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COMUNICACIÓN Y DIVERSIDAD CULTURAL: ¿UNA CONTRADICCIÓN DE TÉRMINOS? Resumen En Occidente, con la Postmodernidad, las identidades culturales ya no se configuran a partir de la comunicación directa interpersonal donde la familia y la comunidad que habitaba en el entorno geográfico próximo jugaban un papel determinante en la transmisión de costumbres y valores. Ahora las nuevas identidades se crean a través de la comunicación mediada, a través de los medios de comunicación masivos, sobre todo la televisión, que transmite costumbres y valores a un abanico muy amplio de individuos dispersos geográficamente. Los modelos sociales a imitar que propone son coetáneos y de muy diversa procedencia geográfica. La identidad cultural de los grupos sociales se configura a partir de su consumo mediático y cultural, que apenas si varía de uno a otros y cuando lo hace es, casi exclusivamente, en función de la edad del grupo, o en todo caso, con la llegada de la televisión de pago, de su nivel cultural. Se produce así una inevitable homogeneización de la cultura. Esto no es de extrañar, ni es un efecto perverso de la comunicación unilateral mediada, sino que es y ha sido siempre así en todas las culturas que de una forma u otra han entrado en contacto con otras. Evidentemente la procedencia de los distintos valores que se transmiten no está repartida equitativamente entre las diferentes culturas que entran en contacto, siendo los usos, costumbres y valores de las culturas económica y políticamente hegemónicas los que mayoritariamente se incorporan, como ya lo fue en la era premediática. Es pues una contradicción de términos hablar de comunicación y diversidad cultural: o se facilita la comunicación entre culturas diferentes y se desemboca en la homogeneidad cultural, o se preserva la diversidad cultural a costa de la incomunicación con otros valores, usos y costumbres diferentes. Ahora bien ¿qué cultura es más rica y diversa? ¿la que no acepta influencias externas, se considera superior y autosuficiente y se aferra a los valores y tradiciones del pasado? ¿o aquella más abierta y porosa a unas influencias y otras que evoluciona adaptándose a los cambios de su entorno?. Centremos el tema: el problema no es el de la dominación de una cultura sobre otra, ni el de la pérdida de los orígenes, -a no ser que lo único que nos preocupe sea el aspecto económico y consideremos que siendo el mercado cultural, un mercado como cualquier otro, los estados o culturas tengan pleno derecho a quererlo proteger y potenciar-, el verdadero problema es la ausencia de debate en torno al valor, político, moral, ético de los valores de la cultura dominante. El cine norteamericano comercial no es malo ni por ser comercial ni por ser norteamericano, sino porque potencia una serie de valores y costumbres que tal vez no deseemos para nuestra sociedad futura. Hay que abrir el debate político e ideológico en torno a los valores que configuran nuestra cultura, pero no por ser fieles a nuestras raíces y preservar la herencia de nuestros ancestros, sino para luchar y defender el modelo de sociedad que queremos construir y compartir. COMMUNICATION AND CULTURAL DIVERSITY: A CONTRADICTION IN TERMS? Abstract: In Western countries, with Postmodernism, cultural identities are not formed anymore by direct personal communication, where family and the community who lived in the vicinity played a determining roll in the transmission of customs and values. Today the new identities emerge from the mediated communication, through the mass media, mainly through television, which transmits customs and values to a very large range of geographically distant individuals. The social models proposed for imitation are contemporary and from very diverse origins. The cultural identity of the different social groups is formed by their media and cultural consumption, that almost only varies in accordance of their age, or perhaps, after the introduction of subscription TV, in accordance of their cultural level. The outcome is an inevitable homogenization of culture. This is neither surprising nor a perverse effect of the one-way mediated communication, it has always been like that whenever two cultures got into contact. Obviously the values, uses, and customs that are transmitted do not come in equal proportion from the different cultures, being those coming from the politically and economically dominant cultures more frequently adopted, the same as it was in the premediatic era. It is then a contradiction in terms to speak about communication and cultural diversity: either we facilitate communication between cultures and we end up with cultural homogenization, or we preserve the cultural diversity at the cost of avoiding or limiting the communication with other values and customs. But, which culture is richer and more diverse? The one that does not accept the external influences, and believes that it is superior and self-sufficient and clings to its past values and traditions? Or that one that is more open and permeable to different influences and evolves adapting itself to the changes in its environment? Let's get to the point: the problem is neither the domination of one culture over the other, nor the loss of the origins, -unless our worries are purely economical, and we consider the cultural market like any other market, which gives us the right to protect and to promote it -, the real problem is the absence of any debate about the political, ideological and moral value of the customs and social values of the dominant culture. The American commercial films are not bad because of being North-American or commercial, but because of projecting a series of values and customs that we may not want for our future society. The political and ideological debate about the values and customs of our culture must be reopened, but not with the purpose of remaining faithful to our roots or to preserve the legacy of our ancestors, but in order to decide the model of society we want to construct and share. 1 COMUNICACIÓN Y CULTURA 1.1 La cultura: términos marcados y no marcados Podríamos considerar, desde la teoría de la comunicación, que una de las posibles acepciones del término “cultura” refiere a un conjunto de valores, normas, usos y costumbres compartidos por un “grupo” de personas. Los individuos tienen una tendencia casi natural a imitarse unos a otros. A través de este aprendizaje se configura su identidad cultural y se lleva a cabo el proceso de socialización del individuo. La pertenencia al grupo y la identidad cultural son indisociables. Por tanto toda cultura se construye necesariamente en procesos históricos como resultado del contacto, intercambio y comunicación entre sus miembros, lo que además explica que uno de sus elementos determinantes sea precisamente la lengua. Pero no todos los valores, usos y costumbres de los individuos que conforman dicho grupo se constituyen en elementos configurantes de la cultura común, sino tan sólo aquellos valores comunes marcados. Éstos son normativos: su adhesión o rechazo por parte de los individuos es motivo de inclusión o exclusión del grupo, y conforman su identidad cultural, aunque ello no impide que existan otros valores comunes no marcados, así como otros no compartidos, que son optativos y no atañen al núcleo fuerte de la identidad colectiva. Ahora bien, ¿de qué depende que ciertos elementos comunes sean marcados o no marcados? Pues, tal y como planteaba Saussure a propósito del significado de todo signo, éste se constituye a partir de un sistema de oposiciones, es decir gracias a la comunicación, confrontación e intercambio con otra u otras culturas diferentes. Se convertirán en rasgos marcados aquellos que siendo comunes a los miembros del grupo sean a su vez diferentes con respecto a la cultura con la cual se compara y opone. Fruto de la confrontación e interacción con culturas diferentes se configuran y reconfiguran las identidades culturales a lo largo de la historia, que en principio y a partir de dinámicas complejas podrían evolucionar en cualquier sentido: bien imitando los valores ajenos o aferrándose a sus diferencias. Digamos de momento, simplemente, que el sentimiento de pertenencia al grupo y su consiguiente rechazo de los valores ajenos, suele ser mucho más fuerte en aquellos grupos sociales que teniendo entre ellos muchos valores compartidos, se han visto obligados a convivir con culturas ajenas, que en aquellos grupos sociales que han elegido libremente entrar en contacto, interactuar y comunicarse con otras culturas. Se distinguen así las identidades fuertes, de las débiles. 1.2 La cultura como resultado de la comunicación e intercambio La cultura que cohesiona al grupo es siempre una construcción social, fruto de la comunicación e intercambio entre sus miembros, pero habrá que analizar cómo se produce y qué la motiva. La Historia y la teoría de la comunicación pueden aportarnos en este sentido, algunas aproximaciones útiles. Veamos en primer lugar cuales han sido las vías y formas de comunicación entre los individuos y los distintos grupos sociales a lo largo de la historia, y en qué medida han determinado su identidad cultural o su relación con otras culturas. 1.3 La cultura y las formas de comunicación e intercambio Simplificando, podríamos distinguir tres grandes etapas en función de los medios y formas de comunicación e intercambio al alcance de los individuos y grupos sociales, que nos pueden explicar el origen y la procedencia de las identidades culturales, así como su evolución. En la era preindustrial los grupos sociales y las identidades culturales se configuraban a través de la comunicación directa interpersonal, a través de la familia y la comunidad que habitaba en el entorno geográfico próximo, por lo que los valores y modelos a imitar procedían del pasado transmitidos a través de la familia. La capacidad de innovación discursiva y simbólica era muy limitada y cuando ésta se producía provenía de la comunidad que habitaba en las proximidades. De ahí que el término cultura se articule tanto en torno a la lengua, vehículo de comunicación, heredada y compartida, como en torno a la tradición y la historia, y que el concepto de pueblo, como identidad cultural, implique territorialidad. Esto no implica que no hubiera comunicación e intercambio con otras culturas y grupos sociales alejados y distintos, sino que ese contacto e intercambio era o bien tan esporádico e infrecuente que no llegaba a dejar una impronta duradera, y entonces el vínculo social y cultural se fortalecía con más costumbres y valores marcados, o bien implicaba un contacto duradero con el asentamiento de pueblos extranjeros que acababa conformando una nueva identidad cultural fruto de la mezcla y contaminación, casi siempre desequilibrada, entre ambas culturas. En la segunda etapa, con la industrialización, se desarrollan los medios de transporte y aumenta la comunicación e intercambio de bienes materiales y simbólicos entre los distintos pueblos sin que implique un desplazamiento definitivo y permanente de los grupos sociales. La cultura adquiere una nueva funcionalidad e incluye el aprendizaje de toda una serie de conocimientos y destrezas útiles para tener éxito en el funcionamiento de los nuevos modelos económicos. Por ello los recién constituidos Estados Nación se afanan para conformar todo un entramado institucional y simbólico que dé sentido a un nueva articulación social que exige mayor coordinación, mayor dimensión, y mayor especialización. La instrucción pública en el ámbito de los valores, los usos y las prácticas, el Racionalismo y el movimiento Romántico (como elementos de innovación discursiva) en la esfera de lo afectivo y lo emocional, van sustituyendo a la familia, la religión y a la tradición como ejes de transmisión cultural. Lamo de Espinosa subraya que quizás la característica más relevante es que el particularismo grupal se rompe. La ciencia aumenta la productividad, ésta el excedente y éste último la producción para el mercado en un círculo virtuosamente retroalimentado. Las pequeñas unidades sociales auto-suficientes (las culturas”) comienzan a establecer vínculos entre sí, tanto directos como indirectos, constituyendo una red de relaciones cada vez más compleja y generando “sociedades” doblemente abiertas a su entorno (Lamo de Espinosa , 1996: 111-112) En la tercera etapa, con los medios de comunicación de masas y posteriormente con las TIC, se reconfiguran los flujos de información y la procedencia de los modelos a imitar. Las identidades culturales ya no se configuran sólo a partir de la comunicación directa interpersonal sino principalmente a través de la comunicación mediada, a través de los medios de comunicación masivos, sobre todo la televisión y el cine, que transmite costumbres y valores a un abanico muy amplio de individuos dispersos geográficamente. Los modelos sociales a imitar que propone son coetáneos y de muy diversa procedencia geográfica. La identidad cultural de los grupos sociales se configura a partir de su consumo mediático y cultural, que apenas si varía de uno a otros y cuando lo hace es, casi exclusivamente, en función de la edad del grupo, o en todo caso, con la llegada de la televisión de pago, de su nivel cultural. Se produce así una inevitable homogeneización de la cultura que se acompaña de una personalización o identidad individual que se articula sobre la diferencia. En una primera fase se produce una creciente homogeneización en el mundo occidental para seguidamente, sobre esa misma homogeneidad configurar una realidad donde por funcionalidades económicas, pero también psicosociales, la diferenciación y la personalización viene a ser un factor determinante en la conformación de las identidades. Se dibuja así un escenario donde la identidades se multiplican, se superponen, se fertilizan con cruces diversos e incluso se administran por los individuos en función de tiempos, momentos y contextos. La identidad pasa de un atributo ontológico que define la naturaleza del individuo, a ser como un traje que se puede poner o quitar en función de la intencionalidad de la representación individual. La virtualización de la realidad (Castells, 1997) que posibilita las TIC incluso permite que aquellos atributos más marcados de la identidad (sexo, raza, lengua, edad, procedencia geográfica...) puedan ser escamoteados en las relaciones interpersonales 1.4 La cultura y el mercado Ahora bien, ¿qué mueve y motiva, tanto ayer como hoy, a los individuos a comunicarse unos con otros y configurar una identidad cultural, o a las distintas culturas a entrar en contacto unas con otras? Pues no precisamente una desinteresada curiosidad antropológica o una desaforado ansía de saber y comprender a la alteridad, sino la necesidad de mejorar sus condiciones de vida individuales y colectivas, sea colaborando e intercambiando bienes para economizar esfuerzos, o usurpándolos. En consonancia con las tesis de Jameson, advertimos que la sociedad, la política, la cultura, y el mercado están intrínsecamente relacionados pero no siempre en la misma relación jerárquica. Durante la etapa preindustrial las culturas están definidas geográficamente por dos motivos: porque la principal fuente de riqueza es la propiedad de la tierra y porque debido al escaso desarrollo de los medios de transporte las distancias geográficas se convierten en barreras infranqueables para el intercambio cultural y de bienes. En esta primera etapa los distintos grupos sociales luchan por la propiedad de la tierra, se invaden territorios, se coloniza o se expolian las riquezas ajenas, etc., y la fuerza de los ejércitos determina cual es la cultura económicamente dominante. Con la industrialización la riqueza de los pueblos ya no depende de la propiedad de la tierra sino de la fuerza del trabajo, por lo que los trabajadores de los países industrializados conquistan derechos históricos. Se afianzan los Estados-nación que impone derechos y obligaciones a sus ciudadanos-trabajadores. La producción de bienes se concentra y multiplica, y se desarrolla el mercado (como intercambio voluntario de bienes) gracias a los nuevos medios de transporte que permiten una mejor distribución de las mercancías. La cultura, entendida tanto como comunicación y intercambio entre distintos grupos, así como conjunto de saberes tecnológicos de cuya transmisión depende el mantenimiento y la mejora de las condiciones de vida de un grupo social determinado, pasa mediante la educación obligatoria a ser una cuestión de Estado. La identidad individual se configura en torno a los valores, saberes y costumbres promovidos por ese Estado, una delimitación geográfica artificial (suponiendo que la anterior hubiera sido natural). En esta etapa, el intercambio de bienes y de informaciones entre los distintos Estados es frecuente no así el desplazamiento de trabajadores. La cultura al servicio del mercado y la política sigue vinculada pues al entorno geográfico, al pasado y a la historia. La tercera etapa está caracterizada por los medios de comunicación masivos y por el capitalismo internacional. Con él desaparece el concepto de clase que regía en la etapa anterior. La generalización de la educación en los países desarrollados, junto con la inestabilidad laboral del mercado internacional y la aparición del capital de riesgo, posibilitan un cambio rápido de clase social: de la noche a la mañana un joven proletario puede convertirse en un empresario de éxito, o un empresario poderoso fracasar y convertirse en un asalariado dispuesto a trabajar en Mac Donals, y el concepto de clase social deja de ser operativo. En este sistema económico regido por el mercado internacional, la riqueza de los distintos grupos depende de su capacidad para promover e incentivar el consumo sea en el interior de sus fronteras o allende de éstas, es decir de su capacidad para construir y difundir mensajes simbólicos que seduzcan a los consumidores. El valor de los productos ya no depende ni de la materia prima, ni de la fuerza del trabajo (que se paga a los países del tercer mundo a un precio ridículo), ni de los costes de distribución, sino del valor añadido del mensaje. Rifkin (2002: 187-197) incluso habla de capitalismo cultural. La cultura se convierte en el principal aliado de la política para el mantenimiento o aumento de la riqueza de los países occidentales. La concepción del individuo, no ya como sujeto trabajador y ciudadano organizado y sometido a unas leyes del Estado, sino como sujeto autónomo e independiente que elige libremente consumir o no un producto, hace que la transmisión cultural, la colonización cultural, sea determinante en la seducción de ese consumidor. Los grupos económicamente poderosos para poder vender sus productos deben previamente preocuparse de difundir y expandir sus valores y su cultura a través de los medios de comunicación masivos, sea a través de la información, la publicidad o la ficción. 2 IDENTIDAD, DIFERENCIA Y CULTURA EN LA POSTMODERNIDAD 2.1 Identidad y diferencia. Frente a las identidades que gobernaban la modernidad: sea la igualdad de todos los hombres de la primera etapa (desde el Renacimiento a la Ilustración); o la identidad de raza, clase social, nación o Estado de la segunda etapa (desde la Ilustración hasta la crisis del marxismo); la postmodernidad revaloriza la diferencia. El postestructuralismo concibe la identidad como construcción social regida por una jerarquía de valores. Sólo se puede concebir la igualdad o la identidad entre dos términos, teniendo en cuenta un único aspecto de los términos comparados, que se sitúa en un posición de superioridad con respecto a los demás: no hay dos personas idénticas: siempre soy igual o diferente en función de un único factor: color de la piel, sexo, edad, clase social, etc. Con la postmodernidad esa jerarquía que hace que aquel rasgo que compartimos con un determinado grupo, sea superior y más determinante, que aquellos otros que nos diferencian, se desvanece y el individuo se siente diferente. Aunque obviamente hereda o toma prestados valores, costumbres, formas de ocio etc., de otros, éstos ya no tienen una única procedencia. Es decir que en lugar de imitar un individuo en todo, se imita un aspecto de un individuo y otro aspecto de otro, lo que da como resultado una síntesis o combinación nueva que le hace sentirse único y diferente. 2.2 La cultura occidental: una nueva identidad Lo mismo ocurre con las identidades colectivas, con la postmodernidad, tal y como señala Lipovetsky, cobran importancia las diferencias y se atomiza la esfera social con el auge de los nacionalismos, localismos, tribalismos e individualismos. Sin embargo ello no impide la convivencia pacífica ni hace estallar el vínculo social, sino tan sólo redimensiona su escala. La nueva identidad cultural creada a través del consumo de los medios de comunicación masivos, sobre todo la televisión, es común a todo occidente, pero en lugar de ser coercitiva, es decir normativa e impuesta como las identidades de la modernidad, es voluntaria. Es el propio individuo el que decide adherirse o no a la misma. Antes el grupo social que habitaba en el entorno próximo imponía las costumbres; y el clima y las estaciones, los horarios de trabajo y descanso; el lugar geográfico, la alimentación etc. El individuo asumía por contacto directo informaciones, valores, formas de pensar y actuar. Al no conocer otra forma de pensar o actuar esa era la correcta. Pero hoy la oferta es tan variada que a diario debe tomar un sinfín de decisiones intranscendentes. Nunca el individuo ha sido tan libre como hoy para elegir sus hábitos de consumo, sus horarios, su forma de vestir o en que actividad invierte su tiempo libre, el lugar donde quiere vivir, la lengua que hablará, su religión etc., lo que provoca que el individuo se cuestione constantemente sus elecciones. Este ejercicio constante de la libertad junto a la revalorización y aceptación de las diferencias, implica tal responsabilidad e inseguridad individual, y genera tantos conflictos psicológicos, que gran parte de los individuos acaban buscando refugio y seguridad en las estadísticas, esperando que sus decisiones sean refrendadas por las mayorías, que ya no son nacionales sino internacionales (o más bien occidentales). En este contexto desestructurado la persistencia del sentimiento de pertenencia quizá solo pueda explicarse por su “utilidad afectiva”, que incluso reconocen Ciencias Sociales como la Economía poco dadas a veleidades sentimentales. El propio premio Nobel de Economía Akerloft señala que en un mundo con diferencias “una de las decisiones económicas más importantes que un individuo realiza es la persona que quiere ser. Los límites de esta decisión determinarán de forma crítica su comportamiento económico, sus oportunidades y su bienestar (Akerloft, 2000: 748). El sentimiento de pertenencia sigue existiendo, probablemente porque toda identidad tiene un importantísimo componente afectivo. Pero con la postmodernidad éste cambia de referente y de talante. El grupo social ya no está determinado por su proximidad geográfica, sino por su edad y consumo mediático, siendo este último común a todo occidente, y la adhesión del individuo al mismo es más esporádica, intrascendente y falta de compromiso. Incluso la propia multiculturalidad o interculturalidad puede convertirse en un elemento de identidad (Kymlicka, W.,1996) 2.3 Las nuevas y viejas identidades y su relación con el pasado, presente o futuro Si el pasado, la tradición y la historia tenían un peso decisivo en la configuración de las culturas modernas y eran capaces de explicar los porqués de la pertenencia de un individuo a un Estado-nación u otro y su cultura, puesto que los valores se transmitían de padres a hijos, y la Historia consistía en una narración que llevaba implícito un juicio moral, como matiza Hayden White, que hacía un recuento de la serie de invasiones y conquistas que habían redefinido las fronteras e impuesto a la fuerza la lengua, costumbres y normas de convivencia de los invasores, etc.; estos conceptos dejan de tener sentido y pierden su fuerza explicativa en la postmodernidad, donde la cultura se configura a través del consumo mediático. El cine y la televisión a través de discursos ficcionales y no ficcionales propone modelos coetáneos de muy distinta procedencia y la cultura occidental postmoderna se manifiesta como un ente radicalmente vivo y cambiante que depende principalmente de los flujos comunicativos imperantes en el presente. 3 HOMOGENEIDAD FRENTE A DIVERSIDAD CULTURAL 3.1 La incongruencia de la diversidad cultural La homogeneidad cultural que se da en occidente no es de extrañar, ni es un efecto perverso de la comunicación unilateral mediada, sino que simplemente amplía y extiende un fenómeno que se ha dado siempre en todas las culturas que de una forma u otra han entrado en contacto. Evidentemente la procedencia de los distintos valores que se transmiten no está repartida equitativamente entre las diferentes culturas que entran en contacto, siendo los usos, costumbres y valores de las culturas económica y políticamente hegemónicas los que mayoritariamente se incorporan, como ya lo fue en la era premediática. De hecho la cultura, no es más que un concepto que remite a una identidad, es decir a un puñado de usos, costumbres y valores compartidos por el conjunto de sus miembros, expulsando de sus seno todas aquellas otras manifestaciones que los diferencian, por lo que es ya de por sí incongruente hablar de diversidad cultural. Pero si tenemos en cuenta que toda cultura es fruto de la comunicación e intercambio resulta una absoluta contradicción de términos hablar de comunicación y diversidad cultural: o se facilita la comunicación entre individuos y culturas diferentes y se desemboca en la homogeneidad cultural, o se preserva la diversidad individual y cultural a costa de la incomunicación con otros individuos o culturas con valores, usos y costumbres diferentes. 3.2 La sacralización de la diversidad cultural En la defensa de la diversidad cultural se agazapan intereses y sensibilidades muy distintas: por un lado encontramos el interés conservacionista y museístico de preservar y enlatar todo lo pasado y lo ajeno, de una elite intelectual que practica el turismo cultural y está constantemente sedienta de sorpresas y novedades; reivindicación que les viene cómoda a los individuos de poco nivel cultural o edad avanzada que no siendo incapaces de absorber nuevos valores, usos y costumbres foráneos defienden y se aferran a los propios; actitud que a su vez puede ser rentabilizada económicamente por los productores y creadores de bienes simbólicos y materiales de culturas minoritarias que ven como sus productos son rechazados por su propio público en favor de los productos extranjeros; a estos se suman, por otro lado, aquellos que creyendo en la pacífica coexistencia de las diferencias, abogan por la tolerancia, la diferencia, la diversidad y la pluralidad. Sí para los primeros la cultura es sagrada y se aferran a la historia, las tradiciones y el pasado, para estos últimos lo que es sagrado es la diversidad y la libertad individual, configure o no, una o distintas identidades culturales. Mientras los primeros hablan de diversidad cultural y tras ella se esconden intereses económicos o políticos diferenciados, lo segundos aceptarían sin problemas una única cultura con muchos valores, usos y costumbres no marcados o diferentes. 3.3 La riqueza cultural En nombre de la diversidad cultural se defienden políticas proteccionistas de las culturas minoritarias que incluso promueven el aislamiento, impidiendo los flujos comunicativos e informativos procedentes de las culturas dominantes. Y ciertamente cuanto más se han cerrado las puertas a la comunicación más se han preservado las diferencias culturales: bien sea promulgando la endogamia que impide la mezcla con otros sujetos, como en la cultura islámica, judía, o gitana, o aferrándose al pasado y la historia guiados por una verdad o revelación sagrada: el pueblo judío es el elegido. En otros casos se han practicado las políticas de aislamiento, para preservar regímenes autoritarios: la España franquista, la china imperial, o el comunismo soviético y un largísimo etc. Ahora bien ¿qué cultura es más rica y diversa? ¿la que no acepta influencias externas, se considera superior y autosuficiente y se aferra a los valores y tradiciones del pasado? ¿o aquella más abierta y porosa a unas influencias y otras que evoluciona adaptándose a los cambios de su entorno?. 4 LA RESURRECCIÓN DE LAS IDENTIDADES CULTURALES DE LA MODERNIDAD 4.1 Las identidades culturales de la modernidad al servicio de la política y sus incongruencias Resulta curioso observar cómo, a pesar de que ninguna cultura surge de la nada: toda cultura es fruto de la imposición de las formas, usos y costumbres de los grupos políticos y económicos dominantes sobre el resto, que los acaba imitando y adoptando como propios, y aunque con la postmodernidad el saber está totalmente devaluado y los valores y costumbres ya no provienen ni de los ancestros ni del entorno geográfico; la cultura en su sentido moderno, como identidad fuerte que ancla sus raíces en un pasado histórico, sigue siendo un valor sagrado. Con el pacifismo y la liberación de las diferencias de la postmodernidad, tanto las identidades como las fronteras de los Estados-nación, hasta entonces sagradas, saltaron por los aires al manifestarse como impuestas y arbitrarias: fruto de la dominación e imposición por la fuerza de un pueblo sobre otro. Esto permitió la liberalización de los nacionalismo, y de todo tipo de localismos e individualismos. Pero tras ello, curiosamente, la cultura en su sentido moderno, tan impuesta y arbitraria como la identidad del Estado, permanece como valor estable y se sigue esgrimiendo para cohesionar a las identidades emergentes y defender reivindicaciones políticas de todo signo. Los nacionalismos, sean de izquierdas o derechas, unionistas o separatistas, se sirven de la cultura para crear nuevas identidades y fronteras, en el interior de las cuales otros objetivos políticos podrían adquirir el consenso entre sus miembros y ser respaldados por una mayoría democrática, objetivos que se perciben como inviables caso de mantenerse las fronteras e identidades actuales. Pero los nacionalismos en lugar de explicitar su proyecto de futuro siguen apelando a la autoridad del pasado y la Historia que sin embargo reescriben. 4.2 Las identidades culturales de la modernidad al servicio del mercado y sus incongruencias Es curioso advertir además cómo persiste el concepto de pueblo y cultura cuando con el capitalismo internacional tanto el capital, los trabajadores, como los consumidores están deslocalizados. Conceptos que siguen vigentes a pesar de: 1) la movilidad de los trabajadores: sea la mano de obra barata de los inmigrantes, como la cualificada: la fuga de cerebros; 2) la movilidad de los consumidores: el turismo de todo tipo; 3) la homogeneización internacional de la producción y del consumo tanto de bienes materiales como simbólicos, y 4) a pesar de que la riqueza de los distintos Estados ya ni siquiera depende de la tierra. En defensa de la idiosincrasia cultural de los distintos pueblos se adoptan medidas políticas que regulan los intercambios económicos: se practica el proteccionismo cultural, limitando la entrada de productos culturales extranjeros en países tan poderosos como Estados Unidos y Francia, medidas que a su vez son demandadas por los productores de bienes culturales de culturas minoritarias. También en nombre de los vínculos culturales e históricos se estrechan los lazos políticos y económicos entre distintos países: España con Sudamérica, Francia, Portugal e Inglaterra con las antiguas colonias en Africa, etc. Todas estas medidas políticas que se realizan en nombre de la cultura no son más que una forma de regular el mercado internacional: con el proteccionismo cultural además de proteger la industria cultural se evita que se propaguen valores, usos y costumbres foráneos que pudieran desestabilizar los mercados interiores: ¿qué pasaría con la industria armamentística estadounidense si con la entrada del cine europeo se propagara el pacifismo? o ¿con los productores de cereales si los estadounidenses decidieran desayunar otra cosa? Pero no sólo los proteccionismos, también los convenios internacionales, que se realizan en nombre de los lazos culturales y históricos, no son más que una justificación para que los países poderosos amplíen sus mercados allende de sus fronteras y se repartan entre ellos y de forma civilizada el control del segundo y tercer mundo: Francia alega lazos culturales con sus antiguas colonias en Africa para suministrarse de materias primas, trabajadores o consumidores, España redescubre Latinoamérica cuando tiene capital suficiente para ampliar sus mercados (Cuba, Argentina) o necesidad de mano de obra barata (Colombia, etc.). Esta necesaria ampliación hacia nuevos mercados se conoce con el eufemismo de ayudas a los países en vías de desarrollo (con la consiguiente no ayuda a los pueblos en vías de extinción). Y los que no poseen dichos vínculos, como Estados Unidos, expanden sus mercados invadiendo territorios en nombre de los valores humanitarios o democráticos. Se apela pues a la cultura tanto para defender los intereses de ciertos sectores de culturas económica y políticamente débiles, como para defender los deseos expansionistas de culturas poderosas, a pesar de que en ninguno de los dos casos el conjunto del grupo social que comparte esos valores, usos y costumbres se beneficie de forma alguna de las mejoras obtenidas por dichos grupúsculos. Así que un grupo de empresarios españoles consigan lucrativos beneficios al ampliar sus mercados en América latina alegando lazos culturales no tiene porque repercutir como antaño en el bienestar del conjunto de los españoles, como tampoco tienen porque repercutir en el bienestar del conjunto de los españoles una política proteccionista en un sector económico concreto, puesto que en eso consiste el capitalismo desterritorializado. En esta defensa de las identidades culturales y esta sacralización de la diversidad cultural a menudo se produce una confusión entre la distinción entre culturas mayoritarias y minoritarias, y la distinción entre las culturas política y económicamente poderosas y débiles. Los productores de bienes culturales de culturas minoritarias a menudo demandan políticas proteccionistas alegando la barrera cultural que supone el idioma para explicar el fracaso de sus productos. Sin embargo esto no es del todo cierto, la cultura americana se impuso en España mucho antes de que nadie hablara inglés, y los teóricos sudamericanos siguen siendo unos completos desconocidos a no ser que ganen algún premio Nobel, a pesar de escribir en la lengua con mayor número de hablantes. El éxito o fracaso de una obra en la era postindustrial dependía más de su distribución que de su cultura de origen, y en la actualidad depende por un lado de su distribución y por otro de su visibilidad mediática, independientemente de su origen geográfico o su lengua. La dicotomía y el conflicto no se establece pues entre culturas mayoritarias frente a culturas minoritarias, sino entre culturas política y económicamente fuertes y débiles. Las culturas dominantes y de prestigio, siempre son y han sido las política y económicamente dominantes, y poco tiene que ver las herencias del pasado, la proximidad geográfica, o que sean mayoritarias o minoritarias. Ahora bien que exista una estrecha relación entre lo económico, político y cultural, no supone un determinismo de lo económico, sobre lo cultural o político como a menudo subraya Pau Rausell (1998: 13). 5 ¿HABLAMOS DE CULTURA, O DE POLÍTICA Y MERCADO? 5.1 La identidad cultural entre una política estatal y un mercado internacional Todas estas incoherencias se deben a la incongruencia que ya expusimos en otra ocasión (Rausell: 2002), de que los sistemas políticos a penas si tienen margen de maniobra, puesto que su ámbito de jurisdicción está limitado al territorio del Estadonación, cuando hoy todo se juega en el mercado internacional. Con el concepto de cultura los diferentes grupos de los diferentes Estados-nación pretenden defender sus intereses económicos y superar la parálisis de las políticas de los Estados-nación. 5.2 La diversidad cultural ¿protege al más débil? Ahora bien, si aceptamos que tras las identidades culturales de la modernidad no se agazapan más que intereses económicos ¿por qué no defender la diversidad cultural para defender los intereses económicos de los más débiles? Las políticas de proteccionismo y aislamiento han sido y son extremadamente efectivas en el terreno económico. Y hoy, con el capitalismo desterritorializado, la cultura incluso juega un papel mucho más determinante en el desarrollo económico. La industria cultural no sólo es un mercado como cualquier otro que los Estados-nación pueden proteger y potenciar, sino que además es aquel que impulsa el desarrollo de todas las demás áreas económicas. Sin embargo esta confusión y el no llamar a las cosas por su nombre, sigue resultando problemático. Supongamos que decidimos promover políticas proteccionistas ¿como se identifica un producto cultural autóctono? ¿aquel producido por un individuo nacido en el terruño aunque use las formas discursivas dominantes y promueva valores, usos y costumbres, que no son más que copia o imitación de la cultura dominante? ¿Subvencionamos la producción de una película taquillera sólo por ser española o catalana? ¿o subvencionamos sólo a aquel que imita las formas culturales del pasado y nos presente una España de toros y pandereta, o una Cataluña de sardana, independientemente de cual sea su nacionalidad, origen o procedencia? 5.3 El supuesto poder cohesivo de la cultura Además, la cultura compartida y el pasado común aunque se usa como justificación nunca es el elemento que explica la cohesión o estabilidad del grupo social y del sistema político del que forma parte: un pequeño ejemplo: las diferencias culturales, de lengua, etc., parecen ser motivo suficiente para que Cataluña y el País Vasco pretendan mayor autonomía o incluso separarse, sin embargo ni la diversidad de lenguas, ni un montón de siglos de enfrentamientos y batallas entre los diferentes países europeos han impedido la constitución de la Comunidad Europea, como tampoco impidió la constitución del los Estados Unidos la diferente procedencia de sus miembros. Tampoco resulta determinante el peso de la Historia: los ocho siglos de España mora, frente a los cinco de España católica, no explican porque la España democrática entra a formar parte de Europa y no del Magreb. Si el componente afectivo, la necesidad de pertenecer a algo, puede explicar el porqué de la existencia de las identidades, no explica con qué valores e individuos concretos nos identificamos. En toda asociación, mantenimiento o creación de una nueva identidad siempre pesa más y es más determinante el proyecto de futuro, la conciencia o creencia de que los individuos o el grupo social van a mejorar sus condiciones de vida sea uniéndose a otros individuos o grupos sociales o separándose. Esta creencia o apreciación obviamente no es más que una construcción social alimentada por un discurso simbólico, luego de naturaleza cultural: lo que apoya la tesis de Pau Rausell de la influencia de lo cultural sobre lo económico. Si bien es cierto que España mejoró con la entrada en la Comunidad Europea, y no es casualidad que los países de las ex Unión soviética en la etapa de Gorbachov que pidieron y lograron la independencia fueran aquellos más próximos y desarrollados que podían aspirar a un intercambio privilegiado con Europa, esto no significa que necesariamente se cumplan dichas expectativas. Evidentemente todas estas aspiraciones y reconfiguraciones de las identidades son perfectamente legítimas y en algunos casos incluso necesarias para paliar las desigualdades e injusticias que genera el libre mercado, pero deberían aunar voluntades y legitimarse en función del proyecto de futuro común que proponen, explicitando claramente su ideología, y respetando la libertad de elección de los individuos para adherirse o no, en lugar de refugiarse en la indefinición ideológica y pretender captar adeptos "naturalizandose" y justificandose en el pasado, la tradición y la historia. Con la postmodernidad, si hasta cierto punto, el pasado, la tradición y la historia sirven para explicar una situación presente, ya no sirven para mantener el statu quo y justificar dicha situación. 5.4 La necesidad de reabrir el debate político e ideológico en torno a los valores de nuestra cultura Centremos el tema: el problema no es el de la dominación de una cultura sobre otra, ni el de la pérdida de los orígenes, -a no ser que lo único que nos preocupe sea el aspecto económico y consideremos que siendo el mercado cultural, un mercado como cualquier otro, los estados o culturas tengan pleno derecho a quererlo proteger y potenciar-, el verdadero problema es la ausencia de debate en torno al valor, político, moral, ético de los valores de la cultura dominante. El cine norteamericano comercial no es malo ni por ser comercial ni por ser norteamericano, sino porque potencia una serie de valores y costumbres que tal vez no deseemos para nuestra sociedad futura. Hay que abrir el debate político e ideológico en torno a los valores que configuran nuestra cultura, pero no por ser fieles a nuestras raíces y preservar la herencia de nuestros ancestros, sino para luchar y defender el modelo de sociedad que queremos construir y compartir. BIBLIOGRAFÍA Akerloft, G, Kranton, R, “Economics of Identity”. The Quartely Journal of Economics. Vol 65. Num 3 Agosto, 2000 ( págs 715-753 ) Jameson, Frederic, Teoría de la postmodernidad, Madrid, Trotta, 1996. Kymlica, Will, Ciudadanía multicultura. Barcelona, Paidós, 1996. Lamo de Espinosa, Sociedades de Cultura, sociedades de ciencia. Oviedo, Ediciones Nobel, 1996. Lipovetsky, Gilles, La era del vacío, Barcelona, Anagrama, 1986. Lipovetsky, Gilles, El imperio de lo efímero, Barcelona, Anagrama, 1990. White, Hayden, El contenido de la forma. Narrativa, discurso y representación histórica. Barcelona, Paidós, 1992. Rausell Köster, Claudia y Pau, Democracia, información y mercado, Madrid, Tecnos, 2002. 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