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INSTITUTO PARA LA INVESTIGACIÓN EDUCATIVA Y EL DESARROLLLO
PEDAGÓGICO
IDEP
LA CARTOGRAFIA SOCIAL
Documento elaborado por: José Darío Herrera
Asistente: Juan Carlos Garzón
IDEP
CARTOGRAFÍA SOCIAL1
El documento que se presenta a continuación tiene la intención de articular
los elementos teóricos y metodológicos que le dan consistencia a la
cartografía social y que fueron trabajados por el equipo académico del IDEP
durante los meses de septiembre y octubre. El texto se divide en cuatro
apartados. En un primer apartado Horizonte cultural y teórico de la
cartografía social, se da una mirada al contexto sociocultural y epistémico a
partir del cual cobra sentido la cartografía social. En un segundo apartado La
cartografía social y su objeto: el espacio social como espacio semántico
inacabable, se delimita lo que sería el objeto propio de la cartografía social.
En un tercer apartado, La construcción de mapas sociales, se presentan los
elementos metodológicos claves a tener en cuenta en el proceso de
elaboración de los mapas sociales. Finalmente, en un cuarto apartado, Los
mapas sociales y la constitución de nuevas subjetividades, se hace una lectura
de la cartografía social como posibilidad de dislocación y relocalización de los
sujetos en el mundo social.
1. Horizonte cultural y teórico de la cartografía social
La cartografía social cobra sentido en el contexto de la reconfiguración del
pensamiento científico y social que caracteriza a la posmodernidad. Así
Jameson2 sitúa el surgimiento de la cartografía social o de los mapas
cognitivos en las transformaciones que supone la posmodernidad respecto de
los modos de producción industrial y la entrada de las culturas en un plano
estético, en el cual la realidad social se vuelve más fluida e inestable dada la
recuperación de la temporalidad y de lo efímero en las formas de experienciar
el mundo. La realidad social, en este sentido, no se contrapone ya a lo
fragmentario. Al evidenciarse la imposibilidad de alcanzar un universo social
estable la realidad social empieza a articularse como un espacio-tiempo
acotado, finito, localizado, que se descompone y recompone más allá de
cualquier criterio organizador de la experiencia social.
En este contexto pueden comprenderse las elaboraciones de Kevin Lynch,
para quien el espacio es, fundamentalmente, un espacio que se construye
mentalmente desde el propio recorrido que se hace a través de él. El espacio
entonces, no es un espacio homogéneo, un espacio objetivo, sino, ante todo,
un campo de experiencia que se revela desde la trayectoria de movimiento y
no como representación universalmente dada. Con relación a ese espacio, los
mapas sociales no serían imitativos, esto es, no pretenderían dar cuenta
exacta o duplicar un territorio en la representación. Por el contrario, los
mapas sociales constituirían la reconstrucción de un todo irrepresentable a
partir de un mundo de vida que se encuentra en relación con ese todo
irrepresentable, que lo reconoce y plasma su reconocimiento en una manera
de situarse frente a él. De aquí que Jameson afirme que “una estética de la
confección de mapas cognitivos -una cultura política de carácter pedagógico
tendría el sentido de devolver a los sujetos concretos una representación
renovada y superior de su lugar en el sistema global”.
Así, los mapas sociales despejarían la relación entre el sistema global y la
realidad local desde los recorridos que los sujetos configuran por el hecho
mismo de estar atravesados por lo global. En este sentido, dice Jameson
(...) un nuevo arte político -si tal cosa fuera posible- tendría que arrostrar la
posmodernidad en toda su verdad, es decir, tendría que conservar su objeto
fundamental -el espacio mundial del capital multinacional- y forzar al mismo
tiempo una ruptura con él, mediante una nueva manera de representarlo que
todavía no podemos imaginar: una manera que nos permitiría recuperar
nuestra capacidad de concebir nuestra situación como sujetos individuales y
colectivos y nuestras posibilidades de acción y de lucha, hoy neutralizadas por
nuestra doble confusión espacial y social. Si alguna vez llega a existir una
forma política de posmodernismo, su vocación será la invención y el diseño de
mapas cognitivos globales, tanto a escala social como espacial.
Según lo anterior, en el centro de la cartografía social puede leerse un
desplazamiento hacia nuevas formas de producción de lo político y de
reconocimiento y construcción de lo social más ligadas a la cultura y al mundo
de la vida de los sujetos. Pero además, en la medida en que este
desplazamiento ha tenido como correlato la refiguración del pensamiento
científico y social que ha venido aconteciendo como uno de los rasgos
distintivos de la cultura posmoderna, la cartografía social aparece también
determinada por un horizonte epistemológico que la hace posible.
Este horizonte epistemológico tiene en Popper3, Wynch4, Habermas5,
Luhmann6, Deleuze y Guattari7 los principales autores que han allanado el
camino hacia nuevas formas de comprender la vida social. Así Popper, al
proponer como criterio de validez de las teorías científicas la posibilidad de su
falsación y su coherencia interna y al desligar, de este modo, la legitimidad
de la ciencia de la verificación empírica de las teorías, ha permitido pensar en
una ciencia que no se entienda a sí misma como una suerte de copia del
mundo, como una especie de duplicación de éste en el discurso, sino como
una construcción teórica sobre el mundo. Un conocimiento científico, en este
sentido, no es científico porque reproduzca de manera exacta el mundo, sino
porque posee una consistencia interna que le permite ser contrastado con la
realidad. La ciencia es, entonces, una construcción teórica, de modo que no
cabe esperar de ella, al hablar de la cartografía social, una reproducción
exacta del territorio. De este modo Popper aporta un primer elemento vital
para la fundamentación científica de la cartografía social.
Por otro lado, los desarrollos de Wynch sobre las ciencias sociales aportan un
segundo elemento, que tiene que ver con el hecho de asumir, en la
investigación social, que la comprensión de la sociedad sólo puede lograrse si
se comprenden las reglas de juego a partir de las cuales ella se articula como
tal. Desde esta perspectiva se supera la visión durkheimniana de la sociedad
como estructura que determina lo individual, con la contraposición entre lo
colectivo y lo individual que subyace a ella y por tanto, el desconocimiento
que comporta de lo social como tejido de relaciones. Con Winch se pasa de
una metáfora que hace alusión a la sociedad como un conjunto de sujetos, a
una metáfora que piensa lo social como un sistema de relaciones. Desde el
punto de vista de Wynch los sujetos construyen su mundo, construyen la
realidad social que sin embargo los trasciende. Así, en lo social existirían unas
relaciones dadas que encarnan en sí mismas una comprensión de lo social,
frente a la cual las construcciones científicas de las ciencias sociales se
constituirían como construcciones de segundo orden.
Para Wynch la explicación de la conducta social debe servirse entonces del
entramado conceptual a partir del cual los agentes sociales comprenden el
mundo social. Las ciencias sociales, entonces, tendrían que estudiar lo social
allí donde este emerge como lenguaje, como discurso, como prácticas y
tendrían que hacerlo sirviéndose de los entramados conceptuales que utiliza
la sociedad para explicarse a sí misma. Puede decirse que las ciencias sociales
trascienden al sujeto social como su objeto de estudio para configurar como
nuevo objeto de estudio las reglas de juego que trascienden al sujeto.
Sólo con este giro en las ciencias sociales puede pensarse en los mapas
sociales. Primero, porque se busca hacer visibles las categorías sociales y el
espacio social que se entreteje en torno a ellas (y no simplemente las
relaciones entre los sujetos) y, segundo, porque lo social se piensa más allá de
una entidad estable o permanente, a lo cual remite la noción de sujeto social.
Con los mapas sociales se pasa de la metáfora del determinismo
durkheimniano a un principio etnográfico que permite entenderla como una
etnografía radical8. De este modo puede decirse que,
a. El criterio de cientificidad de un mapa no se debe buscar en la
correspondencia con un objeto
b. El análisis que conduzca a la elaboración de los mapas no puede ser un
análisis de comportamientos sociales. Hay que hacer visibles las reglas
de juego, las relaciones de poder que articulan la vida social y que se
encuentran inscritas en la explicación que la vida social da de sí misma
c. la vida social tiene su propia forma de comprenderse, esto es de
analizarse, entonces también posee sus propios métodos para hacerlo.
Estos métodos tendrían que ser cartografiados, visibilizados por los
mapas sociales con el fin de poner en la línea de visión lo que se puede
fortalecer y potenciar de las prácticas sociales.
En este contexto, se puede asumir como un referente teórico para la
cartografía social la teoría de la vida social sin sujetos. Sin el referente del
sujeto y sus implicaciones en términos de identidad, estabilidad,
autoconciencia, la vida social puede aparecer como un movimiento en sí
misma. En esta perspectiva Luhmann, Deleuze y otros autores han pensado lo
social en términos de rizomas, flujos, prácticas de sí, sistemas de relaciones,
de líneas, de circulaciones, de trayectorias, de tejidos. El sujeto pierde aquí,
entonces, su peso como entidad autoconsistente y se disuelve en los
movimientos sociales, lo que equivale a decir que no somos identidades, sino
que lo que circula es lo que somos.
Lo radical de esta perspectiva debe ser considerado con detenimiento. Pues la
teoría de la vida social sin sujeto no simplemente propone a lo social como
sujeto, llevándolo a ocupar el lugar de lo individual, sino que conlleva una
dislocación de la relación sujeto-objeto en el análisis de lo social, y por tanto,
una disolución del sujeto como categoría fuerte de la modernidad. Debe
percibirse aquí un desprendimiento, por parte de la teoría de la noción misma
de sujeto asumiendo a los agentes sociales a partir de otras categorías, que
tendrían que hacerse relevantes con la cartografía social.
La disolución del sujeto como categoría teórica posibilita que se piense la
realidad social no a partir de la separación entre lo colectivo y lo individual,
sino como una especie de fractal, un todo que se encuentra en las partes,
pero que es más que ellas y unas partes que encarnan el todo, pero que no lo
constituyen por una sumatoria. Plantear la pérdida de la categoría de sujeto
como fundamento del análisis social implica abrirle paso a la tensión que se
da entre los procesos de individuación y los procesos de sujetación.
Así, la obra de Niklas Luhmann, al proponer como un elemento estructural de
una teoría de la sociedad no una unidad de principio, sino una diferencia,
permite ir más allá del individualismo metodológico, que centra la acción
social en los sujetos, y de una sociología demasiado enfocada en determinar
la unidad de lo social. La diferencia, en este contexto, puede ser entendida
como diferencia entre sistema y entorno, lo que implica, desde esta
perspectiva, no suponer su interacción a partir de una unidad mayor dada.
Luhmann teoriza así la sociedad como un sistema, apartándose sin embargo
del funcionalismo que considera que los sistemas intentan mantener siempre
su equilibrio. Para Luhmann los desequilibrios no son eventos disfuncionales
sino perturbaciones cuya función debe ser explicada por una teoría que no
debe presuponer el control, la planificación y la estabilidad estructural, sino
que debe pensar en términos de sensibilidad ambiental, evolución y
estabilidad dinámica.
Existiría entonces una combinación de independencia y dependencia entre el
sistema y su entorno, que implica dos cosas. Primero, que se debe distinguir
entre operación y causalidad, pues el hecho de que las operaciones del
sistema sólo sean posibles en su continua autorreferencialidad no significa su
aislamiento respecto del entorno. Segundo, significa comprender que cada
sistema sigue sus propias distinciones. Y aquí se deriva algo importante para
la cartografía social: la elección de una u otra distinción definida por un
observador, nunca viene determinada por el entorno sino que siempre es
construcción del sistema. Es decir, que los mapas sociales no simplemente
representan a un sistema, sino que lo producen en la medida en que dicho
sistema produce el mapa. Los mapas sociales constituirían, pues, un recurso
metodológico de diferenciación del sistema frente a sí mismo.
Solo desde las operaciones del sistema, va a decir Luhmann, puede decirse lo
que es relevante para él. Por esta razón un sistema no estaría determinado a
responder a todo estímulo que venga del entorno y cuando lo hace, no podría
afirmarse que los cambios en el sistema, si bien son desencadenados por dicho
estímulo, están determinados por la estructura del sistema. Para Luhmann, en
el fondo lo social puede ser pensado como un proceso continuo de
autopoiesis, esto es, como un proceso en el cual los elementos constitutivos
del sistema social se autorreferencian, se autorreproducen y se
autoconstruyen.
Finalmente puede mencionarse a Deleuze y Guattari, para quienes un mapa
no es un calco que reproduzca una estructura profunda o una realidad
objetiva, sino ante todo, un quiebre sobre la representación que está
orientado hacia una experimentación que actúa sobre lo real. La cartografía
social, en este sentido, no reproduce un territorio cerrado sobre sí mismo,
sino que lo construye, contribuyendo a la conexión de campos, a una apertura
máxima dentro de un plan de consistencia. El mapa, dicen los autores, es
abierto, conectable en todas sus dimensiones, desmontable, alterable,
susceptible de recibir constantemente modificaciones. Tiene múltiples
entradas.
La construcción de un mapa, desde esta perspectiva, no depende de análisis
teóricos que implican universales, sino de una pragmática que compone las
multiplicidades o conjuntos de identidades, lo cual conlleva una
descentración de lo jerárquico y pensar más en términos de flujos, pues
“admitir la primacía de las estructuras jerárquicas significa privilegiar las
estructuras arborescentes, en un sistema jerárquico un individuo sólo admite
un vecino activo, su superior jerárquico. Los canales de transmisión están preestablecidos: la arborescencia preexiste al individuo que se integra en ella en
un lugar preciso”.
Los mapas sociales, según lo expuesto hasta el momento, emergen como
consecuencia de los desplazamientos teóricos y metodológicos de las ciencias
sociales y de la conciencia que se ha venido forjando sobre la necesidad de
que las teorías den cuenta de la complejidad del mundo. Los esquemas
simples de explicación, tal y como lo han mostrado Luhmann y Morin, no
corresponden con el mundo social. El territorio social, como tal, es complejo.
En este sentido, la cartografía social conlleva el reconocimiento de que lo
social no sólo no es lineal, sino que está compuesto por elementos que no son
discontinuos, que fluyen, que se retrotraen mutuamente. La cartografía
social, en consecuencia, puede ser entendida como un modo de teorizar no
deductivo, sino paralógico, que deja atrás una representación bidimensional
de lo social para entrar a considerarlo como un espacio de múltiples
dimensiones que conlleva, para su estudio, una complejidad de los métodos.
2. La cartografía social y su objeto: el espacio social como espacio
semántico inacabable
La cartografía social conlleva el reconocimiento del espacio social como un
espacio que se hace y rehace semiótico-materialmente. El espacio social hacia
el cual se dirige la cartografía social, de este modo, se temporaliza, esto es,
se muestra como un territorio definido por su propia historicidad, que lo acota
y lo lleva a fluctuar entre lo real y lo irreal. Paradójicamente, si algo le da
consistencia a la realidad social es su carácter histórico o episódico, es decir,
el hecho de constituirse como un espacio-tiempo variable que, a la hora de
representarse a sí mismo, lo hace dentro de los límites que le plantea su
propia historicidad.
La cartografía social, entonces, intenta captar la fluidificación de los
principales componentes de la realidad social. Por ello intenta hacer aparecer
los flujos que, al modo de una materia prima, configuran las ordenaciones
espacio-temporales, determinando las experiencias sociales y la construcción
de las identidades individuales y colectivas. Puede decirse, así, que la
cartografía social responde a una nueva ontología social, una ontología de la
fluidez social.
Para la cartografía social el espacio, el tiempo y la acción social se presentan
como elementos evanescentes, sin rasgo de discontinuidad entre uno y los
otros. Estos tres elementos básicos del mundo social, son ahora
reconfigurados localmente, no son universales dados a la experiencia y a la
investigación científica, sino que emergen en el devenir de la vida social
misma. Hablar de cartografía social conlleva entonces constatar que el
espacio se ha venido posicionando como una categoría central para la
comprensión de la vida social. Si en algún momento la modernidad propuso
como categorías centrales de la comprensión de lo social categorías atadas a
una noción de lo temporal vinculada a un transcurrir homogéneo y
teleológico, como desarrollo, revolución, transformación, cambio/estructura,
en el actual momento las categorías de análisis de lo social geometrizan la
realidad social, es decir, la delimitan, no tanto por el momento en el cual se
está en una línea de avance, sino por la posición que se ocupa en pares
espaciales no necesariamente opuestos como local/global o centro/periferia.
De este modo, tal y como lo afirma García Selgas9
(...) es básicamente la ubicación en el ESPACIO-tiempo social lo que otorga y
cualifica hoy la existencia social, tanto la “real” como la “posible” o, mejor
dicho, lo que otorga una posición en la (dis)continuidad, políticamente
disputada, que dibuja el par real/posible. Al ser la contingencia un rasgo
existencial común a todo lo fluido y, por tanto, a la fluidez social, el arco que
marca la modalidad de la existencia ya no es el que tiene a los extremos la
necesidad y la contingencia, que son modalidades fundamentalmente
temporales (el “siempre” o la “eternidad” de la necesidad y el “a veces” de
la contingencia), sino el que se dibuja, de manera inestable, cambiante y
disputada, por la relación entre lo posible y lo real. La implicación inmediata
de todo esta “espacialización de la existencia social”, reflejada y manifestada
en la espacialización de la fluidez como rasgo tendencialmente dominante de
la ontología política de lo social, es que a la hora de perfilar nuestro aparato
óptico para poder percibir y calibrar esa fluidez es de la máxima importancia
resaltar y aclarar, aunque sea breve y un tanto simplificadamente, la
cartografía y la topología de lo social.
La cartografía social es pues el correlato de un modelo próximo y
performativo del espacio, que permite pensarlo como algo que emerge de las
acciones mismas de los actores sociales y no simplemente como un continente
de las mismas. El pasado, el presente y el futuro son así espacio social que
fluye. Por esta razón, la cartografía social no cartografía a los sujetos
individuales en el marco de una totalidad predeterminada, como una especie
de habitantes de un espacio o tiempo abstracto, sino que permite que los
sujetos mismos reconstituyan su espacio social y señalen su inscripción en él.
No se cartografía pues al sujeto individual, sino al entramado de relaciones en
las cuales los sujetos se inscriben, lo cual significa que la vida social es
considerada, desde esta perspectiva, como una realidad que trasciende a los
sujetos individuales y que conlleva sus sucesivas redescripciones, esto es, su
subjetivación constante.
El paso del sujeto a la subjetivación como práctica social abre entonces la
posibilidad de pensar que la vida social se encuentra atravesada por diversas
prácticas de subjetivación, que no se remiten a un modelo de sujeto, sino que
resguardan sus propias lógicas y su propia consistencia. Con la cartografía
social se expresa entonces una nueva mirada a los espacios sociales que tiene
el propósito de rescatar lo múltiple de esas subjetivaciones, que intenta
rescatar lo plural y que, por tanto, busca rescatar el saber que los mismos
actores sociales poseen sobre su propia cotidianidad. La cartografía social
realza así el entramado de relaciones a partir del cual se producen las
diversas subjetividades. La cartografía social constituye, en sí misma, una
posibilidad diferente de analizar la realidad local como parte de un sistema
más amplio, como una realidad atravesada por discursos que fluyen, por unas
racionalidades que no son unívocas, como una tensión entre lo hegemónico y
las reconfiguraciones que sufre en el mundo de la vida.
Hacer un mapa social sin tomar como unidad de análisis al sujeto comporta
entonces la posibilidad de que a partir de las categorías de sistema,
relaciones, líneas de fuga, trayectorias, se hagan visibles nuevas maneras de
actuar, nuevas prácticas sociales, otras lecturas que podrían quedar ocultas si
se apela al sujeto como rasgo distintivo de lo social. La fluidificación del
espacio y la comprensión de las identidades colectivas e individuales como
procesos de territorialización de lo social y no como rasgos distintivo de
sujetos abstractos autorreferenciados implica así, desde la perspectiva de la
cartografía social, hacer visible esa porción de la vida social que inicialmente
se muestra autoconsistente, como algo inacabado, sin origen ni rumbo
definido, y sin embargo existente y dotada de su propia dinámica interna.
En este contexto, la visión de la cartografía social tiene implicaciones
políticas importantes, pues al resaltar aquello que configura subjetividades, la
cartografía revela las diversas maneras como lo social es percibido y
construido por aquellos que son configurados a su interior. De este modo, la
cartografía social abre toda la gama de pluralidades que se inscriben en una
realidad determinada. La cartografía social comporta un giro que va de la
mera ausencia que constatan los referentes teóricos de una realidad que aún
no se ajusta a lo que se espera de ella a un modo de reconocimiento de las
diversas formas en que lo social se encarga de sí mismo, se construye a sí
mismo, sin la mediación de los expertos.
Ahora bien, esto no significa que simplemente la cartografía social registre las
diferentes formas que adopta una realidad social. Por el contrario, la
cartografía social busca entender como esa multiplicidad de prácticas,
discursos, etc. se configura en referencia a un contexto dado y a partir de
unas reglas de producción. La comprensión de estas reglas por parte de los
actores sociales permite entonces la comprensión y transformación de lo
social desde sus propios referentes.
Dejar de identificar el mapa con el territorio y comprender éste último como
una producción política y cultural del territorio abre un principio de
complejidad en la construcción de la realidad social que, al perder el lastre
que significó para la modernidad la obsesión por remitir la diversidad a una
totalidad omniabarcante, posibilita la coexistencia de múltiples perspectivas,
que se construyen a sí mismas en la medida en que construyen su
representación en relación con las otras. Aquí cabe recordar a Geertz quien
afirma que
(...) el hombre es un animal suspendido de redes de significados que él mismo
ha tejido. Considero que la cultura está constituida por esas redes y su
análisis no ha de ser por tanto el de una ciencia experimental en busca de
leyes, sino el de una ciencia interpretativa en busca de significaciones.
3. La construcción de los mapas sociales
Cómo principio de participación, los mapas sociales pueden ser considerados
como metodologías para la planeación participativa. Pero los mapas sociales
también pueden ser realizados con fines de producción de conocimiento sobre
una realidad social específica. En uno u otro marco, los mapas sociales deben
ser elaborados por las personas que hacen parte de la realidad que se busca
comprender y transformar. Los mapas sociales se encuentran asociados a la
Investigación Acción Participativa que, como metodología, se constituye en
una espiral en la cual las acciones en un contexto suscitan reflexiones, las
cuales provocan nuevas acciones que, a su vez, generan nuevas reflexiones.
Sin embargo la cartografía social también se asocia a los hallazgos de la
cibernética de segundo orden, que propone una metáfora del territorio como
fluido de información y de energía.
Para estas dos perspectivas la elaboración de mapas cartográficos se
constituye antes que nada como un proceso de construcción del mundo social
y no como una copia del mismo. Esta construcción puede darse en cuatro
niveles que pueden irse superponiendo los unos con los otros: a) itinerarios, b)
diagramas, c) representaciones, d) posiciones. Los itinerarios constituyen los
recorridos físicos que realizan los habitantes del territorio. Estos recorridos
aún no constituyen un mapa social Pueden corresponder con diagramas
precartográficos, pero aún les falta un elemento esencial para la cartografía:
su inscripción en los espacios objetivos, físicos, empíricos de la realidad
social. En la construcción de mapas cartográficos, el referente empírico se
hace posible por el hecho de que se habitan campos referenciales
compartidos.
Por esta razón en el segundo nivel, de diagramación, se busca la construcción
de una geografía abstracta referida a esos itinerarios, destacando tendencias,
clases de rutinas, etc., lo cual desde Bourdieu podría ser llamado como las
topologías en los itinerarios que permiten dar el paso hacia la elaboración de
mapas objetivos.
En el tercer nivel, el de las representaciones, aparecen los diversos
imaginarios que constituyen el territorio y que definen y agrupan la manera
cómo este es comprendido desde el mundo de la vida de quienes lo habitan.
Las representaciones conforman así un espacio semiótico, que además de
poseer un referente empírico y constituirse como un campo representacional,
se encuentra atravesado por reglas de poder que la cartografía debe hacer
visibles destacándolas en un cuarto nivel: el de las posiciones que convergen
en el espacio social. En este cuarto nivel emergen las diversas formas de
ubicación que el mismo espacio social convoca como modos posibles de
habitar el territorio. Aquí aparecen entonces las tensiones, las
concentraciones de energía, las fronteras, fisuras y posiciones dominantes y
marginales en el territorio.
La superposición de estos cuatro niveles arroja como resultado un mapa social
en el cual es de mucha importancia el manejo de líneas, energías, nodos. En
este sentido puede hablarse de tres tipos de líneas que definen el mapeado de
un territorio: líneas de comunicación, líneas de deseo y líneas que destacan
las tensiones que se dan al interior del territorio, o líneas de poder.
Entre las líneas de comunicación pueden distinguirse tres tipos de líneas. Las
líneas de comunicación fluida, que no necesariamente implican una
comunicación a un nivel profundo, sino que representan la manera como
circula la comunicación en un contexto dado. Las líneas de indiferencia, que
hacen visibles los diversos entramados sociales que comparten un mismo
espacio y que sin embargo pueden no estar en contacto unos con otros. Y las
líneas de conflicto, que evidencian las tensiones que se presentan en el
territorio. Estas tres líneas tienen un potencial transformador en la medida en
que implican una visión más amplia del espacio social que aquella que se
circunscribe a sus sectores o grupos, posibilitando nuevas relaciones entre
actores.
Las líneas de deseo permiten identificar lo que moviliza o podría movilizar la
acción en el territorio. El deseo, sin embargo, no debe ser confundido con la
necesidad. Mientras que la necesidad es percibida como algo exterior a un
sistema, que lo condiciona y determina, el deseo permite pensar en un
sistema que se autoproduce, que produce su propia energía para sustentarse,
pero siempre en relación con otros sistemas. Esa energía que produce un
sistema para su autorreproducción, en el caso de los sistemas sociales puede
ser capturada a través del deseo. El caso es que lo que desean las personas y
las comunidades, es justo en lo que ellos están dispuestos a invertir su
energía, y no tanto en sus necesidades. El deseo tiene que ver así con la
autopoiesis y no con una dependencia frente a otro sistema.
Las líneas de tensión o de poder muestran las posiciones encontradas que
estructuran el territorio, las prácticas de poder y las relaciones entre ellas,
las alianzas, los desencuentros, las resistencias que convergen en un mismo
territorio.
A cada una de las líneas se le asignan componentes que posibiliten diversidad
de conexiones. Las líneas tienen dirección y polo. A partir de estos tres tipos
de líneas, ubicadas en el mapa del territorio, se hacen evidentes los nodos o
lugares de confluencia de las líneas, en los cuales pueden encontrarse los
puntos de articulación que jalonen transformaciones en el territorio. El mapa
fundamentalmente hace visibles tendencias y como tal es una escenificación
de un territorio simbólico que al representarlo lo construye, que al asignar
tendencias, configura formas de ser y existir en el territorio. Así, el mapa
debe permitir apreciar dónde se diluyen las líneas, dónde cobran más fuerza,
dónde tienen más poder, qué ponen en relación, dónde tienen más tensión.
El mapa es pues una red que hace visible lo invisible del territorio, que
muestra tensiones y que no simplemente fija entidades sociales
disponiéndolas unas con otras en un mismo espacio de representación. En este
sentido puede afirmarse que el mapa no tiene un objeto definido a mapear,
sino que lo va construyendo con el proceso mismo del mapeado, desde aquello
a lo que los habitantes del territorio van dando forma en el hecho de narrarse
como territorio. Cuando se traza una línea, cuando se registra un discurso, se
empieza a construir teóricamente la realidad social.
Los mapas sociales pueden representarse también a partir de fractales,
rizomas, líneas de fuga. Cada campo que asume la labor de generar un mapa
cartográfico adopta su propia simbología, y no sería pertinente concentrarse
en las convenciones sino en que cada comunidad se vea representada en su
mapa, que el mapa se construya con los habitantes del territorio desde su
propio universo de significación.
En la elaboración de los mapas sociales pueden seguirse tres etapas básicas.
En una primera etapa se selecciona el territorio que se espera mapear: un
espacio físico, geográfico, ligado a procesos de construcción de identidades
colectivas. En este punto es preciso tener presente que seleccionar una
unidad territorial no significa seleccionar un tema de trabajo desde una
postura disciplinar, toda vez que no se trata de observar y documentar el
comportamiento de un fenómeno social predeterminado en un territorio
específico. En esta etapa es clave que el investigador comparta con los
habitantes de un territorio sus itinerarios, sus rutinas, sus ritmos, de modo
que aprenda a escuchar el modo en que el territorio habita a las personas.
Esta primera etapa arroja para el investigador dos resultados. En primer
lugar, permite la ampliación del campo de visión y de escucha con relación al
territorio, lo que permite ir delineando los mapas. En segundo lugar se
identifican los diversos grupos que confluyen en el territorio. Es importante
destacar aquí que no sólo es clave identificar los grupos formales que
atraviesan el territorio, sino sobre todo los grupos informales, pues éstos
también generan tensiones y pueden poseer un mayor potencial de
transformación.
En una segunda etapa se empieza a construir el mapa con los habitantes del
territorio. Después de ubicar los grupos y sectores que conforman el territorio
y de haberse dispuesto en una relación de escucha para con el territorio, el
investigador convoca las diversas narrativas sobre el territorio que confluyen
en el espacio social. Se trata aquí de favorecer las voces de las diversas
formas de habitar el territorio, de modo que a partir de estas voces pueda
irse construyendo el mapa social.
Un taller tipo en esta etapa puede comenzar con la selección de un
participante para poner su experiencia de trabajo educativo o comunitario
como material de análisis del taller. El participante relata la unidad territorial
en donde trabaja. Lo importante, más que relatar el trabajo que realiza o lo
que hace su institución es la descripción -lo más detallada posible- del
territorio donde trabaja. Por ejemplo, describir el barrio, la localidad o la
escuela.
Simultáneamente en una o dos carteleras se va dibujando el mapa del
territorio, para lo cual es aconsejable que se pinte primero el mapa
topográfico, hasta donde se pueda, y sobre él ir ubicando las instituciones, los
lugares más significativos y la ubicación de los distintos grupos humanos
(formales o informales) que “hacen cosas” en el territorio. A la vez es clave ir
armando una tabla de convenciones para el mapa. Luego, con ayuda de todos
los participantes en cada grupo de trabajo, se van identificando líneas de
comunicación (qué grupos o sectores se comunican entre sí), líneas de poder
(sobre que grupos o sectores otros grupos o sectores tienen influencia) y
líneas de deseo (hacia que grupos o sectores otros grupos o sectores quisieran
desarrollar algún tipo de trabajo o influencia).
En esta etapa los instrumentos para la recolección de información deben ser
lo más abiertos posibles: entrevistas abiertas, conversatorios, historias de
vida, etc. Aquí empiezan a cobrar vida las líneas de comunicación, deseo y
poder, con lo cual el espacio físico empieza a dar paso, por obra del
mapeado, al espacio social. En la medida en que los mismos habitantes del
territorio han intervenido en la construcción del mapa, esta etapa puede
considerarse como una etapa de autodiagnóstico, ya que permite que con
cierta rigurosidad las personas puedan detectar sus problemáticas, sus
iniciativas y sus voluntades. Como resultado de esta etapa se tiene el mapa
social del territorio.
Una vez mapeado el territorio, en una tercera etapa de análisis, es clave
preguntarse por aquello que aparece como lo más relevante del
autodiagnóstico. De este ejercicio puede emerger un segundo mapa. Mientras
que el primer mapa define el territorio, delimitándolo y configurándolo, el
segundo mapa comporta unas preguntas y puede ser útil para definir un
derrotero de acción de los habitantes del territorio. Desde este segundo mapa
se abre un espacio de enunciación para los habitantes del territorio que es
fundamentalmente un espacio de construcción de propuestas.
En caso de poder continuar con el ejercicio dos o tres meses después se puede
hacer lo siguiente: con los registros que han acumulado los investigadores y
aquellos participantes enganchados al trabajo de mapeo se trazan
nuevamente los sectores, grupos o tendencias reconocidas. Así mismo se hace
con las líneas de comunicación, poder y deseo. Las convenciones y múltiples
dimensiones de los distintos lugares de enunciación pueden verterse en varios
mapas. Sobre los distintos mapas sociales el investigador con su equipo (ojalá
con participantes del territorio) ubica estrategias de dibujo pertinentes para
poder expresar lo encontrado. Pueden intentar varias posibilidades: fractales,
rizomas, tejidos, redes, círculos concéntricos, nodos, etc.
4. Los mapas sociales y la constitución de nuevas subjetividades
La cartografía social, según se ha venido indicando a lo largo del texto,
constituye a la vez una metodología de trabajo para la planeación
participativa y la transformación social y una propuesta de construcción de
conocimiento que hace suyas las consecuencias de la disolución del sujeto
moderno. De este modo la cartografía social comporta una renovación de las
formas de subjetividad ligadas a un territorio. En primer lugar, porque un
mapa social siempre se construye desde abajo y es una apuesta por lo
complejo y lo múltiple y por la transformación de campos relacionales en lo
social. En segundo lugar, porque hace visibles formas y procesos de
subjetivación que la noción de sujeto moderno ha invisibilizado dada su
connotación fuertemente restrictiva.
Al ser una construcción desde abajo, que realizan los habitantes de un
territorio, un mapa implica, de entrada, que se reconozca la idea de la
territorialidad. Esto es, la idea de un campo relacional ligado a un territorio.
El territorio tiene historia, memoria, geografía; y la cartografía social es una
forma de aproximarse a la comprensión de las realidades territoriales, de las
realidades que han surgido de la relación de los actores sociales con el
territorio.
Con los mapas se hace explícito lo implícito y, de este modo, se reinterpreta
el territorio. Y en la reinterpretación se construyen nuevos sentidos políticos,
nuevas prácticas, nuevas subjetividades. Los mapas son pues, un elemento de
apropiación territorial. Son una especie de escritura que recoge el saber se los
actores sociales, que permite construir conocimiento colectivo a partir del
modo en que las personas han construido y construyen sus historias siempre en
relación con el territorio que habitan.
La elaboración de los mapas sociales implica entonces una reorientación
constante del espacio social por obra del mapeo mismo. En este sentido, los
mapas sociales no constituyen tanto una apelación a un experto que aporta
soluciones, sino a un estratega que puede hacer surgir elementos
organizadores para un campo social dado. La oportunidad de representarse a
partir de un mapa es a la vez una oportunidad de reorientarse, de cambiar
las rutinas. En el espacio globalizado esto significa evidenciar fracturas,
fisuras, líneas de fuga. El mapa es pues un instrumento para el
empoderamiento a partir de la conciencia del territorio. Este proceso
permite un cambio de orientación en el territorio, así como la negociación
desde una perspectiva territorial, esto es, una perspectiva social.
La cartografía social posibilita entonces la construcción de procesos
pedagógicos ligados a la construcción del espacio como espacio público,
atravesado por tensiones, atravesado por juegos de poder que lo estructuran.
No se trata entonces de ver el territorio como algo desnudo, sino
precisamente de entender su génesis y consistencia a partir de las tensiones
que lo articulan.
Al ser construido desde la perspectiva de quienes habitan el territorio, un
mapa social rompe con la idea de una racionalidad única. Así, la cartografía
social restituye otras posibilidades de pensar y sentir, diferentes al estrecho
margen de miras que está reservado a los expertos, que siempre proyectan
sus intervenciones en el mundo social desde discursos enmarcados en lógicas
académicas.
En la medida en que la cartografía hace visibles las diferentes formas en que
un territorio es interpretado, necesariamente esas diferencias conllevan entre
sí tensiones y la yuxtaposición de diversas formas de ver el territorio,
atravesadas por prácticas de poder y por formas de disciplinamiento y de
sujeción al entramado social. En este sentido, la cartografía social, como
metodología de trabajo en los contextos sociales, debe permitir que esas
tensiones aparezcan, pero además debe permitir que se articulen, de tal
manera que el horizonte del mapeado no se pierda en una pluralidad de
percepciones que resulten irreconciliables entre sí, esto es que desagreguen
el territorio al punto que este se pierda de vista. El mapa debe reivindicar las
tensiones como algo inherente al territorio mismo y no como atributos de
sujetos o de grupos sociales.
En este sentido es clave comprender que a través de la cartografía social se
pueden abarcar los fenómenos sociales con un referente de subjetividad que
va más allá de lo individual. De este modo, la disolución del sujeto como
noción teórica y su reemplazo por una metáfora que mire más allá puede
darle a lo social un sentido más político: no se trata ya de recurrir a un sujeto
crítico, a un sujeto que se emancipa o que hay que emancipar, se trata de
pensar en que la misma sociedad se critica, que la misma sociedad puede
constituirse en movimiento de emancipación.