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Transcript
AÑO V - Nº 251- JUEVES 29 DE ABRIL DE 2010
www.sanrafaelobras.com - mail: [email protected]
OBSERVADOR
SEMANAL
PALABRAS
DE
CERTEZA
Y
ESPERANZA
COORDINACIÓN: NATHALIA LEMIR
RESPONSABLE: GUILLERMO LESMES A AÑO
V - Nº 25
Heridos, volvemos a Cristo
Nunca habíamos sentido tanto desconcierto como el que nos provoca a todos el dolorosísimo
caso de la pedofilia. Desconcierto por nuestra incapacidad para responder a la exigencia de
justicia que aflora desde lo hondo del corazón.
Exigir responsabilidades, pedir que se reconozca el mal cometido, recriminar el modo en el
que se ha llevado adelante el asunto, todo parece insuficiente frente a este mar de mal. Parece que
nada basta. Por ello, se entienden las reacciones irritadas que hemos visto estos días.
Todo ello ha servido para presentar ante nuestros ojos cuál es la naturaleza de nuestra
exigencia de justicia. No tiene fronteras. No tiene fondo. Es tan profunda como la herida.
Tan infinita que no puede ser colmada. Por eso es comprensible, aun después de haber
reconocido los errores, el sufrimiento impaciente de las víctimas, e incluso la desilusión: nada
basta para satisfacer su sed de justicia. Es como si estuviéramos tocando un drama sin fondo.
Desde este punto de vista, paradójicamente los autores de los abusos se encuentran ante un
reto semejante al de las víctimas: nada es suficiente para reparar el mal cometido. Esto no quiere
decir que se les exima de sus responsabilidades, y menos aún de la condena que la justicia pueda
imponerles.
Si esta es la situación, la cuestión más candente – que nadie puede evitar – es tan simple
como inexorable: “¿Quid animo satis?”. ¿Qué puede saciar nuestra sed de justicia? En este punto
llegamos a experimentar de forma muy concreta nuestra incapacidad, genialmente expresada en
el Brand de Ibsen: «Dios mío, respóndeme en esta hora en que la muerte me engulle: ¿no basta
entonces toda la voluntad de un hombre para conseguir una mínima parte de la salvación?». O
dicho de otro modo: ¿Acaso puede toda la voluntad del hombre realizar la justicia que tanto
deseamos?
Por esto, incluso los más exigentes, los más ávidos de justicia, no serán leales hasta el fondo
de sí mismos con esta exigencia de justicia, si no miran de frente su propia incapacidad, que es la
de todos. Si esto no sucediese sucumbiríamos a una injusticia aún más grave, a un verdadero
“asesinato” de lo humano, pues para poder seguir pidiendo a gritos justicia, según nuestra
medida, deberíamos hacer callar la voz de nuestro corazón. Olvidando a las víctimas y
abandonándolas a su drama.
El Papa, con su audacia que desarma, paradójicamente, no ha sucumbido a esta reducción de
la justicia que la identifica con cualquier medida. Por una parte, ha reconocido sin vacilaciones el
mal cometido por sacerdotes y religiosos, les ha exhortado a que asuman sus responsabilidades,
ha condenado el modo erróneo de gestionar el caso por el miedo que algunos obispos han tenido
al escándalo, ha expresado todo el desconcierto que sentía por los hechos y ha tomado las
medidas necesarias para evitar que se repitan.
Pero, por otra parte, Benedicto XVI es bien consciente de que esto no es suficiente para
responder a las exigencias de justicia por el daño infligido: «sé que nada puede borrar el mal que
habéis sufrido. Vuestra confianza ha sido traicionada y violada vuestra dignidad». Así como
tampoco el hecho de cumplir las condenas, o el arrepentimiento y la penitencia de los autores de
los abusos nunca serán suficientes para reparar el daño causado a las víctimas y a ellos mismos.
El único modo de salvar – para considerarla y tomársela en serio – toda esta exigencia de
justicia es reconocer la verdadera naturaleza de nuestra necesidad, de nuestro drama. «La
exigencia de justicia es una petición que se identifica con el hombre, con la persona. Sin la
perspectiva de un más allá, de una respuesta que está más allá de las modalidades existenciales
experimentables, la justicia es imposible… Si fuera eliminada la hipótesis de un más allá, esa
exigencia sería innaturalmente sofocada» (Luigi Giussani). ¿Y cómo la ha salvado el Papa?
Acudiendo al único que la puede salvar. A Alguien que hace presente el más allá en el más acá:
Cristo, el Misterio hecho carne. «Él mismo víctima de la injusticia y el pecado. Como vosotros, Él
lleva aún las heridas de su sufrimiento injusto. Él comprende la profundidad de vuestro dolor y
la persistencia de su efecto en vuestras vidas y vuestras relaciones con los demás, incluyendo
vuestra relación con la Iglesia».
Acudir a Cristo, por tanto, no es buscar un subterfugio para escapar de las exigencias de la
justicia, sino el único modo para realizarla. El Papa acude a Cristo, evitando un escollo
verdaderamente insidioso: el de separar a Cristo de la Iglesia porque ésta tendría demasiada
porquería para poder comunicarlo. La tentación protestante siempre está al acecho. Hubiera sido
muy fácil, pero a un precio demasiado alto: perder a Cristo. Porque, recuerda el Papa, «en la
comunión de la Iglesia nos encontramos con la persona de Jesucristo». Por eso, consciente de la
dificultad de las víctimas y de los culpables para «perdonar o reconciliarse con la Iglesia», se
atreve a rezar para que, acercándose a Cristo y participando en la vida de la Iglesia, puedan
«llegar a redescubrir el infinito amor de Cristo por cada uno de vosotros», el único capaz de
sanar sus heridas y de reconstruir su vida.
Todos, incapaces de encontrar una respuesta para nuestros pecados y los pecados de los otros,
estamos ante este desafío: aceptar nuestra participación en la Pascua que celebramos en estos
días, el único camino para que vuelva a florecer la esperanza.
Julián Carrón
Debido a la gravedad de la situación actual y aumento excesivo de
ataques al Papa, se invita a todos los católicos paraguayos a unirse en oración
alrededor del Santo Padre, centro de unidad y señal visible de comunión. En tal
ocasión, aprovechemos el mes de Mayo dedicado a la Virgen, para rezar una
cadena de rosarios por el Santo Padre, los sacerdotes y la Iglesia en general.
Igualmente practicar las otras formas más aptas (por ejemplo, la Eucaristía, la
liturgia de la Palabra, velas de ruego, la adoración eucarística) para dar gracias
a Dios por el magisterio iluminado y el cristalino testimonio del Papa.
En este sentido, en esta hora de prueba, la parroquia san Rafael invita
muy especialmente a la Santa Misa que se realizará el domingo 16 de Mayo
de 2010 en el templo de la parroquia a las 11:00 horas.
Sólo una Iglesia consciente de ser el cuerpo de
Cristo hoy, puede salvarnos
“¡Basta con la indiferencia! ¿En dónde estamos, hacia dónde vamos? Nada parece
inquietar a autoridades, políticos ni a ningún otro sector de la ciudadanía, mientras los
diversos grupos delictivos imponen su violencia demencial y nos llevan a convertirnos en
un país invivible, marginal, sin futuro. Una sociedad anestesiada, indiferente, es la
condición ideal para que terroristas, narcotraficantes y contrabandistas, hagan imperio
de la ley de selva.”
Con esta provocación rodeada de un conjunto de fotos cargadas de violencia se presentó
al público la mañana del miércoles 28 de abril el diario “Última Hora”.
“¡Basta con la indiferencia!”. No es sólo el grito de la inteligente y dramática llamada de
un diario sino de cuantos aún no hemos renunciado al uso de la razón, de cuantos aún no
vivimos anestesiados por un poder político y cultural que tiene como único interés la
“dormitio rationis”, la anestesia de la razón, porque de esta manera, como ampliamente
enseñan los 200 años desde la independencia, dejándose al pueblo en la ignorancia, el
poder puede perpetuarse en el tiempo, no importa su color, preocupados exclusivamente
de sus intereses ideológicos y económicos.
Aquel “¡Basta con la indiferencia!” “no basta”. Es urgente preguntarse la razón de esta
pasividad, de este desinterés, de quien es, en particular, la responsabilidad y de cómo salir
de esta situación.
1. La ausencia de la Iglesia en el tejido social ha sido una constante desde la expulsión
de la Compañía de Jesús. Y no se trata de la falta de un compromiso en lo social, de un
pragmatismo en una acción de formación social, sino de la falta de una acción
evangelizadora y educativa.
Nuestra Iglesia arrastra desde 1768 lo que el gran sacerdote monseñor Luigi Giussani
decía unos meses antes de morir: “La Iglesia tiene vergüenza de Cristo”. Es decir, desde
hace siglos lo que se ha transmitido no ha sido el cristianismo como Acontecimiento,
encontrando el cual el hombre cambia, se vuelve creatura nueva dando origen a una
sociedad nueva.
El cristianismo Latinoamericano ha sido y sigue siendo, excepto en los Movimientos
eclesiales y algunas otras experiencias auténticas de Iglesia en muchos sacerdotes,
religiosos y laicos santos, una “religiosidad visceral”, como la definió un obispo, un
conjunto de ritos, de prácticas religiosas, de devociones. Pero, siempre según el dicho de
este obispo, esta religiosidad no alcanza la inteligencia del pueblo transformándose en fe,
en certezas, en un encuentro con un Hecho, el Hecho de Cristo.
Es, como afirmaba un eminente estudioso, Francisco Ricci, si el Cristo que lleva en su
vientre la Virgen de Guadalupe, aún no haya nacido. Y no ha nacido no porque la Virgen
quiera que se quede en su vientre sino porque nosotros no queremos que nazca. Estamos
a la espera que, finalmente, aquel Niño venga a la luz y sólo cuando venga a la luz se
podrá hablar de una nueva civilización de la verdad y del amor.
Si Cristo fuese el contenido de la fe de nuestro pueblo, ciertamente el Paraguay no sería
lo que es. Además nuestro pueblo que por herencia posee valores humanos de gran
importancia, como su religiosidad, su espíritu de solidaridad y su impresionante
capacidad de sufrir, de paciencia, lo único que necesita son personas enamoradas de
Cristo, una Iglesia viva como la de la primera evangelización, como los padres de las
Reducciones Jesuíticas, hombres para los cuales la gloria humana de Cristo sea el único
interés. En esta situación en que vivimos no existe otra salida que la de anunciar a
Cristo.
Pero este anuncio no puede acontecer si nosotros los pastores seguimos miedosos, tibios,
cuando no somos hasta piedra de escándalo. El éxodo que se produce cada día desde la
Iglesia católica hacia las sectas no puede dejarnos tranquilo-pa. Urge volver a Cristo,
urge gritar en todas las calles y usando cualquier medio el cristianismo como
Acontecimiento.
Lo que estamos viviendo es también el fruto de una Iglesia anquilosada, aún parada en un
cristianismo devoto, como definió el primer concilio Latinoamericano convocado en
Roma en 1899 por León XIII a la fe que se vivía en aquel entonces en nuestro continente.
Era una postura traída de Europa gracias a los fundadores de los seminarios claramente
hijos de un cierto influjo del Galicanismo, del Jansenismo y de Gregoire, cosa que ya
hemos publicado en este semanario. Un cristianismo devoto acompañado por un fuerte
complejo anti-romano.
Y las consecuencias son aún visibles: la supremacía de la ética respecto de la ontología y
la estética. Es decir la supremacía de lo que deriva del cristianismo respecto al
cristianismo mismo que es el encuentro con un hombre que ha dicho: “Yo soy el camino,
la verdad y la vida”. Volver a Cristo, volver al Papa, volver a la comunión efectiva,
afectiva, real con el Papa de parte de los pastores es la primera condición para responder
a la provocación del diario Última Hora o, aún mejor, para responder a los anhelos de
justicia, de verdad, de felicidad, de amor, que cada uno y de nuestro pueblo.
La violencia que nos afecta es una sacudida, ante todo, para nosotros pastores y a
nosotros católicos que hemos reducido el cristianismo a una religión y no lo hemos
reconocido como un Acontecimiento, como una nueva concepción, gracias al bautismo y
a una nueva concepción de sí mismo. Es la novedad del hombre nuevo que nace del
bautismo. Volver al anuncio cristiano: “Caritas Christi urget nos”. Este es el único punto
para recuperar la esperanza, para respirar ya en modo diferente y a plenos pulmones.
2. La ausencia educativa. La emergencia educativa que estos hechos de violencia
evidencia, imponen una pregunta a todos, pero en particular a nosotros los católicos,
responsables desde décadas de las más grandes instituciones educativas del país y de los
cuales salieron todos los dirigentes sociales, políticos y económicos. ¿Por qué no hemos
logrado que la fe, recibida en el bautismo, se volviera cultura, es decir capacidad crítica y
sistemática en el enfrentamiento de la realidad?
Es evidente que la clase que está a la cabeza de la Iglesia y del Estado es fruto de un
vacío educativo. Un vacío que es el fruto de una propuesta cristiana que poco o nada
tiene que ver con la vida. El cristianismo transmitido en los colegios ha sido una
propuesta incolora de la vida o ausente de la vida. Podríamos sintetizar con una
afirmación: la propuesta educativa no ha sido el Acontecimiento cristiano, Cristo centro
del cosmos y de la historia sino un conjunto de valores, de normas que podríamos resumir
con la palabra “moralismo”.
Y ha sido este moralismo el origen de toda inmoralidad dentro y fuera de la Iglesia.
Educar, por lo contrario, significa introducir a la persona en el conocimiento de la
realidad en la totalidad de sus factores. Concretamente es mostrar al niño, futuro hombre,
cómo Cristo tiene que ver con todos los detalles de la vida, desde el modo con el cual se
peina, se limpia, arregla su cama, su mochila, prepara la mesa, estudia, enfrenta las
materias del colegio hasta su relación con los chicos y las chicas, el modo con el cual
percibe la belleza de la sexualidad, del noviazgo, del matrimonio.
Educar es la superación de aquella religiosidad o fideísmo por las cuales uno no tiene
problema para acercarse a la Eucaristía y momentos después acostarse con su novia o su
novio, o peregrinar a Caacupé y luego en el camino “disfrutar” de un prostíbulo, o leer la
Biblia en su trabajo dejando de lado su tarea, o preparar bien la liturgia de la fiesta
patronal y su casa está reducida a una letrina, o enseñar en una universidad católica o
colegio católico, teniendo una postura masónica o anticlerical.
Educar es mostrar la unidad que la fe engendra entre el encuentro con Cristo y la vida. Es
una nueva forma de pensar, de vivir, de amar, de trabajar. Es la creatura nueva que nace
del bautismo y toma conciencia de sí, dando origen a una novedad en el mundo. Es la
superación de aquel espiritualismo devoto que impide a la persona vivir la realidad, de
apasionarse por lo humano. Es la experiencia de la belleza de la propia humanidad como
condición y camino a Cristo, aquella humanidad, aquel humano que por décadas nos lo
han mostrado como enemigo de Cristo cuando desde el pecado de Adán ha sido el motivo
de la espera de Cristo y con Cristo la única posibilidad para encontrarlo.
Qué tristeza, al contrario, lo que respiramos en los colegios católicos: existe Cristo pero
no existe lo humano. Y las consecuencias son visibles en la esquizofrenia que vivimos en
todos los sectores de la sociedad que inevitablemente desembocan en la indiferencia, en
el cinismo, en el vai-vai, en el moralismo, que nos caracteriza, terreno fértil para brotar
de este mar de violencia. La misma educación en los seminarios respira esta dicotomía y
por eso muchos sacerdotes somos simples funcionarios de una institución, tibios, apáticos
y muchas veces motivo de escándalo.
Partir de la educación como propuesta que sólo Cristo salva al humano, que sólo Cristo
responde a las inquietudes de la razón, del corazón, es la única salida de esta triste
situación que vivimos y que es también positiva porque nos pone con las espalda contra
la pared obligándonos finalmente a apuntar el dedo hacia nosotros mismos y no como por
décadas hemos hecho en Caacupé apuntando contra los demás.
Salir de la indiferencia es posible sólo si existen hombres enamorados de Cristo, si existe
una Iglesia que vive de Cristo, y si todos los que vivimos de Cristo somos protagonistas
de un nuevo compromiso educativo que ayude a la fe a volverse cultura, a pasar de una
religiosidad visceral a una fe como certeza: Cristo ha resucitado y está vivo. Los
movimientos eclesiales, numerosos en nuestro país y cuantos, como Chiquitunga, viven
una mirada de Cristo, son los pioneros del nuevo Paraguay.
P. Aldo
Los escándalos: entre el suicidio y la
santidad
El siguiente texto es un extracto de la homilía del sacerdote Franciscano P. Roger J. Landry, que
fue pronunciada en la Parroquia del Espíritu Santo en Fall River, MA (Estados Unidos) y que fue
publicado por el diario Última Hora. Por considerarlo de interés para nuestros lectores lo
reproducimos in extenso.
Ante los repetidos escándalos que sacuden a la Iglesia, lo primero que necesitamos hacer es acudir a la
luz de la fe. Sabemos que Jesucristo eligió a doce apóstoles. Sabemos también que uno de ellos, a pesar de
haber sido objeto de una predilección divina, lo traicionó. Judas, como los demás, expulsó demonios, curó
enfermos, predicó, paladeó la amistad con Cristo. Y, pese a todo, le vendió por treinta monedas. A veces,
los elegidos de Dios lo traicionan. Este es un hecho que debemos asumir. Es un hecho que la primera
Iglesia asumió. Si la primitiva Iglesia se hubiera centrado únicamente en el escándalo de Judas, habría
estado acabada antes de comenzar a crecer.
En vez de ello, la Iglesia reconoció que no se debe juzgar algo por aquellos que no lo viven, sino por
quienes sí lo viven. Y en vez de centrarse en aquel que entregó a Jesús, se centraron en los otros once, que
se mantuvieron leales hasta el fin.
Hoy somos interpelados por esa misma realidad. Podemos centrarnos en aquellos que traicionaron al
Señor, o, como la primera Iglesia, podemos enfocarnos en los demás, en los que han permanecido fieles,
esos sacerdotes que siguen ofreciendo sus vidas para servir a Cristo y a las almas. Los medios de
comunicación casi nunca prestan atención a los buenos ”once”, que viven una vida de silenciosa santidad.
No obstante, los creyentes debemos ver el terrible escándalo actual bajo una perspectiva más amplia,
auténtica y completa.
El escándalo desafortunadamente no es algo nuevo para la Iglesia, que ha sufrido peores momentos. La
historia de la Iglesia es como la definición matemática del coseno, es decir, una curva oscilatoria con
movimientos de péndulo, con bajas y altas a lo largo de los siglos. En cada una de esas épocas, cuando la
Iglesia llegó a su punto más bajo, Dios elevó a grandes santos que llevaron a la Iglesia de regreso a su
verdadera misión.
Fijémonos, por ejemplo, en San Francisco de Sales: fue un santo a quien Dios hizo surgir justo después
de la Reforma protestante. La Reforma protestante no brotó fundamentalmente por aspectos teológicos aunque las diferencias teológicas aparecieron después-, sino por aspectos morales. Había un sacerdote
agustino, Martín Lutero, quien fue a Roma durante el papado más notorio de la historia, el del papa
Alejandro VI. Este Papa jamás enseñó nada contra la fe -el Espíritu Santo lo evitó-, pero fue simplemente
un hombre malvado. Tuvo nueve hijos de seis diferentes concubinas. Llevó a cabo acciones contra aquellos
que consideraba sus enemigos. Martín Lutero visitó Roma durante su papado y se preguntaba cómo Dios
podía permitir que un hombre tan ruin fuera la cabeza visible de su Iglesia. Regresó a Alemania y observó
toda clase de problemas morales.
Los sacerdotes vivían abiertamente relaciones con mujeres. Algunos trataban de obtener ganancias
vendiendo bienes espirituales. Primaba una inmoralidad terrible entre los laicos católicos. Él se
escandalizó, como le hubiera ocurrido a cualquiera que amara a Dios, por esos abusos desenfrenados. Así
que fundó, con gran éxito, su propia iglesia. En ese contexto, Dios hizo surgir a muchos santos para que
combatieran esta solución equivocada y trajeran de regreso a las personas a la Iglesia fundada por Cristo.
San Francisco de Sales fue uno de ellos. Poniendo en riesgo su vida, recorrió Suiza, donde los
calvinistas eran muy populares, predicando el Evangelio con verdad y amor.
Muchas veces fue golpeado en su camino y dejado por muerto. Un día le preguntaron cuál era su
postura en relación al escándalo que causaban tantos de sus hermanos sacerdotes. Lo que él dijo es tan
importante para nosotros hoy como lo fue en aquel entonces para quienes lo escucharon. Él no anduvo con
rodeos. Dijo: ”Aquellos que cometen ese tipo de escándalos son culpables del equivalente espiritual a un
asesinato, destruyendo la fe de otras personas con su pésimo ejemplo”. Pero al mismo tiempo advirtió a sus
oyentes: ”Pero yo estoy aquí entre ustedes para evitarles un mal aún peor. Mientras que aquellos que
causan el escándalo son culpables de asesinato espiritual, los que acogen el escándalo -los que permiten que
los escándalos destruyan su fe- son culpables de suicidio espiritual.”
Son culpables, dijo él, ”de cortar su vida con Cristo, abandonando la fuente de vida en los sacramentos,
especialmente la Eucaristía”. San Francisco de Sales expuso su vida tratando de evitar suicidios espirituales
a causa de los escándalos. Y hoy: ¿Cuál debe ser entonces nuestra reacción?
Se ha hablado mucho al respecto en los medios de comunicación. ¿Tiene la Iglesia que trabajar mejor,
asegurándose que nadie con predisposición a la pedofilia sea ordenado? Absolutamente. Pero esto no sería
suficiente. ¿Tiene la Iglesia que actuar mejor para tratar estos casos cuando sean reportados? La Iglesia ha
cambiado su manera de abordar estos casos y hoy la situación es mucho mejor de lo que fue en los años
ochenta, pero siempre puede ser perfeccionada.
Pero aún esto no sería suficiente. ¿Tenemos que hacer más para apoyar a las víctimas de tales abusos?
¡Sí, tenemos que hacerlo, tanto por justicia como por amor! Pero ni siquiera esto alcanza. ¡La única
respuesta adecuada a este terrible escándalo -como San Francisco de Sales reconoció en el año 1600 e
incontables otros santos han reconocido en cada siglo- es la santidad!
¡Toda crisis que enfrenta la Iglesia, toda crisis que el mundo enfrenta, es una crisis de santidad! La
santidad es crucial, porque es el rostro auténtico de la Iglesia. ¿Tienen que ser más santos los sacerdotes?
Seguro que sí. ¿Tienen que ser más santos los religiosos y religiosas y dar un testimonio aún mayor de Dios
y del Cielo? Absolutamente. Pero todas las personas en la Iglesia tienen que hacerlo, ¡incluyendo a los
laicos! Todos tenemos la vocación de ser santos y esta crisis es una llamada para que despertemos.
Estos son tiempos duros para ser sacerdote hoy. Son tiempos duros para ser católicos. Pero también son
tiempos magníficos, tiempos de desafíos y de santidad. Uno de los más grandes predicadores en la historia
estadounidense, el obispo Fulton J. Sheen, solía decir que él prefería vivir en tiempos en los que la Iglesia
sufre en vez de cuando florece. ”Hasta los cadáveres pueden flotar corriente abajo”, solía decir, señalando
que muchas personas salen adelante fácilmente cuando la Iglesia es respetada, ”pero se necesita de
verdaderos hombres, de verdaderas mujeres, para nadar contra la corriente.”
Por otra parte, la Iglesia es indestructible. Se cuenta que Napoleón dijo alguna vez al cardenal Consalvi:
”Voy a destruir su Iglesia”. El cardenal le contestó: ”No, no podrá”. Napoleón dijo otra vez: ”¡Voy a
destruir su Iglesia!” El cardenal dijo confiado: ”No, no podrá! Ni siquiera nosotros hemos podido hacerlo!”
Si los malos papas, los sacerdotes infieles y los miles de pecadores en la Iglesia no han tenido éxito en
destruirla desde su interior -le estaba diciendo implícitamente al general- ¿cómo cree que Ud. va a poder
hacerlo? Apuntaba a una verdad clave: Cristo nunca permitirá que su Iglesia fracase. Los actuales
escándalos pueden ser algo que lleve al suicidio espiritual o algo que lleve a buscar la santidad personal.
Cada uno elige.
Bendiciones
El Observador Semanal
Presenta a
El Vicepresidente de la Cámara de Diputados del Parlamento Italiano
MAURIZIO LUPI
En la pagana Europa ¿Es posible ser político y católico?”
Sábado 8 de mayo 2010
17:00 hs.
Hotel La Misión
4
La iglesia, mi madre
Lo que más me conmueve del artículo de Julián Carrón publicado como editorial de nuestro semanario,
es el nuevo enfoque que Carrón descubre para todos cuando al referirse a los autores de los abusos como
afectados también dice, “nada será nunca suficiente para reparar el daño causado a las víctimas y a ellos
mismos”. En todo lo que habremos leído sobre este tema, nadie, ni siquiera nosotros católicos, hemos osado
de mirar esta cara de la moneda.
Y me conmueve porque sólo Cristo sería capaz de suscitar esta postura de misericordia y de dura
franqueza y solidaridad con nuestra propia humanidad: si yo me reconozco pecador, si yo reconozco mi
debilidad y se bien de mis debilidades, no puedo ser tan hipócrita de escandalizarme de tal manera ante el
pecado de los demás. Y esta es la hipocresía que vive el mundo. Me parecería ver aquella misma escena tan
famosa del evangelio sobre la adultera, todos estaban preparados para apedrearla hasta la muerte como
decía la ley de Moisés, solo para probar a Jesús le preguntaron que debían hacer y el, para su sorpresa,
respondió: “Aquel de ustedes, que no tenga pecado, que le tire la primera piedra”. El evangelio nos narra
que “al oír esto se fueron uno tras otro, comenzando por los más viejos, y dejaron solo a Jesús con la
mujer” (Juan 8, 1-11).
Al leer esto que pasó hace más de dos mil años, puedo imaginarme a Jesús en la actualidad en la misma
postura; profundamente ofendido y dolido por esta persecución a sus sacerdotes, lo imagino diciéndonos
estas mismas palabras a cada uno de nosotros, en especial a aquellos que disfrutan difamando y ensuciando
el nombre de su iglesia, a los periodistas hipócritas, moralistas, que llenan los diarios con sus opiniones
puritanas, “aquel que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”.
No se trata de ocultar la verdad, la verdad debe salir siempre a la luz, y Benedicto XVI no ha tenido
miedo de afrontar esta verdad y de mostrarse dolido y duro con los autores de estos crímenes. Como así
también, nosotros, el pueblo católico, nos encontramos profundamente heridos por este escándalo. Pero yo
solo pienso, si a esta mujer, que era una simple prostituta, Jesús la defendió y la acogió con tanto cariño y
misericordia,
¿Cuanto aún más acogerá a su Iglesia pecadora? El no es hipócrita como nosotros, él conoce bien
nuestra debilidad y no nos eligió por ser perfectos sino porque somos hijos suyos. Basta con dar como
ejemplo a Pedro, un simple pescador, tosco e impulsivo, que dudo de Jesús cuando estaban caminando por
las aguas y cayó, que lo negó tres veces mientras El padecía su pasión, y sobre este pobre hombre, El
edificó su iglesia: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificare mi iglesia” (Mateo 16, 13-20) y le confió
la gran misión de “apacienta a mis corderos, cuida de mis ovejas” (Juan 21, 15-18).
No se trata de justificar lo injustificable, ni de defender lo indefendible, nadie quiere eximir la culpa ni
minimizar los hechos, sino decir que existe una esperanza, la buena nueva en medio de tantas malas
noticias, Cristo, el buen pastor por excelencia, es el único que puede reparar el daño hecho. Curar a sus
ovejas heridas, devolver al rebaño a sus ovejas perdidas, consolarlas y perdonarlas, como solo un Padre
puede hacerlo.
Nos queda ser sérios con nuestra propia humanidad, no ser hipócritas como los fariseos, Jesús dice
también “con la medida que juzguéis, serán juzgados” y saber diferenciar, el hecho de comunicar la verdad
al pueblo de forma sincera y justa, y el hecho de convertir esto en un instrumento para desprestigiar y
perseguir a la iglesia. El Papa, es el mayor representante de esta imagen viva del Buen pastor, y la cabeza
de nuestra iglesia, a la cual el mundo le debe respeto como gran madre que es, divina porque es el cuerpo
de Cristo vivo hoy, y pecadora, porque somos parte de ella nosotros, pobres pecadores. En la homilía de
este domingo el Padre Aldo Trento dijo algo que me dio piel de gallina y me conmovió hasta las lágrimas,
es algo sobre lo cual os invito a cada uno a reflexionar, ¿su madre, cuando se equivoca, deja de ser su
madre? ¿Quién de ustedes, cuando su madre se equivoca la abandona, la desprecia o la hecha de su casa?...
La Iglesia, para mí, es esta madre que me acoge y me perdona, que me educa y me guía hacia el
Misterio. No es un grupo ínfimo de curas pedófilos, sino el propio Cristo que me abraza a través de ella, en
el rostro de los sacerdotes santos que yo encuentro todos los días, y de sus manos recibo los sacramentos de
Su verdadera presencia viva. Me abraza con toda mi miseria incluída, no me juzga sino me acepta y me
recibe como soy, y para colmo también, me perdona y me absuelve de mis pecados a través del sacramento
de la confesión…
¿Porque habría yo de juzgarla a ella? ¿Quiénes somos nosotros para juzgarla…?
Natalia Lorena González
¿QUID ANIMO SATIS?
Esteban Murillo - San Francisco abrazando a Cristo en la cruz
Leyendo el artículo de Julián Carrón “Heridos, volvemos a Cristo”, me ha vuelto a la mente una
afirmación del Santo Cura de Ars, Juan María Vianney: “Dejad un pueblo sin sacerdotes y, cuando
volveréis, encontraréis el mismo pueblo adorando a los animales”.
Se me hizo aún más evidente de la necesidad de los sacerdotes en este mundo, aunque sean gran
pecadores, cuando el domingo por la noche me llamaron para que de toda prisa me fuera a la casa de unos
amigos feligreses porque había ocurrido un hecho trágico: un joven, de una manera misteriosa, se había
quitado la vida.
Me desocupé de inmediato y corrí a la casa de estos amigos. Frente al cadáver del joven estaba la
familia destrozada, la Policía Forense haciendo su trabajo y otros parientes.
Llegando pedí rezar para dar el signo de la Misericordia de Dios al joven, es decir, la absolución de sus
pecados, que la Iglesia exige, a los sacerdotes, frente a una persona recién fallecida, para que su alma pueda
entrar en Paraíso.
Mientras inició la oración la Policía Forense, sin un mínimo de dolor y compasión, me pidió esperar
porque tenía que terminar los informes. Yo, un poquito nervioso, le dije “que lo más importante, ahora,
era salvar el alma de este chico, por el hecho que ustedes no salvan a nadie, y que por favor se detengan
un ratito”.
Ellos insistieron en que teníamos que “esperar porque tenían que terminar el tramite”. Mientras me
estaba poniendo furioso, intervino el papá, que llorando, gritó: “ no me interesa un c…. de vuestros
tramites, yo quiero que el Padre salve el alma de mi hijo”. Y entonces ellos se apartaron para continuar con
su trabajo.
Frente a este dramático hecho era aún más evidente que sin la “perspectiva de un más allá…sin la
posibilidad de acudir a Cristo, en estos momentos tan trágicos, poder experimentar el perdón y la
misericordia, sin el poder llegar a redescubrir el infinito amor de Cristo para cada uno de nosotros, el único
capaz de sanar nuestras heridas y de dar esperanza a nuestra humanidad herida y destrozada, seriamos todos
desesperados.
Solo el Misterio puede comprender la profundidad de nuestro dolor, de una vida sin sentido; solo el
Misterio presente puede dar a la familia destrozada, el consuelo de la fe; solo el Misterio presente puede dar
a este pobre joven, lo que aquí en la tierra no encontró: la paz verdadera; solo el Misterio presente puede
dar a estos inhumanos de la Policía Forense un corazón de carne capaz de conmoverse; solo el Misterio
presente puede dar sentido a nuestro dolor y salvarla.
Y lo más impresionante de todo eso es que el Misterio presente necesita de un “pobre cura” para que los
hombres puedan volver a Cristo.
P.B
Una provocación frente
a lo que está pasando
Las reflexiones del Padre Julián Carrón significan para mí la mayor provocación en todo lo que refiere a
los escándalos sexuales con menores que envuelven a algunos prelados de la Iglesia y el consecuente
ataque mediático que sufre la misma en estos últimos meses. Su forma de ver estos hechos como
evocadores del sentido de justicia más profundo que todos los hombres llevamos dentro; termina
demostrando que estamos hechos para algo mas, que el misterio envuelto en la esperanza de poder saciar
nuestra sed de justicia es siempre bueno y que ya fue anunciado por el acontecimiento que origino a la
Iglesia y cambio el mundo hace dos mil años.
Está claro que esperamos justicia, para las víctimas, para los autores de estos hechos tan tristes, para
nosotros mismos; porque, como dice el Padre Carrón, toda respuesta que el hombre proponga como
paliativo para este dolor que sufrimos como católicos, como personas comprometidas con la realidad, será
insuficiente y esa conciencia debe significar en nosotros que esa justicia anhelada solo se iluminara en el
rostro de Cristo; siguiendo y mendigando fe para abrir los ojos y ver realmente que la vida se juega en estos
dramas, donde todo lo que ganamos siendo parte de la Iglesia debe ser juzgado y rememorado más que
nunca.
También el Padre Carrón volvió a recordarme que el Papa debe estar en nuestras oraciones y nuestros
pensamientos por su amor y gratitud hacia todos nosotros. Leyendo el manifiesto pude comprender que este
tema delicado está siendo manejado de la manera más verdadera y razonable por el Santo Padre, ya que
pide perdón y suplica a las víctimas que no pierdan de vista el fondo de todo, el que todo cura y cambia; así
como también su sensatez y responsabilidad para llamar a los sacerdotes denunciados a ponerse a
disposición de la justicia y afrontar un proceso legal, ya que el mundo y su realidad es un camino a la
infinita felicidad prometida y todo pasa en como uno se para ante eso; no quitando nada, teniendo en cuenta
todo y sobre todo dando esperanza a la misericordia, al perdón eterno e inherente a Cristo y pilar de esta
nuestra Iglesia que golpeada desde hace dos mil años, así como construida, sigue siendo el faro del mundo
este océano tan turbulento llamado vida.
Claudio Daniel Ayala G.
“Ven Señor Jesús”
Durante este tiempo en que ha salido a relucir toda esta cuestión referente a la pedofilia, y que atañe a
miembros de la iglesia sacerdotes y religiosos, me llevo a preguntarme ¿Qué postura debo tener con
respecto a este hecho?, evidentemente reconozco que es un hecho completamente reprochable, moral y
jurídicamente, pero yo que he sido parte de un acontecimiento y que me reconozco Católico, ¿que hago?
¿Comienzo a desconfiar de la iglesia, reaccionando como la mayor parte de la gente despotricando contra el
Papa, los Obispos y me dejo llevar por eso abandonando la experiencia que he venido haciendo?
Confusión es la palabra que describe el contexto humano y cultural en el que vivimos. Nos damos
cuenta de que esa es la situación porque tenemos urgencia de una certeza, pero a la vez toda la confusión en
la que estamos inmersos no puede evitar que se manifieste el deseo de verdad, de justicia, de felicidad que
nos constituye. Insatisfacción, inquietud y tristeza nos dicen que el deseo del corazón es inextirpable, como
dice Julián Carrón en un articulo publicado sobre el tema: “Todo ello ha servido para presentar ante
nuestros ojos cuál es la naturaleza de nuestra exigencia de justicia. No tiene fronteras. No tiene fondo. Es
tan profunda como la herida. Nada basta para satisfacer su sed de justicia. Es como si estuviéramos
tocando un drama sin fondo”. ¿Acaso puede toda la voluntad del hombre realizar la justicia que tanto
deseamos? Por esto, incluso los más exigentes, los más ávidos de justicia, no serán leales hasta el fondo de
sí mismos con esta exigencia de justicia, sino miran de frente su propia incapacidad.
Entonces sólo nos queda una opción que es arriesgada y exige una atención y un aprendizaje continuos:
buscar quien y que, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar y dejarle espacio. Pero ¿dar
espacio a que, si las cosas, los rostros, incluso las relaciones más queridas, parecen no tener fuerza y
consistencia para vencer al infierno? haría falta algo excepcional para respirar y vivir. El nacimiento de
Cristo es el anuncio de este hecho excepcional que irrumpe en los límites cerrados de la experiencia
humana: el Verbo se ha hecho carne, Dios se convierte en uno de nosotros, esto es lo que vence, hacer
experiencia de que Dios es siempre uno de nosotros, y ¿Cómo? Sólo a través de la humanidad cambiada de
testigos, no por que sean mejores o no cometan errores, sino por que han sido cautivados, aferrados por un
hecho que mueve toda su vida.
Por eso hoy, como hace dos mil años. Desde entonces este deseo de infinito hace que la iglesia grite:
“ven señor Jesús”.
Derlis Noguera.
¿Quién puede satisfacer los
deseos del corazón del hombre?
Me impresiona verdaderamente como las palabras de Carrón se identifican plenamente con las
reacciones y sensaciones que se manifestaron en mí durante este tiempo en donde sacerdotes de la iglesia
fueron acusados de pedofilia. Impotencia, irritación, deseo instintivo de defender a mi Iglesia, todo esto me
brotaba cada vez que me enteraba de los constantes ataques hacia la Iglesia y el Papa. Una indignación
terrible me inundaba al ver como la prensa, haciéndose muchas veces jueza, manifestaba con exagerada
vehemencia su obvia intensión de descreditar a la Iglesia por medio de continuas publicaciones. Lo que
más me alteraba es como los periodistas se empecinaban en meter a todos en la misma bolsa, generalizando
sucesos, aislados, como una constante dentro de la Iglesia.
Sólo una carta así, de alguien que vive plenamente la experiencia cristiana y no tiene miedo a enfrentar
situaciones difíciles puede responder tan fielmente a toda la impotencia que reside en mí. Lo que
alimentaba mi irritación y mi desazón era este deseo grande de justicia que retumbaba dentro mío, un deseo
grande corregir lo que estaba pasando, de borrar estos hechos aislados, de pagar de algún modo el daño a
las personas afectadas, de obligar a los sacerdotes que cumplan sus condenas y pidan perdón al Santo
Padre, pensaba y pensaba alternativas y formas de corregir la realidad, de cambiar los hechos, mi corazón
exigía la justicia que mi razón no se podía imaginar.
Es por esto que al leer el comentario de Carrón, la respuesta a mi exigencia de justicia salió a flote.
¿Quién puede satisfacer el corazón del hombre?, ¿quién puede consolar a las víctimas y perdonar a los
infractores?, ¿yo, pedófilo, asesino, ladrón, pecador, estoy condenado?, ¿quién defiende a los débiles? Sin
Cristo, la justicia estaría a la medida de los hombres, y yo, hombre frágil, pecador, impuro, estaría
condenado. Sin embargo, me sorprende como, en vez de centrarse en los casos y tratar de limpiar su
apariencia, la Iglesia, por medio del Papa, hace hincapié en lo fundamental, en lo que da respuesta a todas
las aflicciones y preguntas del corazón, el infinito amor de Cristo hacia el hombre, hacia mí.
Así también yo como Carrón, herido, tengo el ímpetu de volver a redescubrir que es Cristo para mí.
Esto hechos me motivan a retomar esta relación, me toca hacer experiencia de cómo responde Él a mi
deseo de justicia. Frente a la injustica y al drama que muchas veces me impulsan a preguntar el porqué de
la vida, solo la certeza que soy amado y que es Otro que da sentido a mi vida, me brinda la paz necesaria
para enfrentar la realidad.
César Ríos
RESPUESTAS A LA PROVOCACION DEL ARTICULO “HERIDOS, VOLVEMOS A
CRISTO” DE JULIAN CARRON (EDITORIAL)
400 años del Paraguay libre
vs. 200 años de esclavitud
La finalidad de nuestra publicación es acercar la Historia de España (la cual influye de
una u otra forma sobre la nuestra) tan maltratadas, una y otra, en las últimas décadas, a
la gente de la calle y de manera especial a quienes las desconocen, es decir, a esas
generaciones que llevan padeciendo desde hace años, demasiados, una alienación que
tanto daño causa a nuestra nación en términos culturales y educativos.
CAPÍTULO LIV
El reinado de los Reyes Católicos (X):
el Renacimiento español
H I Suele repetirse el tópico de que, a diferencia de lo sucedido en otras naciones europeas, en España no
hubo Renacimiento. La realidad fue muy diferente. Lo cieno es que España disfrutó de un Renacimiento
con una pujanza verdaderamente espectacular.
Se ha negado mucho que existiera en España un Renacimiento. En realidad, ¿tuvo un
Renacimiento propio?
Sin duda, con un despertar humanista y artístico.
¿Cómo se manifestó?
Podríamos decir que su inicio arrancó del gusto por las lenguas clásicas, una circunstancia en la que
influyó enormemente la reina Isabel. Ese gusto por las lenguas clásicas vino acrecentado por la labor de
personajes como Beatriz Galindo (la Latina) y por la llegada de italianos como Lucio Marineo Sículo y
Pedro Mártir de Anglería.
Esa conexión con los clásicos y la conciencia de estar levantando un imperio sirvió de acicate para el
cultivo de la filología, como dejaron de manifiesto Antonio de Nebrija autor de una gramática de la lengua
castellana y el Brócense.
También relacionado con el conocimiento de los clásicos se encontró la obra filosófica de Juan Luis
Vives o los grandes aportes en lenguas bíblicas que, años después, cuajarían en la edición de la Biblia
Políglota Complutense y la fundación de la Universidad de Alcalá de Henares.
¿Existió también un Renacimiento que afectara a las artes plásticas?
Sin duda. El denominado «estilo Isabel» es todavía gótico, pero en el plateresco y, sobre todo, en el
Cisneros aparecen elementos renacentistas.
También encontramos manifestaciones renacentistas en la escultura, como es el caso del sepulcro de los
Reyes Católicos en Granada, de Domenico Fancelli o el retablo del Pilar de Zaragoza, de Damián Forment,
y en la pintura, como el retablo de Santo Tomás de Ávila, de Pedro González Berruguete.
Ciertamente, en España hubo un Renacimiento que sentaría las bases de ese período insuperable e
incomparable que fueron los Siglos de Oro.
Lo que no he estudiado mucho, Federico, y tú como filólogo conoces mejor, es cómo el castellano se
convierte en esa época en la lengua común de todos los españoles, de la Europa culta y luego de los
españoles de América. Así que déjame que te pregunte yo.
Cómo se desarrolla ese proceso? ¿Está ligado por fuerza a la unidad de España, como suele
decirse por parte de los nacionalistas?
No creo, César, que haga falta ser filólogo para interesarse por la historia de la lengua española, que es
su nombre universal, aunque entre nosotros la llamemos «castellano». Yo siempre recomiendo el gran libro
de Rafael Lapesa, de la Editorial Credos, Historia de la lengua española, en uno de cuyos mapas se ve el
nacimiento y la expansión del castellano durante la Edad Media. Por supuesto, incluye la expansión
castellana, que incluía la repoblación de las ciudades, pero esa repoblación no se movía por criterios
lingüísticos sino militares, así que no cabe suponer una voluntad de expansión lingüística por parte de
Castilla, sino más bien la coincidencia de esa expansión con la del propio castellano, que es sorprendente y
curiosísima.
¿Tiene algo especial el castellano con respecto a los otros romances medievales?
Pues sí, César. Tiene de especial que no se les parece, porque nace en los confines del romance leonés
con el vascuence y es el único romance latino con un sistema vocálico diferenciado, tomado del vasco y
simplificado en extremo: sólo cinco vocales, amén de su propia diptongación a partir del latín. Eso que le
aleja de los demás romances latinos, aparentemente le perjudica; pero también lo distingue, algo que
finalmente lo beneficia. A la larga, ese carácter romance raro, así como su situación central en la Península,
lo convierten en la lengua franca o común de todos los reinos cristianos. Podríamos decir, pues, que se
expande directamente como lengua de Castilla e indirectamente como lengua franca de todos los españoles.
La expansión es de norte a sur, del «pequeño rincón» que era Castilla con Fernán González, hasta el reino
de Toledo entre los siglos XII y XIV para luego expandirse, siempre en forma triangular, de menos a más,
por Andalucía, Extremadura y Murcia.
Eso, de norte a sur, pero también se extiende en paralelo por el valle del Duero y, muy especialmente,
por el valle del Ebro, nervio de la Corona de Aragón, que a finales del siglo XV, al llegar al poder los
Reyes Católicos, está ya castellanizado. Así que tanto los reyes como los gramáticos, especialmente
Nebrija, tienen conciencia de estar alumbrando una nueva España, pero basada en la antigua, con un nueva
lengua común, la castellana, que se ha convertido en española, pero también basada en el latín, la lengua
franca de toda Europa, cuyo cultivo les interesa tanto como el del castellano.
¿Es un proyecto de élites o popular?
La expansión del castellano es fundamentalmente popular, por su utilidad en la vida cotidiana que, no lo
olvidemos, protagoniza una población mayoritariamente analfabeta. La suerte que tiene también ese
romance tan raro, el castellano, es que en él se produce desde el siglo XV una obra lírica anónima y de una
calidad excepcional: el Romancero. Durante el Siglo o Siglos de Oro, entre los siglos XVI y XVII, la gran
literatura española no deja nunca de volver a esa fuente de inspiración popular y anónima. No ha dejado de
hacerlo hasta el mismo siglo XX, con Juan Ramón Jiménez y las generaciones del 27, con Lorca y Alberti
como figuras más conocidas, o del 36, con Miguel Hernández, entre otros. Hay una extraña conjunción de
fortunas gramatical, literaria, política y militar, cada una de las cuales podría haber fracasado por sí sola,
pero que triunfan prodigiosamente juntas.
El español es, en fin, la lengua de los españoles porque los españoles lo han querido. Lo ha sido desde
los inicios, aunque ahora ya sólo seamos el tercer o cuarto país de lengua española en el mundo. Y el único
del mundo en cuyo territorio no se puede escolarizar a los niños en lengua oficial y mayoritaria por más que
se empeñen sus padres. Por lo visto, tanta suerte y tanto genio generaron sus contrarios: estupidez,
ignorancia y tiranía.
Fuente: César Vidal y
Federico Jiménez Losantos,
Historia de España
Fernando I de Aragón
Un ominoso
silencio
No hace mucho Marcello Pera, un Senador de la República Italiana y profesor de filosofía, no católico,
ante la lluvia de críticas, denuestos e insultos que vienen lloviendo sobre el Santo Padre y la Iglesia escribía
que “Esta guerra al cristianismo no sería tan peligrosa si los cristianos la advirtiesen. En cambio,
muchos de ellos participan de esa incomprensión” y agregaba, “[Son] aquellos obispos equívocos que
sostienen que entrar en compromisos con la modernidad es el mejor modo de actualizar el mensaje
cristiano… [son] aquellas conferencias episcopales que equivocan en el orden del día y, mientras
auspician la política de las fronteras abiertas a todos, no tienen el coraje de denunciar las agresiones que
los cristianos sufren y las humillaciones que son obligados a padecer por ser todos, indiscriminadamente,
llevados al banco de los acusados. (Los subrayados son míos)
Cuan ciertas son estas palabras, así como que de estos ataques, en términos de Monseñor Giampaolo
Crepaldi, se hacen tristemente eco no sólo cuantos no escuchan al Papa (también entre eclesiásticos,
profesores de teología en los seminarios, sacerdotes y laicos), sino cuantos guardan un ominoso y
vergonzoso silencio. También aquellos que no acusan abiertamente al Pontífice pero ponen sordina a sus
enseñanzas, no leen los documentos de su magisterio, escriben y hablan sosteniendo exactamente lo
contrario de cuanto él dice, dando vida a iniciativas pastorales y culturales, en abierta divergencia con
cuanto él enseña.
No deja de llamar la atención que, tanto ahora como en anteriores y similares episodios, han sido
principalmente laicos (algunos no precisamente católicos) y algunos obispos a título individual, quienes
han salido a contestar los ataques en contra de la Iglesia en cabeza del Papa. Hoy, el mutis por el foro, el
llamarse al silencio, ha sido la respuesta de la mayoría de Conferencias Episcopales (la paraguaya no podía
ser la excepción) a quienes creen que atacando a la Iglesia se combate la pedofilia. Estas, por mucho, se
han limitado a enviar mensajes de apoyo al Santo Padre.
Vemos como en nuestro país, los obispos rápidamente salen a emitir comunicados ante el menor hecho
político-social que se presente o dar su opinión y conceder entrevistas, incluso con términos
descalificadores no propios en un pastor de la Iglesia, cuando alguien afirma algo que no comulga con su
postura ideológica o desdice las insinceras afirmaciones de quienes ejercen el gobierno. Sin embargo, ante
la avalancha diaria de ataques e informaciones falaces contra el Papa y la Iglesia es poco o nada lo que se
les ha escuchado.
G.L
“Me agarro fuertemente
de la mano de Dios”
Esta frase de Blanca, era la fuente de su alegría y de su entusiasmo en medio de la dramaticidad del
cáncer que la iba consumiendo hasta arrebatarla al Cielo.
Se fue el día siguiente de la solemnidad de la Anunciación del Señor, a las cinco y media de la
madrugada, con treinta y cuatro años de edad y dejando al cuidado del que la llamó a su Reino, seis hijos
pequeños, dos gemelos y cuatro nenas. La última de ellas, cumplió dos anitos el día de la muerte de su
mamá, y físicamente son muy parecidas.
Ella no deseaba soltar nunca ésta tierna mano divina. Su rostro sonriente y plácidamente dormido,
reflejaba la autenticidad de sus palabras; el Señor de la Gloria soltó su mano para abrazarla e introducirla al
festín eterno, donde su corazón puede ya cantar con los ángeles y los santos: “¡Me has curado y me has
hecho revivir, la amargura se me volvió paz. Los vivos, los vivos son quienes te alaban: como yo ahora!”.
Es de verdad admirable el camino de fe que fue recorriendo desde la aceptación de su enfermedad. En
un primer momento, como ella misma lo cuenta, se desesperó, se deprimió, bajó los brazos, sumida en la
tristeza y en la total obscuridad del futuro, que se le presentaba como un gigante que aplastaba sus sueños,
hacia trizas sus proyectos y le llenaba de amargura el corazón. Pero Dios, con su infinita misericordia,
permitió que tras la insistencia de un hermano suyo, quien la acompañaba y animaba a luchar por amor a
Dios, a ella misma, a sus hijas; lograra determinadamente decir: “ Si, voy a luchar, en el nombre de Dios,
Jesús y de la Virgen Santísima”.
Meditando sobre su camino de fe, me convenzo aún más de lo importante que es para el paciente vivir
su enfermedad con toda la verdad, a veces dolorosa, que ésta encierra. Que nada se les tenga que ocultar,
sino que caminando en la verdad de la realidad, ellos puedan, como Blanca, “mirar a Cristo a la cara”,
apoyarse enteramente en El, para luego gozar de los frutos de ese abandono ya en ésta vida como regalo de
Su amor.
Desde que llegó a la Clinica, no paraba de decir que estaba ya en el Paraíso, que sentía mucha paz. Su fe
y su confianza fueron creciendo y la ayudaban a sobrellevar con alegría sus sufrimientos, tenía la mano de
Aquel que hace más suave lo amargo y más ligero lo incargable.
Cada vez que el Santísimo llegaba hasta ella, hacia el esfuerzo de sentarse en su cama, lo acariciaba y
luego cerrando los ojos, con sus manos juntas, se quedaba en oración, en diálogo con El.
Era muy entusiasta, y muy compañera, como sus amigas de sala la recuerdan. Le encantaba los
encuentros en donde podía compartir y distraerse con los demás, como la catequesis, la pizza de los
sábados de noche, la misa de los domingos, el hacer rosarios en grupo, y otros tantos momentos que
espontáneamente surgían a fin de recrearse, y como decía: “no pensar tanto en el dolor”.
Cada vez que la recuerdo, con mi misma edad, y con seis hijitos, el corazón me grita más entrega y más
amor. Me provoca a darme como ella se dio. Al día siguiente de conmemorar el “Si” de Maria en la
anunciación del Ángel, me encontré con la belleza del “si” de Blanca. Un “si” que la hermoseaba por
dentro y la iluminaba por fuera, que le permitía descansar en dulces praderas, y que despertaba en mi
interior un deseo: “ Yo también quisiera morir así!”.
Que su “si” a la voluntad de Dios, siga abriendo corazones a la Luz que nunca se apaga.
Hna. Sonia
LA AVENTURA HUMANA DE LOS SANTOS
San Pío
El nombre de bautismo de San Pío era Miguel Ghisleri. Nació en una pequeña aldea al norte de Italia,
en 1504. de muchacho cuidaba las ovejas.
A los 14 años ingresó a la Orden de los Dominicos. Ejerció diversos cargos dentro de su orden: fue
inquisidor del Santo Oficio en Como y en Bérgamo, ciudades del norte de Italia.
Más tarde fue elegido obispo de una diócesis cerca de Roma.
La Iglesia vivía los días de la Contrarreforma, en un desafío por renovarse, reformar sus costumbres y la
disciplina eclesiástica.
Por eso decretó el Concilio de Trento, uno de lo más importante de todos los Concilios de la Iglesia.
Como obispo pudo participar de la última sesión, llevada a cabo entre 1562-1563.
En el desempeño de sus deberes pastorales demostró una total dedicación a la cusa de la reforma de la
Iglesia, empezando por los sacerdotes.
Su conciencia del deber estaba por sobre cualquier otra consideración, sin temer las amenazas y sin
esperar recompensa. Era austero, disciplinado y luchador.
A los 62 años de edad, tras la muerte del Papa Pío IV, el cónclave se encontró con la ausencia de
candidaturas fuertes. Al final, el Espíritu Santo orientó los votos de los electores hacia Miguel Ghisleri, que
tomó el nombre de Pío V.
Su pontificado duró solamente seis años, pero dejó una profunda huella en la historia de la Iglesia.
Además de Supremo Pastor, dedicado exclusivamente a los intereses espirituales de la Iglesia, fue un
verdadero santo en la Sede de San Pedro, en fuerte contraste con los primeros Papas de aquel siglo.
Su nombre está íntimamente relacionado a la ejecución de los decretos del Concilio de Trento, de la
misma manera que el Papa Pablo VI se empeñó con ahínco en la aplicación de los decretos del Concilio
Vaticano II.
Bajo el gobierno de San Pío V se hizo la reforma del Misal y del Breviario que se usaron hasta el año
1968.
Mostró profundo amor por los pobres y enfermos y perdonó de buena voluntad a sus enemigos y
agresores, quienes obstaculizaron sus esfuerzos en la reforma de la Iglesia.
Otro acontecimiento importante del pontificado de San Pío V fue la victoria cristiana sobre los turcos
que amenazaban la paz social y religiosa de Europa. El imperio musulmán, en su fanatismo, había jurado
exterminar la religión cristiana.
Pío V empleó todos los medios, aprovechando su influencia sobre los príncipes europeos, con la
finalidad de alejar la inminente desgracia. Ordenó incluso que se hicieran oraciones públicas y procesiones
penitenciales en toda la Cristiandad.
La victoria contra los turcos, muy superiores en fuerza, sucedió el 7 de octubre de 1570, con la famosa
batalla de Lepanto. Mientras el Papa rezaba el rosario con sus familiares y el pueblo de Roma, tuvo una
visión de la victoria e invitó inmediatamente a todos a dar gracias a Dios.
Para recordar este hecho instituyó la fiesta del Santo Rosario, colocando en la letanía de la Virgen
María la invocación: “Auxilio de los cristianos, ruega por nosotros”.
Temido por su severidad al ser elegido Papa, fue sin embargo muy llorado en Roma, a su muerte, el 1
de mayo de 1572.
El secreto de sus ojos
No soy, ni pretendo ser un crítico del cine, me animo a opinar de esta película porque frente a las cosas
que me impactan y me sacuden de la anestesia que me inyectan las responsabilidades de la vida, no solo me
quedo sorprendido, conmovido por lo que veo, sino que también, acostumbro a comentarle a mis amigos, y
ahora, en particular, a ustedes.
Es cierto también que el cine me apasiona, en especial el independiente, el latinoamericano, porque es
capaz de transmitir con mayor eficacia los sentimientos y pensamientos del productor; como es un cine de
bajo presupuesto, comparado con las grandes producciones de Hollywood, el mismo se centra en tramas
reales basadas sucesos insólitos, resaltando el relacionamiento humano, ahondando en los detalles de las
relaciones interpersonales, lo que da a las escenas más dramatismo y vivacidad.
Teniendo este criterio, a mi juicio, como uno de los más importantes para calificar una película, no
puedo no contar lo interesante que me ha parecido la reciente ganadora al Oscar como mejor película
extranjera “El secreto de tus ojos”.
Una mezcla perfecta de drama y suspenso, bien estructurada, con un profundo énfasis en los detalles, en
la música, en las miradas, en los gestos, en el relacionamiento en sí de los personajes, puteadas,
enamoramientos, profundas depresiones y acaloradas discusiones son escenas donde se reflejan lo que es el
hombre en su instinto, en su fragilidad, en su angustia y reacción frente a los dramas de la vida.
A grandes rasgos trata de un empleado de un juzgado recientemente jubilado que en el aburrimiento de
sus días decide cumplir el sueño de escribir una novela y se decide por un caso en particular que le tocó
profundamente en el pasado.
En esto, se encuentra con una vieja amiga a recordar paso a paso los acontecimientos que formaban
parte de este extraño caso.
He aquí, que en el esfuerzo de recordar se ven envueltos en fascinantes y duros acontecimientos que
marcarán definitivamente la vida de ambos.
Todo se sitúa en los años 70‘en la ciudad de Buenos Aires, con un elenco de actores consagrados como
Ricardo Darín, Guillermo Francella y otros, que aportan al film el fiel estilo porteño, malhumorado,
pesimista, eufórico, que en cierto modo, ayuda a transmitir más fielmente los sentimientos y pensamientos
que rodean a los personajes.
Una cosa que me llamó la atención es cuando el personaje principal se conmueve del amor de otro
hombre hacia su difunta esposa.
Dice en un momento dado que ese amor era el amor más puro que había sentido en su vida, y en su afán
de resolver el caso inducido por noble sentimiento, después de decisiones erróneas y caminos oscuros, se
da cuenta que él necesita amar y ser amado así, su corazón está sediento de un amor eterno que traspasa la
muerte, no conoce tiempo ni espacio, un amor por el cual entregar la vida.
Este deseo, que una mujer no puede satisfacer por completo porque el corazón del hombre está hecho
para el infinito, le ha impulsado finalmente a entregar su amor a Irene.
El grito desesperado del hombre, a algo que colme verdaderamente el deseo de su corazón se representa
constantemente en esta película, en el amor, en el alcoholismo, en la perfección del trabajo, en la amistad.
Cuando el drama de la vida aparece, el hombre se ve inducido a buscar algo que apacigüe su corazón,
su deseo de amor, justicia, verdad; solo Cristo responde a medida estos deseos, lo demás, tarde o temprano
te desilusionan.
César Ríos Rojas
CINE