Download Dossier sobre Cambio Climático Nº 69

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16 de noviembre de 2015
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Nº 69
La última oportunidad frente al cambio climático
La amenaza más importante, por Cayetano López
París: El punto de no retorno
Cincuenta años de vacilación climática, por Stefan Rahmstorf
Juntos, para capear el cambio climático, por Alieto Aldo Guadagni
¿Se salvará el planeta en la cumbre de París?
La ruta climática hacia parís: 23 años de negociaciones
Latinoamérica: tres países donde se usan cada vez menos autos por el cambio climático
Tres acciones para ‘cambiar’ el cambio climático
Cinco formas en las que el cambio climático afecta el sistema financiero, por Ana R. Ríos
1. LA ÚLTIMA OPORTUNIDAD FRENTE AL CAMBIO CLIMÁTICO
Esto no es una cuestión de bichos y flores del campo. Hablamos de sequías, pérdidas de
cultivos, hambre y refugiados climáticos, ciudades inundadas y empresas energéticas que
debaten cuándo y cómo deben transformarse. La ciencia ha dejado sin espacio a los
negacionistas del cambio climático. "Me equivoqué", reconocía hace un par de semanas
Mariano Rajoy cuando se le preguntó por sus dudas del pasado sobre la importancia del
fenómeno. De la agenda del presidente durante esta legislatura ha permanecido ausente el
calentamiento.
Los principales líderes del planeta, desde Barack Obama hasta Xi Jinping, pasando por el
Papa o Angela Merkel, llevan tiempo alertando de la dimensión del problema. Llevan meses
también preparando la cumbre que arranca el 30 de noviembre en París, en la que 195 países
tratarán de cerrar un acuerdo global contra el cambio climático.
Tras 20 reuniones anuales de este tipo, convocadas bajo el paraguas de la ONU, hay
esperanzas en que en la cumbre de la capital francesa se cierre por fin un acuerdo global que
comprometa a todos. "Es la última oportunidad", dice Christiana Figueres, secretaria
ejecutiva de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Pero esa
última oportunidad solo servirá para que este problema tenga un impacto "manejable" para
la humanidad.
Porque la principal batalla se ha perdido. "No vamos a evitar el cambio climático", advierte
Figueres. La enorme cantidad de gases de efecto invernadero –principalmente dióxido de
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carbono (CO2)– que el hombre ha expulsado a la atmósfera hace irreversible el
calentamiento, como se ha alertado desde la ciencia y se ha asumido desde los Gobiernos de
esos 195 países. De lo que se trata ahora es de mitigar el problema y adaptarse.
Y de mitigación y adaptación –con la financiación que lleva asociada– se discutirá en París.
La fórmula que se ha elegido para afrontar la primera de las acciones es la de los
compromisos voluntarios que los Estados presentan antes de la cumbre: 156 países ya han
registrado sus aportaciones para reducir las emisiones nacionales de gases de efecto
invernadero, que se generan por la quema de combustibles fósiles en la industria y el
transporte y la actividad agrícola. "Ya están todas las grandes economías y los grandes
emisores", resalta Miguel Arias Cañete, comisario europeo de Acción por el Clima y
Energía. Alrededor del 90% de las emisiones globales están bajo compromisos. Solo China,
EE UU y la UE acumulan el 50%. "En Kioto [el protocolo que en París se quiere sustituir]
había 35 países y solo cubría el 11% de las emisiones globales", añade Arias Cañete. China
y EE UU se quedaron fuera de los compromisos de reducción. "Esto no es un Kioto II.
Ahora es más expansivo y están todos", insiste Valvanera Ulargui, directora de la Oficina
Española de Cambio Climático.
El
alto
nivel
de
compromisos nacionales
es la buena noticia. La
mala, que "no son
suficientes", reconocen
Figueres y el comisario
europeo. Para que el
cambio climático sea
manejable –y que sus
efectos no resulten tan
devastadores–,
los
científicos han fijado un
tope: que a final de este
siglo el aumento de la
temperatura no supere los
dos grados respecto a los
niveles preindustriales. La proyección de los compromisos nacionales presentados haría que
en 2100 la temperatura creciera, según la ONU, unos tres grados. De hecho, las emisiones
seguirán creciendo de aquí a 2030, pero a un ritmo menor. Otras proyecciones hablan
incluso de un incremento de hasta cuatro grados.
Los compromisos nacionales fijan metas para 2025 y 2030. La idea que apadrina la Unión
Europea, y que acepta China, es que esas aportaciones sean revisadas (se supone que al alza)
cada cinco años. De esta forma, se incrementarían los esfuerzos para cumplir con la meta de
los dos grados, que implica un balance neutro de emisiones a final de siglo.
"París será el punto de partida para una revolución energética, para una nueva era
energética", sostiene Ulargui. "Pero la transición debe ser ordenada".
Ganadores y perdedores
"Será un proceso de transformación con ganadores y perdedores. Entre los perdedores
estarán empresas y accionistas cuyas inversiones están basadas en los combustibles fósiles.
Pero se abren nuevas formas de negocio", afirma Xavier Labandeira, catedrático de
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Economía de la Universidad de Vigo y miembro del IPCC, grupo de expertos de la ONU
especializado en cambio climático, en cuyo último informe despejaba casi absolutamente las
dudas sobre la vinculación entre el calentamiento y la acción del hombre.
Entre los perdedores en este proceso también habrá diferentes categorías. Un informe del
Instituto para los Recursos Sostenibles de Reino Unido establecía que, para cumplir con la
meta de los dos grados, se necesitaría dejar bajo tierra un tercio de las reservas mundiales ya
conocidas de petróleo, la mitad del gas y el 80% del carbón. Y esas reservas figuran en los
balances de las grandes compañías energéticas. "Esto dificulta el acuerdo, porque hay
muchos intereses creados", según Labandeira. La Agencia Internacional de la Energía ha
llegado a cifrar en 300.000 millones de dólares los activos en petróleo, gas y carbón que se
devaluarán en las carteras de empresas e inversores en 2050 solo en el sector energético.
Labandeira, sin embargo, resalta las oportunidades que se abren para las renovables, "que
están reduciendo costes rápidamente". La esperanza que le quedaría a las fósiles es la
captura y almacenamiento de carbono, "pero esta tecnología está muy inmadura".
En los borradores del acuerdo de París "no se habla de tecnologías concretas, ni siquiera de
las renovables", detalla Ulargui. Se busca un texto lo suficientemente amplio para que pueda
ser suscrito por todos. Uno de los retos está en que el pacto sea legalmente vincu­lante. Eso
sí, las sanciones se han descartado. La vincu­lación jurídica puede traerle problemas a
Obama. "EE UU tiene una situación comprometida y el Senado podría no ratificar un
acuerdo muy concreto", advierte Arias Cañete. Así ocurrió con Kioto. "Si los compromisos
de reducción de emisiones son vincu­lantes, como quiere la UE, el Congreso y el Senado
podrían impedir la ratificación", añade el comisario.
Este puede ser uno de los problemas en París. Pero la lista es amplia. En la adaptación, que
acarrea una financiación para que los Estados más afectados por el cambio climático puedan
transformarse, uno de los puntos de discusión será la "diferenciación". Existe el compromiso
de llegar a 100.000 millones de dólares anuales para un Fondo Verde a partir de 2020, que
tendrían que aportar los Estados y entidades privadas, como los bancos nacionales. Pero
¿qué Estados deben contribuir? En teoría, solo los llamados países desarrollados. Pero fuera
de esa lista se quedarían potencias como China. "La UE quiere actualizar este asunto, que no
ha cambiado desde los noventa. Hay que verlo con espíritu flexible y que no solo financien y
hagan esfuerzos los países desarrollados", sostiene Arias Cañete. Desde el otro bloque se
argumenta que Occidente ha sido el que ha desencadenado el problema con sus emisiones en
las décadas anteriores.
Sobre la mesa de negociación también estará la importancia de un sistema de revisión
transparente y homogénea de los compromisos de reducción de emisiones. También la
transferencia de tecnología que países como India reclaman y que podría suponer conflictos
con "los derechos de propiedad intelectual", dice el comisario.
A todo esto Arias Cañete añade más incertidumbre: "Cualquier país puede bloquear el
acuerdo". Pero "sería una enorme irresponsabilidad. Es el mayor reto de la humanidad y
tendría un coste político tremendo".
Si los acuerdos de París son realmente efectivos, José Manuel Moreno, biólogo y miembro
también del IPCC, cree que "supondrán cambios fundamentales en nuestros modos de vida".
La idea es reconciliar "nuestro uso del planeta Tierra con sus capacidades", concluye
Moreno.
Fuente: Reportaje publicado el 7 de noviembre de 2015 en el periódico español El País y
disponible en el sitio web: http://internacional.elpais.com/
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2. LA AMENAZA MÁS IMPORTANTE, POR CAYETANO LÓPEZ
El próximo 30 de noviembre dará comienzo en París la sesión 21ª de la Conferencia de las
Partes (COP21) de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. En esta ocasión, todos
los países presentarán sus compromisos de reducción de gases de efecto invernadero (GEI),
esencialmente el CO2 proveniente de la utilización de los combustibles fósiles como fuente
de energía primaria.
Cada país presentará compromisos voluntarios (INDC, de Intended Nationally Determined
Contributions) con vistas a la reducción de emisiones de GEI en el horizonte de 2030. Se
trata de una aproximación en la que, a diferencia de Kioto, no se negocian ni se imponen
tasas de reducción ni sanciones. Pero el objetivo compartido es que la temperatura media del
planeta no se incremente en dos grados centígrados (2ºC) en lo que queda de siglo, límite
que, de sobrepasarse, los expertos en clima consideran que podría producir consecuencias
globales impredecibles, seguramente graves.
Este modo de aproximarse al problema ha tenido la virtud de convencer a todos los países,
tanto industrializados como en vías de desarrollo, para que presenten propuestas, lo cual es
un primer éxito, dada la persistente resistencia de los países menos desarrollados a contribuir
a paliar un problema creado históricamente por los más industrializados y su uso intensivo
de energía fósil. De hecho, a 30 de octubre, un mes antes de la apertura de la COP21, 147
países habían depositado ya sus propuestas, entre ellos los más contaminantes en la
actualidad, China, EE UU y la Unión Europea. Bien es verdad que en los dos primeros,
reticentes hasta ahora a aceptar compromisos de reducción de emisiones, se han dado
circunstancias internas que han ayudado a que se muevan en esta dirección: en el caso de EE
UU la sustitución de plantas de carbón por otras de gas natural, menos contaminantes,
debido a la producción doméstica de gas no convencional; y en el caso de China por la
enorme contaminación de ciertas regiones y ciudades derivada del uso masivo del carbón, lo
que requiere de una acción enérgica para paliarla. En todo caso, sean cuales sean las
motivaciones, bienvenidos sean sus planes de descarbonización de la economía.
Por indicación del Secretariado de la COP, se acaba de publicar un informe en el que se
analizan las contribuciones y se estima el efecto agregado de todas ellas en el horizonte de
2030. Tal estimación no es fácil porque cada propuesta sigue su propia lógica y no todas son
congruentes. Así, mientras algunos países comprometen directamente reducciones de
emisiones de GEI, otras se expresan, por ejemplo, en términos de reducción de intensidad
energética, esto es, reducción del consumo de energía por unidad de PIB. Aun así, tras un
considerable esfuerzo de análisis, el resultado más importante es que, en caso de aplicación
total de las INDC, hasta 2030 seguirá aumentando el volumen de emisiones de GEI a la
atmósfera, en más del 20% respecto de los niveles de 2005, y en más de un 40% respecto de
1990, aunque se mantendrán por debajo de las previsiones realizadas si no existieran o no se
aplicaran dichos INDC libremente aceptados por las partes.
Estados Unidos y China han creado planes de descarbonización de sus economías
Por supuesto que esta reducción (del orden de un 7% respecto de las previsiones para 2030
anteriores a la conferencia) es una buena noticia, aunque, en mi opinión, claramente
insuficiente. En efecto, los cálculos de los expertos establecen que, para no sobrepasar el
límite de los 2ºC a finales de siglo, las emisiones anuales deberían reducirse a la mitad hacia
2050. Desde luego es posible que esto ocurra, si se toman medidas drásticas a partir de 2030
para invertir una tendencia creciente y generar una rápida disminución hasta 2050. En mi
opinión, se trata de un hecho improbable dadas las colosales transformaciones que hay que
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introducir en nuestros hábitos de vida, consumo y producción de bienes, normalmente no
bien aceptadas por el público y que, en todo caso, requiere periodos de tiempo dilatados para
realizarse. Cuanto antes se empiece a cambiar el sentido de la curva de emisiones mejor y,
como hemos visto, esto no ocurrirá al menos hasta 2030.
Es posible que el máximo en emisiones anuales se alcance justamente en ese momento,
aunque nada lo garantiza. Así, a la incertidumbre de que este escenario se produzca hay que
añadir la asociada al ritmo de reducción post-2030. También puede suceder que los
episodios climáticos extremos aumenten en frecuencia e intensidad y que obliguen a tomar
medidas en consonancia con la gravedad de dichos episodios, en cuyo caso todo el proceso
se aceleraría. De acuerdo con los datos disponibles, y aun reconociendo el avance que
supone la puesta en marcha de los INDC de forma generalizada, no es posible afirmar que
estaremos en condiciones de combatir el cambio climático de forma suficiente en las
próximas décadas. El aumento total de la temperatura dependerá no sólo de lo que se haga
hasta 2030 sino también de si se intensifican los esfuerzos de reducción de emisiones
después de esa fecha, pero resultará muy difícil no sobrepasar el límite de los 2ºC.
No se prevén sanciones en caso de incumplimiento de los INDC, pero se propone hacer una
revisión cada cinco años de su grado de cumplimiento. Dicha revisión podría tener un efecto
muy positivo al poner de manifiesto las carencias en las políticas de ciertos países y también
los esfuerzos suplementarios en los casos en que estos se produzcan. La aceptación de
principio por parte de China a someterse, junto con el resto de las partes, a estas revisiones
es una buena señal que convendría formalizar en el transcurso de la cumbre.
Hasta 2030 seguirá creciendo el volumen de emisiones de gases de efecto invernadero
Europa ha mantenido el liderazgo en la lucha contra el cambio climático en las últimas
décadas. De hecho, su propuesta es la más ambiciosa, una reducción del 40% en las
emisiones de GEI en 2030 respecto del nivel alcanzado en 1990. Sin embargo, su
importancia relativa ha ido disminuyendo. Actualmente, el conjunto de las emisiones
anuales de la Unión Europea supone apenas un 10% del total, de forma que las considerables
reducciones anunciadas tienen un impacto muy modesto. Sin embargo, el hecho de que la
cumbre se celebre en París, junto con la ambición de sus propuestas y la intensa actividad
diplomática, principalmente francesa, permiten prever la recuperación del liderazgo y una
conclusión exitosa de la conferencia. A todos nos va mucho en que se alcancen los objetivos
marcados, quizá insuficientes, pero de un gran significado como primer acuerdo planetario
en algo tan vital como la acción concertada contra el cambio climático, quizá la amenaza
global más importante que tendremos que afrontar en el futuro.
Fuente: Cayetano López es director del Centro de Investigaciones Energéticas
Medioambientales y Tecnológicas (CIEMAT). Este artículo de opinión fue publicado el 12
de noviembre de 2015 en el periódico español El País y se encuentra disponible en el sitio
web: http://internacional.elpais.com/
3. PARÍS: EL PUNTO DE NO RETORNO
Nos encontramos en la antesala de un cambio fundamental, en un punto de no retorno; y es
precisamente donde necesitamos estar. Es el momento de determinar, de manera decidida,
qué camino vamos a seguir.
Aproximadamente dentro de un mes, en París, negociadores, representantes de la sociedad
civil y jefes de Estado y gobierno tomarán la decisión más importante en la gobernanza del
cambio climático en los últimos veintitrés años. La COP21 de París cuenta con un gran
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impulso y, al contrario que en la conferencia de Copenhague del 2009, las perspectivas son
radicalmente distintas. Pero aún quedan decisiones críticas por tomar.
Esta reunión de los miembros de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio
Climático (UNFCCC, por sus siglas en inglés) coincide con un cambio en la percepción que
ciudadanos, empresas y gobiernos tienen del cambio climático. La narrativa es distinta; y el
cambio climático ya se entiende plenamente como un fenómeno de naturaleza transversal.
Las discusiones ya no solo están centradas en los riesgos asociados al cambio climático.
Hemos pasado a estudiar los beneficios económicos que supone la transición a una
economía de bajas emisiones de carbono. Las ciudades del mundo, por ejemplo, seguirán
creciendo exponencialmente, albergando al 60% de la población global en el 2030, y la
forma que adopten será determinante para las emisiones y para los costes.
Un estudio sobre las ciudades de Atlanta y Barcelona lo demuestra: aun siendo similares en
población, el área urbanizada de Atlanta es, aproximadamente, 12 veces mayor a la de
Barcelona. Asimismo, las emisiones de carbono per cápita de la primera superan 6 veces las
de la segunda. Por este motivo, y ante el crecimiento de nuevas ciudades en economías
emergentes o en desarrollo, la planificación urbana es vital. Si se implementan modelos
compactos y conectados – que combatan la urbanización dispersa y el uso excesivo de
vehículos privados – las emisiones de carbono, el tráfico y la contaminación atmosférica
descenderán. Además, los estudios demuestran que los modelos de ciudades más eficientes
supondrán un descenso en la inversión en infraestructura urbana de más de 3 billones de
dólares en los próximos 15 años.
Las revoluciones tecnológicas que serán imprescindibles para lograr el cambio necesario –
como las energías renovables y los coches eléctricos o híbridos – son cada vez más
accesibles y aplicables, aunque hace falta más investigación. Nuestro futuro debe ser y será
diferente aunque, en el proceso de cambio, nos tropezaremos sin duda con intereses creados.
Un ejemplo de ello son los activos en combustibles fósiles, que constituyen un elemento
fundamental de muchas carteras de inversión (incluyendo las de las compañías
aseguradoras). Hace solo unas semanas, el gobernador del Banco de Inglaterra, Mark
Carney, advirtió del enorme riesgo de inversión que supondría la depreciación de un gran
número de activos relacionados con los combustibles fósiles, que dejarían de ser empleados
en la transición hacia una economía baja en carbono. El cambio climático y las acciones
necesarias para frenarlo tendrán, inevitablemente, un impacto en nuestra economía e
inversiones futuras. Por eso, estos elementos deben estar más presentes en nuestros análisis.
Por otro lado, la opinión pública ha cambiado al comprobar, con mayor claridad, las
consecuencias de la quema de combustibles fósiles. A nivel macro cabe destacar que la
OMS ha elevado, recientemente, a siete millones su estimación del número de muertes
prematuras ocasionadas al año por la contaminación atmosférica (que se produce, por
ejemplo, por quemar carbón). A nivel micro, las mascarillas frecuentemente utilizadas en
ciudades con altos niveles de contaminación, por ejemplo en China, son un signo visible de
la necesidad del cambio.
El cambio climático, como todos sabemos, es un problema clásico de bienes públicos
globales. Esto implica que los países, en busca de su propio interés, tenderán a aprovecharse
gratuitamente de los esfuerzos que hagan otros para proveer el bien (lo que se conoce como
“free riding”). Dicho de otra manera, los que no emprenden ninguna acción contra el cambio
climático disfrutarán de los beneficios logrados por quienes sí han actuado. Además, el
frustrante horizonte temporal que acompaña a la lucha contra el cambio climático la hace
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aún más compleja: los resultados logrados por las acciones emprendidas y los costes en que
se incurran ahora, sólo podrán disfrutarse en un futuro lejano.
Pero la lógica está cambiando. En primer lugar, los cálculos empiezan a demostrar que
también a nivel nacional tiene sentido implementar medidas que lleven a un futuro bajo en
carbono. Además, los ciudadanos están movilizándose y piden acción a sus gobernantes,
también en las economías emergentes. Así, muchos de esos gobiernos han decidido mostrar
en el escenario internacional sus compromisos domésticos.
Durante los meses previos a la COP21 de París, 155 países han presentado sus planes (sus
contribuciones previstas y determinadas a nivel nacional, o INDCs por sus siglas en inglés),
describiendo las medidas contra el cambio climático que pretenden aplicar a partir del 2020.
Los principales países emisores, que no podían o no querían comprometerse en el pasado,
han dado un gran impulso al proceso. Fue muy significativo que China y Estados Unidos (el
primero y el segundo mayor emisor del mundo, respectivamente) anunciaran de manera
conjunta sus compromisos climáticos el año pasado. Algunos incluso lo han calificado como
una “distensión climática” en la diplomacia internacional china.
Desde entonces se han presentado compromisos importantes: India, el tercer mayor emisor
del mundo, se ha comprometido a que en el año 2030 la intensidad de sus emisiones se
reduzca en un 33-35% en comparación con los niveles del 2005, y a obtener el 40% de la
producción energética de combustibles no fósiles. Brasil, pretende reducir, para el año 2025,
sus emisiones de gases de efecto invernadero en un 37% y para el 2030 en un 43%, con
respecto a los niveles de 2005. La Unión Europea, por su parte, se ha comprometido a una
reducción mínima de las emisiones en un 40%, en comparación a los niveles de 1990.
Además, hace un mes, el presidente chino Xi Jinping anunció que en 2017 estará operativo
un mercado nacional del carbono en su país.
El documento acordado en París será el primer tratado de una nueva era. Su estructura de
gobernanza híbrida, que combina elementos top-down (principalmente en los mecanismos
de seguimiento y verificación) y compromisos bottom-up (contenidos en las INDCs), es
revolucionaria. Esta novedosa estructura propone una alentadora solución al bloqueo que a
menudo caracteriza los mecanismos actuales de gobernanza multilateral. Hasta ahora, este
nuevo modelo ha propiciado la participación por parte de los Estados y ha fomentado la
transparencia, pues permite a la sociedad civil examinar las propuestas nacionales,
publicadas en el portal de Naciones Unidas.
No obstante, aún queda definir un elemento crucial: cómo asegurar que los compromisos
nacionales voluntarios resulten en una solución colectiva eficaz a este problema global. Los
países que han presentado las INDCs representan casi el 90% de las emisiones globales. Sin
embargo, los cálculos actuales indican que, si se implementan las INDCs actuales, el
calentamiento global seguirá superando los dos grados Celsius, marcados como el límite
para evitar las más desastrosas consecuencias del cambio climático. Por tanto, queda un
trabajo importante por delante. Es vital que los negociadores trabajen en París para aumentar
el nivel de ambición.
Hemos llegado a un punto de inflexión, de no retorno. Tenemos por delante un gran desafío:
construir puentes entre los planes nacionales y las metas globales que nos lleven en la
dirección correcta. Las decisiones que se alcancen en París serán fundamentales para la
gobernanza global y para la población mundial.
Fuente: Javier Solana fue Alto Representante de la UE para la Política de Seguridad,
Secretario General de la OTAN y ministro de Asuntos Exteriores de España. Actualmente es
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Presidente del Centro ESADE de Economía Global y Geopolítica, miembro distinguido de
la Brookings Institution y miembro del Consejo de la Agenda Global del Foro Económico
Mundial en Europa. Este artículo de opinión fue publicado en el portal de Project Syndicate
el 29 de octubre de 2015 y se encuentra disponible en el sitio web: https://www.projectsyndicate.org/
4. CINCUENTA AÑOS DE VACILACIÓN CLIMÁTICA, POR STEFAN RAHMSTORF
En noviembre de 1965, al presidente de Estados Unidos Lyndon B. Johnson le presentaron
el primer informe de gobierno en la historia donde se advertía sobre los peligros que podían
resultar de quemar grandes cantidades de combustibles fósiles. Cincuenta años es mucho
tiempo en política, de modo que es remarcable lo poco que se ha hecho desde entonces para
enfrentar la amenaza que plantea seguir haciendo lo mismo de siempre.
En un lenguaje extraordinariamente profético, el comité de asesores científicos de Johnson
advertía que liberar dióxido de carbono a la atmósfera resultaría en temperaturas globales
más elevadas, causando el derretimiento de los casquetes nevados y el rápido ascenso de los
niveles marinos. "Sin darse cuenta, el hombre está realizando un enorme experimento
geofísico", advertían los científicos. "En unas pocas generaciones está quemando los
combustibles fósiles que se acumularon lentamente en la Tierra en los últimos 500 millones
de años… Los cambios climáticos que se pueden producir por el mayor contenido de CO2
podrían ser perjudiciales desde el punto de vista de los seres humanos".
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La premonición del comité no es una sorpresa; la existencia del efecto invernadero ya era
conocida por la ciencia desde que el físico francés Joseph Fourier sugirió en 1824 que la
atmósfera de la Tierra actuaba como un aislante, atrapando el calor que, de otra manera,
escaparía. Y en 1859, el físico irlandés John Tyndall llevó a cabo experimentos de
laboratorio que demostraron el poder de calentamiento del CO2, lo que llevó al físico y
premio Nobel sueco Svante Arrhenius a predecir que quemar carbón calentaría la Tierra -lo
que para él era un desenlace potencialmente positivo.
Los asesores de Johnson no eran tan optimistas. Su informe predecía con exactitud que la
cantidad de CO2 en la atmósfera aumentaría cerca del 25% en el curso del siglo XX (la cifra
real era 26%). Hoy, la concentración atmosférica de CO2 es 40% superior de lo que era al
inicio de la Revolución Industrial -por lejos la más alta en el último millón de años, por lo
que sabemos a partir de las perforaciones en el hielo antártico.
Es más, el comité científico de Johnson refutó las objeciones que siguen esgrimiendo hoy
quienes niegan los peligros del cambio climático, incluido el argumento de que, detrás del
ascenso de los niveles de CO2, podría haber procesos naturales. Al mostrar que alrededor de
la mitad, solamente, del CO2 producido por la quema de combustibles fósiles permanece en
la atmósfera, el comité demostró que la Tierra no actúa como una fuente de gases de tipo
invernadero, sino como un reservorio que absorbe la mitad de nuestras emisiones.
Lo que los asesores de Johnson no pudieron hacer fue ofrecer predicciones específicas sobre
hasta qué punto el ascenso del CO2 atmosférico afectaría la temperatura global; dijeron que
primero necesitarían mejores modelos y computadoras más poderosas. Esos cálculos
constituyeron la base del próximo informe relevante de 1979, titulado "Dióxido de carbono
y clima: una evaluación científica", preparado por la Academia Nacional de Ciencias de
Estados Unidos. Ampliamente conocido como el Informe Charney -por su autor principal,
Jule Charney, del MIT- es un modelo de meticulosa deliberación científica.
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El informe de Charney estimaba que duplicar la cantidad de CO2 en la atmósfera calentaría
la Tierra aproximadamente 3° Celsius -una cifra que hoy está más que confirmada-.
También predecía que la capacidad térmica de los océanos demoraría el calentamiento
durante varias décadas. Ambos hallazgos son consistentes con el calentamiento global
observado desde la publicación del informe. "Hemos intentado infructuosamente encontrar
algún efecto físico ignorado o subestimado que pudiera reducir el calentamiento global
calculado actualmente… a proporciones insignificantes", concluía el informe. Desde
entonces, la evidencia científica no hizo más que volverse más sólida; hoy, los hallazgos
básicos presentados en esos dos primeros informes cuentan con el respaldo de más del 97%
de los científicos climáticos.
Y aun así, a pesar de 50 años de creciente consenso científico, el calentamiento de la Tierra
no ha disminuido. Grupos lobistas bien financiados han sembrado dudas en la población y
minimizado con éxito la urgencia de la amenaza. Mientras tanto, la geopolítica ha impedido
el desarrollo de una respuesta global efectiva. Las negociaciones internacionales sobre el
clima que se espera culminen en un acuerdo en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre
el Cambio Climático en París en noviembre y diciembre se han visto dificultadas por el
requerimiento de consenso entre los 195 países participantes.
Si no se toman medidas, miles de millones de personas sufrirán las consecuencias de
sequías, de malas cosechas y de un clima extremo. Con el tiempo, los crecientes niveles
marinos inundarán grandes ciudades costeras y destruirán islas estados enteras. Los años
más calurosos desde que se comenzaron a recabar datos en el siglo XIX fueron 2005, 2010 y
2014, y el récord del año pasado casi con certeza volverá a ser superado este año.
Es hora de que los líderes mundiales pongan fin a 50 años de vacilaciones. Deben
aprovechar la oportunidad en París, dejar de lado sus intereses de corto plazo y finalmente
tomar medidas decisivas para evitar una catástrofe planetaria acechante.
Fuente: Stefan Rahmstorf es profesor de Física de los Océanos de la Universidad de
Potsdam y Jefe de Departamento en el Instituto de Potsdam para la Investigación del
Impacto Climático. Este artículo de opinión fue publicado en el portal de Project Syndicate
el 9 de noviembre de 2015 y se encuentra disponible en el sitio web: https://www.projectsyndicate.org/
5. JUNTOS, PARA CAPEAR EL CAMBIO CLIMÁTICO, POR ALIETO ALDO GUADAGNI
El impacto del cambio climático ha comenzado a sentirse en el planeta con altas
temperaturas, tormentas, inundaciones y sequías, por eso ya es el principal problema global
que enfrenta la humanidad en el siglo XXI. Las investigaciones científicas señalan que las
emisiones contaminantes están contribuyendo al aumento de la temperatura en todo el
planeta. Estas emisiones son generadas por el consumo de combustibles fósiles (carbón,
petróleo y gas), más algunas prácticas agropecuarias y la deforestación.
No es sorpresa que estos fenómenos estén ocurriendo, ya que en el siglo XX el PBI mundial
se multiplicó nada menos que 19 veces. La producción de bienes en el siglo XX fue mayor a
toda la producción acumulada desde el inicio de la presencia humana en la Tierra hasta fines
del XIX. En los primeros 18 siglos de nuestra era, es decir hasta la Revolución Industrial, la
población aumentó al modesto ritmo anual de 420 mil personas. El aumento de la población
hoy es de más de 50 millones por año, es decir 120 veces más. Todo esto ha contribuido a un
sostenido incremento en la utilización de fuentes fósiles de energía, generadoras de
emisiones de dióxido de carbono y otros gases contaminantes.
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Estamos frente a una situación crítica, como lo ha expresado el Papa Francisco en su última
Encíclica. El desafío que enfrenta la humanidad es grave y también global, porque afecta a
todo el planeta, debido a las emisiones contaminantes de CO2 que han venido creciendo
peligrosamente en las últimas décadas.
Esta amenaza global requiere una solución global con compromisos de todas las naciones.
Tengamos presente que, como dentro de 20 años la población mundial crecerá en 1400
millones de habitantes y además el PBI mundial será el doble del actual, se trata nada menos
que de reducir las emisiones contaminantes por unidad de PBI más de un 65 por ciento.
Estos requerimientos de abatimiento de las emisiones exigen que los países acuerden en la
próxima reunión de Naciones Unidas en París ambiciosas metas de reducción. Esta es la
condición necesaria para que la temperatura no aumente en las próximas décadas 2 grados,
sobre el nivel previo a la Revolución Industrial. Un hecho es evidente: respetar este límite de
los 2 grados centígrados exige una acción internacional global, coordinada e inmediata.
Es preocupante que, de acuerdo a las metas propuestas hasta ahora, se prevé que la
temperatura tendera a subir 2,7 grados, es decir sobrepasando este límite. Argentina ha
ofrecido disminuir sus emisiones entre 15 y 30 por ciento con respecto a la proyección
existente hacia 2030, pero según este criterio no habría reducción del nivel actual de
nuestras emisiones. Si acordamos actuar a partir de ahora con más sensatez ambiental,
deberíamos participar en París con una propuesta que propicie la expansión de las energías
limpias, y también mejore la eficiencia en el consumo de energía aplicando las modernas
técnicas de conservación energética.
Nuestra propuesta ha sido presentada por un gobierno que está concluyendo su mandato.
Pero el compromiso recién será decidido por el Presidente que asumirá el día 10 de
diciembre, ya que la Convención de París concluirá el 11 de diciembre.
No hemos aprovechado como correspondía esta oportunidad para definir una propuesta que
exprese nuestra voluntad colectiva, es decir, que incorpore los aportes de los sectores
científicos, las instituciones académicas y las asociaciones que cuidan el medio ambiente.
Esto exigía que nuestra Presidenta hubiese propiciado este compromiso nacional
convocando a todos estos sectores y también a los partidos políticos para elaborar nuestra
propuesta, que su administración presentó en octubre, pero cuya definición final deberá ser
decidida por el nuevo Presidente, al día siguiente de haber asumido su mandato. Este será su
primer acto en el escenario internacional.
Esperemos que la voluntad colectiva de cuidar la Tierra para nuestros hijos, quienes nos la
han dado en préstamo, pueda expresarse en un acuerdo nacional, ya que todos vivimos en la
misma casa común como bien dice el Papa Francisco. En la reciente encíclica Laudato SI, el
Papa nos recuerda la vigencia del mandato bíblico: ”Labrar y cuidar el jardín del mundo”
(Génesis 2,15) se trata de “cuidar”, no de degradar nuestro planeta.
Enfrentar la amenaza climática exige una solución global. También es evidente que el
creciente riesgo causado por más emisiones globales plantea la necesidad de una efectiva
autoridad global, ya que está gravemente comprometido un importante bien común global.
Por eso es necesario que las negociaciones internacionales apunten a la creación de una
Organización Mundial del Ambiente (OMA). Para garantizar la salvaguardia del ambiente
en nuestro planeta, es urgente que los países acuerden la creación de una autoridad global,
que tenga un poder efectivo y cuya legitimidad sea reconocida por todas las naciones.
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Fuente: Alieto Aldo Guadagni es miembro de la Academia Argentina de Ciencias del
Ambiente. Este artículo de opinión fue publicado en el periódico El Clarín de Argentina el
10 de noviembre de 2015 y se encuentra disponible en el sitio web: http://www.clarin.com/
6. ¿SE SALVARÁ EL PLANETA EN LA CUMBRE DE PARÍS?
El cambio climático no sólo produce catástrofes naturales como el huracán más grande
jamás registrado que azotó a México o la sucesión de catorce de los quince veranos más
calurosos que venimos soportando en el planeta desde el 2000. También provoca otros
conflictos de dimensiones inconmensurables. Lo que hasta hace poco era apenas una teoría
de politólogos ahora tiene evidencia científica. Un grupo de expertos de la Universidad de
California publicó en la revista de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos un
estudio en el que se demuestra que uno de los principales factores que llevaron a la guerra en
Siria fue un éxodo masivo del campo a las ciudades a causa de las sequías. Entre 1985 y
2010 se registraron tres grandes sequías en el noreste del país. Esto hizo que casi un millón
de campesinos se agolparan en las ciudades donde quedaron abandonados a la pobreza. Con
el estallido de la Primavera Árabe, estas multitudes fueron las que encabezaron las protestas
contra el régimen de Bashar Al Assad que llevaron a la guerra civil hace cuatro años. Esto, a
su vez, provocó el desplazamiento de once millones de personas, que forman el grueso de
refugiados que ahora intenta llegar al corazón de Europa.
Este caso estará en el centro de las discusiones de la gran conferencia de Cambio Climático
que se realiza en los primeros días de diciembre en París y en el que los delegados de 195
países van a intentar llegar a un acuerdo para detener el calentamiento global. A cinco
semanas del evento ya se consiguió un avance significativo. Ciento cincuenta países, que
son los responsables del 90% de las emisiones de los gases contaminantes que provocan el
efecto invernadero, se comprometieron a reducir sus emisiones en los próximos 10 o 15
años. Lo preocupante es que a pesar de esto, los científicos todavía creen que no será
suficiente para evitar la tan temida barrera de un aumento de dos grados en la temperatura
global con respecto a la era Preindustrial. De acuerdo al cálculo que hizo el prestigioso
centro de estudios Climate Interactive del MIT de Boston, si se suman las promesas de
recortes de emisiones presentadas hasta ahora, para el año 2100 la temperatura global
aumentará 3,5 grados. Sería una catástrofe. Sólo como referencia: los científicos creen que la
diferencia de temperatura que llevó al planeta a la Era Glacial fue de unos 5 grados.
Sin embargo, hay un discreto optimismo sobre la posibilidad de alcanzar un acuerdo en la
capital francesa antes del 13 de diciembre que sea el umbral de un compromiso más amplio
antes del 2020. El único acuerdo anterior, el alcanzado en Kioto en 1992, sólo incluía a 35
países y el 14% del total de emisiones. Ahora, se busca abandonar toda dependencia de las
energías fósiles para el 2050 y recortar las emisiones a partir del 2020. China, el mayor
contaminante, se compromete a llegar a su pico de emisiones en 2030 y a partir de allí
funcionar con, al menos, una quinta parte de su energía de fuentes renovables. Estados
Unidos, el otro gran contaminante, asegura que recortará en un 26%/28% sus emisiones para
el 2025. Bastante lejos de la Unión Europea que promete un 40% menos de gases
contaminantes para el 2030. Brasil es el que más avanzó entre los emergentes. Dice que va a
hacer recortes de hasta un 37% en la próxima década y que terminará con cualquier tipo de
deforestación ilegal del Amazonas en 15 años. India planea triplicar su capacidad de energía
renovable para dentro de cinco años y llegar al 40% en 2030.
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Argentina, va a París con una propuesta mezquina de recortar un 15% las emisiones y otro
15% condicionado a la ayuda internacional (ver recuadro). Bolivia, Ecuador y Venezuela
prometieron ser en la cumbre “la voz de la Pachamama” y exigen una “justicia ambiental”
con la creación de un tribunal para temas de medio ambiente, la reivindicación de los
indígenas como conservadores de los recursos naturales y que se reconozca la deuda de los
países que contaminaron para desarrollarse con los que no lo hicieron. El presidente Evo
Morales y su embajador a las anteriores cumbres siempre fueron muy aplaudidos por sus
discursos explosivos. Es que comparten posición con el llamado Grupo de los 77 (en
realidad son 130 países) que la última semana expresaron sus reticencias al denominado
“documento final” que los negociadores, liderados por los representantes de Estados Unidos
y Argelia, habían elaborado de una base de 80 páginas que redujeron a 20. “Están rescribien
do y reinterpretando las posiciones de los países emergentes”, gritaba la delegada Mxakato
Diseko de Sudáfrica en el centro de convenciones de Bonn, Alemania, en la última ronda de
negociaciones previas a la cumbre. Y se cree que muchos de estos enfrentamientos que se
produjeron en las 20 cumbres anteriores van a reditarse en París. “Ellos contaminaron y se
hicieron ricos. Nosotros seguimos tan pobres como siempre y quieren que paguemos todos
lo mismo”, dicen los 77 en casi todos sus documentos.
Para ayudar a los países a adaptar sus economías a las energías renovables ya hay un fondo
de 100.000 millones de dólares por año aprobado en la anterior cumbre de Cancún. Pero el
secretario general de la ONU Ban Ki Moon ya advirtió que se necesitará “al menos el
doble”. Por ahora, hay sólo disponible un Fondo Verde de 9.300 millones de dólares y el
resto del dinero es, en su mayoría, de partidas comprometidas anteriormente en planes de
desarrollo. Hace unas semanas hubo un escándalo entre los ambientalistas cuando se supo
que Japón gastaba su anunciado dinero para el clima en plantas de carbón en Indonesia.
Algunos creen que la baja del precio del petróleo podría acelerar la sustitución de fuentes
energéticas y la inversión. Para comenzar, las diez empresas petroleras más grandes del
mundo, incluyendo a BP, Shell y Total, se comprometieron a hacer más eficientes sus
operaciones y reducir sus emisiones de carbono en un 20%. Aseguran que están dispuestos a
apoyar cualquier iniciativa para que la temperatura global no sobrepase el aumento de los
dos grados. Los ambientalistas respondieron recordándoles que para cualquier cambio
sustancial habría que dejar bajo tierra el 80% del “oro negro” descubierto, más allá de su
precio de mercado.
Barack Obama quiere pasar a la historia como “el presidente del medio ambiente” y está
haciendo todo lo posible para que de París salga un acuerdo sustancial. El martes pasado
anunció que 81 grandes multinacionales como Nike, Intel y Sony, se comprometieron junto
a otras 80 empresas a “establecer medidas concretas para frenar el cambio climático y
reducir las emisiones contaminantes”. En julio, otras doce empresas, que van desde Apple
hasta General Motors, ya habían firmado un acuerdo similar. Aseguran que van a publicar
“con total transparencia” las cifras de emisiones de sus plantas en todo el mundo, reducir el
consumo de agua y acortar el trayecto del traslado de sus insumos.
De todos modos, Obama se enfrenta a la dura oposición en el Congreso, particularmente de
un grupo de legisladores del Tea Party, el ala más conservadora de los Republicanos, que
son negacionistas del cambio climático.
El año pasado, China llegó a un histórico acuerdo con Estados Unidos, ambos responsables
del 45% de las emisiones de carbono, por el que el primero alcanzará su pico máximo de
contaminación en 2030 cuando comenzará con sustanciales reducciones, y Washington va a
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recortar para entonces el 28%. Obama quiere ir aún más lejos y propone llegar hasta el 32%.
Pero mucho dependerá del Plan Quinquenal que termine aprobando el Partido Comunista
Chino. Allí se verá exactamente si Beijing podrá o no cumplir con sus promesas.
En París, enmarcados por las imágenes de la devastación de los huracanes, la guerra en Siria,
los campamentos de inmigrantes y las temperaturas extremas, se reúnen a partir del 30 de
noviembre los delegados de 195 países para ratificar lo que ya sabemos: que el ser humano
es una víctima de sus propias costumbres, o torcer el destino y marcar el camino para salvar
al planeta.
Fuente: Reportaje publicado en el periódico El Clarín de Argentina el 27 de octubre de
2015 y disponible en el sitio web: http://www.clarin.com/
7. LA RUTA CLIMÁTICA HACIA PARÍS: 23 AÑOS DE NEGOCIACIONES
Más de veinte años de negociaciones esperan ver la luz en París. Durante la COP21, que se
llevará a cabo del 30 de noviembre al 11 de diciembre en Francia, se espera firmar un
acuerdo mundial para hacerle frente al cambio climático. ¿Qué cambios han logrado las
negociaciones? Conexión COP te explica detalle a detalle cada decisión tomada.
A menos de un mes de la Conferencia de las Partes de París (COP21), la atención política,
mediática, civil e incluso religiosa al futuro del clima está aumentando. Sin embargo, estas
cumbres tienen cadencia anual: entonces, ¿por qué París despierta tantas expectativas?.
Vamos a entender la importancia histórica de esta cita.
Lo que dice la ciencia
Ya sabemos que, hoy más que nunca, la responsabilidad humana sobre el cambio climático
es evidente y comprobada, como revela el último informe del Panel Intergubernamental
sobre Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), órgano de las Naciones Unidas
fundado en 1988 y constituido por cientos de expertos. El IPCC, cada cinco o seis años,
publica un informe detallado en el cual hace un resumen de miles de artículos científicos
relevantes publicados en revistas internacionales sobre varios aspectos relacionados con el
cambio climático. El fin es proporcionar la base científica a los responsables políticos.
Hoy en día el IPCC nos dice con voz alta que el cambio climático es consecuencia de la
creciente combustión de fuentes fósiles de energía (carbón, gas, petróleo) que, en pocas
décadas, ha provocado una subida exponencial de la concentración de CO2, que hoy en día
alcanza valores muy superiores a los de la historia terrestre de los últimos 800.000 años por
lo menos.
Inicio de las negociaciones
Aunque desde los años setenta importantes estudios ya habían identificado los problemas
relacionados con un crecimiento continuo en un planeta limitado, la atención política fue
puesta en el cambio climático por primera vez en 1992, en la Conferencia de Río, cuando entre otros temas- se señaló como una amenaza real. Entonces se instituyó la Convención
Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), con el objetivo de
“estabilizar las concentraciones atmosféricas de gas de efecto invernadero (GEI) a un nivel
adecuado para impedir una interferencia humana peligrosa para el sistema climático”
Desde el 1995, dentro de este marco, se repiten a finales de cada año las Conferencias de las
Partes (COP) y algunas negociaciones intermedias, en las cuales los miles de delegados de
195 países del mundo discuten principios generales y aspectos técnicos de las posibles
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implementaciones legislativas a nivel internacional que puedan mitigar los efectos del
cambio climático y adaptarse a los que ya son inevitables.
El protocolo de Kioto
El primer importante paso vino de la COP3 (1997), que estableció el Protocolo de Kioto
como acuerdo vinculante (pero sin sanciones para quien no lo cumpliera o se retirara) para
lograr una reducción promedia del 5% de las emisiones de GEI comparado con los niveles
del 1990, reconociendo formalmente las responsabilidades históricas y diferenciadas de los
distintos países. Es decir, que los países desarrollados que han consumido muchos más
combustibles fósiles, son los que primero deben empezar a reducir emisiones, ya que tienen
mayor responsabilidad sobre el cambio climático. Por eso el Protocolo de Kioto sólo obliga
a reducir emisiones a países desarrollados, como son la UE, Rusia, Japón, Canadá, etc.
Las
COP
siguientes (en
particular la de
Marrakech en
2001 y la de
Montreal
en
2005)
procuraron
definir
la
actuación del
Protocolo y, a
pesar de la no
ratificación de
los EEUU, el
acuerdo entró
en vigor en el
2005, con la
decisiva
ratificación de
Rusia.
El Protocolo
de Kioto se
compone de
dos períodos
principales, el
2008-2012 y
2013-2020. El
Protocolo ha
estado en vigor
sólo durante el
primer periodo, para el cual los emisores históricos tenían que reducir las emisiones, en
distintas medidas, disponiendo también de los mecanismos flexibles del “mercado del CO2”
(entre otros el Comercio de Derechos de Emisiones, el Mecanismo de Desarrollo Limpio y
los Mecanismos de Implementación Conjunta), que en principio iban a optimizar las
inversiones necesarias para reducir las emisiones.
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El segundo periodo no ha entrado en vigor por la falta de ratificación de un número
suficiente de partes (por ejemplo, Canadá se retiró del Protocolo). Esto quiere decir que,
hasta 2020, no hay ningún acuerdo global en vigor. Lo que es cierto es que hoy en día las
emisiones mundiales han seguido aumentando a un ritmo mayor, y los esfuerzos
diplomáticos no han producido resultados esperados.
De la decepción en Copenhague
A partir de la COP13 en Bali (2007), se empezó a discutir del periodo post-2020 y se
decidió que la COP15 de Copenhague (2009) sería el término último para llegar a un
acuerdo global vinculante, es decir, por primera vez, un acuerdo que incluyera todos los
países del mundo y no sólo los desarrollados. Las expectativas sobre la COP15 eran muy
altas, pero el resultado fue muy decepcionante: no se llegó a ningún instrumento legal
vinculante y las partes se limitaron a una declaración formal que fijaba en 2 grados el
aumento máximo de temperatura aceptable (comparado con la época preindustrial, es decir,
antes de 1880). Después de esta decepción global, el “fantasma de Copenhague” sigue en la
cabeza de los negociadores y asistentes de la COP21 de ese año, como ejemplo del camino
que no se debe seguir.
Reactivación del proceso
La COP de Cancún (2010) tuvo la capacidad de resucitar el proceso luego del fracaso de
Copenhague. En esta reunión se decidió instituir el Fondo Verde para el Clima (FVC), un
fondo que debía destinarse a Mitigación, Adaptación, Daños y Pérdidas, y Transferencia
Tecnológica hacia los países del Sur. Cinco años después, todavía no hay claridad de cómo
se llegará a la meta de insertar 100 mil millones de dólares anuales hacia el 2020, sin
embargo el FVC recientemente hizo su primer anuncio de programas que apoyará. La
siguiente COP17 de Durban identificó el 2015 como plazo límite último para un acuerdo
post-2020. Desde entonces se ha trabajado en preparación a la COP de París, instituyendo
grupos de trabajo y adoptando una nueva estrategia de abajo hacia arriba, basada en la
participación de los países, en lugar de una legislación global susceptible a ser declinada
localmente (de arriba hacia abajo, impuesta desde la Convención, como el Protocolo de
Kioto). Así, se deja a los países la iniciativa para proponer sus Contribuciones Nacionales
Determinadas (INDC por sus siglas en inglés), por el medio de las cuales cada país propone
medidas y objetivos de reducción de emisiones.
Rumbo a la COP21 de París
En la COP20 de Lima se sentaron las bases para el acuerdo de París, definiendo las distintas
acciones que hemos visto este 2015. Lima definió el alcance de las Contribuciones
Nacionales, encargó al Secretariado de la CMNUCC preparar un documento de síntesis de
los planes nacionales, y aprobó que el texto con los elementos de negociación identificados
se siguiera negociando en París. Durante este año hemos visto cuatro reuniones
intersesionales, una en Ginebra (Suiza) y tres en Bonn (Alemania), donde se ha desarrollado
un documento base para las discusiones que se llevarán a cabo en París. Compuesto de
momento por unas cincuenta páginas, el borrador incluye propuestas que representan las
diferentes posiciones de los países. En París, se debería reducir el texto, a través de acuerdos
sobre varios puntos hacia los cuales existen fuertes diferencias entre varias partes, algunos
con debates históricos y difíciles de resolver.
El desafío de París será encontrar un consenso global, superando la diversidad de contextos
socio-económicos, y los intereses a menudo relacionados con las compañías fósiles.
¿Podemos entonces esperar algo positivo de París? Tal vez algo mejor que en Copenhague,
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eso sí, aunque las INDC publicadas (por 155 de países que cubren más o menos el 85% de
las emisiones globales) resultan insuficientes para limitar el aumento a dos grados, como ya
ha anunciado la secretaria de la CMNUCC, Christiana Figueres.
Los dos mayores emisores, EEUU y China, por primera vez han mostrado su interés en
tomar compromisos, impulsados también por las oportunidades del mercado de los negocios
verdes. Además, podemos esperar que la anfitriona, la UE (y Francia en particular) empuje
más a las otras potencias occidentales hacia el logro de un acuerdo vinculante. De eso
depende también el prestigio político de la UE y la credibilidad de las Naciones Unidas.
Por último, y muy importante, hay varios puntos que la sociedad civil y los países más
vulnerables piden, y que se espera se les de la importancia merecida en las negociaciones.
Hablamos de los principios de justicia intergeneracional, de los fondos hacia países
vulnerables y de un posicionamiento muy claro a favor de un futuro completamente libre de
combustibles fósiles, como piden, por ejemplo, varios países de Latinoamérica, el Caribe y
África. La sociedad civil es cada vez más consciente, activa y presente en las COP, pero hay
que resaltar que siendo el cambio climático un fenómeno global, las voces deben de
unificarse para asegurar el cuidado de la vida en el planeta.
Fuente: Documento elaborado por el portal informativo Info Andina, publicado el 13 de
noviembre de 2015 y disponible en el sitio web: http://www.infoandina.org/
8. LATINOAMÉRICA: TRES PAÍSES DONDE SE USAN CADA VEZ MENOS AUTOS POR EL CAMBIO
CLIMÁTICO
Usuarios en Brasil, Perú y México se inclinan por las nuevas generaciones de transporte
público que son menos contaminantes y protegen el medio ambiente
¿Dejaría de usar su auto por un servicio de tren que tiene WI-FI, que no contamina e incluso
cuando está detenido genera su propia energía, lo cual lo hace más barato?
Cambiar la comodidad del automóvil por el transporte público es poco atractivo para los
latinoamericanos por muchas razones: el mal estado de los vehículos, la contaminación, la
poca fiabilidad, y el servicio limitado. Pero le sorprenderá saber que cada vez más usuarios
se están montando en la ola de una nueva generación de transporte público “limpio”, que se
está expandiendo a pasos agigantados en la región.
Los expertos argumentan que la mejora del transporte es una cuestión no solo ambiental,
sino también de salud personal y de economía. Debido a la crisis económica que vive Brasil
desde hace un año, por ejemplo, el uso de los trenes que conectan a Río de Janeiro y sus
cercanías se incrementó en 11%, proporcionando un número récord de pasajeros: 700,000
por día, de acuerdo con Supervía, la empresa que opera la concesión.
Para hacer frente al aumento de la demanda, el sistema ha adquirido 120 nuevos trenes de
tecnología punta: son climatizados, utilizan sólo un tercio de la electricidad de los viejos
vehículos y también generan energía al frenar, retroalimentando a la red.
Adquirir los trenes fue posible a través de un programa que involucra el Banco Mundial,
Supervía y el gobierno del estado de Río de Janeiro. "El transporte es el sector que más
consume combustibles fósiles y en el que las emisiones de CO2 crecen más rápido en el
mundo. Por lo tanto, es esencial invertir en el transporte público para cuidar del clima y
garantizar la movilidad del público", dice el experto en transporte Daniel Pulido, del Banco
Mundial. Estos trenes se utilizarán durante los Juegos Olímpicos de 2016.
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Pulido también señala que, además de ser más amigables con el medio ambiente, los trenes
de Río se volvieron más fiables: en 1998, alcanzaban sólo el 30% de las metas de
puntualidad; hoy en día, la tasa llega al 90%. El sistema cubre el 75% de la región
metropolitana de Río de Janeiro donde viven unas 12 millones de personas.
Red más amplia y sostenible
En momentos en que la atención mundial se centra en acciones para combatir el cambio
climático y evitar una subida de las temperaturas que tendrán gran impacto en el planeta a
finales de este siglo, poco a poco, las redes de transporte público en otras partes de la región
se amplían y hacen más sostenibles.
Por ejemplo, en Lima, Perú, se inició la construcción de la línea 2 del metro, que se
extenderá del este de la capital a la ciudad de Callao en el oeste. El plan es que haya “seis
líneas de metro en el futuro”, dice el experto en el desarrollo urbano Eric Dickson. Esto
aliviará la fuerte presión del tráfico en esa urbe de 9 millones de habitantes y ayudará a
reducir la cantidad de emisiones de los autos.
Otro paso fundamental para un nuevo sistema de transporte público en Lima fue la
construcción del primer corredor de autobuses de tránsito rápido, como lo que existe hace
años en Bogotá (Colombia) y Curitiba (Brasil). Asimismo, en la ciudad de Lima 790 buses
viejos y contaminantes dejaron de circular y de emitir 26.500 toneladas de gases causadores
del efecto invernadero.
Estos son dos de los principales resultados de un proyecto del Fondo para el Medio
Ambiente Mundial (GEF, por su sigla en inglés), que también rehabilitó 33,2km y construyó
19,4km de ciclorutas entre 2004 y 2010.
Monterrey, una de las ciudades más contaminadas de México, igualmente invierte en
corredores de autobuses, que se extienden por 30 kilómetros y vehículos de baja emisión. El
sistema ha estado funcionando durante poco más de un año y medio, y se estima que evitará
la emisión de aproximadamente 17.000 toneladas de CO2 por año, el equivalente a sacar
5.700 coches de las calles.
Los vehículos del sistema Ecovía de esas ciudad no funcionan con diesel (como los
anteriores), sino con gas comprimido, que es menos contaminante y no deja olores
desagradables ni el nocivo hollín o carbono negro.
Y para los 80 mil pasajeros que circulan a diario en 80 autobuses, hay climatización, internet
inalámbrico gratuito y fácil acceso a las personas con problemas de movilidad, por ejemplo.
Por todo ello, asociado con la rapidez del sistema – porque los autobuses tienen un corredor
exclusivo –, se calcula que hasta un 10% de usuarios podrían dejar su auto particular. Parece
poco, pero es un punto de partida necesario para una región donde 80% de su población vive
en ciudades. El porcentaje se elevará al 90% en 2050.
Fuente: Artículo informativo publicado por el Centro de Prensa del Banco Mundial el 13 de
noviembre de 2015 y disponible en el sitio web: http://www.bancomundial.org/
9. TRES ACCIONES PARA ‘CAMBIAR’ EL CAMBIO CLIMÁTICO
Para el mundo, poner fin a la pobreza extrema tiene fecha de caducidad y es el año 2030.
Esta meta, sin embargo, parece inalcanzable cuando se analizan los efectos del cambio
climático sobre las personas: desde enfermedades transmitidas por el agua que se
intensifican durante las olas de calor, el fracaso de las cosechas debido a sequías o
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inundaciones y su impacto en los precios de los alimentos o desastres naturales que obligan
a muchos a desplazarse.
De acuerdo al informe “Grandes cataclismos: Cómo abordar los efectos del cambio
climático en la pobreza” del Banco Mundial, una mayor conciencia climática podría alejar
de la pobreza extrema a más de 100 millones de personas para el año 2030.
Pero si no se actúa pronto, habrá casi tres millones de pobres más en América Latina y el
Caribe para la misma fecha.
"El futuro no está escrito en piedra" dice Stephane Hallegatte, economista senior del Banco
Mundial quien dirigió el equipo que preparó el informe. "Tenemos una ventana de
oportunidad para lograr nuestros objetivos de pobreza de cara al cambio climático, siempre y
cuando tomemos decisiones políticas sabias ahora."
Lo cierto es que el próximo diciembre, 196 naciones firmantes participarán en París de la
COP21, la esperada conferencia sobre cambio climático. Los países participantes ya están
presentando sus propuestas sobre cuánto se comprometen a reducir las emisiones de
carbono.
En concreto, ¿qué pueden hacer los países para evitar que las consecuencias del cambio
recaigan sobre los más pobres? “Grandes cataclismos” plantea varias soluciones. Aquí, las
más destacadas:
Agricultura inteligente
Los vaivenes del clima pueden dejar sin trabajo a muchos pobladores. El sector de la
agricultura da empleo a casi el 20% de la población en Latinoamérica y el Caribe y
representa más de la quinta parte del PIB regional.
Al no poder producir, muchas familias rurales se quedan sin alimentos para comer y,
además, tienen que salir a comprar comida a precios más elevados. Sin ir más lejos, hace
poco más de un año Centroamérica enfrentó una de las sequías más duras de la historia: 40
días sin lluvia dejaron a más de dos millones de personas con hambre.
Ante este escenario, el informe destaca la importancia de desarrollar prácticas de cultivo y
de ganado con mayor resistencia al clima. Aunque no abundan, en la región hay varios
ejemplos de estas iniciativas.
En Uruguay, un país de apenas tres millones de habitantes que en la actualidad produce
alimentos para 28 millones de personas, una de las claves para llegar a este hito tiene que ver
con las diversas formas de fomentar la adaptación al cambio climático entre los productores
rurales.
Existe, por ejemplo, un sistema totalmente informatizado que obliga a los campesinos a
presentar un plan de rotación de cultivos para mantener la calidad de los nutrientes y evitar
la erosión. Mediante imágenes de satélite, los expertos del gobierno pueden detectar los
lugares con mayor riesgo de erosión y contactar con el productor responsable para que
explique por qué no ha cumplido con su plan de rotación de cultivos.
En Brasil, por su parte, agricultores de Italva, a 311 kilómetros de Río de Janeiro, aplican
técnicas para reducir (o eliminar) la necesidad de pesticidas y fertilizantes artificiales,
construyen cajas de contención en las colinas para almacenar el agua de lluvia e instalan
fosas sépticas para recoger los desagües de los hogares de la zona. Se llaman a sí mismos
“fabricantes de agua”.
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Castigo a contaminantes
De acuerdo al informe, en la mayoría de los países, los recursos que podrían obtenerse de un
impuesto sobre el carbono (o de la reforma de los subsidios para la energía) permitiría
incrementar la asistencia social u otras inversiones que beneficien a los pobres.
En Costa Rica por ejemplo, el mercado doméstico de carbono sirve para que las empresas
puedan compensar las emisiones de CO2 que no puedan reducir de sus operaciones,
trasladando ese excedente a actividades de eficiencia energética, reforestación y protección
de bosques. Para los ticos es también “una manera de trasladar recursos a las regiones más
pobres del país.”
Por su parte, la protección social también puede ser una aliada para proteger a los pobres de
las inclemencias climáticas.
Por ejemplo, en México, beneficiarios de Prospera, el programa nacional de transferencias
monetarias, son menos propensos a retirar a sus hijos de la escuela cuando enfrentan
desastres climáticos. En Perú, la emisión de títulos de propiedad a más de 1,2 millones de
habitantes urbanos los animó a invertir más en la infraestructura de sus hogares, lo que
reduce la vulnerabilidad de estos antes las amenazas naturales.
Protección ‘en concreto’
Si sigue aumentando la temperatura promedio global, la región será una de las más afectadas
en el mundo por los desastres naturales y en pocos años, al igual que ocurrió con las grandes
guerras del siglo XX, podrían generarse migraciones masivas de personas en todas partes del
mundo, expulsadas de sus casas y comunidades por el cambio climático.
No solo se trata de eso, los más desprotegidos frente a los desastres naturales son los pobres.
Cuando el huracán Mitch golpeó Honduras en 1998, las personas en condiciones de pobreza
perdieron proporcionalmente tres veces más activos e ingresos que los demás.
Para ello, el informe recomienda financiar infraestructura más robusta que beneficie,
justamente, a las personas más pobres.
Fuente: Artículo informativo publicado por el Centro de Prensa del Banco Mundial el 11 de
noviembre de 2015 y disponible en el sitio web: http://www.bancomundial.org/
10. CINCO FORMAS EN LAS QUE EL CAMBIO CLIMÁTICO AFECTA EL SISTEMA FINANCIERO, POR
ANA R. RÍOS
En el parecer colectivo el cambio climático afecta a los gobiernos, empresas e individuos y
son estos los que deben actuar. No obstante, el sector financiero también puede sufrir
impactos, lo que genera oportunidades para actuar y evitar pérdidas relacionadas al cambio
climático.
A continuación, les mostramos 5 razones que deben tener en cuenta los inversionistas en
relación al cambio climático:
1. La disminución de la rentabilidad de inversiones por reducciones en la productividad
de diferentes sectores, afectados por una mayor incidencia y frecuencia de eventos
extremos como inundaciones y sequías. También ocurren pérdidas o daños de
activos, aquejando a inversionistas y al sector de seguros que incurre en mayor pago
por indemnizaciones.
2. Cambio en el valor, niveles de utilización y vida útil de activos intensivos en
carbono, por compromisos y políticas que tienen metas establecidas sobre la
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reducción de emisiones. El logro del nuevo acuerdo global en #COP21, para llegar a
la meta global de estabilización climática de 2°C representa que no se podrían
quemar hasta un 80% de las reservas de gas, carbón y petróleo de empresas cotizadas
en la bolsa. En el sector eléctrico, se estima que no se recuperaría el 40% de la
inversión inicial en nueva capacidad generada por combustibles fósiles.
3. Cambios en patrones de consumo mediante tendencias que reconocen empresas o
productos que producen de acuerdo a ciertos estándares. En Inglaterra se ha
registrado un crecimiento en la demanda de productos y servicios que generan bajos
niveles de emisiones, existiendo en la actualidad más de 28.000 productos
certificados respecto a su huella de carbono.
4. Riesgos reputacionales por invertir en empresas o productos no alineados con
objetivos climáticos. A la fecha se registra el compromiso de instituciones e
individuos de desinvertir US$2,6 billones en combustibles fósiles. Asimismo, datos
recientes indican que el sector bancario percibe riesgos reputacionales relacionados
con cambio climático como una fuente importante de riesgos y oportunidades.
5. Riesgos legales sobre posibles litigios por no haber gestionado bien el riesgo, no
difundir información sobre como el cambio climático puede afectar el retorno de las
inversiones o el efecto de dichos activos en las condiciones económicas, sociales y
ambientales. Un antecedente en esta línea ocurrió en 1998 cuando la industria
tabacalera en Estados Unidos firmó el Convenio de Acuerdo General donde se
acordó el desembolso de US$207,5 miles de millones en compensación por los daños
causados por sus productos. Hoy en día se están desarrollando una serie de
precedentes en riesgos legales que afectan principalmente a industrias de
combustibles fósiles.
Líderes mundiales incluyendo Barack Obama, el Gobernador del Banco de Inglaterra así
como Ministros de Finanzas y Gobernadores de Bancos Centrales del G20 han expresado la
necesidad de considerar los impactos del cambio climático en la estabilidad financiera. Estos
impactos son complejos y el conocimiento es incipiente por lo que es necesario lograr un
mejor entendimiento para lograr una transición apropiada hacia economías climáticamente
sostenibles en donde exista un manejo planificado de riesgos climáticos. De hecho, este año
en el Consejo de Estabilidad Financiera del G20 se formó un Grupo de Trabajo para la
Divulgación de Información sobre Riesgos Climáticos con el objetivo de identificar el tipo
de información que el mercado financiero requiere para manejar los riesgos climáticos.
Las cinco razones enumeradas ilustran vías en las que el cambio climático puede afectar el
sistema financiero al resultar en activos abandonados. Estos activos pierden su valor de una
forma acelerada o no anticipada, convirtiéndose en algunas instancias en pasivos. No
obstante, el cambio climático no sólo trae consigo riesgos, sino que también genera nuevas
oportunidades de negocio así como nichos donde es posible generar lealtad debido a
liderazgo para reducir el riesgo y tener la vanguardia en el abordaje del tema.
Fuente: Ana R. Ríos es especialista de cambio climático en el Banco Interamericano de
Desarrollo (BID), donde trabaja en el análisis económico del cambio climático, adaptación
en el sector agrícola, infraestructura resiliente y la integración de consideraciones de cambio
climático en los Ministerios de Finanzas. Este artículo de opinión fue publicado en el Blog
de opinión del BID el 13 de noviembre de 2015 y se encuentra disponible en el sitio web:
http://blogs.iadb.org/
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Edición a cargo de Rodrigo Fernández Ortiz