Download poesiasarb
Document related concepts
Transcript
ÁRBOL ADENTRO Creció en mi frente un árbol, Creció hacia dentro. Sus raíces son venas, nervios sus ramas, sus confusos follajes pensamientos. Tus miradas lo encienden y tus frutos de sombras son naranjas de sangre, son granadas de lumbre. Amanece en la noche del cuerpo. Allá adentro, en mi frente, el árbol habla. Acércate, ¿lo oyes? Árbol adentro, 1988 POEMA DEL ÁRBOL Árbol, buen árbol, que tras la borrasca te erguiste en desnudez y desaliento, sobre una gran alfombra de hojarasca que removía indiferente el viento… Hoy he visto en tus ramas la primera hoja verde, mojada de rocío, como un regalo de la primavera, buen árbol del estío. Y en esa verde punta que está brotando en ti de no sé dónde, hay algo que en silencio me pregunta o silenciosamente me responde. Sí, buen árbol; ya he visto como truecas el fango en flor, y sé lo que me dices; ya sé que con tus propias hojas secas se han nutrido de nuevo tus raíces. Y así también un día, este amor que murió calladamente, renacerá de mi melancolía en otro amor, igual y diferente. No; tu augurio risueño, tu instinto vegetal no se equivoca: Soñaré en otra almohada el mismo sueño, y daré el mismo beso en otra boca. Y, en cordial semejanza, buen árbol, quizá pronto te recuerde, cuando brote en mi vida una esperanza que se parezca un poco a tu hoja verde… Antonio Machado Agua, ¿dónde vas? Riendo voy por el río a las orillas del mar. Mar, ¿a dónde vas? Río arriba voy buscando fuente donde descansar. Chopo, y tú ¿qué harás? No quiero decirte nada yo… ¡temblar! ¿Qué deseo, qué no deseo, por el río, por el mar? ¡Cuatro pájaros sin rumbo en el alto chopo están! Miguel Hernández A UN OLMO SECO Al olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido, con las lluvias de abril y el sol de mayo algunas hojas verdes le han salido. ¡El olmo centenario en la colina que lame el Duero! Un musgo amarillento le mancha la corteza blanquecina al tronco carcomido y polvoriento. No será, cual los álamos cantores que guardan el camino y la ribera, habitado de pardos ruiseñores. Ejército de hormigas en hilera va trepando por él, y en sus entrañas urden sus telas grises las arañas. Antes que te derribe, olmo del Duero, con su hacha el leñador, y el carpintero te convierta en melena de campana, lanza de carro o yugo de carreta; antes que rojo en el hogar, mañana, ardas en alguna mísera caseta, al borde de un camino; antes que te descuaje un torbellino y tronche el soplo de las sierras blancas; antes que el río hasta la mar te empuje por valles y barrancas, olmo, quiero anotar en mi cartera la gracia de tu rama verdecida. Mi corazón espera también, hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera. A Una Encina Solitaria La gracia cenicienta de la encina, hondamente celeste y castellana, remansa su hermosura cotidiana en la paz otoñal de la colina. Como el silencio de la nieve fina, vuela la abeja y el romero mana, y empapa el corazón a la mañana de su secreta soledad divina. La luz afirma la unidad del cielo en el agua dorada del remanso y en la miel franciscana del aroma, y asida a la esperanza por el vuelo la verde encina de horizonte manso siente el toque de Dios en la paloma. Leopoldo Panero En los pinares del Júcar En los pinares de Júcar Vi bailar unas serranas, Al son del agua en las piedras Y al son del viento en las ramas. No es blanco coro de ninfas De las que aposentan el agua O las que venera el bosque, Seguidoras de Dïana: Serranas eran de Cuenca, Honor de aquella montaña, Cuyo pie besan dos ríos Por besar de ellas las plantas. Alegres corros tejían, Dándose las manos blancas De amistad, quizá temiendo No la truequen las mudanzas. ¡Qué bien bailan las serranas! ¡Qué bien bailan! El cabello en crespos nudos Luz da al Sol, oro a la Arabia, Cuál de flores impedido, Cuál de cordones de plata. Del color visten del cielo, Si no son de la esperanza, Palmillas que menosprecian Al zafiro y la esmeralda. El pie (cuando lo permite La brújula de la falda) Lazos calza, y mirar deja Pedazos de nieve y nácar. Ellas, cuyo movimiento Honestamente levanta El cristal de la columna Sobre la pequeña basa. ¡Qué bien bailan las serranas! ¡Qué bien bailan! Una entre los blancos dedos Hiriendo negras pizarras, Instrumento de marfil Que las musas le invidiaran, Las aves enmudeció, Y enfrenó el curso del agua; No se movieron las hojas, Por no impedir lo que canta: Serranas de Cuenca Iban al pinar, Unas por piñones, Otras por bailar. Bailando y partiendo Las serranas bellas, Un piñón con otro, Si ya no es con perlas, De Amor las saetas Huelgan de trocar, Unas por piñones, Otras por bailar. Entre rama y rama, Cuando el ciego dios Pide al Sol los ojos Por verlas mejor, Los ojos del Sol Las veréis pisar. Unas por piñones, Otras por bailar. Luis de Góngora PINARES El pinar al viento vasto y negro ondula, y mece mi pena con canción de cuna. Pinos calmos, graves como un pensamiento, dormidme la pena, dormidme el recuerdo. Dormidme el recuerdo, asesino pálido, pinos que pensáis con pensar humano. El viento los pinos suavemente ondula. ¡Duérmete, recuerdo, duérmete, amargura! La montaña tiene el pinar vestida como un amor grande que cubriò una vida. Nada le ha dejado sin poseerle, ¡nada! ¡Como un amor ávido que ha invadido un alma! La montana tiene tierra sonrosada; el pinar le puso su negrura trágica, (Así era el alma alcor sonrosado; así el amor púsole su brocado trágico.) El viento reposa y el pinar se calla, cual se calla un hombre asomado a su alma. Medita en silencio, enorme y oscuro, como un ser que sabe del dolor del mundo. Pinar, tengo miedo de pensar contigo; miedo de acordarme, pinar, de que vivo. ¡Ay!, tú no te calles, procura que duerma; no te calles como un hombre que piensa. Gabriela Mistral Chopo de invierno Huso de la hiladora a la mañana blanca y nueva, chopo desnudo y fino: entre la niebla, hilas ropas de boda para la Primavera, Un arroyito claro te lame el pie: se lleva el hilillo que hilas de tus copos de niebla; el hilillo que hilas Y que se va cantando entre la hierba fresca. Dámaso Alonso Campos de Soria He vuelto a ver los álamos dorados, álamos del camino en la ribera del Duero, entre San Polo y San Saturio, tras las murallas viejas de Soria —barbacana hacia Aragón, en castellana tierra—. Estos chopos del río, que acompañan con el sonido de sus hojas secas el son del agua, cuando el viento sopla, tienen en sus cortezas grabadas iniciales que son nombres de enamorados, cifras que son fechas. ¡Álamos del amor que ayer tuvisteis de ruiseñores vuestras ramas llenas; álamos que seréis mañana liras del viento perfumado en primavera; álamos del amor cerca del agua que corre y pasa y sueña, álamos de las márgenes del Duero, conmigo vais, mi corazón os lleva! Antonio Machado El chamariz en el chopo El chamariz en el chopo. -¿Y qué más? El chopo en el cielo azul. - ¿Y qué más? El cielo azul en el agua. - ¿Y qué más? El agua en la hojita nueva. - ¿Y qué más? La hojita nueva en la rosa. - ¿Y qué más? La rosa en mi corazón. - ¿Y qué más? ¡Mi corazón en el tuyo! Juan Ramón Jiménez Poema Las Encinas ¡Encinares castellanos en laderas y altozanos, serrijones y colinas llenos de oscura maleza, encinas, pardas encinas; humildad y fortaleza! Mientras que llenándoos va el hacha de calvijares, ¿nadie cantaros sabrá, encinares? El roble es la guerra, el roble dice el valor y el coraje, rabia inmoble en su torcido ramaje; y es más rudo que la encina, más nervudo, más altivo y más señor. El alto roble parece que recalca y ennudece su robustez como atleta que, erguido, afinca en el suelo. El pino es el mar y el cielo y la montaña: el planeta. La palmera es el desierto, el sol y la lejanía: la sed; una fuente fría soñada en el campo yerto. Las hayas son la leyenda. Alguien, en las viejas hayas, leía una historia horrenda de crímenes y batallas. ¿Quién ha visto sin temblar un hayedo en un pinar? Los chopos son la ribera, liras de la primavera, cerca del agua que fluye, pasa y huye, viva o lenta, que se emboca turbulenta o en remanso se dilata. En su eterno escalofrío copian del agua del río las vivas ondas de plata. De los parques las olmedas son las buenas arboledas que nos han visto jugar, cuando eran nuestros cabellos rubios y, con nieve en ellos, nos han de ver meditar. Tiene el manzano el olor de su poma, el eucalipto el aroma de sus hojas, de su flor el naranjo la fragancia; y es del huerto la elegancia el ciprés oscuro y yerto. ¿Qué tienes tú, negra encina campesina, con tus ramas sin color en el campo sin verdor; con tu tronco ceniciento sin esbeltez ni altiveza, con tu vigor sin tormento, y tu humildad que es firmeza? En tu copa ancha y redonda nada brilla, ni tu verdioscura fronda ni tu flor verdiamarilla. Nada es lindo ni arrogante en tu porte, ni guerrero, nada fiero que aderece su talante. Brotas derecha o torcida con esa humildad que cede sólo a la ley de la vida, que es vivir como se puede. El campo mismo se hizo árbol en ti, parda encina. Ya bajo el sol que calcina, ya contra el hielo invernizo, el bochorno y la borrasca, el agosto y el enero, los copos de la nevasca, los hilos del aguacero, siempre firme, siempre igual, impasible, casta y buena, ¡oh tú, robusta y serena, eterna encina rural de los negros encinares de la raya aragonesa y las crestas militares de la tierra pamplonesa; encinas de Extremadura, de Castilla, que hizo a España, encinas de la llanura, del cerro y de la montaña; encinas del alto llano que el joven Duero rodea, y del Tajo que serpea por el suelo toledano; encinas de junto al mar ?en Santander?, encinar que pones tu nota arisca, como un castellano ceño, en Córdoba la morisca, y tú, encinar madrileño, bajo Guadarrama frío, tan hermoso, tan sombrío, con tu adustez castellana corrigiendo, la vanidad y el atuendo y la hetiquez cortesana!… Ya sé, encinas campesinas, que os pintaron, con lebreles elegantes y corceles, los más egregios pinceles, y os cantaron los poetas augustales, que os asordan escopetas de cazadores reales; mas sois el campo y el lar y la sombra tutelar de los buenos aldeanos que visten parda estameña, y que cortan vuestra leña con sus manos. Antonio Manchado