insensibilidad de muchos
que no miran la necesidad del pequeño, rostros cansados de esperar a
alguien que les dé una Palabra de aliento, una mirada amorosa, una mano
cálida que estreche fuertemente la suya, un corazón humano que les
transmita tu cariño y tu perdón...
Y no te cansas de recorrer aldeas y ciudades derramando tu amor a
manos llenas... enseñando... Tú eres el Maestro, ayúdanos a comprender todo
lo que de humano y divino entraña esta misión... porque Tú al educar
sanabas... te acercabas a la gente no con discursos altivos, dando regalos o
instrucciones, Tú enseñabas con sencillez, tu diálogo y tu cercanía era
salvación para ellos... tu Palabra era unción, tu forma de mirar, de dirigirte
a los que estaban abajo abatidos, levantaba, hacía revivir... Acompañabas,
sin forzar a nadie, sin predicarte siquiera a ti Mismo sino el Amor del Padre,
plantaste, reconstruiste... enseñaste a vivir… enseñaste a amar...
Ahora Tú prolongas tu Presencia, tu misión en las manos de tu sierva
por eso “haz Dios mío que no me olvide nunca que únicamente dependo de Ti
y que soy siempre tuya...” Que eres Tú el que lo realizas todo en mí...
“Humilde Jesús mío, yo por mis fuerzas nada puedo, pero con tu gracia lo
puedo todo, en ella confío...”
Tú me ayudarás a derramar mi vida como el agua sobre el surco de la
tierra, día a día, sin cansancio... a ser tu Rostro Materno, alguien que vela,
sostiene, protege la vida... alguien que educa desde el corazón como Tú,
alguien que ve en la persona más allá de lo aparente, que sabe encontrarse
Contigo mientras habla con alguien o a través de una sonrisa... alrededor de
“tus pequeños”...
Haz Dios mío, de la Pureza, un pequeño cielo para todos, un lugar de
vida... donde se amplíe el horizonte y se creen sueños, donde se respire su
Nombre y se perciba tu Paz, donde todas las aspiraciones se dirijan a Ti,
sólo a Ti.
Infúndenos tu Espíritu para vivir la Fraternidad, para vivir en
comunión de vida, como un solo cuerpo, con un solo sentir... enseñar y amar...
Momento de súplica.
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Señor Tú eres bueno, tu bondad es infinita, vienes a nosotras y
simplemente nos amas, te entregas, te haces pequeño, sensible,
humano; toma Señor nuevamente nuestro corazón, nuestra vida, y
concédenos ser lo que somos, concédenos vivir como hijas... Señor que
no deseemos nada más que vivir contigo, habitar en tu casa, en tu
Santo Templo: “Mi alma anhela y desea tus atrios...”
Señor, Tú nos has llamado a ser Pureza de María, has dicho tu Palabra
y tu elección no tiene vuelta. Que la alegría de recordar
especialmente a la Madre este día, renueve en nosotras el gozo de
Ser Hermanas entre nosotras y para el mundo.
“Yo bien ruego al Señor acoja mis votos y bendiga mi querido Colegio,
concediéndome la paz que tanto anhelo”. (C. 2) Señor, anhelamos tu
venida, sabemos que sigues viniendo, porque Tú eres el Dios vivo, hoy
sólo pedimos, abras nuestros ojos y nuestro corazón, para
descubrirte en cada rostro, en cada cosa, y gozar de la dicha de
estar Contigo.

Bendice, Señor, las obras que has puesto en nuestras manos, derrama
tu gracia a través de nosotras, y hazlas florecer para mayor gloria
tuya y salvación nuestra.
(Intenciones libres)
Acción de gracias.
Hemos experimentado, Señor, tu gracia que nos renueva cada día y
nos anima a seguir, que nos alienta en nuestras dificultades, que nos hace
anhelar cada día el cumplir tu voluntad.
Aumenta Señor en nosotras ese deseo vehemente de buscarte, de
cumplir tu voluntad, esa voluntad que nos conduce a la felicidad plena, que
nos conduce a Ti. Ese deseo ardiente que nos lleva a darnos, a entregarnos
completamente a tu Amor, en los hombres, siguiendo tus pasos; que tu Vida
impregne la nuestra, que tu Palabra nos confronte, que tu Persona nos
atraiga.
Y en este día te damos gracias. Sí, gracias por tus dones recibidos, y
sobre todo por el don grandioso de una vida entregada totalmente a Ti, que
anhelaba con todo su ser tu voluntad, esa vida que fue Madre Alberta, una
mujer que supo salir siempre adelante en medio de las dificultades, un alma
deseosa de Ti; cumplir tus designios era su mayor felicidad. La Madre,
maestra no sólo de inteligencias, sino también de corazones que supo
responder siempre sí a tu Llamada.
Gracias Señor por la Madre, por su vida y por su obra…
Para finalizar, dejemos que brote desde lo más profundo de cada una
sólo un deseo:
¡CONTINUEMOS!