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ANÁLISIS
JEAN-BOSCO B. BOTSHO *
Las sociedades africanas:
diversidad y dinamismo.
El caso del Zaire durante la
guerra fría (1965-1990)
l discurso sobre el África negra es, muchas veces, monolítico y pesimista.
En efecto, muchos análisis relativos a esta parte del mundo se parecen a
las encuestas sobre «el estado del mal» en algunos países africanos, mal
que se extiende enseguida, por generalización automática, al conjunto del
continente. Es a través de este enfoque negativo y global, cuyo maniqueísmo es
evidente, que son aprehendidas las elites políticas y las masas del continente negro.
En lo que se refiere al análisis social, las africanas y los africanos son, muy a
menudo, presentados como personas carentes de historia propia, dedicados a las
«prácticas de supervivencia» y sorprendentemente resignados ante la opresión
inflingida por sus dictadores.
E
En las líneas siguientes, nos gustaría mostrar que existe un «África plural» (David,
1992: 58) en el seno de la cual se pueden detectar elementos de diversidad y signos
incontestables de esperanza. Para hacerlo, tomaremos como único testimonio la
sociedad de la República del Zaire de la guerra fría, concretamente entre 1965, el
año del golpe de estado del general, después mariscal, Mobutu, y 1990, cuando
éste, tras 25 años de dictadura, decidió «otorgar» (Mpundo, 1992: 7-8) la democracia a su pueblo.
Por «sociedad zaireña» entendemos de manera restrictiva aquello que Kankwenda Mbaya llama «clase media» (profesiones liberales, cuadros de las pequeñas y
medianas empresas, cuadros del sector público y privado) y «clase dominada»
(funcionarios, empleados, obreros, trabajadores independientes del sector informal,
parados, las masas rurales y campesinas). Excluimos así lo que el mismo autor
califica de «clase dominante» (burguesía política, burguesía de negocios) (Mbaya,
1996: 110-112). Las expresiones africanas indicadas en el presente artículo están en
lingala, una de las lenguas nacionales del Zaire y lengua franca de su capital,
Kinshasa.
* Jean-Bosco B. Botsho, Universitat Autònoma de Barcelona.
71
análisis
Después de haber indicado el vínculo que une la lógica de la guerra fría, la
implacabilidad de la dictadura del general Mobutu y el gran declive socioeconómico de los zaireños en el periodo 1965-1990, veremos cómo, durante esos años,
los habitantes del Zaire han reaccionado a la opresión y la indigencia de la que
eran víctimas. Nuestro análisis se terminará con la indicación de algunos progresos
que se observan en el seno de la sociedad estudiada en la época que nos interesa.
■ Guerra fría, dictadura y miseria: una lógica unitaria
La actual República Democrática del Congo, llamada Zaire entre 1971 y 1997,
independiente desde 1960, conoció un golpe de Estado en 1965, gracias al cual el
general Mobutu se instaló en el poder. A causa del clima de enfrentamiento propio
de la guerra fría, durante muchos años los occidentales apoyaron eficazmente a
Mobutu antes de comenzar a abandonarlo, a partir de 1990 (Pourtier, 1997: 6). En
1997, una rebelión orquestada por los Estados Unidos (Kabunda, 1997: 61) forzó al
mariscal Mobutu a abandonar el poder.
Aparte de su función original, compartida con el resto de países del África negra,
de reserva de materias primas a buen precio, la guerra fría le valió al Zaire un segundo papel de naturaleza más trascendental. En efecto, a causa de sus riquezas y
de su posición geográfica, el Congo se convirtió en pieza central del conflicto militar e ideológico Este-Oeste. El antiguo territorio del rey Leopoldo II se convirtió así,
tanto para los estrategas y los políticos del bloque soviético como para los del campo occidental, en «uno de los escenarios más importantes de la guerra fría» (Braeckman, 1994: 259), una plaza fuerte, un tablero predilecto que, a cualquier precio,
hacía falta conquistar, guardar y estabilizar con la ayuda de un poder fuerte, fuera
extranjero o autóctono.
El Congo independiente fue atrapado por Occidente, que desde 1960 encontró en
Mobutu al hombre providencial para velar por sus intereses en el África austral
(Monnier, 1988) y controlar el Congo, arquetipo del patio trasero occidental en
África. Hasta el fin de la guerra fría, este papel del Zaire como santuario africano de
Occidente confiado a la guardia de Mobutu constituyó para éste un capital muy
apreciado para los fines de su proyecto dictatorial (Ndikumana, Boyce, 1998: 211).
En efecto, el espantapájaros del comunismo y el alarmismo de la dicotomía «yo o el
caos» (Numengi, 1995; Kabunda, 1997: 57) fueron los argumentos que el jefe de
Estado del Zaire presentaba a la opinión pública nacional y sobre todo occidental
para justificar la violencia de la represión que ejercía contra cualquier oposición a su
régimen y el enrolamiento de toda la sociedad zaireña, según las propias palabras de
Mobutu y de su camarilla, «olinga, olinga te», es decir, «por su propia voluntad o a
la fuerza», en el Movimiento Popular de la Revolución (MPR), partido Estado.
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El lugar especial atribuido por el bloque capitalista al Zaire y a Mobutu se
manifiesta de forma todavía más incuestionable cuando se tiene en cuenta el hecho
de que, gracias a las numerosas intervenciones financieras de las instituciones de
Bretton Woods (Mbaya, 1996: 108; Fairhead, 1992: 18; Ndikumana, Boyce, 1998:
212), los occidentales apoyaron el régimen de Mobutu sabiendo que el dinero
abundante prestado al Zaire no servía al desarrollo del país ni, todavía menos, a la
reducción de la pobreza de sus poblaciones. Al contrario, alimentaba una
gigantesca corrupción (Dungia, 1992) y una evasión monetaria de una amplitud
inaudita (Ndikumana, Boyce, 1998: 196) que culminarán en la transformación del
Estado del Zaire en una «cleptocracia» inédita (Ndikumana, Boyce, 1998: 208) en
la cima de la cual reinaba en persona el jefe del Estado: Mobutu.
Este pillaje de fondos públicos permitido por el sistema Mobutu con la complicidad de Occidente acarreó para la sociedad zaireña una «clochardisation», cuya
gravedad es destacada especialmente por los hechos siguientes: según el Banco
Mundial, entre 1965 y 1990, la renta por habitante del Zaire ha disminuido una
media del 2,2% anual; según las estimaciones de las Naciones Unidas, durante los
años 1980, el 70% de la población zaireña vivía en la pobreza absoluta
(Ndikumana, Boyce, 1998: 195). En otros términos, bajo el régimen de Mobutu, el
Zaire encarnó en África el paradigma de la paradoja de una población muy
miserable que habitaba un país calificado de «escándalo geológico» (Numengi,
1995; Limagne, 1984: 7)
■ La sociedad zaireña frente a la dictadura
¿Cómo reaccionó la sociedad zaireña frente a la dictadura mobutista durante los
años 1965-90? La respuesta a esta cuestión sería incompleta si no se mencionaran
también las reacciones de las iglesias oficiales –católica, protestante y kimbanguista– frente al sistema Mobutu. Conviene distinguir entre la actitud de estas
iglesias y la de las masas frente al autoritarismo del general Mobutu.
De manera esquemática, se podría decir que la relación que existía, durante la
época estudiada, entre las masas zaireñas y el poder político estaba caracterizada
por dos actitudes contradictorias: la derrota y la resistencia. La derrota tomó dos formas esenciales. Se trataba, en primer lugar, de una sumisión fatalista a la arbitrariedad del poder dual, en muchos casos, y del consuelo que ofrecía la esperanza en
la venida de un mesías liberador «en el otro mundo».
Esta actitud de obediencia pasiva y de dilución de uno mismo en el misticismo
espiritual, muy a menudo creado y/o alimentado por las iglesias oficiales y sobre
todo las sectas (Kabunda, 1995: 28), tuvo numerosos adeptos en la sociedad zaireña.
73
análisis
En el seno de las masas, la derrota frente a la represión ejercida por el Estado
tomó igualmente la forma de una adhesión, total o parcial, oportunista o sincera,
definitiva o provisional, a la ideología mobutista. Esta adhesión particular se
manifestaba en muchos mediante la participación en los numerosos «grupos de
animación» encargados de cantar y danzar en honor del «Guía», Mobutu.
Pero estas dos actitudes de sumisión fatalista o activa, que no pueden ser reducidas a posiciones anquilosadas, no son las únicas relaciones que mantenían las
masas zaireñas con el régimen de Mobutu. En efecto, al mismo tiempo, una parte
considerable de la sociedad zaireña se unió a un movimiento de contestación y
resistencia pacífico frente al sistema dictatorial en vigor en el Zaire desde 1965. La
democracia en el Zaire ha contraído una gran deuda con respecto a los jóvenes
zaireños, en particular los estudiantes. Desde el golpe de Estado de 1965, los
estudiantes han destacado por su oposición al régimen de Mobutu. La infiltración
sistemática y poderosa de los agentes de los servicios de seguridad en el medio
universitario y el recurso a los asesinatos de estudiantes, como fue el caso, por
ejemplo, en el campus universitario de Lubumbashi en 1990 (Matala, 1992: 44;
Dungia, 1992, 50), constituyen entre muchos otros hechos, circunstancias que
subrayan la extrema audacia de la oposición estudiantil frente a la dictadura
mobutista.
Sobre la resistencia no armada, debe ser reconocida una mención especial a
Étienne Tshisekedi, antaño uno de los principales colaboradores de Mobutu, y a las
masas populares reunidas en la Unión por la Democracia y el Progreso Social
(UDPS), partido que Tshisekedi creó después de 1980, a pesar de que en el Zaire
estaba prohibida la existencia de otro partido que no fuera el MPR. Tras tomar
distancias respecto a Mobutu, Tshisekedi le dirigió en 1981, con otros doce
parlamentarios, una carta llena de coraje (Mpundu, 1992: 5). Desde 1980,
Tshisekedi fue el verdadero líder de la oposición no armada en el territorio nacional, a pesar de las numerosas exacciones a las fueron sometidas los miembros o
simpatizantes de su partido y él mismo (Kabunda, 1997: 67; Dungia, 1992: 207211).
Se pueden distinguir dos periodos históricos en las relaciones entre las iglesias
oficiales –católica, protestante y kimbanguista– y el Estado zaireño. La primera va
del año 1965 al fin de los años 60. Durante estos primeros años de régimen de
Mobutu había una perfecta identidad en la actitud de las iglesias respecto al Estado:
aprobaron el golpe de Estado militar de 1965. En cuanto a la iglesia católica, Leo
Goovaerts subraya: «Desde el comienzo de la llegada al poder del general Mobutu
(24 de noviembre de 1965) y en los primeros años del nuevo régimen, hubo un
apoyo explícito de la iglesia católica al régimen» (Goovaerts, 1975: 251). El
«anticomunismo primario» (Kabunda, 1997: 53) defendido por Mobutu y su prome-
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sa de permanecer en el poder «solamente durante cinco años» (Mpundu, 1992: 3)
podrían ser algunas de las razones que cabe evocar para explicar esta tolerancia
generalizada de las iglesias hacia Mobutu.
El periodo que se abrió a partir del comienzo de los años 1970 fue testigo en el
Zaire de una diferenciación muy clara entre las iglesias oficiales en cuanto a sus
actitudes frente al Estado. Esta fractura separó, de un lado, a la iglesia católica, y,
del otro, a las iglesias protestante y kimbanguista. En efecto, durante este segundo
periodo, estas dos últimas, quizás a causa de una mayor debilidad frente al poder
político (Kabongo-Mbaya, 1992), continuaron insistiendo, siguiendo las palabras
pronunciadas en 1975 por un obispo protestante, en «la exigencia de una colaboración permanente y de una comparación admirable entre el Evangelio de Jesucristo y
la ideología política del Estado zaireño» (Goovaerts, 1975: 272).
Por contra, la iglesia católica, encuadrada en la Conferencia Episcopal del Zaire,
entró en este segundo periodo en abierta rebelión contra el régimen. Los primeros
signos de este divorcio entre la iglesia católica y el Estado zaireño quedaron al
descubierto en 1971, cuando fue decidida la nacionalización de la Universidad
Católica de Lovaina, situada en Kinshasa (Goovaerts, 1975: 251). Si durante los
años 1970-1990, la iglesia católica no cesó, en sus numerosas declaraciones de la
Conferencia Episcopal, de llamar la atención de las autoridades políticas sobre la
necesidad de que se garantizara el respeto de los derechos de los ciudadanos
(Limagne, 1984: 9), se debe destacar que la querella entre la iglesia católica y el
poder alcanzó su paroxismo en 1972-74, esencialmente en torno a la política de
«autenticidad» y del estrambótico proyecto, concebido por la camarilla del jefe del
Estado, con la bendición de este último, de la creación en el Zaire de una religión
nacional que tuviera como mesías a Mobutu, por iglesia, el partido estado, y por
dogmas, los principios del mobutismo (Goovaerts, 1975). La resistencia de la iglesia
católica en esta época fue encarnada por numerosos obispos, entre los que
conviene mencionar la figura carismática de monseñor Malula, arzobispo cardenal
de Kinshasa, quien, en el punto culminante de la crisis, en 1972, fue obligado a
dejar el país. Se exilió en Roma durante algún tiempo (Limagne, 1984: 10).
¿Cómo ha reaccionado la sociedad zaireña frente a la degradación de sus condiciones durante la época aquí estudiada? La pauperización generalizada que ha
caracterizado el Zaire durante los años 1965-1990 engendró diversas reacciones.
Nos quedaremos con cuatro: la marcha, la expansión del sector informal, el
misticismo y la inversión de los valores.
La marcha tuvo en el Zaire dos formas distintas durante los años 1965-1990. De
un lado, el éxodo rural, es decir, la deserción del campo de algunos de sus habitantes para ir a vivir a la ciudad concebida desde la colonización (Balegamire, 1990:
75
análisis
78; Kalambay, 1987: 159) como el único lugar capaz de ofrecer un bienestar
socioeconómico y cultural difícil de encontrar en el medio rural. Por el otro lado, la
emigración, es decir, la marcha en dirección, sobre todo, hacia los «países del
norte», con prioridad América del Norte (Estados Unidos y Canadá) y Europa Occidental.
El éxodo rural, presente en el Zaire pero a un nivel más bajo puesto que estaba
controlado durante el periodo colonial, se incrementó tras la independencia. El
ejemplo más elocuente de este crecimiento lo ofrece la capital del Zaire, Kinshasa,
que antes de la independencia de 1960, según las últimas estimaciones, fijaba la
población en 400.000 habitantes (Trefon, 2000: 83) mientras que en 1987 alcanzaba los 3 millones de habitantes (Kalambay, 1987: 161).
Pero las cifras y los hechos que acabamos de mencionar, aunque sean verdaderos, pueden inducirnos a un error al hacernos creer en la existencia de un fenómeno irreversible de éxodo rural de características idénticas para todos aquellos que
han emprendido la aventura. En primer lugar, en la época aquí estudiada –como
hoy en día–, el éxodo rural no ha sido un fenómeno general, es decir, un fenómeno
que hubiera afectado al conjunto de la población rural del Zaire. De ninguna
manera. En efecto, se podría por ejemplo destacar que en 1965 la población urbana
del Zaire representaba el 26% (The World Bank, 1988: 268); lo que significa que en
1965, el 74% de la población zaireña era rural. Para el periodo 1980-85, la tasa
media anual de urbanización del Zaire se elevaba al 27,9% (The World Bank,
1995: 379). Esto significa que entre 1980-85 (cinco años antes del fin del periodo
aquí analizado), la población rural de Zaire representaba en media aún el 72,1% de
la población del país.
El éxodo rural no fue durante los años que estudiamos un fenómeno irreversible,
lineal. En efecto, a la atracción por la ciudad le puede suceder la «desilusión» en la
ciudad (Kalambay, 1987). Esto puede provocar un descenso del nivel del éxodo
rural e incluso dar lugar a un fenómeno de «desurbanización», que se manifiesta,
en una de sus formas, en el retorno al campo (Trefon, 2000: 83). Esta inversión de
la tendencia en el éxodo rural puede ser observado en el Zaire en la época que nos
interesa mediante algunas cifras. Por ejemplo, la tasa de urbanización del Zaire era
en 1975 del 32% (The World Bank, 988: 268). En los años 1980-85, acabamos de
ver que la media anual de la tasa de urbanización del Zaire se elevaba al 27,9%.
Con respecto a Kinshasa, se constata que su tasa de progresión demográfica anual,
el 9,4% entre 1958 y 1970, está en baja desde este último año y habría sido
estimada en el 4,1% en el año 2000. Trefon explica este «desencantamiento» con
respecto a Kinshasa, especialmente por el agravamiento de la crisis político-económica, cuya consecuencia más evidente es el aumento de las dificultades (transporte,
alimentación, estudios) de la vida cotidiana en la ciudad (Trefon, 2000: 83).
76
Las diferencias entre aquellos que, en dichos años, abandonaron el campo por la
ciudad se manifiestan de muchas maneras, en especial en sus motivaciones y su
destino final. Las motivaciones inmediatas de aquellos que partieron no fueron
idénticas. Por ejemplo, una encuesta efectuada en los años 1980 a las personas que
habitaban la ciudad de Kisangani, capital de la región de Alto Zaire, distingue tres
tipos de motivaciones para explicar el viaje a la ciudad. Para los hombres, se
trataba de encontrar empleo. Para las mujeres, reunirse con los miembros de la
familia constituía la razón de su viaje. Para los jóvenes que habían terminado la
escuela primaria, la partida se justificaba por la necesidad de proseguir los estudios
ya que las escuelas secundarias estaban concentradas en la ciudad (Balegamire,
1990: 79).
En cuanto al destino final, se constata que algunos ex habitantes del campo se
integraron perfectamente en la ciudad, al precio de muchos esfuerzos, entre los
menos incontestables el aprendizaje de la lengua hablada en la ciudad, la adopción
de nuevas formas de vivir, etc. Otros ex «rurales» conocieron un fracaso patente en
la ciudad. Se trataba, por ejemplo, de los estudiantes que fueron apartados de los
circuitos escolares a causa del sistema de «selección drástica» (Balegamire, 1990:
79) que la enseñanza zaireña había heredado del colonizador belga. Muchos
fueron obligados a implicarse en estrategias diversas, tales como la delincuencia o
la práctica, en calidad de policía paralela, de la extorsión de los apacibles ciudadanos, mediante las brigadas de la Juventud del Movimiento Popular de la Revolución (JMPR) (Kalambay, 1987: 161).
Pero el marasmo económico del Zaire desde mediados de los años 70, una
consecuencia de una gestión insensata (zairización, radicalización, retrocesión,
etc.) (Matala, 1992: 44; Marysse et alii, 1995: 81), provocó una gran desbandada.
Esta se apoderó también de las ciudades, incluso de la capital, Kinshasa, antaño
«Kin, la bella», nombrada enseguida «Kin, la basura». Desde entonces, para
muchos zaireños, el fin de la estancia en el prototipo del «infierno africano» (Lututala, 1997: 340), Zaire, sólo podía hacerse realidad por una vía: la emigración hacia
los países del Norte. Al igual que el éxodo rural no fue una aventura intentada por
toda la población rural del Zaire, la emigración será, a causa del endurecimiento
progresivo de las condiciones, sobre todo de entrada y de residencia en los países
del Norte, la estrategia adoptada por los jóvenes y aquellos que disponían de
bastantes recursos financieros para poderse pagar al menos el billete de avión.
Entre aquellos que han podido ir durante los años 1965-1990 «na nboka ya
mindele» («al país de los blancos»), la heterogeneidad de los comportamientos, de
las motivaciones y de la cultura es evidente. Podría, solamente como ilustración,
distinguir dos grupos principales de emigrantes: los estudiantes y los no estudiantes.
Los estudiantes son los que llegaron a Occidente primero, antes de los años de
77
análisis
Mobutu. En su caso, se trataba de una emigración de estudios que, al término de
éstos, desembocaba en un regreso al país. Es solamente bajo el efecto del agravamiento de la crisis política y económica en el Zaire que los estudiantes fueron
forzados a una emigración en la que se establecían en el país, lo que lograban mediante la eternización de los estudios y la obligación, como los no estudiantes, de
«kobeta libanga» («picar las piedras»), es decir, hacer «trabajillos» sin ninguna
relación con su nivel de formación intelectual. (Lututala, 1997: 342).
Los años del agravamiento de la crisis en el Zaire, especialmente en el fin de los
años 70, vieron la llegada masiva en los países del Norte de una nueva categoría de
zaireños: los no estudiantes. Al contrario que los primeros emigrantes, los estudiantes, los nuevos venidos practicaban, desde su llegada, un nuevo tipo de emigración:
la emigración para establecerse. Deseaban instalarse en Occidente. Para este
segundo grupo de emigrantes, «kobwaka nzoto» («tirar el cuerpo»), es decir, solicitar el estatuto de refugiado político era la vía principal para la obtención del establecimiento soñado. (Lututala, 1997: 341; Gondola, 1999: 16).
Los dos grupos de emigrantes «veían» los países del Norte, sobre todo Europa, a
través de prismas bien diferentes. Para los estudiantes, Europa representaba esencialmente un lugar privilegiado para adquirir una sólida formación intelectual. Para
los otros, cuyos modelos eran «bana mai» («los niños del agua»), «bana ngenge»
(«los niños de la animación»), «kokende na Miguel» («ir a Miguel», sobrenombre de
Europa en el vocabulario de los jóvenes de Kinshasa), «kokende na mpoto» («ir a
Europa») significaba meter el pie en el Eldorado capitalista, en el Edén terrestre en
el que el dinero corre en abundancia para todos.
Estas diferentes estrategias e «imaginarios» sólo podían originar salidas diferentes.
Los éxitos académicos han podido abrir la puerta a un empleo adecuado, sobre
todo en la enseñanza, a unos cuantos universitarios zaireños en Occidente. Aquellos universitarios que no han tenido suerte han debido regresar al país o continuar
de «kobeta libanga» en Occidente. Muchos zaireños cayeron, igualmente, en la
delincuencia (estafa, tráfico de documentos, uso de papeles falsos, robo, etc.) (Lututala, 1997: 343).
Como en otros lugares de África (Boyabé, 199: 172; Lachaud, 1995: 280; Hugon,
1996: 14-15), la generalización de la pobreza y los límites del sector público han
representado para muchos zaireños sin recursos sendas razones para ejercer actividades en el sector informal, especialmente para aumentar sus ingresos. Para la presentación del recurso al sector informal en el Zaire como estrategia de lucha contra
la miseria, clasificaremos esquemáticamente las actividades de este sector en dos
subsectores: económico y no económico.
78
La importancia de las actividades económicas informales en el Zaire en los años
que analizamos podría ser estimada gracias a la comparación del empleo en los
sectores formal e informal. Un censo del Instituto Nacional de Estadística del Zaire
(INS) revela que, en 1984, el sector informal económico aseguraba en Kinshasa el
53,6% del empleo en lo concerniente a las actividades económicas. Para todo el
país, esta cifra alcanzaba el 60%. Es necesario remarcar el hecho de que para la
manufactura, la construcción, el comercio y el transporte/comunicación, el censo
del INS revelaba que el empleo asegurado por el sector informal en relación con la
totalidad del empleo del sector económico en estas ramas estaba estimado, respectivamente, en el 70,3%, el 74,2%, el 92,5% y el 62,3% (Marysse et alii, 1995: 8283). Siempre en el sector informal, conviene subrayar el papel desempeñado
especialmente en el interior del país, como por ejemplo en Shaba (actual Katanga)
(Grundfest, 985: 36), por las cooperativas agrícolas campesinas, que en su mayoría
estaban financiadas y sostenidas por las iglesias oficiales.
En el subsector no económico, es necesario destacar el recurso a lo informal, en
especial en el campo de la educación. Así, en la época aquí estudiada, como
ocurre todavía hoy, fueron a menudo los familiares y las iglesias quienes, al margen
de toda intervención de la autoridad política, tomaron la iniciativa de crear escuelas, asegurar su gestión y pagar a los maestros en Kinshasa y en las ciudades y localidades de otras regiones del país (Balegmare, 1990: 79; Limagne, 1984: 9).
Pero el sector informal no debe ser visto solo como una estrategia con efectos
positivos (Kabunda, 1995: 30-31). Es necesario destacar el hecho de que el sector
informal ha sido igualmente utilizado en el Zaire por diversas personas, más las ricas
que las pobres, para el reciclaje, en especial, de los frutos de la corrupción y el
contrabando de materias preciosas (Marysse et alii, 1995 «Análisis empírico» 61-70).
El crecimiento del sector informal ha provocado, igualmente, el naufragio del servicio
público a causa de la necesidad que tenían los funcionarios de combinar su empleo
oficial con uno o más empleos oficiosos, con la finalidad de sobrevivir o enriquecerse. Una práctica que ha acabado por engendrar el absentismo de los funcionarios.
Este fenómeno era conocido en Kinshasa como «abimismo», palabra formada a partir
del verbo lingala «kobima» («salir») y del sufijo francés «ismo». El «abimismo» era el
funcionario de quien se decía siempre: «Abimi» («ha salido»). Todos, incluso el
superior jerárquico, sabían que esta «salida» estaba motivada por la necesidad
urgente de dedicarse a ocupaciones más lucrativas que el salario oficial...
■ El misticismo
Según mi criterio, en el transcurso de los años que hemos pasado revista, el
misticismo, como reacción a la miseria, tomó en el Zaire de Mobutu dos expresio-
79
análisis
nes diferentes. Hubo, en primer lugar, un misticismo de modalidad espiritual. En
efecto, se produjo durante los años de Mobutu una verdadera explosión de la
evasión en el mirífico religioso. La oferta de este nirvana fue, en un primer
momento, únicamente asegurada por dos grupos de actores: las iglesias cristianas
oficiales –católica, protestante y kimbanguista– y las sectas cristianas de carácter
negroafricano. En un segundo tiempo, sobre todo a partir del fin de los años 1970,
es decir, en el momento del agravamiento de la crisis socioeconómica, a los dos
grupos de actores ya indicados, se unió un tercero: las iglesias o sectas del cristianismo fundamentalista, en particular las iglesias evangélicas. Es este último grupo
de actores quien llevó a su paroxismo el misticismo espiritual en el cual se baña
todavía en nuestros día la República Democrática del Congo. Pero en descargo de
estas sectas es necesario notar que, como para el resto del continente africano
(Mbokolo, 1993: 9), han constituido, y continúan constituyendo, uno de los
fenómenos importantes de la sociedad zaireña. En efecto, estas sectas han representado lugares de práctica de una vida de solidaridad y fraternidad de proximidad
muchas veces inexistente en el seno de las iglesias oficiales y más que nunca
necesaria en periodo de crisis económica.
Pero el misticismo en el Zaire como manera de afrontar la miseria no se quedó en
lo espiritual. Conoció, tanto entre los ricos como entre los pobres, una vertiente
materialista que consistía en el fetichismo de la exhibición de los regalos «made in
Occident». Entre los zaireños pobres, los fieles más fervientes de esta religión en el
horizonte puramente terrestre fueron, sin lugar a dudas, los jóvenes conocidos bajo
el nombre de «sapeurs», miembros de la «Sape». Para estos jóvenes, presentes en
Congo-Brazzaville y en el Zaire, la elegancia fue el terreno sobre el que convenía
ofrecer la consolación de una competición mítica, onírica con los ricos y el hombre
blanco (Gondola, 1999).
Es este mismo culto del exhibicionismo materialista que abogaban, y todavía
abogan, «Bana Lunda» («los niños de Lunda»), jóvenes zaireños que se libraron a la
búsqueda y al tráfico de diamantes en la frontera de Angola y del Zaire en el país
Lunda. Estos jóvenes adoran mostrar que tienen mucho dinero, puesto que según la
confesión de uno de ellos: «necesitas dinero para ser tomado en cuenta a los ojos
de Dios, porque Dios sólo reconoce a los ricos». (De Boeck, 1998: 793).
Para enfrentarse a la pobreza, en los años estudiados aquí, muchos zaireños
sucumbieron a una nueva ética situada en las antípodas de la moral heredada de la
tradición africana o del cristianismo. Sobrevivir, ser un poco menos pobre o enriquecerse muy rápido fueron motivos tan absolutos que en la conciencia de muchos fue impensable que una persona dotada de sentido común pudiera poner
escrúpulos o una barrera moral a la necesidad de escapar de la miseria. Entre las
clases pobres, es la aparición de esta ética de la supervivencia o el enriquecimiento
80
inmediato en lugar de la moral tradicional lo que elevó la corrupción de los pequeños funcionarios al rango de estructura fundamental en su relación con los administrados.
Pero esta inversión de valores, expresada por la corrupción en el seno de la
sociedad de los pobres, debería situarse en el contexto general de los «años de
Mobutu». En primer lugar, hemos notado que una gigantesca corrupción reinaba en
el Zaire en las altas esferas del poder. Las masas sólo imitaron el ejemplo de los
pudientes. Por otro lado, en lo que concierne a los pequeños funcionarios, la
degradación de sus condiciones de vida, debida al carácter irrisorio de sus salarios,
constituyó uno de los factores que explicaban su recurso a la corrupción. Para
ilustrar la pérdida de poder de compra de los funcionarios, se podrían señalar los
datos relativos a la remuneración de los maestros. En 1987, un maestro en posesión
de un diploma de graduado (tres años de estudios universitarios), ganaba un salario
de 2.723 zaires. Un estudio afirmaba que en 1987, teniendo en cuenta la inflación
y la devaluación monetaria, un maestro graduado debería recibir 20.950 zaires en
lugar de los 2.723 zaires (Balegamire, 1990: 81).
■ Nuevas dinámicas
Durante los años que hemos pasado revista, la dictadura y la miseria habían
invadido la sociedad zaireña que respondía mediante la historicidad limpia,
variada, muy contradictoria, de la que hemos trazado la trama. Estas reacciones de
la sociedad zaireña y su propia creatividad han dado luz a nuevas dinámicas,
Analizaremos aquí solamente dos: la expansión de la cultura intelectual y la eclosión de la sociedad civil zaireña.
La expansión de la cultura intelectural en el Zaire tuvo dos bases principales: el
aumento en cifras absolutas, a causa del crecimiento demográfico, de los efectivos
de los escolarizados y el incremento del nivel de formación escolar de un número
importante de zaireños formados en el exterior y en el país (Mbaya, 1996: 103).
Para tener solamente una idea de este último fenómeno, se podría, por ejemplo,
destacar que en 1965, entre la población de entre 5 y 19 años, los niños escolarizados (primer y segundo grado) representaban el 40% de dicha población (Unesco, 1970: 71). En 1980, en la población de entre 6 y 17 años, los niños escolarizados (primer y segundo grado) representaban el 67% de dicha población (Unesco,
1990: 3-34).
A causa de fenómenos tales como la devaluación del diploma como instrumento
de promoción social, la reducción del presupuesto del Estado para la enseñanza
–que, por ejemplo, de 1975 a 1988 pasó del 27% al 6,4% de los gastos ordinarios
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del Gobierno (Unesco, 1990: 4-9)– y la pobreza de las familias, se ha manifestado
en el periodo estudiado, sobre todo en los años 80, una regresión de la frecuentación escolar. No obstante, no se pueden minimizar los esfuerzos para la instrucción
escolar hechos por las masas zaireñas tratándose de un país que en el momento de
la independencia sólo tenía 13 universitarios (Balegamire, 1990: 78). Como en
otros países africanos, se debe prestar atención a los progresos, todavía frágiles pero
reales, realizados en materia de escolarización de las niñas. (Hesseling, Locoh,
1999: 82).
Sería difícil negar que una sociedad civil moderna ha nacido en el Zaire durante
los años estudiados. Esta se manifiesta, sobre todo, por dos registros principales. En
primer lugar, en razón de la miseria y la represión, el universo zaireño se ha llenado
de asociaciones, de «círculos culturales», de «asociaciones de amistad», de ONG,
de «grupos de plegaria», de grupos de «likelemba» (tontina). Estas creaciones
denotaban la existencia de una solidaridad colectiva que trasciende las religiones,
las etnias, las edades e incluso las clases.
A continuación, la crisis y una mayor instrucción de la niñas han contribuido,
sobre todo en las ciudades, a una cierta tendencia a una revisión de las relaciones
tradicionales entre la mujer y el hombre y a la búsqueda de la igualdad entre los dos
sexos. Esto se ha manifestado especialmente en una mayor inserción del hombre en
el sector informal, su obligación de colaborar un poco más en las tareas domésticas
y la aparición de otras fórmulas además de la institución del matrimonio.
■ Conclusión
El Zaire de Mobutu ha sido presentado aquí como una referencia empírica de la
multiplicidad de los rostros y el dinamismo de las sociedades africanas. En efecto,
numerosos trazos atribuidos a la sociedad zaireña podían ser detectados durante los
años analizados –como pueden ser percibidos hoy– en el seno de la sociedad de
otros países del continente en un grado de intensidad que podía ser igual, menor o
mayor. Durante los años en cuestión, frente a la dictadura mobutista y la miseria, la
sociedad del antiguo Congo belga tuvo reacciones de las que hemos subrayado la
diversidad. Más aún, estas reacciones y la creatividad propia de la sociedad han
engendrado, en algunos sectores precisos, dinámicas positivas incontestables.
Queda por ver si en el futuro la sociedad de la República Democrática del Congo
sabrá madurar los frutos engendrados durante los combates llevados a cabo en el
periodo 1965-1990.
Traducción del francés: Antoni Castel
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