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La Publicidad apela al Pensamiento Mágico En una sociedad como la occidental, netamente regida por las reglas del mercado, la creación de pautas destinadas al consumo de sus habitantes se multiplica en forma geométrica, pese a los largos períodos de crisis económica -y aún por elloque atraviesan la mayor parte de los pueblos. Estamos inmersos en un mundo gobernado por el consumo de objetos, y el deseo de obtenerlos nunca alcanza una plena satisfacción. El marketing y el desarrollo de la publicidad cobran un papel estelar en esa función de crear en el hombre la necesidad de consumir, esto es, no solamente bienes, sino hábitos culturales, imágenes y conductas sociales, relaciones, etc.Entre los vastos recursos que utiliza el género publicitario para persuadir al destinatario a través del mensaje transmitido (ya sea gráfico o audiovisual), se encuentran ciertas figuras retóricas que tienen un particular interés para nuestro trabajo y sobre las que nos detendremos. El célebre afiche de Geniol mostraba una cabeza con clavos, alfileres de gancho, tirabuzones. Una mano con una máquina de cortar el pelo producía el alivio del sonriente señor. Debajo de la marca Geniol se podía leer el siguiente mensaje: “Corta el dolor de cabeza”. La metáfora es el traslado o transporte de una noción abstracta en el orden concreto por medio de una sustitución. Es la figura por la cual se traslada la significación propia de una palabra a otra. La metáfora sustituye el sentido literal de una palabra por otro figurado, a raíz de una semejanza (‘las perlas del rocío’, ‘las nieves del tiempo’). Es un objeto con el nombre de otro objeto distinto que sostiene con el primero relaciones de analogía (por ejemplo, cuando decimos, después de una crisis personal: “la tempestad ha pasado”). La metonimia, en cambio, es la sustitución de significados que tienen entre sí relaciones de contigüidad. Por ejemplo, cuando decimos: “¡Bebe una copa!”, la palabra copa sustituye a agua o cualquier otro líquido que se ofrece de beber. Se puede dar a través de distintos tipos de sustituciones: de la causa por el efecto (‘vive de su trabajo’, en lugar de ‘vive del fruto de su trabajo’), del continente por su contenido (el anterior ejemplo de la copa), del signo por la cosa significada (la cruz por el cristianismo), del todo por la parte (“En 1985, Fiat lanzó una campaña en la que se mostraban fragmentos del Fiat Europa: la luneta trasera, los faros delanteros, las butacas, el tablero de mando del conductor. Era claro que al poner de manifiesto parcialidades del automotor se adjudicaban a esos detalles las notas características del conjunto”) (Marafioti 1988). Ambas, metáfora y metonimia, son algunas de las figuras retóricas que utilizan el discurso y la técnica publicitaria en su función de persuadir y estimular el consumo de los habitantes. Pero, ¿cuál es la relación que le asignamos respecto del pensamiento mágico? James Frazer, en su obra “La rama dorada”, hace referencia a los dos principios de la magia: la magia homeopática (ley de semejanza) y la magia contagiosa (ley de contacto o contagio). Eugenio Trías encuentra una perfecta analogía entre los conceptos de Frazer y los del lingüista Román Jakobson, quien distingue una “estructura bipolar del lenguaje” que se manifiesta en las dos modalidades generales de relación entre los signos lingüisticos: las relaciones de semejanza o relaciones metafóricas y las relaciones de contigüidad o relaciones metonímicas: “La magia homeopática operaría con un mecanismo mental similar al de la metáfora, y la magia contagiosa, con uno semejante a la metonimia” (Usandivaras) El semiólogo italiano Umberto Eco, en su estudio sobre los mensajes publicitarios, hace referencia a las figuras retóricas -o ‘tropos’- que revisten para él un valor emotivo, pero fundamentalmente estético, con lo que convierte en persuasiva la publicidad. Centrándose específicamente en la comunicación visual, Eco establece que “con la visualización de la metáfora hemos pasado a un género de tropos nacidos con la aparición de la comunicación visual publicitaria. Entre ellos destacaremos, por ejemplo, ‘participación mágica por acercamiento’ (un hombre moderno que lleva una camisa publicitaria, al lado de un cuadro que representa a un gentilhombre del siglo XVIII, llega a participar -y con él el producto- del aura de nobleza, virilidad y dignidad del modelo clásico). En un caso parecido tenemos otro tipo de figura que podemos indicar como ‘ideograma kitsch’, que se utiliza como argumento de autoridad: la evocación de una obra de arte reconocida como tal emana su prestigio sobre el producto”. Y menciona como ejemplos el caso de los productos ‘La Gioconda’, o de la academia para la enseñanza del idioma italiano ‘Dante Alighieri”. Además, Eco ejemplifica la figura de la metonimia: “el acercamiento de una lata de carne con el animal vivo, nombrando el animal por medio de la lata y la lata por medio del animal (el doble movimiento metonímico), establece una identidad indiscutible entre ambas cosas (‘la carne de lata es auténtica carne de buey’)” (Eco). Tanto la metonimia como la metáfora se hallan operando en las formaciones del inconsciente: sueños, chistes, lapsus, síntomas. Y la publicidad impone un discurso con una fuerte tendencia precisamente a ese sistema inconsciente, “donde se extrema la tensión entre el deseo azaroso y la necesidad implacable” (Marafioti 1988) Pongamos el típico caso del personaje famoso de los anuncios publicitarios: a través de un mecanismo de identificación del público respecto de tal personaje o estrella de cine y TV, es que se estructura este tipo de mensajes publicitarios; el deseo (ser protagonista, famoso, tener las propiedades o cualidades de la figura en cuestión) vincula al producto con dicho personaje: la forma más veloz de llegar a ser igual será a partir de la propiedad del objeto o producto que se ofrece. En el inconsciente, por ejemplo, se registra: famoso/a modelo publicitario (profesión de un status sobrevaluado en el imaginario occidental de estos tiempos) fuma “X” cigarrillos: el producto adquiere una jerarquización emanada de la figura que en ese momento lo consume; jerarquización que es trasladada al consumidor de “X” cigarrillos. El producto adquiere el status social -calidad, clase, jerarquía, éxito- que goza quien lo posee, en un clásico recurso metafórico. Umberto Eco dice que “en el razonamiento publicitario aparecen y se entrecruzan las seis funciones del lenguaje” que establece Jakobson, pero que las más frecuentadas de ellas son la función emotiva y la función estética. Esta última “convierte en persuasiva la comunicación, porque la hace memorable”. La función emotiva “interviene también con el único fin de persuadir y estimular emotivamente, para atraer la atención y hacer más nuevo un argumento que en otro caso estaría gastado” (Eco) En esto es también clara la apelación de la publicidad al pensamiento mágico: el impacto emotivo moviliza los deseos y asoma el inconsciente y, con él, los dinamismos del hombre colectivo. Por el contrario, la emoción es incompatible con el pensamiento científico, funcionan en sentidos diversos sino opuestos. Cuando la publicidad “relaciona objetos con situaciones, con personajes, cuando construye narraciones, lo que realiza es una especie de ordenamiento de los deseos circulantes” (Marafioti 1988). Y a la par que contribuir a agitar los deseos, la publicidad recurre al elemento lúdico, a lo fantástico, a lo exacerbado, a lo no medido: “Los enunciados publicitarios -afirma Gilles Lipovetsky (1996)- no son ni verdaderos ni falsos, han sido relegados por los juegos de asociación y los cortocircuitos de sentido, por una comunicación cada vez más irrealista, fantástica, delirante y extravagante (...) Del mismo modo que la moda individualiza la apariencia de los seres, la ambición de la publicidad es personalizar la marca. La ‘verdadera’ publicidad utiliza los métodos del star-system, se trata de una comunicación estructurada como moda, cada vez más bajo el dominio de lo espectacular, de la personalización de las apariencias y de la seducción pura. Por la misma razón que la moda, la publicidad se dirige principalmente al ojo, es promesa de belleza, seducción de apariencia, ambiente idealizado más que información (...) La publicidad no seduce al homo psychanalyticus, sino al homo ludens, su eficacia se debe a su superficialidad lúdica, al cóctel de imágenes, de sonidos y de sentidos que ofrece”. Bibliografía: MARAFIOTI, Roberto: Los significantes del consumo, Buenos Aires, Editorial Biblos, 1988 USANDIVARAS, Raúl: “Grupo, Pensamiento y Mito”. ECO, Umberto: “La estructura ausente”. LIPOVETZKY, Gilles: “El imperio de lo efímero”, en La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo, Barcelona, Anagrama, 1986. La Política apela al Pensamiento Mágico De la antigua maquinaria de la propaganda política -utilizada por los regímenes totalitarios del siglo XX- al marketing político actual -concebido a imagen y semejanza de la publicidad comercial- hay un abismo de técnicas, fines y formas de concepción. No obstante, ambas apelan a ciertas áreas de nuestro inconsciente, movilizando determinados deseos, conductas y pensamientos: en éste tema nos detendremos un instante. La vieja propaganda política había sido organizada según una lógica totalitaria, para influir sobre la opinión pública valiéndose del recurso de las nuevas técnicas de información y comunicación. A ella recurrieron los bolcheviques, Hitler y Mussolini, entre otros, para estructurar sus respectivos poderes. Esa propaganda política se apropió de los grandes mitos del pasado (por ejemplo, “la grandeza nacional”, “la vocación imperial”, “la exaltación del patriotismo guerrero”, etc.) para edificar sus efectos. Liberó, de esta forma, verdaderos sueños colectivos: el deseo de dicha y el instinto de poder. “En esto la propaganda entronca con la poesía y se nutre de ella (...) Ha tomado de la poesía una gran cantidad de sus procedimientos: la seducción del ritmo, el prestigio del verbo y hasta la violencia de las imágenes (...) Creemos, de buen grado, que algunos de los aspectos de la propaganda revisten más bien una función poética que política, cual es la de hacer soñar al pueblo con las grandezas pasadas y un mañana mejor. No es por azar que a estas formas extremas se les aplica naturalmente los nombres de ‘delirio’ y de ‘sueño despierto’” (Domenach 1969). En nuestro país, el mito del “destino de grandeza”, ¿no es aún explotado políticamente por diferentes generaciones de dirigentes en un discurso pretenciosa y pretendidamente racional?. El mito muchas veces se cristaliza: aflora inconscientemente en el discurso, como un lugar común, como una ‘frase hecha’; está internalizado en el colectivo de los habitantes de una nación (“granero del mundo”, “Argentina potencia”, “Derechos y humanos”, “Argentina en el Primer Mundo”). “Con la ayuda de los mitos de que se alimenta y que amplifica, la propaganda acercó, como en un sueño, hasta lo absurdo, el deseo y el odio de su objeto, que en estado de vigilia los hombres no osan o no pueden alcanzar (...) Toda la habilidad de la propaganda consiste en hacernos creer que ese hombre de Estado, ese jefe de partido, ese gobierno, nos representan no sólo al defender nuestros intereses, sino al asumir nuestras pasiones, nuestras preocupaciones, nuestras esperanzas” (Domenach 1969). El desarrollo del marketing político, cercano a los principios y las técnicas de la publicidad, es más reciente y consiste en vender un producto (un candidato o partido político) y no una ideología. “La política cambió de registro, la seducción se le ha incorporado en buena medida (...) La escena política se desvincula de las formas enfáticas y distantes en beneficio de la aparatosidad y de las variedades: en las campañas electorales se recurre a famosos de la pantalla y se lanzan divertidas camisetas, pegatinas y todo tipo de artilugios de apoyo. Los anuncios agresivos, solemnes o pesadamente simbólicos ceden lugar a la sonrisa de los políticos corbata al viento y a la inocencia de los chicos (...) Se multiplican los anuncios y slogans de tonalidad afectiva, emocional y psicológica” (Lipovetzky 1996) Aquí operan mecanismos similares a los descritos en la publicidad; es usual el recurso -utilizado para desacreditar al oponente político- de vincularlo con el pasado turbio y decadente: en 1983, el radicalismo triunfante en la Argentina había presentado al Partido Justicialista como un riesgo institucional, vinculándolo con la etapa inmediatamente anterior, la de la dictadura militar. Por el contrario, en 1989, el triunfante PJ asoció al radicalismo y al entonces presidente Raúl Alfonsín con la hiperinflación, la crisis económica y el desgobierno. En ambos momentos, las publicidades –en especial, las televisivas- superpusieron imágenes de ambos períodos oscuros del pasado con las imágenes de los candidatos opositores: típico recurso metonímico con el que ambos partidos políticos organizaron gran parte de sus estrategias. Es precisamente en las campañas electorales donde se exponen con nitidez las apelaciones al pensamiento mágico, ya sea desde el discurso de los candidatos de cada partido político, ya desde la acción. El siguiente ejemplo nos remite a las elecciones presidenciales de Nicaragua en 1990, donde se impuso la candidata Violeta Chamorro por sobre el candidato del Frente Sandinista de Liberación Nacional, comandante Daniel Ortega: “La figura femenina de Violeta Chamorro aparecía como un símbolo de la paz y de la unidad, de la redención y de la reconciliación. Era la viuda del asesinado Pedro Joaquín Chamorro, reconocido como el ‘mártir de las libertades públicas’ y madre contenedora de una familia política dividida y con dirigentes destacados en cada bando electoral. La inmensa mayoría del pueblo nicaragüense es católico y profesa una gran devoción por la Vírgen María; la Inmaculada Concepción viste un traje azul y blanco; de los mismos colores es la bandera nacional. Por ello no era de extrañar que la imagen de Violeta Chamorro fuese promovida en traje blanco y que la UNO, su organización política, adoptara el color azul como emblema de campaña. De tal manera, el recurso a los valores míticos es adecuadamente manejado en la campaña, y logran contraponerse los valores machistas, guerreristas del ‘gallo enavajado sandinista’ a los de la ‘madre protectora’ que acoge y reconcilia a sus hijos, en un país que está desgastado por la guerra y anhela la paz” (Landi 1992). El caso del Justicialismo en nuestro país es un claro ejemplo de esa apelación a los mitos del pasado: la utilización de la clásica iconografía de Perón y Evita en cada campaña, de la marcha peronista original, evocan el ‘mito del eterno retorno’ de los años más felices de las clases populares argentinas. En el campo del discurso político, las promesas electorales suelen ser eficaces apelaciones a los deseos de los votantes; ya hemos precisado que entrar en el plano de acción del hombre para modificar ciertas realidades bajo el dominio de un deseo o pasión equivale a internarse en el plano de la magia. Los slogans suelen teñirse de esta característica (“tal decisión política contribuirá a resolver determinada situación”) por su brevedad y efectismo. Recordemos aquel de Raúl Alfonsín en su campaña presidencial de 1983: “Con la democracia se come, se cura y se educa”. La apelación al deseo de cambio (con la importancia y la necesidad que existía en el colectivo popular de la inmediata reinstauración democrática) obraría como garantía automática de dicho cambio. O aquella famosa promesa del entonces candidato del PJ, Carlos Menem, en 1989, sobre la “Revolución productiva” y el “Salariazo”. Son todas consignas, slogans, frases destinadas a atraer al público votante. Muchas veces, orientadas a reforzar ciertos mensajes, o captar nuevas voluntades, o unificar criterios o destinatarios. No hay intención aquí de establecer juicios de valor. Sólo interesa mostrar el adecuado recurso a lo mítico, a los deseos inconscientes y a los sueños –al pensamiento mágico- que utiliza en forma consciente y deliberada todo discurso político. En el terreno de la acción política, las caravanas –en las que los candidatos recorren varios kilómetros previamente delimitados en sus jurisdicciones, sobre un vehículo acondicionado para contactarse en forma directa con la gente- constituyen una práctica relativamente reciente en nuestro país. Hay en ellas una clara connotación mítica y religiosa: él o los candidatos saludando al pueblo que le sale a su paso, simbolizan la posesión de una verdad y una esperanza que se hará realidad con el voto de ese pueblo que espera su marcha, al costado de la ruta. A semejanza del Papa Juan Pablo II recorriendo con su Papamóvil el camino de sus fieles, el entonces candidato presidencial Carlos Menem utilizó su Menemóvil a lo largo del país: la similitud tendió a actuar como un mecanismo de identificación destinado a posicionar al candidato justicialista como un mensajero de fe y esperanza. Estos son solamente algunos ejemplos en los que, desde el discurso y la acción política, se apela al pensamiento mágico, ese ‘pensamiento no disciplinado’, carente de lógica causal y que sin embargo está presente en el inconsciente, desde el cual aflora a través de los sueños, delirios, deseos, divagaciones, etc.- “En la política –refiere un legislador en actividad- uno vende todos los días espejitos de colores, y por eso mismo necesita comprarlos” (en Gorbato 1996). El mundo de la política no solo apuesta al campo racional y a la esfera de las ideas. Símbolos, gestos, acciones, y también hechos y palabras son cotidianamente disparados a ese universo inconsciente del hombre. -“No es que el hechicero sea siempre un impostor y un bribón... Pero cuanto más sagaz sea más fácilmente percibirá las falacias que impone a los tontos. De esta manera, los más habilidosos miembros de la profesión tienden a convertirse en impostores más o menos conscientes, y es lógico que estos hombres, en virtud de su habilidad superior, lleguen a ocupar la cúspide y a conquistar para ellos mismos las posiciones de mayor dignidad y autoridad más imperiosa” (Frazer, James: “La rama dorada”). ¿Se puede aplicar el mismo esquema a los hechiceros del pasado y a los hombres y mujeres públicos de hoy? - (...) En los políticos, la mezcla de capacidad de persuasión con cierta capacidad de engaño también se da. Creo que hay muchos políticos, de estos que llaman astutos, que tienen una conciencia clara de que son superiores porque se encuentran dotados para mistificar y fingir. Pero me parece que hay otras muchas profesiones en las que también el hombre es consciente de su capacidad de ficción: generales que pronuncian discursos ardientes, y que saben que es para ejercer una acción de un tipo determinado. El mundo de la representación, de la comicidad dentro de la vida, ahí está” (Caro Baroja-Temprano). Bibliografía: DOMENACH, Jean-Marie: La propaganda política, Buenos Aires, Eudeba, 1969. LIPOVETZKY, Gilles: “El imperio de lo efímero”, en La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo, Barcelona, Anagrama, 1986. LANDI, Oscar: Devórame otra vez, Buenos Aires, Planeta, 1992. GORBATO, Viviana: La Argentina embrujada, Buenos Aires, Atlántida, 1996. La frase, del político Juan Pablo Cafiero, hace referencia a la común actitud de los dirigentes de consultar parapsicólogos, hechiceros, asesores espirituales, etc., tema que evidentemente nos excede. 14.-Caro Baroja, Julio y Temprano, Emilio: “Disquisiciones Antropológicas”.