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Liturgia y Teología
Por Regin Prenter
¿Qué es liturgia? Liturgia es servicio, y todo servicio humano, no importa su contenido,
consiste en servir a Dios. De esta forma, toda nuestra vida puede ser llamada un servicio a
Dios, es decir, una liturgia. Como introducción a un estudio sobre liturgia y teología puede ser
positivo citar el comienzo del capítulo doce de la Carta a los Romanos, donde se nos dice que
toda nuestra vida debe ser un servicio divino, una liturgia racional: “Ahora, hermanos, los
invito por la misericordia de Dios que se entreguen ustedes mismos como sacrificio vivo y
santo que agrada a Dios: ése es nuestro culto espiritual” (Romanos 12:11) [1] . La palabra
griega empleada aquí es latreia, que significa culto o adoración a Dios. La verdadera liturgia, se
nos enseña, requiere la totalidad de nuestra vida, de nuestros “cuerpos”.
Estas palabras abren una amplia perspectiva bíblica. Podemos rastrear en ellas el espíritu de
los grandes profetas de Israel, los que apasionadamente se opusieron a la degradación del
culto en una presentación de ofrendas a Dios, realizada sin un corazón lleno de confianza y sin
una obediencia interior por parte de los que presentaban las ofrendas. “Porque yo quiero
amor, no sacrificios, y conocimiento de Dios, más que víctimas consumidas por fuego” (Oseas
6:6). Sobre todo, tenemos aquí, detrás de las palabras de San Pablo, el memorial del único y
perfecto sacrificio del cuerpo de Cristo. El entregó su cuerpo como un sacrificio expiatorio por
los pecados del mundo entero. Por lo tanto, la verdadera liturgia de los que creen en él, sólo
puede ser el sacrificio de sus cuerpos en el servicio de los hermanos. “Lo mismo nosotros, con
ser muchos, no formamos sino un solo cuerpo en Cristo y dependemos unos de otros”.
(Romanos 12:5).
El motivo central de nuestra presentación sobre el tema: “Liturgia y Teología” es, por lo tanto,
que el centro de la liturgia cristiana es el perfecto sacrificio de Jesucristo. El es el sacerdote que
conduce la divina liturgia del sacrificio de su propio cuerpo en el acto de amor a Dios, su Padre
Celestial, y a nosotros, sus hermanos. Nosotros también somos sacerdotes con él cuando
participamos de su liturgia, esto es, en su amor sacrificial, por medio de la presentación de
nuestra vida cotidiana, de nuestros cuerpos a Dios, como un “sacrificio vivo, santo y agradable
a Dios” en su alabanza y en el servicio a nuestro prójimo.
Así pues, liturgia es el término que mejor capta la totalidad de la vida cristiana. Este incluye
también la teología. Teología es una parte de la liturgia, parte de ese sacrificio de nuestros
cuerpos de lo cual habla San Pablo. En verdad, cuando decimos esto y así explicamos la palabra
“liturgia” en términos paulinos, estamos haciendo una afirmación teológica. Pero una
declaración teológica de esta naturaleza, y esto es verdadero para toda afirmación teológica,
no tiene ningún sentido si no es considerada parte esencial de la divina liturgia que ella
describe y explica.
Esto significa, por supuesto, que también la palabra “teología” es entendida aquí en un sentido
más amplio que el asignado por la tradición. Cuando decimos que la teología es parte de la
liturgia, parte del sacrificio de nuestro cuerpo en el servicio de Dios y de nuestro prójimo, para
el cual nos llama San Pablo, no estamos hablando exclusivamente de la investigación teológica,
esto es, de la teología académica producida en nuestros seminarios y universidades. Por
supuesto, esta teología erudita también pertenece a la liturgia definida como el verdadero
sacrificio de nuestros cuerpos. Sin embargo, la teología es algo mucho más amplia que el
trabajo académico al que nos referimos cuando empleamos este término. La teología es todo
testimonio humano de la verdad de la revelación de Dios, todo hablar verdadero sobre Dios.
Teología significa, literalmente, hablar sobre Dios. Una vez más, entonces, nuestra vida total,
interpretada como liturgia divina, es teología, esto es, nuestra forma de hablar sobre Dios a
Dios mismo y a nuestros prójimos. Ya sea una teología buena o muy pobre, es, sin embargo,
una teología.
En la cita anterior, San Pablo emplea una curiosa expresión cuando habla sobre nuestra vida
como un sacrifico de nuestros cuerpos. Llama a esto nuestro servicio “racional”. La palabra
griega para racional es logike, es decir, lógico. Nuestro servicio lógico . A causa de que ella
deriva de la palabra griega logos, que en sí misma significa “palabra”, “lógico” originariamente
tenía que ver con palabras. No estaríamos totalmente equivocados pues, si parafraseando a
San Pablo dijéramos: nuestro culto testimonial, nuestro servicio en el hablar. La palabras de
San Pablo pueden llegar a traducirse de la siguiente forma: Hagan de su vida entera una
liturgia y teología verdadera, presentando sus cuerpos como un sacrificio vivo, santo y
aceptable a Dios.
En este contexto, entonces, liturgia y teología son idénticas cuando son entendidas en el
sentido más amplio en el cual deben ser comprendidas, si han de ser relacionadas al verdadero
centro de toda liturgia y teología humanas, a saber, el perfecto sacrificio de Jesucristo en la
cruz. Teología es, entonces, una parte esencial de toda liturgia, en cuanto toda liturgia es “un
servicio racional”, “un servicio lógico”, una expresión a través de palabras y acciones humanas
del amor sacrificial hacia Dios y nuestro prójimo en Cristo. . Además la liturgia encuentra su
objetivo en la teología en la medida en que ningún acto de amor sacrificial puede ser llevado a
cabo sin alguna expresión de su significado propia en términos de relaciones personales. Estas
relaciones personales son siempre términos “lógicos”, es decir, palabras y acciones humanas
significativas.
Habiendo reconocido esta unidad fundamental de liturgia y teología, cuando ambas son
tomadas en su significado amplio e inclusivo, debemos, desde un principio, ser conscientes de
dos deterioros comunes y peligrosos que afectan la liturgia y la teología. Si la liturgia es
separada de la teología, es decir, si ya no es más en su esencia “teología”, o verdadero
testimonio de la revelación de Dios, ella se vuelve un fin en sí misma, una “buena obra”,
cumplida con la intención de agradar a Dios. Esta fue la clase de “liturgia” que los profetas de
Israel atacaban cuando condenaban la complacencia con la cual su nación confiaba en el
correcto culto de sacrificios. También era este tipo de liturgia que Lutero y los otros
reformadores atacaban cuando caracterizaban la comprensión teórica y práctica del sacrificio
de la misa, dentro de la Iglesia de su tiempo, como una “idolatría abominable”. Y es esa
especie de liturgia que constituye el peligro constante en todo tipo de “ritualismo”. Si, por otro
lado, la teología es separada de la liturgia, es decir, si ya no es más considerada como una
parte de la liturgia de la Iglesia, como una parte del sacrificio vivo de nuestros cuerpos en el
servicio de Dios y a nuestro prójimo, también ésta llega a ser un fin en sí misma, una sabiduría
humana compitiendo con la revelación de Dios y, algunas veces, rechazándola. Era este tipo de
teología desligada que los Padres de la Iglesia Primitiva atacaron en los gnósticos y que Lutero
atacó en los escolásticos. Ha habido muchos ejemplos de tales teologías no litúrgicas en los
tiempos modernos. Aún podemos decir que la tarea principal de la teología de nuestros días es
la reintegración de la teología en su verdadera función litúrgica.
Estos dos peligros que surgen a partir del desprecio de la unidad esencial de la liturgia y
teología son, según pienso, inminentes en nuestra situación actual en la Iglesia Luterana.
Personalmente, creo que quizás las dos características más prometedoras del desarrollo
reciente del luteranismo son, lo que me gusta llamar, el renacimiento teológico y litúrgico.
Tanto en el campo de la liturgia como en el de la teología, hemos experimentado una
renovación de la profunda comprensión de la esencia de la revelación divina. La presente
renovación de los eruditos bíblicos, del estudio del pensamiento de los reformadores, y de las
formas litúrgicas no tienen punto de comparación por siglos. Sorprendentemente, esta
renovación parece trascender toda barrera denominacional. Aún dentro de la Iglesia Católica
Romana existe hoy un renacimiento teológico y litúrgico notable. Sin embargo, hay serios
peligros inherentes a esta renovación por más importante que sea, porque corre el peligro de
llegar a ser un nuevo intelectualismo desligado de la vida litúrgica de la congregación, es decir,
una nueva especia de gnosticismo. Es bastante curioso que este peligro es inmanente tanto al
fundamentalismo como al modernismo. Ambos son racionalismos en su estructura y, por ello,
fácilmente desligados de la situación viva de la liturgia de la Iglesia. La renovación litúrgica, por
otro lado, está en constante peligro de llegar a ser un nuevo ritualismo en el cual el significado
teológico de la liturgia es despreciado a favor de una revivificación de bellas e interesantes
costumbres antiguas. Si la teología intelectualista prevalece en la Iglesia, puede transformar a
esta Iglesia en una sociedad filosófica o una secta gnóstica. Si, por el otro lado, prevalece la
liturgia ritualista, ésta puede transformar la fe cristiana en una religión mistérica. El hecho de
que representantes de la teología intelectualista y de la liturgia ritualista son, a menudo,
hostiles entre sí, no resuelve el problema. En mi opinión, la única posibilidad de preservar los
grandes valores de la presente renovación teológica y litúrgica es el de mantenerlas juntas y de
interpretar su significado a la luz de la fundamental unidad de teología y liturgia, tal como ha
sido vista en el significado amplio de estas dos palabras.
No puedo, en este breve ensayo, reinterpretar a fondo la liturgia y la teología a la luz de esta
unidad básica. Ello requeriría toda una serie de ensayos. Intentaré, por lo tanto, indicar la
estructura principal tanto de la liturgia como de la teología en su sentido más estricto, es decir,
como la “liturgia” y la “doctrina” de la Iglesia, y trataré también de mostrar, cómo ellas están
relacionadas por medio del hecho de constituir originalmente una unidad en el sentido
fundamental y más amplio de cada uno de los términos.
Permítasenos retornar, pues, a la palabra “liturgia”, pensando ahora en su significado
tradicional, como la celebración de la Iglesia, particularmente la liturgia del servicio principal
del domingo. Este servicio fue llamado misa aún por los reformadores, y fue mencionado bajo
este nombre en la Confesión de Augsburgo. Es un nombre antiguo y significativo que quisiera
retener. ¿Cuál es la estructura de la liturgia de la misa, entendida como una parte más amplia
de la liturgia que capta nuestra vida de servicio de amor a Dios y a nuestro prójimo?.
El centro de la liturgia, hemos dicho, es el sacrificio de Jesucristo. En la misa, este sacrificio de
Jesucristo, en el cual él nos dio su propio cuerpo por el pecado del mundo entero, es, para
emplear una expresión paulina: mostrado ante nuestros propios ojos (Gálatas 3:1) [2] . En la
misa esto se realiza de dos formas diferentes: a través de la proclamación del Evangelio y por
intermedio de la administración de la Santa Comunión.
La diferencia entre la forma católico-romana de hablar sobre el sacrificio de Cristo en la misa y
la forma bíblica y luterana de comprenderla es fácilmente detectada. La Iglesia Católica
Romana no pretende que el sacrificio histórico de Jesucristo en la cruz se repite en la misa. La
mayoría de los eruditos católicos-romanos rechazarían enfáticamente esta expresión. Sin
embargo, ellos dicen que el sacrificio de Jesucristo es representado delante nuestro en la misa.
Esta expresión no necesariamente está equivocada. Depende de la interpretación que de ella
se haga. Si de la toma en el sentido de Gálatas 3, en la cual San Pablo habla del Cristo
crucificado como: mostrado ante nuestros propios ojos, podría ser perfectamente cierto. En
este caso, pues, la interpretación tendría que incluir, primero y antes que nada, la predicación
del Evangelio. Sin embargo, éste no es el caso. A pesar de que la proclamación del Evangelio no
está directamente excluida de la exposición moderna católico romana de la misa, el énfasis no
está puesto sobre la proclamación del Evangelio, sino más bien sobre el ofrecimiento del pan y
del vino, transubstanciado como dones de Dios. Esta idea de sacrificio capacita al sacerdote
para presentar el cuerpo y la sangre de Cristo como un sacrificio expiatorio por personas que
no reciben personalmente los dones en fe al compartir la cena. En verdad, esto puede ser
realizado por personas que ni están presentes, por ej.: las almas de los difuntos en el
purgatorio. Tal idea de sacrificio cambia el significado total del sacrificio de Cristo y de la
liturgia cristiana. El sacrificio de Cristo como expiación por los pecados de todos los hombres,
ha sido ofrecido en la cruz de una vez para siempre. Este es un acto de Dios forjado en la
historia humana y no puede ser repetido, ya que su efecto es universal. Ni siquiera puede ser
actualizado como se pretende en la concepción católico-romana de la misa. El fruto de este
sacrificio perfecto sólo tiene que ser distribuido y recibido en fe. Esto es lo que acontece en la
misa.
Esto acontece, en primer lugar, en la proclamación del Evangelio. Aquí la unicidad histórica y la
validez universal del sacrificio de Cristo es proclamada públicamente. Esto se hace por medio
de la exposición de las escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento, donde la historia total de la
relación de Dios con el hombre en y a través de su pueblo escogido, Israel, es escrita, y donde
la muerte y resurrección sacrificial de Cristo es proclamada como la consumación y significado
último de toda la historia de la salvación. En la predicación del Evangelio, la totalidad de la
historia de la salvación registrada en la escritura bíblica, es dirigida al pueblo de Dios que está
presente ahora para rendirle culto. Esta historia es proclamada a ellos en el nombre de Dios,
como una palabra personal de juicio y de gracia. La predicación del Evangelio en la misa no es
una lectura interesante sobre algún tema religioso o moral importante. Cuando el sermón se
degrada en algo de ese tipo, ha pedido su función litúrgica y está en gran peligro de perturbar,
y aun de destruir el hecho litúrgico al cual pretende servir. Si el Evangelio no es proclamado en
el nombre del Dios trino como la voz viva, profética y apostólica, manteniendo la relación
personal entre Dios y su pueblo, una relación a la cual nosotros, empleando un término bíblico,
llamamos pacto, no puede haber verdadera liturgia, porque entonces el pueblo de Dios no
tiene derecho de ofrecer ningún don a Dios, y mucho menos sus cuerpos en servicio a Dios y a
sus prójimos. El pueblo de Dios está constituido por hombres y mujeres pecadores que no
pueden aproximarse a Dios y que no le pueden presentar ninguna ofrenda sin ser redimidos de
sus pecados por su único Sumo Sacerdote, Jesucristo. Por lo tanto, la condición de toda liturgia
cristiana es la proclamación del Evangelio que apunta hacia atrás, hacia la relación de alianza
fundamentada sobre la muerte y resurrección de Jesucristo y establecida con los miembros
pecadores del pueblo de Dios en el bautismo. Tal proclamación purifica al pueblo pecador de
Dios de todos sus pecados y lo lleva a una nueva situación, en la que todos los miembros
pueden presentar sus cuerpos como un sacrificio vivo y santo, es decir, la situación de los
pecadores cuyos pecados han sido perdonados por el perfecto sacrificio de Cristo. El pueblo de
Dios debe escuchar esta proclamación del Evangelio como que procede de Dios mismo, como
su palabra personal de juicio y perdón. Debe también creer en esta palabra para poder estar
capacitado para presentar su pobre sacrificio de amor a Dios. Esto significa, entonces que el
pueblo de Dios, cuando ha escuchado la proclamación del Evangelio, no conoce otra
posibilidad de ofrecer a Dios un sacrificio que aquel de reconocer sus propios pecados y pedir a
Jesucristo, Sumo Sacerdote, que cubra sus palabras y acciones manchadas por el pecado con
su justicia perfecta, y de presentar estas palabras y acciones al Padre Celestial como las
ofrendas de su amor. O para decirlo con otras palabras: solamente podemos llegar a ser un
sacerdocio real de creyentes, que traen sus sacrificios espirituales a Dios, al compartir el
sacrificio de Cristo. Sólo como miembros de su cuerpo, que fue ofrecido por nuestros pecados,
podemos aportar el sacrificio de alabanza y amor a Dios. Si el Evangelio no es proclamado y
recibido en fe, nuestra liturgia en su totalidad se transforma en una idolatría, porque entonces
podemos presumir que nosotros mismos tenemos el derecho de presentarnos delante de Dios
con nuestras ofrendas, en lugar de colocarnos detrás de nuestro Sumo Sacerdote, confiando
solamente en su justicia y amor, mientras desesperamos constantemente de nosotros mismos.
Esta es la causa por la que la proclamación del Evangelio es una parte esencial de toda la
liturgia cristiana.
En la misa, los frutos del perfecto sacrificio de Cristo también son distribuidos y recibidos en fe,
de otra manera, es decir, en la administración de la Santa Comunión. Como hemos dicho, en la
proclamación del Evangelio es anunciada la unicidad histórica y la validez universal del
sacrificio de Cristo. En la administración de la Santa Comunión, la validez universal del sacrificio
históricamente único es confirmada a través de la comunicación personal de sus frutos a cada
uno de los miembros individuales del pueblo de Dios. Por su intermedio se unen con la cabeza,
el Sumo Sacerdote, y unos con otros en la perfecta unidad.
La segunda forma de distribuir los frutos del perfecto sacrifico de Cristo es de suma
importancia para la comprensión de la proclamación del Evangelio. En verdad, esta
proclamación pierde su significado litúrgico si es separada de la administración de la Santa
Comunión. Personalmente estoy convencido de que el frecuente deterioro del sermón en una
especie de lección interesante, tiene algo que ver con el abuso litúrgico común en el
protestantismo, a saber, la separación de la predicación del Evangelio de la administración de
la Santa Comunión en el servicio principal. ¿Cuál es la importancia de la administración de la
Santa Comunión en la posible conexión más estrecha con la predicación del Evangelio y
viceversa? Quisiera decirlo de la siguiente forma: sólo cuando la predicación del Evangelio es
seguida por la administración de la Santa Comunión, está claramente manifiesto que el
sacrificio de Jesucristo en la historia no es simplemente un hecho importante del pasado, cuya
evaluación moral y religiosa se nos ha legado, sino que este sacrificio es la acción final de Dios
con su pueblo y que tiene validez para todos los lugares y para todos los tiempos. Esto no ha
sido proclamado de ninguna manera cuando el mandato de compartir los frutos de su
sacrificio, recibiendo su cuerpo y sangre bajo pan y vino, es tratado de una manera más o
menos negligente.
No nos consideramos como miembros del pueblo, al cual el Evangelio es proclamado como
palabra personal de juicio y perdón de Dios, si no recibimos personalmente los dones del
perfecto sacrificio de Cristo, donde estos se nos ofrecen de acuerdo con la institución y
mandato de Cristo. O para decirlo en forma algo distinta: no reconocemos la relación de pacto
con Dios, en la cual hemos sido incorporados por medio de nuestro bautismo, si no
respondemos personalmente al mensaje del Evangelio a través del recibir los dones del
sacrificio de Cristo en su mesa. Sin el bautismo como su fundamento y la Santa Comunión
como su consecuencia, nuestra fe en el Evangelio predicado carece de calificaciones
personales distintivas.
En consecuencia, es bastante fácil comprender el por qué la predicación del Evangelio y la
Administración de la Santa Comunión en su unidad es la esencia de la liturgia de la Iglesia en la
misa, en cuanto el perfecto sacrificio de Jesucristo es su centro. La predicación del Evangelio y
la administración de la Santa Comunión es la presencia salvífica del único y perfecto sacrificio
de Cristo en su pueblo a través de todas las generaciones.
A partir de este centro, debemos también ver e interpretar la acción de respuesta del pueblo
recibiendo en fe la palabra del Evangelio y los dones del sacramento. Podemos emplear la
palabra paulina para describir esta acción de respuesta en su totalidad. La palabra es
“confesión”. “Cerca de ti está la palabra de Dios, en tus labios y en tu corazón. Aquí se trata del
mensaje de la fe que predicamos. Porque si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees
en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo. Pues creer con el corazón
nos da acceso a Dios y proclamar con los labios conduce a la salvación” (Romanos 10: 8-10)
A lo que apunta aquí San Pablo es que no hay fe salvadora en el Evangelio que no se manifiesta
a sí misma en una palabra de respuesta que reconoce personalmente la verdad del Evangelio.
La palabra griega para confesión es homología, que traducida literalmente significa: decir la
misma palabra que ha sido antes pronunciada. Entonces la confesión del pueblo de Dios dice la
misma cosa que ha dicho Dios a ese pueblo en la proclamación del Evangelio. Sin embargo,
éste lo dice de otra forma, es decir, en la oración, el testimonio y la acción de gracias. En la
oración, el pueblo de Dios extiende sus manos vacías para recibir lo que Dios ha prometido en
su Evangelio. En la palabra de testimonio de la confesión de pecados y de confesión de fe, el
pueblo de Dios asume la relación con Dios que le había asignado en el bautismo, es decir, el
lugar de pecadores justificados. Finalmente, en la palabra de acción de gracias el pueblo de
Dios entrega a Dios todo aquello que tiene y todo lo que es, en respuesta a su don de perdón y
renovación en la Santa Comunión. Entonces, oración es la expresión viva de la esperanza,
testimonio es la expresión viva de la fe, y la acción de gracias es la expresión viva del amor.
Todo esto Dios lo crea en su pueblo por intermedio de la proclamación del Evangelio y la
administración de los sacramentos. Todos los elementos de la liturgia cristiana expresan la
proclamación del Evangelio y la administración de los sacramentos en el nombre de Dios
trinitario y expresan, en el nombre del pueblo de Dios, su confesión de respuesta en la oración
de esperanza, en el testimonio de fe, en la acción de gracias del amor.
Esta es la estructura de la liturgia de la Iglesia y esta es teológica en su totalidad. Es una
expresión clara y nada ambigua de la verdad de la revelación divina. Ella es teología, una
palabra que dice la verdad con relación a Dios, en términos humanos, comprensibles, un
servicio racional, latreia logike. Cualquier teología genuina de escuela, seminario o de la
universidad debe estar enraizada en la teología de la liturgia. La teología académica no es una
teología diferente de la teología de la liturgia. Son substancialmente lo mismo. La teología
académica, sin embargo, es un despliegue reflexivo del contenido de la teología de la liturgia
fuera de la acción litúrgica, mientras que la teología de la liturgia es la manifestación viva e
irreflexiva de la acción litúrgica de la Iglesia, de la verdad analizada por la teología académica.
La teología de la liturgia y la teología académica son substancialmente una porque ambas se
alimentan de una misma fuente: la revelación de Dios registrada históricamente en las
escrituras proféticas y apostólicas, y actualmente dirigida al pueblo de Dios en la predicación
del Evangelio y en la administración de los sacramentos.
Volvamos a la teología en su sentido más estrecho de “doctrina de la Iglesia”. Recién hemos
anticipado el tema en las últimas frases de nuestro tratamiento de la estructura de la liturgia,
donde comparábamos aquello que llamé la teología de la liturgia con la teología académica. La
teología académica fue definida como el despliegue reflexivo del contenido de la teología de la
liturgia. Hemos de considerar ahora esta afirmación desde más cerca. Sin embargo,
comencemos por el otro lado, considerando la teología académica tal como ella es ejercida
hoy en día. Consiste en tres ramas principales que no pueden ser reducidas a una porque cada
una de ellas representa un enfoque específico del tema común de la teología. Hablamos de la
teología exegética, doctrinal y filosófica o apologética.
En la teología exegética nos aproximamos a la revelación de Dios a través de la consideración
histórica de su realidad por medio del estudio de las escrituras bíblicas de esta revelación
empleando métodos históricos. En consecuencia, tratamos los escritos bíblicos como las
fuentes del contenido histórico del acto de revelación de dios en la historia. Esto es
extremadamente importante para toda tarea teológica: que el enfoque histórico sea
estrictamente preservado en el estudio exegético. Toda vez que este enfoque es descuidado,
al preferir la interpretación alegórica, es oscurecida la comprensión de la revelación de Dios
como un hecho de Dios en la historia humana. Lutero, al atacar la exégesis alegórica de los
Padres Alejandrinos y sus sucesores en la Iglesia Medieval, lucho por el reconocimiento de la
realidad histórica de la revelación de Dios. Al adoptar métodos críticos modernos, el estudio
exegético ha sido capaz de fortalecer mucho más este énfasis. Por esta razón, la tentativa
fundamentalista, al descartar los métodos críticos, no puede ser correcta, y por esta razón
también, la tentativa moderno de reintroducir el método alegórico debe ser rechazada en la
tarea exegética de la Iglesia. La teología exegética debe permanecer histórica. Sus
representantes deben reconocer, sin embargo, que la teología exegética no es el único
enfoque posible o necesario. Si el estudio exegético de esta forma se hace absoluto, como
algunas veces ocurre, el resultado es un “biblismo” antibíblico, que no toma conciencia de que
la responsabilidad de pensar y actuar, impuesta sobre nosotros por el mensaje bíblico mismo,
no puede ser reemplazado ni aún por la más correcta presentación histórica de las ideas
bíblicas.
En la teología doctrinal o sistemática, nos aproximamos a la revelación de Dios por intermedio
de la reflexión dogmática o ética de esa realidad, es decir, la reflexión sobre la verdad y validez
permanente del mensaje bíblico en su relación con la situación del pueblo de Dios, tanto en su
liturgia actual como en su vida cotidiana en el mundo. “Dogmática” procede de la palabra
dogma que puede ser empleada para significar la verdad formulada de la teología de la liturgia
de la que he hablado en la primera parte de este trabajo. “Ética” procede de la palabra ethos
que significa una forma específica de vida. La teología ética, entonces, significa una reflexión
sobre esta forma específica de vida implícita en el mensaje bíblico cuando éste es aplicado a la
situación de hoy del ser humano en su propio mundo.
La teología sistemática también representa un enfoque independiente al tema común de la
teología. No puede ser reemplazada ni por la teología exegética, de la cual recién hemos
hablado, ni por la teología filosófica, de la cual nos hemos de ocupar enseguida. Esta se
distingue de toda forma de teología filosófica porque está ligada a las escrituras bíblicas. Por
otro lado, la ausencia de un enfoque histórico la distingue del estudio exegético. La teología
sistemática suscita continuamente la cuestión de la verdad actual del mensaje bíblico,
conectándolo en términos de la presente vida cotidiana del pueblo de Dios con su liturgia y
con su vida en el mundo. Debe trascender los límites de la investigación puramente histórica
que se emplea en el adecuado estudio exegético. Sin embargo, es importante recordar a los
representantes de la teología sistemática, que su tarea no representa el único enfoque posible
o necesario a la teología. Los teólogos sistemáticos, a menudo, tienen la tendencia de
considerar su campo como la teología “real” o “propia”. Esto es un errar. La teología
sistemática debe aprender constantemente de la teología exegética. Debe examinar la verdad
del mensaje bíblico y no otra cosa, y tiene que conectar el genuino mensaje bíblico, y no una
transformación moderna del mismo, a la situación contemporánea del pueblo de Dios. La
teología sistemática, por lo tanto, es dependiente de la tarea de la teología exegética. No
puede hacer este trabajo por si misma. Hay muchas teologías sistemáticas que han llegado a
estar, más o menos, imbuidas con toda clase de ideas humanas, extrañas al mensaje bíblico,
como resultado de esta falta de contacto con el estudio exegético vivo.
En la teología filosófica enfocamos la revelación de Dios desde una reflexión sobre las
cuestiones y necesidades del hombre para las que esta revelación aporta una respuesta. Su
relación con las Sagradas Escrituras es diferente a la de la teología exegética o sistemática.
Ellas tienen su fundamento en las escrituras. Por supuesto, la teología filosófica, en la medida
que ella es teología, tienen alguna relación con los escritos bíblicos. Está permanentemente
interesada en la respuesta dada a las necesidades y preguntas del hombre en la revelación de
Dios registrada en las Escrituras. Ella, sin embargo, no reflexiona sobre la respuesta en cuanto
tal, sino más bien, sobre la pregunta a la cual la respuesta se dirige. Por lo tanto, sus métodos
no son ni históricos ni sistemáticos, sino racionales. Reflexiona sobre las preguntas últimas del
ser humano en su relación con la revelación divina, por intermedio de la propia auto
comprensión del ser humano.
En los últimos años ha habido una actitud negligente y de desprecio con relación a la teología
filosófica, probablemente como un resultado necesario y una reacción saludable frente a la
sobreestima que de ella se hizo en los círculos liberales. Sin embargo, la teología filosófica es
indispensable. La pretensión de la religión bíblica de ser la verdad última que responde a cada
una de las necesidades humanas no se la considera en serio, si la tarea de la teología filosófica
se descuida. Cuando esta tarea es así descuidada, el cristianismo, muy fácilmente, se
transforma en una religión en medio de otras, en lugar de ser entendido no sólo como una
verdad religiosa, sino también como la verdad de toda la vida humana, y de hecho, de todo el
universo. Es necesario recordarles a los representantes de la teología filosófica que, aún siendo
indispensable, su enfoque no es el único posible o necesario. La teología filosófica no puede
ser señalada como la ciencia teológica suprema que dirige y controla a las otras disciplinas
teológicas, como tan a menudo ha ocurrido, especialmente en las escuelas de teología
moderna. El resultado es un modernismo que oscurece la verdad de la revelación divina al
encajarla dentro de algún sistema de pensamiento moderno. La pregunta del hombre,
analizadas racionalmente por la teología filosófica, deberían ser vistas a la luz de la revelación
divina, y no la revelación divina a la luz de las preguntas del ser humano.
Nada he dicho con relación a la historia de la Iglesia porque no pienso que ella represente una
aproximación teológica independiente, como la de la teología exegética, sistemática o
filosófica. La historia de la Iglesia emplea los mismos métodos históricos de los estudios
exegéticos pero los aplica a fuentes diferentes, es decir, aquellas que proceden de la vida de la
Iglesia, posteriores a la época del Nuevo Testamento. Es necesario, por lo tanto, considerarla
como una disciplina teológica auxiliar que conecta la teología exegética y doctrinal, pero sin un
enfoque específico propio. Si tratamos de ver estas tres ramas principales de la teología
académica en relación a la que hemos llamado la teología de la liturgia, no podemos evitar ver
una analogía entre la estructura de la liturgia y la estructura de la teología académica.
La teología exegética corresponde al testimonio de la Iglesia en su confesión de pecado y de fe.
Despliega el fundamento de la fe del pueblo de Dios en el Evangelio de las escrituras. Por lo
tanto, su enfoque es histórico.
La teología sistemática corresponde a la acción de gracias de la Iglesia como su expresión de
amor al Dios de la salvación y expone la plenitud de los dones de Dios para con su pueblo.
Tanto el dogma como el ethos tiene relación con la doxa o “gloria” y la doxología o la
“glorificación de la misericordia de Dios”. Dogma y ethos son las expresiones del amor del
pueblo de Dios a su Señor y Salvador en la liturgia y la vida cotidiana respectivamente, esto es,
en el servicio a Dios y al prójimo. En consecuencia, la teología sistemática es doxológica, no
histórica, en su enfoque. Podemos así aventurarnos a reemplazar ahora la palabra tan formal
de “sistemática” con la significativa palabra de “doxologica”. Al relacionar el mensaje de la
Biblia con la situación presente del pueblo de Dios en la Iglesia y en el mundo, esta teología
despliega el significado del sacrificio de acción de gracias y amor, por medio del cual la Iglesia,
en su servicio a Dios y al prójimo en la Iglesia y en el mundo, responde a los dones salvíficos del
amor y de la misericordia de Dios.
Finalmente, a la teología filosófica le corresponde la oración del pueblo de Dios. La oración es
el grito del ser humano creado y caído por la redención que se le ofreció en la promesa del
Evangelio.. Aun la oración en nombre de Jesús es una oración: porque en la propia oración de
Cristo él tomo sobre si todos los pecados y todas las necesidades del ser humano caído y las
hace sus propias peticiones a su Padre Celestial. “Perdona nuestras ofensas...no nos dejes caer
en tentación...líbranos del mal”. En verdad la gran importancia del libro de los Salmos reside
en esto. No solo contiene himnos de alabanza y acción de gracias sino también de múltiples
oraciones y lamentaciones de los seres humanos en su sufrimiento y desesperanzada
necesidad de salvación, tanto temporal como eterna. Por medio de la oración las preguntas y
necesidades del ser humano encontrarán su lugar en la liturgia de la Iglesia como el necesario
complemento a la respuesta de Dios en la proclamación del Evangelio y en la administración
de los sacramentos. La oración debe ser tomada seriamente como oración, esto es, como
grito, como expresión de temor, de culpa de necesidad y de duda. Cuando la oración es
entendida así, es fácil ver que la teología filosófica no puede perder su significado en una
Iglesia que no ha expulsado a la oración genuina por ser demasiado incierta, poco religiosa,
poco cristiana o por ser más una pregunta que una respuesta. La teología filosófica toma el
interrogante del ser humano seriamente, como interrogante, y hace esto de una forma
extrañamente análoga a la oración.
No queremos exagerar la analogía entre la estructura de la liturgia y la estructura de la
teología académica. Por el contrario, dudamos que los diferentes enfoques en la teología
académica puedan ser simplemente deducidos de las diferentes formas de confesión hechas
por la Iglesia en respuesta al Evangelio proclamado y a los sacramentos dados. Sin embargo,
pienso que la analogía es significativa y puede, al menos en cierto grado, arrojar luz sobre el
significado profundo de este triple enfoque en la teología académica que no se puede reducir a
un solo enfoque uniforme.
Habiendo vista esta analogía, pienso que podemos concluir nuestra presentación del tema
“Liturgia y Teología” diciendo una vez más que en su esencia la liturgia es teología y la teología
es litúrgica, y comentando esta afirmación a la luz de la analogía entre la estructura de la
liturgia y la estructura de la teología académica.
La liturgia de la Iglesia es teológica. Habla a Dios y al ser humano acerca de Dios y del ser
humano. Por ello, tanto en el sentido estrecho que capta sólo la liturgia, y en el sentido amplio
que capta también la totalidad de la vida del pueblo de Dios en este mundo, las funciones
litúrgicas de la Iglesia necesitan continuamente de guía. Necesitan la guía de la luz de la
revelación de Dios, tal como ella brilla, no sólo por medio de las palabras de las escrituras y los
sacramentos mismos, sino también a través de las palabras de la escritura y los sacramentos,
tal como ellos son irradiados prismáticamente en la triple reflexión teológica sobre ellos, esto
es, en la teología exegética, sistemática y filosófica. La liturgia no debe ser separada de la
teología porque entonces se transforma en superstición y se hace un fin en sí misma en lugar
de ser el medio de servir a Dios y al prójimo en todas las dimensiones de la vida.
La teología de la Iglesia es litúrgica, una parte de la liturgia en el sentido amplio. La teología no
tiene un propósito en sí misma. Sirve a Dios y al prójimo. Es parte de ese sacrificio de nuestros
cuerpos al que somos llamados como pueblo de Dios. Así como nuestra oración, testimonio y
acción de gracias destruyen todas las barreras entre la Iglesia y el mundo, esto es, entre las
esferas sagradas y profanas de la vida, integrando toda la realidad en el perfecto sacrificio de
Cristo; de la misma manera la teología, si ella tiene alguna realidad, sólo es real como servicio
a Dios y a los seres humanos. Esto significa entonces, que la teología sólo es real, en tanto y en
cuanto ella es liturgia, esto es, una pobre obra humana que intenta alabar a Dios por su
misericordia y esforzarse en ayudar a nuestro prójimo en su necesidad de claridad de
pensamiento en su comprensión del Evangelio. Es una pobre obra humana que llega a ser
significativa solamente cuando es asumida por Cristo y unida a su propio sacrificio perfecto. Así
ella es hecha justa, santa y viva por su relación con él y no por la habilidad de los teólogos.
*Cuatro ensayos tomados del libro Theologie und Gottesdienst (Gesammelte Aufsätze)
Theology and Liturgy (Collected Essays) Derechos para la traducción y la publicación solicitados
y recibidos.
Traducción del Pastor Lisandro Orlov.
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[1] Todas las citas bíblicas son tomadas de La Nueva Biblia Latinoamericana (Coronel, Chile
1972).
[2] Versión Dios habla Hoy