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MARCO TULIO CICERÓN
NOTAS BIOGRÁFICAS
Nace el 3 de Enero de 106 aC. en Arpinum -una ciudad del Lacio situada al sudeste
de Roma-, en una familia del ordo equestris (la clase social inmediatamente inferior a
la de los patricios) que pronto se trasladaría a la capital, donde él y su hermano Quinto estudiarían las primeras letras.
Hacia el año 92, empieza a prepararse para la política estudiando con Mucio Escévola el Augur. En el 88 estalla la
guerra social e interrumpe sus estudios. Al término de la contienda los reanuda, esta vez con Escévola el Pontífice, ya
que el Augur había fallecido.
Su formación filosófica fue, como él mismo, ecléctica: empezó siguiendo al estoico Fedro, pero pronto se sintió
atraido por el académico Filón de Larisa y por los estoicos. En Retórica, asimiló pronto las ideas de Molón de Rodas,
que defendía, como miembro que era de la escuela de Rodas, una oratoria más sobria que la de los asianistas, pero más
efectista que la de los aticistas.
La primera incursión en las tareas de abogado fue en 81aC, con Quinto Hortensio Hórtalo como rival; no tenemos
noticias del resultado final del pleito, lo que induce a pensar que fue derrotado, ya que, en caso contrario, se habría
elogiado ad nauseam el que, con sólo veinticuatro años de edad, hubiera logrado vencer al abogado más famoso y
mejor orador de sus tiempos. Sea como sea, su intervención es la que se nos ha transmitido como Pro Quinctio Oratio.
Un año después, en 80 aC, defiende a Sexto Roscio Amerino -Pro Sexto Roscio Amerino Oratio- de la acusación
de parricidio que le lanzó Crisógono, liberto del dictador Sila. Su victoria fue total, y quizá más por prudencia que por
motivos de salud -a menos que la salud que quisiera cuidar no fuera la actual, sino la futura- viaja a Grecia para
proseguir sus estudios. Allí estudiará Filosofía con el académico Antíoco y los epicúreos Zenón y Fedro, y Retórica otra
vez con su antiguo maestro, Molón de Rodas.
De vuelta en Roma (77 aC.), se casa con una aristócrata llamada Terencia (76 aC.) y emprende el cursus honorum,
la carrera política de duración reglamentada y que conduce, si todo va bien, al ciudadano romano hasta la mayor
dignidad de la República: el Consulado. En el año 75 se le nombra quaestor de Sicilia. Sus administrados debieron de
quedar bastante satisfechos con su actuación, ya que, en el año 70, le encargan la acusación contra Verres, que había
desvalijado la provincia. Contra él pronunciará las famosas In Verres Orationes, más conocidas como Verrinas, y que le
granjearon un sonoro triunfo y una fama no menor.
En 63 aC, obtiene por fin el Consulado, hecho tanto más destacable cuanto que él no era de familia noble, lo que
le dificultaba bastante su carrera política. Estaba en el desempeño de su cargo cuando descubrió, denunció
públicamente e hizo fracasar, la conspiración de Catilina con sus In L.Catilinam Orationes, o Catilinarias. No obstante,
pecó de premioso e hizo ejecutar a los conjurados sin que mediara la instrucción de causa judicial alguna. Durante toda
su vida mantuvo que actuó así para salvar a Roma -¡Afortunada Roma, nacida durante mi Consulado!, llegará a escribir
con su habitual falta de modestia-, pero sus adversarios utilizaron tal irregularidad procesal para pedir su destierro, cosa
que lograron que ocurriera en 58 aC, aunque al año siguiente (57 aC.) se le permitió volver y reintegrarse en la vida
política activa.
En el año 50-49 aC, estando Cicerón en el cargo de Procónsul de Cilicia, se declara la guerra civil y el Arpinate
declara abiertamente su apoyo a Pompeyo; terminada la contienda, Julio César lo perdona con su habitual buen
talante. Cicerón, fuera por desconfianza, fuera por rencor, sigue en Cilicia hasta el año 47, en el que vuelve a Roma y se
retira de la vida política para volcarse en la redacción de tratados filosóficos y retóricos. En el año 46 aC muere su hija
Terencia, a la que le profesaba un enorme cariño, según leemos en muchas cartas suyas. Cicerón, que confiesa que no
puede dormir, se sume en la mencionada producción literaria, acaso como vía de escape de la realidad y como manera
de entretener su ocio forzoso.
Julio César es asesinado en Marzo del año 43 y Cicerón, viendo su oportunidad de volver a la política activa en loor
de multitudes, se pone a la cabeza de los partidarios de Octavio -el futuro emperador Augusto- y publica una serie de
discursos en los que arremete furiosamente contra Marco Antonio. El tono furibundo de estos discursos seguía el de
los que pronunció Demóstenes -por otro lado, su modelo estilístico favorito- en Atenas denunciando las intenciones
imperialistas de Filipo de Macedonia, padre de Alejandro Magno; "Filípicas" se llamaron los discursos de Demóstenes,
"Filípicas" también los de Cicerón contra Marco Antonio, y "Filípica" se le dice a cualquier intervención en la que se
ataque descarnadamente a un rival .
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1. La influencia de las obras de Cicerón en nuestro propio idioma castellano es rastreable. Así, por ejemplo, encontramos el sustantivo catilinaria
definido en el Diccionario de María Moliner en los siguientes términos: "Por alusión a los discursos pronunciados por Cicerón contra Catilina, se
aplica a un discurso vehemente contra algo o alguien o a una reprensión o crítica violenta, dirigida a la misma persona a quien se refiere o expresada
hablando de ella con otras"; en castellano, Filípica y Catilinaria son sinónimos y, aunque María Moliner proporcione un origen griego para el primer
término -evidente, ya que fueron Filípicas los discursos que lanzó Demóstenes contra Filipo de Macedonia, no es descartable que su entrada en
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El problema es que Cicerón cometió un tremendo error de cálculo: al pactar una tregua Octavio y Marco Antonio,
la cabeza del famoso orador corría peligro, ya que suponía mantener vivo un notorio testimonio de la enemistad que
había existido y que podía volverse a declarar en cualquier momento. Cicerón así lo entendió y huyó de Roma, pero su
vida ya tenía puesto un precio: rápidamente fue capturado y decapitado (7 de Diciembre de 43 aC.), y su cabeza y su
mano derecha fueron expuestas varios días en el Foro.
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PRODUCCIÓN RETÓRICA
Dejando a un lado los discursos, su producción retórica teórica comienza hacia el 86 aC, con el De inuentione. En 55
aC, ya vuelto del destierro y activo en política, publica su De oratore. No obstante, el mayor número de títulos de
Retórica pertenece al periodo de apartamiento que coincidió con la dictadura de Julio César: como tantos otros
grandes oradores, no se dedicó a teorizar sobre la Retórica hasta que los avatares de su vida le desaconsejaron seguir
poniendo en práctica sus propias teorías. No extraña, pues, que aparezcan en el mismo año (46 aC.) el Orator, el
Brutus y el De optimo genere oratorum, ni que las Partitiones Oratoriae sean del 45 aC., y del 44 aC. los Topica,
aparecidos justo el año antes de su última y definitiva vuelta a la política activa.
Del De inuentione casi no haría falta hablar si no fuera porque tuvo una amplísima difusión y, en consecuencia,
repercusión en la baja latinidad, en la Edad Media y en buena parte del Renacimiento. En realidad, parece que Cicerón
empezó a escribir un tratado de Retórica, usando conocimientos que había aprendido, pero no madurado ni puesto
mucho en práctica, y que no pasó de la primera parte, la inuentio. Él mismo llegaría a expresarse en términos poco
elogiosos acerca de esta obrita cuando dice :
"Vis enim, ut mihi saepe dixisti, quoniam, quae pueris aut adulescentulis nobis ex commentariolis nostris inchoata
ac rudia exciderunt, uix sunt hac aetate digna et hoc usu, quem ex causis, quas diximus, tot tantisque consecuti
sumus, aliquid eisdem de rebus politius a nobis perfectiusque proferri..."
Y es casi un lugar común entre los estudiosos calificarlo de imperfecto, inconexo, poco meditado... quizá pasaba como
en toda obra de juventud, que tenía más voluntad que calidad.
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nuestro idioma se viera favorecida por el hecho de que también Cicerón redactara sus "Filípicas".
2. No es arbitrario ni excesivamente morboso hacer mención de la exposición de esa mano derecha si tenemos en cuenta que la preceptiva retórica
sobre la actio establece que ésa es justamente la mano con la que se deben hacer los gestos, entre otras razones no explicadas, seguramente porque la
izquierda se utilizaba para sujetar los pliegues últimos de la toga, como se ve en las estatuas de época romana.
3. Cic. de or.1,2,5.
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Con el De oratore y el De re publica, inaugura Cicerón la prosa literaria latina, el género que hoy llamamos
"ensayo", aunque tal denominación no sea demasiado correcta aplicada a la Literatura romana. El De oratore, que es el
que aquí nos interesa, está concebido como un diálogo de tipo aristotélico, en el que los personajes no van
modificando sus postulados para llegar a una conclusión -eso sería un diálogo platónico-, sino que van alternando
intervenciones ideológicamente complementarias en una especie de sucesión de monólogos. La obra está ambientada
en Tusculum, en una crisis política que, en Septiembre del año 91 aC. -Cicerón tendría por entonces sólo quince años
de edad, conque su inclusión en una tertulia en la que participa lo más florido de la intelectualidad de la Roma de
entonces no deja de ser un mero artificio literario-, hizo que las sesiones del Senado se interrumpieran por tres días,
que es la duración de la acción en el tratado en cuestión. Su tema central es la educación general, la humanitas:
defiende Cicerón un ambicioso programa educativo -luego adoptado fervorosamente durante el Renacimiento- que
obliga al alumno a tener amplios conocimientos de todo tipo de disciplinas si quiere ser efectivo en el desempeño de la
labor oratoria; en línea con los sofistas -sobre todo con Isócrates, discípulo de Gorgias-, piensa que Filosofía y Retórica
son inseparables, pero define al perfecto orador en términos que recuerdan mucho a la caracterización que del sabio
hace el Sócrates platónico: hombre de amplísima formación intelectual y de honradez sin mancha. No obstante, en este
gran tratado de la formación del perfecto orador se plantea y esquiva la gran pregunta de si la Retórica tiene un valor
moral y, en consecuencia, cívico: recordemos que el Sócrates platónico, igual que luego los estoicos, lanza fuertes
andanadas contra ella, mientras que los sofistas la convierten en un auténtico programa educativo; el Cicerón sofista de
la humanitas se encuentra enfrentado al Cicerón platónico del perfecto orador y no entra en el fondo del debate, sino
que busca una fórmula conciliadora que pasa por evitar los puntos de mayor divergencia entre una postura y otra .
En el Orator , Cicerón elabora la preceptiva retórica que, en el libro tercero del De oratore, había pensado incluir.
En este momento, su estilo oratorio está recibiendo frecuentes críticas por parte de toda una nueva generación de
escritores que lo consideran un tanto desfasado; él se defiende de esas críticas cada vez mayores redactando un tratado
en el que ataca a los partidarios de la corriente aticista, que tendían a preferir la sobriedad y continencia verbal de
Lisias, Tucídides y Jenofonte frente a las repeticiones y la abundancia estilística de Demóstenes e Isócrates y del propio
Cicerón, que los tenía a ambos por modelos a imitar. Dado que la discusión se centraba en cuestiones de estilo
literario, no puede extrañar que Cicerón se vuelque con especial celo en el tratamiento de la elocutio, aun sin descuidar
otra de sus principales preocupacones teóricas, cual es la definición del orador ideal, del que dice que debe tener una
amplísima cultura filosófica, debe dominar la expresión de los estilos sublime, moderado y sencillo -como hacía
Demóstenes, por ejemplo, pero no los aticistas, que se limitaban a uno sólo- y evitar expresarse al modo de los nuevos
aticistas, a los que llama con un cierto desdén neotéricos.
Otros tratados retóricos suyos, verbigracia, el Brutus, el De optimo genere oratorum, las Partitiones oratoriae o los
Topica, nos resultan menos interesantes como fuentes de la teoría retórica. El Brutus, dedicado a Bruto igual que el
Orator, es una historia de la elocuencia romana, desde sus inicios hasta su máximo nivel de perfección, representado
por el propio Cicerón -ya conocemos su falta de modestia-; el De optimo genere oratorum es el prólogo de unas
traducciones latinas -que seguramente no llegó a hacer- del discurso Sobre la corona de Demóstenes y del Tesifonte de
Esquines, y habla muy brevemente sobre lo que declara el título, sobre el perfecto tipo de orador; tanto las Partitiones
oratoriae como los Topica son manualitos escolares que aportan poco o nada nuevo a la teoría retórica.
En general, podemos decir que la mayor aportación de Cicerón a la teoría retórica fueron sus discursos: como
tratadista, no logra liberarse de la dinámica de las escuelas para elaborar un pensamiento genuino, lo que le hace ser un
ferviente practicante del estilo que desarrollaron Demóstenes e Isócrates mientras intenta conjugar en el plano teórico
las exigencias morales del socratismo y platonismo, el ideal educativo de la sofística y los ataques contra las nuevas
estéticas literarias, más bien proclives al aticismo que él mismo criticaba. No obstante, en un apartado posterior se
tratará más por extenso del ideario
estético-literario de nuestro autor.
COMPONENTES PLATÓNICOS DE LA TEORÍA DE CICERÓN
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4. Para las diferencias de planteamientos entre las escuelas filosóficas helenísticas, vid. LONG, Anthony A., La filosofía helenística, Madrid, Alianza
Editorial, 1984 (= Hellenistic Philosophy. Traducción castellana de P. JORDÁN DE URRIES). Para lo referente al componente platónico en la
teoría retórica de Cicerón: ALBERTE GONZÁLEZ, Antonio, Cicerón ante la Retórica, Valladolid, Universidad, 1987.
5. Una magnífica y muy recomendable introducción al pensamiento de Cicerón en esta obra es la introducción de: CICERÓN, El orador, Madrid,
Alianza Editorial, 1991. Introducción, traducción y notas por Eustaquio SÁNCHEZ SALOR.
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Sigue Cicerón al pie de la letra la doctrina platónica en su constante exigencia -que se advierte en el De oratore, en el
Brutus y en el Orator- de amplia formación filosófica para el orador: la teoría de la elocuencia está en los manuales de
Filosofía , y la Retórica se aprende en las escuelas filosóficas , razón por la cual un filósofo está capacitado para
pronunciar un discurso sin necesidad de haber estudiado la Retórica , aunque matiza que Filosofía y Retórica están
indisolublemente unidas, de tal modo que no puede desarrollarse la una sin la otra y viceversa . En realidad, no está
postulando que Filosofía y Retórica sean una misma cosa, ya que a la Retórica la caracteriza el ornate dicere, el hablar
con elegancia, y necesita la formación filosófica, mientras que ésta no requiere expresarse estéticamente ; lo que él dice
es que al filósofo no se le necesita exigir conocimientos retóricos, mientras que el orador viene a ser una especie de
filósofo elocuente . Esta idea lo aleja de las doctrinas de los estoicos y le hace postularse claro seguidor de los
académicos (escuela que siguió desarrollando la doctrina platónica) y de los peripatéticos (discípulos de Aristóteles).
La exigencia de que el orador tenga una fuerte formación filosófica está muy en contacto, también, con el que
Cicerón ataque -igual que ya lo hiciera Sócrates- a los rétores que creen estar en disposición de defender cualquier
cuestión con sólo tener los conocimientos suficientes de Retórica . Para él, grandes modelos fueron Demóstenes,
prototipo de orador-filósofo, o Isócrates, o los académicos y los peripatéticos -filósofos interesados por el fenómeno de
la elocuencia- y el propio Platón, del que dice que fue tan experto en Filosofía como podría haberlo sido en Retórica .
En palabras de ALBERTE GONZÁLEZ [1987: 22]:
"Así pues, para Cicerón la elocuencia deberá integrar la filosofía, formando una unidad como la del cuerpo y alma;
de ahí que para él tan rechazable sea el orador sin conocimientos filosóficos como el filósofo sin dominio de la
elocuencia. En este sentido Platón constituye para Cicerón no sólo el aval de su argumentación sino también el
modelo que mejor encarna tal situación. Al propio tiempo, Cicerón llevado por el espíritu de la æmulatio platónica,
como señalaría más tarde Quintiliano, se propone a sí mismo como
modelo de la oratoria filosófica, mostrándose orgulloso de haber atendido
por igual a la elocuencia que a la filosofía."
1.Eloquens-Disertus-Operarius / Infans
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6. Cic. brut. 3,22: la Filosofía es "mater omnium bene factorum beneque dictorum"; igualmente, en Cic. tusc. 1,60: "Philosophia uero omnium mater
artium...". Hay más contextos.
7. Cic. or. 12: ...et fateor me oratorem, si modo sim aut etiam quicumque sim, non ex rhetorum officinis, sed ex Academiæ spatiis exstitisse.
8. Cic. de orat. 2, 151: Nam orationis quidem copia uidemus ut abundent philosophi qui... nulla dant præcepta dicendi nec idcirco minus,
quæcumque res proposita est, suscipiunt, de qua copiose et abundanter loquantur.
9. Cic. de orat. 3,142: Nunc siue qui uolet eum philosophum, qui copiam nobis rerum orationisque tradat, per me appellet oratorem, quem ego dico
sapientiam iunctam habere eloquentia, philosophum appellare mallet non impediam .
10. De hecho, escuelas como el estoicismo estaban totalmente en contra de la formulación literaria de los contenidos de sus doctrinas y tenían como
máxima la de rem tene, uerba sequuntur. Esta frase supone que se le concede la primacía absoluta a la argumentación sobre el adorno estilístico, y
tiene toda una serie de connotaciones puramente ideológicas sobre las que entraremos a hablar más adelante, en el apartado del ideario estéticoliterario de Cicerón.
11. Cic. de orat. 1,48: Sin oratoris nihil uis esse nisi composite, ornate, copiose loqui, quæro id ipsum qui possit adsequi sine ea scientia quam ei non
conceditis? Dicendi enim uirtus, nisi ei qui dicet ea de quibus dicet percepta sunt, exstare non potest...; atque totus hic locus philosophorum proprius
uidetur, neque orator me auctore umquam repugnabit; sed cum illis cognitionem rerum concesserit, quod in ea solum illi uoluerint elaborare,
tractationem orationis, quæ sine illa scientia nulla est, sibi adsumet.
12. Cic. de orat. 1, 102-103: Quid? Mihi nunc uos -inquit Crassus-, tamquam alicui Græculo otioso et loquaci et fortasse docto atque erudito,
quæstiunculam de qua meo arbitratu loquar ponitis? Quando enim me ista curasse aut cogitasse arbitramini et non semper inrisisse potius eorum
hominum impudentiam qui, cum in schola adsedissent, ex magna hominum frequentia dicere iuberent si quis quid quæreret? Quod primum ferunt
Leontinum fecisse Gorgiam, qui permagnum quiddam suscipere ac profiteri uidebatur cum se ad omnia de
quibus quisquam audire uellet esse paratum denuntiaret. Aquí, cuando se habla de un Græculus, no se está utilizando el término -claramente
despectivo como es- para denominar a todos los helenos, cosa que sería poco coherente en el pensamiento filo-helénico de Cicerón; antes bien,
parece estarse refiriendo a los profesores de Retórica que estaban establecidos en Roma y que entran en la categoría de oradores imperfectos, toda
vez que se limitan a enseñar esa disciplina sin preocuparse de la formación cultural de sus alumnos.
13. Cic. off. 1,4: Equidem et Platonem existimo, si genus dicendi forense tractare uoluisset, grauissime et copiosissime potuisse dicere, et
Demosthenes, si illa quæ a Platone didicerat, tenuisset et pronuntiare uoluisset, ornate splendideque facere potuisse.
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Elocuencia / No elocuencia
En pura consonancia con lo visto, es lógico que de los postulados platónicos
de Cicerón se desprenda su desprecio hacia muchos rétores contemporáneos 2.Eloquens / Disertus-Operarius
Formación completa / Formación incompleta
por su desconocimiento de la Filosofía y su total circunscripción a la preceptiva
retórica sin más, lo que le lleva a trazar una barrera, que se perpetuará bastantes 3.Disertus / Operarius
Elocuencia natural / Elocuencia retórica
siglos, entre el gran orador y el orador mediocre, barrera situada en la formación
intelectual de cada uno de ellos. No le deja indiferente la cuestión, y se puede
incluso estudiar el sistema denominativo para los diferentes tipos de oradores, tanto en lo referente a las oposiciones
léxicas que articulan la clasificación de los tipos de orador (vid. Tabla I), cuanto en la propia caracterización de la
terminología (vid. Tabla II).
DISERTVS
ELOQVENS
OPERARIVS
INFANS
Orador
Orador
con
completo
elocuencia
y perfecto
natural
Orador sólo con formación retórica
Persona desprovista de elocuencia natural
Ahora bien, Cicerón no suele escatimar esfuerzos, ni calificativos poco favorables para sus receptores, a la hora de
hablar de quienes, con sólo su formación retórica o con el único aviso de sus cualidades naturales, se lanzan a la
profesión de la Oratoria con total ignorancia de la Filosofía. Una actitud de desprecio que también se ve en el Gorgias
o en el Fedro y que viene a ser la que Sócrates adoptara contra los rétores de su época al ponerlos en ridículo por no
hacer otra cosa que discursos vacíos.
Así pues, Cicerón no llega a estar totalmente conforme con la figura del rétor -ni tampoco con los manuales de
Retórica al uso-, igual que le ocurriera ya a Platón y a los Académicos ; sólo reconoce la bondad de la disciplina
retórica en tanto en cuanto se encuentre indisociablemente unida a la Filosofía y cumpla con el mismo deber que a ésta
le encomienda Platón: formar buenos ciudadanos.
Lógicamente, si la Filosofía es algo tan importante y necesario para la Retórica, habrá que estudiar qué influencias
filosóficas platónicas se pueden rastrear en la doctrina retórica de Cicerón.
Lo primero de todo, vemos que considera a la Dialéctica como método de razonamiento imprescindible para la
elaboración de un buen discurso , pero no la Dialéctica entendida al modo de los estoicos, sino al de los académicos y
peripatéticos, esto es, concebida a la vez en tanto que instrumento de búsqueda de la verdad y buen método para el
ejercicio de la elocuencia. Con esto, lo que hace es poner la Dialéctica al servicio de la Oratoria y, lógicamente, al de la
formación de buenos ciudadanos, que es objetivo compartido por la Filosofía y la Retórica, como se ha dicho algo más
arriba.
Es precisamente el conocimiento de la Dialéctica lo que le permitirá al orador, en opinión de Cicerón, ser capaz de
superar la discusión de la cuestión concreta en litigio -lo que la terminología retórica denomina quæstio finita- para
presentar ese asunto como un ejemplo más de la discusión de universales ontológicos -la quæstio infinita- , que son por
naturaleza mucho más reducidos en número. El buen orador se diferenciará del malo, en suma, porque es capaz de
escapar de la contingencia del litigio para elevarse al plano de la generalidad. Para expresarlo con un ejemplo, si lo que
se discute es la oportunidad o no de emprender una campaña militar, el mal orador se limitará a exponer argumentos a
favor y en contra de esa campaña, en ese momento y contra esos enemigos, mientras que el buen orador, aparte de dar
esos razonamientos, hablará también sobre la naturaleza y conveniencia de cualquier guerra, sobre lo inevitable de los
conflictos entre los seres humanos... etcétera; éste será el que Cicerón llame excellens orator, mientras que el primero
recibirá el calificativo -entre otros- de uulgaris orator .
Otra exigencia para el orador, procedente de la Filosofía, será su calidad de hombre bueno. Desde luego, si
Filosofía y Retórica son inseparables, y si la función de la Filosofía es formar hombres buenos capaces de educar a
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14. Leemos en ALBERTE GONZÁLEZ [1987: 37]: ...Cicerón subraya la diferencia de planteamientos entre él y los rétores: mientras Cicerón
contempla y analiza el fenómeno retórico desde una perspectiva filosófica, como ya lo hubiera hecho Platón, los rétores lo estudiaban como una
técnica independiente y ajena a toda preocupación de naturaleza filosófica.
15. Cic. or. 113: Esse igitur perfecte eloquentis puto non solum facultatem habere quæ sit eius propia fuse lateque dicendi, sed etiam uicinam eius et
finitimam dialecticorum scientiam asumere.
16. Cic. or. 45: ...quibus ut uti possit orator, non ille uulgaris sed hic excellens, a propriis personis et temporibus semper, si potest, auocet
controuersiam; latius enim de genere quam de parte disceptare licet, ut quod in uniuerso sit probatum id in parte sit probari necesse.
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buenos ciudadanos, está meridianamente claro que el orador, al contar con la misma finalidad, debe también, y gracias
a su formación filosófica, ser hombre bueno. Y no es que este requerimiento fuera nuevo en Cicerón, ni siquiera en
Platón; lo que ocurre es que la formulación ciceroniana muestra dependencia del aserto socrático-platónico, arriba ya
mencionado, de que un sabio, un hombre bueno, es capaz de actuar como elocuente también.
Pero esa bondad exigida no debe limitarse a la mera apariencia de buena conducta y moralidad públicas, sino que
requiere precisamente la posesión de auténticas virtudes morales, ya que [ALBERTE GONZÁLEZ 1987: 53]: "la
elocuencia, en cuanto síntesis del conocimiento filosófico y dominio literario, no sólo va a consistir en el bien decir sino
también en el bien obrar, aspectos estos de inequívoca raigambre platónica, ajenos a todo planteamiento retoricista más
interesado por la seducción del oyente que por la defensa de la verdad."
Muy conexa con la cuestión anterior es la de las ideas estéticas de Cicerón,
fuertemente impregnadas de su ideología y, a su vez, muy relacionadas con
su propia manera de entender el mundo : no podemos olvidar que la
reflexión estético-literaria de la Antigüedad siempre fue de la mano de la Filosofía.
De entrada, fuerza es tener en cuenta que el Arpinate siempre se caracterizó -como hasta aquí hemos venido
viendo- por no ceñirse nunca exactamente a los postulados de una escuela sólo; precisamente es su eclecticismo lo que
le permitió disfrutar de gran consideración entre teóricos posteriores que, con independencia del origen filosófico de
sus ideas, siempre podían encontrar alguna idea ciceroniana en la que fundamentar sus propias teorías. Cicerón no se
limita a transmitir opiniones ni a seguir a ciegas los postulados de una escuela filosófica, sino que intenta integrar en su
ideario de la Academia otras concepciones.
"Dicha síntesis es la que le ha llevado a la formulación de una nueva paideia en la que el orador se funde con el vir
sapiens estoico, en la que la oratoria popularis se dignifica con la presencia del rigor filosófico y en la que el vir
eloquens es la integración del político y el filósofo."
[ALBERTE 1992: 4]
Dentro de ese ideal de integración tan típicamente ciceroniano, lo primero que se busca es la integración de la
filosofía y la oratoria, ya apuntada en páginas anteriores, que lo lleva a defender la unidad del cor (la filosofía) y la
lingua (la elocuencia) y, en consecuencia, a reprochar en los estoicos su desprecio por la forma lingüística y, en los
rétores, el que dejen de lado la filosofía; para él, hablar bien es hablar copiose sapienterque, o copiose prudenterque, la
elocuencia es sabiduría que se expresa en voz alta y, claro está, sólo puede ser elocuente el orador-filósofo.
También postula Cicerón la integración de res y verba o, lo que viene a ser lo mismo, que la formación del orador
requiere el perfecto conocimiento de una y de otra . En su opinión, el decus es la integración armónica del
conocimiento de las cosas con el splendor verborum (el ornatus, los procedimientos de creación de efecto estilístico).
No se muestra partidario de docere sin delectare, ni en oratoria ni en ningún otro género literario, cosa que lo acerca a
los postulados epicúreos; los estoicos, por contra, piensan que la virtus se obtiene adecuando la conducta a la ratio
universalis, el principio rector de todas las cosas (luego todo artificio estilístico, al ser una desviación de la ratio, es
merecedor de reproche), y que, además, la virtus es la cualidad básica del vir conque lo que se aparte de esa virtus debe
recibir, a modo de descalificación, los adjetivos de muliebris, mollis, enervis, elumbis... y, en consecuencia, se ha de
rechazar.
La objeción de Cicerón será directa: las ideas que él mantiene se basan también en una ratio natural, la elocuencia
no es sino el aprovechamiento de la sabiduría y de la maestría estilística para aplicarlas en objetivos concretos: ya que la
finalidad última del orador es poner su destreza al servicio de la actuación política, los primores estilísticos son sólo una
de las maneras posibles de actuar sobre el auditorio al que se tiene que convencer, y no suponen engaño alguno desde
el momento en que son posibilidades naturales.
IDEAS ESTÉTICO-LITERARIAS
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17. Una buena descripción se puede encontrar en ALBERTE GONZÁLEZ, Antonio, Historia de la retórica latina. Evolución de los criterios
estético-literarios desde Cicerón hasta Agustín, Amsterdam, A.M.Hakkert Publisher, 1992, cap. I: "Cicerón o el criterio integrador de la doctrina
retórica".
18. Cic. part.orat. 76: Nihil est aliud eloquentia nisi loquens sapientia.
19. Cic. de or. 2,34: Quid admirabilius quam res splendore illustrata verborum?
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Para Cicerón, un verdadero princeps patriae tenía que aunar sabiduría y elocuencia : sabiduría para distinguir lo
que beneficia al Estado y lo que lo perjudica, elocuencia para convencer a todos los demás -patricios y plebeyos, ricos y
pobres, cultos e incultos- de que lo que él piensa es lo verdaderamente correcto y lo que se debe hacer. En suma, las
convicciones de Cicerón obligan a que quien las comparte acabe viéndose moralmente obligado a intervenir en la vida
pública .
Otra de las síntesis que hará Cicerón es la integración de sentimiento y razón, fácilmente entendible a tenor de lo
que hemos venido viendo hasta aquí. Los estoicos pensaban que la virtus lo es por seguir la senda de la recta ratio, de
donde que una Retórica virtuosa deba dedicarse únicamente a demostrar las cosas y a enseñarlas (probare & docere),
aplicando el clásico rem tene, verba sequentur que los lleva a no prestarle mucha atención a la expresión; los rétores,
con una fuerte influencia aristotélica, parten de la base de que la retórica se basa en la persuasión, que suele ser
provocada por el correcto uso de los estados de ánimo del auditorio, y de ahí deducen el deleite y la emoción como
funciones principales del orador (delectare & movere). Cicerón se aparta de los rétores en cuanto que postula un
orador éticamente válido como requisito indispensable -su vir bonus lo es en tanto que buen estudioso y cultivador de
la filosofía-, y de los estoicos cuando afirma que todo no puede ser docere y probare en un discurso, que se puede
llegar a la virtus con una ratio menos estricta que la de ellos. Así, el piensa que se engendra una persuasio cuando se
cuenta con un hombre bueno que sabe enseñar, conmover y deleitar: vir bonus peritus dicendi, dicho en una frase que
no es suya pero que resumirá en adelante perfectamente la caracterización ideal del buen orador.
Por último, quiere Cicerón operar una integración de razón y elocuencia popular, para lo que manifiesta que no
hay retórica sin un auditorio popular al que convencer y que pueda apreciar la estética de un discurso porque se basa
en principios naturales, motivo por el que la oratoria se convierte en una actividad meramente política que hace del
orador un princeps populi. En cambio, los estoicos parten de la idea de que el pueblo, necio e inculto, no puede
entender la virtus y se le manipula con las emociones, de modo que la elocuencia popular es rechazable porque el
pueblo no es capaz de seguir las ideas ni los principios de un vir sapiens. El imperativo de acción política que marcará
Cicerón va a distanciarse notablemente, claro está, del ideal epicúreo de alejarse de la política, fuente de displaceres.
En conclusión, podemos decir que todos los tratadistas posteriores van a referirse obligatoriamente a los criterios
estéticos de Cicerón antes de opinar ellos mismos y, más importante aún, van a expresar su acuerdo o desacuerdo con
esos criterios utilizando el mismo vocabulario técnico que Cicerón acuñara en su momento, y es que, escribe
ALBERTE GONZÁLEZ [1992: 3], Cicerón se yergue: "como lumen eloquentiæ a la par que autoridad de crítica
literaria".
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20. Se hace eco ALBERTE [1992: 12] de que los estoicos, con su profundo desprecio por la forma estilística, consiguieron que sus seguidores
consideraran una indignidad valerse de la Retórica, incluso para defenderse por sí mismos de una acusación: "En definitiva, aquella actitud estoica
consistente en anteponer la res a los verba parecía encarnarse en los grandes padres de la patria romanos, tal como se desprende de la información
transmitida por los historiadores. Esa imagen del rechazo de la oratoria como medio de persuasión es la misma que Cicerón nos ofrece de
determinados prohombres romanos vinculados al estoicismo quienes, según aquél, habían preferido la condena al uso de la elocuencia persuasiva (de
orat. 1,228-229). Así pues, en esta oposición entre militar y orador, tal como se nos presenta entre los historiadores romanos, el primero aparece
como el hombre virtuoso mientras el segundo como el embaucador. No creemos, por tanto, suscribible la opinión de G.Kennedy cuando señala el
poco interés de los romanos por la palabra frente al interés de los griegos. Nosotros creemos que en todas estas manifestacines transmitidas por
escritores posteriores se esconde el espíritu estoico que tan bien se avenía a la razón de estado."
21. En la escuela estoica se considera que el conocimiento de las cosas (notitia rerum) es el que engendra sabiduría (sapientia) y, claro está, al sabio
(vir sapiens, que luego es calificado también de bonus, fortis, iustus, por ser sabio). De aquí se desprende que todo lo que sea enseñar (docere) es
aprobable, como reprobable todo lo que sea deleitar (delectare) o convencer por medio de la manipulación emocional (movere). De esta manera,
movere y delectare se oponen a la sapientia y, en puro paralelismo, el vulgo ignorante, que debe ser manipulado, al sabio, que debe ser convencido
con razones. Precisamente por eso, la retórica es un engaño, algo que se aparta de la virtud, y el orador será un cobarde, un taimado, un engañador,
una persona totalmente opuesta al hombre de acción, que desprecia la retórica, es valeroso, directo en su expresión y sincero.
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RETÓRICA LATINA
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TEMA 5
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