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El Filósofo que quería ser Existencialista
Esteban deambulaba hacía muchos años por los distritos filosóficos. Sus
conocimientos de gnoseología, lógica y metafísica eran abrumadores (en la medida que
un conocimiento puede ser abrumador). Manual que aparecía, manual que leía. Las
alturas teóricas eran su campo de acción, aunque este tipo de acción era lo más parecido
a una inacción. Aristóteles, Santo Tomás, Descartes, Kant y unos cuantos más eran sus
compañeros de viaje.
Entre tantos manuales, aparecidos y leídos, encontró la figura de un tal Martin
Heidegger. Se indignó ante su postura despectiva hacia la metafísica y se decidió a
leerlo. En ciertas ocasiones uno lee no tanto por afinidad sino por contraposición. A
veces para criticarlo o encontrarle puntos débiles y el resto de las veces por lo mismo.
Apenas (y a penas) se inmiscuyó en algunas de sus obras (comenzó con “Ser y Tiempo”
y “El origen de la obra de arte”) y descubrió un lenguaje ininteligible. Sus colegas
justificaban la oscuridad de su discurso en la imposibilidad de decir lo Absoluto; él se
contentaba con denigrar un estilo muy poco pulido y, mucho menos, claro y racional.
En una de sus clases sobre Descartes expuso su famosa frase: “Cogito, sum”, que
algunos traducen como “Pienso, luego existo”. Él se encargó de demostrar la
preeminencia del pensamiento por sobre la existencia. Decía: “La única forma de
darnos cuenta de que existimos es si pensamos; por lo tanto si pensamos, existimos”.
En pleno desarrollo uno de esos alumnos molestos (que afortunadamente siempre hay)
opinó: “No me parece que sea tan claro que primero pensemos y después existamos.
Creo que porque existimos podemos pensar”. La clase se sobresaltó. Esteban ignoró esa
voz que venía desde el fondo y continuó exponiendo el tema.
Pero Agustín, “el alumno rebelde” según lo llamaban, no se quedó con la intriga.
Tenía un tío que, pese a no haber seguido ninguna carrera, había leído mucho sobre
estos temas. Como dice un amigo, no es lo mismo la Facultad de Filosofía que la
Facultad de Filosofar. Y en este personaje se daba más bien la segunda parte, siendo que
no así la primera. Agus le contó lo sucedido y Ruben, bajando la voz como quien va a
contar un secreto, se dispuso a charlar con él. Le dijo que esa frase, “cogito, sum”, no
hacía referencia a una sucesión cronológica. “No es que primero pienso y después
existo, sino que si estoy pensando es porque existo”, concluyó. “Además –agregó- un
argumento muy similar lo utilizó el gran San Agustín diez siglos antes que él”.
Entonces le citó un pasaje del obispo de Hipona: “si fallor, sum”. Si dudo, soy.
Finalmente Ruben le comentó algunas ideas de la filosofía existencial y lo despidió
esperando, y ansiando, volver a verlo.
A la clase siguiente Esteban quiso desarrollar el argumento del genio maligno.
Agustín lo interrumpió y se despachó con todo lo que había aprendido de su tío. Sus
compañeros se entusiasmaron. Ciertas veces nace en nosotros ese deseo de que el más
débil se imponga por sobre el poderoso, más cuando el poderoso es nuestro profesor y
mucho más cuando nosotros nos contamos dentro del grupo de los desamparados.
Esteban contestó como pudo. Le dijo que la esencia era superior a la existencia, que
Agustín era teólogo y no filósofo, y que seguramente no comprendía la diferencia entre
lógico y cronológico. Sonó el timbre. Esteban bajó su dedo acusador. Agustín bajó la
cabeza. Esteban bajó la nota de Agustín. Sus compañeros bajaron al recreo.
Esteban bajó a la biblioteca de su casa buscando un libro. Recordó que hace
tiempo sus compañeros de filosofía le habían hecho una broma de mal gusto
regalándole “La Filosofía de la Existencia”. Con sólo ver ese libro la indignación volvió
a reavivarse en sus ojos. ¡Filosofía de la Existencia!, se dijo. ¡No va a comparar! (su
conciencia detectaba su tono irónico y burlesco). Mientras uno lee sobre el Ser, las
Ideas, lo Uno, lo Inmutable, estos mercenarios de la verdad (con minúscula) sólo saben
discurrir acerca de los seres, las ideas, lo múltiple y lo cambiante. Vamos a darle una
rápida leída para encontrarle sus puntos flojos y poder rebatirlos de una vez por todas.
A medida que se embarcaba en la lectura más se apasionaba. Y desacostumbrado
como estaba a la pasión, se dejó llevar. Cada autor que se nombraba hacía surgir en él
unas ganas locas e incontrolables de leerlo. Lápiz en mano, no pasaba hoja sin que la
marque, subraye o realice una notación marginal. Estaba realmente encantado,
maravillado, subsumido, hipnotizado, asombrado. Terminó de leer y tomó una decisión:
“quiero ser un filósofo existencialista”, dijo en voz muy alta.
Para llevar a cabo su cometido comenzó por conseguir la mayor cantidad posible
de obras filosóficas al respecto. Tenía que reemplazar su biblioteca entera. Era una
conversión. Empezó leyendo a San Agustín y continuó por Kierkegaard y Pascal.
Después siguió con Sartre. Finalmente leyó a Unamuno, Jaspers y Marcel.
Pero estas lecturas no colmaban su sed existencial. Entonces pasó a la literatura.
El arte –pensó- podrá abrirme puertas inimaginables. Tal vez tenían razón mis colegas:
el misterio sólo se puede nombrar con palabras poéticas. Leyó a Sartre pero no lo llenó.
Pasó a Camus, Malraux y finalmente a Sábato. Esas ficciones, esos personajes,
despertaban en él sentimientos encontrados. Descubrió que su vida era tensión. Y qué
otra cosa es la filosofía existencial sino descubrir que la vida es tensión.
Pese a todo lo leído no se consideraba un filósofo existencialista. ¿Por qué?
¿Qué lo diferenciaba de aquellos? Y se hizo la pregunta crucial: ¿qué es lo que llevó a
estos hombres a escribir así?. La respuesta no se hizo esperar: su vida. La vida de estos
pensadores y escritores los había llevado a ser existencialistas. Entonces –dedujoleyendo sus biografías tendré una idea más acabada de sus obras.
Uno es uno y sus circunstancias, dijo Ortega y Gasset. Los condicionamientos
externos y las tendencias internas nos llevan también a ser quiénes somos. La vida es
compleja. Y lo es, principalmente, porque somos libres. Todo esto va tejiendo nuestra
vida. Cada decisión, cada elección y renuncia, cada suceso, cada hecho, son fragmentos
de nuestra biografía. Nuestra vida es un libro que vamos escribiendo, ayudados o no por
otros escritores voluntarios e involuntarios, conscientes e inconscientes (en todos sus
sentidos). Podemos afirmar que uno es lo que escribe, pero también es lo que no
escribe. Luego de todas estas reflexiones inútiles, o no, se dispuso a leer. Y leyó todo.
Al menos todo lo que encontró. Es verdad que mucho no buscó pero, al fin y al cabo,
para qué más.
Ya había leído las obras filosóficas, las obras literarias, sus biografías, y sin
embargo no lograba ser un filósofo existencialista. ¿Qué me falta?, se preguntaba. Vivir
una vida similar a la de ellos, se respondía. Y ¿cuál es el denominador común de todas
esas vidas?, se preguntaba. El dolor y el sufrimiento, se respondía.
Se decidió a sufrir. Quería experimentar el dolor, el abandono, la muerte, para
poder llegar a ser un gran filósofo existencialista. ¿Qué era lo que más amaba en la
vida?. A su mujer y sus hijos. Y comenzó por allí. Comenzó a tratar muy mal a su
mujer, a mentirle, a basurearla y terminó por engañarla. Todo esto destrozaba su
corazón. Y el de ella también, razón por la cual más le dolía lo que estaba haciendo.
Finalmente ella optó por dejarlo y llevarse a sus hijos. Este abandono lo destruyó.
Escribió: “el abandono es lo más parecido a la muerte”. El filósofo existencialista
nacía en él.
Intentó intentar suicidarse pero no pudo intentar ese intento. Habrá sido por el
instinto de supervivencia. Lo cierto es que se estaba volviendo un amargado, un sufrido.
Quiso dejar el trabajo pero no pudo: lo echaron antes. Ya no frecuentaba los asados de
amigos, no por falta de asados sino por falta de amigos. ¿Quién quiere estar con un
desdichado por motus propio?. Hay tanta gente que sufre sin saber por qué, que uno no
entiende a quien se arruina la vida a sabiendas. Y son más de los que creemos.
Publicó un libro que fue todo un éxito: “¿Cómo ser un filósofo existencialista y
no morir en el intento?”. Obtuvo reconocimientos de todo el mundo. Su libro fue un
best seller y ocupó los primeros lugares durante algún tiempo. Pero Esteban no sabía
qué hacer. Toda su vida, al menos los últimos años, había luchado por conseguir esto.
¿Y ahora?. Si se ponía feliz por tantos halagos temía dejar de ser un existencialista. Pero
a la vez si se amargaba y sufría por miedo a dejar de ser un existencialista: ¿de qué
sirvió tanto esfuerzo?. Su vida realmente era tensión. El incipiente filósofo
existencialista estaba dejando lugar al Gran Filósofo Existencialista.
Escribió: “Mi vida es tensión. Siento, a la vez, alegría y desdicha. Me alegra ser
un filósofo existencialista. Me siento desdichado por alegrarme de ser un filósofo
existencialista lo que inmediatamente haría que deje de serlo. Y si dejo de serlo ya no
podría alegrarme de ser un filósofo existencialista. Aunque si no me alegro de ser un
filósofo existencialista puedo continuar siendo un filósofo existencialista. Y si continúo
siéndolo podría alegrarme. Y así...”.
Años después, un tal Agustín C., publicaba un libro titulado: “El filósofo
existencialista que murió en el intento”. Transcribimos algunos fragmentos a modo de
conclusión:
“Recuerdo a aquel profesor. Esteban era autoritario y metafísico. Luego de
aquel incidente del que fui testigo privilegiado (y actor principal) su vida cambió...
Lo que nunca entendió es que no se puede buscar el sufrimiento como fin porque
una vez logrado uno se complace en obtener lo buscado. El dolor y el sufrimiento
vienen, se presentan, vaya a saber uno por qué misteriosos caminos...
Si somos felices: ¿qué importa la filosofía que profesamos?. Además: ¿qué es
ser un filósofo existencial? ¿Sufrir?. No creo. Yo soy feliz y me considero
existencial. No tuve las experiencias de dolor y abandono que tuvieron los grandes
autores existenciales pero tuve otras. Amo y soy amado. Y eso me mantiene en la
existencia. Amo y soy Amado...
El hombre es tensión. La tensión no es movimiento pero tampoco es quietud;
es inquietud. El arco tensa la cuerda porque cada extremo tira para su lado. Esa
cuerda no está en movimiento pero tampoco está quieta; está inquieta. Eso es el
hombre: un ser de corazón inquieto...
La existencia se encuentra en el dolor, en el sufrimiento, en el abandono y en
la nostalgia pero también podemos hallarla en la alegría, en la felicidad, en la
verdad, en la belleza y en el amor. La existencia es todo eso. La existencia es el ser
del hombre; sólo el hombre existe...
¿El profesor?. Se suicidó”.