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Resumen sobre la Edad Contemporánea
La carga de los mamelucos, de Francisco de Goya, 1814, representa un episodio del
levantamiento del 2 de mayo de 1808 en Madrid. Los pueblos europeos, convertidos en
protagonistas de su propia historia y a los que se les había proclamado sujetos de la
soberanía, no acogieron favorablemente la imposición de la libertad que suponía la
extensión de los ideales revolucionarios franceses mediante la ocupación militar del
ejército napoleónico. Más adelante, en toda la extensión de la Edad Contemporánea, la
base popular de los movimientos sociales y políticos no implicaba su orientación
progresista, sino que penduló de un extremo a otro del espectro político.
Pittsburgh en 1857. La Edad Contemporánea generó un nuevo tipo de paisaje industrial
y urbano de gran impacto en la naturaleza y en las condiciones de vida. La revolución
de los transportes y de las comunicaciones permitió que la unidad de la economíamundo lograda en la Edad Moderna se aproximara más aún al acortar el tiempo de los
desplazamientos y aumentar su regularidad.
Le Démolisseur, de Paul Signac, 1897-1899. Además de ser una obra estéticamente
vanguardista (técnica del puntillismo), la elección consciente de un protagonista
anónimo y su tratamiento visual heroico conducen a su lectura alegórica: las masas
derriban el orden antiguo antes de construir el nuevo.
Podemos hacerlo, indica un cartel de propaganda (1942, durante la Segunda Guerra
Mundial) que estimula el esfuerzo bélico mediante el trabajo de la mujer, un paso
decisivo en su emancipación.
Mujeres de Afganistán, en el año 2003, usando el burka, el velo tradicional que hubiera
deseado suprimirse junto con otras opresiones por la modernización soviética (19781989); pasó a ser obligatorio como parte de la re-islamización durante el régimen
fundamentalista de los talibán (1996-2001), y sigue siendo en la actualidad una de las
piedras de toque con mayor valor mediático para la intervención internacional o Guerra
en Afganistán (2001-presente).
Edad Contemporánea es el nombre con el que se designa el periodo histórico
comprendido entre la Revolución francesa y la actualidad. Comprende un total de 222
años, entre 1789 y el presente. La humanidad experimentó una transición demográfica,
concluida para las sociedades más avanzadas (el llamado primer mundo) y aún en curso
para la mayor parte (los países subdesarrollados y los países recientemente
industrializados), que ha llevado su crecimiento más allá de los límites que le imponía
históricamente la naturaleza, consiguiendo la generalización del consumo de todo tipo
de productos, servicios y recursos naturales que han elevado para una gran parte de los
seres humanos su nivel de vida de una forma antes insospechada, pero que han
agudizado las desigualdades sociales y espaciales y dejan planteadas para el futuro
próximo graves incertidumbres medioambientales.1
Los acontecimientos de esta época se han visto marcados por transformaciones
aceleradas en la economía, la sociedad y la tecnología que han merecido el nombre de
Revolución industrial, al tiempo que se destruía la sociedad preindustrial y se construía
una sociedad de clases presidida por una burguesía que contempló el declive de sus
antagonistas tradicionales (los privilegiados) y el nacimiento y desarrollo de uno nuevo
(el movimiento obrero), en nombre del cual se plantearon distintas alternativas al
capitalismo. Más espectaculares fueron incluso las transformaciones políticas e
ideológicas (Revolución liberal, nacionalismo, totalitarismos); así como las mutaciones
del mapa político mundial y las mayores guerras conocidas por la humanidad.
La ciencia y la cultura entran en un periodo de extraordinario desarrollo y fecundidad;
mientras que el arte contemporáneo y la literatura contemporánea (liberados por el
romanticismo de las sujeciones académicas y abiertos a un público y un mercado cada
vez más amplios) se han visto sometidos al impacto de los nuevos medios de
comunicación de masas (tanto los escritos como los audiovisuales), lo que les provocó
una verdadera crisis de identidad que comenzó con el impresionismo y las vanguardias
y aún no se ha superado.2
En cada uno de los planos principales del devenir histórico (económico, social y
político),3 puede cuestionarse si la Edad Contemporánea es una superación de las
fuerzas rectoras de la modernidad o más bien significa el periodo en que triunfan y
alcanzan todo su potencial de desarrollo las fuerzas económicas y sociales que durante
la Edad Moderna se iban gestando lentamente: el capitalismo y la burguesía; y las
entidades políticas que lo hacían de forma paralela: la nación y el Estado.
En el siglo XIX, estos elementos confluyeron para conformar la formación social
histórica del estado liberal europeo clásico, surgido tras crisis del Antiguo Régimen. El
Antiguo Régimen había sido socavado ideológicamente por el ataque intelectual de la
Ilustración (L'Encyclopédie, 1751) a todo lo que no se justifique a las luces de la razón
por mucho que se sustente en la tradición, como los privilegios contrarios a la igualdad
(la de condiciones jurídicas, no la económico-social) o la economía moral4 contraria a la
libertad (la de mercado, la propugnada por Adam Smith -La riqueza de las naciones,
1776). Pero, a pesar de lo espectacular de las revoluciones y de lo inspirador de sus
ideales de libertad, igualdad y fraternidad (con la muy significativa adición del término
propiedad), un observador perspicaz como Lampedusa pudo entenderlas como la
necesidad de que algo cambie para que todo siga igual: el Nuevo Régimen fue regido
por una clase dirigente (no homogénea, sino de composición muy variada) que, junto
con la vieja aristocracia incluyó por primera vez a la pujante burguesía responsable de la
acumulación de capital. Ésta, tras su acceso al poder, pasó de revolucionaria a
conservadora,5 consciente de la precariedad de su situación en la cúspide de una
pirámide cuya base era la gran masa de proletarios, compartimentada por las fronteras
de unos estados nacionales de dimensiones compatibles con mercados nacionales que a
su vez controlaban un espacio exterior disponible para su expansión colonial.
En el siglo XX este equilibrio inestable se fue descomponiendo, en ocasiones mediante
violentos cataclismos (comenzando por los terribles años de la Primera Guerra Mundial,
1914-1918), y en otros planos mediante cambios paulatinos (por ejemplo, la promoción
económica, social y política de la mujer). Por una parte, en los países más desarrollados,
el surgimiento de una poderosa clase media, en buena parte gracias al desarrollo del
estado del bienestar o estado social (se entienda éste como concesión pactista al desafío
de las expresiones más radicales del movimiento obrero, o como convicción propia del
reformismo social) tendió a llenar el abismo predicho por Marx y que debería llevar al
inevitable enfrentamiento entre la burguesía y el proletariado. Por la otra, el capitalismo
fue duramente combatido, aunque con éxito bastante limitado, por sus enemigos de
clase, enfrentados entre sí: el anarquismo y el marxismo (dividido a su vez entre el
comunismo y la socialdemocracia). En el campo de la ciencia económica, los
presupuestos del liberalismo clásico fueron superados (economía neoclásica,
keynesianismo -incentivos al consumo e inversiones públicas para frente a la
incapacidad del mercado libre para responder a la crisis de 1929- o teoría de juegos estrategias de cooperación frente al individualismo de la mano invisible-). La
democracia liberal fue sometida durante el período de entreguerras al doble desafío de
los totalitarismos soviético y fascista (sobre todo por el expansionismo de la Alemania
nazi, que llevó a la Segunda Guerra Mundial).6
En cuanto a los estados nacionales, tras la primavera de los pueblos (denominación que
se dio a la revolución de 1848) y el periodo presidido por la unificación alemana e
italiana (1848-1871), pasaron a ser el actor predominante en las relaciones
internacionales, en un proceso que se generalizó con la caída de los grandes imperios
multinacionales (español desde 1808 hasta 1898; ruso, austrohúngaro y turco en 1918,
tras su hundimiento en la Primera Guerra Mundial) y la de los imperios coloniales
(británico, francés, holandés, belga tras la Segunda). Si bien numerosas naciones
accedieron a la independencia durante los siglos XIX y XX, no siempre resultaron
viables, y muchos se sumieron en terribles conflictos civiles, religiosos o tribales, a
veces provocados por la arbitraria fijación de las fronteras, que reprodujeron las de los
anteriores imperios coloniales. En cualquier caso, los estados nacionales, después de la
Segunda Guerra Mundial, devinieron en actores cada vez menos relevantes en el mapa
político, sustituidos por la política de bloques encabezados por los Estados Unidos y la
Unión Soviética. La integración supranacional de Europa (Unión Europea) no se ha
reproducido con éxito en otras zonas del mundo, mientras que las organizaciones
internacionales, especialmente la ONU, dependen para su funcionamiento de la poco
constante voluntad de sus componentes.
La desaparición del bloque comunista ha dado paso al mundo actual del siglo XXI, en
que las fuerzas rectoras tradicionales presencian el doble desafío que suponen tanto la
tendencia a la globalización como el surgimiento o resurgimiento de todo tipo de
identidades,7 personales o individuales,8 colectivas o grupales,9 muchas veces
competitivas entre sí (religiosas, sexuales, de edad, nacionales, estéticas,10 culturales,
deportivas, o generadas por una actitud -pacifismo, ecologismo, altermundialismo- o
por cualquier tipo de condición, incluso las problemáticas -minusvalías, disfunciones,
pautas de consumo-). Particularmente, el consumo define de una forma tan importante
la imagen que de sí mismos se hacen individuos y grupos que el término sociedad de
consumo ha pasado a ser sinónimo de sociedad contemporánea.11
Modernidad: ruptura y continuidad
Un pequeño y sucio, pero eficaz barco de vapor conduce al desguace al buque de guerra
Téméraire. Sus años de gloria han pasado. (Cuadro de J. M. W. Turner).
La denominación "Edad Contemporánea" es un añadido reciente a la tradicional
periodización histórica de Cristóbal Celarius, que utilizaba una división tripartita en
Antigüedad, Edad Media y Edad Moderna; y se debe al fuerte impacto que las
transformaciones posteriores a la Revolución francesa tuvieron en la historiografía
europea continental (especialmente la francesa o la española), que les impulsó a
proponer un nombre diferente para lo que entendían como estructuras antagónicas: las
del Antiguo Régimen anterior y las del Nuevo Régimen posterior. Sin embargo, esa
discontinuidad no parece tan marcada para los historiadores anglosajones, que prefieren
utilizar el término Later o Late Modern Times o Age ("Últimos Tiempos Modernos",
"Edad Moderna Tardía" o "Edad Moderna Posterior"), contrastándolo con el término
Early Modern Times o Age ("Tempranos Tiempos Modernos", "Edad Moderna
Temprana" o "Edad Moderna Anterior"), mientras que restringen el uso de
Contemporary Age para el siglo XX, especialmente para su segunda mitad.12
La cuestión de si hubo más continuidad o más ruptura entre la Edad Moderna y la
Contemporánea depende, por tanto, de la perspectiva. Si se define la modernidad como
el desarrollo de una cosmovisión con rasgos derivados de los valores del
antropocentrismo frente a los del teocentrismo medieval (concepciones del mundo
centradas en el hombre o en Dios, respectivamente): idea de progreso social, de libertad
individual, de conocimiento a través de la investigación científica, etc.; entonces es
claro que la Edad Contemporánea es una continuación e intensificación de todos estos
conceptos. Su origen estuvo en la Europa Occidental de finales del siglo XV y
comienzos del XVI, donde surgió el Humanismo, el Renacimiento y la Reforma
Protestante; y se acentuaron durante la denominada crisis de la conciencia europea de
finales del siglo XVII, que incluyó la Revolución Científica y preludió a la Ilustración.
Las revoluciones de finales del XVIII y comienzos del XIX pueden entenderse como la
culminación de las tendencias iniciadas en el período precedente. La confianza en el ser
humano y en el progreso científico y tecnológico se plasmó a partir de entonces en una
filosofía muy característica: el positivismo; y en los diversos planteamientos religiosos
que van del secularismo al agnosticismo, al ateísmo o al anticlericalismo. Sus
manifestaciones ideológicas fueron muy dispares, desde el nacionalismo hasta el
marxismo pasando por el darwinismo social y los totalitarismos de signo opuesto;
aunque las formulaciones políticas y económicas del liberalismo fueron las dominantes,
incluyendo notablemente la doctrina de los derechos humanos que, desarrollada a partir
de elementos anteriores, dio forma a la democracia contemporánea y se fue extendiendo
(como predijo un notable estudio de Alexis de Tocqueville -La democracia en América,
1835-) hasta llegar a ser el ideal más universalmente aceptado de forma de gobierno,
con notables excepciones.
Sin embargo, fue la evidencia del triunfo de las fuerzas de la modernidad lo que hizo
que precisamente en la Edad Contemporánea se desarrollara un discurso paralelo de
crítica a la modernidad, que en su vertiente más radical desembocó en el nihilismo. Es
posible seguir el hilo de esta crítica a la modernidad en el romanticismo y su búsqueda
de las raíces históricas de los pueblos; en la filosofía de Arthur Schopenhauer, Friedrich
Nietzsche y posteriores movimientos (irracionalismo, vitalismo, existencialismo,
escuela de Frankfurt);13 en los rasgos más experimentales del arte contemporáneo y la
literatura contemporánea que, no obstante, reivindican para sí la condición de literatura
o arte moderno (expresionismo, surrealismo, teatro del absurdo); en concepciones
teóricas como la postmodernidad; y en la violenta resistencia que, tanto desde el
movimiento obrero como desde posturas radicalmente conservadoras, se opuso a la la
gran transformación14 de economía y sociedad. Superar el ideal ilustrado de progreso y
confianza optimista en las capacidades del ser humano, implicaba una noción
progresista y de confianza en la capacidad del ser humano que efectúa esa crítica, por lo
que esas "superaciones de la modernidad" fueron de hecho nuevas variantes del
discurso moderno.15
La "Era de la Revolución" (1776-1848)
En los años finales del siglo XVIII y los primeros del siglo XIX se derrumba el Antiguo
Régimen de una forma que fue percibida por los contemporáneos como una aceleración
del ritmo temporal de la historia, que trajo cambios trascendentales conseguidos tras
vencer de forma violenta la oposición de las fuerzas interesadas en mantener el pasado:
todos ellos requisitos para poder hablar de una revolución, y de lo que para Eric
Hobsbawm es La Era de la Revolución.16 Suele hablarse de tres planos en el mismo
proceso revolucionario: el económico, caracterizado por el triunfo del capitalismo
industrial que supera la fase mercantilista y acaba con el predominio del sector primario
(Revolución industrial); el social, caracterizado por el triunfo de la burguesía y su
concepto de sociedad de clases basada en el mérito y la ética del trabajo, frente a la
sociedad estamental dominada por los privilegiados desde el nacimiento (Revolución
burguesa); y el político e ideológico, por el que se sustituyen las monarquías absolutas
por sistemas representativos, con constituciones, parlamentos y división de poderes,
justificados por la ideología liberal (Revolución liberal).
Revolución industrial
Coalbrookdale de noche (Philipp Jakob Loutherbourg, 1801). La actividad incesante y
la multiplicación de las nuevas instalaciones industriales, y sus repercusiones en todos
los ámbitos, transformaron irreversiblemente la naturaleza y la sociedad.
Máquina de hilados en una fábrica francesa del siglo XIX.
La revolución industrial es la segunda de las transformaciones productivas
verdaderamente decisivas que ha sufrido la humanidad, siendo la primera la revolución
neolítica que transformó la humanidad paleolítica cazadora y recolectora en el mundo
de aldeas agrícolas y tribus ganaderas que caracterizó desde entonces los siguientes
milenios de prehistoria e historia.
La transformación de la sociedad preindustrial agropecuaria y rural en una sociedad
industrial y urbana se inició propiamente con una nueva y decisiva transformación del
mundo agrario, la llamada revolución agrícola que aumentó de forma importante los
bajísimos rendimientos propios de la agricultura tradicional gracias a mejoras técnicas
como la rotación de cultivos, la introducción de abonos y nuevos productos
(especialmente la introducción en Europa de dos plantas americanas: el maíz y la
patata). En todos los periodos anteriores, tanto en los imperios hidráulicos (Egipto,
Mesopotamia, India o China antiguas), como en la Grecia y Roma esclavistas o la
Europa feudal y del Antiguo Régimen, incluso en las sociedades más involucradas en
las transformaciones del capitalismo comercial del moderno sistema mundial,17 era
necesario que la gran mayoría de la fuerza de trabajo produjera alimentos, quedando una
exigua minoría para la vida urbana y el escaso trabajo industrial, a un nivel tecnológico
artesanal, con altos costes de producción. A partir de entonces, empieza a ser posible
que los sustanciales excedentes agrícolas alimenten a una población creciente (inicio de
la transición demográfica, por la disminución de la mortalidad y el mantenimiento de la
natalidad en niveles altos) que está disponible para el trabajo industrial, primero en las
propias casas de los campesinos (domestic system, putting-out system) y enseguida en
grandes complejos fabriles (factory system) que permiten la división del trabajo que
conduce al imparable proceso de especialización, tecnificación y mecanización. La
mano de obra se proletariza al perder su sabiduría artesanal en beneficio de una
máquina que realiza rápida e incansablemente el trabajo descompuesto en movimientos
sencillos y repetitivos, en un proceso que llevará a la producción en serie y, más
adelante (en el siglo XX, durante la Segunda revolución industrial), al fordismo, el
taylorismo y la cadena de montaje. Si el producto es menos bello y deshumanizado
(crítica de los partidarios del mundo preindustrial, como John Ruskin y William
Morris), no es menos útil y sobre todo, es mucho más beneficioso para el empresario
que lo consigue lanzar al mercado. Los costos de producción disminuyeron
ostensiblemente, en parte porque al fabricarse de manera más rápida se invertía menos
tiempo en su elaboración, y en parte porque las propias materias primas, al ser también
explotadas por medios industriales, bajaron su coste. La estandarización de la
producción reemplazó la exclusividad y escasez de los productos antiguos por la
abundancia y el anonimato de los productos nuevos, todos iguales unos a otros.
La revolución industrial iniciada en Inglaterra a mediados del siglo XVIII se extendió
sucesivamente al resto del mundo mediante la difusión tecnológica (transferencia
tecnológica), primero a Europa Noroccidental y después, en lo que se denominó
Segunda revolución industrial (finales del siglo XIX), al resto de los posteriormente
denominados países desarrollados (especialmente y con gran rapidez a Alemania, Rusia,
Estados Unidos y Japón; pero también, más lentamente, a Europa Meridional). A finales
del siglo XX, en el contexto de la denominada Tercera revolución industrial, los NIC o
nuevos países industrializados (especialmente China) iniciaron un rápido crecimiento
industrial. No obstante, la influencia de la revolución industrial, desde su mismo inicio
se extendió al resto del mundo mucho antes de que se produjera la industrialización de
cada uno de los países, dado el decisivo impacto que tuvo la posibilidad de adquirir
grandes cantidades de productos industriales cada vez más baratos y diversificados. El
mundo se dividió entre los que producían bienes manufacturados y los que tenían que
conformarse con intercambiarlos por las materias primas, que no aportaban
prácticamente valor añadido al lugar del que se extraían: las colonias y neocolonias
(África, Asia y América Latina, tanto antes como después de los procesos de
independencia de los siglos XIX y XX).
¿Por qué Inglaterra?
La revolución industrial se originó en Inglaterra a causa de diversos factores, cuya
elucidación es uno de los temas historiográficos más trascendentes.
Como factores técnicos, era uno de los países con mayor disponibilidad de las materias
primas esenciales, sobre todo el carbón, mineral indispensable para alimentar la
máquina de vapor que fue el gran motor de la Revolución industrial temprana, así como
los altos hornos de la siderurgia, sector principal desde mediados del siglo XIX. Su
ventaja frente a la madera, el combustible tradicional, no es tanto su poder calorífico
como la mera posibilidad en la continuidad de suministro (la madera, a pesar de ser
fuente renovable, está limitada por la deforestación; mientras que el carbón,
combustible fósil y por tanto no renovable, sólo lo está por el agotamiento de las
reservas, cuya extensión se amplía con el precio y las posibilidades técnicas de
extracción).
Como factores ideológicos, políticos y sociales, la sociedad inglesa había atravesado la
llamada crisis del siglo XVII de una manera particular: mientras la Europa meridional y
oriental se refeudalizaba y establecía monarquías absolutas, la guerra civil inglesa
(1642-1651) y la posterior revolución gloriosa (1688) determinaron el establecimiento
de una monarquía parlamentaria (definida ideológicamente por el liberalismo de John
Locke) basada en la división de poderes, la libertad individual y un nivel de seguridad
jurídica que proporcionaba suficientes garantías para el empresario privado; muchos de
ellos surgidos de entre activas minorías de disidentes religiosos que en otras naciones no
se hubieran consentido (la tesis de Max Weber vincula explícitamente La ética
protestante y el espíritu del capitalismo). Síntoma importante fue el espectacular
desarrollo del sistema de patentes industriales.
Como factor geoestratégico, durante el siglo XVIII Inglaterra construyó una flota naval
que la convirtió (desde el tratado de Utrecht, 1714, y de forma indiscutible desde la
batalla de Trafalgar, 1805) en una verdadera talasocracia dueña de los mares y de un
extensísimo imperio colonial. A pesar de la pérdida de las Trece Colonias, emancipadas
en la Guerra de independencia de Estados Unidos (1776-1781), controlaba, entre otros,
los territorios del Subcontinente Indio, fuente importante de materias primas para su
industria, destacadamente el algodón que alimentaba la industria textil, así como
mercado cautivo para los productos de la metrópolis. La canción patriótica Rule
Britannia (1740) explícitamente indicaba: rule the waves (gobierna las olas).
Ironbridge.
El líder de los ludditas. Al fondo, una fábrica incendiada. Ilustración de 1812.
La máquina de vapor, el carbón, el algodón y el hierro
La experimentación de la caldera de vapor era una práctica antigua (el griego Herón de
Alejandría) que se reanudó en el siglo XVI (los españoles Blasco de Garay y Jerónimo
de Ayanz) y que a finales del siglo XVII había producido resultados alentadores, aunque
aún no aprovechados tecnológicamente (Denis Papin y Thomas Savery). En 1705
Thomas Newcomen había desarrollado una máquina de vapor suficientemente eficaz
para extraer el agua de las minas inundadas. Tras sucesivas mejoras, en 1782 James
Watt incorporó un sistema de retroalimentación que aumentaba decisivamente su
eficiencia, lo que posibilitó su aplicación a otros campos. Primero a la industria textil,
que había ido desarrollando previamente una revolución textil aplicada a los hilos y
tejidos de algodón con la lanzadera volante (John Kay, 1733) y la hiladora mecánica
(spinning Jenny de James Hargreaves -1764-, water frame de Richard Arkwright -1769,
movida con energía hidráulica, aplicada en Cromford Mill desde 1771- y spinning mule
o mule jenny de Samuel Crompton, 1779); y que estaba madura para la aplicación del
vapor al telar mecánico (power loom de Edmund Cartwright, 1784) y otras innovaciones
demandadas por los cuellos de botella a los que se forzaba a los subsectores
sucesivamente afectados, poniendo a la industria textil inglesa a la cabeza de la
producción mundial de telas. Luego a los transportes: el barco de vapor (Robert Fulton,
1807) y posteriormente el ferrocarril (George Stephenson, 1829), cuyo desarrollo se vio
obstaculizado por los recelos sociales que suscitaba; pero que permitió extraer toda la
potencialidad a las vías férreas de uso minero y tracción animal y humana que se venían
utilizando extensivamente con el hierro de Coalbrookdale fundido con coque (Abraham
Darby I, 1709; puente de Ironbridge, 1781). El vapor, el carbón y el hierro se aplicaron
a todos los procesos productivos susceptibles de mecanización. El invento de Watt
había representado el salto decisivo hacia la industrialización, e Inglaterra, la primera en
hacerlo, se convirtió en el taller del mundo.
Los comedores de patatas (Vincent van Gogh, 1885. La patata se convirtió en un
alimento casi único en muchas zonas, con lo que su ausencia producía espantosas
hambrunas, como el hambre de Irlanda de 1845-1849, que además originó una
emigración masiva.
Oposición a los cambios
Estas novedades no siempre fueron bien acogidas. La sustitución del trabajo humano
por máquinas condenaba a los trabajadores de la artesanía tradicional al desempleo si no
se adaptaban a las nuevas condiciones laborales o la pérdida del control del proceso
productivo si lo hacían. La resistencia contra ello condujo en algunos casos a la
destrucción física de las nuevas industrias mecanizadas (ludismo). Los nuevos
empresarios, liberados de las restricciones gremiales, consiguieron la ilegalización de
cualquier forma de asociación de defensa de los intereses laborales, dejando únicamente
en el contrato individual y el mercado libre la negociación de las condiciones de trabajo
y salario. Simétricamente, tampoco se consentía la asociación de empresarios, por
atentar contra el principio de libre competencia, fuente de toda prosperidad según el
triunfante liberalismo económico de Adam Smith (La riqueza de las naciones, 1776). El
debate historiográfico sobre si la industrialización fue un proceso más o menos
perjudicial para las condiciones de vida de las clases bajas ha sido uno de los más
activos, y no está resuelto.18 No disminuyeron los puestos de trabajo, por el contrario,
aumentaron, haciendo necesaria la llegada a los masificados barrios obreros del norte de
Inglaterra (Mánchester, Liverpool) de masas de emigrantes del campo (de donde eran
expulsados por las poor laws -leyes de pobres- y las enclosures -cercamientos-). Por el
contrario, la liberalización del precio de los alimentos básicos tuvo que esperar a
mediados del siglo XIX para la abolición de las Corn Laws (leyes de granos, vigentes
entre 1815 y 1846) que defendían los intereses proteccionistas de los terratenientes
británicos, desproporcionadamente representados en el Parlamento y combatidos por el
grupo de presión del capitalismo manchesteriano. La rebaja en el nivel salarial (que
David Ricardo justificó como expresión de una necesidad económica, la ley de bronce),
los horarios prolongados en trabajos insalubres y la degradación social generalizada,
condujeron al pauperismo (las durísimas condiciones sociales fueron retratadas en las
novelas de la época, como Los miserables de Víctor Hugo, o Oliver Twist de Charles
Dickens); al tiempo que también creaban las condiciones (objetivas en terminología
marxista) para el surgimiento de una conciencia de clase y el inicio del movimiento
obrero. También tuvieron expresión política en las revoluciones de 1830 y 1848,
burguesas en su calificación social, pero con un fuerte protagonismo obrero, en
particular en Francia; así como el cartismo inglés.
Revolución demográfica
Otras predicciones, las de Thomas Malthus (Ensayo sobre el principio de la población,
1798), advertían de forma pesimista de la imposibilidad de mantener el inusitado
crecimiento de población que estaba experimentando Inglaterra, la primera en sufrir las
transformaciones propias de la transición del antiguo al nuevo régimen demográfico. A
medida que se industrializaban, otras naciones se incorporaron al mismo proceso, que
implicaba la disminución de la mortalidad (se habían mitigado sustancialmente dos de
las principales causas de la mortalidad catastrófica -hambre y epidemias-) mientras se
mantenían altas las tasas de natalidad (ni se disponía de métodos anticonceptivos
eficaces ni se habían generado las transformaciones sociales que en el futuro harían
deseable a las familias una disminución del número de hijos).
Uno de los efectos de todos estos cambios, así como una válvula de escape de la presión
social, fue el incremento de la emigración, la llamada explosión blanca (por ser la fase
de la revolución demográfica protagonizada por Europa y otras zonas de población
predominantemente europea). Campesinos arruinados y obreros sin nada que perder, se
veían incentivados a abandonar Europa y tentar suerte en las colonias de poblamiento
(Canadá o Australia para los ingleses, Argelia para los franceses) o en las naciones
independientes receptoras de inmigrantes (como Estados Unidos o Argentina); también
miembros de las clases altas se incorporaban como élite dirigente en colonias de
explotación (como la India, el sureste asiático o el África negra). Explícitamente los
defensores del imperialismo británico, como Cecil Rhodes, veían en la inmigración a las
colonias la solución a los problemas sociales y una forma de evitar la lucha de clases.
De una forma similar lo interpretaron los teóricos marxistas, como Lenin y Hobson.19
Una de las mayores emigraciones nacionales se produjo después de la gran hambruna
irlandesa de 1845-1849, que despobló la isla, tanto por la mortalidad como por el
masivo trasvase de población, que convirtió ciudades enteras de la costa este de Estados
Unidos en ghettos irlandeses (donde sufrían la discriminación de los dominantes
WASP). Otras oleadas posteriores fueron protagonizados por inmigrantes nórdicos,
alemanes,20 italianos y de Europa Oriental (sobre todo las salidas masivas, a finales del
siglo XIX y comienzos del siglo XX, de los judíos sometidos a los pogromos).
Revoluciones liberales
Contexto social, político e ideológico
Véanse también: Antiguo Régimen, Ilustración, Despotismo ilustrado, Revoluciones
burguesas y Revolución liberal
Voltaire en la corte de Federico II de Prusia, de Adolph von Menzel (reconstrucción
historicista, de hacia 1850; el hecho representado sucedió cien años antes).
Antes incluso de que las transformaciones ligadas a la revolución industrial inglesa
afectasen de forma notable a otros países, el poder económico creciente de la burguesía
chocaba en las sociedades de Antiguo Régimen (casi todas las demás europeas, a
excepción de los Países Bajos) con los privilegios de los dos estamentos privilegiados
que conservaban sus prerrogativas medievales (clero y nobleza). La monarquía absoluta,
como su precedente la monarquía autoritaria, ya había empezado a prescindir de los
aristócratas para el gobierno, llamando como ministros a miembros de la baja nobleza,
letrados e incluso gentes de la burguesía, como por ejemplo Jean-Baptiste Colbert, el
ministro de finanzas de Luis XIV. La crisis del Antiguo Régimen que se gesta durante
el siglo XVIII fue haciendo a los burgueses cobrar conciencia de su propio poder, y
encontraron expresión ideológica en los ideales de la Ilustración, divulgados
notablemente con L'Encyclopédie (1751-1772). Con mayor o menor profundidad, varios
monarcas absolutos adoptaron algunas ideas del reformismo ilustrado (José II de
Austria, Federico II de Prusia, Carlos III de España), los llamados déspotas ilustrados a
quienes se atribuyen distintas variantes de la expresión todo por el pueblo, pero sin el
pueblo.21 Lo insuficiente de estas tibias reformas quedaba evidenciado cada vez que se
mitigaban, postergaban o rechazaban las más radicales, que afectaban a aspectos
estructurales del sistema económico y social (desamortización, desvinculación, libertad
de mercado, supresión de fueros, privilegios, gremios, monopolios y aduanas interiores,
igualdad legal); mientras que las intocables cuestiones políticas, que implicarían el
cuestionamiento de la misma esencia del absolutismo, raramente se planteaban más allá
de ejercicios teóricos. La resistencia de las estructuras del Antiguo Régimen sólo podía
vencerse con movimientos revolucionarios de base popular, que en los territorios
coloniales se expresaron en guerras de independencia.
En la ideología de estas revoluciones jugaron un papel importante dos nociones
filosóficas y jurídicas íntimamente vinculadas: la teoría de los derechos humanos y el
constitucionalismo. La idea de que existen ciertos derechos inherentes a los seres
humanos es antigua (Cicerón o la escolástica), pero se asociaba al orden supramundano.
Los ilustrados (Locke o Rousseau) defendieron la idea de que dichos derechos humanos
son inherentes a todos los seres humanos por igual, por el mero hecho de ser seres
racionales, y por ende ni son concesiones del Estado, ni se derivan de ninguna
condición religiosa (como la de ser "hijos de Dios"). La secularización de la política no
implicaba necesariamente el agnosticismo o el ateísmo de los ilustrados, muchos de los
cuales eran sinceros cristianos, mientras otros se identificaban con las posturas
panteístas próximas a la masonería. El principio de tolerancia religiosa fue defendido
con vehemencia y compromiso personal por Voltaire, cuyo alejamiento de la Iglesia
católica le hizo ser el personaje más polémico de la época.
Estos derechos son "derechos naturales", se conciben como anteriores a la ley del
Estado por oposición a los "derechos positivos" consagrados por los distintos
ordenamientos jurídicos. Los "derechos del hombre" son recogidos en una Constitución
("derechos constitucionales") pero no creados por ella. Las constituciones o las
declaraciones de derechos explícitamente declaran que tales derechos pertenecen al
hombre con carácter universal, y no en virtud de ningún hecho propio o ajeno, o por una
condición particular (nacionalidad, lugar o familia de nacimiento, religión, etc.).22
Atribuyendo al Estado la inevitable tendencia a arrollar estos derechos (por la
corrupción inherente al ejercicio del poder), los ilustrados concibieron garantizar la
libertad individual limitándolo mediante una "Constitución Política", prefiriendo el
imperio de la ley al gobierno del rey. Aunque podían diferir sobre sus preferencias en
cuanto a la definición del sistema político, desde la mayor autoridad del rey hasta el
principio de separación de poderes (Montesquieu, El espíritu de las leyes, 1748) y, en su
extremo, el principio de voluntad general, soberanía nacional y soberanía popular (Jean
Jacques Rousseau, El contrato social, 1762), entendían que debía regirse por una Ley
Suprema que atendiera a las exigencias de la razón y que proporcionara más felicidad
pública (o más bien permitiera la búsqueda de la felicidad individual de cada
individuo). Tal constitución, en su interpretación más radical, debía ser generada por el
pueblo y no por la monarquía o el gobernante, ya que se trata de una expresión de la
soberanía que reside en la nación y en los ciudadanos (no en el monarca, como
predicaban los defensores del absolutismo desde el siglo XVII: Hobbes o Bossuet). Para
garantizar el equilibrio de los poderes, el poder judicial habría de ser independiente, y el
legislativo ejercido por un parlamento que represente a la nación y sea elegido por el
pueblo, o al menos en su nombre, por un cuerpo electoral cuya representatividad podía
entenderse más o menos amplia o restringida. Estas formulaciones, basadas en la
práctica del parlamentarismo británico posterior a la Gloriosa Revolución de 1688, se
convirtieron en el cuerpo doctrinal del liberalismo político.
Fue trascendental la influencia que sobre los teóricos políticos de la Ilustración tuvo ese
ejemplo, reconocido en los escritos de Voltaire o Montesquieu. También la Constitución
de los Estados Unidos de América (1787), está fuertemente imbuida en la tradición
jurídica consuetudinaria británica. La opción por una constitución escrita en vez de
consuetudinaria se explica tanto por la influencia de la ideología de la Ilustración en los
constituyentes americanos como por el hecho de que el proceso jurídico británico se
había producido en el lapso de unos 600 años, mientras que su equivalente
estadounidense se produjo en apenas una década. El texto escrito se hizo indispensable
para crear todo un nuevo sistema político desde la nada, al contrario del caso británico,
que había evolucionado con sucesivas adiciones y decantado con en el paso de los
siglos. Se plasmaba en el prestigio de varios textos legales (algunos medievales, como
la Carta Magna de 1215, otros modernos como el Bill of Rights de 1689), la
jurisprudencia de tribunales con jueces independientes y jurados y los usos políticos,
que implicaban un equilibrio de poderes entre Corona y Parlamento (elegido por
circunscripciones desiguales y sufragio restringido), frente al que el Gobierno de su
Majestad respondía. Las primeras constituciones escritas en el continente europeo
fueron la polaca (3 de mayo de 1791)23 y la francesa (3 de septiembre de 1791). No
obstante, el primer documento legal moderno de su tipo (más bien un ejercicio teórico y
utopista que no se aplicó) fue el Proyecto de Constitución para Córcega que Jean
Jacques Rousseau redactó para la efímera República Corsa (1755-1769).24 Las primeras
españolas aparecieron como consecuencia de la Guerra de Independencia Española: la
redactada en Bayona por los afrancesados (8 de julio de 1808) y la elaborada por sus
rivales del bando patriota en las Cortes de Cádiz (12 de marzo de 1812 llamada
popularmente Pepa), tomada como modelo por otras en Europa. En la América
Hispánica las primeras constituciones fueron creadas entre 1811 y 1812, como
consecuencia del movimiento juntista, que fue la primera fase del movimiento
independentista latinoamericano. El Congreso de Angostura, con la inspiración de
Simón Bolívar, redactó la Constitución de la Gran Colombia (incluía las actuales
Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela) el 15 de febrero de 1819.
Independencia de Estados Unidos
Artículo principal: Guerra de Independencia de los Estados Unidos
La primera página de la Constitución de los Estados Unidos de América (17 de
septiembre de 1787) comienza con el célebre We the People ("Nosotros, el Pueblo"),
que define el sujeto de la soberanía. El precedente inmediato había sido, además de la
Declaración de Independencia, la Declaración de Derechos de Virginia (12 de junio de
1776). En los diez años siguientes, las primeras enmiendas conformaron lo que se
denominó Carta de Derechos (1789). Desde entonces ha sido profusamente enmendada.
Los ingleses se habían instalado en las Trece Colonias de la costa noroccidental
americana desde el siglo XVII. Durante la gran guerra colonial entre Inglaterra y
Francia (1756-1763), y que fue correlato americano de la Guerra de los Siete Años
europea, los colonos estadounidenses cobraron conciencia de hasta qué punto sus
intereses eran divergentes de los de la metrópolis (imposibilidad de recibir un trato
equilibrado, o de ascender en el ejército), así como de los límites de la capacidad de ésta
y de su propio poder. En los años siguientes, ante apremiantes necesidades fiscales, se
intentó incrementar la extracción de recursos de las colonias imponiendo tasas sin
ningún tipo de control local ni representación en su discusión. Tras el enfriamiento
progresivo de relaciones, los colonos y los casacas rojas (las tropas inglesas, llamadas
así por el color de su uniforme) tuvieron las primeras refriegas en incidentes menores
cuya importancia se magnificaba convirtiéndolos en simbólicos (Masacre de Boston,
1770, Motín del té, 1773). En 1776, en un Congreso Continental reunido en la ciudad de
Filadelfia, representantes enviados por los parlamentos locales de las Trece Colonias
proclamaron la independencia. La guerra, liderada por George Washington en el lado
colonial, que recibió el apoyo internacional de España y Francia, terminó con la
completa derrota de los ingleses en la batalla de Yorktown (1781). En el Tratado de
París (1783) se reconoció por Inglaterra la independencia de los Estados Unidos.
Durante los primeros años hubo dudas sobre si las Trece Colonias seguirían cada una su
camino como otras tantas naciones independientes, o si formarían una única nación. En
un nuevo congreso celebrado otra vez en Filadelfia (1787), acordaron finalmente una
solución intermedia, conformando un estado federal con una compleja repartición de
funciones entre la Federación y los estados miembros, bajo el mandato de una única
carta fundamental: la Constitución de 1787. La Federación, denominada Estados Unidos
de América, se inspiró para su creación y para la redacción de su carta magna (sobre
todo de las numerosas enmiendas que hubo que añadir progresivamente a los siete
artículos iniciales) en los principios fundamentales promovidos por la Ilustración,
además de en la práctica política del autogobierno local experimentado durante más de
un siglo, e incluso en el ejemplo de un peculiar sistema político indígena americano (la
confederación iroquesa).25 El sistema político se basó en un fuerte individualismo y en
el respeto a los derechos humanos (aunque en su cultura política se expresaron como
derechos civiles), entre los que destacaban las mayores garantías nunca existentes en
ningún ordenamiento jurídico anterior a la neutralidad del estado en cuestiones propias
de la vida privada y al respeto a las libertades públicas (conciencia, expresión, prensa,
reunión y participación política, posesión de armas) y concretamente a la propiedad
privada como vehículo para la búsqueda de la felicidad (Life, liberty and the pursuit of
happiness26 ). La construcción de la democracia, en muchas de sus implicaciones, como
el sufragio universal, no fue de rápida consecución, especialmente en cuanto a los
problemas de la esclavitud, que diferenciaba a los estados del norte y el sur; y la
relación con las naciones indias, por cuyos territorios se expandieron. Las nociones de
república e independencia pasaron a ser dos referentes simbólicos de la nueva nación, y
durante mucho tiempo, características casi exclusivas frente al resto del mundo.

Jean-Jacques Rousseau (Quentin de la Tour, 1753) es el padre intelectual de las
revoluciones de finales del siglo XVIII. Ve en la sociedad corrupta del Antiguo
Régimen menos valores que en el buen salvaje (avanzado en su Discours sur les
Sciences et les Arts -"Discurso sobre las Ciencias y las Artes"- y popularizado
con la novela Emilio). Su doctrina de Contrato social, basado en ese concepto de
bondad natural del hombre, llevará a la búsqueda de la soberanía nacional, y más
adelante, de la democracia, pero también está en el origen intelectual del estado
uniformador y totalitario de las dictaduras del siglo XX.

Presentación al Congreso Continental por la comisión de los "cinco hombres" de
la propuesta de Declaración de Independencia de los Estados Unidos (4 de julio
de 1776). Aparecen entre otros Thomas Jefferson, Benjamin Franklin y John
Adams (Cuadro de John Trumbull, 1817).27 En este texto se aplicaron los
valores de la Ilustración a la construcción del primer sistema político
contemporáneo. La recepción de esta experiencia en Europa, principalmente en
Francia, fue una mezcla de simpatía y paternalismo: el mito del buen salvaje
contribuyó a ello, y también la habilidad diplomática del propio Franklin,
embajador en París. Los estadounidenses se presentaron a sí mismos como
resistentes a la tiranía, con referencias neoclásicas a la antigua República
Romana, de la que se verán herederos de allí en adelante (Nueva Roma)

El general y primer presidente George Washington despide al noble francés y
también general Marqués de La Fayette (1784). Al frente de tropas de la
monarquía francesa había apoyado la independencia de las Trece Colonias frente
a Inglaterra, al igual que hizo el gobernador de Luisiana Bernardo de Gálvez y
Madrid con tropas de la monarquía española, en un ajuste de cuentas de la
anterior Guerra de los Siete Años. La Fayette, influido por su experiencia
americana, fue partidario de las reformas moderadas y de una monarquía
constitucional durante la posteriores acontecimientos revolucionarios en Francia.

El británico Thomas Paine tuvo una trayectoria vital ligada a las revoluciones
americana y francesa. Expulsado de Inglaterra, también tuvo problemas con el
régimen terrorista de Robespierre, y acabó su vida en suelo norteamericano. Fue
autor de tres importantes libros: el liberal Common Sense ("El Sentido Común")
donde defiende la independencia de Estados Unidos, el polemista The Rights of
Man ("Los Derechos del Hombre") respondiendo al ataque a los excesos
revolucionarios de Francia de Edmund Burke (quien, por el contrario, había
defendido la americana, aunque con argumentos más conservadores que los
radicales de Paine); y el anticlerical y volteriano The Age of Reason (La edad de
la razón).
Revolución francesa e Imperio napoleónico
Artículo principal: Revolución francesa
Muerte de Marat, por Jacques-Louis David. La mayor parte de los personajes de la
Revolución francesa tuvieron trágicos finales.
Qu'est-ce que le tiers état? Tout. Qu'a-t-il été jusqu'à présent dans l’ordre politique? Rien. Que
demande-t-il? À y devenir quelque chose. (¿Qué es el tercer estado? Todo. ¿Qué ha sido hasta el
presente en el orden político? Nada. ¿Qué demanda? Llegar a ser algo).
Emmanuel Joseph Sieyès, ¿Qué es el tercer estado?, 1789.
Francia había apoyado activamente a las Trece Colonias contra Inglaterra, con tropas
comandadas por el Marqués de La Fayette; pero aunque la intervención fue exitosa
militarmente, le costó cara a la monarquía francesa, y no sólo en términos monetarios.
Sumada a la deuda cuyos intereses ya se llevaban la mayor parte del presupuesto, y en
medio de una crisis económica, llevó a la monarquía al borde de la quiebra financiera.
Las deposiciones sucesivas de Calonne, Turgot y Necker, los ministros que proponían
reformas más profundas, hicieron al gobierno de Luis XVI aún más impopular. El rey,
sin apoyo entre la aristocracia que controlaba las instituciones (negativa de la Asamblea
de notables de 1787), aceptó como mejor salida convocar a los Estados Generales,
parlamento de origen medieval en el que estaban representados los tres estamentos, y
que no se reunía desde hacía más de cien años. Durante la elección de los diputados, se
habían de redactar cuadernos de quejas, peticiones que representaban el pulso de la
opinión de cada parte del país. Siguiendo el argumentario ilustrado, las del Tercer
Estado (el pueblo llano o los no privilegiados, cuyo portavoz era la burguesía urbana)
pedían que los estamentos privilegiados (clero y nobleza) pagaran impuestos como el
resto de los súbditos de la corona francesa, entre otras profundas transformaciones
sociales, económicas y políticas. Una vez reunidos, no hubo acuerdo sobre el sistema de
votación (el tradicional, por brazos, daba un voto a cada uno, mientras que el individual
favorecía al Tercer Estado, que había obtenido previamente la convocatoria de un
número mayor de estos). Finalmente, los diputados del Tercer Estado, a los que se
sumaron un buen número de nobles y eclesiásticos próximos ideológicamente a ellos, se
reunió por separado para formar una autodenominada Asamblea Nacional.
El 14 de julio de 1789 el pueblo de París, en un movimiento espontáneo, tomó la
fortaleza de La Bastilla, símbolo de la autoridad real. El rey, sorprendido por los
acontecimientos, hizo concesiones a los revolucionarios, que tras la Declaración de
Derechos del Hombre y del Ciudadano y la eliminación de las cargas feudales, en lo
relativo a la forma de gobierno sólo aspiraban a establecer una monarquía limitada
como la británica, pero con una Constitución escrita. La Constitución de 1791 confería
el poder a una Asamblea Legislativa que quedó en manos de los más radicales (los
miembros de la Constituyente aceptaron no poder ser reelegidos) y profundizó las
transformaciones revolucionarias. Tras el intento de fuga del rey, éste quedó prisionero,
y en 1792 la Francia revolucionaria hubo de rechazar la invasión de una coalición de
potencias europeas, decididas a aplastar el movimiento revolucionario antes de que el
ejemplo se contagiase a sus territorios. La eficacia del ejército revolucionario, motivado
por el patriotismo (La Marsellesa, La patrie en danger -La patria en peligro-, Levée en
masse -Leva en masa-28 ) y la defensa de lo conquistado por el pueblo, frente a los
desmotivados ejércitos mercenarios, cuyos oficiales no lo eran por mérito, sino por
nobleza, demostró ser suficiente para la victoria. En el interior, la revuelta del 10 de
agosto de 1792, protagonizada por los sans culottes (la plebe urbana de París) forzó a la
Asamblea a sustituir al rey por un Consejo provisional y convocar elecciones por
sufragio universal a una Convención Nacional, que dominaron los jacobinos. Su política
de supresión de toda oposición, el llamado Terror (1793-1795), eliminó físicamente a la
oposición contrarrevolucionaria (muy fuerte en algunas zonas, como la Vendée) así
como a los elementos revolucionarios más moderados (girondinos), mientras los que
pudieron huir (nobles y clérigos refractarios, que no habían aceptado jurar la
constitución civil del clero) salían al exilio. Se estableció un régimen político
republicano, que transformó incluso el calendario, establecía un sistema de precios y
salarios máximos (ley del máximum general) y controlaba todos los aspectos de la vida
pública mediante el Comité de Salud Pública dirigido por Robespierre. El número de
ejecuciones, por el igualitario método de la guillotina fue muy alto, e incluyó al rey y a
la reina, así como a varios de los propios jacobinos, como Danton, y a un gran
científico, Lavoisier (en ocasión de su condena, se dijo: la revolución no necesita
sabios). Un golpe de estado (conocido como reacción thermidoriana, por el nombre en
el nuevo calendario del mes en que se produjo) acabó físicamente con Robespierre y su
régimen e instauró un sistema mucho más moderado, del gusto de la burguesía: el
Directorio (1795-1799).
Modelo de proceso revolucionario
La Revolución francesa asentó así un modelo de proceso revolucionario dividido en
fases: iniciada con una revuelta de los privilegiados, pasa por una fase moderada y una
fase radical o exaltada para acabar con una reacción que propicia la plasmación de un
poder personal. Las expresiones, comunes en la historiografía, destacan por su similitud
con las fases en que se dividió la Revolución rusa. Georges Lefebvre señala tres fases en
la primera parte de la revolución: aristocrática, burguesa y popular. Para Carlos Marx
(en su estudio comparativo que tituló El 18 Brumario de Luis Bonaparte), el proceso de
la revolución de 1789 fue ascendente, mientras que el de la de 1848 fue descendente.29
Para Hannah Arendt, mientras que la Independencia de los Estados Unidos sería un
modelo de revolución política, y de ahí su continuidad, la Revolución francesa sería un
modelo de revolución social, y de ahí su fracaso, como el de las revoluciones que siguen
su modelo (especialmente la rusa); pues (como planteaba ya Alexis de Tocqueville) los
logros políticos de la libertad y la democracia solamente se consolidan cuando son el
resultado de procesos sociales y económicos anteriores, y no cuando se plantean como
requisitos previos para conseguir estos.30
La analogía entre los periodos de la historia de Roma (Monarquía-República-Imperio) y
los mucho más efímeros de la Revolución de 1789 (repetidos en la evolución posterior
de la historia de Estados Unidos)31 no dejó de ser tenida en cuenta por los propios
contemporáneos, que se no sólo se inspiraban en la antigüedad grecorromana para el
arte neoclásico, sino también para su sistema político y sus símbolos (gorro frigio,
fasces, águila romana, etc.).
Napoleón Bonaparte
Artículo principal: Napoleón Bonaparte
En ese contexto se inició la carrera de Napoleón Bonaparte, un militar proveniente de
una oscura familia de provincias que nunca hubiera conseguido ascender en el ejército
de la monarquía, y que se convirtió en un héroe popular por sus campañas en Italia32 y
en Egipto y Siria. En 1799 se sumó a un nuevo golpe de estado que derribó al Directorio
e instauró el Consulado, del que fue nombrado primer cónsul para, en 1804,
proclamarse Emperador de los franceses (no de Francia, en una sutil diferenciación con
el régimen monárquico que pretendía mantener los ideales republicanos y de la
revolución). En sus años en el poder (hasta 1814, y luego el breve periodo de los cien
días de 1815), Napoleón consiguió dejar un extenso legado. Consciente de que no podía
retomar el Derecho del Antiguo Régimen, pero sumergido en el marasmo de la
atropellada y caótica legislación revolucionaria, dio la orden de compendiar todo ese
legado jurídico en cuerpos legales manejables. Nació así el Código Civil de Francia o
Código Napoleónico, inspiración para todos los demás estados liberales, y que
contribuyó a propagar la Revolución en cuanto superestructura jurídica que expresaba la
sociedad burguesa-capitalista. Le siguieron después un Código de Comercio, un Código
Penal y un Código de Instrucción Criminal, este último antecedente del derecho
procesal moderno. Emprendió una serie de reformas administrativas y tributarias, que
eliminaron privilegios y fueros territoriales a favor de una nación unitaria y
centralizada, que concebía como un Estado de Derecho (en sus propias palabras: el
hombre más poderoso de Francia es el juez de instrucción). Para sustituir a la antigua
nobleza creó la Legión de Honor, la más alta distinción del Estado, que reconocía no el
privilegio de cuna o la riqueza, sino el mérito personal. Su círculo de confianza,
compuesto por parientes como sus hermanos José o Jerónimo, y generales como Murat
o Bernardotte, terminaron ocupando tronos europeos. Frente a la descristianización
emprendida en el Terror, aprovechó la sumisión del papado para la firma de un
Concordato que ponía el clero bajo control estatal, pero garantizaba la continuidad del
catolicismo como religión de Francia, pretendiendo simbolizar con ello la
reconciliación de los franceses.33 El régimen político, jurídico e institucional
napoleónico, reconducción en un sentido autoritario de los ideales revolucionarios de
1789, se transformó en modelo para muchos otros por todo el mundo.

Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, 26 de agosto de
1789. Con una voluntad universalista e ilustrada, supuso una invitación a la
extensión de las ideas revolucionarias a las demás naciones.

Ejecución de Luis XVI, 21 de enero de 1793. La ejecución por su pueblo de un
rey que según todo el ideario político de su tiempo, tenía poderes absolutos,
causó un impacto enorme, ya con todas las monarquías europeas solidarizaron
en guerra contra la Revolución.

Napoleón cruzando los Alpes (Jacques-Louis David, 1801). Hijo de la
Revolución, de ideario igualitarista (se dice que ponía en la mochila de cada
soldado el bastón de mariscal), plasmó los ideales revolucionarios en una nueva
institucionalidad política, administrativa y jurídica.

El tres de mayo de 1808 en Madrid, por Goya. La lucha entre las fuerzas
napoleónicas y los defensores del Antiguo Régimen obligó a los pueblos
europeos a tomar partido no sólo militar, sino también ideológico, e ingresar así
a la Edad Contemporánea.
Independencia Hispanoamericana
Artículo principal: Guerra de Independencia Hispanoamericana
En color azul, los territorios independizados; en rojo, los reocupados.
La parte de América sometida desde el siglo XVI al dominio colonial español y que
entre el siglo XVII y comienzos del XVIII había pasado por una situación crítica de
descontrol externo (piratería, contrabando generalizado e intervención de otras
potencias europeas, destacadamente Inglaterra) mientras se asentaba un cierto
autogobierno local en cuestiones internas; para mediados del siglo XVIII ya se había
establizado. La estructura social era la de una pirámide de castas en la que, por encima
de la gran mayoría de indígenas, mestizos, mulatos y negros (cuya opinión no contaba,
y tampoco contó en el proceso de independencia), se alzaba una próspera clase de
hacendados y mercaderes españoles nacidos en América (los criollos), que cada vez
soportaba peor las numerosas trabas administrativas, legales, burocráticas o mercantiles
impuestas por la metrópolis, y la práctica que reservaba comúnmente los altos cargos a
peninsulares nombrados en la lejana Corte. Los criollos buscaban no tanto emanciparse
como cambiar en su beneficio las relaciones de poder; sólo una minoría ideologizada de
exaltados, buena parte agrupados en logias masónicas como la Logia Lautarina, tenían
la independencia como uno de sus propósitos. Las reformas ilustradas que desde Carlos
III fueron relajando el monopolio comercial de Cádiz en beneficio de otros puertos
peninsulares o de países neutrales (Decretos de libertad de comercio con América, 1765,
1778 y 1797), no fueron consideradas suficientemente atractivas. Otras propuestas más
radicales, que pretendían una reestructuración del sistema virreinal dotando a los reinos
americanos de cierto grado de autonomía, no fueron tenidos en cuenta por las
estructuras de poder de la monarquía. Las numerosas expediciones científicas que
durante el siglo XVIII recorrieron el continente con el objetivo de aumentar control
sobre el territorio a partir del conocimiento no tuvieron el resultado deseado.
La independencia no se inició a partir de rebeliones indigenistas, como la de Túpac
Amaru (1781); sino que el desencadenante del proceso fue el cautiverio de Fernando
VII al inicio de la Guerra de Independencia Española (1808). Napoleón Bonaparte envió
emisarios a América para exigir el reconocimiento de su hermano José I Bonaparte
como rey de España. Las autoridades locales se negaron a someterse, por razones tanto
externas como internas. Externamente era evidente la debilidad de la posición francesa
en ese continente (fracasos de Napoleón en retener la Luisiana, vendida a Estados
Unidos en 1803, y Haití, independizado en 1804) frente a la más efectiva presencia
británica (invasiones inglesas en el Río de la Plata, 1806-07) que gracias a su
predominio naval y económico, y a la habilidad con que dosificó su apoyo político a las
nuevas repúblicas, terminó convirtiéndose en la potencia neocolonial de toda la zona, y
de hecho el principal beneficiario de la disgregación del imperio español. Internamente
existía la presión de una movilización popular muy similar a la que simultáneamente
estaba produciéndose en la Península, a la que se añadía en este caso el sentimiento
independentista (primero minoritario pero cada vez más extendido entre los criollos). El
movimiento juntista, en nombre del rey cautivo o invocando el poder nacional soberano
(en consonancia con la ideología liberal) organizó Juntas de Gobierno convocadas en
cada capital de gobernación o virreinato, aprovechando la ocasión para introducir
reformas económicas, incluyendo la libertad de comercio o la libertad de vientres. Las
Juntas americanas no tuvieron una integración, como sí las peninsulares, en las nuevas
instituciones que se formaron en Cádiz (Regencia y Cortes de Cádiz), y las autoridades
enviadas por éstas para restablecer la normalidad institucional en América no fueron
recibidas con normalidad. Los elementos más fidelistas o realistas se enfrentaron a los
juntistas, mediante maniobras políticas (arresto del virrey Iturrigaray en México) o
incluso abiertamente y por mano militar (enfrentamiento entre Miranda y Monteverde
en Venezuela o Artigas y Elío en Río de la Plata), sobre todo tras la victoria del bando
patriota en la Guerra de Independencia Española, que trajo como consecuencia la
reposición en el trono de Fernando VII (1814). En consonancia con la política de
restauración absolutista emprendida en la Península, se inició una movilización militar
para abatir el movimiento insurgente de las colonias, cada vez más emancipadas de
hecho. Los patriotas americanos quedaron definitivamente abocados a luchar
inequívocamente por la independencia, al ser evidente que tanto la libertad política
como la económica estaba vinculada a ella y no podría conseguirse como concesión del
gobierno absolutista de Fernando. Se formaron ejércitos, y en campañas militares de
varios años, los caudillos libertadores consiguieron acabar con la presencia española en
el continente, muy debilitada y no eficazmente renovada (el cuerpo expedicionario
reunido en Cádiz en 1820 no embarcó a su destino, sino que se utilizó por el militar
liberal Rafael de Riego para forzar al rey a someterse a la Constitución durante el
llamado trienio liberal). La independencia hispanoamericana fue así, a la vez, tanto una
de las principales consecuencias como una de las principales causas de la crisis final del
Antiguo Régimen en España.34
José de San Martín invadió Chile desde Argentina (1817), y desde allí Perú, con el
apoyo del gobierno de Bernardo O'Higgins (1822), para conectar con las fuerzas
dirigidas por Simón Bolívar. Éste había desarrollado previamente exitosas campañas
(batallas de Carabobo, 1814 y Boyacá, 1819) por la zona que pasó a denominarse Gran
Colombia (Venezuela, Colombia y Ecuador); aunque no logró el triunfo decisivo hasta
que uno de sus lugartenientes, el Mariscal José de Sucre derrotó al último bastión
realista enclavado en la zona de Perú y Bolivia (denominada así en su honor) en las
batallas de Pichincha (1822) y Ayacucho (1824). Paralelamente, en México se
desarrolló un movimiento revolucionario propio, que llevó a la proclamación de la
independencia por Agustín de Iturbide, nombrado Emperador (1821), título derivado de
la posibilidad, ofrecida a Fernando VII y rechazada por éste, de restablecer la
monarquía española en América de una manera pactada, con un título imperial y sin
competencias efectivas. También San Martín había propuesto una solución semejante, a
la que renunció ante la radical oposición de Bolívar, firme partidario del republicanismo
y de la total desvinculación de cualquier lazo con España (Entrevista de Guayaquil, 26
de julio de 1822).35
A pesar de los ideales panamericanos de Simón Bolívar, que aspiraba a reunir a todas
las repúblicas a semejanza de las Trece Colonias, éstas no sólo no se reunieron, sino que
siguieron disgregándose. La Gran Colombia se disolvió en 1830 por separación de
Venezuela y Ecuador; por su parte Uruguay, provincia oriental de las Provincias Unidas
del Río de la Plata se independizó de su núcleo central, Argentina, en 1828
(previamente se había aceptado la no incorporación de Bolivia, que estaba prevista); y
un intento por crear una Confederación Perú-Boliviana terminó con su derrota militar a
manos de las tropas chilenas, en 1839. Las Provincias Unidas del Centro de América se
independizaron del Primer Imperio Mexicano al transformarse éste en república (1823)
para formar una República Federal de Centroamérica, que a su vez se disolvió en las
guerras civiles de 1838-1840. Únicamente Paraguay, que había iniciado su andadura
independiente en 1811 sin oposición efectiva, permaneció ajeno a esas unificaciones y
divisiones, tras fracasar el intento rioplatense de incorporarlo.
El republicanismo hispanoamericano no construyó opciones políticas democráticas, y la
igualdad se veía (en términos similares a los de Tocqueville) como una amenaza al
equilibrio social de una ciudadanía en precaria construcción. Las luchas internas entre
federalistas y centralistas caracterizaron las primeras décadas del siglo XIX, seguidas
por las que dividieron a liberales y conservadores.36

El cura Hidalgo, precursor de la independencia de México.

Simón Bolívar, el más decisivo de los libertadores de América.

José de San Martín, desde Argentina ejerció un papel de similar importancia.

Toussaint-Louverture, líder de la revolución haitiana, la única basada en la
rebelión de los esclavos negros.
Otros movimientos y ciclos revolucionarios
La denominada era de las revoluciones37 extendió el ejemplo estadounidense y francés.
En algunos casos, de forma simultánea a éstas y con mayor o menor éxito, como ocurrió
en algunas ciudades autónomas de Europa (Lieja en 1791, por ejemplo). En la primera
mitad del siglo XIX se han determinado una serie de ciclos revolucionarios,
denominados por el año de inicio (1820, 1830 y 1848).
Revolución de 1820
La Revolución de 1820 o ciclo mediterráneo se inició en España (la sublevación de
Riego frente al cuerpo expedicionario que iba a embarcarse para América, 1 de enero de
1820) y se extendió, por un lado a Portugal (que en las llamadas Guerras Liberales revolución de Oporto, 24 de agosto de 1820- se independiza de Brasil en una guerra
civil en la que, al contrario que en el caso de la independencia hispanoamericana, fue en
la metrópoli donde los elementos más liberales controlaron la situación en perjuicio de
la rama más tradicionalista de la dinastía, donde quedó asentada como Imperio de
Brasil); y por otro a Italia (donde sociedades secretas de tipo masónico, como los
carbonarios, inician levantamientos nacionalistas contra las monarquías austríaca en el
norte y borbónica en el sur, proponiendo la española Constitución de Cádiz como texto
aplicable para sí mismos). De un modo menos vinculado, también se sitúa
conológicamente próxima la sublevación de los griegos iniciada en 1821, que se
emanciparon del Imperio otomano con el decisivo apoyo de las potencias europeas
(principalmente Francia, Inglaterra y Rusia). Significativamente fueron las mismas
potencias (con la excepción de Inglaterra y la adición de Austria y Prusia) quienes
protagonizaron activamente la contrarrevolución para sofocar conjuntamente, mediante
la Santa Alianza los brotes revolucionarios que podían amenazar la continuidad de las
monarquías absolutas, y lo siguieron haciendo hasta 1848 (véase la sección
correspondiente).
Revolución de 1830
La revolución de 1830, iniciada con las tres gloriosas jornadas de París en que las
barricadas llevan al trono a Luis Felipe de Orleans, se extiende por el continente
europeo con la independencia de Bélgica y movimientos de menor éxito en Alemania,
Italia y Polonia. En Inglaterra, en cambio, el inicio del movimiento cartista opta por la
estrategia reformista, que con sucesivas ampliaciones de la base electoral consiguió
aumentar lentamente la representatividad del sistema político, aunque el sufragio
universal masculino no se logró hasta el siglo XX. El doctrinarismo fue la ideología que
exprese esa moderación del liberalismo.
Revolución de 1848. La "primavera de los pueblos" y el nacionalismo
Artículos principales: Nacionalismo y Revolución de 1848
La era de la revolución se cerrará con la revolución de 1848 o primavera de los
pueblos. Fue la más generalizada por todo el continente (iniciada también en París y
difundida por Italia y toda Centroeuropa con una velocidad pasmosa, sólo explicable
por la revolución de los transportes y las comunicaciones), e inicialmente la más exitosa
(en pocos meses cayeron la mayor parte de los gobiernos afectados). Pero, en realidad,
estos movimientos revolucionarios no condujeron a la formación de regímenes de
carácter radical o democrático que lograran suficiente continuidad, y en la totalidad de
los casos la situación política se recondujo en poco tiempo hacia la moderación del
gusto de la burguesía; en el caso de Francia, la constitución del Segundo Imperio con
Napoleón III (1852-1870).
A partir de este momento clave, localizado a mediados del siglo XIX y que Eric
Hobsbawm denomina la era del capital, las fuerzas históricas cambian de tendencia: la
burguesía pasa de revolucionaria a conservadora y el movimiento obrero comienza a
organizarse; aunque sin duda los más capaces de movilizar a las poblaciones serán los
movimientos nacionalistas.
Revoluciones fuera de Europa
Fuera del mundo occidental, aunque no puede hablarse de movimientos revolucionarios
desencadenados por causas socioeconómicas similares (revolución burguesa), sí se suele
a veces utilizar el término revoluciones para designar a uno u otro de los diferentes
movimientos occidentalizadores o modernizadores que se implantaron con mayor o
menor éxito en uno u otro país, y que estaban inspirados de un modo más o menos
lejano en la idea de progreso, la Ilustración o alguna referencia más o menos explícita a
alguno de los ideales de 1789. Generalmente, en ausencia de base social, fueron
promovidos desde el poder o círculos próximos a él, y explícitamente condenaban lo
que de desorden o desestabilización pudiera tener el término revolucionario: Era Meiji
en Japón (1868), los denominados Jóvenes Otomanos y Jóvenes Turcos en el Imperio
otomano (1871 y 1908), el levantamiento de Wuchang de 1911 que abolió el Imperio
chino (Revolución de Xinhai), distintas iniciativas de reforma del Imperio ruso (como la
abolición de la servidumbre de 1861) etc.; y que llegaron cronológicamente hasta la
Primera Guerra Mundial
Reacción contra la Ilustración: el Romanticismo
Artículo principal: Romanticismo
La libertad guiando al pueblo, por Eugène Delacroix (1833).
El Romanticismo es la superación de la razón como método de conocimiento, en
beneficio de la intuición y el sentimiento compartido (endopatía). En lugar de al
individuo sujeto de derechos universales, concibe a las personas singulares, vinculadas
en comunidades naturales: los pueblos (concepto cultural propio del romanticismo
alemán -volk, pueblo, y volkgeist, espíritu del pueblo-) y las naciones (tal como la
entendían los liberales franceses, la comunidad política basada en la voluntad). Si la
Ilustración entendía que la reunión de los hombres origina la sociedad, el romanticismo
invierte los términos, negando la existencia de un hombre en estado de naturaleza.
Románticos son tanto el tradicionalismo reaccionario como el nacionalismo
revolucionario. Los primeros (Louis de Bonald, Joseph de Maistre) conciben el pueblo
como una realidad histórica, anclada en el pasado y cuyos miembros vivos no pueden
decidir su destino ni arrogarse derechos que no tienen, como tomar decisiones contra
sus instituciones, costumbres y valores. Los segundos (Giuseppe Mazzini) se atreven a
cambiar el mundo y remover fronteras seculares con tal de que incluyan a individuos de
un único pueblo, que deberá ser soberano, independiente de cualquier autoridad que no
emane de él mismo y libre para decidir su destino.
El prerromanticismo había surgido en la segunda mitad del XVIII (Las desventuras del
joven Werther de Goethe, o la novela gótica de Horace Walpole), coincidiendo con el
predominio del neoclasicismo, de modo que aunque uno es reacción contra el otro, hay
quien afirma que son dos fases de un mismo movimiento intelectual.38 La revolución se
identificó con las virtudes heroicas de la Antigüedad clásica expresadas pictóricamente
en el neoclasicismo de Jacques-Louis David (Juramento de los Horacios, retratos de
Napoleón).
La literatura romántica se llenó de tipos literarios atormentados por las pasiones, en
lucha constante contra una sociedad que se niega a dar libertad al individuo. Los
ingleses Lord Byron, Percy Shelley y Mary Shelley representaron el ideal romántico no
sólo en la literatura, sino en su tempestuosa vida y temprana muerte. Otros autores
románticos fueron el francés Victor Hugo (que provocó en el estreno de Hernani una
verdadera batalla campal entre los románticos y los clásicos), el ruso Pushkin, el
italiano Alessandro Manzoni, el español Mariano José de Larra o el estadounidense
Edgar Allan Poe. La exploración de las antiguas tradiciones populares (el folklore),
produjo recopilaciones de cuentos como la de los Hermanos Grimm, o la versión
definitiva del ciclo mitológico de Finlandia en el moderno Kalevala.
Nacida de la evolución sombría de la última etapa de Goya, la pintura romántica se
inauguró en Francia con el escándalo de La balsa de la Medusa (Gericault, 1822),
debido no sólo a su técnica, sino porque fue interpretada como una metáfora del
hundimiento de Francia bajo el gobierno de Carlos X. La libertad conduciendo al
pueblo, de Delacroix proporcionó el emblema icónico de la revolución. La música
romántica, a partir de las últimas obras de Beethoven, se encuentra en Héctor Berlioz,
Nicolás Paganini, Fryderyk Chopin o Robert Schumann, que superaron las
convenciones del clasicismo musical con mayores libertades compositivas y acentuando
los efectos musicales sobre la forma. Giuseppe Verdi o Richard Wagner aprovecharon
las enormes posibilidades de la música, y sobre todo de la ópera como espectáculo total,
para mover las emociones colectivas con el nacionalismo musical.
El idealismo racionalista e ilustrado del criticismo kantiano se verá conducido al
romanticismo por el denominado idealismo alemán de Fichte, Schelling y Hegel (quien
identificará el espíritu absoluto con el Estado prusiano). Su expresión en el derecho fue
la Escuela histórica del Derecho de Friedrich Karl von Savigny, quien propugnaba la
necesidad de encontrar el verdadero Derecho Alemán, expurgando el a su juicio
extranjero e intruso Derecho Romano.
Equilibrio europeo
Artículos principales: Guerras Revolucionarias Francesas y Guerras Napoleónicas
El equilibrio europeo buscado desde el Tratado de Westfalia (1648) hasta el Tratado de
Utrecht (1714) caracterizó las relaciones internacionales del siglo XVIII; superada la
época de las hegemonías española (1521-1648) y francesa (1648-1714). Mientras
Inglaterra consolidaba su supremacía naval (que la permitió adquirir una red de enclaves
estratégicos en islas y puertos seguros en todos los océanos, además de su penetración
territorial en la India), en el contintente europeo, del que prefería orgullosamente
desentenderse cuando le era posible, procuraba mantener el equilibrio entre los posibles
bloques de potencias que amenazaran con imponerse sobre los demás. El más obvio,
formado por España, Francia y los reinos italianos de la casa de Borbón (vinculados por
los Pactos de Familia), no siempre fue efectivo. En Europa Central, la rivalidad entre
Austria y Prusia las neutralizó mutuamente; mientras que el ascenso del Imperio ruso
benefició a ambas en los denominados repartos de Polonia. El Imperio otomano, tras el
fracaso del segundo sitio de Viena (1683), dejó de ser una amenaza para Centroeuropa y
a lo largo del siglo XVIII pasó a convertirse en una potencia declinante (el hombre
enfermo de Europa), que perdía paulatinamente el control efectivo sobre sus provincias
periféricas.

1748, la Europa del equilibrio posterior al Tratado de Utrecht.

1812, la Europa del bloqueo continental, máxima expansión del Imperio
Napoleónico.

1814, la Europa legitimista del Congreso de Viena.
Los conflictos más destacados que se produjeron en el continente europeo fueron la
Guerra de Sucesión Austriaca, la Guerra de Sucesión Polaca y la Guerra de los Siete
Años (1756-1763). En las colonias de ultramar, las guerras o las paces en Europa sólo
representaban un lejano marco para una competencia constante, que sólo en algunos
casos encontró cauces diplomáticos restringidos y temporales (acuerdos entre España y
Portugal sobre el territorio de Misiones).
Guerras revolucionarias y guerras napoleónicas
La Revolución francesa fue vista por las monarquías (tanto absolutas como
parlamentarias) como un foco contagioso a extirpar, sobre todo tras el intento de fuga de
Luis XVI (1791) y la llegada de los emigrados que huían del Terror. El manifiesto de
Brunswick (1792) desencadenó las guerras revolucionarias: hasta 1815, siete
coaliciones fueron sucesivamente derrotadas por el ejército revolucionario francés, que
impuso una nueva forma de hacer la guerra: la guerra total, basada en la movilización
nacional de ingentes masas de hombres estimulados por el patriotismo que se
desplazaban velozmente; y en la imposición de bloqueos comerciales. Inicialmente
Francia se limitó a defenderse, pero tras la Batalla de Valmy (1792) pasó decididamente
a utilizar la guerra como un instrumento de expansión ideológica revolucionaria frente a
la reacción.
El ascenso de Napoleón Bonaparte desequilibró de forma definitiva el statu quo
continental en beneficio de una clara hegemonía francesa. En una década de guerras,
desde la campaña de Italia (1796-1797) hasta la formación de la Confederación del Rhin
(1806), conquistó todos los pequeños burgos, señoríos y reinos sobrevivientes en
Alemania e Italia, y derrotó decisivamente a Austria (batalla de Austerlitz, 1805), que
pasa a ser aliada, como lo era ya España. Simultáneamente, la batalla de Trafalgar
impidió el control hispano-francés de los mares, necesario para la invasión a Inglaterra,
que no pudo producirse. En 1807 se llegó a un acuerdo con Rusia (Tratado de Tilsit) en
lo que podía entenderse como un precedente de reparto de Europa en dos esferas de
influencia. Napoleón intentó destruir económicamente a Inglaterra con el bloqueo
continental, para impedir que los productos de la Revolución industrial no accedieran al
continente; pero los puntos débiles del proyecto estaban uno en cada extremo de
Europa: Portugal (opuesta desde el comienzo) y Rusia (que reabrió sus puertos en
1810). La invasión de Portugal se convirtió en una prolongada ocupación militar en
España (Guerra de Independencia Española, 1808-1814) con un alto coste. La campaña
de Rusia de 1812 fue todavía más desastrosa pues, aunque se ocupó Moscú, las
imposibilidad de mantener las líneas de abastecimiento obligaron a una retirada en
penosísimas condiciones y jalonada de derrotas (Batalla de Leipzig, 1813) que
condujeron a la abdicación del Emperador, que aceptó retirarse a la Isla de Elba (1814)
mientras el trono de Francia era ocupado por Luis XVIII, hermano del rey guillotinado
en 1793.
Negociaciones del Congreso de Viena (Jean-Baptiste Isabey, 1819).
Congreso de Viena
Artículos principales: Congreso de Viena y Europa de la Restauración
El equilibrio europeo se procuró restablecer con criterios legitimistas en el Congreso de
Viena (1815), reponiendo a los monarcas de las casas tradicionales en sus tronos,
aunque el statu quo anterior a 1789 nunca se recuperó. Incluso la vuelta de los Borbones
al trono de París se vio amenazada durante los cien días de 1815 en que Napoleón
retomó el mando e intentó desafiar de nuevo a las potencias coaligadas en la Batalla de
Waterloo, que supuso su derrota final y su confinamiento en la isla de Santa Elena. El
recelo hacia Francia se pretendió conjurar con el reforzamiento de estados tapón en su
fronteras: el reino de Cerdeña (germen de la unidad italiana) y el reino de Holanda (de
creación napoleónica, al que se incorpora Bélgica hasta su independencia en 1830).
Espléndido aislamiento, Santa Alianza y Sistema Metternich
Artículos principales: Espléndido aislamiento y Santa Alianza
Inglaterra consolidó su predominio mundial conjugado con su política de aislamiento en
temas europeos, mientras Rusia se convertía en el gendarme de Europa. El sistema
Metternich, diseñado por el canciller austríaco y basado en la coincidencia de intereses
de las potencias de la Santa Alianza (la católica Austria, la luterana Prusia y la ortodoxa
Rusia, que invocaban a la Santísima Trinidad en el inicio de su documento fundacional),
mantuvo el equilibrio continental hasta 1848, mediante la convocatoria de congresos:
Congreso de Aquisgrán (1818), de Troppau (1820), de Liubliana (1821) y de Verona
(1822); basados en el principio de intervención para sofocar y evitar la extensión de
cualquier brote revolucionario. Inglaterra, una monarquía parlamentaria, no se sumó a la
Santa Alianza, sino a una Cuádruple Alianza a la que posteriormente se adhirió Francia.
Apertura de espacios continentales "vírgenes"
Aunque la era del imperialismo39 no llegó hasta el último cuarto del XIX (repartos de
África y de Asia), desde comienzos de siglo XIX se produjo una presión expansiva,
cuyo origen es la revolución demogáfica, sobre los espacios continentales vírgenes de la
zona boreal (el Canadá británico, el Oeste estadounidense, el Oriente ruso40 ) y austral
(Colonia del Cabo, británica desde 1806; Australia, parte de la cual se convirtió en una
colonia penitenciaria; la Patagonia argentina y chilena, la Amazonia brasileña y
peruana, etc.).
La virginidad atribuida a esos espacios, a pesar de su evidente vacío demográfico en
comparación con las saturadas zonas urbanas europeas, no era en realidad un vacío
humano y cultural. Aborígenes australianos, maoríes, patagones, fueguinos, sioux,
apaches, buriatos, lapones, esquimales y toda una constelación de pueblos indígenas
cuya relación con la tierra respondía a lógicas no sólo preindustriales, sino a menudo
preneolíticas, fueron ignorados en cuanto habitantes y sus posibles valores despreciados
como primitivos.
En otros contextos, sobre zonas muy pobladas cuya civilización no podía ignorarse, la
presión del Imperio austrohúngaro y del Ruso sobre los Balcanes otomanos y el inicio
de la colonización francesa de Argelia (1830) respondía a la misma lógica. La
penetración británica en la India venía ya del siglo XVIII.
Construcción del Canal de Panamá (1907).
Expansión de los Estados Unidos
Go West, young man, go West. (Ve al Oeste, muchacho, ve al Oeste).
Horace Greeley, 1833.41
La fortaleza de la independencia estadounidense se apoyó firmemente en su inmensidad
territorial. Los británicos emprendieron una expedición de castigo contra Washington,
que fue incendiada en 1815, pero era obvio que tales intervenciones no podían tener
continuidad. Los Estados Unidos habían incorporado la colonia francesa de Luisiana en
1803 y la española de Florida en 1819, adquiriendo una fachada marítima hacia el sur.
No obstante, su principal ampliación territorial, mediante guerras contra México, fueron
los territorios desde Texas (independizado en 1836, incorporado en 1845) hasta
California (Tratado de Guadalupe Hidalgo, 1848). Por añadidura quedaba el inmenso
interior continental, que habían explorado Lewis y Clark (1804-1806). La épica del
Lejano Oeste fue formando una identidad nacional basada en el individualismo del
colono de la frontera, que tras recorrer la pradera en carromato, levantaba su cabaña de
troncos y se apropiaba de tanta tierra como pudiera cultivar y defender de los indios. La
relación de éstos con la tierra no tenía nada que ver con el concepto liberal de propiedad
que se impuso por la colonización; privados de ella, se vieron forzados a la reclusión en
reservas, no sin lucha (Guerras Indias). Otra figura mitificada fue la de los mineros que
acudían a las sucesivas fiebre del oro de California (1849 -los fortyniners-) y Alaska
(comprada a Rusia en 1867, y afectada por la fiebre del oro de Klondike en 1897 descrita por Jack London en Colmillo Blanco-).
El presidente James Monroe enunció en 1823 la denominada Doctrina Monroe
(América para los americanos), que promovía el aislamiento continental: ni Estados
Unidos intervendría en los asuntos políticos de Europa, ni dejaría que Europa hiciera lo
propio en Estados Unidos. Se entendía que el contexto, el momento clave de las guerras
de independencia hispanoamericanas, incluía una suerte de extensión de la declaración a
todo el continente. La doctrina Monroe, inicialmente defensiva, se acompañó
posteriormente de la doctrina complementaria del Destino Manifiesto (es el destino de
los Estados Unidos, decidido por Dios, llevar la libertad y la democracia al resto de las
naciones del globo), en un verdadero "derecho de intervención" sobre el resto de
América, que de forma más explícita se expresó como la Big Stick Policy ("Política del
Gran Garrote) aplicada decididamente por Theodore Roosevelt (presidente entre 1901 y
1908), especialmente en la Independencia de Panamá, como consecuencia de la
construcción del canal.
El fuerte proceso de industrialización afectó de forma divergente al Norte (liberal y
dinámico, receptor de grandes contingentes de emigrantes) y al Sur (conservador y
elitista, basado en la agricultura esclavista). La tensión llegó a su punto álgido con la
presidencia de Abraham Lincoln, y en 1861 estalló la Guerra de Secesión, en la que se
impuso el Norte.
La cultura estadounidense fue conjugando la tradición occidental con los valores
autóctonos del "país de frontera", entre la construcción de una épica de identidad
nacional (James Fenimore Cooper, El último mohicano; Walt Whitman, Hojas de
hierba), y la influencia europea (Edgar Allan Poe, Nathaniel Hawthorne).
Formación y expansión de los estados latinoamericanos
La libertad, como medio, el orden como base, y el progreso como fin.
Gabino Barreda, 1867.
Después de su proceso de emancipación, las jóvenes repúblicas de Latinoamérica
debieron afrontar la tarea de darse a sí mismas una organización propia, fracasados los
grandes proyectos panamericanos (la Gran Colombia, la Confederación PerúBoliviana). En lo político, el sello común fue la oscilación entre la inestabilidad política
y el autoritarismo. En algunos casos, a imitación del Imperio Napoleónico, se dieron
una forma política imperial, caso del Imperio del Brasil (1822-1888) o del Imperio
Mexicano (1821-1823). En otros, prolongadas dictaduras, como las de Juan Manuel de
Rosas en Argentina o el Mariscal de Santa Anna en México. Hubo densas guerras
civiles en las que se ventilaron intereses políticos locales, como la que se libró entre el
federalismo de las provincias argentinas y el centralismo de Buenos Aires; o las
continuas rebeliones de Concepción contra Santiago de Chile. La República de Chile se
consolidó tempranamente con una gran estabilidad política, pero al precio de consolidar
bajo Diego Portales una constitución (la de 1833) de carácter fuertemente autoritario, en
una especie de régimen monárquico disfrazado. Numerosas guerras tuvieron carácter
territorial, alterando el trazado fronterizo entre las nuevas naciones, como la Guerra del
Pacífico (Perú y Bolivia contra Chile, 1879-1884) y la Guerra de la Triple Alianza
(Brasil, Argentina y Uruguay contra Paraguay -que acabó prácticamente desprovisto de
su población masculina adulta-, 1864-1870).
A pesar de la enfática declaración de la doctrina Monroe (que los Estados Unidos no
estuvieron en condiciones de sostener eficazmente hasta finales del siglo XIX) hubo
intentos de reconstruir la presencia imperialista europea en el continente americano. En
1865 España envió una expedición naval contra Chile y Perú (también llamada Guerra
del Pacífico), mientras que en 1864, y bajo pretexto de cobrarse la deuda externa de
México, fue Francia la que realizó una intervención militar que impuso la entronización
de un Emperador títere (Maximiliano de Austria, 1864-1867). El expansionismo
estadounidense frente a México ya había significado la anexión de todo sus territorios
septentrionales (Texas, Nuevo México y California). Cuando los Estados Unidos
estuvieron en posición de intervenir más al sur con base en su presencia en Cuba y
Puerto Rico (a partir de 1898, guerra hispano-estadounidense), se convirtieron ellos
mismos en la principal potencia imperialista del continente: imposición a Colombia de
la independencia de Panamá por Theodore Roosevelt, 1903; intervención en Nicaragua
desde 1909, contra la que se levantó Sandino; apoyo a las actividades de la United Fruit
Company en las denominadas repúblicas bananeras, etc.
La poderosa oligarquía de comerciantes y hacendados desarrolló una imagen de sí
misma como élite ilustrada y europeizada. Fue en el siglo XIX, y no en la época
colonial anterior, cuando se produjeron: la más decisiva expansión del idioma español
en América (Andrés Bello); y el control sobre los indígenas que habitaban territorios
que el Imperio español sólo nominalmente pretendía poseer (como el sur de Argentina).
Esa élite, en las grandes naciones sudamericanas, también intentó llevar a cabo la
industrialización, atrayendo para ello las inversiones de capitales procedentes de
Europa, sobre todo de Inglaterra, verdadera potencia neocolonial durante todo el siglo
XIX. El protagonismo exterior perpetuó la dependencia económica y la inclusión de la
región en la división internacional del trabajo como productora de materias primas y
mercado importador de productos manufacturados. Lo limitado del progreso económico
no impidió la importación de los problemas de la era industrial, creando también en
Latinoamérica una cuestión social que en su caso se agudizaba por la multietnicidad
latinoamericana (europea, indígena y africana).
En la segunda mitad del siglo XIX, la literatura latinoamericana se ciñó a los
experimentos derivados del realismo europeo, y a inicios del XX, a los de las
vanguardias. La reivindicación indigenista llegaría más adelante, asociándose con la
izquierda política. El movimiento intelectual dominante fue el positivismo, la corriente
filosófica con influencia más trascendente en la región tras la escolástica hispana
colonial, y que en términos políticos fue más decisiva que el propio liberalismo
(Melchor Ocampo, Faustino Sarmiento, etc.).42

Juan Manuel de Rosas, principal dirigente de la Confederación Argentina (18351852).

Diego Portales, hombre fuerte de Chile (entre 1830 y 1837), que prefirió no
ocupar el cargo presidencial.

Benito Juárez, presidente de México, de tendencia radical (1867-1872).

Porfirio Díaz, presidente de México, ejemplo de las dictaduras de orden y
progreso (1884-1911).
Expansión de Rusia
Alejandro I de Rusia, tras la derrota de Napoleón, procuró evitar toda posible nueva
revolución en Europa, mientras que en su propio territorio tuvo que hacer frente a la
Revuelta Decembrista (1825), fácilmente reprimida. Tanto él como Nicolás I de Rusia
(apodado el gendarme de Europa) se esforzaron en asentar la autocracia zarista y evitar
que la modernización económica de Rusia trajera consigo cambios sociales o políticos.
Alejandro II de Rusia, por el contrario, emprendió una serie de reformas liberalizadoras,
como la emancipación de los siervos (1861). Su política reformista, similar a los
planteamientos del despotismo ilustrado del XVIII, no fue aceptada por los partidarios
de transformaciones radicales (nihilismo), que optaron por la violencia mediante varios
intentos de magnicidio, hasta el definitivo en 1881.
El Imperio ruso se convirtió en la potencia territorial dominante de Eurasia,
expandiendo su frontera sur desde el Danubio y el Cáucaso hasta el Asia Central, la
Frontera del Noroeste de la India Británica y los confines del Imperio de China;
mientras que por el Pacífico norte llegaba hasta Alaska. La gran extensión de Siberia
fue objeto de una discontinua colonización. A finales del siglo XIX se conectaron sus
aislados núcleos con el trazado del ferrocarril transiberiano entre Moscú y Vladivostok
(puerto en el Pacífico fundado en 1860).
La búsqueda de salidas a mares libres de hielos (su gran debilidad geoestratégica)
caracterizó la política rusa de toda la época, y lo siguió haciendo tras la Revolución
soviética de 1917. En lo concerniente a los Balcanes, estos intereses territoriales se
expresaron ideológicamente en el paneslavismo, con el que patrocinó los movimientos
independentistas frente al Imperio otomano, un punto de fricción determinante para la
estabilidad europea que se denominó Cuestión de Oriente.
La "era victoriana" británica
La sociedad británica pasó de la era georgiana, que cubre el siglo XVIII y el primer
tercio del XIX, a la era victoriana (el reinado de excepcional duración de Victoria I,
1837-1901, seguido sin solución de continuidad por la era eduardiana de su hijo, el
eterno príncipe de Gales, Eduardo IV, 1901-1910). Convertida por su protagonismo en
la revolución industrial en taller del mundo, la supremacía naval hacía del Reino Unido
el gendarme de los mares. Su dominio imperial era justificado con una ideología
paternalista (abolición de la esclavitud, libertad de actividades para los misioneros,
extensión del progreso y el conocimiento científico a través de la exploración geográfica
y los beneficios del libre comercio, etc.). La extraordinaria red de correos permitió que
durante su viaje en el Beagle (1831-1836), el joven naturalista Charles Darwin pudiera
mantener un contacto regular bidireccional con sus familiares y profesores.
El parlamentarismo británico demostró la flexibilidad suficiente para acoger paulatinas
ampliaciones del cuerpo electoral al tiempo que mantenía características tradicionales,
como la aristocrática Cámara de los Lores y la desigualdad de representación territorial
(ciudades industriales sin diputado frente a rotten boroughs -"burgos podridos",
circunscripciones de muy pocos votantes-). El sistema mayoritario implicaba el turno en
el poder de primeros ministros tory (conservadores, como Disraeli, que representaban
los intereses de la gentry o clase terrateniente) y whig (liberales, como Gladstone, que
representaban los intereses comerciales y financieros de la City); aunque lo
verdaderamente característico del sistema político británico fue que en vez de
polarizarse, ambos partidos convergían en lo esencial, correspondiendo muchas veces a
los conservadores realizar las reformas de mayor calado. No obstante, la recepción de
las demandas sociales fue muy desigual: el movimiento cartista sólo consiguió
parcialmente y con el tiempo ver atendidas algunas de sus reivindicaciones laborales y
políticas; mientras que el movimiento autonomista irlandés vio constantemente
rechazadas sus pretensiones de autogobierno, e incluso las desesperadas peticiones de
ayuda durante el hambre de Irlanda (1845-1849) se veían ignoradas en nombre de la
libertad económica, lo que condujo a la convicción de que sólo el independentismo
radical conseguiría resultados.
La "Era del Capital" y la "Era del Imperio" (18481914)
Los imperios coloniales hacia 1898.
Lenin definió al imperialismo como fase superior de desarrollo del capitalismo (1905);
y John A. Hobson (1902) estudió su relación con el crecimiento demográfico y el
descenso de la tasa de beneficio en los países europeos, fenómeno para el que la
emigración y los imperios coloniales servía como válvula de escape para reducir
tensiones sociales, cuyo estallido de otro modo hubiera sido difícilmente evitable.43 La
segunda mitad del siglo XIX fue sin duda la Era del Capital,44 no sólo por eso, sino por
la aparición de El Capital de Carlos Marx (1867, completado póstumamente en 1885 y
1894). Las tensiones, no obstante, no dejaron de acumularse por más que las opiniones
públicas de finales del siglo XIX, optimistas y despreocupadas, confiaran en el progreso
indefinido (al tiempo que mostraban la proclividad de la naciente sociedad de masas a la
manipulación de sus más bajas pasiones y su violencia latente -resentimiento social,
lucha de clases, ultranacionalismo, antisemitismo, revanchismo, chauvinismo,
jingoísmo-). Tras el engañoso periodo de paz entre las grandes potencias que se
prolongó entre 1871 y 1914 (denominado Belle Époque), la inviabilidad de la
continuidad de las estructuras quedó violentamente puesta de manifiesto por el estallido
de la Primera Guerra Mundial y sus trascendentales consecuencias.
Cuestión de Oriente, levantamientos nacionalistas y Sistema Bismarck
En la segunda mitad del siglo, la Cuestión de Oriente, las unificaciones italiana y
alemana y la competencia por los repartos coloniales fueron los principales motivos de
conflicto internacional, que encontraron su cauce en una nueva red de alianzas y
congresos conocida como sistema Bismarck.
El complejo problema internacional de los Balcanes se remontaba a la década de 1820
con la independencia griega, que se sustanció gracias al apoyo de las potencias
occidentales. A partir de entonces, la delicada situación en que quedó el Imperio
otomano frente a las multiétnicas poblaciones locales fomentó los expansionismos
rivales ruso y austríaco. En su búsqueda del mantenimiento del statu quo (que resultaría
gravemente alterado sobre todo en el caso de que Rusia consiguiera abrirse paso hasta el
Mediterráneo), Inglaterra se identificó con los intereses turcos, organizando una
coalición internacional en su apoyo en la Guerra de Crimea (1853-1863). La situación
no se estabilizó, y se repitieron periódicamente los conflictos: Guerra Ruso-Turca
(1877-1878) y Guerras de los Balcanes (1912-1913); y las mediaciones internacionales
(Congreso de Berlín de 1878, que recondujo el Tratado de San Stefano, muy favorable a
Rusia).
Los movimientos nacionalistas se generalizaron por toda Europa Central y Oriental, en
algunos casos a partir de las organizaciones surgidas en la emigración a América, de
donde surgirán sus cuadros dirigentes.45
Tras de la derrota austriaca en la Guerra Austro-Prusiana (1867), los húngaros, que
previamente se habían sublevado en 1848, se encontraron en situación de exigir al
Emperador el denominado Compromiso Austrohúngaro por el que se constituyó una
dúplice monarquía conocida como Imperio austrohúngaro, encauzado como expresión
de la tradicional visión multinacional de los Habsburgo.

Los Balcanes en 1899. En verde los territorios aún pertenecientes al Imperio
Turco.

Distribución étnica del territorio europeo del Imperio Turco hacia 1876.

Territorios sucesivamente incorporados al Reino de Italia. En rosa, el reino de
Piamonte-Cerdeña, fue el núcleo a partir del cual se incorporan los territorios
austríacos (en marrón) de Lombardía (1859) y Véneto (1866), el reino de
Nápoles (1860, en verde), los territorios de Italia central (1860, varios colores) y
por último, los Estados Pontificios en torno a Roma (1870).

El Imperio Alemán unificado de 1871. En azul, el reino de Prusia, ya había
incorporado los ducados daneses de Schleswig-Holstein (1864-66). Los distintos
reinos, especialmente el el sur (reino de Baviera) mantuvieron su personalidad.
Los departamentos franceses anexionados formaron el Territorio imperial de
Alsacia y Lorena.
Unificaciones de Alemania e Italia
Artículos principales: Unificación alemana y Unificación italiana
Previamente, en 1864, se había iniciado una serie de guerras, cuidadosamente diseñadas
desde la cancillería prusiana por Otto von Bismarck, que impuso su visión de una
pequeña Alemania frente a la posibilidad alternativa: una gran Alemania que incluyera a
su rival, la monarquía austriaca. La fuerte personalidad del canciller de hierro era
expresión de los intereses sociales de la clase terrateniente prusiana (junkers),
comprometida con el peculiar desarrollo industrializador y la unidad de mercado que se
venían desarrollando desde la Zollverein (unión aduanera de 1834) y la extensión de los
ferrocarriles. Con la victoria de la coalición de estados alemanes en la Guerra FrancoPrusiana (1871) se llegó a la proclamación del Segundo Reich con el rey de Prusia
Guillermo I como káiser.
En 1859 se había iniciado un diseño unificador similar para Italia desde el Reino de
Piamonte-Cerdeña, en el que destacaron las iniciativas del Conde de Cavour y el
decisivo apoyo francés frente a Austria. Las románticas campañas de Garibaldi
plantearon una dimensión popular que fue neutralizada por las élites dirigentes
(burguesía industrial y financiera del norte y aristocracia terrateniente del sur). Para
1864 sólo quedaba la ciudad de Roma, último reducto de los Estados Pontificios cuya
continuidad quedaba garantizada por el compromiso personal de Napoleón III de
Francia. La caída de éste en 1871 permitió la anexión final, convirtiendo al Papa Pío IX
en el prisionero del Vaticano. El papado, que había condenado al liberalismo como
pecado,46 mantuvo esa incómoda situación con el Reino de Italia y la Casa de Saboya
(considerada la más liberal de las casas reinantes en Europa) hasta el Tratado de Letrán,
negociado con la Italia fascista de Mussolini en 1929.

Francisco José, heredó el imperio de los Habsburgo en el momento crítico de la
revolución de 1848. Su entidad multinacional le hacía el principal obstáculo
tanto para la unificación alemana como para la italiana. Logradas ambas, la
vocación de la dúplice monarquía (austrohúngara) fue el control de la zona
danubiana y los balcanes, frente a la descomposición del Imperio Turco y el
expansionismo del ruso.

Giuseppe Garibaldi y los camisas rojas simbolizaron el sentimiento popular que
llevó a la unificación italiana, aunque su tendencia política radical fue
reconducida en beneficio de la burguesía industrial del norte y la monarquía de
los Saboya.

Richard Wagner representa estilísticamente el paso del romanticismo al
nacionalismo musical, y un proceso ideológico y vital similar. Su tetralogía de
óperas El anillo del nibelungo (1848-1878) recrea la mitología nórdica en
beneficio de la construcción de la identidad nacional alemana. El mecenazgo del
excéntrico rey Luis II de Baviera construyó para gloria suya el Teatro de la
Ópera de Bayreuth. Todas las ciudades importantes del mundo civilizado
construyeron edificios más o menos costosos, incluso en sitios tan alejados de
Europa como Manaos o Iquitos (durante la fiebre del caucho, como se reflejó en
la película Fitzcarraldo).

Giuseppe Verdi cumplió un papel semejante en Italia. Alguna pieza de sus
óperas como el Coro de los esclavos (Va, pensiero de Nabucco, 1842) se
extendió popularmente como himno revolucionario. De hecho, vitorear su
propio nombre (¡Viva V.E.R.D.I.!) se utilizaba clandestinamente como acrónimo
de Vittorio Emmanuele Rege di Italia.
Caricatura de Cecil Rhodes, uno de los principales colonialistas ingleses, como
moderno coloso de Rodas, que al tiempo que asienta firmemente sus botas sobre África,
ejerce de portador de la civilización en forma de hilo telegráfico y ferrocarril entre El
Cabo y El Cairo, el sueño del "imperio continuo" (1892).
En una caricatura de finales del siglo XIX, la tarta de China empieza a repartirse entre la
reina Victoria de Inglaterra, el Kaiser Guillermo II de Alemania y el zar Alejandro II de
Rusia, contemplados por el Emperador Meiji y Marianne (personificación de la
República Francesa).
El reparto colonial
La Revolución industrial permitió a las naciones europeas un salto de gigante en el arte
de la guerra. El antiguo barco a vela fue superado por las naves impulsadas por carbón
primero, y por petróleo después. A comienzos del siglo XIX los barcos a vapor eran una
curiosidad; apenas medio siglo después se botaba al mar el primer acorazado (1856). El
barco de hierro e impulsado por carbón se transformó en símbolo del nuevo
imperialismo, hasta el punto que la política europea de imponerse por la vía directa del
ultimátum militar pasó a ser motejada como la diplomacia de las cañoneras. Los
progresos de la guerra en tierra no fueron menores (ametralladora, pólvora sin humo,
fusil de retrocarga). El sistema de reclutamiento del Antiguo Régimen fue sustituido por
el servicio militar obligatorio, inspirado por el más puro sentido democrático de que
todos los habitantes de la República deben contribuir a su defensa, lo que permitió a las
naciones europeas poner en pie de guerra a ejércitos de literalmente millones de
hombres, por primera vez.
El sistema internacional impulsaba a la creación de imperios. En los siglos XVI y XVII,
a diferencia de la colonización de América, y la presencia en África y el Pacífico
(limitada a bases costeras), la intervención europea en el continente asiático se había
visto obstaculizada por grandes potencias que les impedían el paso (Imperio otomano,
Gran Mogol de la India, Imperio chino o Japonés). En el siglo XVIII, varios de ellos
manifestaban una franca declinación, y las potencias europeas más audaces se
aprovecharon para obtener ventaja de ello. La penetración paulatina en la India
sustituyó a los poderes locales con gobernantes de facto, manteniendo el Raj Mogol una
autoridad puramente nominal, hasta su derrocamiento definitivo en 1857.
A estos vacíos geoestratégicos que las potencias coloniales se apresuraban a llenar fuera
de Europa, se correspondía en el continente la gestión de un delicado equilibrio de
poderes, que después del Congreso de Viena procuraba evitar la posibilidad de
reconstruir la hegemonía de ninguna potencia con capacidad de abatir a todas sus
rivales. Los nuevos territorios de ultramar significaban el acceso a nuevas fuentes de
materias primas demandadas por el proceso industrializador.
Beneficiados por los resultados de la Guerra de los Siete Años (1756-1763), que
expulsó a Francia de la India y Canadá, los británicos pudieron reponerse de la pérdida
de los Estados Unidos y mantener la delantera en la carrera por un imperio mundial. A
finales del siglo XIX, el Imperio Británico se extendía por aproximadamente una cuarta
parte de todas las tierras emergidas, incluyendo numerosas zonas de África, la India,
Australia, y una fuerte influencia en China. Francia le había seguido de cerca; tras la
colonización de Argelia (1830) comenzó la de Indochina. Los Países Bajos asentaron su
dominio sobre Indonesia. España perdió su imperio americano, conservando sólo Cuba
y Filipinas (perdidas ante los Estados Unidos en 1898), y sólo consuió acceder a una
pequeña porción del reparto de África (Guinea Ecuatorial, el Sahara español y el
Marruecos español). Italia y Alemania, unificadas tardíamente, no alcanzaron a generar
grandes imperios coloniales, debiendo conformarse con el dominio de algunas islas en
la Polinesia y algunos territorios africanos (Libia y Somalia los italianos; Camerún y
Tanganika los alemanes).
África era un continente casi inexplorado, y la labor de colonización fue precedida por
acuciosas empresas de exploración; a finales del siglo XIX sólo subsistían Liberia,
Orange, Transvaal y Abisinia como naciones independientes, cada una por razones
diversas. El gran beneficiado del reparto africano fue Leopoldo de Bélgica, que
basándose en una reputación filantrópica (que en la práctica suponía las más atroces
técnicas de explotación) consiguió hacerse con un imperio de grandes dimensiones en el
Congo que legó al pueblo belga. Francia e Inglaterra compitieron por un imperio
continuo (de costa a costa) por el que chocaron en el incidente de Fachoda (Sudán,
1898), correspondiendo a los ingleses la posibilidad de construirlo tras la derrota
alemana en la Primera Guerra Mundial.
En la India hubo un masivo levantamiento popular contra la presencia británica (1857
rebelión de los cipayos), que llevó a la disolución de la Compañía de las Indias
Orientales y a su anexión directa a la Corona como Raj o Imperio de la India. Los
intentos de penetración en Afganistán, en medio del gran juego contra los rusos por el
dominio de lo que se definió como área pivote de Eurasia no fueron efectivos. En China
la Guerra del Opio significó la sumisión colonial efectiva del Celeste Imperio,
debilitado internamente (en buena medida, por el propio consumo del opio cuyo intento
de prohibición causó la guerra, en nombre del libre comercio). En 1853 una escuadra
estadounidense comandada por el comodoro Matthew Perry llegó hasta la bahía de
Yedo y arrancó al Shogunato Tokugawa un tratado por el cual los japoneses se vieron
forzados a abrirse al comercio internacional. En su caso, en vez de condenarles al
colonialismo, significó un revulsivo nacionalista que condujo a la Era Meiji y la
modernización.
Hacia finales del siglo XIX, el mundo entero era regido desde Europa o Estados Unidos.
En 1885, el Tratado de Berlín repartía el mundo entre las potencias europeas sin que los
repartidos tuvieran voz ni voto.
El racismo era una postura intelectual ampliamente defendida. Se llegó a afirmar que la
conquista del mundo habitado era la "sagrada misión del hombre blanco",47 de llevar la
civilización a los salvajes. Para el europeo del siglo XIX era natural pensar que las
demás razas, eran por naturaleza inferiores. Irónicamente, el darwinismo vino a
proporcionar nuevos argumentos para esta postura, ya que algunos consideraron muy
seriamente que el hombre blanco era la cumbre de la evolución humana. El epítome de
esta ideología fue la creencia en la superioridad intrínseca de la "raza nórdica", que
terminará teniendo crudas consecuencias en el siglo siguiente.
Uno de los primeros daguerrotipos (1839).
Charles Darwin caricaturizado como un mono (1871), en una de las muchas burlas a su
teoría de la evolución.
Positivismo y "Eterno Progreso"
Artículos principales: Positivismo y Progreso
Desde mediados del siglo XIX, la vida intelectual basculó nuevamente, desde la postura
idealista propia del romanticismo, a una objetivista y vinculada al desarrollo científico.
El éxito de las potencias imperialistas europeas al extenderse sobre el planeta llevó a la
convicción de que la cultura europea era el epítome de la civilización. La ciencia y la
tecnología estaban alcanzando un nivel de desarrollo y retroalimentación que
posteriormente se ha definido como la interdependencia de ciencia, tecnología y
sociedad. Se depositaba una inmensa fe en la ciencia. Se pensaba que el progreso de la
humanidad era imparable, y que con tiempo, la ciencia resolvería todos los problemas
económicos y sociales. A este dogma filosófico se le llamó positivismo (Auguste
Comte, Curso de filosofía positiva, 1830-1842).
La confianza en el paradigma newtoniano se veía respondida con el descubrimiento del
planeta Neptuno (1846) o la elegancia predictiva de la tabla periódica de los elementos
(Dmitri Mendeléyev, 1869). Si la termodinámica debía más a la máquina de vapor que
al revés,48 ya no se podía decir lo mismo para el convertidor Bessemer, la fotografía, el
motor de explosión o las diversas aplicaciones de la electricidad. Si la vacuna de la
viruela fue la afortunada aplicación de una antigua tradición rural, las vacunas de Louis
Pasteur (ántrax, 1881, rabia, 1885) eran fruto de una microbiología consciente. Georges
Cuvier, James Clerk Maxwell o Lord Kelvin, como muchos otros grandes científicos,
fueron tan admirados públicamente como lo habían sido los artistas del Renacimiento.
El testamento de Alfred Nobel (1896), fruto confesado de su mala conciencia por una
vida dedicada a los explosivos (inventó la dinamita) respondió de un modo preciso a ese
espíritu con la institución de los Premios Nobel, que aún siguen siendo el referente
mundial de la excelencia científica.
En 1859, después de más de dos décadas de reflexión que sólo se atrevió a interrumpir
ante el estímulo de ser adelantado por Wallace, Charles Darwin publicó El origen de las
especies. Aunque las ideas evolucionistas ya estaban presentes en el debate científico
(Linneo, Buffon, Lamarck), la idea de selección natural como mecanismo fue la clave
de su potencia explicativa. El terremoto intelectual que generó aún no ha dejado de
producir consecuencias (nada tiene sentido en biología si no es a la luz de la
evolución).49 El llamado darwinismo social, que utilizaba una lectura sesgada del
evolucionismo, veía en conceptos tales como la lucha por la vida y la supervivencia del
más fuerte la justificación de prejuicios disfrazados de teorías científico-sociales
(Herbert Spencer).
Las primeras novelas de Julio Verne, utilizando el trasfondo del relato de aventuras, son
una glorificación de la ciencia y la técnica (Viaje al centro de la Tierra, Veinte mil
leguas de viaje submarino, De la Tierra a la Luna). El Verne más tardío escribió relatos
mucho más sombríos, poniendo énfasis en los peligros de la ciencia incontrolada (Los
quinientos millones de la Begún, La misión Barsac), al tiempo que su contemporáneo
Herbert George Wells hacía algo similar (La guerra de los mundos, El hombre invisible,
La isla del Doctor Moureau o La máquina del tiempo). También en el reverso del
optimismo, el realismo literario y sobre todo el naturalismo reaccionaron contra los
excesos sentimentales del romanticismo tardío construyendo una literatura
pretendidamente científica y objetiva, que estudiaba los problemas sociales de la época
(Émile Zola y su denuncia de las injusticias de la industrialización: Naná, Germinal,
etc.).
La bolsa del algodón en Nueva Orleans, Edgar Degas, 1873. Ante una muestra de una
de las materias primas clave de la Revolución industrial, comerciantes ataviados con las
levitas, chisteras o bombines propios de la moda burgesa de mediados del XIX (pocas
generaciones antes, sólo las clases bajas, los sans-culottes de la Revolución francesa,
vestirían pantalones, se dejarían barba y no llevarían peluca). Examinan el género,
consultan informaciones en prensa y dialogan para establecer transacciones y fijar los
precios según la oferta y la demanda del mercado libre; funciones propias de una bolsa,
la institución económica clave del capitalismo industrial y financiero.
Laboratorio de Menlo Park, organizado por Thomas Alva Edison con un criterio tanto
científico-tecnológico como capitalista.
El asentamiento de la revolución burguesa
Capitalismo industrial y financiero. Segunda revolución industrial
La política de librecambismo reemplazó, al menos en parte, al proteccionismo de la
época mercantilista, aunque los intercambios del comercio internacional estaban sobre
todo presididos por el llamado pacto colonial que reservaba las colonias como mercado
cautivo de sus respectivas metrópolis. Aun así, las barreras para el comercio y la
inversión a escala planetaria eran sustancialmente menores que en cualquier época
anterior. Los empresarios exitosos ya no estaban limitados por el mercado nacional a la
hora de invertir y buscar ganancias.
La industrialización y el desarrollo de nuevas técnicas entró en el último tercio del siglo
XIX en una segunda fase de la revolución industrial que abrió nuevos mercados para
recursos que hasta entonces carecían de toda utilidad, como el petróleo y el caucho. En
determinados casos, la extraordinaria demanda generó verdaderas fiebres (fiebre del
salitre en el norte de Chile, tras la Guerra del Pacífico, fiebre del caucho en la
Amazonia brasileña y peruana). El mundo entero se convirtió así en un enorme y vasto
mercado global, creándose así por primera vez una red de comercio internacional de
escala literalmente mundial, no sólo por su alcance geográfico, sino también por la
interconexión entre los distintos productos que se comerciaban a lo largo y ancho del
planeta, sirviendo unos como materias primas a otros y alargando las cadenas de
producción, haciéndolas más intrincadas e interdependientes.
Las figuras jurídicas de las empresas se sofisticaron, permitiéndose la disolución de la
responsabilidad individual del empresario en responsabilidad limitada a su aportación
de capital (en el Reino Unido desde 1855, en Francia desde 1863), permitiendo la
acumulación de numerosos capitales privados en sociedades anónimas que se
constituyeron en grandes corporaciones industriales, mercantiles, ferroviarias, navieras,
financieras, etc. que superaban la capacidad de cualquier fortuna familiar, incluso la
fabulosa acumulada por la más rica (los Rotschild). La concentración de empresas
adquirió formas sofisticadas (cártel, trust, holding) que alejaba cada vez más la
propiedad de la gestión (confiada a ejecutivos responsables ante los miembros de los
consejos de administración) y de la producción directa.
Las potencias industriales de Europa Occidental empezaron a experimentar la
competencia de un espacio de industrialización más tardía, pero mucho más acelerada:
Alemania (unificada económicamente desde el Zollverein de 1834 y políticamente
desde 1870). Un comportamiento similar tuvieron Japón (desde la revolución Meiji,
1866) y los Estados Unidos (desde la victoria del norte en la guerra de Secesión, 1865).
Europa meridional y oriental tuvieron una industrialización más lenta y localizada en
focos aislados (Lombardía en Italia, País Vasco y Cataluña en España, Bohemia en el
Imperio Austro-húngaro y varios núcleos en la inmensa Rusia).
La ideología individualista y los límites al poder político configuraron a los Estados
Unidos, en continua expansión territorial y demográfica, como el lugar más idóneo para
el desarrollo del capitalismo industrial y financiero, a pesar de su mayor recelo a la
constitución de las figuras jurídicas desarrolladas en Europa. A pesar de ello, las
grandes fortunas surgidas en la industria petrolífera y el acero (David Rockefeller y
Andrew Carnegie) lograron constituir verdaderos monopolios. Otros poderosos grupos
empresariales surgieron en el sector terciario: el imperio periodístico de William
Randolph Hearst o los primeros estudios de Hollywood. La necesidad de innovación
científico tecnológica demandaba la superación de los inventos como una inspiración o
genialidad individualista: Thomas Alva Edison fue pionero en la idea de reunir a un
grupo de científicos, ingenieros y trabajadores especializados en un verdadero taller de
invenciones en el que importaba el proyecto de investigación común, no la figura del
inventor. El temor a que los monopolios destruyeran el ideal de libre empresa
(empresarios privados de iniciativa individual en el marco de un mecado libre) era
ampliamente compartido. La idea de concentración de poder económico era tan
amenazadora como la de concentración de poder político, y el monopolio se asociaba a
la tiranía. Se dictaron leyes antimonopolios, e incluso Rockefeller fue llevado a juicio.
Su firma, la Standard Oil Company (Esso), fue condenada a disgregarse en 1911. Sin
embargo, estas acciones no impidieron que en el paso de los siglos XIX al XX se
concentrara el capital en manos de un selecto club de multimillonarios, y que se crearan
las modernas transnacionales.
La mano de obra de los sectores punteros ya no podía ser el indiferenciado proletariado
desprovisto de cualificación profesional de los sectores maduros (que siguieron siendo
mayoritarios hasta mucho más adelante). Henry Ford tenía que pagar a los obreros de su
cadena de montaje unos salarios muy superiores a los del resto de la industria;
argumentaba que era la mejor manera de convertirlos en clientes que pudieran comprar
un automóvil, el bien de consumo típico de la segunda revolución industrial (el
prototipo de Benz apareció en 1886 y el Ford T comenzó a producirse en 1908 -hasta
1927, más de 15 millones de unidades-).
La aplicación de la electricidad a todos los aspectos de la vida cotidiana, desde el
teléfono a la iluminación, cambió incluso la forma y tamaño de las ciudades. Dos
nuevas formas de desplazamiento: el ascensor en vertical y el tranvía eléctrico en
horizontal (ambas debidas en parte a Frank Julian Sprague, 1887 y 1892), permitieron a
las viviendas alejarse de los lugares de trabajo, a los edificios elevarse en alturas
insospechadas (los negocios y las viviendas de los ricos ya no se limitaban al primer
piso y los áticos, antes reservados a los pobres, pasaron a ser los más cotizados) y a los
barrios diversificarse socialmente. Chicago fue la primera ciudad en experimentar el
nuevo modelo, gracias a su reconstrucción tras el incendio de 1871. El Metro de
Londres se electrificó desde 1890, y a partir de entonces se extendió ese modelo de
movilidad urbana por las mayores ciudades del mundo. La forma del suministro del
fluido eléctrico desató una guerra de las corrientes entre Westinghouse (Nikola Tesla)
y General Electric (Edison), uno de cuyos episodios más morbosos fue el patrocinio de
la silla eléctrica (1890) por Edison para demostrar los peligros de la corriente alterna
generada por su competidor.
La cuestión social y el movimiento obrero
Socialismo y anarquismo
Artículo principal: Movimiento obrero
El cuarto estado (Giuseppe Pellizza da Volpedo, 1901). La percepción del papel de las
masas populares como agente histórico se hizo evidente para los observadores
contemporáneos y para la historiografía desde la Revolución francesa (Jules Michelet),
pero quien le dio máxima importancia fue la definición del concepto marxista de clase
obrera. En la actualidad se suele considerar que el paradigma del materialismo histórico
ha dejado de ser el dominante (como lo fue en el ambiente universitario en las décadas
centrales del siglo XX, hasta años después del mayo francés de 1968); habiendo
recibido críticas desde posturas de derecha, así como su revisión desde la propia
izquierda. Autores ingleses como E. P. Thompson reivindican un menor mecanicismo
para el estudio de la formación de la clase obrera y el concepto de conciencia de clase,
utilizando las mismas sofisticaciones teóricas que tiene la antropología cultural con las
sociedades primitivas.50
La grave crisis social encontró respuesta a nivel doctrinal en ideologías alternativas al
liberalismo.
Un grupo de estas respuestas fueron las identificables con el término anarquismo (del
griego, "sin jefes"). Los anarquistas predicaron que las reglas coactivas en sí eran
nefastas, y que debían ser abolidas por completo, en particular el Estado, que se
sostendría por la coacción y así logra imponer una economía monopólica burguesa, para
derivar a una sociedad en donde los seres humanos se regularan a sí mismos por la vía
de contratos enteramente privados. Se dividió en varias vertientes, básicamente las
"evolucionarias" y las "revolucionarias". Una de ellas, de índole pacifista, encarnada
entre otros por León Tolstoi, sostenía que debía llegarse a esa sociedad anarquista por
medios no violentos, e intentaba crear comunidades ejemplares de este modelo de
sociedad. Otra vertiente, preconizada por Mikhail Bakunin o Piotr Kropotkin, sostuvo
que los gobiernos debían ser derribados por la fuerza, haciendo de los métodos
insurreccionales un método de lucha contra la opresión de los gobiernos, teniendo
mayor implantación en la Europa meridional y oriental (destacadamente en España y en
Rusia) en la segunda mitad del siglo XIX y primera mitad del XX. La utilización de la
violencia por individuos o pequeños grupos terroristas que se justificaban en la retórica
de la acción directa y la propaganda por el hecho dio lugar a numerosos magnicidios y
atentados contra patronos, y sirvió a su vez para justificar la durísima respuesta
represiva contra todo tipo de organizaciones obreras (violentas o no) por parte de los
estados. La corriente mayoritaria del movimiento anarquista se centró en la estrategia
sindical (anarcosindicalismo).
Otras fueron las distintas modalidades del socialismo. A comienzos del siglo XIX, una
serie de pensadores o activistas políticos imaginaron utopías sociales para la
redistribución de los bienes o diferentes prácticas de producción comunitaria para evitar
la diferenciación social (Robert Owen, Fourier, Louis Blanc, Blanqui, Proudhon, etc.).
Karl Marx los calificó despectivamente de socialistas utópicos, por sostener que sus
modelos no eran sostenibles en la realidad, en contraposición a sus propias ideas, a las
que calificó de socialismo científico. Marx también despreciaba la función intelectual
del filósofo (los filósofos han interpretado el mundo de diferentes maneras, pero de lo
que se trata es de transformarlo),51 y buscó el compromiso social con las
organizaciones del movimiento obrero, con el que se identificó. Su famoso lema
¡Trabajadores del mundo, uníos!, dentro del Manifiesto comunista que redactó junto a
Engels, se publicó en Londres el mismo día que estallaba la Revolución de 1848 en
París.
A pesar del fracaso inicial del movimiento, continuó con las actividades de formación
de la Primera Internacional (1864) en colaboración con Bakunin, del cual finalmente
terminaría por separarse por sus profundas discrepancias ideológicas y políticas.
Intelectualmente trabajó de forma continuada en su obra clave, El capital, de la que
publicó una primera parte y dejó la segunda inacabada. El marxismo, desde un análisis
intelectual crítico de la economía política del liberalismo clásico e inspirado
filosóficamente en el idealismo alemán (dialéctica de Friedrich Hegel), y socialmente en
la crítica social de los utópicos y en la práctica de lucha del movimiento obrero; llegaba
a una concepción de la historia (materialismo histórico) que incluía un diseño
estratégico de acción y un ambicioso plan de futuro (simplificado en las vulgarizaciones
difundidas por propagandistas como Paul Lafargue y sistematizado posteriormente en el
materialismo dialéctico soviético): Comenzaría con la toma de conciencia por parte del
proletariado (conciencia de clase) de que únicamente él mismo podía ser el protagonista
de su propia emancipación, y que ésta sólo podía provenir de la lucha de clases contra
los propietarios de los medios de producción (los dueños del capital o capitalistas: la
burguesía). Un determinismo histórico conduciría inevitablemente a la intensificación
de las contradicciones inherentes al capitalismo, de modo que los trabajadores se
impondrían mediante una revolución proletaria que les daría el poder. Ese poder
político, junto con el poder económico que les daría la expropiación de los medios de
producción, serían usados para transformar la sociedad mediante la dictadura del
proletariado, fase previa a la abolición completa del Estado y la construcción de una
sociedad comunista, sin clases sociales, en la que surgiría un hombre nuevo.
Tras la renovación de la Internacional en 1889 (Segunda Internacional), las ideas
marxistas fueron adaptadas por numerosos actores políticos desde dos planteamientos
opuestos: los revolucionarios (Rosa Luxemburgo en Alemania, Lenin y los
bolcheviques en Rusia, posteriormente denominados comunistas), que planteaban la
necesidad de ir hacia la revolución proletaria mediante una estrategia insurreccional
diseñada por una minoría dirigente (el partido) que actuaría como vanguardia
revolucionaria; y los revisionistas (Eduard Bernstein) que entendían que la participación
política, sin una perspectiva inmediata de revolución proletaria, podía conducir a la
mejora de las condiciones sociales en beneficio de la clase trabajadora. En Alemania,
como respuesta al régimen de Otto von Bismarck, surgió la socialdemocracia alemana
que se encauzó dentro de las vías parlamentariass. En Inglaterra, desde similares
planteamientos moderados, la Sociedad Fabiana y los sindicatos (Trade Unions)
conformarían el laborismo.

Proudhon y sus hijos, por Courbet (1865). Era de los considerados socialistas
utópicos por los posteriores, autodenominados científicos. Sin embargo la
observación científica frente a las ensoñaciones románticas fue uno de los
postulados de Proudhon.

Karl Marx

Mikhail Bakunin

William Morris, artista e intelectual, sin vincularse ideológica ni orgánicamente
a marxismo ni anarquismo, se aproxima al movimiento obrero como muchos
otros reformistas sociales.
Cuestión social y leyes sociales
Dibujo satírico de Punch (1891) contra la jornada de ocho horas, reivindicación clásica
del movimiento obrero que dio origen a la celebración reivindicativa del Día
internacional de los trabajadores en el primero de mayo. El personaje enmascarado y
con hacha es el nuevo sindicalismo, que presenta una versión socialmente igualitarista
del antiguo lecho de Procusto: todos los trabajadores deberán ajustarse a él, alargándose
o acortándose aunque no les convenga.
La cuestión social, es decir, la conciencia de la grave situación de las clases bajas, y su
percepción como amenaza por parte de las clases medias y altas, se había convertido en
un tópico. Los escasos medios paliativos de la caridad tradicional, del paternalismo de
muchos empresarios y de las llamadas a la justicia social por parte de instituciones
religiosas o de otro tipo de asociaciones humanitarias, no parecían suficientes dada la
magnitud de las masas degradadas a la condición de lumpen. Incluso desde las
posiciones políticas burguesas (conservadoras, reformistas o liberales) se planteaba la
necesidad de leyes (el derecho laboral) que protegieran a los trabajadores de las
consecuencias más graves del pauperismo y la degradación social, a pesar de que tal
cosa fuera incompatible con el concepto de estado mínimo liberal o con el respeto a la
literalidad de las propuestas de la economía clásica. Desde fechas tan tempranas como
1830, aunque de forma esporádica e inorgánica, se fueron prohibiendo o limitando el
trabajo infantil y el trabajo femenino; y mucho más adelante se fueron estableciendo
diferentes tipos de controles sanitarios o de seguridad laboral e inspección de trabajo.
Con la misma lógica, se establecieron descansos en domingos y festivos, jornadas
máximas,52 salarios mínimos y todo tipo de seguros sociales: de invalidez, de
enfermedad, de vejez y de desempleo; así como políticas de contenido social como la
escolarización obligatoria. En muchos países se fue permitiendo que la actividad
sindical, cuya prohibición era un requisito de la libre contratación necesaria para el
mercado libre, fuera convirtiéndose en legal (derecho de asociación, derecho de huelga),
del mismo modo que se levantaron las prohibiciones a las asociaciones empresariales.
En cualquier caso, tanto unas como otras habían tenido acogida en otras instituciones
(montepíos, clubes de todo tipo, cámaras de comercio, etc.).
El primer cuerpo orgánico de leyes protectoras de los trabajadores se implantó en
Alemania entre 1870 y 1880 por iniciativa de Otto von Bismarck, quien a pesar de su
origen social en la aristocracia prusiana y sus apoyos entre la burguesía capitalista,
entendió la necesidad de combatir políticamente a los socialistas privándoles de sus
principales causas de queja y conseguir la estabilidad social y la cohesión nacional del
nuevo estado unificado, que como todos los europeos y americanos, fue implantando el
sufragio universal. Un estado que reconoce al más pobre la misma capacidad de
decisión política que al más rico, por su propia seguridad se ve obligado a procurar que
también pueda ejercer su libertad en mínimas condiciones de dignidad humana. Es el
denominado estado social, precedente del estado de bienestar y pieza necesaria de la
sociedad de consumo de masas.
Un grupo de trabajadores en una fotografía rotulada: Mediodía ante la cantina, leyendo
The Hog Island News (Filadelfia, Estados Unidos, 1918).
La sociedad de masas
El siglo XIX, como producto de la industrialización, vio el surgimiento de la moderna
sociedad de masas, como oposición a la vieja división entre una reducida élite
aristocrática y la gran masa del bajo pueblo. Esto ocurrió porque los costos de
producción de las mercancías bajaron, quedando la producción a disposición de nuevos
actores sociales, la clase media, con nuevos medios económicos provenientes de las
profesiones liberales, y que por ende pudieron ascender socialmente. Nuevos inventos,
como el envasado de comida en latas (desarrollado inicialmente para el ejército
napoleónico), permitieron que las nuevas clases sociales accedieran a nuevas fuentes de
alimentación.
A esto contribuyó la implantación, a lo largo del siglo XIX, del sistema de educación
primaria obligatoria, que tendió a reducir drásticamente las tasas de analfabetismo en
Europa (si bien no a erradicarlo). La mayor cantidad de público lector incentivó el
desarrollo de la prensa escrita, incluyendo fenómenos tales como la prensa amarilla. Los
modernos métodos de impresión, por su parte, permitieron aumentar la producción de
libros. A inicios del siglo XIX, el libro de poemas El corsario de Lord Byron se
transformó en el primer libro en la historia con un tiraje inicial superior a los 10.000
ejemplares. También se desarrolló una nueva forma de literatura popular, el folletín,
híbrido entre la prensa escrita y la antigua novela, que se publicaba por entregas en los
diarios. A través del folletín fueron dadas a conocer obras como Los misterios de París
de Eugène Sue, Los tres mosqueteros y El Conde de Montecristo de Alejandro Dumas,
Los miserables de Víctor Hugo o David Copperfield y Oliver Twist de Charles Dickens.
A finales del siglo, por iniciativa del mencionado Víctor Hugo, surgieron los primeros
convenios internacionales sobre derecho de autor.
Todos estos nuevos sucesos, por supuesto, abarcaban tan solo a la sociedad europea, y
en medida más reducida a la de América. En el resto del mundo, sometido al dominio
colonial europeo, las nuevas condiciones de vida alcanzaban tan solo a la clase social
europea, mientras que los nativos proseguían viviendo el magro estilo de vida que
habían heredado desde antaño.
Véase también: Sociedad preindustrial
La reina Victoria en su Jubileo (1887, foto coloreada).
Moral victoriana, tradiciones inventadas y comunidades imaginadas
La característica más notoria de las costumbres sociales de la época fue el puritanismo
moral, cuyo símbolo máximo se encarnó en la Reina Victoria (según Lytton Strachey,
ese rasgo sólo se acentuó después del fallecimiento de su esposo, el príncipe Alberto de
Sajonia-Coburgo, en 186153 ), caracterizado por una exacerbación de los principios
morales, y en la represión sistemática de las pasiones, en particular las de orden sexual.
Cualquier desviación de conducta se calificaba como libertinaje, cuya presencia social
era también notoria: es el caso de Oscar Wilde, que pagó su desafío literario y personal
a las convenciones sociales con una condena a presidio. La pureza moral como ideal
social ocultaba una evidente hipocresía o doble moral, denunciada por el propio
Strachey (Victorianos eminentes) y por el fundador del psicoanálisis, el austríaco
Sigmund Freud, que interpretó las enfermedades mentales y neurosis como derivadas de
la represión sexual. La figura real de Jack el destripador muestra hasta qué punto la
sordidez del mundo de la prostitución en callejuelas portuarias no era ajena a los
personajes de la alta sociedad londinense. En el mundo de la ficción, la misma realidad
dual es genialmente representada con El retrato de Dorian Gray (Oscar Wilde, 1890),
El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde (R. L. Stevenson, 1886) o Drácula (Bram
Stoker, 1897).
En Francia, teóricamente de costumbres mucho más relajadas, Gustave Flaubert y
Charles Baudelaire tuvieron que enfrentarse a procesos judiciales contra Madame
Bovary y Las flores del mal (ambas de 1857). La aparente alegría de vivir y el ambiente
de vodevil en el París libertino de Naná (Émile Zola, 1889) no dejaba de presentar
también un lado oscuro que empujaba a la búsqueda de Los paraísos artificiales
(Charles Baudelaire, 1860) por parte de Los poetas malditos.(Paul Verlaine, 1888).
Paradójicamente, las tradiciones en nombre de cuyos valores se ejercía la censura moral
o política, y se construían las identidades nacionales de todos los países, eran en buena
medida inventadas, y las mismas comunidades, imaginadas. Tal condición no les
restaba eficacia, sino todo lo contrario, exigía una gran energía social y la aplicación de
mecanismos ideológicos de todo tipo, como los grandes programas monumentales que
inmortalizaban en piedra y bronce las glorias nacionales y los ejemplos de vida
virtuosa.54
Firma de la ley de emancipación de los esclavos por Abraham Lincoln durante la Guerra
Civil Estadounidense (cuadro de Francis Bicknell Carpenter, 1864).
A pesar de la abolición, la situación de los negros, sobre todo en los estados del Sur, no
fue de igualdad, tanto por las prácticas sociales como por la promulgación de leyes
segregacionistas. Fotograma de la película El nacimiento de una nación (D. W. Griffith,
1915), donde "los malos" son los negros y los abolicionistas, y "los buenos" son las
damas y los caballeros del sur, que para defenderse de una infame opresión yanqui
forman el Ku Klux Klan.
Abolición de la esclavitud
Artículo principal: Abolicionismo
A inicios del siglo XIX, la esclavitud era una institución en retroceso en el mundo
occidental, como corolario lógico del principio ilustrado y revolucionario de la igualdad
ante la ley de todos los seres humanos sin excepción. Siguiendo la iniciativa de
Inglaterra (1807-1834), motivada por su interés de convertirse en guardián de los
océanos, muchas naciones se incorporaron a la campaña para abolir la esclavitud, a
través de la prohibición del tráfico de esclavos, el paso intermedio denominado libertad
de vientre (los hijos de esclava nacerían ya libres, con lo que la esclavitud se extinguiría
con el paso de los años), o la abolición total.
La resistencia más espectacular contra el movimiento abolicionista se produjo en los
Estados Unidos, cuyos estados sureños estaban dominados por una clase dirigente
sustentada en la agricultura esclavista de plantación orientada a la exportación del
algodón; mientras que los estados del norte habían iniciado la industrialización. Aunque
puede discutirse si el abolicionismo fue la causa fundamental de la guerra o un mero
pretexto, lo cierto es que la bandera abolicionista fue enarbolada por el Norte durante la
Guerra Civil de los Estados Unidos (1861-1865), y rechazada por los estados del Sur.
Después de esta guerra, la esclavitud fue abolida, aunque la discriminación racial
persistió, mediante una segregación en la práctica institucional y la vida cotidiana que
no comenzó a superarse decisivamente hasta el movimiento por los derechos civiles de
los años cincuenta y sesenta. Como situación de desigualdad social, sigue presente
incluso con el primer presidente negro Obama, elegido en 2008.
España fue el último de los países avanzados en abolir la esclavitud, parte fundamental
de la estructura económica y social de sus colonias de Cuba y Puerto Rico, sometidas a
un proceso independentista en el último tercio del siglo XIX. La ley Moret o de vientres
libres es de 1870, y la supresión definitiva de la esclavitud se produjo en 1886.
En Rusia, donde no había esclavos, existía la institución de la servidumbre, que fue
abolida por la Reforma Emancipadora de 1861 (zar Alejandro II), no sin problemas y
resistencias.
La emancipación de la mujer
Una mujer fabricando munición durante la Primera Guerra Mundial.
Artículo principal: Emancipación femenina
Los cambios demográficos y las necesidades productivas reservaban a la mujer de la
sociedad industrial un papel social mucho más activo que en la sociedad preindustrial.
No obstante, durante el siglo XIX, persistió su función tradicional relegada al mundo de
la casa y la intimidad de la familia, y limitándose su visibilidad pública a ser moneda de
cambio en alianzas matrimoniales o vehículo del lujo de los maridos ricos; mientras que
las mujeres de clase baja sólo accedían a trabajos de menor consideración que los de los
varones, y su sumisión conyugal era aún más degradante. La posibilidad de una vida
adulta femenina fuera del matrimonio seguía reservándose casi exclusivamente a
monjas y prostitutas.
Ya a finales del siglo XVIII hubo mujeres que propugnaban la emancipación femenina,
como la escritora inglesa Mary Wollstonecraft, o la revolucionaria francesa Olimpia de
Gougues (propuso una Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana
como complemento a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano).
Pero fueron casos aislados y marginales, incluso intensamente combatidos: la hija de la
Mary Wollstonecraft, Mary Shelley (autora de Frankenstein) tuvo que escapar de
Inglaterra para poder vivir su romance con Percy Shelley. Las mujeres que quisieron
publicar (George Sand, hermanas Brontë, Fernán Caballero) tuvieron que esconder su
condición femenina bajo pseudónimos masculinos; al igual que las primeras
universitarias, que tuvieron que travestirse.
A finales del siglo XIX, surgió un intenso movimiento social a favor de la equiparación
de derechos entre hombres y mujeres, que encontró su bandera en la conquista del
derecho a voto (sufragismo). A partir de 1902 se admitió el derecho a voto femenino en
Nueva Zelanda, y luego en otras naciones, sobre todo tras la Primera Guerra Mundial,
cuando el movimiento de emancipación femenina cobró verdadera fuerza, al haberse
evidenciado su papel clave en el mantenimiento del esfuerzo bélico sustituyendo la
mano de obra masculina. No obstante, la defensa de los derechos de la mujer, o su
planteamiento literario, por intelectuales progresistas como Bertrand Russell, Bernard
Shaw o August Strindberg seguía siendo ácidamente criticada desde la postura social
mayoritaria (incluso entre la mayoría de las mujeres). La época en que hombres y
mujeres pudieran relacionarse en pie de igualdad comenzaba a vislumbrarse sólo entre
muy reducidas minorías intelectuales (Virginia Woolf y el Círculo de Bloomsbury).
Véase también: Feminismo
Descristianización y renovación del cristianismo
Notas de Dovstoievski para el capítulo 5 de Los hermanos Karamazov, donde aparece
su famosa frase: Si Dios no existe, todo está permitido.
Gott ist tot (Dios ha muerto).
Frase original de Hegel, fue popularizada por Friedrich Nietzsche en Así hablaba Zaratustra,
1883.
En el siglo XVIII, la Iglesia Católica había combatido fuertemente a la Ilustración,
censurando la Enciclopedia, la totalidad de la obra de Voltaire y otras que se incluyeron
en el Index Librorum Prohibitorum (índice de libros prohibidos). La relación con la
Revolución francesa fue aún más violenta. En el siglo XIX, el catolicismo se significó
como fuerza conservadora (ultramontana), condenando el liberalismo, el racionalismo y
otras doctrinas y usos del mundo contemporáneo, del que mostraba distante,
proponiéndose como su alternativa mediante el mantenimiento de la tradición. Se
definieron como dogma de fe las doctrinas de la infalibilidad del Papa (Concilio
Vaticano I, 1869) y la Inmaculada Concepción (1854). La opción por la fe y los
milagros quedó manifiesta con el apoyo vaticano a las apariciones de la Virgen de
Lourdes (1858, aprobadas en 1862).
Los nuevos descubrimientos científicos que parecían contradecir a las Sagradas
Escrituras, como la teoría darwinista (El origen de las especies, 1859; El origen del
hombre, 1871), tuvieron gran repercusión, y en este caso fueron mucho más combatidos
en el ámbito religioso anglicano y protestante que en el católico; donde no hubo
pronunciamiento oficial alguno, e incluso en algunos casos permitió explorar las
perspectivas que abrían, aunque no sin problemas (caso del jesuita Teilhard de Chardin).
Otro caso de ambigua relación entre ciencia y fe fue la polémica sobre la generación
espontánea, paradigma biológico de lo que científicos católicos como Pasteur
consideraban como ciencia orientada a la justificación del agnosticismo y cuestionaron
con éxito.55
En los países católicos del sur de Europa, la desamortización (1836, en España) privó
del poder económico a la Iglesia. El movimiento nacionalista italiano finalmente
consiguió que los Estados Pontificios desaparecieran para formar parte de una Italia
unificada (1870). En Alemania, el Papa estimuló el duro enfrentamiento de los católicos
del sur (organizados políticamente en el Zentrum) contra la Kulturkampf dirigida por el
prusiano Otto von Bismarck. En Francia, la polarización de la opinión pública en los
temas de la separación Iglesia-Estado (ley de 1905) y el antisemitismo del Caso Dreyfus
(1894-1906) llevó a una parte considerable de grupos católicos a convertirse en fuerzas
de extrema derecha (Action française).
Movimientos religiosos disidentes, muchos de ellos vehículos del activismo social o de
la identificación grupal, (metodismo, cuáqueros, mormones, etc.) se extendieron por la
cristiandad protestante, cuya unidad nunca había sido monolítica, pero cuyas
confesiones mayoritarias se habían institucionalizado como iglesias nacionales
identificadas con el poder político y las clases dominantes (episcopalianismo).
En la cristiandad ortodoxa, especialmente en Rusia, también sometida a las dudas de fe
de los intelectuales (Dostoyevski) y a la difusión entre el pueblo del anticlericalismo del
movimiento obrero, los movimientos místicos y milenaristas de antiguo origen (viejos
creyentes, jlystý) mantenían su capacidad de movilización popular frente a la
mayoritaria Iglesia oficial controlada por el zar, y en alguna ocasión produjeron
fenómenos de gran repercusión (Rasputín).
Aunque el siglo XIX marcó uno de los momentos más débiles del papado, la causa de la
religión católica estaba muy lejos de haber sido derrotada, y lo mismo puede decirse de
las distintas confesiones protestantes, que también se enfrentaban a los desafíos del
materialismo dominante en la sociedad industrial. Más allá de una minoría intelectual de
entre los profesionales liberales o de los obreros con conciencia de clase, la gran
mayoría de la sociedad, desde las clases dirigentes hasta las clases bajas, pasando por
las clases medias, estaban muy lejos de considerarse ateas. Un ingrediente clave de la
moral victoriana fue su sustrato religioso, imprescindible para la cohesión social,
extremo del que era consciente el propio Marx, autor de la expresión opio del pueblo
con la que motejaba a la religión. Incluso se ha argumentado que la religión, como
fuerza conservadora, cumplía un papel que vital en la resistencia a la gran
transformación que supuso la embestida del mercado contra las instituciones
tradicionales.56 No sólo las tradicionales instituciones de caridad, sino la organización
del sindicalismo católico y la doctrina social de la Iglesia (Rerum novarum, 1891) se
presentaron como una alternativa tanto al capitalismo liberal como al movimiento
obrero revolucionario.
Incluso la expansión imperialista europea se justificaba como una manera de llevar la
civilización a los salvajes, prolongación de la empresa evangelizadora y similar al
utilizado por los justos títulos del dominio español en América. Tal argumento se
empleaba en sentido contrario desde la resistencia al envío de reclutas a Marruecos
durante la Semana Trágica de Barcelona, que degeneró en quema de iglesias por el
fuerte carácter anticlerical del movimiento (1909):
Contra el envío a la guerra de ciudadanos útiles a la producción y, en general, indiferentes al
triunfo de la cruz sobre la media luna, cuando se podrían formar regimientos de curas y de
frailes que, además de estar interesados en el éxito de la religión católica, no tienen familia, ni
hogar, ni son de utilidad alguna al país.57
La paz armada
Napoleón III, derrotado tras la batalla de Sedán, se entrevista con Otto von Bismarck
(1870).
El fin de la Guerra Franco-Prusiana en 1871, inició una realineación de las fuerzas
políticas en Europa. Inglaterra y Francia, enemigos desde la época napoleónica y rivales
en la carrera colonial, habían unido fuerzas, en particular desde el final de la Guerra de
Crimea en 1856, para sostener al Imperio otomano e impedir la salida de Rusia al Mar
Mediterráneo. Para contrarrestar esto y evitar el revanchismo francés, Otto von
Bismarck, el Canciller de Alemania, tendió lazos con el Imperio austrohúngaro, al que
había derrotado en 1866. Cuando Italia se incluyó en el sistema en 1881, nació la
llamada Triple Alianza. Bismarck consiguió que el juego de alianzas basadas en la
diplomacia secreta, junto con la frecuente convocatoria de congresos internacionales y
todo tipo de contactos, imposibilitara un acercamiento de las potencias occidentales a
Rusia, con el riesgo para Alemania de una guerra en dos frentes. Este denominado
sistema Bismark se rompió a finales de siglo, tras perder el canciller la confianza del
nuevo emperador, Guillermo II, partidario de acciones más enérgicas en política
exterior, incluso a riesgo de provocar el recelo de Inglaterra, cuya superioridad naval
comenzó a desafiar. La Triple Entente entre Francia, Inglaterra y Rusia se estableció
desde 1904 (Entente Cordiale) y 1907 (Entente Anglo-Ruso, tras llegar a un acuerdo de
áreas de influencia en Asia Central). Así se habían configurado en lo esencial los dos
bloques que en pocos años se enfrentarían en la Primera Guerra Mundial.
Los imperios coloniales habían alcanzado su máxima expansión a falta de nuevas tierras
por conquistar. Cualquier intento por imponerse a las potencias rivales pasaba por
aplastarlas en una guerra total. Entre 1871 y 1914, con la excepción de las guerras de los
Balcanes, Europa vivió en una paz conocida como la paz armada. Una veloz carrera
armamentista no sólo incrementó los efectivos humanos movilizados y en la reserva, el
número y tonelaje de los barcos de guerra o los arsenales de armas y equipamientos
tradicionales, sino que desarrolló nuevas aplicaciones tecnológicas (ametralladora,
alambre de espino, gases tóxicos), que hicieron a la próxima guerra bien diferente, y
mucho más demoledora, que las guerras de tipo napoleónico a las que los generales
europeos estaban acostumbrados a jugar en sus cuartos de estrategia. La Gran Guerra
de 1914 a 1918 acabó definitivamente, no sólo con el sistema Bismark, sino con el
equilibrio europeo proveniente del Congreso de Viena y con todas las demás
pervivencias parciales del Antiguo Régimen.
(...) sucedió que al cúmulo de guerras de la séptima década del siglo XIX siguió, como a la
guerra general de 1792-1815, media centuria de paz también general sólo interrumpida por
algunas guerras locales de carácter semicolonial: la guerra rusoturca de 1877-8, la
hispanonorteamericana de 1898; la sudafricana de 1899-1902; la rusojaponesa de 1904-5. Estas
últimas guerras de fines del XIX y comienzos del XX no permitieron discernir mayormente la
tendencia general de la guerra en el mundo occidental de la época, porque cada una de ellas se
libró entre sólo dos beligerantes y ninguna en regiones próximas al centro del mundo occidental.
De ahí que la terrible transformación del carácter de la guerra llevada a cabo por la introducción
de la nueva fuerza propulsora del industrialismo y la democracia, tomase por sorpresa a nuestra
generación en 1914.
Arnold J. Toynbee, Estudio de la historia58
La "crisis de los treinta años" (1914-1945)
Tal denominación, debida al historiador Arno Mayer59 (parafraseando el título de un
estudio de E. H. Carr prácticamente contemporáneo a los hechos),60 se refiere a las tres
críticas décadas que incluyen las dos guerras mundiales y el convulso período de
entreguerras, con la descomposición de los Imperios Austrohúngaro, Turco y Ruso; la
agudización de las tensiones sociales que llevaron a revoluciones como la Mexicana, la
Rusa y la llamada Revolución Española simultánea a la Guerra Civil; la crisis del
sistema capitalista manifiesta desde el Jueves Negro de 1929; y el surgimiento de los
fascismos y sistemas políticos autoritarios; al tiempo que se desarrollan los primeros
Estados Sociales de Derecho, como la República de Weimar, prácticas de pacto social
como los Acuerdos Matignon, y se aplican las teorías económicas de John Maynard
Keynes (divergentes del liberalismo clásico) en los programas intervencionistas del
New Deal de Franklin Delano Roosevelt. La correspondiente crisis intelectual se hizo
manifiesta en los cambios revolucionarios de paradigmas científicos y en la revolución
estética de las vanguardias. Se extendió la conciencia de haber entrado en un mundo
radicalmente nuevo, en que el orden social tradicional se había subvertido para siempre,
y caracterizado por el protagonismo de las masas ante el que las élites buscaban nuevas
formas de control (concepto de Manufacturing consent del periodista Walter Lippmann
y Edward Bernays, sobrino de Freud, que aplicó las técnicas del psicoanálisis a la
publicidad y las relaciones públicas en la dinámica sociedad estadounidense; obras de
gran altura intelectual, como La decadencia de Occidente de Oswald Spengler o La
rebelión de las masas de José Ortega y Gasset).61
La Primera Guerra Mundial y sus consecuencias
Artículo principal: Primera Guerra Mundial
Puesto de ametralladora británico, con los soldados protegidos por máscaras de gas,
durante la batalla del Somme (julio de 1916). Las innovaciones técnicas y la llamada
guerra de trincheras fueron características del frente occidental europeo durante este
devastador conflicto.
El 28 de junio de 1914, un incidente internacional menor, el atentado de Sarajevo, dio
pretexto al Imperio austrohúngaro para presionar a Serbia mediante un ultimátum que
desencadenó la activación de una compleja red de pactos defensivos: Serbia lo tenía con
Rusia para el caso de una guerra contra Austria-Hungría, esta con Alemania para el caso
de una guerra contra Rusia, y esta a su vez con el Reino Unido y Francia para el caso de
una guerra con Alemania. En pocos días, las principales potencias estaban inmersas en
una guerra general que no se limitó a Europa, involucrando a los cinco continentes y
que se prolongó hasta 1918.
A pesar de lo autodestructivo que el episodio resultó para todos los agentes implicados,
la guerra, largamente preparada y en algunos casos deseada, fue ampliamente popular
en su inicio, no resultando difícil la movilización de enormes contingentes de soldados,
que acudían al frente en medio de un ambiente festivo. Incluso buena parte del
movimiento obrero, doctrinalmente pacifista e internacionalista, se fragmentó siguiendo
las fronteras nacionales, apoyando cada partido socialista local a su correspondiente
gobierno en el esfuerzo de guerra, y en muchos casos participando activamente en las
tareas que les fueron encomendadas bajo gobiernos de concentración. Sólo avanzado el
conflicto, ante la magnitud de la destrucción física y moral de generaciones enteras de
jóvenes (16 millones de muertos, a los que se añadieron los de la llamada gripe
española) y un impresionante número de mutilados, además de la desorientación vital,
social e intelectual a la que se enfrentaron los supervivientes marcados por tan penosa
experiencia, pasó a considerarse la Gran Guerra como la mayor catástrofe sufrida hasta
entonces por la humanidad.
El Imperio alemán se jugó la baza del Plan Schlieffen, que implicaba una maniobra de
tenazas que acorralara en el frente occidental a los franceses (como había ocurrido en la
batalla de Sedán de 1870), después de lo cual podrían volverse para repeler a los rusos
en el frente oriental. La invasión de la neutral Bélgica se cumplió con rapidez, pero la
penetración en territorio francés quedó frenada por la eficaz resistencia franco-británica
(el llamado milagro del Marne, septiembre de 1914). A pesar de que la artillería
alemana llegó a bombardear París (los Pariser Kanonen o Gran Berta) el frente quedó
estacionario en una desgastante guerra de trincheras cuya puntual intensificación careció
siempre de resultados decisivos (batalla de Verdún, diciembre de 1916).
Italia no se consideró obligada a responder a su vinculación a la Triple Alianza, y de
hecho un año más tarde declaró la guerra a los Imperios Centrales (denominación del
bando formado por Alemania, Austria-Hungría, Bulgaria y el Imperio Otomano) en la
confianza de obtener algún tipo de incorporación territorial en el frente italiano.
En el frente oriental, el inicial avance ruso fue espectacularmente replicado, en medio
de gravísimas dificultades internas que llevaron al estallido de la Revolución rusa de
1917. A pesar de que inicialmente no supusieron la salida de Rusia de la guerra (periodo
de Kerenski), se impuso como inevitable en el periodo siguiente (la petición de pan, paz
y todo el poder a los soviets era el lema bolchevique, y el propio Lenin había
conseguido entrar en Rusia gracias al apoyo alemán, que le permitió cruzar su territorio
en un vagón sellado).
La ventaja obtenida con la supresión del frente oriental no llegó a ser decisiva, porque
desde el mismo año 1917 Estados Unidos había entrado en el conflicto en apoyo de sus
aliados comerciales (Francia y sobre todo Inglaterra), con el argumento de responder a
la guerra submarina.62 Alemania no podía seguir con el esfuerzo bélico y, una vez roto
el frente occidental en Bélgica, decidió rendirse (11 de noviembre de 1918) antes de que
la guerra afectase a su propio territorio o triunfase una revolución similar a la soviética
(que de hecho se produjo en ese momento: la revolución espartaquista). AustriaHungría, cuya capacidad de resistencia era aún menor, quedó disuelta en entidades
nacionales independientes.
En otro escenario clave, la Gran Guerra supuso el hundimiento del Imperio otomano en
Próximo Oriente, consiguiendo los británicos la movilización del nacionalismo árabe
(Lawrence de Arabia), postura contradictoria con el apoyo simultáneo que se ofrecía a
los sionistas (Declaración Balfour), lo que planteará para un futuro uno de los puntos de
tensión internacional más importantes, sobre todo por su riqueza en petróleo.

Europa en 1914

Europa entre 1919 y 1929
Tratado de Versalles y fracaso de la Sociedad de Naciones
El Tratado de Versalles (1919) y los demás negociados en la Conferencia de Paz de
París tras el armisticio, no lo fueron en pie de igualdad, sino desde la evidente derrota de
los imperios centrales (Segundo Reich Alemán, Imperio austrohúngaro e Imperio
otomano), que de hecho habían desaparecido como tales entidades políticas. La
reducción al mínimo territorial de las nuevas repúblicas de Austria y Turquía
imposibilitaba que hicieran frente a la exigencia de responsabilidades (incluyendo
fuertes indemnizaciones) que caracterizaba la postura de los vencedores (especialmente
la de Francia), con lo que la atribución de la culpa y por tanto de las indemnnizaciones
recayó principalmente en Alemania, que había sobrevivido como estado, a pesar de la
pérdida de las colonias, el recorte territorial (pérdidas de Alsacia y Lorena y Polonia,
incluyendo el corredor de Danzig, que dejaba aislada Prusia oriental) y el estricto
desarme que se la exigía. La imposición fue percibida como un diktat (dictado), y sus
durísimas condiciones contribuyeron al caos económico y político de la recientemente
creada República de Weimar.
Se pretendía haber hecho la guerra que acabaría con las guerras, creando un nuevo
orden internacional basado en el principio de nacionalidad (identificación de nación y
estado), cuestión que debería resolverse con plebiscitos allí donde esa identidad fuera
cuestionable (lo que ocurría en la práctica totalidad de Europa, aunque sólo se aplicó en
pequeño número de casos fronterizos). Se pretendía que las nuevas naciones, al carecer
de ambiciones territoriales, renuncian a la guerra como método de resolución de
conflictos.63 La paz se garantizaría por el principio de seguridad colectiva, administrado
por un organismo internacional: la Sociedad de Naciones, cuya sede se fijó en Ginebra.
La exclusión de Alemania y la Unión Soviética, más el rechazo del Congreso de los
Estados Unidos a su inclusión, limitó de forma grave su eficacia. Incluso entre sus
propios miembros, la nula capacidad de hacer cumplir sus decisiones a los estados que
no lo hicieran voluntariamente (casos del Japón en Manchuria o de Italia en Abisinia)
demostró su práctica inoperancia en cuestiones graves, aunque en otros campos sí
desarrolló funciones más o menos importantes (Organización Internacional del Trabajo
y otras agencias).
La diplomacia bilateral y multilateral continuó siendo el principal ámbito de las
relaciones internacionales, aunque ciertamente se vio influenciada, sobre todo
inicialmente, por el nuevo clima de confianza. La proscripción de la diplomacia secreta
no tuvo en realidad cumplimento. El Tratado de Rapallo (1922), los Tratados de
Locarno (1925) y el Pacto Briand-Kellogg (1928) marcaron distintas conformaciones de
alianzas o declaraciones de buenas intenciones que no consiguieron disipar la
desconfianza entre las potencias, incrementada dramáticamente a partir de la crisis de
1929 que proyectó las tensiones internas de cada país al terreno internacional. Su
manifestación más grave fue el expansionismo y rearme alemán (Anschluss -anexión de
Austria, 1934-, crisis de Renania -1936-, crisis de los Sudetes -1938-). El fracaso de la
política de apaciguamiento (acuerdos de Múnich, 1938), más temerosa del peligro
comunista que del fascista (Eje Roma-Berlín, octubre de 1936) se repitió en el fracaso
de la política de no intervención con que se pretendía paliar los efectos de la Guerra
Civil Española (1936-1939). Los definitivos virajes hacia la guerra se hicieron
inevitables cuando, a los pocos meses de terminar aquélla, Hitler y Stalin sellaron el
Pacto Germano-Soviético (23 de agosto de 1939).64

Caricatura del primer ministro francés Georges Clemenceau (el Tigre) en las
trincheras. Fue el estadista aliado más partidario de un trato duro a Alemania en
el Tratado de Versalles.

Tres de los principales estadistas europeos de la fase más pacifista del periodo
de entreguerras: el alemán Gustav Stresemann, el británico Austen Chamberlain
y el francés Aristide Briand, reunidos en Locarno en octubre de 1925.

Haile Selassie, el negus de Etiopía, fue destronado por la invasión de la Italia
fascista, en lo que fue la última anexión colonialista europea en África y el
primer gran fracaso de la Sociedad de Naciones.
[editar] Surgimiento de los totalitarismos
Свобода для чего? Libertad ¿para qué?
Vladimir Ilich Ulianov, Lenin.65
Revolución rusa
Artículo principal: Revolución rusa de 1917
Discurso de Lenin, líder de la revolución bolchevique, soviética o comunista, la primera
experiencia en el mundo de dictadura del proletariado en aplicación de su interpretación
del marxismo (denominada marxismo-leninismo). Se convirtió en una figura cuasi-
divinizada (en un estado oficialmente ateo), su imagen convertida en icono, su nombre
dado a la ciudad de San Petersburgo (Leningrado) y su cadáver embalsamado expuesto
en un mausoleo en la Plaza Roja de Moscú, donde era objeto de una veneración ritual
permanente a cargo de multitudes que esperaban en una larga cola.
La revolución de febrero de 1917 derrocó al gobierno zarista, cuya gestión de la guerra
era catastrófica, y que había perdido el prestigio místico con que el Zar se presentaba
como padrecito del pueblo. Un conjunto de partidos burgueses y socialdemócratas
(mencheviques, eseritas, etc.) liderados por Kerenski pretendió construir un estado
democrático que mantuviera el esfuerzo bélico junto a los aliados occidentales
(Gobierno Provisional Ruso). La situación bélica, económica y social no hizo más que
empeorar en los siguientes meses. La rocambolesca llegada de Lenin inició la estrategia
insurreccional bolchevique que llegó al poder con la revolución de octubre (Asalto al
Palacio de Invierno, 25 de octubre según el calendario ortodoxo). El poder soviético
ignoraba la representación electoral y las libertades, despreciadas por burguesas en
beneficio de las asambleas de soldados y obreros que tomaban las fábricas y las
unidades militares.
El Tratado de Brest-Litovsk (3 de marzo de 1918) supuso el final de la guerra con
Alemania y la renuncia a una gran extensión de territorio (Polonia, Ucrania, Báltico),
pero no trajo la paz, puesto que continuaron las hostilidades, ahora como guerra civil
rusa entre el ejército rojo, liderado por Trotski y el ejército blanco, controlado por
oficiales zaristas y financiado tras el final de la guerra por las potencias vencedores. Al
mismo tiempo se fue implementando el programa social y económico del comunismo
de guerra, que suponía la colectivización de tierras y fábricas, que pasaron a ser
controladas por instituciones (cuyos nombres pasaron a convertirse en míticos para el
imaginario obrero de todo el mundo: soviet, koljós, sovjós, etc.) teóricamente
asamblearias pero fuertemente controladas desde la cúspide por el Partido (que pasará a
llamarse comunista, y el estado Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas). Al igual
que había ocurrido durante la fase más exaltada de la Revolución francesa, se
produjeron matanzas masivas (por ejecuciones o como consecuencia de las
deportaciones) y la salida al extranjero de un gran número de exiliados.
La victoria del ejército rojo consiguió incluso la recuperación de buena parte del
territorio cedido en Brest-Litovsk (guerra Polaco-Soviética, 1919-1921). Con el
asentamiento de las fronteras se inició una fase de moderación del proceso
revolucionario dirigida por el propio Lenin (Nueva Política Económica, NEP) en la que
se consintió la reconstrucción de empresas privadas y la recuperación de la figura del
campesino enriquecido (kulak).
Las luchas de poder entre Trotski y Stalin, partidario el primero de la extensión del
proceso revolucionario a otros países (revolución permanente) y el segundo de la
construcción del socialismo en un sólo país, comenzaron durante la agonía de Lenin
(1924) y terminaron cinco años después con la victoria de Stalin, que inició una época
de purgas con la eliminación de los trotskistas (XV congreso, 1929), en una
intensificación de la represión política que acabó con toda oposición o crítica a su poder
personal (Bujarin, oposición de derecha), originando un verdadero culto a la
personalidad dentro de un sistema totalitario: el estalinismo. La colectivización recibió
un impulso definitivo, sustituyendo la liberalización de la NEP por los planes
quinquenales a cargo de un GOSPLAN que centralizaba la totalidad del proceso
productivo sin intervención del mercado, decidiendo burocráticamente qué debía
producirse, dónde y por quién, y dónde y quién debía consumirlo. Se estimuló el trabajo
voluntario a través de la emulación (estajanovismo), aplazando cualquier reivindicación
de mejora de condiciones de vida o trabajo para los obreros en cuyo nombre se decía
estar construyendo la sociedad comunista, y relegando la producción de bienes de
consumo en beneficio de la industria pesada. La Tercera Internacional (Komintern o
internacional comunista, que se había creado en 1919) utilizó la disciplinada labor de
los partidos comunistas de todos los países del mundo en función de los intereses del
régimen soviético. Cualquier desviacionismo detectado, incluso el más inverosímil e
imaginario (desde el aburguesamiento a la traición), era advertido al propio afectado,
que se veía obligado a ejercer sobre sí mismo la autocrítica y a aceptar la sanción de la
justicia revolucionaria.
Fascismos
Artículo principal: Fascismo
Encuentro de Hitler y Mussolini, führer y duce (guías) de las dictaduras nazi y fascista,
que planteaban como una tercera vía contraria tanto al comunismo (la amenaza más
visible a la estructuras capitalistas) como a la democracia liberal, tildada de decadente.
Establecieron una alianza denominada Eje Roma-Berlín, en cuya órbita figuraron Japón,
España, Hungría, Rumanía y los países ocupados durante la Segunda Guerra Mundial.
El peculiar carisma de ambos líderes, llevado hasta el histrionismo, fascinaba a las
masas que les seguían; pero también fue objeto de parodias contemporáneas, entre las
que destacan, por su genialidad y lucidez, El gran dictador de Charles Chaplin (1940) y
To be or not to be de Ernst Lubitsch (1942).
En la mayor parte de los países, el desprestigio de la política liberal tradicional y el
miedo al comunismo hizo surgir movimientos políticos interclasistas y
ultranacionalistas, caracterizados por un liderazgo carismático y algún tipo de
parafernalia simbólica agresiva o paramilitar (entre los que destacaba el uso de camisas
de ciertos colores). Su evidente similitud y la profundidad de los rasgos comunes con el
fascismo italiano ha permitido a la historiografía calificarlos de fascistas, a pesar de la
diversidad de nombres y características locales. Únicamente en Alemania, Europa
meridional (Portugal, España, Grecia) y oriental (Rumanía, Hungría, Polonia, Báltico)
se establecieron endógenamente en los años veinte y treinta dictaduras que reciben
comúnmente la denominación de regímenes fascistas, o bien el calificativo de
totalitarios (si consiguieron acabar con todo tipo de discrepancia) o autoritarios (si
permitieron un mínimo grado de pluralismo en su propio seno). Durante los años de la
Segunda Guerra Mundial se establecieron incluso en Europa occidental gobiernos
colaboracionistas en los que la presencia de los fascistas locales o la implantación de
medidas políticas de tipo fascista era menos decisivo que el control militar alemán.
Artículo principal: Italia fascista
En Italia, frustrada en sus ambiciones irredentistas por el Tratado de Versalles, el
descontento fue encauzado por el movimiento de los camisas negras de Mussolini (un
antiguo socialista, que había evolucionado hacia un discurso antiliberal, anticomunista,
ultranacionalista, irracionalista y exaltador de la violencia) contra cualquier movimiento
prerrevolucionario o simplemente huelguístico o reivindicativo de los partidos y
sindicatos de izquierda. Con la marcha sobre Roma (1922) consiguió que el rey le diera
el gobierno fuera de las vías parlamentarias, e inició una dictadura de facto. Planteaba la
superación de las divisiones políticas con un partido único y la lucha de clases mediante
una política económica corporativista. Consiguió el reconocimiento mutuo con el Papa
en los Pactos de Letrán. La necesidad de expansión exterior le llevó a aventuras
coloniales en Etiopía y Albania, que le pusieron en dificultades en la Sociedad de
Naciones.
Artículos principales: Nazismo y Alemania nazi
Alemania, tras la revolución espartaquista, había experimentado la construcción de un
estado social de derecho con la República de Weimar, pero la inestabilidad económica y
social no permitió su consolidación. La radicalización de las posturas más extremistas,
enfrentadas violentamente, condujo a la temerosa y empobrecida clase media a optar
por la solución más opuesta a la revolución comunista.
Tras un frustrado golpe de estado (Putsch de Múnich, 1923) y su paso por la cárcel,
donde desarrolló su programa en Mein Kampf, Adolf Hitler consiguió llegar al poder
por vía electoral (1933), al tiempo que el partido nazi, inicialmente un partido
minoritario caracterizado por sus enfrentamientos en la lucha callejera contra grupos
izquierdistas, iba ocupando cada vez más espacios públicos y privados, restringiendo las
libertades y aniquilando toda oposición o manifestación de pluralismo (incluido el de
sus propias filas -noche de los cuchillos largos-). El objetivo de la propaganda nazi,
eficazmente utilizada por Goebbels (repite mil veces una mentira y acabará
convirtiéndose en verdad), se centró obsesivamente en responsabilizar a los judíos de
todos los males de la gente común, que acabó convenciéndose de pertenecer al grupo de
verdaderos alemanes, los de raza aria, cuyos intereses particulares debían supeditarse a
la grandeza de Alemania. Tal grandeza debía recuperarse con la expansión a través de
un espacio vital que incluía no sólo las dispersas zonas habitadas por gentes de habla
alemana, sino la Europa oriental habitada por los eslavos, presentados como otra raza
inferior.
La política de apaciguamiento que Francia e Inglaterra mantuvieron hasta los acuerdos
de Múnich permitieron a Hitler cumplir la parte inicial de su programa expansivo y
rearmar una Gran Alemania, convertida en el Tercer Reich.
Artículos principales: Guerra civil española y Franquismo
La Segunda República Española, un breve experimento de modernización a cargo de
una minoría de intelectuales que pretendían apoyarse en la amplia base del movimiento
obrero, terminó trágicamente en una guerra civil durante la que se produjo una
revolución social en la retaguardia republicana. El apoyo de la Unión Soviética al
gobierno republicano del Frente Popular y el de las potencias fascistas a los militares
sublevados contrastó con el mantenimiento de una política de no intervención por las
democracias occidentales. La victoria del bando sublevado estableció el régimen de
Franco (que incorporaba, además de los elementos similares al fascismo de Falange
Española, otros tradicionalistas, conservadores, militaristas y católicos -el
nacionalcatolicismo-). De cara al inmediato futuro de Europa, esta primera batalla de la
Segunda Guerra Mundial estimuló los planes de Hitler, en un contexto ya claramente
prebélico para todas las naciones.

El general Józef Piłsudski ejerció un poder dictatorial en la Polonia del periodo
de entreguerras, entre las amenazas soviética y alemana.

El general Francisco Franco mantuvo en España una de las más duraderas
dictaduras europeas, fascista en su origen (Guerra Civil 1936-1939), que
evolucionó hacia el nacionalcatolicismo, el pacto con los Estados Unidos (en
esta foto de 1959 aparece con el presidente Eisenhower, también general) y la
tecnocracia desarrollista, hasta su muerte en 1975.

El emperador japonés Hiro Hito empequeñecido físicamente por el general Mac
Arthur, ya despojado de su divinidad protocolaria tras la derrota de 1945. El
expansionismo militarista japonés no había tenido una identificación ideológica
con los fascismos europeos, sino más bien una relación estratégica por la
convergencia de intereses.
Crisis de 1929 y Estado del bienestar
Una multitud se aglomera ante la Bolsa de Nueva York el jueves negro, 23 de octubre
de 1929.
Como una reacción a los cambios económicos y políticos en torno a la Primera Guerra
Mundial, se sentaron las bases del estado del bienestar. Durante el siglo XIX, el
liberalismo económico había concebido al Estado como un mero garante del orden
público, sin legitimidad para intervenir en la actividad económica de la nación (estado
mínimo). Sin embargo, de manera progresiva, el Estado había tenido que intervenir en
la regulación de las condiciones de trabajo, a través de las leyes sociales, creando el
moderno Derecho del Trabajo, como una manera de responder a los apremiantes
problemas derivados del industrialismo y desactivar la bomba de tiempo que
representaban las aspiraciones del movimiento obrero.
Sin embargo, fue después de la Primera Guerra Mundial cuando se produjo el cambio
teórico fundamental. El economista John Maynard Keynes observó que la oferta
económica es reflejo de la demanda (no al revés, como planteaba clásicamente la ley de
Say), y por ende, la manera de levantar una economía deprimida (fase baja del ciclo
económico cuya misma existencia era discutida por los teóricos del libre mercado) era
subsidiando la demanda a través de una fuerte intervención estatal. Consciente de las
consecuencias negativas de las cláusulas económicas del Tratado de Versalles, había
predicho que los pagos a que se obligaba a Alemania, junto con el endeudamiento (tanto
de ésta como de las potencias vencedoras) con Estados Unidos, provocaría un desorden
financiero internacional con consecuencias funestas. No obstante, los años veinte fueron
los felices veinte, propicios a la especulación, la compra a crédito y el consumismo, al
menos en Estados Unidos (un pollo en cada cazuela y dos coches en cada garaje, era el
slogan electoral de Herbert Hoover), que sólo parecía deslucirse por la ley seca y el
gansterismo. La crisis de posguerra, fruto de la desmovilización, no tuvo consecuencias
muy graves en las economías, a excepción de la alemana, sometida a una terrible
hiperinflación. Los consejos de Keynes fueron desoidos, y no se acogieron por parte de
los gobiernos hasta después de que la Gran Depresión posterior al crack de 1929
(momento en que estalló la burbuja de especulación financiera) literalmente arrasó el
mercado de valores, y tras él el sistema productivo y el mercado laboral generando un
pavoroso paro masivo. El recurso generalizado al proteccionismo deprimió aún más el
comercio internacional y acentuó la depresión económica.
En la década de 1930, regímenes políticos muy diferentes entre sí emprendieron, como
salida a la Gran Depresión, políticas keynesianas, es decir, intervencionistas, de
estímulo de la demanda a través de las obras públicas, subsidios sociales y aumento
extraordinario del gasto público, con abundante recurso a la deuda pública. La llegada a
la presidencia estadounidense del demócrata Franklin Delano Roosevelt emprendió esas
medidas con la denominación de New Deal (Nuevo acuerdo o Nuevo reparto de cartas).
La economía dirigida del corporativismo fascista podía considerarse hasta cierto punto
similar, y concretamente el rearme alemán proporcionaba una solución tanto al ejército
de parados como a la industria pesada. La Unión Soviética de Stalin ya era una
economía planificada desde el Estado, y su sistema económico no capitalista, aislado del
circuito financiero, la hacía inmune a los efectos del Crack de 1929.
Empequeñecimiento de Europa y protagonismo de nuevos espacios: Asia y
América.
La adopción por parte del mundo extraeuropeo de ideas, tecnologías, sistemas políticos
y socioeconómicos originados en Europa, llevó a la paradoja de que la misma Europa se
vio reducida en tamaño e importancia en el concierto mundial. En adelante debió
conformarse con ser un actor más en un escenario geopolítico que se había hecho
mucho más vasto.
Attaturk, el 20 de septiembre de 1928, explica el nuevo alfabeto en una pizarra, bajo la
bandera turca.
Kemalismo en Turquía
El periodo final del Imperio Turco ya estaba gobernado por una élite occidentalizadora
(los Jóvenes Turcos). La disolución del imperio se fue diseñando en las conversaciones
diplomáticas de la Conferencia de París (1919) que culminaron en el tratado de Sèvres,
en medio de un escenario estratégico que amenazaba incluso con hacer inviable la
continuidad de ninguna nación turca, o reconocer otros estados que finalmente no se
consolidaron (Armenia Wilsoniana, intento de definición de una nación armenia tras los
traumáticos hechos que la diezmaron durante la Primera Guerra Mundial, de
denominación debatida -véase genocidio armenio-).
La reacción nacionalista liderada por Mustafá Kemal (denominado Atatürk o padre de
los turcos) expandió militarmente las fronteras del estado residual en que se había
convertido la nueva república de Turquía (Guerra de Independencia Turca). El
programa occidentalizador que impulsó desde ese momento incluyó la sustitución del
alfabeto árabe por el latino y la del traje tradicional por una moda homologable a la que
se veía en las calles de París o Londres. Su sistema político (el kemalismo), que nunca
dejó de ser autoritario, se construyó explícitamente a imitación de los europeos en un
eclecticismo que pretendía reunir elementos de tan distintas y opuestas procedencias
como la democracia liberal, el estado social y los totalitarismos fascista y soviético.
Ceremonia de creación del Taisei Yokusankai (1940), movimiento de encuadramiento
político y social de tipo totalitario y militarista, organizado desde el gobierno, que
presidió la vida japonesa hasta 1945.
De la revolución Meiji al militarismo japonés
La posibilidad de que una civilización ajena al cristianismo y étnicamente no europea se
desarrollara había sido demostrada por la historia contemporánea de Japón desde la
llamada Revolución Meiji. El Shogunato Tokugawa había sido derrocado en 1868, y a
partir de la Era Meiji los sucesivos emperadores impulsaron una profunda
occidentalización, que para 1905 había conseguido sobrepasar en eficacia al Imperio
ruso (guerra ruso-japonesa). En la Primera Guerra Mundial rentabilizaron su postura a
favor de la Triple Entente apoderándose de varias colonias alemanas en el Pacífico que
retuvieron después del conflicto. A pesar de la experimentación de mecanismos propios
del liberalismo democrático (durante la Era Taisho, 1912-1926), la vida política, social
y económica estaba dominada por el denominado militarismo japonés, con unas fuerzas
armadas construidas desde finales del siglo XIX bajo el modelo prusiano. El
expansionismo japonés se proyectó en China, no limitándose a las concesiones
puntuales que habían caracerizado la presencia occidental, sino mediante una presencia
militar masiva y conquistas territoriales, que desde Manchuria se extendieron al sur por
China oriental (guerras chino-japonesas, la primera en 1894-95 y la segunda desde
1937, ya en la Era Shōwa). La pretensión de desplazar a los blancos (ingleses,
franceses, holandeses y estadounidenses) como colonizadores de Asia se llegó a
desarrollar ideológicamente, en una pretensión que parecía sólidamente cimentada en un
crecimiento económico sólo limitado por la escasez de materias primas que
caracterizaba al suelo japonés. La necesidad de ese espacio vital (en terminología nazi)
empujó a Japón a la alianza con Alemania y le conduciría a la Segunda Guerra Mundial
en un escenario inédito en la historia bélica: la Guerra del Pacífico (1937-1945). La
responsabilidad en la política japonesa de un complejo entramado de intereses políticos,
industriales y militares, encabezado por el general Hideki Tōjō, diluyó la del propio
emperador Hiro Hito lo que permitió la continuidad de éste en el trono tras la ocupación
estadounidense (que le consideraba clave para el mantenimiento de la cohesión social
japonesa) hasta su muerte en 1989.
Campesinos chinos acarreando material para el ejército comunista en una fecha
indeterminada de los años treinta. La prolongada y penosísima Larga Marcha forjó una
peculiar vinculación entre las masas campesinas y los cuadros del Partido Comunista
Chino de Mao Zedong.
Revolución china
Artículo principal: República de China (1912-1949)
La Dinastía Qing fue derrocada en 1911 después de un largo período de guerras civiles
que significaron el fin de un Imperio milenario. Sun Yat-Sen emprendió un proceso de
modernización occidentalizadora de la República de China, que se vio imposibilitado
tanto por la intervención externa (principalmente la japonesa) como por fuertes
divisiones internas, con zonas enteras independizadas en la práctica y gobernadas por
señores de la guerra locales, y la cada vez mayor presencia comunista entre las masas
urbanas y campesinas. La guerra civil china duró de 1927 hasta 1950, incluyendo el
periodo de la Segunda Guerra Mundial y la mítica Larga Marcha protagonizada por el
líder comunista Mao Tsé Tung, que terminó proclamando la República Popular China
en 1949, mientras que el nacionalista Chiang Kai-shek resistía en Taiwan protegido por
la flota estadounidense.
Mahatma Gandhi, líder inspirador de la independencia de la India, fue víctima a su vez
de la terrible violencia que la caracterizó.
Violencia y no-violencia en India
El movimiento de independencia indio tenía precedentes anteriores, pero no fue hasta
después de la Primera Guerra Mundial, y bajo el liderazgo de Mahatma Gandhi y su
propuesta de resistencia no violenta (ahimsa), que los nacionalistas se hicieron cada vez
más fuertes. Tras la Masacre de Amritsar (1919) los británicos se vieron obligados a
iniciar un lento proceso de negociaciones, que culminaría en su independencia tras el
nuevo paréntesis de la Segunda Guerra Mundial.
[editar] El mundo anglosajón no europeo
Los dominios británicos de Canadá y Australia, cada vez más independientes de hecho,
incrementaron espectacularmente su economía y población.
Estados Unidos emergió como gran potencia mundial después de la Primera Guerra
Mundial. Sin embargo, cuando Woodrow Wilson remitió al Congreso la aprobación del
ingreso en la Sociedad de Naciones (una de sus propias ideas para la paz -catorce
puntos de Wilson-), fue ampliamente rechazada, prefiriendo la clase política
estadounidense la tradicional política de aislacionismo. No obstante, la íntima conexión
del capitalismo industrial, comercial y financiero estadounidense con el resto del mundo
hizo imposible el mantenimiento de esa postura en los años cuarenta.
[editar] América Latina. La revolución mexicana
Algunas naciones de América Latina, sobre todo las zonas con gran emigración europea
(Argentina o Brasil, y en menor medida Venezuela o Chile), también se convirtieron en
agentes internacionales activos a pesar de no intervenir en la Primera Guerra Mundial,
neutralidad que incluso las benefició, por el aumento de la demanda de materias primas
y todo tipo de productos durante el periodo bélico. México, en cambio, experimentó una
especial coyuntura histórica: su revolución.
Artículo principal: Revolución mexicana
En México, las fuertes tensiones entre una oligarquía positivista (Porfirio Díaz) y una
amplia base campesina desprotegida llevaron finalmente a la revolución mexicana
(1910 - 1920), en la que líderes campesinos como Emiliano Zapata y Pancho Villa se
rebelaron y pusieron en jaque al viejo orden. En medio de este proceso se promulgó la
Constitución de 1917, que fue pionera entre los documentos de su tipo en el mundo, por
incorporar en su articulado diversas garantías sociales para la población. De todos
modos, el restablecimiento de la paz social fue dificultoso, y la nueva institucionalidad
sólo puede considerarse establecida y consolidada bajo la Presidencia de Lázaro
Cárdenas (1934-1940).

Francisco Madero, presidente de 1910 a 1913, tras la revolución que derrocó a
Porfirio Díaz, fue asesinado en el siguiente golpe de estado, de signo
conservador, a cargo de Victoriano Huerta.

El presidente provisional Eulalio Gutiérrez entre Pancho Villa y Emiliano
Zapata, líderes militares de extracción revolucionaria y campesina, procedentes
del norte y sur del país respectivamente. Banquete tras la toma de ciudad de
México, diciembre de 1914.

Lázaro Cárdenas, presidente mexicano del PRI, con la revolución ya
"institucionalizada", en los años 1930s

Mural de José Clemente Orozco en Hospicio Cabañas (Guadalajara, México).
Junto con otros muralistas, como Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros,
desarrollaron una forma original de arte comprometido y de fácil acceso popular.
Bombarderos soviético y británico saludándose sobre Berlín, en un cartel
propagandístico. Tanto la aviación como la propaganda fueron masivamente utilizadas
en la Segunda Guerra Mundial, a una escala no igualada en ninguna otra contienda
anterior, y difícilmente comparable a las posteriores. La orientación de todas las fuerzas
productivas de cada nación hacia la denominada economía de guerra significó de hecho
el final de las consecuencias de la Gran Depresión y la consolidación del papel
keynesiano de los estados como agentes económicos decisivos. Los Estados Unidos
reconvirtieron temporalmente su gigantesca industria automovilística para la fabricación
de 300.000 aviones. El resto de los países fabricaron 480.000 más. Las extraordinarias
dimensiones relativas del esfuerzo productivo japonés, alemán o soviético fueron
comparativamente mayores incluso.66 La capacidad de llevar la guerra a la retaguardia
enemiga, junto con otras penosas condiciones, hicieron que la mayor parte de las
víctimas fueran civiles, y que la destrucción de equipamiento (estratégico o no) fuera
muy superior a la del material de uso propiamente militar. La escala de las operaciones
logísticas llegó a ser tan extraordinaria (desembarco de Normandía) que necesitó la
aplicación de las primeras computadoras, que también se destinaron a la criptografía.
Algunas innovaciones tecnológicas aplicadas durante el conflicto demostraron ser
decisivas, como el RADAR británico y el arma atómica estadounidense; aunque otras
no tuvieron oportunidad de desarrollarse en toda su capacidad, como el programa
alemán de misiles (V-1 y V-2).
Segunda Guerra Mundial
Artículo principal: Segunda Guerra Mundial
Garantizada la colaboración de Stalin por el Pacto Germano-Soviético, Hitler se decidió
(1 de septiembre de 1939) a la incorporación de una de sus reivindicaciones
expansionistas más delicadas: el pasillo de Danzig, que implicaba la invasión de la
mitad occidental de Polonia (la mitad oriental, junto con Estonia, Letonia y Lituania fue
ocupada por la Unión Soviética). Inglaterra y Francia declararon la guerra, que
esperaban como una repetición de la guerra de trincheras para la que habían tomado
toda clase de precauciones (Línea Maginot) que demostraron ser del todo inútiles. Las
maniobras espectaculares de la blitzkrieg (guerra relámpago) proporcionaron en pocos
meses a Alemania el control de Noruega, Dinamarca, Holanda, Bélgica y la propia
Francia, mientras el ejército británico escapaba in extremis desde las playas de
Dunkerque. Prácticamente todo el continente europeo estaba ocupado por el ejército
alemán o por sus aliados, entre los que destacaba la Italia fascista, cuya aportación
militar no fue muy significativa.
La batalla de Inglaterra, la primera completamente aérea de la historia, mantuvo durante
el periodo siguiente la presión sobre el nuevo gobierno de Winston Churchill, decidido
a la resistencia (sangre, sudor y lágrimas) y que finalmente venció, entre otras cosas
gracias a una innovación tecnológica (el RADAR) y al decisivo apoyo estadounidense,
que negoció en varias entrevistas con Roosevelt (Carta del Atlántico, 14 de agosto de
1941).
En 1941 la necesidad estratégica de ocupar los campos petrolíferos del Cáucaso llevaron
a la invasión alemana de la Unión Soviética (operación Barbarroja), inicialmente
exitosa, pero que se estancó en los sitios de Leningrado y Stalingrado. Al mismo
tiempo, los japoneses atacaron Pearl Harbor (7 de diciembre de 1941), provocando la
entrada de Estados Unidos en la guerra. En el norte de África, la batalla de El Alamein
(1942) frenó el avance alemán desde Libia hacia Egipto.
El periodo final de la guerra se caracterizó por las complejas operaciones necesarias
para los desembarcos aliados en Europa (Sicilia, septiembre de 1943, Anzio, enero de
1944, Normandía, junio de 1944) y el hundimiento del frente oriental en el que se
dieron las más masivas operaciones de tanques de la historia (Batalla de Projorovka,
julio de 1943), mientras en el frente occidental los alemanes experimentaban armas
tecnológicamente muy desarrolladas (V-1, V-2), y soportaban bombardeos destructivos
sobre sus ciudades a una escala nunca antes vista (Bombardeo de Dresde, febrero de
1945). En la Guerra del Pacífico los estadounidenses tuvieron que desalojar isla a isla a
los japoneses hasta los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto de
1945.
A diferencia de la Primera Guerra Mundial, la rendición (tanto la japonesa como la
alemana) se produjo por derrota total, sin que fuera posible ningún tipo de negociación.
Las conversaciones decisivas fueron las que plantearon la división de Europa en zonas
de influencia entre los aliados, y que se negociaron en sucesivas cumbres (Conferencia
de Teherán, 1 de diciembre de 1943, Conferencia de Yalta, febrero de 1945,
Conferencia de Potsdam, julio de 1945).
Revoluciones científicas y estéticas
La primera mitad del siglo XX vio también una serie de revoluciones científicas sin
precedentes, que marcaron un cambio de paradigma fundamental en el pensamiento
científico.
A principios de siglo se redescubrió el trabajo de Gregor Mendel sobre la herencia
genética, que en el tiempo de su publicación había pasado desapercibido; las
investigaciones bioquímicas posteriores llevaron al descubrimiento de la estructura y
función del ADN para el código genético en los años cincuenta. El descubrimiento de
los grupos sanguíneos posibilitó la generalización de la transfusión sanguínea y los
avances en cirugía que llevaron a la era de los trasplantes. Las investigaciones de
Ramón y Cajal abrieron el camino de las neurociencias; mientras que el descubrimiento
de la penicilina por Alexander Fleming (1928) y su dificultosa elaboración posterior (no
fue posible hasta los años cuarenta) llevaron al desarrollo de los primeros antibióticos.
La historia de la electricidad entró en un periodo decisivo para su implicación en todo
tipo de procesos productivos. Por su parte, la química orgánica y la producción de
plásticos significaron una revolución en los materiales disponibles.
Una serie de hallazgos, inicialmente controvertidos y expuestos a todo tipo de fraudes
(aceptación de la veracidad de las pinturas de Altamira, 1879-1902, comprobación de la
falsedad del Hombre de Piltdown, 1912-1953), permitió a los paleontólogos empezar a
vislumbrar a grandes rasgos el complejo árbol de la evolución humana (Hombre de Spy,
1886, Hombre de Java, 1891, mandíbula de Mauer, 1907, Hombre de La Chapelle-auxSaints, 1908, Hombre de Pekín, 1921, Australopithecus, 1924). Mientras un importante
grupo de cultivadores de la antropología física se implicó en una deriva hacia el
racismo, la antropología cultural sofisticó su metodología con las aportaciones de James
Frazer (La rama dorada, 1890-1922) o Bronislaw Malinowski (Los argonautas del
Pacífico Occidental, 1922).
Revolución relativista
Niels Bohr y Albert Einstein (1925).
La mayor de las revoluciones de dicho período se produjo en el campo de la Física.
Durante el siglo XIX se habían acumulado desafíos a la continuidad del paradigma
científico de la mecánica newtoniana, que se veía forzada a adaptarse a los datos
observados con recursos cada vez más artificiosos, como la teoría del éter.
En 1900, el físico Max Planck estableció que la luz no podía desplazarse en cualquier
cantidad, sino sólo en "paquetes" de un tamaño pequeño, pero determinado e
indivisible: los quanta. Se inició el espectacular desarrollo posterior de la física
cuántica, exigiendo conceptos de imposible encaje en la forma tradicional de percibir y
entender la naturaleza (por ejemplo, la identidad dual del fotón, como onda y como
partícula a la vez). La concepción de la estructura íntima de la materia cambió con
rapidez, con la proposición de diversos modelos atómicos (Niels Bohr, Ernest
Rutherford, etc.) que reproducían una estructura íntima cada vez más compleja que se
podía estudiar experimentalmente (desde la producción del electrón en los rayos
catódicos hasta el estudio de la radiactividad -esposos Curie (Marie y Pierre Curie)- y
los reactores atómicos -Enrico Fermi-). La enunciación del principio de incertidumbre
(Heisenberg, 1927), junto con otras formulaciones de indeterminación, indecidibilidad o
indiferencia en campos científicos (teoremas de la incompletitud de Gödel, 1930,
paradoja de Schrödinger, 1935), que implicaban la renuncia a entender la realidad de
forma determinista, trascendieron de lo meramente científico, y se convirtieron en una
característica extensible a la producción intelectual, la visión del mundo y la experiencia
vital en el convulso siglo XX: la revolución relativista, que se había iniciado con los
cinco artículos que el joven físico Albert Einstein publicó en 1905. La física mecanicista
de Isaac Newton, con sus conceptos absolutos de espacio y tiempo, quedaba restringida
a un caso particular (si bien el más aplicable en la experiencia humana cotidiana) de la
física relativista que identificaba tiempo y espacio (relativos en función del observador),
materia y energía (con la popularizada fórmula E=mc²). La posición del hombre en un
universo en expansión (Ley de Hubble, 1929), poblado de innumerables galaxias, se
empequeñecía y relativizaba; al tiempo que se ponía en su mano la posibilidad de
utilizar una capacidad de destrucción cuyas consecuencias éticas quizá no estuviera en
condiciones de valorar.
Véanse también: Historia de la física y Revolución científica
Vanguardias artísticas y literarias
Un automobile ruggente, che sembra correre sulla mitraglia, è più bello della Vittoria di
Samotracia. (Un automóvil rugiente, que parece correr sobre la metralla, es más hermoso que la
Victoria de Samotracia).
Filippo Tommaso Marinetti, 1908
La rebelión del arte independiente de la segunda mitad del XIX, que llevó a la
revolución pictórica del impresionismo, exaltaba la libertad individual del artista frente
a las convenciones academicistas. La voluntad constante de buscar la originalidad y la
provocación frente a un mundo también cambiante se plasmó en la rápida sucesión de
las vanguardias.67 Incluso la arquitectura, el arte más conservador por su propia
naturaleza estable y su dimensión económica y funcional, sufrió una transformación
radical en el primer tercio del siglo XX.
Encontrando un valor en la incomprensión social, el malditismo de los artistas tendía
hacia formas cada vez más rebuscadas y elitistas (decadentismo, simbolismo, etc.).
Marinetti (Manifiesto futurista, 1908) vio las innovaciones técnicas y sociales tan
dignas para material artístico y literario como los temas antiguos o clásicos. Marcel
Proust (En busca del tiempo perdido, 1908-1923), pretendía captar la realidad en sus
más mínimos detalles, no con el compromiso político o el contacto con la realidad
social del realismo literario y el naturalismo del XIX, vías agotadas prosaicas para los
escritores vanguardistas. James Joyce, inspirándose en la Odisea de Homero,
compendió las técnicas literarias experimentales (corriente de la conciencia o monólogo
interior) en su Ulysses (1922), novela que llegó a ser prohibida por pornográfica.
La literatura popular continuó con la fascinación por el folletín, de tradición romántica.
Se sentaron las bases, entre otros géneros, de las modernas novela policiaca y novela
negra. A pesar de reflejar en su temática rocambolesca y morbosa las tensiones propias
del período y de no carecer de innovaciones formales, era mucho más conservadora;
sobre todo por la imposición del gusto kitsch del público al que se dirigía, las masas,
mientras que la literatura experimental se dirigía a una élite selecta e ilustrada.
Véanse también: Arte moderno, Arte contemporáneo, Vanguardismo, Arquitectura
moderna y Literatura moderna
La "historia inmediata" del "mundo actual": hacia la
globalización
Diferentes presentaciones farmacéuticas de la píldora anticonceptiva. El código de
barras y el blíster, con sus ligeras láminas de plástico transparente y de aluminio, son
también innovaciones tecnológicas de la segunda mitad del siglo XX.
Las diferentes etiquetas metodológicas para designar la historia del mundo actual o del
tiempo presente no han llegado a un consenso académico sobre su hito de origen,
aunque el final de la Segunda Guerra Mundial, con el espectacular inicio de la era
atómica y la política de bloques de la guerra fría, fue considerado, al menos hasta
finales de siglo XX, como matriz del tiempo presente.68
También son de uso denominaciones que se refieren a las transformaciones
tecnológicas, energéticas y de los materiales propias de la tercera revolución industrial;
y que bautizan como era nuclear a la que sigue a la era de la electricidad o era del
petróleo (propias de la segunda revolución industrial, como la era del vapor lo fue de la
primera), a pesar de que los combustibles fósiles siguieron siendo los dominantes,
incluso tras la crisis energética de 1973. La era del plástico,69 que había comenzado con
las innovaciones de la química orgánica de comienzos de siglo, se materializó
efectivamente en sus décadas centrales (celofán, plexiglás, nailon, etc.). La píldora
anticonceptiva (1960) revolucionó la demografía y la sociedad; al mismo tiempo que la
revolución verde parecía haber encontrado la solución al dilema malthusiano de la
disparidad de crecimiento entre población y recursos.
Los límites al desarrollo y al consumismo aparecieron en forma de crisis energéticas y
ambientales (contaminación de suelos, aguas y atmósfera, adelgazamiento de la capa de
ozono, calentamiento global), mientras la gestión de los residuos se convertía en un
problema grave y a los problemas sanitarios tradicionales, ligados al hambre y al bajo
nivel de vida se sumaban los derivados de la obesidad y otros trastornos alimentarios, el
estrés, el tráfico derivado de la intensa motorización y la cada vez mayor presencia de
tóxicos y carcinógenos de todo tipo en los alimentos y el medio ambiente. Los mismos
antibióticos, de uso generalizado desde los años cincuenta, que parecían haber dotado a
la medicina del arma definitiva contra las infecciones, demostraron ser sólo un remedio
temporal cuyo abuso degeneró en resistencia bacteriana.
La era de la información, con su correlato embrutecedor (sociedad del espectáculo y
otros conceptos vinculados a la televisión y su gigantesco impacto cultural y social70 ) y
su correlato enriquecedor (la evolución hacia las denominadas economía del
conocimiento y era digital71 ) marcan un plano de innovaciones socioeconómicas aún
más decisivas de un mundo cada vez más terciarizado e integrado tras las sucesivas
fases del proceso de globalización,72 especialmente las producidas con la
institucionalización de la economía internacional por los acuerdos de Bretton Woods
(1944-1946), con la apertura de las amplias zonas antes restringidas al comercio
colonial (descolonización hacia 1960), y por último con la transición al capitalismo del
bloque socialista (hacia 1990).
La rivalidad ideológica entre los bloques no fue tan irreconciliable como se desprendía
de las declaraciones retóricas, incluso durante la distensión (Nikita Jrushchov planteaba
que la misión del comunismo era esperar a ser el enterrador del capitalismo). Algunos
teóricos, como Maurice Duverger, detectaron incluso la convergencia de ambos en
torno distintos grados de desarrollo de un estado planificador y de la ampliación de los
derechos individuales; puntos que también eran los que marcaban el campo de
discrepancia de los paradigmas económicos en que se movían los socialdemócratas y
los liberal-conservadores dentro de Occidente, especialmente en los países integrados en
la Unión Europea.73 La pragmática evolución de China hacia la economía de mercado se
suele interpretar en un sentido similar, aunque sus gigantescas dimensiones y el
mantenimiento de su sistema político plantean incógnitas no resueltas. La interpretación
más optimista es la que ve esta evolución como un fin de la historia (Francis
Fukuyama). La interpretación más pesimista prevé un inevitable choque de
civilizaciones (Samuel Huntington), sobre todo entre la occidental y la islámica. El
panorama mundial se completa con el ascenso de otros espacios antes subdesarrollados:
los tigres asiáticos y otros NIC (nuevos países industrializados) entre los que destacan
Brasil e India, además de la nueva Rusia postcomunista (los denominados BRIC). La
resistencia a la globalización (altermundialismo) denuncia el ahondamiento de la brecha
del desarrollo entre países ricos y pobres, especialmente evidente en la tragedia
continuada del África negra, y en el cuarto mundo de la pobreza en el primer mundo,
enquistada en la marginación y la inmigración.
El mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial (1945-1973)
Las superpotencias y el equilibrio del terror: la Guerra Fría
Artículo principal: Guerra Fría
Conferencia de Yalta (febrero de 1945): Stalin, Roosevelt y Churchill, en vísperas de la
derrota de Alemania, diseñaron las líneas maestras que regirían el mundo posterior a la
guerra incluyendo la división de Europa en zonas de influencia.
Sobre las ruinas de la Segunda Guerra Mundial, se definió un nuevo orden mundial en
que las viejas potencias europeas, muy dañadas, incluso las victoriosas, tuvieron que
renunciar al mantenimiento de sus vastos imperios en los que se impuso la
descolonización, lo que aumentó el número de actores políticos mundiales desde una
cincuentena hasta aproximadamente doscientos, en menos de medio siglo.
Sin embargo, este proceso no significó que los nuevos países adquirieran una
independencia real, pudiéndose hablar de un neocolonialismo; y una alineación general
en dos bloques liderados cada uno por una superpotencia. Tanto los Estados Unidos
como la Unión Soviética habían superado la guerra en condiciones de disputarse la
supremacía mundial; carrera en la que los Estados Unidos partía con una clara ventaja.74
Su enfrentamiento no sólo se debía a cuestiones de equilibrio internacional, sino a sus
opuestas estructuras económicas, sociales y políticas, y a su divergente ideología y
propaganda: Estados Unidos identificado con el liberalismo político y económico, que
se autodefinía como líder del mundo libre y campeón de la democracia; mientras que la
Unión Soviética era presentada como la alternativa totalitaria comunista (estalinismo,
Pacto de Varsovia, Kominform, KGB), agresiva y expansionista, que imponía
regímenes de partido único sometidos al centralismo democrático y un rígido sistema
económico negador de la libertad económica. La Unión soviética, por su parte, se
exhibía como el socialismo realmente existente caracterizado por la colectivización y la
planificación estatal, propiciadora de la extensión revolucionaria de las democracias
populares que superarían a través de la colaboración y el internacionalismo proletario la
sumisión a las viejas potencias o a la nueva encarnación del imperialismo: los Estados
Unidos, presentado como una entidad militarista, racista y opresora (macarthismo,
discriminación racial), y proyectada al exterior por oscuras instituciones (la OTAN, la
CIA, la trilateral).
El mundo dividido por la guerra fría en torno a 1959. En rojo la Unión Soviética y sus
aliados, en azul los Estados Unidos y los suyos. En verde los territorios coloniales, en
vísperas de la descolonización.
Telón de acero, macarthismo y espionaje
Un Telón de Acero (metáfora debida a Winston Churchill) dividió Europa, y por
extensión el mundo, separándolo en dos bloques, entre los que se situaban de varias
zonas de influencia disputada y que se transformaron en puntos de fricción
internacional. Ante el temor de suscitar crisis que amenazaran con desencadenar un
enfrentamiento directo, como podría haber ocurrido durante el bloqueo de Berlín (1949)
o la crisis de los misiles en Cuba (1962); la lógica de la guerra fría planteaba conflictos
en zonas periféricas, de gran violencia, pero que no significaban un choque directo entre
las dos superpotencias, como la guerra de Corea (1950-1953) y la guerra de Vietnam
(1958-1975). No obstante, las sucesivas ampliaciones de la zona de influencia soviética
(victoria del bando comunista en la guerra civil china, 1949, revolución cubana, 1959,
descolonización africana) fue vista con preocupación desde el bloque occidental (teoría
del dominó), que justificó la necesidad de intervenir en todo tipo de conflictos donde se
identificase la posibilidad de avance soviético (doctrina Truman). De hecho, la obsesión
por la infiltración comunista se aplicaba al interior de los Estados Unidos, donde entre
1950 y 1956 se desató una caza de brujas (macarthismo) entre políticos, científicos,
artistas e intelectuales. La propaganda y contrapropaganda, la intoxicación o
desinformación, el espionaje y contraespionaje (tanto de inteligencia militar como
político o industrial ), las figuras del agente encubierto y del agente doble, fue parte
esencial de la diplomacia de la época (KGB, CIA, UKUSA, Echelon, etc.). Las novelas
y películas de espías se convirtieron en un género popular (El tercer hombre, Carol
Reed, 1949; Ian Fleming y su personaje James Bond, etc.).
Carrera espacial y carrera de armamentos
Artículos principales: Historia de las armas nucleares y Carrera espacial
Prueba nuclear en el Polígono de Pruebas y de Entrenamiento de Nevada, 1951.
La rivalidad entre las superpotencias desató una carrera de armamentos centrada en la
posesión del arma nuclear, que los Estados Unidos desarrollaron en el último año de la
Segunda Guerra Mundial (1945) y posteriormente compartieron con los británicos
(1952). El proyecto soviético de la bomba atómica culminó en 1949 (en parte gracias al
espionaje). Francia desarrolló su propia arma atómica en 1960 y China en 1964. La
firma del tratado de no proliferación nuclear en 1968 limitó la incorporación de nuevos
miembros al selecto club nuclear, al que sólo se añadieron, con un esfuerzo del que se
resintió su desarrollo económico, India en 1974 y Pakistán en 1998 (a la tradicional
cañones o mantequilla, atribuida a Woodrow Wilson, se añadió en la época el
comeremos hierba, atribuida a Benazir Bhutto). Mientras que todos estos países
declararon abiertamente su condición de potencia nuclear, como parte esencial del
efecto disuasivo estratégico que tal arma tiene; otros países, en cambio, han optado por
la ambigüedad en ese terreno, como Israel y la República Sudafricana, que posiblemente
obtuvieron armas nucleares en los años setenta (Centro de Investigación Nuclear del
Néguev, Incidente Vela).
La posesión de capacidad nuclear en ambos bloques así como de vectores eficaces para
alcanzar casi instantáneamente el corazón del territorio del enemigo (misil balístico,
superbombardero y submarino nuclear) hacían imposible que ni siquiera el agresor
pudiera sobrevivir al primer ataque, supuesta la represalia automática. Esta Destrucción
mutua asegurada recibió un acrónimo de humor negro: MAD (loco, en inglés),
originando un "equilibrio del terror" que suscitó el interés de los matemáticos que
estaban creando la teoría de juegos (John Forbes Nash, que planteaba las ventajas de la
colaboración incluso con el rival -dilema del prisionero-, y John Von Neumann,
partidario de una estrategia radicalmente agresiva, representado como Dr. Strangelove
en la película Teléfono rojo, volamos hacia Moscú, de Stanley Kubrick, 1964).75
Simultáneamente, se desarrolló una frenética competición de aspecto no menos
amenazador, aunque su manifestación ante la opinión pública mundial fue casi
deportiva: la carrera espacial; en la que los iniciales éxitos soviéticos fueron contestados
por un gigantesco esfuerzo presupuestario estadounidense, cuya superioridad económica
permitió ganar la apuesta de Kennedy: llevar un hombre a la Luna antes de 1970. El
retorno tecnológico de la aventura espacial permitió avances espectaculares en múltiples
campos productivos.
Para ambas carreras (la militar y la espacial), fue imprescindible la inicial contribución
de los ingenieros alemanes responsables de la principal innovación balística de la época
(la V2) que fueron capturados al final de la Segunda Guerra Mundial: Wernher von
Braun en Estados Unidos y Helmut Gröttrup en la Unión Soviética, aunque el programa
espacial soviético estuvo fundamentalmente a cargo de Sergéi Koroliov.

Laika, el primer ser vivo lanzado al espacio, en el Sputnik 2, 1957. El Sputnik 1
había sido el primer satélite artificial, puesto en órbita un mes antes.

Yuri Gagarin, el primer hombre en orbitar la Tierra, en el Vostok 1, 1961.

Edward Higgins White II, dando un paseo espacial, en el Gemini 4, en 1965;
Alexei Leonov había sido el primer hombre en hacerlo, en el Vosjod 2, dos
meses antes.

Neil Armstrong, el primer hombre en llegar a la superficie lunar, en el Apolo XI,
1969.
Socialismo realmente existente, Plan Marshall y "milagro" europeo
Europa, dividida por el Telón de Acero en zonas de influencia mutuamente reconocidas
de las dos superpotencias, cumplió el papel de escaparate donde competían sus dos
sistemas, antagónicos en todos los aspectos (ideológico, político, social y económico).
La reconstrucción de posguerra fue muy diferente en cada caso.
Los Estados Unidos lanzaron el Plan Marshall (1947-1951), un paquete económico de
ayuda a la reconstrucción europea que los países de la órbita soviética rechazaron, con
el argumento de que supondría caer en la dependencia. Como alternativa, fundaron el
COMECON (Consejo de Ayuda Mutua Económica), que reguló los intercambios bajo
criterios de economía planificada y el liderazgo soviético; de un modo similar a cómo
políticamente los partidos comunistas locales establecían regímenes denominados
democracias populares (repúblicas populares o repúblicas democráticas) que, aunque
nominalmente autorizaran algún partido no obrero (como los partidos campesinos) eran
de hecho regímenes de partido único. La resistencia popular a la dominación soviética,
ejercida directamente o a través de gobiernos títere, llegó a estallar en revueltas
duramente reprimidas (sublevación de 1953 en Alemania del Este, revolución húngara
de 1956, protestas de Poznań de 1956, primavera de Praga de 1968, Ley Marcial en
Polonia de 1981); o alternativamente, encauzadas en periodos de mayor tolerancia
(octubre polaco, revolución de terciopelo, legalización del sindicato Solidarnosc)
coincidentes con ciertas señales emitidas por el propio Kremlin (desestalinización,
distensión, y finalmente la perestroika).
La rapidez del desarrollo de Alemania Occidental e Italia justificó el uso de las
expresiones milagro alemán y milagro italiano, sólo comparables al milagro japonés.
De hecho, las potencias derrotadas experimentaron menos dificultades que Francia o
Reino Unido, vencedoras, pero sometidas a traumáticos y prolongados procesos de
independencia en sus colonias de ultramar. El enorme diferencial acumulado (en niveles
de producción y sobre todo de consumo) con los países comunistas del este europeo fue
decisivo para la caída de esos regímenes a partir de 1989.
Mercado Común y Unión Europea
Artículo principal: Unión Europea
Las sucesivas incorporaciones a las Comunidades Europeas han caracterizado su medio
siglo de historia, entre 1957 y 2007.
La Unión Europea había tenido ya en 1949 el exitoso precedente del Benelux (unión
comercial de Bélgica, Holanda y Luxemburgo), modelo que se aplicó a la Comunidad
Europea del Carbón y del Acero (CECA), el Euratom y la Comunidad Económica
Europea del tratado de Roma de 1957 (esos tres pequeños países más tres grandes:
Francia, Alemania e Italia), ampliada sucesivamente a nueve (Reino Unido, Irlanda y
Dinamarca, 1973), doce (Grecia, 1980, España y Portugal, 1982) y quince países
(Suecia, Austria y Finlandia, 1995). El espacio económico europeo se planteó como
librecambista e integrador hacia el interior, como la mejor manera de garantizar la
convergencia de niveles de vida y la comunidad de intereses que impidiera nuevas
guerras (especialmente entre Francia y Alemania, protagonistas de repetidos
enfrentamientos desde 1870), mientras que hacia el exterior era fuertemente
proteccionista, especialmente en una agricultura generadora de excedentes que
garantizaba la estabilidad de la población rural.
La primitiva comunidad económica gestó un germen de unidad política, con la elección
de un Parlamento Europeo desde 1979, de competencias ampliadas paulatinamente
desde el Acta Única Europea de 1986 y el Tratado de Maastrich de 1992. La
incorporación de los países de transición al capitalismo se hizo en dos fases: primero los
más desarrollados y estables (en 2004: Polonia, República Checa, República Eslovaca anteriormente unidas en Checoslovaquia-, Hungría, la ex-yugoslava Eslovenia y las
antiguas repúblicas soviéticas de Estonia, Letonia y Lituania, -junto a las islas
mediterráneas de Chipre y Malta-), y después Rumanía y Bulgaria (2007). La
integración de Noruega, negociada en varias ocasiones, se ha pospuesto en cada una de
ellas por oposición interna en ese país, que dispone de recursos naturales cuya
explotación autónoma podría verse comprometida. La de Islandia, por razones similares
(las llamadas Guerras del Bacalao de los años 50 y 70) no se había planteado
seriamente hasta la gravísima crisis que afectó a ese país en 2008. La candidatura de
Turquía, planteada desde 1963 y repetidamente postergada, es objeto de fuertes
discrepancias sobre la posibilidad de que su condición de país musulmán, su gran
población y su diferencial de desarrollo afecten a la misma personalidad de la Unión.
El principal reto económico del siglo XXI ha sido intensificar la integración, que
incluyó la adopción del euro como moneda común; a la que no todos los países se han
sumado. Destacadamente, entre los más reticentes se encuentra el Reino Unido, desde
donde se ha popularizado y extendido la expresión euroescéptico. El fracaso en la
aprobación de la Constitución Europea ha obligado a reformular en varias ocasiones los
proyectos más ambiciosos de aumentar la dimensión política de la Unión.
Otras instituciones de integración europea, como la EFTA y el Consejo de Europa, han
perdido significación como consecuencia del éxito de las instituciones comunitarias,
que son un ejemplo de organización supranacional imitado por otros proyectos de
integración económica en el mundo.
Las nuevas organizaciones internacionales
Artículo principal: ONU
Sala del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, el foro decisivo en las relaciones
internacionales desde su fundación, donde las cinco potencias mantienen su derecho de
veto: Estados Unidos, Unión Soviética (luego Federación Rusa), China (inicialmente la
China Nacionalista de Chang Kai Chek, luego la República Popular China de Mao Tse
Tung), Reino Unido y Francia.
Ante el fracaso de la Sociedad de Naciones para evitar la Segunda Guerra Mundial, la
Conferencia de San Francisco (1945) reemplazó a este organismo por la Organización
de las Naciones Unidas (ONU), que en 1948 proclamó la Declaración Universal de los
Derechos Humanos. El Derecho Internacional, fuertemente soberano, evolucionó para
recoger estas nuevas tendencias, que incluyen nociones como la justicia universal y el
respeto a los derechos humanos sobre las jurisdicciones nacionales.
Además de mantener una destacada actuación política como foro mundial de las
naciones, la ONU desarrolló una serie de organismos paralelos que tendieron a mejorar
las condiciones de vida en todo el mundo. A la ya fundada Organización Internacional
del Trabajo (OIT), absorbida ahora por la ONU, se sumaron la Unesco, la FAO, la
Organización Mundial de la Salud (OMS), etcétera.
Descolonización
Artículo principal: Descolonización
El nacionalismo, surgido en la Europa del siglo XIX e impuesto como principio de
nacionalidad, una de las principales inspiraciones de las relaciones internacionales a
partir de los catorce puntos de Wilson, se contagió al resto del mundo: a lo largo de los
vastos imperios coloniales, más de un centenar de comunidades étnicas tradicionales o
meros agregados coyunturales resultado del trazado artificial de fronteras coloniales
fueron identificadas como naciones por concienciadas élites autóctonas que empezaron
a buscar activamente la independencia.
En 1947, el Imperio Británico abandonó la India en medio de un sangriento conflicto
interno, que originó la creación de tres estados: uno de mayoría hindú (India), otro de
mayoría budista (Sri Lanka) y otro de mayoría musulmana (Pakistán), del que
posteriormente se independizó el enclave oriental (Bangla Desh, 1971). En 1948, el
sionismo vio llegado el momento de imponer la fundación del Estado de Israel en parte
del Mandato Británico de Palestina, iniciando un conflicto de larga duración con la
población árabe local (pueblo palestino) y los estados árabes vecinos. Indonesia se
independizó de los Países Bajos. La Indochina francesa inició una guerra de
independencia que originó el dividido estado de Vietnam, que continuó en guerra civil y
con intervención extranjera, en la que los estadounidenses sustituyeron a los franceses
(Guerra de Vietnam). Las únicas colonias europeas supervivientes en Asia fueron los
pequeños enclaves de Hong Kong y Macao (entregados a China a finales del siglo XX).
En África, los imperios coloniales se fueron abandonando, a veces con independencias
pactadas y otras en medio de sangrientas guerras, como la guerra de Argelia contra
Francia, la independencia de Kenya (Jomo Kenyatta y los Mau Mau) contra Inglaterra,
o las guerras de independencia de Angola y Mozambique contra Portugal. La
descolonización del Sahara español originó un nuevo conflicto entre el nuevo ocupante
(desde 1975 el reino de Marruecos) y el Frente Polisario. El último territorio
abandonado por una potencia europea fue la Somalia Francesa (Yibuti, 1977), aunque la
última variación fronteriza fue la independencia de Eritrea frente a Etiopía.
Se generaron enormes problemas políticos. el principio del uti possidetis para delinear a
los nuevos estados no podía ocultar que las fronteras de los dominios coloniales habían
sido trazadas para conveniencia de los imperios europeos, separando o juntando etnias y
naciones de manera completamente arbitraria. Los nuevos estados cayeron pronto en la
inestabilidad política o en férreas dictaduras, lo que originó catástrofes sociales, el
genocidio de etnias minoritarias y desplazamientos masivos de refugiados. La pobreza
empeoró sobre el ya precario nivel del pasado colonial, y se desencadenaron hambrunas
y epidemias.

Sukarno lideró la independencia de Indonesia y acogió la Conferencia de
Bandung, inicio del movimiento de países no alineados o tercermundismo.

Otro líder tercermundista, el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser, junto con
el líder soviético Nikita Jrushchov, que apoyó financiera y técnicamente a la
construcción de la presa de Asuán. Previamente la Unión Soviética había
también apoyado la nacionalización del Canal de Suez durante la llamada crisis
de Suez.

Patricio Lumumba, líder de la independencia del Congo, cuyos intentos de
mantener una política no alineada o acercarse a la Unión Soviética fueron
frustrados entre golpes de estado e intentos secesionistas. La responsabilidad de
su asesinato aún no está aclarada.

Tres generaciones de líderes hindúes: Mahatma Gandhi marcha apoyándose en
Nehru e Indira Gandhi. Ésta última no fue la única mujer que llegó a liderar uno
de los nuevos países independizados en Asia (Golda Meir en Israel), antes que
los países desarrollados donde la liberación de la mujer estaba más avanzada.
Tercermundismo
Artículo principal: Tercermundismo
Las nuevas naciones, aunque económica y socialmente subdesarrolladas, representaban
a la mayor parte de la población de la Tierra, y su gran número las permitía controlar la
Asamblea General de las Naciones Unidas (órgano en realidad poco decisivo). La
Conferencia de Bandung (1955) intentó articular al margen de la voluntad de las
superpotencias a los países no alineados o Tercer Mundo, expresión con la que se les
quería comparar con el papel revolucionario del Tercer Estado en 1789 y que terminó
siendo equivalente a la de países pobres o subdesarrollados. A los países asiáticos y
africanos que originalmente formaron parte del movimiento se les vinieron a sumar los
países de América Latina e incluso algunos europeos: la comunista Yugoslavia (cuyo
líder Josip Broz Tito se había desvinculado del bloque soviético en la experimentación
del denominado socialismo autogestionario) y la capitalista Suecia (tradicionalmente
neutral y muy desarrollada económicamente).
Con fines de integración regional, se fundaron la Organización para la Unidad Africana
(1963) o el Pacto Andino (1967).
Populismo latinoamericano y revolución cubana
Con la controvertida etiqueta de populismo se suelen designar diversos regímenes y
partidos políticos latinoamericanos de mediados del siglo XX (Juan Domingo Perón en
Argentina, Getúlio Vargas en Brasil, Carlos Ibáñez en Chile, el denominado Gobierno
Revolucionario de las Fuerzas Armadas en Perú -pero también una de sus fuerzas
opositoras: el APRA-, etc.) incluyendo destacadamente el prolongado ejercicio del
poder por el PRI mexicano. Más allá de ciertas similitudes con rasgos de las ideologías
más opuestas (fascismo y comunismo), difiere radicalmente de ellas por su
pragmatismo y su opción clara por el reformismo. Se han señalado como características
propias su carácter de movimiento nacionalista y de resistencia contra el
neocolonialismo, un anticapitalismo más retórico que efectivo, la movilización popular,
la desconfianza al sistema tradicional de partidos políticos, la constitución de liderazgos
carismáticos y el intervencionismo estatal, que intentaba superar la dependencia
económica mediante una industrialización acelerada. El populismo latinoamericano
sería la respuesta a la decadencia de los grupos oligárquicos como factor de poder, que
llevó a la ampliación institucional de las bases sociales del estado, del que demanda su
conversión en un "estado regulador".76
Artículo principal: Revolución cubana
Tras una guerra de guerrillas contra la dictadura de Batista, en 1959 llegó al poder en
Cuba un grupo de revolucionarios de confusa ideología, liderados por Fidel Castro y el
internacionalista Ché Guevara. La política hostil de Estados Unidos, vinculado
económica y políticamente al anterior régimen y refugio de un cada vez mayor número
de exiliados cubanos, así como la propia dinámica interna del nuevo régimen, llevó a
éste a un acercamiento cada vez mayor a la Unión Soviética y a la definición de la
revolución como marxista leninista, dirigida por el Partido Comunista de Cuba.
Véanse también: Embargo estadounidense contra Cuba y Crisis de los misiles en Cuba

Getúlio Vargas, presidente populista de Brasil, con el presidente norteamericano
Roosevelt (1943)

El líder de la revolución cubana Fidel Castro, inicialmente populista que
evolucionó al comunismo, en la tribuna de un acto en Berlín Oriental en 1972,
con dirigentes de la República Democrática Alemana.
[editar] Medio Oriente y el petróleo
Artículo principal: Conflicto árabe-israelí
La zona de conflicto más activa en todo el periodo fue el Medio Oriente. Las inmensas
reservas petrolíferas del Golfo Pérsico la hacían estratégicamente decisiva en la
geopolítica petrolera. La desintegración del Imperio otomano en la Primera Guerra
Mundial, la sometió a una atomización en zonas de colonización francesa (Siria y
Líbano) e inglesa (Jordania e Irak), que se independizaron tras la Segunda Guerra
Mundial. Tanto las nuevas naciones como Egipto, Arabia Saudí e Irán, eran presionados
para su alineación política y el mantenimiento de la presencia económica de las
multinacionales petroleras.
El nacionalismo árabe se encontró con su principal enemigo en el sionismo, que desde
la Declaración Balfour había iniciado la emigración al protectorado inglés de Palestina
con la clara pretensión de obtener un Estado Nacional judío, que se proclamó
unilateralmente en 1948. Israel y el mundo árabe libraron hasta 1973 cuatro guerras
abiertas (la consecuente a la descolonización, en 1949, la suscitada por la invasión
anglofrancesa del Canal de Suez en 1956, la Guerra de los Seis Días de 1967 y la
Guerra de Yom Kipur) que incrementaron sustancialmente el territorio controlado por el
estado judío y provocó la salida de un gran contingente de refugiados palestinos. La
OLP se organizó como movimiento de resistencia, en cuyo seno surgieron varios grupos
armados calificados de terroristas, rivales entre sí.
El dominio de los países árabes en la Organización de Países Exportadores de Petróleo
(OPEP) convirtió a ésta en un instrumento de presión política internacional en su
beneficio, coordinando su producción para controlar los precios en el mercado, e incluso
retirando el suministro a los aliados de Israel, lo que estuvo en el origen de la crisis de
1973. El enriquecimiento de las minorías dirigentes de las monarquías del Golfo no
conllevó un desarrollo interno de la zona, sino la exportación de capitales (petrodólares)
a los países desarrollados.

David Ben-Gurión declara formalmente la constitución del Estado de Israel
(1948)

Moshé Dayán, principal estratega israelí en la Guerra de los Seis Días y la de
Yom Kipur, junto a otros militares israelíes en 1955.

El presidente norteamericano Jimmy Carter, el egipcio Anwar el Sadat y el
israelí Menájem Beguin en los acuerdos de Camp David (1978), que trajo la paz
entre Israel y Egipto.

El líder palestino Yasir Arafat, el israelí Isaac Rabin y el presidente
norteamericano Bill Clinton, en rondas de paz que fracasaron por la oposición de
los grupos radicales.
Contracultura y contestación juvenil. Nuevos movimientos sociales. La revolución
de 1968
En el festival de Woodstock, más allá del fenómeno musical, se visualizó un nuevo tipo
de comportamiento social atractivo para muchos jóvenes, que rompía las
convencionalismos tradicionales: liberación sexual, convivencia interracial, utilización
de drogas, desprecio de la ética del trabajo.
Simultáneamente a la escalada de la tensión política mundial, los años cincuenta se
caracterizaron en la vida cotidiana de Occidente por la bonanza material y una cierta
actualización de los valores tradicionales, identificados con la familia nuclear (lo
equívoco de ese término, identificable con la amenaza atómica, fue objeto de alguna
reflexión) protagonista del fenómeno del baby boom. El final de las penurias de la
Segunda Guerra Mundial y la posguerra incluyó la incorporación masiva de los
electrodomésticos y la televisión.
Las imágenes idealizadas que transmitían los seriales televisivos y las comedias de
Hollywood no supusieron en realidad que la confianza en el futuro fuera generalizada.
Esa década tuvo su lado pesimista en la popularización del existencialismo y del
movimiento beatnik, críticas más estética que socialmente de izquierdas al capitalismo,
el imperialismo y el american way of life. Los miedos presentes en ese tiempo (la Era
del Miedo, según Albert Camus)77 se expresaban en el cine de serie B (con productos
que iban desde Godzilla -1954- hasta La noche de los muertos vivientes -1968-). Una
selecta minoría, cada vez más amplia, de jóvenes en busca de autoconocimiento (en
muchas ocasiones claramente autodestructivo) se lanzó al camino de los viajes que les
proporcionaban la vida en la carretera (moteros, mochileros, autostop), el amor libre y
las drogas, imitando a Jack Kerouac (On the Road, 1957) o inspirados por las últimas
obras de Aldous Huxley (Las puertas de la percepción, 1954). La brecha generacional
que se abrió entre ellos y sus padres provocó de hecho una mayor represión y
puritanismo frente a los años cuarenta, como puso de manifiesto la cruzada emprendida
contra el cómic desde la publicación de La seducción del inocente de Fredric Wertham
(1954). La rebeldía juvenil pretendía rechazar el mundo conservador y tradicionalista de
los adultos, y se identificaba en productos que, paradójicamente, le ofrecía la propia
industria del cine, como James Dean (Rebelde sin causa, 1955). Los jóvenes de los
cincuenta y los sesenta percibían como un desafío generacional la lectura de libros
como El guardián entre el centeno y acudir a proyecciones de películas de arte y ensayo
(Nouvelle vague francesa); o provocativo el escribir literatura experimental o realizar
happenings y otras manifestaciones de arte contemporáneo; transgresiones que estaban
al alcance de todos, independientemente de su sofisticación intelectual, sólo con leer los
cómics de la Marvel o escuchar formas cada vez más sofisticadas de rock and roll (de
Bill Haley a Elvis Presley, The Beatles, The Rolling Stones, The Doors o The Who).
La acumulación de presión social desde las nuevas generaciones estalló en verdaderas
revueltas en la década de los sesenta, marcada por la contracultura del movimiento
hippie, basado en ideales tales como el regreso a la naturaleza, la simplificación vital, el
pacifismo y el rechazo al materialismo y el consumismo en nombre de un espiritualismo
de base oriental (Maharishi Mahesh Yogi) o indígena americana (Carlos Castaneda)
más o menos genuino; que no obstante terminaron siendo asimilados como
pseudovalores integrables por el mismo sistema que pretendían subvertir. La llamada
revolución de las flores o flower power dejó su impronta en movimientos tales como el
megaconcierto de Woodstock (1969), la psicodelia y muy diversas sectas, comunas y
otros experimentos de mayor o menor proyección.
El activismo político, el otro lado de la moneda de la desmovilización hippie o
psicodélica, también caracterizó a gran parte de la juventud de la época. La
movilización contra la guerra de Vietnam, extendida por los países occidentales, fue
especialmente fuerte entre la juventud estadounidense, simultáneamente al movimiento
por los derechos civiles, protagonizado por los afroamericanos, pero de carácter
interracial (Martin Luther King, Malcolm X, John y Robert Kennedy, todos ellos
asesinados entre 1963 y 1968). Las movilizaciones estudiantiles de 1968, iniciadas en el
mayo francés y extendidas por Europa occidental (Alemania, Gran Bretaña, España,
Italia, etc.) y América (Estados Unidos, México, etc.), tuvieron tan confuso carácter
ideológico que podían emparentarse tanto con la primavera de Praga como con la
revolución cultural de la China maoísta, y popularizaron a pensadores tan opuestos
como Heidegger y Marcuse.
La contestación juvenil y los nuevos agentes sociales generaron nuevos movimientos
sociales superadores de los movimientos sociales tradicionales, como el movimiento
obrero. Entre ellos estaban el ecologismo y la conciencia de los límites del crecimiento
(Primavera silenciosa, Rachel Carson -1962-, informe del Club de Roma que
propugnaba el crecimiento cero -1970-, Greenpeace -1971-), el movimiento por los
derechos del consumidor (Inseguro a cualquier velocidad, 1965, Ralph Nader), el
feminismo y otros movimientos relacionados con la revolución sexual (movimiento
LGTB), la revolución o renovación educativa (Libro rojo del cole, 1969),78 la
antipsiquiatría, los derechos de los discapacitados y a la vida independiente (Ed
Roberts),79 y muchos otros a menudo opuestos entre sí, que iban desde el movimiento
pacifista hasta el terrorismo y otras formas de violencia (Charles Manson, Patricia
Hearst).
Aggiornamento de la Iglesia Católica
Artículos principales: Concilio Vaticano II y Teología de la liberación
Ni siquiera la Iglesia Católica permaneció ajena a la fiebre juvenil. La necesidad del
aggiornamento (puesta al día) que demandaban las denominadas comunidades
cristianas de base quedaba evidenciada por la crisis de vocaciones que vaciaba los
seminarios, mientras una minoría creciente de sacerdotes se acercaba a distintos
movimientos de contestación de la autoridad, como los curas casados o los curas
obreros. El breve pontificado de Juan XXIII abrió la oportunidad de que la parte más
aperturista de la jerarquía eclesiástica, entre la que se contaba la Compañía de Jesús,
impusiera sus tesis en el Concilio Vaticano II. Cuestiones doctrinales de difícil
plasmación práctica, como el ecumenismo, se acompañaron de otras mucho más
visuales y cercanas a la sensibilidad juvenil, como la misa en lengua vernácula o el
estímulo a la utilización de música moderna en el culto. Las relaciones entre ciencia y
fe, que habían alejado al catolicismo de la modernidad desde tiempos de Galileo,
recibieron un impulso notable, que de hecho sobrepasó la posición más recelosa de la
mayor parte de las confesiones protestantes en un punto clave como el evolucionismo.
La sucesión de Pablo VI continuó con los mismos parámetros, pero limitó las
expectativas de los grupos más radicales al condenar el uso de los métodos
anticonceptivos y no suavizar la moral sexual católica ante el desafío que suponía la
generalización social de las relaciones prematrimoniales y el divorcio. Mientras una
minoría de los clérigos más tradicionalistas llegaba a amenazar con el cisma (Marcel
Lefebvre), los teólogos progresistas como Hans Küng, Hélder Câmara o Leonardo Boff
profundizaron la implicación del pensamiento cristiano en la realidad social desde un
compromiso muy distinto al que representaba la Democracia Cristiana, situada en el
centro-derecha político. En América Latina la denominada opción preferencial por los
pobres de la Teología de la Liberación acercó a muchos clérigos a los movimientos de
izquierda, llegando a verse el caso de curas guerrilleros.
El fin de la Guerra Fría (1973-1989)
La entrevista entre Mao Tsé Tung y Richard Nixon (29 de febrero de 1972) marcó el
comienzo de un acercamiento estratégico entre los Estados Unidos y China, uno de los
elementos decisivos para entender la evolución mundial hasta la actualidad.
白猫であれ黒猫であれ、鼠を捕るのが良い猫である Gato blanco o gato negro, no importa, mientras
cace ratones.
Deng Xiaoping
Después de la Crisis de los Misiles de 1962, que había puesto a la humanidad al borde
de la Tercera Guerra Mundial, Estados Unidos y la Unión Soviética buscaron formas
más conciliadoras de manejar la política mundial, incluyendo el famoso teléfono rojo.
El resultado fue la llamada distensión. Henry Kissinger, secretario de estado del
Presidente Richard Nixon inició diversas maniobras de intervención sin utilización
directa del ejército estadounidense para contrarrestar la influencia soviética con una
reorientación de su política internacional en un sentido pragmático; destacadamente el
patrocinio de las dictaduras militares en América Latina y el acercamiento a la China
comunista de Mao Tsé Tung (diplomacia del ping-pong). Se puso fin a la Guerra de
Vietnam (la guerra odiada por su propia juventud) en lo que supuso la aceptación de una
verdadera derrota militar (firma de los Acuerdos de alto el fuego de París de 1973). La
distensión hacia la Unión Soviética, cuya vertiente bilateral consistió en lentas
negociaciones de desarme nuclear, de colaboración en el espacio y de incentivación de
los intercambios comerciales (la alimentación soviética pasó a depender en buena
medida de los excedentes cerealistas estadounidenses); incluyó una iniciativa
multirateral: la conferencia de Helsinki (1973-1975), que por un lado confirmaba las
fronteras y esferas de influencia surgidas de Yalta, pero que con el tiempo demostró ser
un eficaz disolvente interno del bloque soviético, pues otro de sus pilares era el respeto
a los derechos humanos, lo que significó la visibilización internacional de los disidentes
(el más conocido, Aleksandr Solzhenitsyn, premio nobel de literatura en 1970, había
sido deportado en 1974 y publicó entre 1973 y 1978 las tres partes de su obra de
denuncia Archipiélago Gulag). Por la misma época, los partidos comunistas de Europa
Occidental se fueron distanciaron de la anterior dependencia de la Unión Soviética, en
lo que se denominó eurocomunismo.
Frente al alejamiento de la religión que caracterizó hasta entonces a la Edad
Contemporánea, y que habían alcanzado su punto álgido con la contracultura y los
movimientos surgidos de la revolución de 1968, comenzaban a observarse síntomas
contrarios. André Malraux había pronosticado el siglo XXI será religioso o no será.80
Además de la extensión del fundamentalismo religioso en muy distintos ámbitos y
religiones; se produjo una reacción conservadora o un auge de movimientos
conservadores en todo el mundo, que de una u otra forma pretenden un retorno o una
actualización de los valores tradicionales que deberían imponerse socialmente, por
voluntad de una mayoría moral, existente o por construir, que lo habría de propiciar. Su
modelo político, económico, social e ideológico para los países occidentales se
desarrolló en el Reino Unido entre 1979 y 1990: el thatcherismo. Margaret Thatcher
(líder tory, la primera mujer en el cargo de primer ministro, conocida como la dama de
hierro) emprendió una política claramente liberal en lo económico y contraria a lo que
consideraba excesos del estado de bienestar y a la fuerte influencia de los sindicatos
(que respondieron con movilizaciones huelguísticas que fracasaron), construyéndose
una nueva realidad social bautizada como sociedad de mercado, basada
intelectualmente en las formulaciones de filósofos y economistas como Karl Popper,
Friedrich Hayek y Milton Friedman.81 Para designar a ese movimiento político se
utilizaron las etiquetas aparentemente contradictorias de neoliberalismo y
neoconservadurismo. El nuevo ideal vital de amplias capas sociales pasó a ser no el
joven hippie melenudo del 68, sino el joven yuppie encorbatado de los ochenta.82 Se
habla de una era postmoderna que Gilles Lipovetsky define como Era del Vacío ligada
a la crisis, caracterizada por un individualismo (existencia a la carta, narcisismo,
estallido de lo social, disolución de lo político) que elude la rebelión y el disentimiento
característicos de los años de expansión transformando las manifestaciones de la
violencia.83
Crisis de 1973 y tercera revolución industrial
La crisis de 1973, desencadenada por la utilización del petróleo como arma política por
la OPEP en el conflicto árabe-israelí, significó el comienzo de un ciclo de dificultades
económicas para los países occidentales (la denominada stagflación: inflación
simultánea a un estancamiento de la producción, con altas cifras de desempleo), que se
agravaron en los primeros años ochenta. El keynesianismo, paradigma económico
dominante desde la Gran Depresión, pasó a ser cuestionado por alternativas neoliberales
(Milton Friedman y la escuela de Chicago), que planteaban como solución la reducción
del papel del estado en la economía y la recuperación del papel prioritario de la
iniciativa privada y del mercado libre sin interferencias ni planificación.
La central nuclear soviética de Chernóbil sufrió en 1986 el accidente más grave de la
llamada era nuclear.
La revolución industrial había entrado en una tercera fase o revolución científicotécnica. Aunque el petróleo siguió siendo la fuente de energía dominante, la crisis (una
crisis energética recurrente que se manifestaba según la coyuntura política, como
demostró en 1980 la Guerra Irán-Irak y en 1990 la Guerra del Golfo) evidenció la
necesidad de sustituirla por fuentes de energía alternativas, unas renovables y otras no
renovables, como la energía nuclear (muy rechazada por el movimiento ecologista, que
algunos países desarrollaron intensivamente para conseguir el autoabastecimiento
energético -Francia-). Para otros, el encarecimiento del petróleo tuvo como efecto la
posibilidad de explotación de reservas hasta entonces antieconómicas (plataformas
marinas del Mar del Norte para Reino Unido y Noruega).
Las estructuras industriales más obsoletas, especialmente las más intensivas en mano de
obra, sufrían un proceso de deslocalización hacia lo que por entonces se llamaba países
en vías de desarrollo y a finales de siglo se llamarán nuevos países industriales,
mientras que los antiguos países industrializados avanzan en un proceso de
terciarización, en el que cada vez tenían más peso la aplicación de nuevas tecnologías
basadas en las telecomunicaciones, la informática, la robótica y la denominada
economía del conocimiento.
Caída de las dictaduras mediterráneas y golpes en el Cono Sur
El golpe de los coroneles griegos (1967) había sumado ese país a las dos dictaduras del
sur europeo que se prolongaban desde la época fascista: el Portugal de Oliveira Salazar
y la España de Franco. Durante los denominados años de plomo, parecía que incluso la
democracia italiana estaba en peligro de involución.
La tendencia se revirtió con la revolución de los claveles portuguesa (1974), en la que el
ejército colonial, enfrentado a la inutilidad de su sacrificio en Angola y Mozambique,
dio paso a un régimen multipartidista que, tras unos primeros años de agitación social,
se encauzó como una democracia equiparable a las europeas. La transición española a
partir de la muerte de Franco, sucedido por Juan Carlos I (1975), tuvo un recorrido más
estable pilotado por el centrismo de Adolfo Suárez (1976-1981). También en Grecia se
produjo la restauración democrática (1974). En los tres casos, la incorporación al
Mercado Común Europeo sancionó la consolidación de la democracia.
En cuanto a Turquía, involucrada en la guerra civil de Chipre que estalló tras el golpe de
estado contra el Gobierno de Makarios (1974), el predominio de los militares en la vida
pública siguió siendo decisivo. Los regímenes del Mediterráneo árabe (de Siria a
Marruecos) tampoco se vieron afectados por transformaciones políticas decisivas,
variando su grado de alineación o enemistad con Occidente o la retórica panarabista o
árabe socialista, pero desde sistemas esencialmente autoritarios.
En el Cono Sur americano se produjo un recurso generalizado al autoritarismo para
evitar la posibilidad del establecimiento de gobiernos izquierdistas como el chileno de
Allende, contrarios a los intereses de las clases dominantes y de los Estados Unidos
(que apoyó los golpes de estado e incluso formaba teóricamente a sus protagonistas en
la Escuela de las Américas). A los regímenes militares ya existentes (el paraguayo desde
1954 y el brasileño desde 1964) se sumaron la dictadura cívico-militar en Uruguay
(1973-1985), la de Pinochet en Chile (1973-1990) y la junta militar argentina (19761983).

Pintada alusiva al 25 de abril de 1974, revolución de los claveles en Portugal.

Monumento a los Martires de Atocha, un episodio violento de la transción
española.

Los generales Augusto Pinochet y Jorge Rafael Videla encabezaron
respectivamente las juntas militares de Chile y Argentina.
Estados Unidos tras el Watergate
En Estados Unidos, tras el escándalo Watergate que retiró a Richard Nixon de la
presidencia (1974), el mandato del demócrata Jimmy Carter (1977-1981) se caracterizó
por sufrir los efectos más penosos de la crisis iniciada en 1973, por un retroceso de la
influencia en América Latina (revolución sandinista en Nicaragua) y otras zonas del
Tercer Mundo (Camboya, Etiopía, Angola, Mozambique) y por significativas
humillaciones internacionales (crisis de los rehenes en Irán). Frente a lo que
consideraban pérdida de valores tradicionales, excesos de permisividad y anomia social,
se organizó un poderoso grupo de presión visibilizado por los telepredicadores
religiosos y la denominada mayoría moral, que consiguió dos presidencias republicanas
consecutivas (cuatro mandatos: los de Ronald Reagan, 1981-1989, y George Bush
padre, 1989-1996). Con una política abiertamente agresiva hacia la Unión Soviética, a
la que denominó "imperio del mal", Reagan proponía un final victorioso a la guerra fría
mediante un enfriamiento de las relaciones bilaterales y el inicio de investigaciones para
un posible futuro establecimiento en el espacio exterior de un sistema de intercepción de
misiles balísticos, la llamada Iniciativa de Defensa Estratégica (bautizada por la prensa
como "Star Wars" en alusión a la contemporánea serie de películas de George Lucas) y
un más concreto despliegue de misiles nucleares de alcance intermedio en Europa
(euromisiles, respuesta a una iniciativa soviética similar -SS-20-), en una reactivación
de la carrera nuclear que los soviéticos no estuvieron en condiciones de seguir. En
América Latina, tras el ciclo de golpes de estado militares de los años setenta (Chile y
Uruguay, 1973; Argentina 1976), desde la época de Carter se pretendía oficialmente el
sostenimiento de los regímenes nominalmente democráticos, lo que en la época de
Reagan se concretó en la intensificación del sostenimiento de los gobiernos aliados
frente a las guerrillas izquierdistas y el apoyo velado a los movimientos hostiles a los
gobiernos no propicios (como la contra nicaragüense), llegando a la intervención directa
(invasión de Granada -1983-, invasión de Panamá -1989-).

Margaret Thatcher y Ronald Reagan encabezaron la reacción neoconservadora
de los años ochenta, neoliberal en economía y agresiva tanto en el interior
(recortes al estado del bienestar) como en política exterior (Guerra de las
Malvinas, despliegue de los euromisiles...).

Mijaíl Gorbachov (último líder de la Unión Soviética y consciente de la
imposibilidad de ésta para mantener la carrera de armamentos) y el presidente
norteamericano Reagan llegaron a puntos de acuerdo que significaron el fin de la
guerra fría. En la foto, la firma del tratado INF (1 de junio de 1988)

Juan Pablo II, primer papa polaco y el más viajero de la historia, durante uno de
sus viajes a Polonia (1987). Tuvo un importante papel en el estímulo al
movimiento opositor (sindicato Solidarnosc de Lech Wałęsa) que contribuyó a
la crisis del sistema comunista en el este de Europa.
Reacción conservadora católica
En la Iglesia católica se produjo un fortalecimiento de la tendencia conservadora a
partir de Juan Pablo II, que revisó los planteamientos más progresistas del Concilio
Vaticano II y los pontificados anteriores (Juan XXIII, Pablo VI, y el efímero de Juan
Pablo I), reprimió la teología de la liberación, muy activa en Latinoamérica (fue muy
evidente su malestar por la entrada del sacerdote Ernesto Cardenal en el gobierno
sandinista de Nicaragua) y se apoyó en movimientos conservadores como el Opus Dei
(a cuyo fundador, Josemaría Escrivá de Balaguer beatificó y canonizó con gran rapidez)
frente a la anterior preferencia por la Compañía de Jesús (entre cuyas filas estaban
Ignacio Ellacuría y los demás asesinados en El Salvador en 1989).
Jomeini desciende del avión que le traía a Teherán desde el exilio (1 de febrero de
1979).
Revolución islámica
Véase también: Islam político
A partir de la revolución iraní (derrocamiento del proamericano sah Reza Pahlevi, por
un movimiento integrista liderado por el ayatolá Jomeini, 1979) se produjo en todo el
mundo islámico (tanto entre los chiítas como entre los mayoritarios sunnitas), y entre
las numerosas colonias de inmigrantes islámicos en Europa, el llamado despertar
islámico o revolución islámica, cerrando el ciclo que desde la descolonización
identificaba la causa árabe con el nacionalismo de izquierdas o tercermundista. Los
gobiernos y clases dominantes de los países musulmanes hubieron de optar por tres
posibles estrategias: frenar el movimiento (como en Argelia, que anuló las elecciones
que iban a ganar los islamistas, desencadenando una violentísima reacción armada,
1991); coexistir en un precario equilibrio (los países denominados moderados, los más
firmes aliados de Estados Unidos, como las monarquías del Golfo -encabezadas por
Arabia Saudí-, Egipto, Marruecos o Turquía -cuyo laicismo oficial convive desde 2003
con la presencia en el poder de Erdogan, un islamista moderado-, y los países más
poblados y lejanos del ámbito árabe: Pakistán e Indonesia); o unirse a él (Sudán, 1983).
El apoyo estadounidense a los talibán afganos para la expulsión de los soviéticos de
Afganistán (1979-1989) terminó convirtiendo a éste país en el más claro refugio del
denominado terrorismo islámico, y originando los conflictos del inicio del siglo XXI.
Otra de las maniobras occidentales para intentar contener el extremismo islámico, la
utilización del régimen iraquí de Saddam Hussein contra Irán (Guerra Irán-Irak, 19801988) también tuvo resultados totalmente contraproducentes para esa estrategia:
intensificó el integrismo iraní y propició la deriva antioccidental del dictador iraquí, lo
que originó también nuevas guerras en el periodo siguiente. La clave del enfrentamiento
islamista contra occidente continuó siendo la persistencia del conflicto árabe-israelí, y la
identificación de Estados Unidos como el principal apoyo de los judíos.
Véanse también: Islamismo, Islam político, Fundamentalismo islámico, Sharia y
Yihadismo
Glasnost y Perestroika
En 1985 Mijaíl Gorbachov fue nombrado Secretario General del Partido Comunista de
la Unión Soviética, en una renovación generacional de la cúpula dirigente que llevó a la
liquidación de la Guerra Fría y a reformas liberalizadoras en el interior del régimen
soviético, que recibieron los nombres de perestroika (reestructuración) y glásnost
(apertura o transparencia). El tratado de desarme de 1987 significó el final de la carrera
armamentista. Entre tanto, aumentaba la agitación interna, desatada tanto por las
resistencias de los partidarios del mantenimiento intacto de las prácticas estalinistas
(nostálgicos o conservadores) como por la impaciencia de los antiguos disidentes y los
oportunistas que vieron llegado el momento de optar por cambios radicales (que para
algunos se limitarían al establecimiento de un socialismo democrático y para otros
deberían significar la transición a un sistema liberal-capitalista homologable con
Occidente). Las tímidas reformas económicas no solucionaron los tradicionales
problemas de abastecimiento y aumentaron el descontento de la población, que ya no se
ocultaba como en épocas anteriores de mayor penuria. En los países de la órbita
comunista, la pérdida de confianza entre los regímenes locales y los nuevos dirigentes
soviéticos estimuló los movimientos cada vez más atrevidos de la oposición clandestina.
Paso libre a través del Muro de Berlin, frente a la Puerta de Brandemburgo (1 de
diciembre de 1989). La presión popular consiguió precipitar el final del régimen
prosoviético de Alemania Oriental, abandonado a su suerte por Gorbachov.
Revolución de 1989
En 1989, la acumulación de energías llegó al punto necesario para el estallido
revolucionario (la revolución de 1989). En Alemania Oriental, la evidente pérdida de
apoyo soviético a los dirigentes comunistas locales, les enfrentó a una movilización
popular que, a diferencia de ocasiones anteriores, no fue reprimida, y cuya fuerza
mediática, simbolizada en los martillazos de la multitud festiva derribando el Muro de
Berlín llegó a los receptores de televisión de todo el mundo. Los hechos más violentes
tuvieron lugar en Rumania, donde la represión fue más dura por la resistencia a
abandonar el poder por parte de Nicolae Ceausescu (el dirigente más autónomo del
bloque del este, que hasta entonces gozaba de una especial consideración de mediador
ante los occidentales) que fue fusilado sumariamente en lo que igualmente fueron otras
imágenes mundialmente difundidas.
Las relaciones entre los dos bloques evidenciaron el final de la Guerra fría por la
victoria del occidental, con hitos como la Cumbre de Malta (2 y 3 de diciembre de
1989) y la Carta de París (19-21 de noviembre de 1990).84
Disolución de la Unión Soviética
La propia Unión Soviética se encaminaba hacia su disolución, quedando cada vez más
claro que los nuevos espacios de visualización de la disidencia soviética (simbolizada en
Andréi Sájarov) no funcionaban como un apoyo de la reforma del sistema, sino como
una fuerza disolvente, sobre todo los de las repúblicas soviéticas no rusas; mientras que
los partidarios de una vuelta a las prácticas estalinistas. En agosto de 1991, durante un
golpe de estado promovido contra Gorbachov, un reformista radical, Borís Yeltsin,
consiguió hacerse con el poder y promovió un hondo proceso de reformas liberales,
incluyendo la disolución del Partido Comunista de la Unión Soviética. Las repúblicas
bálticas ya habían conseguido la independencia de hecho; las demás se apresuraron a
declararse independientes, pasando varias de ellas a constituirse en precarias
superpotencias nucleares. El régimen comunista terminó así de desplomarse en medio
de un caos económico en que la gran mayoría de la población caía en la pobreza y las
propiedades y empresas socializadas o construidas desde la Revolución se privatizaban
(cada ciudadano recibió una especie de bono que podía vender en el mercado libre),
mientras los antiguos dirigentes de la nomenklatura y el KGB formaban grupos
económicos formales o informales (algunos incluso delictivos, la denominada mafia
rusa) que se afianzaron con el control económico y político de la nueva Rusia, cuyo
nombre institucional pasó a ser Federación de Rusia. Muchos otros rasgos del pasado
zarista que el comunismo se había jactado de eliminar, como el nacionalismo y la
religión ortodoxa, volvieron a desarrollarse.
Véase también: Colapso económico de la URSS
¿"Fin de la Historia" o "Choque de civilizaciones"? (1989-2009)
Véanse también: El fin de la Historia y el último hombre y Choque de civilizaciones
Nuevo orden posterior a la caída del muro de Berlín
La caída del bloque comunista o del Este provocó un reorganización del sistema
internacional. El más espectacular de los cambios ocurrió en Europa, donde se produjo
el estallido del statu quo mantenido desde Yalta, y que a muchos observadores,
incluyendo a la buena parte de los estadistas (destacadamente, Margaret Thatcher y
François Mitterrand), parecía inamovible o al menos de no conveniente vulneración.
Dentro de su propio ámbito, la rigidez del sistema político comunista y la
interiorización de la represión había disimulado la persistencia de problemas étnicos y
religiosos, que a partir entonces se expresaron en toda su dimensión.
Firma de los Acuerdos de Dayton, 1995, por los presidentes de Serbia ( Slobodan
Milošević), Bosnia-Herzegovina (Alija Izetbegović) y Croacia (Franjo Tudjman).
] Guerras yugoslavas
Artículo principal: Guerras yugoslavas
Paradójicamente, fueron los estados menos vinculados a la Unión Soviética los que más
violentamente sufrieron la caída del muro. El sistema comunista más aislado del mundo,
Albania, se desintegró en medio de la anarquía, mientras que Yugoslavia, ignorando las
poco decididas peticiones de mantenimiento de la unidad por parte de la comunidad
internacional, se fragmentó en las repúblicas que componían su confederación (el
derecho a la secesión estaba reconocido en su constitución). Las más decididamente
separatistas fueron Eslovenia y Croacia, católicas y declaradamente pro-occidentales
(explícitamente buscando el decisivo apoyo alemán), mientras que Serbia (ortodoxa y
pro-rusa) pretendía la continuidad de una República Federal de Yugoslavia (desde
1992) bajo el liderazgo del comunista Milosevich, con una postura cada vez más
nacionalista serbia. Los conflictos más graves surgieron en Bosnia-Herzegovina (de
composición étnica muy mezclada entre serbio-bosnios, bosnio-croatas y bosniomusulmanes) y la provincia serbia de Kosovo (mayoritariamente poblada por
albaneses). La intervención internacional, liderada por los Estados Unidos, sancionó la
derrota serbia en ambos conflictos.
Las antiguas repúblicas soviéticas
La separación de las repúblicas bálticas fue radical, y llevó a su integración en
Occidente (OTAN y Unión Europea), mietras que la de las repúblicas del Asia central
no lo fue tanto, permaneciendo fuertes vínculos con la reorganizada Federación Rusa.
Lo mismo ocurrió en Bielorrusia, donde se estableció un régimen autoritario. Ucrania,
sobre todo tras la revolución naranja, se ha mantenido en un difícil equilibrio, no sin
conflictos de naturaleza económica, como las denominadas guerras del gas. En la zona
del Cáucaso se produjo la independencia de las repúblicas del sur (Georgia, Azerbaiján
y Armenia), mientras que el norte permaneció dentro de la Federación Rusa. En ese
entorno se han producido los enfrentamientos más violentos, como el de Chechenia,
duramente reprimido por los nacionalistas rusos. Ciertos vínculos institucionales entre
las antiguas repúblicas soviéticas se han mantenido en una Comunidad de Estados
Independientes (CEI), de entidad poco más que simbólica.
Una réplica de la diosa de la democracia, la escultura utilizada durante las protestas de
1989, empleada en la manifestación que tuvo lugar en Hong Kong para conmemorar el
vigésimo aniversario (2009).
El despertar de China
Se atribuye a Napoleón la frase dejad que China duerma, cuando China despierte... el
mundo temblará.85 Si el despertar de China se ha venido produciendo desde la
Revolución, su impacto en el mundo no se produjo decisivamente hasta finales del siglo
XX, y bajo criterios muy distintos a los del maoísmo. La República Popular venía
transformándose desde el proceso a la denominada banda de los cuatro que siguió a la
muerte de Mao Tsé-Tung (1976). Se produjo una apertura en el régimen comunista
chino, que bajo el liderazgo de Deng Xiaoping y su política de un país, dos sistemas,
intentó la empresa de generar una economía de mercado sin sacrificar el régimen
político comunista de partido único, cuyo carácter totalitario quedó evidenciado con la
represión de las protestas de la Plaza de Tian'anmen de 1989. El continuado crecimiento
económico ha convertido a China en una potencia de cada vez mayor importancia. Los
productos chinos cada vez tienen mayor presencia en el comercio internacional, así
como sus inversiones, orientadas sobre todo a la búsqueda de materias primas y
recursos energéticos por todo el mundo; aunque su papel en el sistema financiero y
monetario internacional es mucho menor. La tecnología china ha permitido colocar en
órbita a su propio taikonauta (2003). El alcance de su creciente capacidad militar es una
incógnita que aún no ha sido puesta a prueba, pero su presencia en el concierto
internacional quedó evidenciada de forma clara desde la recuperación de Hong Kong
(1997) y Macao (1999).
Medvedev y Van Rompuy en una cumbre UE-Rusia en Bruselas.
Expansión y "decadencia" de Europa
La unificación de las dos Alemanias, la transformación de las Comunidades Europeas
en la Unión Europea y su expansión hacia los países del este en transición al
capitalismo, convirtieron a Europa, ya sin el adjetivo de occidental, en un "gigante
económico", cuya divisa, el euro, equilibró eficazmente el anterior monopolio del dólar
en los mercados monetarios internacionales. No obstante, la incapacidad demostrada por
los países miembros para profundizar las partes no económicas de la unión, y la falta de
coordinación exterior la dejaron como un "enano político", a pesar de su crecimiento
burocrático e institucional (Tratado de Lisboa, 2007). La iniciativa en los foros
internacionales y en las intervenciones militares siguieron dejándose en manos de los
Estados Unidos, como mucho coordinados a través de la OTAN, incluso para conflictos
en el mismo corazón del continente, como las guerras yugoslavas. El Reino Unido
mantuvo recelos euroescépticos a la mayor parte de las políticas integradoras, así como
su relación preferencial "transatlántica" con la superpotencia americana. En ausencia de
una única autoridad común, el denominado eje franco-alemán, mantenido por los líderes
de ambas naciones más allá de las personas o partidos que fueron sucediéndose en el
poder, funcionó como el más evidente núcleo de poder decisiorio en Europa.86
Un helicóptero norteamericano sobrevolando Mogadiscio en 1993. Su derribo por una
fuerza irregular, reflejado en Black Hawk Down de Ridley Scott, ocasionó un escándalo
y el replanteamiento de la estrategia de Estados Unidos.
El "poder blando" de Estados Unidos
La victoria en la Guerra Fría dejó a Estados Unidos como única superpotencia, no sólo
en lo militar, sino en el denominado poder blando que se concreta en la difusión de sus
productos culturales y tecnológicos (destacadamente los ligados a la informática e
internet) y la universalización de la particular ideología, identificada con el american
way of life que considera indivisibles la libertad política y económica (capitalismo
democrático). La presidencia pasó de los republicanos (Reagan, 1981-89 y Bush padre,
1989-93) a los demócratas durante los mandatos de Bill Clinton (1993-2001), para
volver a los republicanos con Bush hijo (2001-2009).
A pesar de su continuidad indiscutida en la cúspide de la riqueza económica, el poder
militar y el predominio ideológico, o bien precisamente por la frustración de las
expectativas suscitadas por ello; las interpretación más común del sistema internacional
suele hablar de un declive de los Estados Unidos,87 incluso de un fracaso en cuanto a la
gestión de su liderazgo frente los problemas mundiales: calentamiento global (negativa
a firmar el protocolo de Kioto), proliferación nuclear88 (problemática respuesta a los
desafíos nucleares de Corea del Norte e Irán, tras la utilización del argumento de las
armas de destrucción masiva para justificar la guerra de Irak), terrorismo, incapacidad
para responder a las crecientes demandas de resolución de conflictos en estados fallidos
o crisis humanitarias (especialmente en África, donde la fracasada intervención en
Somalia -1993- llevó a la no intervención en el Genocidio de Ruanda -1994- o en el
Conflicto de Darfur -2003-); y un emperoramiento de su imagen internacional
(antiamericanismo). Su propia opinión pública interna se caracterizaba (al menos hasta
el 11-S) por una doble y contradictoria exigencia: la de intervenir en el exterior para
solucionar todo tipo de problemas mundiales, y la intolerancia a asumir el riesgo de
pérdida de vidas no sólo propias, sino también del enemigo. Tales exigencias llevaron a
una extremada tecnologización de la guerra y a todo tipo de cautelas mediáticas (la
Primera Guerra del Golfo -1991- fue retransmitida en directo por la CNN prácticamente
sin imágenes de heridos o cadáveres).
Los conflictos internos dentro de Estados Unidos, superada la fase más combativa de la
lucha por los derechos civiles, se expresaron en un aumento de la actividad de grupos
ultraconservadores y una preocupante difusión de la violencia grupal o individual
(disturbios de Los Ángeles en 1992, masacre de los davidianos de Waco -1993-,
atentado de Oklahoma City -1995-, atentados antitecnológicos de Unabomber -hasta
1996-, Masacre del instituto Columbine -1999-) denunciada por un famoso documental
de Michael Moore.
Democratización de América Latina
Cumbre Iberoamericana de 2008.
La desaparición de la Unión Soviética rompía toda posible vinculación entre los
movimientos izquierdistas locales de América Latina y cualquier superpotencia hostil a
los Estados Unidos; lo que había sido la principal causa para su apoyo a las dictaduras
militares de los años setenta y ochenta. Las últimas intervenciones norteamericanas, con
utilización abierta de fuerza armada, fueron la invasión de Granada, 1983 y la la de
Panamá de 1989. Cuba estaba sometida a un riguroso aislamiento internacional,
acentuado por un embargo comercial que no consiguió debilitar en el interior al régimen
de Fidel Castro. En el cono sur (Brasil, Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay), se
produjo la reconstrucción de los regímenes democráticos en los años noventa, no sin
dificultades, fundamentalmente por sucesivas crisis económicas que tensionaron las
denominadas transiciones a la democracia (por ejemplo, el corralito argentino).
Globalización y antiglobalización
Artículos principales: Globalización y Movimiento antiglobalización
Cibercafé en Seúl.
Los medios de comunicación, especialmente los medios de comunicación de masas
(prensa, cine, radio, televisión) habían permitido desde el inicio del siglo XX la difusión
mundial del poder blando de la cultura estadounidense en todos sus contenidos, tanto la
ideología subyacente todo tipo de información, cultural, anecdótica o embrutecedora, o
la misma publicidad. La revolución informática, la telefonía móvil e internet han
llevado el proceso a su extremo en la década final del siglo XX y la primera del siglo
XXI (blogosfera, web 2.0, etc.).
La intensificación de los movimientos migratorios (cuya necesidad, represión o control
es objeto de intensos debates), la mejora tecnológica en el transporte de mercancías
(logística, normalización de contenedores), la cada vez más libre circulación de
capitales y la caída o liberalización de las barreras comerciales por el fin de los bloques
y las sucesivas rondas del GATT y la Organización Mundial de Comercio; han llevado
la antigua economía-mundo del siglo XVI a un grado de integración nunca antes
conocido.
La homogeneización de estilos de vida parece haber confirmado la hipótesis de
Marshall Mac Luhan, que hablaba de la aldea global en los años sesenta. La
descentralización que implica el concepto de red hace que sean cada vez más habituales
los contenidos alternativos al dominante (la televisión árabe Al Yazira como
competencia de la norteamericana CNN, las películas de Bollywood o el manga
japonés). La aceleración en el ritmo de cambio de las modas, las tendencias y los
referentes culturales los hace efímeros y de difícil seguimiento fuera de cada tribu
urbana identidicada con alguno de ellos. En múltiples campos se generan efectos
insospechados de la aplicación del concepto de la simultaneidad posibilitada por el
intercambio masivo de información en tiempo real. Los movimientos sociales
tradicionales se están transformando de un modo decisivo, incluso las convocatorias
para las manifestaciones y protestas han dejado de hacerse por los medios tradicionales
para realizarse de forma autónoma y espontánea por las propia dinámica generada en las
redes sociales. La comunidad científica (en cuyo seno surgió la World Wide Web como
un mecanismo de colaboración entre grupos de investigación) ha llevado a cabo
programas de potencia insospechada, como el Proyecto Genoma Humano (1984-2000)
y los avances en ingeniería genética, que podrían cuestionar el mismo concepto de ser
humano (transhumanismo).
Los partidarios de la globalización argumentan que facilita el libre intercambio de ideas,
la expresión individual y el respeto por los derechos de las personas, además de ser
inevitable, como lo es el progreso tecnológico. Sus detractores denuncian que la
globalización es unilateral y promueve el predominio de una cultura particular (la
estadounidense) que acabaría imponiéndose a todo el planeta acabando con las minorías
culturales, lingüísticas y religiosas, y que los defensores de la globalización en realidad
defienden sus propios intereses económicos, como la sumisión de los estados a una
competencia suicida por la deslocalización el dumping social y el dumping ecológico.
No existe una unidad de intereses ni de expresión en estos movimientos, que incluyen
desde la defensa del proteccionismo agrario (José Bové) hasta las más clásicas protestas
sociales antes expresadas en el movimiento obrero, el ecologismo y el pacifismo.
Paradójicamente, la respuesta a la globalización se ha organizado en torno a redes
sociales dinámicas permitidas por el propio proceso de globalización, con el
denominado movimiento antiglobalización o altermundialismo, iniciado de forma más o
menos espontánea en las manifestaciones de Seattle (1999) como respuesta a la reunión
del FMI y en la Contracumbre del G8 en Génova (2001) e institucionalizado en torno al
Foro Social Mundial de Porto Alegre (organizado de forma alternativa a los mismos y a
los elitistas encuentros del denominado Hombre de Davos). Han generado el lema otro
mundo es posible.89
Véanse también: Multinacional, Migraciones, G-8, G-5, G-20, País recientemente
industrializado, BRIC y Nueva cuestión social
El mundo posterior al 11-S
Perspectiva desde la Estatua de la Libertad hacia las Torres Gemelas del World Trade
Center de Nueva York, en el momento del atentado.
Los atentados que llevó a cabo Al Qaeda (una enigmática red de terrorismo islamista
organizada por el millonario saudí Osama Bin Laden) contra las Torres Gemelas de
Nueva York el 11 de septiembre de 2001, y la reacción estadounidense posterior,
liderada por el presidente George W. Bush (guerra de Afganistán y guerra de Irak),
evidenciaron la existencia de un nuevo tipo de conflicto global que Samuel Huntington
había previamente denominado con el término choque de civilizaciones (teoría
construida en polémica con Francis Fukuyama, quien había proclamado, en los tiempos
de la caída de la Unión Soviética, que la historia tendía ineludiblemente hacia sistemas
liberales, y que cuando éstos se conseguían, estábamos ante el Fin de la Historia). Los
atentados evidenciaron la vulnerabilidad del sistema occidental ante los grupos con
voluntad de utilizar en su contra las posibilidades que una sociedad abierta les permitía,
y lo contradictorio de reaccionar con la restricción de las libertades (Acta Patriótica) o la
criminalización social de las minorías islámicas, prácticas que de haberse llevado a un
extremo habrían constituido el éxito más claro de los agresores.90 La reacción exterior,
más allá de su éxito o fracaso relativo, demostró la gigantesca capacidad de respuesta de
Estados Unidos y la solidez de su alianza con un gran número de países (OTAN, Japón,
gobiernos de los países islámicos denominados moderados -monarquías del Golfo
Pérsico, Marruecos, Jordania, Pakistán-), al tiempo que Rusia y China evitan
comprometerse y algunos países del denominado eje del mal efectuaban acercamientos
a Occidente (Libia, Siria).91
No obstante, las divisiones existentes en la vasta coalición pro-occidental se expresaron
en la diferente actitud de cada uno de los países aliados de Estados Unidos: divergencia
entre la opinión pública y los gobiernos, sobre todo en los países musulmanes (que al
cabo de los años -a comienzos de 2011- llevó al estallido de revueltas simultáneas en los
países árabes cuestionando la estabilidad de un gran número de regímenes autoritarios
que los países occidentales consideraban valiosos contra el islamismo radical);92
resistencia de Francia y Alemania (denominados vieja Europa frente a la nueva Europa
de los aliados más firmes de Estados Unidos -los antiguos países comunistas del Este de
Europa, la España de José María Aznar y la Italia de Berlusconi-) a implicarse en la
guerra de Iraq, o la salida de las tropas españolas (tras el atentado del 11 de marzo de
2004 y la inmediata victoria electoral de José Luis Rodríguez Zapatero). Tampoco
dentro de los mismos Estados Unidos la posiciones eran unánimes, sobre todo tras no
encontrarse las armas de destrucción masiva que se había afirmado que poseía Saddam
Husein (hecho que se había aducido como casus belli para el ataque preventivo) y otros
escándalos (torturas en la prisión de Abu Ghraib y detención sin plazo ni juicio de los
denominados combatientes ilegales en el centro de detención de Guantánamo, que se ha
comprometido a cerrar Barack Obama -primer presidente negro de los Estados Unidos,
2009-).
El predominio de los Estados Unidos, única superpotencia de la escena internacional
tras la desaparición de la Unión Soviética, se ve contestado, al menos nominalmente,
por las declaraciones en favor de un mundo multipolar en vez de unipolar.93 En eso
suelen coincidir, aunque en muy distintos términos, desde la postura común de la
política exterior de la Unión Europea hasta la más agresiva del Irán de Mahmud
Ahmadineyad (expresión del islamismo radical) o la Venezuela de Hugo Chávez (y
otros líderes hispanoamericanos que en algunos casos reciben la denominación de
indigenistas -Evo Morales en Bolivia-).
La crisis económica de 2008, que surgió como consecuencia del estallido de una
burbuja financiera-inmmobiliaria, ha puesto en cuestión las bases del sistema financiero
internacional y desatado el temor a una profunda recesión que cuestione la continuidad
del sistema capitalista y el propio sistema democrático, identificados ambos en lo que se
ha llegado a denominar capitalismo democrático;94 y no sólo del concepto de Estado
nacional, cuestionado desde hacía tiempo, sino del de integración supranacional,
evidenciada la grave vulnerabilidad de la Eurozona a la crisis monetaria de 2010.95
El paso del tiempo demostrará si la historiografía futura entiende la evolución histórica
de los últimos o próximos años (caída de la Unión Soviética, atentado contra las Torres
Gemelas, u otros hechos que estén por producirse) como el desarrollo de las mismas
características propias de toda la Edad Contemporánea, o como una nueva época
completamente distinta que justifique una nueva periodización de la historia o una
renovación metodológica; aunque mientras los hechos y procesos están en curso, tales
tareas no corresponden a la historiografía, sino a la prospectiva.96
Material adicional
Cronología

Tabla cronológica de la Edad Contemporánea. Cuadro comparativo de los
principales hechos políticos, científicos y artísticos.
Ficción

Ficción sobre la Edad Contemporánea. Libros y películas que tratan temáticas
medulares sobre este período.
Referencias



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


Wikimedia Commons alberga contenido multimedia sobre Filmaciones
antiguas.
Wikimedia Commons alberga contenido multimedia sobre Eras históricas
(con categorías por periodo, país, etc.).
Artehistoria: 1789-1848.
Artehistoria: 1848-1914.
Artehistoria: 1914-1945.
Artehistoria: 1945-1975.
Artehistoria: 1975-2001.
Edad Contemporánea, en Encarta
Departamentos universitarios de Historia Contemporánea





Complutense de Madrid
Autónoma de Madrid
Universidad Autónoma de Barcelona
Universidad del País Vasco
Universidad de Alcalá de Henares (Historia II: Moderna y Contemporánea)


Universidad de Granada (Programa de la asignatura y bibliografía)
UNED
Recursos educativos sobre historia contemporánea






Recursos para Historia Contemporánea de 1º de bachillerato Geoeduca.
Directorio web en historiasiglo20.org
Historia de las relaciones internacionales durante el siglo XX en
historiasiglo20.org
Directorio web del Departamento de Historia Contemporánea de la UCM
Recursos clasificados en florentinorodao.com
Historia contemporánea de Europa. Siglo XX en usal.es



Contenidos
Textos de historia del siglo XX
Historia mundial contemporánea (Nivel secundario para adultos. Módulos de
Enseñanza Semipresencial) Ministerio de Educación de Argentina.
Bibliografía

HOBSBAWM, Eric J. (1987). Las Revoluciones Burguesas (The Age of
Revolution. Europe 1789-1848). Barcelona: Labor. ISBN 84-335-2978-1.

HOBSBAWM, Eric J. (1987). La Era del capitalismo (The Age of Capital 18481875). Barcelona: Labor. ISBN 84-335-2983-8.

HOBSBAWM, Eric J. (1989). La Era del Imperio (The Age of Empire 18751914). Barcelona: Labor. ISBN 84-335-9298-X.
HOBSBAWM, Eric J. (1995). Historia del Siglo XX (The Age of Extremes. The
short twentieth century 1914-1991). Barcelona: Crítica. ISBN 84-7423-712-2.



1.
2.
3.
4.
5.
6.
FERNÁNDEZ, Antonio (1981), Historia del mundo contemporáneo, Barcelona:
Vicéns Vives ISBN 84-316-1774-8
ARTOLA, Miguel y PÉREZ LEDESMA, Manuel, Historia del mundo
contemporáneo, Madrid, Anaya, ISBN 84-207-3052-1
↑ Úrsula Oswald Seguridad ambiental, un reto a la supervivencia humana
(presentación, 2009).
↑ Poéticamente se explicita en la oposición entre el elitismo de la minoría,
siempre de Juan Ramón Jiménez y la inmensa mayoría de Blas de Otero. La teoría del
arte en el siglo XX ha producido toda clase de conceptos para expresar tal crisis, desde
la deshumanización del arte de José Ortega y Gasset hasta el arte ensimismado o
implicado en la producción de Xavier Rubert de Ventós.
↑ Concepción de Ernest Labrousse.
↑ Concepto de E. P. Thompson.
↑ Oposición de términos explicitada por los historiadores Antonio Domínguez
Ortiz (plan de la obra), Miguel Artola (tomo V) y Martínez Cuadrado (tomo VI), en
Historia de España Alfaguara. Madrid: Alianza. 1981. ISBN 84-206-2049-1
↑ La condición totalitaria del sistema soviético y de los fascismos (italiano,
alemán y otros) es uno de los temas más debatidos de la historiografía y la teoría
7.
8.
9.
10.
11.
política contemporánea, desde el nacimiento de ese término (aplicado por los propios
fascistas a sí mismos y extendido por analistas contemporáneos, como Hannah Arendt o
posteriores como Juan José Linz). Eric Hobsbawm defiende la interpretación histórica
de que la intervención soviética en la Segunda Guerra Mundial fue decisiva para la
supervivencia de la democracia liberal en el denominado mundo libre; así como, en el
periodo posterior, la emulación competitiva entre el bloque soviético y el occidental
(que siempre fue dominante) fue decisiva para la propia auto-definición de los valores
ideológicos, las estructuras políticas y las condiciones socio-económicas de éste, y de su
imposición global (Historia del siglo XX, op. cit.)
↑ El concepto identidad, de múltiple significado, es uno de los más fecundos en
todo tipo de ciencias, incluidas las ciencias sociales (véase la página de desambiguación
identidad).

AS Waterman, Identity Formation: Discovery or Creation? The
Journal of Early Adolescence, 1984; Carol Hanisch, "The Personal is Political,"
in Shulamith Firestone, The Dialectic of Sex. New York: Farrar, Straus and
Giroux, 2003 (first pub. 1970). ISBN 978-0-641-71168-8 y otras fuentes citadas
en en:Identity formation (formación de la identidad) y en en:Identity politics
(política de la identidad) de la wikipedia en inglés.
↑

The century of the self: Happiness Machines, Adam Curtis, BBC
(documental), 2002. Citado en El siglo del individualismo

Vere Claiborne Chappell, The Cambridge Companion to Locke.
Cambridge University Press, 1994. 343 pages. ISBN 0-521-38772-8 ; Harold
W. Noonan, Personal Identity. Routledge, 2003. 296 pages. ISBN 0-41527315-3 ; Daniel Dennett, Where am I? ; Derek Parfit, Reasons and Persons,
part 3. ; Bernard Williams, The Self and the Future, Philosophical Review 79. ;
John Locke, Of Ideas of Identity and Diversity (bibliografía del artículo
en:Personal identity (philosophy) en la wikipedia en inglés).
↑

Globalization and Autonomy Glossary Entry; Collective Identity and
Expressive Forms; What a Mighty Power We Can Be; Perception of the
minority's collective identity and voting behavior: The case of the Palestinians
in Israel; references in social pychology;
http://www.history.ucsb.edu/faculty/marcuse/present/972ident.htm ;
http://blogs.zdnet.com/Ratcliffe/index.php?p=26 (enlaces externos del artículo
en:Collective identity de la wikipedia en inglés).

Benedict Anderson (1983) Imagined Communities. Reflections on the
Origin and Spread of Nationalism. London: Verso (traducido en castellano
como Comunidades Imaginadas). Véanse también todas las demás fuentes en la
bibliografía del artículo en:Identity (social science) en la wikipedia en inglés.

Roccas, S. & Brewer M. B. (2002). Social identity complexity.
Personality and Social Pscyhology Review, 6, 88 - 106; Tajfel, H. & Turner, J.
C. (1986). The social identity theory of intergroup behavior. In S. Worchel &
W. G. Austin (Eds.) Psychology of intergroup relations (2nd ed., 7 - 24).
Chicago, IL: Nelson Hall. (bibliografía del artículo en:Social identity
complexity en la wikipedia en inglés).
↑ William G. Roy Aesthetic Identity, Race, and American Folk Music,
Qualitative Sociology, septiembre de 2002.
↑ Sandhusen, Richard L. (2000) Marketing pgs. 218 y ss., bibliografía citada en
en:Consumer behaviour de la wikipedia en inglés. El estudio del consumo y sus
implicaciones económicas y sociales ha dado origen a diferentes planteamientos, que
incluyen las perspectivas innovadoras sobre el comportamiento social que están en la
base de disciplinas muy recientes, como las denominadas econofísica y neuroeconomía.
Obras de divulgación sobre estos temas son la de Philip Ball (2008) Masa crítica.
Cambio, caos y complejidad Turner ISBN 978-84-7506-651-6; y la de Tim Harford
12.
13.
14.
15.
16.
17.
18.
19.
20.
21.
22.
23.
24.
25.
26.
27.
28.
29.
30.
(2008) El economista camuflado: La economía de las pequenas cosas Booket ISBN
978-84-8460-536-2.
↑ Véase la extensa bibliografía que utiliza las expresiones edad contemporánea,
époque contemporaine, early modern age, later modern age, late modern age, early
modern times, later modern times, late modern times, contemporary age y
contemporary times.
↑ El concepto de teoría crítica de la modernidad es propia de la Escuela de
Frankfurt (teoría crítica), y especialmente de Jürgen Habermas (Teoría de la acción
comunicativa).
↑ Karl Polanyi (1944); edición española: Madrid, La Piqueta, 1989. ISBN 847731-047-5.
↑ Matthew Stewart, La verdad sobre todo, una irreverente historia de la
filosofía con ilustraciones, Editorial Punto de Lectura, Madrid, febrero de 2002, ISBN
84-663-0581-5, Páginas 609-611.
↑ El título original en inglés al libro de Hobsbawm (op. cit.) sobre ese periodo
es The Age of Revolution, con el subtítulo Europe (Europa), lo que determina que la
fecha elegida para su inicio fuera 1789 (la Revolución francesa) y no 1776 (la
independencia de los Estados Unidos).
↑ Concepto de Fernand Braudel e Immanuel Wallerstein.
↑ E. P. Thompson llegó a preguntarse si la revolución industrial inglesa, el
sistema político reformista y la moral victoriana habían causado más o menos muertes
que la Revolución francesa y su guillotina. La formación de la clase obrera.
↑ Sus tratados se titularon El imperialismo, fase superior del capitalismo (1916)
e Imperialism, a study (1902), respectivamente.
↑ El agente chileno Vicente Pérez Rosales instaló un importante contingente en
el sur de Chile.
↑ Suele atribuirse a Carlos III la frase son como los niños, que lloran cuando se
les lava, referida a sus súbditos, o concretamente a los madrileños, con motivo del
Motín de Esquilache.
↑ Joaquín García-Huidobro, José Ignacio Martínez, Manuel Antonio Núñez,
Lecciones de Derechos Humanos, EDEVAL, Valparaíso, 1997, ISBN 956-200-071-0,
Página 14.
↑ Aniversario de la primera Constitución de Polonia.
↑ Jean-Jacques Rousseau, Antonio Hermosa Andujar (1988) Proyecto de
constitución para Córcega. Consideraciones sobre el gobierno de Polonia. Tecnos,
ISBN 84-309-1664-4.
↑ Véase Edad Moderna#El derecho y el concepto de hombre en sociedad.
↑ El origen de la frase, cuya inclusión en el texto de la Declaración de
Independencia de Estados Unidos se debe a Thomas Jefferson y Benjamin Franklin
(Harry Johnson. ed. Completed Autobiography -Benjamin Franklin- Regnery
Publishing. pp. 413. ISBN 0-89526-033-6) , proviene de la Declaración de Derechos de
Virginia redactada por George Mason, y esta de fórmulas similares que se encuentran
en textos de John Locke (Two Treatises of Government) y William Wollaston (The
Religion of Nature Delineated, 1759). Bibliografía citada en en:Life, liberty and the
pursuit of happiness de la wikipedia en inglés.
↑ Ficha en artgallery.yale.edu
↑ La guerra se declaró el 20 de abril, el himno fue compuesto el 24 del mismo
mes; y la declaración de la Asamblea, en vista del catastrófico comienzo de la guerra,
fue del 11 de julio de 1792.)
↑ Antonio Fernández: Historia Contemporánea, op. cit., con algunas
diferencias entre la edición de 1981 y la de 1993.
↑ Francisco Cortés Rodas De la revolución social a la revolución política.
consideraciones sobre el pensamiento político de Hannah Arendt , en Res publica:
revista de la historia y del presente de los conceptos políticos, ISSN 1576-4184, Nº. 3,
1999, pags. 65-82
31.
32.
33.
34.
35.
36.
37.
38.
39.
40.
41.
42.
43.
44.
45.
46.
47.
48.
49.
50.
↑ Ha sido objeto de muy abundante literatura, por ejemplo Raymond Aron (La
república imperial, 1973) o Gore Vidal (Imperio, 1987; El último imperio, 2000).
↑ Charles Mullié, Biographie des célébrités militaires des armées de terre et de
mer de 1789 à 1850, 1852; Cdt Henry Lachouque Napoléon, 20 ans de campagnes,
Arthaud, 1964; Emmanuel de Las Cases Le Mémorial de Sainte-Hélène; Yves Amiot,
La fureur de vaincre-Campagne d'Italie (1796-1797), Flammarion, 1996, Paris;
bibliografía citada en fr:Campagne d'Italie (1796-1797) y fr:Campagne d'Italie (17991800) en la wikipedia en francés.
↑ Tallet, Frank Religion, Society and Politics in France Since 1789, 1991,
Continuum International Publishing; J. McManners, The French Revolution and the
Church (1969); Gwynne Lewis, Life in Revolutionary France (1972); bibliografía del
artículo en:Dechristianisation of France during the French Revolution.
↑ ¡Viva el rey! ¡Abajo el imperio! ¿Libertadores épicos o estereotipados? - Una
oleada de libros indaga en el proceso de las independencias latinoamericanas en su
bicentenario.
↑ La emancipación de la América española, en educared.net
↑ Rafael Rojas, El bicentenario y la tradición republicana, El País, 22 de
noviembre de 2009
↑ Hobsbawm, op. cit.
↑ La compleja relación entre universalismo, irracionalismo, neoclasicismo y
romanticismo es analizada por Peter Pütz (2000) Historia del pensamiento en la Edad
Moderna, desde el Renacimiento hasta el Romanticismo, introducción a Neoclasicismo
y romanticismo. Arquitectura, Escultura, Pintura, Dibujo. 1750-1848, Rolf Toman
(ed.), Könemann, ISBN 3-8290-1572-0, pgs. 6-13.
↑ Denominación habitual. Es la traducción elegida para la edición castellana del
título en inglés de Hobsbawm Age of Empire. 1875-1914.
↑ Término incluye las extensas regiones de Siberia y el Extremo Oriente ruso.
Para los aspectos históricos del final de este periodo, véase Historia de Rusia de 1892 a
1917#Imperialismo en Asia y la guerra ruso-japonesa.
↑ Citado por Josiah Bushnell Grinnell, el muchacho al que se refería la frase
Men and events of forty years.
↑ Leopoldo Zea, citado por Jaime Delgado en Evolución política del siglo XIX La era positivista, cp.9 de La emancipación americana, tomo 31 de Gran Historia
Universal, Madrid: Nájera, pg. 310 y ss. ISBN 84-7461-654-9
↑ Hobson Imperialism, a study
↑ Age of Capital y Age of Empire son los títulos en inglés de los libros de Eric
Hobsbawm (op. cit.) para los periodos 1848-1875 y 1875-1914 respectivamente.
↑ Benedict Anderson op. cit..
↑ Gregorio XVI en su encíclica Mirari vos (1832) y el Syllabus de Pío IX
(1864). Tuvo muy amplia difusión el folleto El liberalismo es pecado de Félix Sardá y
Salvany (1884).
↑ Kipling celebró el heroísmo de una labor civilizadora en la que creía
sinceramente, sin excluir los aspectos más oscuros, como el racismo inherente a una
ideología que consideraba la sagrada misión del hombre blanco como un deber y una
carga. (Rudyard Kipling, una forma de felicidad Ignacio F. Garmendia). La oda de
Kipling The White Man's Burden (La carga del hombre blanco, 1899), se interpreta no
obstante como una forma de alertar a los británicos contra el orgullo imperialista e
instar a los Estados Unidos a asumir la tarea de ayudar a los países subdesarrollados
(Breve biografía por Eduardo Alonso, misma web).
↑ Expresión muy citada, cuyo autor se atribuye aquí al químico George Porter.
↑ Frase de Dobzhansky.
↑ E. P. Thompson The making of the english working class, traducido en un
principio al español con un título desvirtuado, buscando la ortodoxia desde el
vocabulario marxista: La formación histórica de la clase obrera. También es muy
esclarecedor su artículo La economía moral de la multitud
51.
52.
53.
54.
55.
56.
57.
58.
59.
60.
61.
62.
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64.
65.
66.
67.
68.
↑ Tesis sobre Feuerbach, 1845.
↑ En España, desde 1904 ley del descanso dominical y desde 1919 la jornada de
ocho horas. La reivindicación obrera sobre el asunto había comenzado en 1890 con la
huelga de los mineros de Vizcaya y culminado en febrero de ese mismo año de 1919
con la huelga de la Canadiense. Las ocho horas, una conquista histórica.
↑ Ni su actividad política, ni su reclusión, eran aprobadas por el público. A
medida que los años pasaban sin aliviar en nada el duelo real, la censura pública se
volvía más general y más severa. El retraimiento de la reina proyectaba no sólo una
sombra sobre los placeres de la alta sociedad, sino que privaba de sus fiestas al
pueblo; tenía, en fin, una influencia nefasta sobre la costura, la moda y la lencería (pg.
214). Lytton Strachey, Reina Victoria, Ediciones Ercilla, Santiago de Chile, 1937
(capítulo séptimo: "Viudez", pgs. 207 a 224).
↑ Conceptos originales de: Eric Hobsbawm y Terence Ranger (eds) (1983) The
Invention of Tradition. Cambridge University Press; y Benedict Anderson op. cit.
↑ Paul de Kruif Los cazadores de microbios. Isabel Ledesma La teoría de la
ciencia de T. S. Kuhn... El origen de la vida, un ejemplo del modelo kuhniano de
desarrollo histórico del conocimiento, en Ciencia y Desarrollo, enero-febrero de 1999,
pg.54
↑ Karl Polanyi La gran transformación
↑ PROCLAMA DE LA ASAMBLEA OBRERA DE TARRASA, julio de 1909.
↑ Emecé Editores, Buenos Aires, segunda edición, agosto de 1961, Tomo IV,
Primera Parte, Página 167.
↑ Arno Mayer The Persistence of the Old Regime: Europe to the Great War,
1981.
↑ La crisis de los veinte años (1919-1939). La primera edición es de 1939 y la
segunda de 1945.
↑ The Century of Self, BBC 2002.
↑ Ronzitti, Natalino (1988) The Law of naval warfare: a collection of
agreements and documents with commentaries, Martinus Nijhoff Publishers, ISBN 90247-3652-8, 9789024736522; Willmott, H. P. (2003) First World War - Dorling
Kindersley; Gibson, R.H. (2002) The German Submarine War 1914–1918 Periscope
Publishing Ltd.. ISBN 1-904381-08-1. Bibliografía citada en los artículos de la
wikipedia en inglés: en:U-boat Campaign (World War I) y en:Unrestricted submarine
warfare.
↑ Propósito explícito que se reflejó incluso en constituciones nacionales como
la Constitución de la República Española de 1931.
↑ El concepto es original de Jesús Pabón Los virajes hacia la guerra (19341939), Madrid, 1946. Citado en Antonio Fernández, op. cit.
↑ Fernando de los Ríos cita esa frase como la respuesta de Lenin a su
cuestionamiento de la falta de libertad en el régimen soviético. Mi viaje a la Rusia
soviética (1921). Como consecuencia del informe de De los Ríos, el PSOE español no
se adhirió a la Tercera Internacional, lo que produjo la escisión del Partido Comunista
de España. Trayectorias similares habían emprendido los partidos de orientación
socialdemócrata, que constituyeron la llamada Segunda Internacional y Media.
↑ El esfuerzo económico y de producción en Artehistoria.
↑ Hemos hablado del fondo experimental y cientifista del arte del presente, (...),
al indicar que el ismo se diferencia del estilo en que se produce conscientemente, como
resultado de una voluntad expresamente orientada a una finalidad, y no como
surgimiento de un poder cultural actuante a través del hombre. Juan-Eduardo Cirlot,
"Cubismo y figuración", Editorial Seix Barral S.A., Barcelona, 1957, sin ISBN, Página
17. Véase el capítulo completo "Sentido místico de los ismos. La llamada del grupo
social", Páginas 17 a 21.
↑ Jean Pierre Azema: La Secondc guerre Mondiale matrice du temps présent,
en Institut d'histoire du temps présent, Heriré l'bistoire du temps présent, París, CNRS,
1992.
↑ El desarrollo de nuevos materiales: la era del plástico.
↑ Concepto de Guy Debord, vinculado a otros similares de Marshall MacLuhan
-el medio es el mensaje- y Andy Warhol -quince minutos de gloria-. Javier Cercas lo
expresa de modo muy evidente en Anatomía de un instante (Barcelona: Mondadori,
2009, pg. 14): Ningún personaje real se convierte en ficticio por aparecer en televisión,
ni siquiera por ser sobre todo un personaje televisivo, pero es muy probable que la
televisión contamine de irrealidad cuanto toca, y que un acontecimiento histórico altere
de algún modo su naturaleza al ser retransmitido por televisión, porque la televisión
distorisiona el modo en que lo percibimos (si es que no lo trivializa o lo degrada).
71.
↑
69.
70.
El primer inventario de la información en soportes tecnológicos que existe en el mundo indica
que actualmente se pueden almacenar al menos 295 trillones de bytes, o exabytes (un byte es una
secuencia de ocho bits)... las telecomunicaciones han estado dominadas por las tecnologías
digitales desde 1990 ... a partir de 2000 se inicia la era digital en el almacenamiento, la
capacidad de almacenar información digital sobrepasó en solo un año la capacidad analógica de
toda la historia ... la transición analógico-digital está a punto de terminar. La memoria
tecnológica de la humanidad se ha digitalizado en menos de 10 años. En 2007, último año
estudiado, ya estaba en formato digital el 94% de la información... Desde 1986 a 2007, el
periodo que se ha estudiado, la capacidad mundial de proceso de los ordenadores de uso general
aumentó un 58% anual, 10 veces más que el producto interior bruto de Estados Unidos. Las
telecomunicaciones crecieron un 28% anual y la capacidad de almacenamiento un 23% anual.
"La capacidad tecnológica de proceso de información está creciendo exponencialmente", resume
Martin Hilbert, uno de los autores del estudio, que publica la revista Science, en un número
especial en torno a la inundación de datos.
315 veces más información que granos de arena. El primer inventario mundial de la capacidad
tecnológica indica que está a punto de terminar la transición de la era analógica a la digital, en
El País, 11/02/2011.
72.
73.
74.
↑ Germán Leva: Globalización, competitividad internacional y ciudad.
↑ Jonás Fernández Álvarez Contra la "paradoja europea".
↑
Después de 1945, su estrategia global dio un giro interesante y fundamental. En lugar de ser la
última Gran Potencia en entrar en liza (y, por consiguiente, con sus fuerzas intactas), adoptó el
papel opuesto. A partir de entonces posicionaría sus ejércitos en primera línea, a lo largo de las
fronteras de la inseguridad, unas fronteras que se habían expandido enormemente después de la
guerra: Berlín, el Mediterráneo, Corea, el Sureste asiático. A medida que se retiraban las
legiones francesas y británicas, avanzaban las tropas estadounidenses.
Paul Kennedy: Elogio de la cautela presidencial, en El País, 01/07/2009.
↑ Philip Ball, op. cit.
↑ Arturo Fernández El populismo latinoamericano: realidades y fantasmas
Colección, Nro. 17, 2006, pp. 13-34 ISSN 0328-7998 José Álvarez Junco (coord.) El
populismo en España y América, 1994, ISBN 84-87688-04-7.
77.
↑ ...au seuil de l’ère de la Peur (en el umbral de la Era del Miedo). Combat (t.
II. p. 291), citado en La pensée politique d’Albert Camus.
78.
↑ Revolución sexual y revolución educativa estaban, en algunos casos,
conectadas, y en cualquier caso, se entendían como aspectos complementarios del
programa global de liberación:
75.
76.
La revolución sexual debía de empezar temprano en la vida de un niño, según algunos. El libro
La revolución en la educación, de 1971, decía que "la deserotización de la vida de familia, desde
la prohibición de la vida sexual entre niños hasta el tabú del incesto, es funcional para la
preparación del tratamiento hostil del placer sexual en la escuela y a la consecuente subyugación
y deshumanización del sistema laboral".
Laura Lucinni Examen de conciencia. La prensa alemana debate el influjo que la
permisividad intelectual de la revolución sexual de los setenta ha podido tener en los
casos de pederastia, El País, 09/08/2010.
79.
80.
81.
82.
83.
84.
85.
86.
87.
88.
89.
90.
91.
92.
↑ Shapiro, Joseph P. No Pity: People with Disabilities Forging a New Civil
Rights Movement. Random House, 1993. ISBN 978-0-8129-1964-6, fuente citada en
en:Disability rights movement y en:Ed Roberts (activist) en la wikipedia en inglés,
artículos aún no disponibles en la wikipedia en español.
↑ Es muy habitual citar la frase con el adjetivo místico o espiritual, así como
parafrasearla con distintos sentidos intencionales. Juan Pablo II lo hizo de esta manera:
Ciertamente André Malraux tenía razón cuando decía que el siglo XXI será el siglo de
la religión o no será en absoluto. (Cruzando el umbral de la esperanza, Plaza y Janés,
1994, pgs 221-222). El origen de expresiones similares puede remontarse al menos al
poeta surrealista André Bretón (la belleza será convulsa o no será, 1934) o al obispo de
Vic Josep Torras y Bages (Cataluña será cristiana o no será, 1931-1936).
↑ Y otros como von Mises o Schumpeter, mientras que la socialdemocracia
entraba en una crisis técnica, intelectual y cultural. Tony Judt Algo va mal, Taurus,
2010. Citado y comentado por Álvaro Delgado Gal Tiempos desesperados, ABC, 15 de
octubre de 2010.
↑ La hoguera de las vanidades de Tom Wolfe (1987).
↑ L'Ere du vide, París: Gallimard, 1983 (reseña, resumen).
↑ Adriana H. Narvaez Fin de la Guerra Fría y su impacto en los países satélites
de la URSS hoy miembros de la Unión Europea: los casos de Hungría, Polonia y
República Checa.
↑ Citado en Ramón Tamames (2007) El siglo de China: de Mao a primera
potencia mundial, Planeta ISBN 978-84-08-07024-5. pgs. 17 y 117.
↑ Jean-Marie Colombani La decadencia de Europa, El País, 10/11/2009.
Timothy Garton Ash 1989 fue el momento dorado de Europa, El País, 07/11/2009.
↑ Joschka Fischer Veinte años después del Muro El País, 09/11/2009.
↑ Alsos. Digital library for nuclear issues, y otras fuentes citadas en en:nuclear
proliferation de la wikipedia en inglés.
↑ Dominique Moïsi, [ La revolución reaccionaria francesa], El País,
29/10/2010.
↑ La crítica interna estadounidense a la intensificación del control o limitación
de distintos aspectos de las libertades públicas ha sido muy intensa desde diferentes
orientaciones. Desde una postura radical, Noam Chomsky (11/09/2001, Barcelona,
RBA, 2002, y otros) y Michael Moore (Fahrenheit 9/11, 2004).
↑ Espectacular regreso de la Libia de Khadafi; ...Washington y Londres
negociaron su acercamiento al líder libio...; Libia: pena capital y derechos humanos;
Salida de su aislamiento político, Siria espera más de Estados Unidos; El juego de Siria
ante el desafío de Irán; EEUU: buscando el difícil camino a Damasco.
↑ Alain Touraine, Movimientos de liberación en las naciones árabes, El País,
11/02/2011.
Los tunecinos han expulsado a Ben Ali; Egipto se ha levantado contra Mubarak; en numerosos
países han tenido lugar manifestaciones contra unos dirigentes autoritarios... Los Gobiernos
occidentales apoyaban a las dictaduras, que les parecían ser la única fuerza capaz de oponerse al
avance del terrorismo yihadista, y en particular a Al Qaeda. ¿Acaso hay que ir más lejos y pensar
que la crisis de los regímenes autoritarios se observa también en países exsoviéticos como
Bielorrusia o Ucrania, o en la Rusia de los zares que Putin parece querer reconstruir? Si
aceptamos la hipótesis de que estos fenómenos están relacionados entre sí, su causa común más
verosímil es la del fin de la guerra fría y la caída del imperio soviético, que había recibido el
apoyo del nacionalismo árabe, con el Egipto de Nasser a la cabeza, en su lucha contra Israel y
Estados Unidos. Ahora el mundo al completo ha entrado en un nuevo periodo de su historia, en
el que ya no se ve dominado por la guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética sino
por la rivalidad, en primer lugar, económica, entre Estados Unidos, país deudor, y China, país
acreedor.
↑ Thompson, William R. On Global War: Historical–Structural Approaches to
World Politics. Columbia, SC: University of South Carolina Press, 1988, pp. 209–210.
Fuente citada en en:Polarity in international relations de la Wikipedia en inglés.
94.
↑ Dos perspectivas opuestas, en momentos diferentes de la crisis: Timothy
Garton Ash: El modelo en tela de juicio, El País, 5 de octubre de 2008; Guy Sorman:
Cómo el socialismo destruye Europa, ABC, 6 de mayo de 2010.
95.
↑ Andrea Rizzi El Estado impotente, 05/07/2010. Moisés Naím Un mundo sin
Europa 28/11/2010. José María Ridao, Occidente ya no es Occidente. Países
emergentes como Brasil y China salen al rescate de la economía mundial - El plan
tiene una lectura política y mitológica, El País, 19/09/2011.
96.
↑ En ocasiones se producen textos como éste: La crisis aparece como el
parteaguas en la historia de una nueva realidad mundial que se viene configurando
desde hace dos décadas. Todo indica que habrá ganadores y perdedores en este cambio
global. Grupo de Reflexión de la Unión Europea, presidido por Felipe González, carta
dirigida al Consejo Europeo al entregar el Proyecto Europa 2030 (citado por Joaquín
Estefanía Crecimiento o barbarie, 16/05/2010). Paul Kennedy: ¿Hemos entrado en una
nueva era?. La disminución del peso del dólar, la desintegración de los sueños
europeos, la carrera armamentística en Asia y la parálisis de la ONU son indicadores
de cambio que anuncian que hemos cruzado una línea divisoria histórica, El País,
03/11/2011.
93.
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