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De la CRONOHISTORIA
El Fundador no debe faltar y no falta
… En el empedrado delante de la Capilla se oyen resonar las herraduras de
un caballo y el ruido de una carroza. Los carruajes, en Boroalto no eran
frecuentes: Aquel se detuvo alli mismo, así que no pasó inadvertido. Don
Bosco estaba allí, en Mornese! Ni el trabajo, ni su precaria salud, ni su
profunda humildad pudieron detenerlo ante la obediencia al Obispo, que
lo recibía emocionado entre sus brazos, al bajar del carruaje.
Don Bosco expresó su
satisfacción por volver
a verlas y les advirtió
que debiendo regresar
al día siguiente, el
Obispo había decidido
que se cambiase un
poco el horario
acostumbrado de los
Ejercicios y se celebrara
al día siguiente la
vestición y la
profesión.
Don Bosco les dijo además
que ningún otro día se
prestaba mejor que aquél,
en el que la Iglesia festejaba
a la Virgen de las Nieves,
para dar comienzo a la
nueva Familia Religiosa que
debía ser totalmente de la
Madre de Dios.
Concluyó diciendo
–y se traslucía el gozo de su
alma- que se llamarían
Hijas de María Auxiliadora
y que su Instituto debería ser
«el monumento vivo
de su gratitud a la Santísima
Virgen María bajo el título
de Auxilio de los Cristianos».
Terminada la cena
–y debía de estar cansado!reunió solamente a María
Mazzarello, Petronila y Juana
Ferretino, las cuales,
como se sabe,
llevaban adelante
a la pequeña familia.
«La elección de aquellas de
nosotras –dice Petronila- que
debían hacer sólo la vestición o
también la profesión, ya se había
acordado con Don Pestarino; y
comprendimos enseguida que
serían admitidas a la profesión sólo
aquellas que ya habían hecho
algún voto privado».
Despúes de haberse puesto de
acuerdo con nosotras,
D.Bosco nos habló a todas
juntas, pero sin estar las
señoras; nos explicó en pocas
palabras la importancia de la
función y el modo de hacerla
y a continuación dijo el
nombre de las que harían
sólo la vestición y el de las
que harían también la
profesión.
Para ganar tiempo, nos hizo leer juntas la fórmula de los
votos, pero advirtiendo bien claramente, que en la Iglesia
debíamos leerla de una en una.
Nos enseñó el modo de llevar el hábito al altar, y tomó
argumento de esta última instrucción, para hablarnos del
porte que deberíamos tener después para hacer honor al
hábito religioso y al nuevo título de
Hijas de María Auxiliadora.
“Vuestro paso –nos dijo- debe ser regular: ni apresurado,
ni lento, y vuestro modo de actuar, modesto, recogido,
no indeciso, sino más bien desenvuelto, que revele la serenidad
de vuestro corazón; la cabeza bien levantada, los ojos bajos,
de modo que no sólo el hábito, sino todo el porte revele
que sois religiosas, es decir, personas consagradas a Dios».
Después de la Santa
Misa, Don Bosco
habló particularmente
con cada una y volvió
al confesonario para
las que lo desearan,
lo mismo que había
hecho durante
la plática de la
meditación.
A las nueve, apenas terminada la Misa,
celebrada por el Obispo, comenzó la función.
Y he aquí que se abre la puerta interna. El coro y el clero
entonan el Veni Creator Spiritus; las quince afortunadas,
con su mejor atuendo seglar, y los ojos resplandecientes
de alegría, desfilan llevando cada una en sus manos
el propio hábito religioso, y van a arrodillarse ante el altar.
Su Excelencia asiente, sigue preguntando, y al final, pronuncia
la gran palabra: «Id, pues, a despojaros del hábito secular
y a revestiros del hábito religioso». Después bendice
solemnemente los hábitos que las hijas le presentan.
Desfila nuevamente el
pequeño cortejo y sale de la
capilla mientras el Obispo
y el clero permanecen en
oración ante el altar.
Pocos minutos después, se
abre la puerta y entran las
quince novicias,
sencillamente vestidas con su
hábito de color marrón,
y en la cabeza, un amplio
velo azul claro, en recuerdo
del primitivo título de Hijas
de la Inmaculada.
El Obispo tomo una a una las medallas y se las impone a las
cuatro novicias: Corinna Arrigotti, Maria Grosso, Rosina
Mazzarello Clara Spagliardi,
Las cuatro novicias dejan el
altar y a las once que
permanecen arrodilladas, el
obispo les pregunta de
nuevo:
-Hijas mías qué pedís?
Once voces responden con
seguridad:
-Pedimos profesar la Regla de
la Congregación de las Hijas
de María Auxiliadora.
- Sabéis bien lo que significa profesar las Reglas de esta
Congregación?... Estáis dispuestas a profesar con voto lo que acabáis
de decir?
- Sí, estamos dispuestas, lo deseamos de todo corazón y, con la
ayuda del Señor esperamos mantener nuestra promesa.
- Por cuánto tiempo queréis hacer los votos?
- Aunque tenemos firme voluntad de pasar toda la vida en esta
Congregación, no obstante para secundar lo que prescriben las
Reglas, queremos hacer votos por tres años.
El obispo continúa:
- Que Dios bendiga vuestra resolución y os conceda la gracia de
poderla mantener fielmente. Ahora poneos en la presencia de
Dios y pronunciad la fórmula de los votos de castidad, pobreza
y obediencia, según las Reglas de la Congregación.
Enseguida se oye una sola voz, decidida aunque
emocionada: «Yo, Sor María Dominga Mazzarello,
conociendo mi debilidad, y temiendo por la
inestabilidad de mi voluntad, me pongo en vuestra
presencia, omnipotente y sempiterno Dios;
e implorando las luces del Espíritu Santo, la
asistencia de la B.V. María y de mi Angel de la
guarda, en manos de vuestra Excelencia
Reverendísima, hago voto de castidad, pobreza y
obediencia por tres años. Vos, oh misericordioso
Jesús me habéis inspirado hacer estos votos, vos
ayudadme con vuestra santa gracia para
cumplirlos. Virgen Inmaculada, poderoso Auxilio
de los cristianos, sed mi guía y mi defensa en
todos los peligros de mi vida. Angel de la guarda,
Santos y Santas del cielo, rogad por mi. Así sea.
La que precede a todas en el amor de Dios, la que a todas ha
precedido y animado con la palabra y el ejemplo en el nuevo
camino, es justo que sea también ahora la primera en recibir el
hermoso título de religiosa, ligándose públicamente por los
santos votos que la consagran a Jesús.
A ella le sigue su fiel compañera Petronilla Mazzarello
y despúes Felicina Mazzarello, Giovanna Ferrettino, Teresa
Pampuro, Felicita Arecco, Rosa Mazzarello, Caterina
Mazzarello, todas de Mornese y Angela Jandet de Torino, Maria
Poggio de Acqui, Assunta Gaino de Cartosio; una tras otra , las
once consagraciones son recibidas por el Pastor de la Diócesis,
asistido por el Fundador; y María Auxiliadora las presenta
al trono de Dios.
Don Bosco, visiblemente emocionado, habla.
Habla de la importancia del acto realizado; recuerda la
santidad de los votos y los deberes que estos imponen.
Alude con toda prudencia, al mahumor que podrá rodearlas,
porque todas las cosas de Dios llevan el sello del sufrimiento;
pero añade que eso contribuirá a su santificación,
haciéndolas y manteniéndolas verdaderamente humildes.
«Entre las plantas más pqueñas hay una de gran perfume: el
nardo, nombrado con frecuencia en la Sagrada Escritura. En el
Oficio de la Virgen se dice: Nardus mea dedit odorem suavitatis,
mi nardo ha exalado un suave perfume!
Pero sabéis cuándo sucede esto? El nardo exhala su perfume
cuando es pisoteado. No os dé miedo, pues, que el mundo
os maltrate: El que padece por Cristo Jesús,
reinará con El eternamente.
Vosotras ahora pertenecéis
a una Familia Religiosa que
es totalmente de la Virgen;
sois pocas, desprovistas de
medios y de la aprobación
de los hombres.
Nada os turbe!
Si, os puedo asegurar que el Instituto tendrá un gran
porvenir , si os mantenéis sencillas, pobres
y mortificadas»
Observad pues todos los deberes de vuestra nueva condición
de religiosas, y ayudadas por nuestra tierna Madre María
Auxiliadora, pasaréis ilesas por los escollos de la vida y haréis
un gran bien a vuestras almas y a las de los demás.
Considerad como una gran gloria vuestro hermoso título de
Hijas de María Auxiliadora y no olvidéis que vuestro Instituto
deberá ser el Monumento Vivo de la gratitud de Don Bosco a
la Madre de Dios, invocada bajo el Título de
Auxilio de los Cristianos».
María Auxiliadora tiene ya la Familia que desde hacía tantos
años le pedfía a Don Bosco;
sobre las colinas de Mornese se ha renovado, el mismo día que
en Roma, una suave nevada de copos frescos y puros
que se derretirán sobre el altar de Dios, para difundir
candor de virtud y de fe.
La gente sale de la Iglesia y salen también las nuevas religiosas,
con los ojos emperlados aún con alguna lágrima, con la sonrisa
en los labios y el cielo en el corazón.
Todas querrían hablar y, al mismo tiempo, conservar en secreta
reserva la felicidad que las envuelve en una atmósfera de cielo.
Finalmente Sor Maria rompe el silencio con las únicas
palabras que le brotan del corazón: «Hagámonos santas;
debemos hacernos grandes santas!».
Las nuevas religiosas son demasiado felices, están
demasiado cautivadas por el himno que brota del corazón
a la Bondad eterna que se ha dignado inclinarse hasta ellas
y llamarlas sus esposas.
Sr. Alba Vernazza fma