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JUVENTUD: ¿PROBLEMA O ACTOR DEL DESARROLLO DE UNA CIUDAD
SOSTENIBLE Y SOLIDARIA?
Javier Escalera
GISAP
Universidad de Sevilla
En este documento no se pretende hacer ningún diagnóstico sobre la situación o la
problemática de la “Juventud Sevillana”, ni aún sobre temas específicos que, entiendo, refieren
más directamente al marco del PGOU, como serían el de los usos del espacio público por parte
de los integrantes de dicho sector, la problemática particular que presentan con respecto a la
vivienda, o las deficiencias en cuanto a infraestructuras de servicios para las actividades que
teóricamente serían propias de "los jóvenes". Los déficits que presenta el conocimiento que
poseemos sobre ellos no lo permiten, si queremos ser rigurosos. El objetivo de estas líneas es el
de plantear una reflexión necesaria sobre quiénes son los ciudadanos de los que se habla cuando
se habla de “los jóvenes”, parafraseando el título del trabajo de Lozano (LOZANO, 1991) ,en el
caso concreto de la ciudad de Sevilla, y de apuntar algunas de las cuestiones clave que, desde mi
punto de vista, es preciso conocer en profundidad para poder abordar con ciertas expectativas de
éxito el establecimiento de las bases que puedan dar solución a sus necesidades y problemas.
Con respecto a la juventud existe una gran cantidad de tópicos y prejuicios que, no siendo
específicos para el caso de la juventud sevillana, presentan rasgos particulares en el caso de
nuestra ciudad. De entrada, la propia ambigüedad de la definición de lo qué sea y quiénes
compongan esa categoría es uno de los elementos que dificulta simplemente el diagnóstico y
mucho menos el establecimiento de las líneas de actuación con respecto a los individuos que la
integran. Se habla de "La Juventud" como si se tratase de un colectivo homogéneo, cuando bajo
ese término se incluyen, según los casos, personas de entre 14 y 35 años, de muy diferente
extracción socio-económica, con muy diferentes situaciones, desde la marginalidad hasta la
plena inserción sociolaboral y profesional, de género diferente, residentes en zonas muy
distintas…
Las edades sociales, o si se quiere las construcciones sociales de la edad, están
determinadas, entre otros factores por las posibilidades de acceso de los individuos a la actividad
laboral. La niñez, la adolescencia, la juventud, la madurez y la vejez son términos relativos y
variables en relación a las distintas funciones económicas y sociales asignadas al individuo a lo
largo de su ciclo vital. Así, por ejemplo, no es el mismo el significado de ser viejo en las
sociedades no letradas, donde los saberes se transmiten oralmente, que el de ser viejo en las
sociedades industriales, en las que la transmisión del conocimiento técnico se produce
principalmente de manera escrita y en las que la renovación de la información -en muchos casos
ajena a la propia experiencia vital de los individuos- obliga a un constante reciclaje. No es lo
mismo ser joven y cómo se es joven en los grupos domésticos en los que es necesario que todos
sus miembros participen de forma temprana con su trabajo en el sostenimiento económico de los
mismos, como sigue siendo el caso, por ejemplo de muchas de familias gitanas, que en aquéllos
otros en los que se da un excedente de fuerza de trabajo que permite “liberar” del mismo a una
parte de sus componentes. Liberalización de la fuerza de trabajo muy ligada a la cada vez mayor
importancia de lo que algunos sociólogos han definido como la “sociedad del ocio”, y que
prefiero denominar la sociedad de consumo, fenómeno extendido en las sociedades euronorteamericanas, en las que se ha producido una prolongación considerable de la duración del
periodo que va desde el final de la niñez, a lo que hoy se considera “edad adulta” o madurez.
Las distintas lecturas sobre el “ser joven” han servido en buena medida para unificar
ideológicamente a individuos de sectores sociales diversos, que tienden a identificarse con este
periodo del ciclo vital asociado fundamentalmente –a nivel discursivo- con un tiempo “no
productivo”, un tiempo de consumo. El trabajo es percibido, de manera creciente,
exclusivamente como un medio para acceder a los cada vez más amplios y costosos periodos de
consumo. De este modo, las perspectivas de este sector de la población tienden a unificarse, a
pesar de que para muchos jóvenes dichas expectativas no respondan a las situaciones y
posibilidades reales de sus grupos sociales de pertenencia.
A la visión global sobre los jóvenes se contraponen las diversas formas en que este
periodo del ciclo vital se concretiza en función de las características socioeconómicas de cada
territorio y de las estrategias de los distintos grupos domésticos integrados en los diferentes
sectores sociales y de actividad.
Frente a los que utilizan el término de “La Juventud” como un concepto universal, un
periodo de transición en la vida de los individuos que se da en todas las sociedades, considero
necesario restringir el uso de este término a las sociedades occidentales, en las que se establece
como categoría de edad -especialmente entre la burguesía- a partir del desarrollo de la
industrialización, generalizándose con posterioridad a la segunda guerra mundial.
Este grupo denominado “Juventud” alcanzará un papel protagonista en las revueltas de
los años 60 y 70, primeras en los que, en algunos lugares, adquirirá una dimensión política. El
desarrollo tecnológico y la explosión demográfica darán lugar a un nuevo mercado de trabajo en
el que se incrementa la demanda laboral y, sin embargo, disminuye la oferta de empleo. Es decir,
nos encontramos con un grupo de población “joven”, que cada vez encuentra más dificultades
para insertarse en el mundo laboral y, por tanto, se ve obligado a retrasar los “beneficios” que
esto conlleva, abandonar la familia de orientación para crear un grupo doméstico propio.
La mayoría de los autores está de acuerdo en considerar a la juventud como una etapa de
transición antes de alcanzar el estatus de adulto. A menudo, se asimila el concepto de adulto con
el de persona plenamente inserta en la sociedad. Así, José Luis de Zárraga, piensa que “la
juventud es esencialmente un proceso de inserción en la sociedad, que se inicia cuando el
adolescente, ya con la capacidad necesaria para hacerse cargo de las funciones que la sociedad
asigna a los adultos, comienza a realizar el aprendizaje social de dicho ejercicio, y concluye
cuando el joven ha ocupado un lugar propio en las estructuras sociales, de un modo socialmente
reconocido, la cuestión crucial que se plantea en el análisis de los jóvenes es la
emancipación”(ZÁRRAGA, 1989: 21). En nuestra sociedad esta emancipación no puede ser
consecuencia sino de una situación de cierta autonomía económica, es decir, de una actividad
laboral relativamente continua que permita crear un grupo doméstico propio. Aunque este
proceso de transición cada vez se alarga más, y hay determinados casos en los que se convierte
en una situación crónica, debido fundamentalmente a las difíciles condiciones de integración en
el mercado laboral. Por tanto, ya no está tan clara la conceptualización de la juventud como un
proceso de transición, ya que ésta se alarga de manera indefinida.
De forma habitual, el joven se define por oposición al adulto. Se establecen unas
condiciones para ser considerado adulto y el joven es la persona que no alcanza de forma total o
parcial dichos requisitos. “Visto como un proceso cuyo resultado es el acceso al mundo adulto,
la situación de un joven en sentido estricto es de carencia: carencia de ocupación, de
independencia económica, de domicilio propio y de núcleo familiar propio (…). Si nos fijamos
en la definición sociológica de la juventud es fácil darse cuenta de que el elemento central que
tiende a ubicar a una persona en el mundo juvenil o en el mundo adulto es la actividad” (QÍNDICE, 1994: 18-19).
Tal como apunta Elías Zamora, puede definirse como jóvenes “… aquéllos individuos
que, habiendo superado fisiológica y psicológicamente la edad adolescente, esto es, reuniendo
las condiciones necesarias para desempeñar las funciones de los adultos en la sociedad en la
que pertenecen no disponen de las condiciones suficientes para organizar su propio grupo
doméstico, para independizarse de su familia de orientación. Se trata de un grupo de individuos
que, habiendo superado la etapa adolescente, no son reconocidos socialmente como adultos (…)
debido a las limitaciones (sobre todo en lo que se refiere al mercado de trabajo) características
del sistema socio-económico dominante en las sociedades del capitalismo avanzado”
(ZAMORA, 1993: 25)
Es decir, la juventud más que una cuestión de edad es una cuestión de no integración
plena en el mercado laboral y de todas las privaciones que esto conlleva en una sociedad como la
nuestra, donde el trabajo es un elemento central.
Sin embargo, no se debe confundir la falta de integración plena en el mercado laboral con
la falta de inserción en la sociedad, como hace por ejemplo Zárraga al definir a la juventud como
un proceso de inserción en la sociedad. Esta concepción lleva implícita una visión de la juventud
como un grupo marginal, no integrado. La juventud debe ser vista como un “… grupo de la
sociedad que no ha logrado reunir los requisitos que se consideran comúnmente necesarios para
ingresar en el grupo de los adultos. Los jóvenes forman parte de la sociedad, son resultado de
ella misma en tanto que su propia existencia es debida a la incapacidad del sistema para ocupar
a todos sus miembros”. (ZAMORA, 1993: 31)
Históricamente el desajuste entre la demanda y la oferta de empleo es la causa central que
propicia la aparición de un grupo que se ha dado en llamar “juventud”. Aunque la mayoría de los
autores parecen estar de acuerdo desde un punto de vista teórico con esta definición de juventud,
sin embargo, cuando se lleva a la práctica con frecuencia se considera a la juventud como un
grupo de edad situado entre los 15 y los 29 años y no se hace ninguna exclusión por la posición
del sujeto en el mercado laboral, la posesión de domicilio y grupo doméstico propio.
Por otra parte, junto a la definición de la juventud en términos de no integración,
paradójicamente la juventud se ha convertido en un referente casi mitológico de nuestra
civilización. Son los protagonistas de muchos discursos y de los medios de comunicación, donde
con frecuencia son presentados como modelos envidiables. Alrededor de estos modelos se
genera toda una industria de consumo donde el ideal de joven aparece como un reclamo
publicitario. Se crea un estereotipo de joven y se olvida que la realidad juvenil es diversa y
plural, y que los jóvenes y sus problemas son producto de la realidad social en la que están
inmersos. Josep M. Lozano afirma que “…propiamente no hay problema o cuestiones juveniles
sino problemas sociales que se reflejan o se condensan en los jóvenes (…) a menudo con unos
rasgos propios o específicos (…). Los jóvenes no anticipan el futuro sino que concentran las
tensiones del presente. Si la juventud ha sido (…) una edad de moda y una edad modelo, lo ha
sido en el marco de una sociedad que (…) ha visto como se hacían añicos los modelos de los que
vivía y podía ofrecer y ofrecerse”. (LOZANO, 1991: 6)
Quizás sea cierto que no hay problemas específicamente juveniles, sino que los jóvenes
sufren los mismos problemas que el resto de la sociedad, pero lo que sí es claro es que esto se
manifiesta en este sector de la población de una forma concreta que es la que hace posible su
definición como categoría diferenciada, definida principalmente por su falta de inserción laboral
y las consecuencias que esto produce.
Hay que decir que los jóvenes no son sólo jóvenes, sino que además son hombres o
mujeres, pertenecen a una clase social o a otra, viven en lugares diferentes
En el caso de los jóvenes sevillanos, aparte del hecho ya referido de la distorsión que en la
comprensión de la realidad de la población joven opera el estereotipo establecido socialmente
sobre "la juventud", el conocimiento que se posee sobre la misma se sustenta fundamentalmente
sobre datos de tipo demográfico y cuantitativo extraídos a partir de diferentes estudios
estadísticos producidos por diferentes instituciones y entidades, y con objetivos diversos que se
han visto recopilados sin un modelo de sistematización previo que pudiera haberles dado
coherencia.
No rechazamos los estudios cuantitativos y estadísticos, todo lo contrario los consideramos
absolutamente necesarios, pero consideramos que por si solos no pueden explicarnos
satisfactoriamente la realidad en sus múltiples y complejas dimensiones, algunas no perceptibles
a través de los datos cuantitativos, incluso aunque puedan ser realizados en base a modelos
preestablecidos y en función de hipótesis que les den sentido, lo que como se ha apuntado no es
precisamente el caso de los que en nuestro caso poseemos.
Consideramos que los estudios cuantitativos deben contrapesarse y contrastarse con
investigaciones de carácter cualitativo que puedan proporcionar un conocimiento minucioso y en
profundidad de los entramados y procesos profundos sobre los que se construye y desenvuelve la
realidad social.
Es preciso conocer en profundidad la configuración de la complejidad y heterogeneidad del
colectivo juvenil de la ciudad. Sólo sobre la base del conocimiento de las necesidades,
expectativas, intereses aptitudes, actitudes, conocimientos, valores, elementos de bloqueo,
existentes en dicho colectivo, podrá sustentarse la solución de los distintos problemas,
necesidades y demandas, potenciándolos, corrigiéndolos, reorientándolos.
La problemática en torno a las consecuencias y efectos de determinadas actividades y
formas de uso del espacio público por parte de los jóvenes sevillanos, que llegan a dar lugar al
conflicto en algunos casos, se ha convertido en una cuestión de importancia central para el
desarrollo de la vida ciudadana y debe ser objeto, por tanto, de un tratamiento específico por
parte del futuro PGOU. La atracción que sobre un gran número de jóvenes de la ciudad y de
fuera de ella ejercen determinados espacios integrados dentro del casco antiguo de la ciudad, y
su utilización como escenario para la expresión de nuevas formas de diversión en las que se
mezclan formas y elementos pertenecientes a la cultura local, como la permanencia en la calle y
el gusto por las multitudes organizadas en grupos, "la bulla", con otros incorporados de otras
tradiciones culturales como el automóvil o las bebidas de alta graduación alcohólica, determina
frecuentemente la confrontación con otros ciudadanos que tienen otro concepto del uso de esos
mismos espacios públicos. Esta situación tiende a contemplarse en sus aspectos negativos de
salubridad, deterioro y orden público, pero no se consideran otros que merecerían ser tenidos en
cuenta, como la importancia que tiene el hecho de que, contrariamente a lo que sucede en
muchas otras ciudades, la gran mayoría de los jóvenes sevillanos, muchos de ellos nacidos y
residentes en zonas muy alejadas y diferentes del casco antiguo, sigue identificándose con el
espacio urbano que forma parte del imaginario Sevilla, al igual, aunque de manera diferente y
aún contrapuesta, que otros sevillanos. Ello, independientemente del grado de mistificación que
pueda conllevar con respecto a la Sevilla real, constituye un elemento que podría servir para la
integración y no para la exclusión.
El debate sobre esta problemática y la búsqueda de vías de solución a dichos conflictos se
sustenta muy frecuentemente sobre estereotipos y prejuicios carentes de toda base de
conocimiento efectivo de la realidad en la que viven y se expresan los jóvenes sevillanos. Para
abordar este objetivo se hace necesario conocimiento en profundidad de ese amplio sector de la
población sevillana al que simplicadoramente se incluye bajo el término de "los jóvenes".
¿Quiénes son, qué diferentes tipos de jóvenes existen realmente, cuáles son las características de
los mismos desde el punto de vista socioeconómico y cultural, qué actividades desarrollan, que
relaciones mantienen, como se diferencian entre ellos...? Conocimiento que constituye una base
imprescindible para cualquier actuación que intente propiciar el consenso y la participación
democrática de los agentes sociales más directamente implicados, los vecinos y los propios
jóvenes, de cara a la solución de los problemas y conflictos que dichas actividades, y
particularmente el uso que hacen para su desarrollo de los espacios públicos, puedan dar lugar.
Ante la falta de dicho conocimiento se hace imprescindible:
1. El análisis en profundidad de las características socioeconómicas y culturales de los
diversos grupos y colectivos que conforman el amplio y diverso sector de la población sevillana
etiquetada como "jóvenes", sus prácticas y actividades; sus formas de relación entre los
miembros de los diferentes grupos, entre los distintos grupos de jóvenes, y finalmente, con
respecto a los demás vecinos; los niveles de identificación hacia el interior y hacia el exterior de
cada uno.
2. El diagnóstico de la problemática de los diferentes espacios urbanos usados por los
jóvenes y las necesidades, intereses, demandas y valoraciones de la población residente en ellos
y de los que desarrollan en ella, en todo o en parte, sus actividades.
3. La evaluación de las potencialidades de las prácticas y las formas de utilización del
espacio urbano de los jóvenes en las acciones que se desarrollen para buscar fórmulas de
solución a los problemas que puedan plantearse.
4. El establecimiento de las bases de un proceso de investigación-acción participativa
tendente a la búsqueda y diseño de proyectos de acción.
Estos objetivos generales deberían desglosarse en los siguientes objetivos concretos:
1. Análisis sociológico de las características socioeconómicas y culturales de los distintos
grupos de jóvenes.
¿Cuáles son los rasgos y factores que desde los puntos de vista generacional, de género,
socioeconómico, profesional, identitario, de las expresiones de la sociabilidad, de los elementos
simbólicos, justificarían la consideración de los distintos grupos citados, estableciendo los
límites y diferenciaciones entre ellos? ¿Qué elementos comunes y que diferencias se dan en este
sentido entre unos y otros jóvenes?
2. Estudio en profundidad de las manifestaciones de sociabilidad formal e informal que dan
cuerpo y sirven de contexto para la constitución y extensión de las redes de relaciones
interpersonales articuladoras de las distintos grupos de jóvenes y su relación con determinados
espacios públicos.
3. Estudio de los lugares de interacción social, espacios socializados, más allá del ámbito
doméstico, en los que se manifiesten y desenvuelvan con diferentes motivos y finalidades las
relaciones de los jóvenes que tienen en ellos marcos para la expresión de su sociabilidad.
¿Cuales son esos lugares? ¿Que factores o características físicas o sociales determinan su
naturaleza de lugares y su mayor o menor significación para los jóvenes? ¿Existen espacios que
se constituyan como lugares para unos grupos y como no-lugares par otros? ¿Qué significado
identitario tienen como símbolos en si mismos o como marco para el desarrollo de acciones
simbólicas?
4. Estudio de las acciones simbólicas y rituales a través de los que se manifiesten las
identificaciones colectivas de los jóvenes, tanto a nivel de grupo, en particular las denominadas
"botellonas" o las "cruces de mayo", como con respecto a las que corresponden a la ciudad en
general.
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