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Los que hacen las revoluciones a medias no hacen más que cavar sus propias
tumbas. 40 años del Mayo francés una ocasión para pensar la universidad y el
movimiento estudiantil actual.
Debajo de los adoquines, (la playa) más adoquines
En el momento histórico actual, la lógica de las relaciones capitalistas se caracteriza por atravesar todo el campo social. El
capitalismo como modo de producción dominante se desarrolla en dos sentidos diferentes. En primer lugar, lo hace de manera
extensiva, lo que se conoce comúnmente como expansión territorial. Por otro lado, como forma social específica, tiende a
subsumir la totalidad de las relaciones sociales: esto significa que se expande de manera intensiva, es decir, se profundiza como
forma de vida.
La crisis general - pero no terminal - del capitalismo moderno y su entrada en la llamada etapa tardía, estuvo cruzada por la
extensión del alza de la lucha de clases en los 60, y las posteriores crisis financieras y del petróleo en los 70. Las transformaciones
que sufrió el modo de producción afectaron a la totalidad de la vida social. Hoy, tras el reflujo generalizado de las luchas, tras el
fin de la historia que no fue, tras la hegemonía neoliberal, nos hallamos en un momento de resurgimiento de la organización anti
capitalista. En este umbral, nos preguntamos en qué medida se modificó el territorio para la lucha estudiantil y en qué debe
transformarse por tanto la táctica del movimiento.
Consideramos que elaborar un inventario de las experiencias de lucha que nos preceden es un paso obligado a la hora de
reflexionar sobre dichas cuestiones. La práctica es uno de los elementos fundamentales para la teorización: es en la acción donde
el pensamiento estancado se dinamiza y, como contrapartida, la práctica que se detiene encuentra muchas veces un relevo en la
teoría. Partimos de este modo de concebir la praxis para apropiarnos teóricamente del mayo francés, con la expectativa de poder
trazar un vector de radicalización en nuestras prácticas actuales.
Corre, compañero, el viejo mundo está detrás de tí!
Más allá de las limitaciones que tuvo el mayo francés, creemos que como proceso histórico realizó grandes aportes al arsenal
de la lucha contra el capital. En primer lugar, abrió un nuevo territorio de batalla. El ’68 encuentra la mejor manera de mostrar
que el capital está colonizando la totalidad de la vida, combatiéndolo ahí donde nadie lo hacía. La lucha francesa hizo visible al
enemigo que avanzaba silenciosamente hacia el dominio de todas las esferas sociales
Un segundo aporte del proceso francés es demostrar una vez más la vigencia y la efectividad de los métodos obreros. En el
contexto del régimen Degaullista, las ocupaciones de los espacios de actividad, del ámbito público y la huelga, el combate en las
calles, ponen nuevamente en vigor la estrategia obrera. Esta virtud es correlato de la primera: si el capital extiende su lógica a
todo el campo social, también debe expandirse la respuesta.
Paradójicamente, el sentido más profundo del mayo francés se encuentra en aquello que se ha convertido comúnmente en
una representación vacía del mismo. Lo más trivializado de este proceso histórico, sus graffitis, nos revelan un aporte original a
la lucha anticapitalista. Encontramos en la frase “seamos realistas, pidamos lo imposible” un enunciado de una potencia teórica
que se halla oculta por el desgaste que sufre su sentido a partir de la repetición trivial y excesiva.
“Seamos realistas pidamos lo imposible”, rezaban ateamente las paredes. Si consideramos este enunciado en la actualidad, a
primera vista creemos encontrarnos con cierto idealismo hippie posmoderno, o tal vez con la reencarnación post mortem del
socialismo utópico. Sin embargo, podemos hallar en esta afirmación un materialismo radicalizado contra toda tentativa de
reformismo. ¿En qué consiste, pues, el realismo furioso de pedir lo imposible?
Pedir lo imposible es pedir aquello que no puede ser dado. Podemos pensar al capitalismo como una cierta axiomática que
gobierna la vida social. Esto implica que, en tanto lógica, atraviesa las relaciones sociales determinando qué es posible y qué no.
No estamos pensando en el derecho positivo, sino en las leyes que de hecho rigen una formación social. Cuando un fenómeno
escapa a esta legalidad, el sistema lo trata como enemigo y pone en movimiento su aparato represivo. Aquello que se fuga de la
axiomática del capital pone en riesgo toda su lógica. Para enfrentar el peligro, el capitalismo activa mecanismos de neutralización.
Junto a la represión, momento de negación siempre presente, el capital opera una captura que consiste en modificar su lógica
incorporando un axioma que le permita contener, al comprender, el nuevo fenómeno. Esto es lo que comúnmente se llama
reforma o contrarrevolución, y consiste en incorporar de algún modo a la axiomática del sistema lo que antes se manifestaba
como un ataque al mismo. Así, se pone al servicio de la acumulación de capital lo que originalmente era una fuerza subversiva.
El proceso tiene como momentos la lucha y el conflicto, la represión y la integración, y logra la síntesis cristalizada en la
conciliación y la reforma. Esta dinámica de captura, característica del capitalismo, puede ser denominada la contra revolución
permanente.
¿Y qué es lo que pide el mayo? Lo imposible, ya lo dijimos, lo que no puede ser otorgado, aquello que hace entrar en
contradicción a la lógica del capital, aquello que en el marco del capital no puede ser concedido. Esto es, el deseo político que el
capitalismo no puede sublimar. El pedido de lo imposible no se inscribe en el reclamo, porque con este acto se quiebra la lógica
del reconocimiento y la reivindicación. Pedir lo imposible ya no es pedir, sino gritar deseo. Sólo comprendiendo lo imposible en
este sentido vemos aparecer el realismo, que parte de la consideración de que la reforma como reivindicación no es un
imposible, sino que es más bien un irreal. La transformación profunda no puede advenir más que cuando se ha puesto en jaque
la legalidad del sistema, sólo después de que se ha dado la lucha. Sin embargo, el horizonte mismo del mayo francés no es la
reforma; la búsqueda tiene como faro la organización de los antagonismos que hicieran estallar por los aires la lógica misma del
capital. El realismo del 68 consiste en saber que un sistema humanizado, que una universidad comunista, que el fin del
patriarcado, son irreales en el marco del capitalismo. La opción de hierro está dada entre la utopía de la irrealidad o el
materialismo de la imposibilidad. Esta última es la apuesta de los activistas de mayo.
Es necesario introducir una segunda dimensión del realismo presente en la estrategia política del mayo francés, que consiste
en la conciencia de las limitaciones del proceso. Sin la organización revolucionaria de la clase trabajadora, difícilmente se podría
lograr tal objetivo. Pero la conciencia de tal limitación no licua, en absoluto, la necesidad vital de expresar el deseo político de los
estudiantes en acciones radicalizadas. La revolución no era una posibilidad objetiva del estudiantado, sino un modo de estar en el
mundo.
La expansión del campo de la política en ningún momento plantea el abandono del momento irrenunciable de la
organización obrera. Resultaba idealista aún en el contexto del 68 plantear la posibilidad de una universidad comunista en el seno
de la sociedad capitalista. La unidad entre la clase obrera y el estudiantado no era una condición de partida, y por eso resultó
necesario construirla. En ese sentido, la recuperación de los métodos obreros por los estudiantes fue el primer paso. La apuesta
no radicaba en la reforma de la institución académica sino en cavar trincheras para la lucha de clases en todo el territorio social.
La crítica furiosa de lo existente, contenida en cada intervención, diseminaba la peste que el sistema no podía conjurar. El
contagio era la estrategia
Las experiencias de lucha eran laboratorios de producción de nuevas formas de antagonismo. Un ejemplo paradigmático es
el cuestionamiento de los exámenes. Aún cuando existía la conciencia de que no dejarían de existir si no se alteraba el conjunto
del sistema, la puesta en discusión y la sustracción del estudiantado de esta práctica inaugura un nuevo campo de batalla. Un
territorio nuevo se abre para la política revolucionaria: la universidad como institución de clase.
El mayo francés revela así una nueva configuración política de la institución universitaria. Su punto de partida es que teñir la
universidad de rojo constituye un límite absoluto, infranqueable en el marco de la sociedad capitalista. Pero sobre este límite absoluto
se inaugura un territorio político. Seamos realistas, pidamos lo imposible.
En los exámenes responda con preguntas
La universidad, a pesar de sus declamaciones irrisorias y petulantes de autonomía, no permanece cerrada a las
transformaciones históricas. Sin embargo, tampoco es un mero reflejo de las relaciones sociales de producción; es una institución
de clase por derecho propio. Además de producir intelectuales y saberes funcionales a la sociedad capitalista, se organiza en su
interior de un modo acorde a la lógica del sistema. La universidad es por sí, para sí y para otros, productora de conocimiento,
legitimación y sujetos capitalistas.
Esta institución conoce bien cuál es el mejor modo de que su producto sea funcional a la formación social dominante. ¿Qué
mejor manera de formar intelectuales dóciles que imbuirlos desde su más tierna infancia bajo la lógica que deben reproducir?
Nuestro paso por la universidad se ve signado por prácticas netamente capitalistas: la mercantilización del conocimiento, la
extrañación del producto del trabajo, la alienación, la individualización, la competencia, la jerarquización, la burocratización, la
segmentarización del saber y la estamentación del poder son operaciones diarias de la academia en tanto maquinaria productora.
La tarea en esta instancia radica en comprender la especificidad de este territorio, que oculta el poder bajo la forma del Saber.
El Saber parece regir la organización de la vida en las universidades. Sin embargo, pocas veces nos preguntamos cómo se
cristaliza en la Academia. Suponemos, en el mejor de los casos, que hay algo detrás de esa mascarada ascética de la cientificidad.
Adivinamos que bajo ese telón opulento que otorgan las paredes de las bibliotecas hay algún mago de Oz. Un geniecillo maligno
que tira de los hilos de nuestra vida cotidiana y nos hace vivir en el error de que el conocimiento se encuentra escindido de lo
político. Sin embargo, el problema es un poco más complejo.
Un recorrido por las distintas instancias institucionales nos muestra que tienen una forma piramidal. Esta figura
paradigmática recorre todo el mundo universitario: las cátedras, las aulas, los grupos de investigación, las formas de gobierno.
Los claustros corresponden a los distintos estamentos de la pirámide. La pertenencia a uno de ellos determina cual será nuestro
nivel de Saber y de poder en la vida académica. Esta organización supone que lo político no roza la cotidianeidad universitaria.
El gobierno de la institución, en este paradigma ilustrado, responde al mero orden del Saber. Si se trata de ordenar el Saber, sólo
los que saben pueden ocuparse de la tarea.
Las instancias académicas de legitimación operan segmentando y jerarquizando saberes. Los jurados de concursos o tesis, las
mesas de examen, operan jurídicamente sobre este campo. En forma de tribunal buscan evaluar y validar las relaciones del sujeto
juzgado en relación con la Verdad: sentencian si éste acredita experiencia y aptitud en la investigación y exposición de cierto
Saber. Durante estos procesos, en primer término, se dispone qué saberes resultan pertinentes en la universidad y cuáles no. Es
entonces que se fijan cuáles son los objetos de estudio y los discursos posibles en el marco de la institución. En segundo lugar, se
sobredetermina al sujeto universitario. Es decir, se selecciona quién posee cierto cúmulo adecuado de conocimientos para
desempeñar una determinada tarea, cuáles son las direcciones correctas para una tesis, quién adquirió o no el saber necesario
para acreditar una materia, una licenciatura, un doctorado. De esta manera, algunos saberes se recortan como más elevados,
otros como menores, y otros ni siquiera son reconocidos como tales.
La escala del Saber, como figura que divide el conocimiento en grados, es de larga data en la historia de la filosofía. No nos
cansamos de decir que el Saber académico emula la línea platónica trazada en República. Nuestra participación de cierto segmento
de la línea nos habilita el acceso a cierto nivel de la pirámide. La condición de los mecanismos de validación es la misma
estructura piramidal de las cátedras. Para que pocos estén arriba muchos tienen que estar abajo, y algunos garantizando la
mediación. El manejo válido de un Saber no refiere a un grado de conocimiento sino que se ancla en la especialización y en la
diferenciación que obtenemos en relación a los saberes de la totalidad. Es decir, el Saber se válida como tal a partir de recortarse
de los otros saberes, negando sus potencias. La trampa es la siguiente: para que haya especialistas tiene que haber ignorantes. Si
queremos ser dignos del más alto escaño debemos acceder al conocimiento de lo que el resto desconoce, apropiarnos de un lazo
exclusivo con ese conocimiento, y sobre todo volvernos autoridad en él.
Esta lógica supone que el pensar no es una facultad que se entrena sino una adquisición que vende la Academia. El pensar se
cosifica en Saber. Y si este objeto cosificado es algo que se adquiere, entonces habrá quienes lo tengan en abundancia, quienes lo
posean en menor medida, y quienes carezcan de él. Así, en la producción de conocimiento el poder también se encuentra
jerarquizado, y a los estudiantes, como tábulas rasas, nos toca el papel de suelo de la pirámide. Un proceso que es de producción
es presentado entonces como una transferencia. Los que necesitamos realizar la adquisición entramos en una relación desigual con
quienes poseen el producto. Somos sujetos carentes, y por tanto impotentes.
De esta manera, la universidad se ve reducida a un gran mercado donde se realizan transacciones entre vendedores y
compradores. Siguiendo las consecuencias lógicas de este planteo, la institución se organiza en función de esta transferencia y
por ende no hay espacio para la política, sólo para el ordenamiento. Es así que finalmente el cuerpo colectivo de la Academia
comienza a estamentarse en relación a los segmentos de Saber que sus miembros ocupan. Esta estructura se replica en las formas
de gobierno. En la universidad actual, la participación en las decisiones de gobierno se corresponde con el nivel de participación
en el Saber. Son los Profesores, personificación de la cúpula catedrática, los que mayor peso tienen en la democracia calificada de
la universidad.
El ensamble concreto es entonces una operatoria de traducción entre saberes y poderes que cristaliza la jerarquía tanto en la
estamentación de los poderes como en los segmentos de saberes. Cada uno de los registros refiere al otro, por lo cual no
podemos reducir el Saber al poder ni viceversa. Ninguno es excusa para el otro: el Saber no se limita a ser una máscara del poder.
De conjunto logran determinar cómo y qué conocimiento producimos.
Es por esto que ser universitario hoy conlleva un modo de habitar específico. La organización actual del sistema de enseñanza tiene
como resultado inmediato la enseñanza del sistema. Lo que se aprende día a día en la Universidad actual es a ser dignos predicadores y
practicantes de la religión del capital. No sólo se forman intelectuales cuyo discurso y trabajo es funcional a la formación social
actual; más aun, la manera en que se enseña y se investiga en la academia es específicamente capitalista. De esta manera la
práctica universitaria cotidiana esta imbuida de la lógica del sistema.
Pero esto sólo da cuenta de la particularidad del carácter capitalista de la universidad. Aún nos falta entender como establece
sus lazos con el resto del aparato productivo, a partir de las modificaciones recientes de éste. Luego de haber quebrado la ilusoria
separación entre universidad y sociedad, debemos avanzar en el análisis de las relaciones de esta institución con la formación
social de la que es parte. Para esto distinguiremos, al menos analíticamente, entre el funcionamiento institucional acorde a las
relaciones sociales imperantes y su función social.
La integración de la institución al modo de producción está garantizada desde la etapa libre cambista del mismo. En aquél
momento la universidad producía los cuadros altos y medios de la sociedad. La universidad era un perro guardián. En el
momento histórico posterior, los sectores sociales a los cuales perteneció tradicionalmente la universidad entraron en
descomposición. Esta fue la raíz última de la crisis de la universidad: el traumático pasaje del umbral de un momento a otro del
aparato productivo.
Las velocidades de las transformaciones en los diferentes aspectos de la vida social no siempre acompañan los tiempos de los
cambios en el aparato productivo. La institución universitaria, en su incorporación a la fisonomía actual del capital, aparece en
nuestra coyuntura como un sector relegado respecto del resto de la vida social. El programa planteado por la vanguardia del
dominio impone un ajuste en el modo de integración de la estructura universitaria al capital. Frente a esto, se dan resistencias por
parte de sectores vinculados al antiguo régimen. Sin embargo, aún cuando la institución mantiene un pie en cada momento, su
funcionalidad no desaparece.
Los sectores vinculados a las ciencias duras y a la técnica son la vanguardia del cambio. Aquí la continuidad entre universidad
y sector privado es cada vez mayor. Actualmente el modo de acumulación afecta directamente el sentido de la formación y la
investigación en estas áreas. En el extremo más vetusto del proceso se hallan las carreras humanísticas. Pero aún en el atraso
tienen también un papel. Estas carreras, con altos niveles de deserción, producen un reservorio de trabajadores con formación
universitaria sin título. Las facultades otorgan una capacitación que no se reconoce formalmente, pero se valoriza en el mercado
de trabajo. El ejército de los trabajadores de servicio proviene así de las filas de los estudiantes desertores, o más bien
expulsados. En su mayoría pertenecen a carreras que no encuentran inmediatamente un lugar en el aparato productivo.
Merece hacerse una aclaración táctica: no debe considerarse a la modernización de la universidad como un enemigo exterior. La
integración de la universidad a la nueva etapa del capitalismo ya está en marcha. Es una tendencia real al interior de la
organización de la institución, y no sólo un fantasma con nombre de ley rimbombante, siempre a punto de entrar en vigencia.
No le pongas parches, la estructura está podrida
En este marco resulta pertinente pensar la realidad actual de la universidad como una institución de clase. Como ya
señalamos, la profundización intensiva del capitalismo en las últimas décadas ha dejado a la universidad frente al desafío de
ajustarse a la nueva realidad del aparato productivo.
La universidad fue históricamente la institución socialmente legitimada como productora de conocimiento. Lo que está en
juego en la actualidad es de qué manera seguirá ejerciendo este rol. Desde la perspectiva del dominio se disputan la hegemonía
dos tendencias. Por un lado, encontramos el conservadurismo del antiguo régimen que pretende mantener el capital simbólico
de la excelencia académica. En el otro extremo, se presenta el discurso de la subordinación de la actividad universitaria a las
necesidades de la producción y el mercado.
Un filósofo duerme en cada uno de nosotros, es necesario matarlo.
Tomemos el caso de la filosofía académica. A primera vista, podemos decir que ella adopta una actitud defensiva. Contra el
intento de subordinar la actividad y los objetivos de la práctica de esta disciplina a prerrogativas ajenas al campo filosófico, se fue
conformando aquello que constituye el capital irrenunciable de la filosofía universitaria: la excelencia académica.
La excelencia académica constituye el plano sobre el que se determinan los criterios y mecanismos por los cuales un
pensamiento o una práctica (pedagógica o de investigación) serán considerados como filosóficos. Su propio desarrollo va
instituyendo el campo que simultáneamente lo fortalece como criterio general. De este modo la reproducción de este campo
académico va determinando las posibilidades de subsistencia de quienes quieren practicar filosofía en él.
La subsistencia física del filósofo depende de la posibilidad de obtener una porción de la renta que el Estado asigna a la
Academia. Pero esta obtención sólo puede ocurrir en el caso de que la práctica filosófica en cuestión se adecue a las pautas
fijadas por el criterio de la excelencia académica. Por otro lado, su subsistencia como filósofo, su reproducción como tal, está
capturada por estos criterios, ya que están fijados de antemano los objetos, los problemas, los modos de investigación y de
circulación de la producción filosófica.
Este mecanismo endógeno y reproductivo de la filosofía académica constituye una dimensión de ella, es en donde se realizan
las operaciones expresamente policiales de control sobre el territorio filosófico, donde se determina desde el punto de vista
reglamentario qué es filosofía y qué merece ser desterrado hacia otros continentes del pensamiento. Pero el control sobre la
producción filosófica no opera sólo en el momento de acreditación o legitimación institucional, cuando el producto ya se
encuentra finalizado, sino que está presente en el acto de producción mismo de la filosofía académica.
La práctica de la filosofía en el marco de la academia se distingue por ser la reproducción de una filosofía alienada. Se
caracteriza, en primer lugar, por alienarse en el objeto. El trabajo filosófico, en tanto práctica con conceptos, adquiere un carácter
solemne en el que se deposita el valor en el objeto: El concepto filosófico aparece así como algo puro, inmutable, y que en tanto
objeto solamente puede ser atesorado y acumulado. De este modo, la filosofía en lo académico se cosifica, y es gracias a este
proceso que en el interior de la institución se determina quienes son carentes y quienes son poseedores de dicho objeto. Frente al
deslumbramiento que transmite la Filosofía tal como se la presenta en la Academia, la cantidad creciente de ingresantes a la
carrera de filosofía es producida como una masa desposeída, carente de ese objeto filosófico.
La otra gran particularidad de la filosofía académica es su solemnidad. El respeto es más fuerte hacia el concepto filosófico que hacia
los pares, el compañero de cursada o el colega. El valor se deposita en la estructura de un sistema de ideas, en la consistencia de
los argumentos que lo construyen, en la solidez de los muros de las catedrales conceptuales frente a los posibles embates de toda
otredad, filosófica o mundana. La práctica de la filosofía se va desarrollando entonces desde esa primera adoración cuasi religiosa
de los sistemas filosóficos, hasta alcanzar un segundo momento, que consiste en un progresivo entrenamiento en la disección de
estos mismos sistemas. Este procedimiento consiste básicamente en la distinción entre argumentos y retórica, la decantación de
la estructura formal de cada argumento y del contenido material del mismo, y el aislamiento de la construcción filosófica
respecto del suelo histórico, social y político que le dio origen y sobre el cual la filosofía volcó sus frutos o sus venenos. De este
modo queda elevada al pedestal de la verdadera filosofía una filosofía descarnada, mediante una sistemática apología de la
amputación: reducción de la filosofía a la consideración de la estructura formal de un sistema de relaciones de conceptos, y
mutilación de todo lo que no es, desde esta consideración, filosófico.
De esta manera el pensamiento filosófico despliega, como su objeto, el reflejo de sí mismo. Deviene pensamiento del
pensamiento. Y en la medida en que se pone a él como lo otro de su propia reflexión, se cosifica y estabiliza. Lo que es
movimiento y actividad sobre el mundo se estanca. El pensamiento comienza a realizar un movimiento de abstracción espiralado
sobre su propio eje. Así, el hacer filosófico renuncia a su potencia de intervención transformadora sobre el mundo y acepta el
papel de consorte de la mistificación. Cuanto más se aleja el pensamiento de la realidad histórica, más se compromete con el
orden existente.
Están creando tu felicidad. Destrúyela.
La universidad realiza lo que llamamos el procedimiento olvido. En tanto institución, borra su carácter histórico en un doble
sentido.
En primer término, la institución se deshace de su propia historia y presenta su orden como transhistórico. Una y otra vez se
invoca la tradición institucional para proyectar como eterno lo existente. De esta manera, la alteración del orden universitario
parece estar fuera de la órbita de los hombres. Es en este contexto que se entienden los conflictos que desatan las avanzadas
modernizadoras del capital mismo. Las estrategias políticas que se dio la institución para la conservación de lo dado entran en
contradicción con los intereses de ajuste al aparato productivo actual. De esto resulta que la táctica de la modernización abarca
dos frentes. De un lado, el discursivo, que declama la necesidad de la reinserción de la universidad en la vida económica y social,
o sea, la subordinación directa al modo de acumulación de turno. Periódicamente surge la urgencia de la transformación de la
estructura y su inminencia. Así se plantea un discurso del a punto de…, un horizonte fantasmagórico que en apariencia nunca se
realiza. Siempre se evita justo a tiempo la adecuación. Del otro lado, se da el avance silencioso de la actualización a través de la
especialización, del acercamiento al sector privado, de la privatización velada. En definitiva, ocurre una mutación microfísica de
la estructura. No mediante grandes reformas visibles, pero sí en el cambio y la reorganización de lo cotidiano.
En segundo término, la academia borra su papel histórico en tanto institución de clase. Todos los discursos sobre la
necesidad de conservación o de transformación de la estructura mencionan la defensa del interés general. El compromiso con
una de las clases sociales es vedado por la histórica táctica de la burguesía: presentar su interés particular como interés general. Se
mistifica la sociedad de clases bajo la forma de sociedad civil. Cuando se invoca, como guía para la universidad, al faro de la
Razón y Cientificidad, o al de la Reconciliación con la vida económica y social, el supuesto es el mismo: el principio organizador
debe responder al mencionando interés general. Esta concepción común de los partidarios de la conservación o de la
modernización se asienta en la proyección de un criterio, supuestamente trascendente a la conflictividad social, que debe
idealmente establecer la tarea de la universidad más allá de los intereses particulares.
Como consecuencia, el procedimiento olvido logra que la Universidad omita su historicidad como sujeto, y de desentienda de su
papel en tanto sujeto histórico. Es así que la academia sella su pacto con el orden establecido.
En tanto institución dependiente del Estado, la universidad se sostiene sobre los recursos que éste le destina. Para un análisis
serio, es irrisoriamente porcino sostener que la formación histórica vigente es la sociedad civil, y que sus recursos provienen del
aporte equitativo de sus ciudadanos. La universidad con su carácter servil, o cerdil, se compromete políticamente con la clase que
comanda parasitariamente el dominio de la producción de la riqueza. Hoy por hoy, la contradicción se agudiza entre el enlace
político con una clase, y su apoyo material en la riqueza producida por otra. Esto se debe a que la descomposición del sector que
accedió históricamente a la universidad transformó su composición social. En la actualidad cada vez es más alto el número de
estudiantes que son trabajadores. Sería de un cinismo risueño desprender de esto que finalmente la educación universitaria abre
las puertas a la clase obrera. Sin embargo, no debe por esto negarse la nueva situación objetiva del estudiantado y su
composición de clase. Es necesario aprovechar esa nueva brecha en el territorio.
“Estar en la vanguardia es ir al paso de la realidad”
Hemos descrito las dimensiones políticas del territorio universitario. El desafío, entonces, consiste en hallar las nuevas fisuras
para una radicalización del movimiento universitario. De lo establecido concluimos que no podemos caer en una táctica
defensiva. La universidad actual está más cerca de ser un territorio enemigo que una trinchera. Sin embargo, tampoco podemos
tener una práctica funcional a la avanzada del dominio. Existe un peligro real para cualquier política de agitación que enfrente el
orden actual: el riesgo consiste en convertirnos en la punta de lanza que permita el ajuste de la estructura universitaria a la nueva
situación del aparato productivo. Siguiendo a Marx, debemos tener la capacidad de llevar adelante una crítica rabiosa de la
vanguardia capitalista, sin convertirnos en los perros guardianes del viejo orden.
La política es parte constitutiva del terreno universitario. Dada la ambigüedad del espacio que asumimos, si no queremos
participar de la parasitación social que propone y reproduce la institucionalidad, debemos encontrar los vehículos para la
agitación. Si aceptamos pasivamente las relaciones que se nos proponen, indefectiblemente participamos del ejército de
mercenarios científicos al servicio de lo existente. Esto que presentamos como una opción de hierro se nos muestra
confusamente en la cotidianeidad universitaria. Ingresamos en una institución y empezamos a vivenciar las contradicciones a las
que nos somete la producción alienada de conocimiento. La frustración que produce la práctica universitaria se presenta de
múltiples maneras y no siempre se resuelve en un mismo sentido. La deserción de las aulas es masiva. Y si bien esto responde la
mayoría de las veces a cuestiones del orden económico, el academicismo al que estamos sometidos es una causa más para el
abandono del estudio. Una vez más, la canalización del descontento no es lineal.
En particular, nuestro intento de convertir la producción de conocimiento en un pensamiento vivo que participe de la lucha
colectiva por la transformación social, entra en contradicción con el hacer academicista. Esta es la contradicción es a la que
estamos sometidos todos aquellos que habitamos un mundo a cuya organización no suscribimos e intentamos cambiar. Con esto
queremos decir que no se trata de exiliarnos o de convivir pacíficamente con la academia. Sabemos que en el marco de la
sociedad capitalista la sustracción a un paraíso cerrado es imposible. La lógica mercantil no conoce murallas que la detengan. A
su vez, los espacios paralelos terminan siendo funcionales, en tanto son escapistas. Por su parte, la decisión subjetiva no basta sin
organización para sustraerse del academicismo. No es posible permanecer ajenos a lo que se nos propone diariamente. Sólo
negando aquello que hacen de nosotros encontraremos el camino para ser otros. Por estos motivos nuestra práctica busca
antagonizar con lo existente.
Pero para ser consecuentes con esta búsqueda resulta necesario dar cuenta de las potencias y las limitaciones del movimiento
universitario. En definitiva, la pregunta que debe guiarnos es ¿cuál es la perspectiva para la acción revolucionaria en el marco de
la universidad?
Según nuestra percepción, la universidad necesita un movimiento de historización que antagonice con el procedimiento olvido al
que se somete a sí misma en tanto institución burguesa. Esta táctica tiene dos movimientos simultáneos.
El primero consiste en historizar las condiciones de producción dando cuenta de cómo se constituyó y cómo opera la
académica hoy. No basta con la caracterización para esta investigación, el alcance de la conceptualización solo es medible en la
confrontación teórica y práctica. Esto se traduce en que la efectividad de las categorías se mide por su potencia en la
intervención política.
El segundo movimiento, una vez asumida la propia condición histórica, consiste en que la universidad busque volcarse a
intervenir directamente sobre el proceso histórico actual en favor de los sectores subalternos.
La transformación debe afectar tanto a la metodología del pensar como al objeto mismo de ese pensar, procesos que
distinguimos analíticamente pero que en lo real constituyen un solo momento. Es decir, reunir en un movimiento nuestra
formación y nuestra producción.
Es aquí donde encontramos el límite infranqueable de lo posible. La pretensión de que la universidad forme cuadros
revolucionarios es de un idealismo trasnochado. En principio, porque una institución de clase en el contexto de una sociedad
capitalista no puede sustraerse a la lógica general del sistema. Además, como ya señalamos, el Saber es resultante de esta forma
dominante de producción del conocimiento. Un pensamiento emancipatorio no puede resultar de la actual maquinaria
universitaria. Pero esto no significa que asumamos lo existente y lo posible pasivamente. Es aquí donde en la apuesta del mayo
francés encontramos un vector de radicalización: la estrategia de lo imposible como materialismo radical.
Las intervenciones revolucionarias no pueden plantearse en base a una metafísica de lo posible. Aquello que antagoniza con
la sociedad capitalista y sus instituciones es lo que entra en contradicción irreconciliable con su lógica. Dijimos que en esto
consistía ser realista, pedir lo imposible. La apuesta es a que las experiencias de intervención generen contagio y organización.
Aunque no duren, dejarán entrever como la lucha por lo imposible amplía el campo de lo posible. Es necesario probar la
existencia de otros mundos potenciales mediante el violentamiento de la cohesión del sistema. Incluso cuando las luchas
finalmente sean capturadas por el sistema, son valiosas en tanto infectan de antagonismo todo el campo social.
Entonces, no se trata de abdicar a las especulaciones reformistas que suelen contar el botín que dejará la derrota. El
materialismo radicalizado de lo imposible consiste en dar cuenta de que en el marco del sistema capitalista la reforma es una
irrealidad. La consecuencia de esto no es la inmovilidad. Tampoco lo es la espera al advenimiento de algún sujeto histórico con
prioridad ontológica en el campo revolucionario. La política antagonista, en tanto revolucionaria, debe plantear la lucha sobre
todo el territorio social, y en la intensidad del “a por todo”. Kafka está de nuestro lado: “A partir de cierto punto en adelante no hay
regreso. Es el punto que hay que alcanzar.”
Mayo 2008
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