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Postítulo en Metodologías de Investigación Social
La medición en Ciencias Sociales: representación empírica de conceptos abstractos.
Material de trabajo preparado por Héctor Mora Nawrath
La medición en Ciencias Sociales: representación
empírica de conceptos abstractos.
Héctor Mora Nawrath
Fundamentos teórico-epistemológicos de la cuantificación
Existe un debate en ciencias sociales que se ha extendido demasiado tiempo; es el debate
sobre la supuesta contraposición paradigmática entre “métodos cuantitativos” y “métodos
cualitativos” (Alvira, 1983; Cook y Reichardt, 1986; Ibáñez, 1992; Conde, 1994b;
Hammersley y Atkinson, 1994; Ortí, 1994; Bryman, 1997; Bericta, 1998; Olson, 1998; Philip,
1998). Para algunos, el fundamento de esta discusión se sitúa en la historia, particularmente en
la contraposición entre las distintas formas de conocer o aproximarse a la realidad: platonismo
y aristotelismo, racionalismo cartesiano y el empirismo baconiano, positivismo comteano y el
historicismo diltheyano o explicativismo durkheimniano e interpretativismo weberiano; para
otros, en diferentes niveles argumentativos que sostiene la dicotomía: axiológico, ontológico,
gnoseológico, epistemológico y técnico-procedimental1.
1
Una interesante aproximación a esta problemática puede ser encontrada en la ponencia colectiva del equipo de
investigadores y becarios de la UBA y UNLP “Producción y reproducción de sentidos en torno a lo cualitativo y
lo
cuantiativo
en
la
sociología”,
disponible
en
www.catedras.fsoc.uba.ar/salvia/programa/produccion_y_repreduccion.doc (consultado en abril de 2007).
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El debate, no atingente a desarrollar aquí, ha conducido a generar una distorsión
conceptual -entre lo que se entiende por paradigma, método, metodología y técnica-2, respecto
de la cual la medición no ha estado exenta. El pensamiento dicotómico ha situado la medición
como antinomia de la interpretación, reduciendo su alcance a la asignación de magnitudes para
dar cuenta de objetos, y argumentando la imposibilidad de medir fenómenos socioculturales,
o dar cuenta de esta realidad.
Como sostiene Alvira (1983), lo cualitativo y cuantitativo depende de nuestra elección
del simbolismo para representar la información; la transformación de cantidad en cualidad o
viceversa, es un proceso lógico o semántico, no una cuestión ontológica. La metodología
cuantitativa, y que a veces se asocia o confunde erróneamente con el positivismo, involucra el
conjunto de procedimientos lógicos y operativos que nos llevan a lograr, de manera creativa,
la contrastación empírica de conceptos cuyas propiedades, atributos o dimensiones son
representadas numéricamente (simbolismo-codificación). En último término, se rescata la idea
de metodología que expresa Michael Polanyi (1958), para quien “... el científico procede en
modo metódico... pero su método es como las máximas de un arte que aplica de manera
original a sus problemas... muy similar a una creación artística... pero no es un arte como la
escultura y la pintura, en las cuales uno es libre de obtener cualquier cosa del material crudo.
Es un arte como la arquitectura, en la cual se puede mostrar creatividad trabajando con
materiales crudos caracterizados por limitadas propiedades ingenieriles…”
2
Sobre esta discusión se encuentra el ya clásico trabajo de T.D Cook y CH. Reichardt “Hacia la superación del
enfrentamiento entre los métodos cualitativos y cuantitativos”, publicado en 1982 por Sage publications. Una
visión más actualizada puede encontrarse en Eduardo Bericat (1998), cuyas referencias están contenidas en la
bibliografía de esta tesis.
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Si nos referimos a la acepción básica de medición, podríamos señalar que consiste en
establecer distinciones o diferenciaciones nominativas, con base en las propiedades lógicas de
equivalencia, entre atributos o expresiones de una variable (dicotómica o politómica) o
concepto. De hecho, a este nivel denominado nominal Stevens (esto en 1951) se le atribuye un
carácter cualitativo (Cea D’Ancona, 1998), y constituye la forma más simple de medición.
Poder distinguir entre blanco y negro, entre masculino o femenino o entre la adscripción a
tendencias o instituciones religiosas o políticas, implica que la cualificación se establezca a
través de un código numérico asignado arbitrariamente, el cual representa la distinción entre
los atributos de la variable o concepto (nombra y diferencia). Lo anterior no implica renunciar
de antemano a la interpretación y al acto de producción que está en la base del establecimiento
de las distinciones atingentes para dar cuenta del concepto o variable. El verdadero sentido de
la nominación –y otras formas escalares de medición- no se reduce al código numérico, sino a
enfatizar en lo que éste representa en la variable y frente a otras variables o conceptos que
consideramos en la investigación. Es decir, “el número” carece de sentido si no somos capaces
de interpretarlo, de asignarle un significado, de constituirlo en un dato –de asignarle el sentido
en el marco o desarrollo de una teoría-.
El mayor contrasentido es que los propios investigadores que critican los denominados
“métodos cuantitativos” caen en el fetichismo del número, es decir, establecen su crítica
pensando que lo único relevante del proceso de medición radica en el propio número. En esta
línea, existe concordancia con lo que plantea Barriga (2006), para quien el número es un
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símbolo que requiere ser interpretado, y por tanto, la matemática es una forma de lenguaje –el
establecimiento de un orden- con sus limitaciones, como cualquier otra. De este modo, la
estadística y su producción, debe ser considerada en función de su potencial heurístico, y no
como un pleonasmo de la realidad. Pero si concordamos que el número requiere ser
interpretado –no tiene sentido en si mismo-, se plantea una problemática de fondo: la
“producción” del número como representación del concepto, es decir, el problema de la
medición.
Como ya es constante en nuestra tradición, el problema de la medición y las diversas
perspectivas acerca de la medida pueden remontarse a la tradición griega, y particularmente a
los planteamientos sostenidos por el idealismo platónico y el racionalismo –o materialismoaristotélico. Como señala Nunnally, “En la historia del pensamiento filosófico ha habido
siempre una tendencia a dividir los fenómenos psicológico en “físicos” y mentales”… [Lo que
se conoce como] dualismo psicofísico” (1970:20). Frente a la perspectiva kantiana, que
plantea la imposibilidad de conocer los fenómenos psicológicos, y la posterior puesta en
marcha del platonismo axiomático, los desarrollos estadísticos de Galton y Pearson terminan
por consolidar la posibilidad de estudio de algunos fenómenos psicológicos, debido a su
factibilidad de observación en la realidad3. Como plantea Nunnally (1970), el problema del
dualismo psicofísico pude superarse si consideramos que la finalidad de la ciencia es
comprobar afirmaciones acerca del mundo fáctico, y aun cuando el fenómeno pueda ser
inteligible, su estudio debe provenir de hechos observados por todos. Al planteamiento de
3
Sobre este punto, se puede consular la reseña histórica que efectúa Nunnally en el capitulo 2 de la obra citada
(referencias en bibliografía).
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Nunnally se puede sumar el siguiente argumento: es a través de la intersubjetividad que
atribuimos el carácter de realidad a un acontecimiento social, y dicha intersubjetividad
proviene del “dato sensible” y del acuerdo o consenso entre los actores de un grupo sobre lo
que es referido.
Esto se conecta directamente con el principio de validez –triangular información para
obtener un dato-, pero también con el principio de transparencia que debe operar en ciencias.
El principio de transparencia postula que se deben describir claramente los supuestos y
procedimientos técnico-metodológicos involucrados en el conocer, de manera que el trabajo
científico y los hallazgos obtenidos puedan ser examinados por otros investigadores, y ser
utilizados para el desarrollo de perspectivas teóricas que posibiliten la producción de
conocimiento. Es innegable el hecho que muchos de los fenómenos socioculturales –si no
todos- están mediados por proceso mentales racionales que emergen de la interacción social y
con el medio físico, pero como plantea este autor, se debe precisar la “... clase específica de
enunciados psicológicos y ver si satisfacen los requisitos de la investigación científica.”
(Nunnally, 1970:21).
Si entrar en profundizaciones acerca de si la realidad existe fuera de la conciencia del
observador, si la posibilidad de conocer radica en la experiencia o en la percepción, o por el
contrario, si el conocer se remite a la intermediación de modelos que desentrañen el complejo
de las operaciones mentales que estructuran nuestro pensamiento de manera inconciente,
debemos señalar que ninguna de ellas es posible si no se expresa a través de la verbalización o
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la acción. La medición, por tanto, radica en dicho supuesto, lo que no elude los problemas
derivados de la aprehensión de la información por parte de la ciencia. Remitiéndome
nuevamente a Nunnally (1970), los sentimientos, sensaciones y emociones subjetivas no son
susceptibles de ser observadas por otros, por tanto no medibles. Pero en tanto un actor
exterioriza su subjetividad a través de un juicio, una preferencia o habla de una experiencia,
dicho acto satisface el requisito de investigación, y por tanto de medición, porque hace posible
que otro sujeto efectué alguna distinción respecto de lo que observa o escucha.
El concepto de medición en Ciencias Sociales
El concepto de medición ha vivido un proceso de redefinición desde las concepciones
más clásicas, proceso que deriva de la necesidad de su aplicación en el campo de las Ciencias
Sociales, y particularmente de la sociología
y psicología4. Su acepción más clásica, de
orientación psicofísica, deriva de la propuesta de Campbell5, quien la define como la relación
isomórfica que se establece entre las propiedades de un objeto y su representación a través de
cantidades o magnitudes (Muñiz, 1998)6. Stevens, en un notable aporte a la teoría de la
4
Al respecto, Muñiz (1998) reconoce tres perspectiva presentes en la medición psicológica: la de orientación
psicofísica y de actitudes –ambas concebidas como escalamiento de estímulo- y la de escalamiento de sujetos o
test.
5
Campbell establecía una distinción entre medición fundamental y medición derivada. La primera dependía de
las leyes que relacionan las cantidades del constructo, donde los números pueden asignarse de acuerdo con leyes
naturales para de esta manera representar sus propiedades (ejemplo la longitud, la resistencia, el volumen, etc.) La
medición derivada se obtiene indirectamente, mediante una relación con medidas extensivas que se define a partir
de mediciones fundamentales (un ejemplo es el de la densidad, la cual se obtiene de una relación entre peso y
volumen). Para este autor, en psicología, y por tanto respecto de fenómenos sociales, es imposible efectuar
mediciones de tipo fundamental ya que se carece de operaciones empíricas que se vinculen con magnitudes.
6
Como señala este autor, “La aproximación de Campbell al problema de la medición era ciertamente restrictiva y
tomada al pie de la letra dejaría fuera incluso muchas de las mediciones físicas, por lo cual ya fue criticada por el
propio Bertrand Russell...” (1998:15).
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medición y su aplicación a los fenómenos sociales, discute la concepción naturalista de
Campbell -buscar números que representen la cantidad de magnitud presente en un objetopara sostener que lo fundamental en este campo radica en la unicidad de la representación, es
decir, determinar una estructura que defina la invariabilidad de la escala. Medir consistiría en
asignar números a objetos según cierta regla, donde los números asignados no dan cuenta de
cantidades sino de relaciones.
Los aportes de este autor amplían el concepto clásico de medición; la asignación de
números debe conducirse a través de ciertas reglas (diferenciación escalar o nivel de
medición), lo que hace posible medir variables que no poseen relación directa con cantidades
o magnitudes –como las nominales y ordinales-, donde los números sólo representan distintas
propiedades de las variables o conceptos (nominal, ordinal, de intervalos y razón). De aquí se
desprende que la asignación numérica no sea del todo arbitraria, estableciendo la restricción en
la medición con base en las posibilidades de representar las relaciones entre las propiedades
reales de la variable (cumplimiento de las reglas). Reconociendo que la noción de reglas de
asignación de Stevens, resulta un aporte en Ciencias Sociales, toda vez que admite la medición
de variables cualitativas (nominales y ordinales), establece serias restricciones a las
operaciones de medición que tienen lugar en psicometría –como es el caso del escalamiento de
Likert-, en las cuales la numeración ordinal de categorías es representación explícita de
magnitud y distancia (escalas ordinales para Stevens), aproximación que por lo demás, es
ampliamente aceptada en el campo de la psicología.
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Si bien la propuesta de Stevens resulta un avance en lo que se refiere a la teoría de la
medición, aporte que además sirvió de base a la “teoría representacional de la medición”
(Jáñez, 1989; Asún, 2006)7, no ha estado exenta de críticas. Como plantea Muñiz (1998),
ambos autores –Campbell y Steven-, con énfasis distintos8, tratan la relación entre los sistemas
empíricos y formales como axiomática, y por tanto, el isomorfismo y los axiomas matemáticos
deben estar presente para llevar a cabo la medición, tornándose en un perspectiva idealista.
Tomando como base los argumentos expuestos, surge un nuevo concepto de medición,
el propuesto por Carmines y Zeller (en Cea D’Acona, 1998). Para ellos el problema central de
la medición radica en que la gran mayoría de los fenómenos estudiados en Ciencias Sociales
no son susceptibles de observación directa, debido a su alto grado de abstracción, como es el
caso de la variable actitud hacia el medio ambiente o de racionalidad ambiental. Este
postulado lleva a concebir la medición como “el proceso de vincular conceptos abstractos con
indicadores empíricos”, el cual se realiza mediante un plan explícito y organizado para
clasificar (y frecuentemente cuantificar) los datos disponibles (los indicadores), en términos
del concepto que el investigador tiene en mente. En este proceso, el instrumento de medición o
de recolección de datos juega un papel central, pues sin él no hay observaciones clasificadas.
La definición sugerida incluye dos consideraciones:
1. La primera nos remite a la dimensión empírica, estableciendo que el centro de atención
es la respuesta observable, sea esta una alternativa de respuesta observable en un
7
La teoría representacional sostiene que los símbolos asignados a los objetos deben representar las relaciones
percibidas entre los atributos de los objetos, si lo que se pretende es que dicha asignación constituya una
medición.
8
Para Campbell eran imperativas las relaciones empíricas, y para Stevens las propiedades de la escala.
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cuestionario, una conducta grabada vía observación o una respuesta dada a un
entrevistador;
2. La segunda, de carácter teórico, se refiere a que el interés se sitúa en el concepto
subyacente no observable, que es representado por la respuesta a nivel empírico.
Así, los registros del instrumento de medición representan valores observables de
conceptos abstractos. Un instrumento de medición adecuado, es aquel que registra datos
observados que representan verdaderamente los conceptos o las variables que el investigador
tiene en mente. Resulta clave para la medición tanto la operacionalización conceptual, para
llegar a definir los indicadores empíricos, como la aplicación del instrumento en la población,
para establecer si la referencia del indicador se condice con la establecida a través del
concepto. En definitiva, para estos autores es importante la relación entre indicador
fundamentado desde la teoría y el concepto no observable o latente; una medición valida y
fiable alcanza la correspondencia entre estas dos dimensiones.
A lo anterior, es posible añadir un comentario que se desprende del posicionamiento
epistemológico asumido. En el marco de la medición, el número tiene una función simbólica,
y enfatizo la palabra símbolo y no me refiero a signo, con el objetivo de plantear que la
asignación del número involucra acción interpretativa y no necesariamente la representación
natural de las propiedades del objeto-concepto –univoca-. Esto nos lleva a concebir la
medición como una acción selectiva que involucra distinguir teóricamente los rasgos
característicos que pueden describir un concepto, y a desarrollar un proceso en pro de
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identificar la forma de representación numérica de éste. Lo anterior sugiere que la llamada
operacionalización es clave a la hora de medir, es decir, al establecer la conexión entre
conceptos abstractos y sus propiedades a través de indicadores empíricos de tipo numérico
(Blalock, 1970; Latiesa, 1994).
Si bien la perspectiva a desarrollar en el marco de esta tesis se vincula a la enunciada
por Carmines y Zeller –es más bien clásica respecto a la medición-, se deben reconocer otros
avances al respecto. En este sentido, y como una derivación de las teorías axiomáticas de la
medición, ha tenido lugar el desarrollo del enfoque representacional. Este enfoque se
caracteriza por reconocer el rol que juega la teoría en la medición, donde medir se vincula a la
construcción de un modelo de alguna realidad existente en el mundo –relación entre sistema
relacional empírico y sistema relacional formal-. Si el modelo es numérico, entonces la
representación se denomina medición, y su complejidad se traduce a la modelización en la que
el sistema relacional formal se compone de números, y que se refiere a la representación
adecuada de la realidad a través de números mediante una aplicación u homomorfismo
(Muñiz, 1998). Aun cuando esta aproximación posee una gran aceptación, sus influencias en
la psicología aplicada no han tenido un efecto significativo. Como plantea Asún (2006), la
crítica a los problemas que genera la teoría representacional propugna un retorno a la teoría
clásica del test (TCT).
A modo de comentario final del acápite, es necesario señalar que un aspecto
fundamental para el establecimiento de cualquier medición se remite al cumplimiento de los
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requisitos de validez y fiabilidad, esto en tanto dichas pruebas contribuyen a garantizar el
control de los errores de medición. Lo anterior, como ya se ha advertido, surge del hecho que
la gran mayoría de las mediciones en Ciencias Sociales son indirectas (Blalock, 1970), lo que
obedece al alto grado de abstracción que presentan los conceptos-variables con los que
trabajamos. Si por definición aceptamos que no existen mediciones perfectas -todas poseen un
margen de error-, la tarea del investigador se remite a determinar cuan grande es el error
contenido en las mediciones que realiza (Latiesa, 1994)9. Esto nos remite a la necesidad de
controlar los factores transitorios o errores aleatorios (fiabilidad) y factores estables o errores
sistemáticos (validez), contenidos tanto en los instrumentos de recolección de información,
como en la observación del fenómeno y en la selección de la muestra.
La operacionalización de conceptos
Se puede definir como operacionalización conceptual, el proceso a través del cual se lleva a
cabo la definición, delimitación e identificación de las dimensiones de un concepto, esto, con
el objetivo de representar sus propiedades a través de indicadores empíricos; guarda relación
directa con la medición, si consideramos como tal la definición propuesta por Carmines y
Zeller (1979). Como plantea Lazarsfeld (1971), uno de los pioneros en el desarrollo de una
metodología en la medición sociológica, para dar cuenta de variables capaces de medir objetos
complejos, hay que seguir un proceso tipificado que permite expresar dichos conceptos en
términos de índices empíricos, y comprende cuatro fases principales: a) la representación
9
Una breve, pero precisa aproximación a las fuentes de error puede encontrarse en el texto de esta autora (ver
referencias en bibliografía).
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literaria del concepto, b) la especificación de las dimensiones, c) la elección de los indicadores
observables, y d) la síntesis de los indicadores o elaboración de índices.
Figura N°1: Síntesis del proceso metodológico definido por Lazarsfeld.
Lo que está en el trasfondo de la propuesta de Lazarsfeld es la nominación y
operacionalización que debe expresarse a nivel definicional (Cea D’Ancona, 1998). Para esta
autora, la definición nominal o teórica se la que se asigna a un concepto, pero carece de las
precisiones necesarias que requiere para ser medido. Un concepto se refiere a una idea que
vincula diferentes fenómenos bajo una misma etiqueta, o a un símbolo lingüístico que
categoriza fenómenos derivados de reflexiones teóricas con diferentes niveles o grados de
abstracción –manifiestos o simples y latentes o complejos-. Por otro lado, la definición
operacional refiere a como se medirá la ocurrencia de un concepto determinado en una
situación concreta, en la cual debe detallarse el contenido del concepto a medir, vinculando los
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constructos teóricos con los procedimientos operacionales reflejados en los indicadores. En
este sentido, los indicadores constituyen propiedades manifiestas que se encuentran
empíricamente relacionadas con las dimensiones de un concepto.
Como afirma Cea D’Ancona (1998), la definición nominal y operativa debe partir de
las siguientes consideraciones:
a) Una correspondencia entre los indicadores y el concepto a medir; esto es, la selección
y combinación de indicadores debe lograr representar las propiedades latentes del
concepto bajo condiciones de validez y fiabilidad.
b) Los indicadores pueden materializarse de distintas formas, lo que depende de la técnica
de recolección de información seleccionada por el analista.
c) Debe asumirse un margen de incertidumbre en el proceso de operacionalización, ya
que la relación entre los indicadores y la variable latente o concepto siempre será
supuesta, esto en términos de probabilidad de la aproximación.
A lo anterior, caben además ciertas precisiones que aporta González (1994:279): la
primera indica que es imposible agotar un concepto por muchas dimensiones que puedan
tenerse en cuenta; la segunda, considerar que demasiadas dimensiones dificultan el análisis,
por lo cual hay que identificar las más relevantes; la tercera, que una vez seleccionado los
indicadores, se debe reanalizar el concepto, para así determinar si las medidas obtenidas a
través de los indicadores reflejan los hechos observados.
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Efectuadas estas observaciones generales, pasaremos a definir cada uno de los pasos en
el proceso de operacionalización.
Concepto, dimensiones e indicadores
El primer paso es aprehender la realidad a partir de la delimitación fenoménica (distinción), lo
que se efectúa a través de un concepto de carácter teórico. Si la noción se caracteriza por ser
una idea o conocimiento general sobre algo -no sistemática-, el concepto nos remite a la
etiquetación del fenómeno –objeto, acontecimiento- y a su definición precisa. Como plantea
Lazarsfeld (1971), después de observar una serie de fenómenos dispares, se intenta descubrir
en ellos un rasgo característico fundamental, explicando así las regularidades constatadas, lo
que desde el punto de vista procedimental se logra a través de la exploración bibliográfica. Los
conceptos, en este contexto, serían abstracciones o construcciones que el científico produce10,
que dan cuenta de un hecho o fenómeno a representar (simbolismo lógico), el que se expresan
en un término concreto (simbolismo gramatical)11. Cuando el concepto se explora de manera
rigurosa en su contenido tenemos la definición; el
término o palabra constituye el
definiendum, mientras que la enumeración de ese contenido es el definiens. Desde un punto de
vista científico, no se pretende establecer “qué es” (definición esencial) sino analizar los
referentes indicativos de lo que se define (definición operacional).
10
Un concepto científico debe proceder de un acuerdo básico acerca de lo que se designa, estar definido con
precisión (el alcance en la investigación) y pertenecer a alguna teoría que oriente semánticamente su significado y
lo haga relevante.
11
Entre las funciones del concepto podemos señalar que este facilita la comunicación, suministra una base formal
para categorizar, ordena la percepción y norma la acción.
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En resumen, la primera fase de análisis conceptual se sitúa en el plano teórico, a partir
del cual definimos los términos en los que se concebirá el concepto, delimitando lo que
queremos conocer, delimitación siempre parcial (González, 1994). Un paso clave es hacer
explícitos sus componentes o dimensiones –otros conceptos o sub-variables-, las que son
deducidas analíticamente a partir del concepto general que las engloba, o empíricamente,
observando la estructura latente –factores- manifiesta en las intercorrelaciones, y que
contribuyen a una representación más precisa y/o específica de éste (Lazarsfeld, 1971,
González, 1994). Los conceptos y las dimensiones constituyen variables de investigación en
tanto propiedades o atributos simbólicos de las unidades de análisis (González, 1994), y su
calidad será evaluada no sólo a través del consenso que suscite en una comunidad de
investigadores, sino en su potencial empírico para dar cuenta de hipótesis y problemas de
investigación, y contribuir al entendimiento del fenómeno.
Posterior a la definición conceptual, y de hacer explícitas sus dimensiones, se da paso a
la fase de concreción de la operacionalización, la que tiene lugar a partir de la construcción de
los indicadores. Como señala Cea D’Ancona, “Los indicadores constituyen propiedades
esencialmente manifiestas, que supuestamente, se hallan empíricamente relacionadas con una
propiedad latente o no observable” (1998:137); deben poseer características como:
relacionarse con las dimensiones de las cuales son indicativas, ser expresiones numéricas o
cuantitativas de esas dimensiones y adecuarse al contexto de observación (González, 1994)12.
12
Para una tipología de indicadores, ver el capítulo de este autor “Medir en Ciencias Sociales”, cuyas referencias
se encuentran el la bibliografía.
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Para la selección de indicadores se hace necesario:
a) Una definición exhaustiva del concepto, desde distintas perspectivas, para llegar al
núcleo duro, es decir, a los rasgos más característicos y por tanto de consenso –de ahí
se exploran variaciones teóricas-.
b) Confeccionar una lista con un número considerable de indicadores posibles, los que
pueden ser discriminados en función de la exploración bibliográfica (consideraciones
en investigaciones empíricas) y del análisis de validez y fiabilidad.
c) Considerar indicadores ya validados en otras investigaciones, lo que además, favorece
a la contrastación de éstos a través de nuevas investigaciones.
González (1994) define dos fases para seleccionar los indicadores: las fases de
contrastación y la de ajuste entre concepto e indicadores. La primera fase consiste en observar
las regularidades del fenómeno en diferentes tiempos y lugares, a través de lo cual se
construye un boceto de éste, para posteriormente plantear un concepto, y volver a su
observación de modo de ir perfilando el concepto; la segunda, comprende la descomposición
del concepto en sus dimensiones, y una vez seleccionados los indicadores, se procederá a
establecer el contraste para constatar si los hechos observados contribuyen a su definición.
Esta última será seguida en este análisis.
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Figura N°2: Esquema fase 2 (Tomado de González, 1994)
La utilidad de los indicadores radica en que nos permiten la medición de los conceptos
-constitución de índices-, cuantificar sus dimensiones y someterlas a contrastación y/o
comparación con otras dimensiones o conceptos, pudiendo de este modo describir o explicar
un fenómeno. Por otro lado nos ayudan a perfilar los conceptos de investigación y contribuyen
a evaluar los resultados de una acción y derivar de estas algunas intervenciones en la realidad.
La validez de un indicador puede realizarse teórica o empíricamente; la validez teórica o de
contenido, nos indica en qué grado los indicadores de un concepto cubren todas las
dimensiones de éste -lo que nos lleva a la dependencia respecto a la definición inicial-, y la
validez empírica permite la exploración de la pertinencia de los indicadores a la luz de los
resultados obtenidos a través de su medición. Como ya se apuntó, la técnica de análisis
factorial es de gran utilidad para analizar las distintas dimensiones que componen un concepto,
logrando contribuir a la identificación de propiedades o variables latentes –factores-, donde en
cada factor quedan definidos los indicadores en relación al nivel de correlación alcanzado en
éste (este procedimiento se describe en el apartado siguiente).
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Esta presentación sintetiza los pasos que encarna el proceso de operacionalización,
donde los indicadores constituyen sólo mediciones parciales del concepto. Para dar cuenta de
este concepto único, es necesario generar una unidad de medida resumen o sintética que se
conoce como índice, cuya representación es de tipo numérica –número índice- (González,
1994; Padua, 1994), y concentra la totalidad de los indicadores que se suponen, miden o dan
cuenta del concepto (índice general)13.
Como consideración final, se debe señalar que la generación o utilización de índices no
se encuentra exento de problemas. Al respecto, González (1994) ha identificado tres
problemáticas características de investigaciones sociológicas y sus posibles soluciones:
a) La inclusión en un índice de indicadores que reaccionan de manera distinta entre si.
Frente a este problema la solución se prevé a través de la ponderación o asignación de
pesos diferenciados a los indicadores, de manera de disminuir los efectos diferenciado
que puede existir;
b) Las interrelaciones entre las dimensiones o de un conjunto de indicadores en distintas
dimensiones. Los requerimientos son que los indicadores sean “indicativos” tan sólo de
sus respectivas dimensiones14 o que un indicador se asocie tan solo a una dimensión.
Para esta problemática se plantea la necesidad de estudiar las correlaciones entre los
distintos indicadores, para inferir qué factores están asociados, o recurrir al análisis
factorial para reducir el número de ítems en pro de perfila mejor el concepto.
13
Sobre los distintos tipos de índice, véase Padua (1994) y González Blasco (1994), en bibliografía.
P ej. si son cuatro las dimensiones que miden el concepto, y cada una tiene dos indicadores, cada dimensión
constaría tan solo de dos indicadores de manera exclusiva.
14
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c) El número de ítems que deben ser considerados en su elaboración. Al respecto, el autor
remite a la intercambiabilidad de los ítems, pospuesta efectuada por Lazarsfeld. Como
siempre un índice se construye a partir de un número limitado de ítems o indicadores
dentro de un conjunto mayor, tales ítems deben poseer un rasgo fundamental, que su
correlación con variables exteriores debe mantenerse estable cualquiera sea la muestra
de ítems escogida.
A lo anterior debemos indicar tres aspectos complementarios, de manera de generar
índices no erróneos: a) el errores de formulación, que implica no prever los problemas
anteriormente enunciados; b) errores de unidad de medida, donde los indicadores no son
estandarizados de manera de generar el número índice; c) factores de error de aplicación, de
muestreo o de no respuestas.
En síntesis, un buen índice debiese reunir las siguientes características (González,
1994):
a) Validez y exactitud: que el índice refleje lo que dice que mide. Por ello deberá ser
único –un número positivo o negativo-, tener límites definidos de variabilidad –
gradiente establecida teóricamente-, estar referido y constituido sólo por los
indicadores que lo conforman, reflejar la variabilidad posible en los límites
establecidos, y que sus indicadores sean medidos en la misma escala.
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b) Estabilidad: implica que no sea sensible a alteraciones pequeñas de los indicadores con
el paso del tiempo, pero sí a cambios más significativos, lo que se evalúa aplicando el
mismo índice en diferentes momentos en el tiempo.
c) Potencia: que tenga la capacidad de aportar información sobre el concepto que mide, y
su grado de normalización para permitir comparabilidad.
d) Reproductibilidad: cualidad de representar el concepto que mide, pudiéndose
reconstruir el proceso a partir de la comprensión del propio índice.
En definitiva, el concepto de medición no corresponde a una construcción unívoca si
examinamos su desarrollo en Ciencias Sociales. Es posible constatar que conforme emergen
distintos enfoques teóricos, varían los tipos de procedimientos técnicos necesarios para hacerla
efectiva, así como los límites que puede alcanzar (Gómez e Hidalgo, 2003). Pero, aun cuando
existen distintos matices, es acuerdo entre los distintos investigadores que la medición de un
fenómeno o concepto debe someterse a análisis para dar cuenta de su pertinencia, por lo cual
los requerimientos de fiabilidad como validez aparecen como consideraciones transversales a
cualquier perspectiva particular.
De estos diversos enfoques disponibles, el desarrollado en esta investigación
corresponde a la aplicación de los procedimientos que han tenido lugar en el marco de la
denominada Teoría Clásica del Test (TCT). Por otro lado, se reconoce explícitamente que
desde los primeros planteamientos de Sperman, en el marco de la TCT, han surgido otras
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perspectiva tales como la Teoría de Respuesta al Ítem (IRT) y la Teoría de la
Generalizabilidad (GT).
Aun cuando en este trabajo se incorporaron los lineamientos más clásicos (TCT), se han
incluido contribuciones posteriores (década de los ’50 y ’60) que han derivado de la inclusión
de la validez de constructo a través de la exploración de la estructura factorial por medio del
análisis factorial (AF), como un requisito complementario a la fiabilidad. Esta incorporación
hace posible evaluar la pertinencia de las mediciones, y determinar si el conjunto de ítems
mide o representa apropiadamente el concepto (Alvira, 1983; Latiesa, 1994; Cea D’Ancona,
1998, Morales et. al. 2003). Trascendiendo las críticas a esta perspectiva, Muñiz (1998) hace
hincapié en que las vías clásicas siguen siendo efectivas15.
Más allá de esta aclaración, es también necesario hacer patente el hecho que cualquier
investigación social, sea orientada a la cuantificación o a la cualificación, requiere
procedimientos que garanticen la “veracidad” de sus procedimientos y resultados; sea
dependencia, credibilidad y transferencia para la investigación cualitativa, o fiabilidad, validez
interna y externa para los cuantitativos.
Por tanto, al ser esta una investigación que se enmarca en la perspectiva metodológica
cuantitativa, exige que la escala o instrumento propuesto cumpla con los requerimientos
propios de la operacionalización conceptual; que garanticen que se “mide lo que se dice que se
15
Para una revisión a las críticas a la TCT y los desarrollos recientes en psicometría, se puede consultar el
artículo de Gómez e Hidalgo (2003) referido en la bibliografía.
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mide” y que pueda ser reproducido en otras investigaciones debido a que da cuenta del
fenómeno investigado. Estos requerimientos corresponden a un conjunto de procedimientos
estandarizados orientados a garantizar la calidad de una investigación, y que pueden ser
definidos bajo el rótulo de pruebas de validez y fiabilidad (Latiesa, 1994; Cea D’Ancona,
1998; Prat y Doval, 2003; Morales, et. al. 2003; Hernández, et al. 2006). El objetivo
tradicional de estas pruebas se orienta a la selección de aquellos ítems que resultan ser válidos
y fiables16.
Al respecto, en las últimas décadas ha cobrado fuerza la aproximación exploratoria de
ítems o indicadores, la que pone mayor énfasis a las propiedades de la escala que emergen de
la información recabada (respuestas obtenidas tras administrar la escala), y que tiene efecto a
la hora de estimar la retención o eliminación de algún ítem17. Este es un procedimiento
analítico-interpretativo que contrasta con la vía deductiva18, la cual supone un acercamiento
sustentado en la coherencia conceptual –teórica- alcanzada (variable, dimensiones e
indicadores) respecto al fenómeno a medir, lo que se fundamenta en la exhaustiva revisión
bibliográfica que el investigador ha realizado y la adecuada operacionalización del concepto
según las dimensiones identificadas.
16
De allí la recomendación que cada escala deba contener entre dos a tres veces la cantidad de ítem que se desea
retener.
17
Según Prat y Doval (2003), los resultados obtenidos no solo dependen de las características de los ítems sino
también de la muestra. Por ello recomiendan poner en práctica el diseño de validación cruzada, con el objeto de
controla el efecto de la muestra.
18
Esta demás advertir que en último término el cuestionario siempre contiene conceptos teóricos (variables)
operacionalizados, pero lo que dista al respecto, es el peso que atribuimos a las derivaciones teóricas frente a los
datos a la hora de conservar un ítems o a considera la emergencia de nuevas variables o dimensiones (las que se
encontraban latentes).
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En esta investigación se ha optado por proceder mediante una estrategia mixta,
tomando decisiones en base a tres aspectos que resultan de la consideración conjunta de
pruebas de fiabilidad y validez, tal y como indican los avances en esta materia (Muñiz,
1998)19.
1) La importancia teórica atribuida a cada ítem, o sea, el valor interpretativo que el
investigador le atribuye.
2) La coherencia conceptual que el constructo exhibe a nivel empírico, y que se expresa a
través de la vinculación entre un ítem con el conjunto de otros ítems que deberían dar
cuenta del concepto.
3) La emergencia de nuevas dimensiones expresadas por una fuerte correlación entre un
conjunto de ítem, es decir, nuevas variables detectadas en el análisis de la información
recabada.
Como ya hemos advertido, debemos tener claro que este conjunto de procedimientos
matemático-estadísticos no representan la realidad social, sino conforman una fuente de
información sobre la cual el investigador puede tomar decisiones acerca del instrumento –y los
ítems o indicadores- que pretende poner en relación con los sujetos de estudio. En este sentido,
la selección no se debe considerar como un proceso mecánico y lineal, en el cual, tras cumplir
con las pruebas necesarias, se quitan o conservan ítems porque así lo indican unos números
(ver figura N°3). Este debe ser entendido como un procedimiento iterativo e interpretativo,
19
“Que las mediciones sean fiables es una condición necesaria, pero no suficiente para que sean válidas. Se
puede estar midiendo con gran precisión algo que no tiene ninguna capacidad explicativa o predictiva. No en
vano los grandes debates acerca de la utilidad de los tests, las escalas y otras mediciones psicológicas y
educativas se centran generalmente en torno al problema de su validez” (Muñiz, 1998:13).
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donde cada opción debe tomarse conforme al análisis que se desprende de la puesta en
relación de las distintas pruebas -lo que debe ser correctamente descrito-, y cada número –
representación- interpretado a la luz de los referentes que el investigador posee y a la
pertinencia que expresa para la construcción del objeto de estudio.
Figura N°3: Ruta seguida para la determinación de la validez y fiabilidad
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