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Publicación mensual. Director: Emilio Galindo Aguilar
Nº 3
SERIE A:
ABRIL 1972
ISLAM EN SÍ MISMO
¿QUÉ ES EL ISLAM?
por Emilio Galindo Aguilar
Sobre el Islam corren las ideas más peregrinas. Nunca el tópico y el prejuicio
encontraron un terreno mejor abonado. Pocos nos hemos tomado la molestia de
estudiarlo, pero todos tenemos ideas definitivas sobre él. Pocos hemos tenido contacto
con él, pero todos hemos tomado posturas inflexibles frente a él. Aunque hace 480 años
que los musulmanes “se fueron” de España, todavía siguen trotando en nuestra
imaginación los caballos de la Reconquista, y Santiago “Matamoros” continúa
batallando en “clavijos” de intolerancia; todavía jugamos inconscientemente a “luchas
de moros y cristianos” y mantenemos nuestros sentimientos en pie de cruzada contra
las huestes sarracenas; todavía bajan removidas y turbias las aguas de la Historia y
nos documentamos sobre el Islam en páginas de las Mil y Una Noches. Queriéndolo o
no, llevamos los unos y los otros muchos siglos de desprecio mutuo y de intolerancia.
Necesitamos todos una revisión de juicios sobre el Islam y sobre el Cristianismo.
Porque para todos ha sonado la hora de abandonar guetos seculares, de envainar
sables y cimitarras, de escupir inútiles recuerdos de cruzadas y guerras santas, para
comenzar la “reconquista” interior que nos lleve al diálogo sincero y a la colaboración
fraterna. Porque lo que separa y opone no puede venir de Dios. Somos conscientes de
que la tarea no es nada fácil. Por eso entraremos en el tema como el musulmán entra
en la mezquita, dejando a la puerta el “calzado sucio” de nuestros prejuicios.
Entraremos con respeto, como se entra en un misterio, sin imponer nuestro modo de
ver, antes al contrario. Acogiendo al Islam como él es y como él quiere ser.
Aceptaremos, finalmente, la distinción, porque uno es el Islam del Corán y otro el de
tal o cual escuela teológica o jurídica, como uno es el Cristianismo de los Evangelios o
de los Hechos de los Apóstoles y otro el de tal escuela teológica o el de tal o cual
período de su historia. Juzgar en bloque, sin distinciones ni matices, con prisa fanática,
es condenarse a las tinieblas y salirse del camino del encuentro con el hermano.
Distinguir para unir fue siempre consigna de gente honrada y tarea de espíritus nobles.
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Entremos sin miedo por la acogida: la hospitalidad fue siempre un dogma para estos
pueblos. Nos lo dice su sabiduría popular: “Oh, huésped, si vienes a nuestra casa, tú
serás el dueño y nosotros los invitados”.
I.— Nacimiento del Islam
Septiembre de 622. Un hombre de Arabia, poseído por la idea de Dios, junto con
un grupo de adeptos, llamaba a las puertas de la Historia. Habían salido de La Meca y
huían hacia Medina. Pobre y perseguida en sus comienzos, la pequeña comunidad
sentirá pronto en su alma, como marcada a fuego, la ambición expansionista. Y, sin más
bagajes que la fe en Dios y la consigna de someter todos los hombres a esa fe, se
lanzaron por los caminos del mundo en la más sorprendente cabalgata espiritual que
vieron los siglos. Así nacía una nueva familia espiritual: el Islam.
Conducida por hábiles jefes, la nueva fe se propaga en un crescendo de victorias
relámpago: 635, Damasco; 637, Jerusalén; 641, Alejandría; 647, Magreb; 655, Armenia;
697, Asia Menor; 711, España; 719, Sur de Francia. Frenados en 732 en Poitiers,
prosiguen su marcha en el otro extremo hasta la India y la China. Un verdadero imperio
político-espiritual se organiza, que brillará por su prodigioso desarrollo intelectual,
cuyos centros principales serán Córdoba y Bagdad. Este movimiento expansionista
continúa en nuestro tiempo. Cada día, nuevos adeptos vienen a engrosar sus filas, no
sólo entre las tribus animistas de África, sino también en Europa y América, gracias al
envío de misioneros, especialmente de la secta Ahmadiya.
Hoy, más de 600 millones de hombres profesan la fe islámica en un verdadero
empedrado de pueblos, arco iris de razas, colección completa de culturas en el álbum de
Mahoma.
II.— Mahoma, caudillo de un pueblo
El caudillo fundador de esta gran familia espiritual que es el Islam fue Mahoma,
una de las almas más poderosas que Arabia haya dado a la historia religiosa de la
humanidad. Nace en La Meca hacia el año 570. Su infancia fue desgraciada. Huérfano a
los seis años, conoce la miseria. De esa experiencia arrancará más tarde su actitud
valiente en favor de los pobres y de los explotados. Recogido por su abuelo y, a la
muerte de éste, por su tío Abu Taleb, su juventud la pasa en La Meca siguiendo la
religión de sus padres, profesando el paganismo árabe pre-islámico y participando en la
agitada actividad comercial de las caravanas que iban a Bagdad y Damasco. Entendido
en negocios y de buenas costumbres, atrae la atención de Jadiya, rica y joven viuda de
un mercader de La Meca. Mahoma entra a su servicio, dirige sus negocios, conduciendo
sus caravanas a Siria. En esos largos viajes, Mahoma entra en contacto con el
Cristianismo, ya que las rutas caravaneras estaban sembradas de monasterios cristianos.
Pero el Cristianismo de Arabia era un cristianismo de sectas y de una gran pobreza
religiosa. Su alimento principal eran los evangelios apócrifos. En vísperas de la
predicación de Mahoma, Arabia era el lugar de cita de todas las herejías cristianas:
jacobitas, nestorianos, monofisitas. Mahoma no conocerá al verdadero Jesús ni al
auténtico Cristianismo. De ese contacto sacará una idea incompleta y, en muchos
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aspectos esenciales, totalmente errónea del Cristianismo. A los veinticinco años se casa
con Jadiya, que contaba ya cuarenta. Fue hacia el año 610, durante una de sus
meditaciones en una cueva del monte Hira, cerca de La Meca, a donde solía retirarse
para rezar, cuando un día cree recibir de un enviado divino la orden de predicar a su
pueblo politeísta e idólatra el más puro monoteísmo. Asustado y temiendo ser víctima
de una ilusión, comunica su secreto a Jadiya, que le cree inmediatamente. Predica
primero en privado a un grupo de familiares y amigos. Pero poco después recibe la
orden de predicar abiertamente, cosa que hará hasta su muerte acaecida en Medina el 8
de junio de 632.
III.— Mahoma, hijo y heredero de Abraham
Nada más ajeno al pensamiento de Mahoma que la idea de fundar una religión
nueva, distinta del Judaísmo o del Cristianismo. Su predicación, nacida de una sincera
experiencia de Dios y como reacción contra el politeísmo de La Meca, intentaba
solamente convertir a sus compatriotas al Dios Vivo de Abraham, del que judíos y
cristianos se decían seguidores. Fue la no aceptación por parte de éstos de su mensaje lo
que le obligó a diferenciarse más y más del Judaísmo y del Cristianismo, acusándoles de
haber falsificado la Tora y el Evangelio. Mahoma entiende ser el auténtico heredero de
Abraham “que no era judío ni cristiano” (Cor. 3,67). Su adhesión a la fe de Abraham es
conmovedora. Desde el primer momento, el Islam reivindicará para sí la paternidad de
Abraham. Paternidad carnal por Agar e Ismael y espiritual por la fe encontrada. A esa
fe de Abraham, como a su modelo, volverán sin cesar Mahoma y el Islam. Por eso, una
de las primeras tareas de Mahoma fue predicar a los judíos para que se volviesen a la
religión de Abraham (Cor. 3,89), repitiéndoles que ellos tienen una responsabilidad más
grande que los demás (Cor. 2,116). La esencia de su mensaje, junto con una vigorosa
reivindicación de justicia social en favor de los pobres, será siempre la proclamación del
más absoluto y riguroso monoteísmo abrahámico, junto con el abandono más completo
a su voluntad, a ejemplo de Abraham. Esta actitud islámica de sumisión (Islam viene
del verbo aslama, que significa “sumisión”) es lo más parecido a la actitud de Abraham,
pero sin la promesa. Mahoma fue un enamorado del Dios de Abraham. Las ideas judías
y cristianas están en la raíz del descubrimiento y del entusiasmo sincero de Mahoma por
un Dios puramente espiritual y único. El nombre mismo de Alá, tan familiar en esta
época a los árabes de La Meca, era de importación siríaca y cristiana. Por eso, nada tan
falso para la concepción musulmana como la apelación occidental de Mahometanismo
refiriéndose al Islam, como si Mahoma fuese fundador de una religión nueva, cuando él
es sólo el transmisor de la fe en el Dios Uno y Único que habló a Abraham. Él es un
profeta más, el último, de toda una serie, entre los cuales se encuentran Noé, Abraham,
Moisés y Jesús. De ahí, también, el dolor de los musulmanes al constatar el rechazo de
los cristianos a reconocer valor profético a Mahoma y el Corán, cuando ellos sí
reconocen a Cristo y a los Evangelios.
IV.— Organizador de la comunidad
Para la comprensión exacta del Islam conviene hacer notar la diferencia
existente entre la predicación de Mahoma en La Meca y en Medina. El mensaje
religioso sigue siendo el mismo, pero las circunstancias obligan a Mahoma a asumir,
además de su papel de profeta, el de jefe y organizador de la sociedad musulmana. Las
cosas fueron así: su predicación de justicia social molestaba a los ricos comerciantes de
La Meca, y su mensaje religioso comprometía sus intereses económicos que venían, en
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gran parte, del politeísmo de la Kaaba. Por eso maquinan contra el nuevo profeta. Para
escapar a un complot contra su vida, Mahoma y los suyos se ven obligados a abandonar
La Meca y refugiarse a 400 km. Al norte, en el oasis de Yatrib, que se convertirá en la
ciudad de Medina. Era el 20 de septiembre de 622, la Hégira, fecha clave que marca el
comienzo de la era musulmana. Mahoma, como otro Moisés, intencionadamente o no,
se encuentra a la cabeza de su pueblo de Dios, con todos los poderes propios de su
función: poderes religiosos, civiles, militares, políticos, litúrgicos, financieros, sin
distinción ni reserva alguna. Hecho éste de suma importancia, ya que la organización
que Mahoma hará de esa comunidad será el modelo perfecto y definitivo para todos los
tiempos. La sociedad musulmana, en sus notas esenciales, se gesta en los años de
Medina (622-632). Dichos y hechos de Mahoma se convertirán, por los siglos, en norma
de vida y en norma revelada. De ahí, precisamente, nace esa actitud nostálgica y
retrospectiva que tanto caracteriza al Islam: su modelo perfecto está detrás, en la
organización de Medina. Mirar hacia atrás, vivir fuera del tiempo, al margen de la
Historia, fue siempre la tentación de estos pueblos. De ahí, también, esa uniformidad
en todos los planos que encontramos en la vida política, social, económica, cultural,
artística y religiosa de los pueblos musulmanes. Todo ello fruto de la confusión total
entre espiritual y temporal que le imprimió Mahoma en Medina. En esa confusión
radica, también, la crisis actual de estos pueblos ante la embestida del mundo moderno.
No se pasa sin más de una sociedad sacral a una sociedad secularizada. En la distinción
entre el mensaje religioso de La Meca y la organización de la ciudad que realizó
Mahoma en Medina está la clave para el futuro de estos pueblos y la aclaración para
nosotros de muchos interrogantes sobre el Islam.
V.— Una, laica, igualitaria y teocrática
En los años de Medina se forja la comunidad islámica, la Umma, como una
comunidad única, laica, igualitaria y teocrática. Única en la unidad que le da la fe
(imām) en un Dios Uno y Único, y el Corán, revelación única y definitiva para todos; la
obsesión por la unidad ha sido una de las constantes del Islam de todos los tiempos.
Jamás grupo humano sintió como el musulmán la magia irresistible de la unidad. Por
eso nada más doloroso para el creyente musulmán que la actual división de los pueblos
musulmanes. Laica: el Islam es una comunidad de seglares. Ignora la jerarquía y el
sacerdocio. El musulmán se dirige directamente a Dios sin recurrir a ningún ministro. El
Islam es anticlerical por naturaleza. No admite intermediario en sus relaciones con Dios.
No hay magisterio espiritual propiamente dicho. Los que tienen un cargo público son
simples funcionarios. El Islam es esencialmente la religión de la fe que salva.
Igualitaria: de esa laicidad se deriva el que ante Dios todos los creyentes sean iguales:
servidores (abd). Hermanos Musulmanes es el título de uno de los movimientos más
religiosos del Islam actual. Sentido de igualdad que las diferencias sociales jamás han
podido borrar y que lleva a flor de alma todo musulmán. Finalmente, el Islam es una
comunidad teocrática, ya que su Ley (destur) procede de Dios: el Corán. El cual no es
sólo un mensaje religioso, sino también un código, en principio eterno e inmutable, de
organización de la ciudad musulmana. De ahí nace la fusión completa que existe en el
Islam ortodoxo entre lo espiritual y lo temporal. El Islam es, al mismo tiempo, religión
(dīn) y mundo temporal (dunyā). El Corán “sacraliza” y hace inmutable a la sociedad
salida de su mensaje. Por eso la laicización que más o menos invade a las naciones
musulmanas, produce un gran desconcierto y una dolorosa nostalgia en los musulmanes
piadosos.
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De esas notas, vividas a través de los siglos, acentuadas por una teología y un
derecho, con frecuencia miope y legalista, arranca ese talante tan peculiar del mundo
musulmán. Culto o inculto, todo musulmán está marcado en lo más hondo de su ser por
la conciencia que tiene de pertenecer a la “mejor comunidad que haya aparecido para
los hombres” (Cor. 3,110) y la única agradable a Dios. Ella es la única digna de dirigir
al mundo y la única con derecho al leadership de la Humanidad. Sólo ella debe reinar.
Es ese el derecho de Dios. Por tanto, todo esfuerzo por extenderlo se convierte en
“guerra santa” (ŷihād) que obliga a todo musulmán. Y, puesto que la Umma es el único
lugar posible de salvación, la necesidad del apostolado es un deber innato de cada
miembro de la Umma. De todo lo cual nace en el musulmán una psicología especial:
orgullo de su fe, comportamiento de pueblo elegido, seguridad desconcertante del que
se sabe en posesión de la verdad total, falta completa de curiosidad hacia lo de fuera,
ausencia total de espíritu crítico, fe inaccesible a la duda, alma saturada sin el menor
deseo de lo que le pudiera venir de fuera, sin tarea perfectiva interior si no es el
someterse, fatalismo, sin noción de progreso ni sentido de la dinámica de la Historia.
VI.— Religión del Libro
La base de la fe de la Umma y el molde que ha estructurado esa comunidad
teocrática ha sido el Corán, fuente primera del dogma, de la moral y de la elaboración
jurídica del Islam. La palabra “qur’ān” significa comunicación oral, mensaje recibido,
predicación religiosa. De ahí, en sentido extensivo, “libro que contiene la predicación”.
No es un libro compuesto por Mahoma, sino la colección de las “revelaciones” recibidas
por él. Para el musulmán, el Corán es la palabra misma de Dios, increada, existente
eternamente y comunicada a los hombres por medio de Mahoma. Él es el “sello” de
todas las revelaciones anteriores, a las que aboga, confirmando lo que ellas tienen de
esencial. El Corán es universal, destinado como está a ser la sola ley para todos los
hombres. De grado o por fuerza hay que llevar a toda la humanidad el mensaje
definitivo del Corán.
Por proceder textualmente de Dios, aún en sus más mínimos detalles, está
prohibido traducirlo y, mucho más, someterlo a crítica histórica alguna. Jamás una
instancia oficial musulmana, salvo en ciertas situaciones marginales, ha considerado,
tolerado o decidido una traducción oficial del Corán a otra lengua.
El Corán se compone de 6.200 versículos (āyāt) divididos en 114 capítulos
(azoras). Redactado en un árabe perfecto y en un estilo maravilloso, el Corán es el
primer libro escrito en árabe y constituye la obra cumbre de la literatura árabe.
Precisamente el motivo de credibilidad de la misión de Mahoma reside en el carácter
“inimitable” del Corán (i’jāz), tanto en su forma como en su fondo. No da una idea del
carácter progresivo de la revelación, ni presenta su enseñanza de manera didáctica, sino
que es una mezcla de exposiciones dogmáticas, de prescripciones de culto, de directivas
para la constitución de la Umma, de recomendaciones de orden moral, de relatos de la
vida de Mahoma. El Corán reconoce el valor de revelación de la Tora y del Evangelio,
pero acusa a judíos y cristianos de haber manipulado esos libros.
El Islam se hace una idea peculiar de la revelación que es importante subrayar.
Ella es concebida como un dictado puramente mecánico. El Corán no tiene autor
humano como la Biblia: lengua, estilo, encanto particular, todo viene directamente de
Dios. En el Islam la Palabra se ha hecho Libro. Para los cristianos, la Palabra se ha
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hecho Carne. La revelación de Dios “por medio de persona” es impensable y hasta
blasfemia para el Islam. Éste es eminentemente la religión del Libro. Esto lleva a hacer
a Dios mismo prisionero de un libro, puesto que en él Dios ha dicho su última palabra y
no puede añadir nada nuevo. Lo cual, al mismo tiempo, frenará la evolución de la
Umma, ya que nadie puede corregir la plana a Dios y el Corán no sólo es mensaje de fe,
sino fuente de normas jurídicas, económicas, políticas, que modelan la sociedad
musulmana. El Corán se completa con la Sunna, colección de libros y hechos del
Profeta y de sus compañeros y el Iŷmā’ o consensus de la comunidad musulmana
representada por sus doctores.
La piedad musulmana venera el Corán. Él constituye el alimento espiritual de
más de 600 millones de creyentes que, gracias a él, tienen acceso al conocimiento de un
Dios Único y Trascendente que interviene en la historia de los hombres y no es extraño
a sus vidas, porque Él es el “Bienhechor misericordioso”.
VII.— Piedad de la Umma
El islam se caracteriza por los cinco deberes esenciales u obligaciones
fundamentales, llamados “pilares” (arkām) y que constituyen la manifestación exterior
de la religión. Conviene notar inmediatamente, que estas exigencias se sitúan en el
Islam ortodoxo, dentro del binomio Ley-Obediencia. El Islam es esencialmente una
religión legal. Nada se deja a la iniciativa del creyente. Éste sólo tiene un deber:
obedecer, someterse. La razón de ello es bien sencilla: Todo el Islam se basa en la
revelación divina. Pero, como Dios no revela su Persona, no le cabe más que revelar sus
órdenes. Por eso, en el Islam ortodoxo, la Ley es más importante que la Teología.
Siempre la situación del musulmán frente a Dios será la del servidor (abd). Esta ley se
extiende a todos los aspectos de la vida, sin distinción posible entre espiritual y
temporal. La distinción entre derecho, religión y moral es impensable en el Islam
tradicional. Por eso todo acto humano tiene en la Ley su etiqueta moral, que sólo puede
ser conocida por la revelación, ya que todo deber es un deber hacia Dios. La Ley (šarī‘a)
es esencialmente divina. Más aún, el acto humano como tal no tiene por sí mismo
calidad moral intrínseca. Su valor le viene por ser ocasión de obediencia y sumisión a
Dios. Dios no tiene nada que hacer con nuestra perfección, sólo pide sumisión. Por eso,
fuera de la Ley no hay salvación. Por eso, también, las obras no le transforman
interiormente convirtiéndole en nueva criatura. Todo es extrínseco. La salvación carece
de dinámica interior. Este aspecto legalista impregna todo y muy especialmente las
cinco obligaciones esenciales de la piedad musulmana.
● ŠAHĀDA o Profesión de Fe
Es la primera obligación del creyente y forma parte del ritual de la oración
cotidiana del musulmán. Ella es la condición de la salvación. Fe (imām) que salva
porque es obediente. Ella no confiere una vida nueva como el Bautismo, sino un
estatuto jurídico (¬ukm). Además, ella es el gesto introductorio en la comunidad
musulmana, situándole jurídicamente como musulmán.
“No hay más divinidad que Dios y Mahoma es el enviado de Dios”.
Profesión de fe simple, tajante, conmovedora, sin titubeos. Palpita en ella la experiencia
personal de Mahoma sobrecogido por la realidad del Dios Vivo, fascinado por la
omnipotente libertad. De este Dios, al que el Corán, junto con los nombres de
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Trascendente y Omnipotente, dará el de Bienhechor, Amantísimo, Cercano al hombre...
la teología musulmana, especialmente la escuela aša‘arī, que se impuso durante siglos,
retendrá casi exclusivamente los de Inaccesible y soberanamente Libre que hace lo que
quiere. Para esa teología Dios es todo y el hombre no es nada. Durante siglos una idea
así de Dios se marcará radicalmente al creyente y a la comunidad musulmana. Debido a
ello, la idea de vida sobrenatural escapa completamente al Islam. Y, aunque no ignora
el amor (sufismo), sin embargo el amor no es constitutivo de la fe. La idea de que la fe
se alimenta del amor no es musulmana. El hombre puede amar la Ley, pero no puede
pretender el amor de amistad con Dios, que es inaccesible. Por eso también, puesto que
Dios es soberanamente Libre, la autonomía y la libertad del hombre quedan seriamente
comprometidas y en el mundo material no hay leyes naturales, pues eso supondría un
determinismo rígido en las criaturas. Ahora bien, Dios es soberanamente libre y hace lo
que quiere. Esta idea de Dios, que no viene del Corán, sino de la teología (kalām), está
en el origen de la mentalidad fatalista (maktūb) y pasiva del mundo musulmán y del
poco interés presentado en los últimos siglos por el progreso científico. En el cielo, Dios
estará cerca de los elegidos, pero el islam rechaza la idea de una divinización real del
hombre, de una unión real de Dios y del hombre. Para él, admitir eso sería atentar contra
la trascendencia de Dios. Junto a la fe en Dios, la šahāda obliga a creer en el carácter
profético de Mahoma, profeta enviado por Dios para repetir, una vez más, la necesidad
de someterse y obedecer a las órdenes de Dios. Enviado en primer lugar a los árabes, la
misión de Mahoma se extiende al mundo entero. Él es el último de los profetas.
● SALĀT u Oración Ritual
La fe musulmana impone obligatoriamente una oración ritual que comprende
cinco actos al día y a horas fijas: aurora, mediodía, tarde, puesta de sol y noche. Para no
dar la impresión de rendir culto al sol, nunca se hace la oración en el momento mismo
de salir o de ponerse el sol. Es el almuédano el encargado de llamar a la oración. Un
ritual minucioso fija las palabras y las actitudes del que reza. La oración debe hacerse
con la cara en dirección a La Meca. El que reza debe estar en estado de pureza legal, la
cual se obtiene por medio de las abluciones parciales o totales. Múltiples causad
acarrean la impureza legal: las relaciones sexuales, las reglas en la mujer, el sueño, un
simple contacto con una persona del otro sexo... Dado el ritmo de la vida moderna, la
práctica de la oración es bastante difícil. El viernes se recomienda hacerla en común y
presidida por un imām o delegado de la comunidad. La omisión de la oración es una de
las mayores faltas. La ortodoxia tiende a descuidarlas oraciones de inspiración
puramente personal debido a la convicción arriba indicada de que sólo la obediencia
tiene valor religioso.
● ZAKĀT o Limosna
Siempre va junto con la oración, no porque el amor del prójimo se identifique
con el de Dios, sino porque nace del mismo movimiento espiritual: purificarse de todo
apego malo y exclusivo a los bienes de este mundo, lo que justifica, al mismo tiempo, el
gozo y la propiedad de las riquezas y abandonarse a la providencia que aumentará y
hará fructificar esos mismos bienes. La raíz “zakāt” significa, al mismo tiempo,
purificar y aumentar. Pero el hecho de dar no tiene valor en sí, sólo lo tiene gracias a la
obediencia a Dios por la que se hace. Hay tres clases de limosna: la legal, la sola
obligatoria y que es una especie de impuesto religioso, la privada (½adaq×t) y la de
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fundaciones (¬abus o waqf), que afecta a fundaciones piadosas o a la edificación de
monumentos públicos.
● SAWM o Ayuno
En el noveno mes del año lunar, mes en que fue revelado el Corán, todo
musulmán, cumplidos los 14 años, tiene que ayunar. El ayuno consiste en no comer, ni
beber, ni fumar desde la salida del sol hasta que se pone. Este ayuno va acompañado
con oraciones abundantes, visitas a las mezquitas y lecturas del Corán. Termina con la
fiesta del “‘īd al-½agīr”, que dura tres días y durante los cuales se dan grandes limosnas
a los pobres. El ayuno no tiene como fin el mortificarse, sino someterse a Dios. Se le
suelen añadir otros motivos: obtener el perdón de los pecados, disminuir la fuerza de las
pasiones, solidaridad con el que padece hambre todo el año, convicción renovada cada
año de pertenecer a la Umma, sin descartar los motivos de salud. La comunidad vela
escrupulosamente por su observancia, de tal modo que nadie puede romper el ayuno
públicamente sin exponerse seriamente. Hoy, en los países más avanzados, como Túnez,
se es más flexible en este punto.
● HAŶŶ o Peregrinación
Todo musulmán, si tiene los medios físicos y económicos, tiene que peregrinar a
La Meca una vez en su vida. Otro musulmán puede ir en su lugar. Esta peregrinación
recuerda, no sólo la historia de Abraham y la revelación del Corán, sino también la
creación de Adán y la alianza radical de Dios con la humanidad mediante el juramento
pre-eterno (m÷t¬×q). Es la cúspide de todo el itinerario religioso musulmán. Al mismo
tiempo agudiza el sentimiento profundo de solidaridad en la Umma. Sentimiento éste
que no les ha pasado por alto a los líderes políticos musulmanes.
Además de estas cinco obligaciones, los musulmanes tienen prohibido beber
vino y bebidas fermentadas, comer carne de cerdo, entrar en la mezquita sin haber
hecho las abluciones. La circuncisión está impuesta y se practica generalmente, a pesar
de que el Corán no habla de ella.
VIII.— Moral del Islam
El Corán es explícito: “Vosotros formáis la mejor comunidad jamás surgida
entre los hombres, ordenáis el bien, prohibís el mal” (Cor. 3,110). Hacer el bien, evitar
el mal es colectiva e individualmente la moral del Islam. Cabe preguntarse sin embargo:
¿existe, como para el Cristianismo, una ley natural o el bien y el mal se basan sólo en la
voluntad positiva de Dios? Las respuestas a esta pregunta han sido diversas a lo largo de
la Historia. La opinión teológica dominante es que la diferencia entre el bien y el mal
viene, no de la naturaleza de las cosas, sino de la libre disposición del Creador. Y, para
todas las escuelas musulmanas, el fundamento próximo de la moralidad es el Corán: el
bien es lo que el Corán manda, el mal lo que él prohíbe. Todo el bien está en la
obediencia. La noción de sumisión es capital en el Islam, aunque esta sumisión debe ser
también interior según el principio clásico en el Islam de “niyya” (intención). ¿Cuáles
son las prescripciones coránicas dentro y fuera de la Umma?
● Deberes sociales
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Inculca fuertemente el respeto a los padres (Cor. 17,24; 46,14), deber que se
practica bien, dada la fuerte estructura de la familia patriarcal reinante; insiste en el
respeto a la vida, prohibiendo especialmente la práctica corriente de los árabes paganos
de matar a los hijos en caso de indigencia o para quitarse de encima a las hijas
consideradas como inútiles (Cor. 17,33; 81,8). Mantiene la ley del talión para el
homicidio voluntario, aunque lo prohíbe para el involuntario (Cor. 2,173). Propone
como ideal devolver el bien por el mal (Cor. 23,98; 41,34). La indulgencia de Dios es
prometida a los que perdonan (Cor. 3,118). Impone el respeto a los bienes ajenos: el
robo se castiga cortando la mano al ladrón (Cor. 5,42) y se prohíbe la usura (Cor.
2,176). Los bienes naturales no deben usarse egoístamente, aunque considera natural la
diversidad de fortunas (Cor. 16,73). Admite la esclavitud, pero recomienda la
benevolencia hacia los esclavos (Cor. 4,40) y presenta como obra meritoria la liberación
del cautivo (Cor. 24,43). En las relaciones sociales recomienda la sinceridad (Cor.
25,72), la lealtad en las transacciones (Cor. 83,2), la fidelidad en los compromisos (Cor.
4,61; 60,32), la fidelidad en las convenciones hechas con los infieles (Cor. 9,4), el
respeto de la reputación ajena (Cor. 49,11).
● Deberes familiares
El fin del matrimonio es la procreación para cumplir la voluntad de Dios. El
matrimonio es un contrato que supone el consentimiento mutuo, aunque el padre o tutor,
en ciertos casos, puede imponer a la mujer el matrimonio (ŷabr). Se exige la dote para
la validez del mismo, lo cual no tiene carácter de contrato de compra, sino que permite a
la mujer el libre uso de esos bienes. El divorcio está admitido, con una desigualdad para
los esposos: el marido puede tomar la iniciativa de la repudiación, mientras que la mujer
sólo puede obtener la disolución recurriendo al juez (qāÅī). El Corán admite la
poligamia (Cor. 4,3) aunque, por razones psicológicas y económicas, ésta sea rara. En
algunos países musulmanes está prohibida, por ejemplo en Túnez, y algunos pensadores
reformistas llegan hasta a poner en duda el principio mismo y afirman la monogamia
como ideal normal. La continencia fuera del matrimonio es un deber (Cor. 24,33),
recomienda la castidad y la modestia (Cor. 24,30,31) y condena severamente la
prostitución y todas las formas de libertinaje (Cor. 16,92; 29,27). Sin embargo, en este
dominio –y sin duda es la consecuencia de la ausencia de un ideal de castidad perfecta,
de celibato religioso– la conciencia común está con frecuencia lejos de las exigencias.
El adulterio está condenado, aunque el Corán (4,19) no va tan lejos como la costumbre
que introdujo la lapidación. La familia es del tipo patriarcal, aunque se está
transformando profundamente debido a la evolución moderna, especialmente en la
liberación de la mujer. La separación de los sexos, materializada en el velo impuesto a
las mujeres, las cuales no deben ser vistas más que por sus maridos y parientes cercanos
(principio éste heredado de las costumbres pre-islámicas), desaparece. El Corán afirma
netamente la subordinación de la mujer al hombre y hasta su inferioridad respecto a él
(Cor. 4,38). Pero, aunque la mujer ha sido y sigue siendo aún la gran víctima de la
sociedad musulmana, hecha por hombres y para hombres, hoy en día una gran voluntad
de emancipación se apodera de todos los países musulmanes. Queda aún mucho por
andar, pero el movimiento feminista de liberación de la mujer está seriamente en
marcha.
● Deberes de la Umma
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No son deberes de cada musulmán, sino de la comunidad como tal. Los
principales son dos:
— El desempeño de las funciones públicas que deben ser confiadas a hombres
competentes y, sobre todo, justos (‘adāla), es decir, que se conformen moral y
canónicamente a las leyes del Corán, porque el Islam, o “dār al-Islām”, tiene que ser,
antes que nada, “dār al-‘adl”, mundo de la justicia. Estas funciones son las siguientes:
Califa (o supremo guía de la Umma), Muftī (o consejero jurídico), QāÅī (o juez
coránico), ‘Udūl (o testigo oficial con atribuciones de notario) y Mu¬tasib (o
responsable de la fiscalía de tasas).
— El deber de apostolado o “esfuerzo en el camino de Dios” (ŷihād fī sabīl
Allāh). Es el famoso ŷihād que nuestras lenguas occidentales han traducido por “Guerra
Santa”. Precisemos, sin embargo, que, etimológica y fundamentalmente, ŷihād es otra
cosa. Es el esfuerzo total y extremo en el camino de Dios. Y una tradición bien conocida
precisa que la forma más pura, la más dramática y fecunda a la vez, es el ŷihād alakbar, es decir, el que tiene lugar en el interior del alma. A este esfuerzo interior, el
ŷihād añade la obligación de propagar su fe. Para comprender esto hay que ir a la raíz:
el Islam se cree con la misión de dominar el mundo. Según él, todos los hombres han
sido orientados hacia el Islam desde la creación (Cor. 7,171) gracias al famoso pacto
primordial (m÷t¬āq) que hizo Dios con la raza de Adán, pacto que culmina en la fe de
Abraham y que es el alma de la comunidad musulmana. Consecuencia de ello es el
deber de defender el Islam y hacerlo triunfar en toda la tierra, primero con la palabra, el
testimonio y los medios pacíficos; con las armas si se presenta el caso. Tentación esta
última tanto más fácil cuanto que en el Islam hay fusión y confusión entre lo espiritual y
lo temporal, como hemos visto. Por eso, en sana ortodoxia, dividirán al mundo en dos
partes: dār al-Islām y dār al-¬arb, tierra del Islam y tierra de la guerra. Es innegable
que, en nombre del ŷihād, se han cometido, a través de la historia, muchas violencias y
atrocidades. Actos éstos que no eran exclusivos del Islam (pensemos en nuestras
Cruzadas) y que seguían, en general, las leyes de la guerra y la mentalidad de la época.
Hoy, la mentalidad musulmana más sana está cambiando su idea del ŷihād. Burguiba,
en Túnez, habla del ŷihād económico-social. Salvo algunos fanáticos, que también se
encuentran entre los cristianos, son menos los que defienden hoy día el ŷihād por las
armas para extender la fe musulmana. Aparte de lo absurdo de una tal actitud en el plan
internacional.
IX.— Sufismo
Desde los primeros tiempos del Islam, hubo gentes que buscaron los caminos de
la mística. Fueron los sufíes (nombre que viene de sūf = lana, porque, a imitación de los
ascetas cristianos, llevaban unos hábitos de grosera lana). Eran almas hambrientas de
absoluto que buscaban, desde esta vida, un contacto íntimo con Dios. Arrancaban de la
insatisfacción del Islam oficial legalista que, acentuando la trascendencia de Dios, no
admitía la posibilidad de amor y de unión entre Dios y el hombre. Por eso, el Sufismo
fue siempre sospechoso al Islam oficial y los sufíes, objeto de persecución, a veces
sangrienta, por parte de la ortodoxia. Y eso a pesar de que los sufíes se han considerado
siempre como auténticos musulmanes. Figuras cumbres del Sufismo fueron el sabio AlBa½r÷ (m. 728), la admirable mujer Rābi‘a (m. 801), la cantora del puro amor de Dios;
BisÐ×m÷ (m. 857), el rudo asceta y, sobre todo, Al-©×ll×ŷ, el mártir místico del Islam,
crucificado en 922 por haber proclamado la unión de amor con Dios. A partir de nuestro
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extraordinario Ibn ‘Arabī de Murcia (m. 1240), el Sufismo se centra en las cofradías
religiosas musulmanas, especie de grandes institutos seculares, con un gran poder
central y con ritos propios, que han influido grandemente, no sólo religiosamente, sino
políticamente también. Las principales cofradías son las Qādiriyya, las Šādiliyya, las
Tiŷāniyya, las Sanusiyya... todas las cuales siguen vivas principalmente en los medios
populares y campesinos.
X.— Las sectas
Desde el principio penetró en el Islam la división, a pesar de su pasión por la
unidad. Más que doctrinales, los motivos fueron las rivalidades políticas y las
ambiciones de mando provocadas por la sucesión de Mahoma. Así tenemos los sunníes,
que representan el 90% del mundo musulmán. Para ellos, el califa debe elegirse en la
tribu de Qurayš,, que era la de Mahoma. Los šī‘ies, partidarios de Alí, yerno de
Mahoma, querían que el califato fuera privativo de la familia de Mahoma. Éstos se
dividen en dos ramas: imāmīes, que es hoy la religión del Irán, y los ismā‘īlies, que
están en India-Pakistán y África Oriental y de los que forman parte los fieles del Agha
Khān. Los jāriŷīes, que afirman que el califato debe conferirse al más digno y debe
escogerlo la comunidad. En materia de culto, sin embargo, éstos son muy puritanos.
Están en Omán y Zanzíbar y en ciertos lugares de Argelia y Libia. La activa secta de los
Ahmadiyya, fundada en la India a finales del siglo pasado, está formalmente fuera del
islam ya que su fundador se atribuyó el don de profecía, horrendo crimen para los
musulmanes. Son, en cierto modo, los protestantes del Islam, a quienes imitan en sus
métodos de apostolado.
XI.— Islam y mundo moderno
Este Islam que hemos intentando presentar en sus grandes líneas y que
estudiaremos más en detalle en próximos números, se encuentra hoy irremediablemente
enfrentado con el mundo moderno, sufriendo las embestidas ineludibles del
materialismo técnico, de la secularización, del pluralismo de culturas y políticas, del
incorregible espíritu crítico. Por otra parte, los pueblos islámicos son pueblos jóvenes:
el 50% tiene menos de 20 años. Esa juventud, que llena escuelas y universidades, con
hambre casi biológica de saber, plantean serios problemas al Islam. Éste, si no quiere
convertirse en pieza de museo, no puede situarse al margen de este mundo convulso,
antes al contrario, tendrá que enfrentarse sin miedo a toda su problemática, asumiéndola
valientemente, aceptando lúcidamente el riesgo. Aparte de que una actitud de
aislamiento es hoy día totalmente inútil. Las fronteras de nuestro mundo son porosas.
No existen fronteras para las ideas: prensa, radio, televisión, libros... penetran por todas
partes. Además, la democratización de la enseñanza y el acceso a la escuela y a la
universidad están creando un estilo de hombre nuevo, sin fatalismo, responsable del
futuro.
Tarea ésta de asumir su mundo nada fácil para nadie, y menos para el Islam. Su
teología quedó prácticamente parada en el siglo XII perdiendo , por el hecho mismo,
todo contacto con el mundo real. Sus teólogos y sabios, al no hacer obra personal, se
limitan a repetir sin espíritu crítico, al margen de la corriente viva de la Historia. Las
modernas tentativas de un Mohamed ‘Abdu o de un Rašīd RīÅā terminan pronto en un
conservadurismo desechado por las nuevas generaciones, que lo consideran demasiado
orientado hacia el pasado. El subdesarrollo a que pertenecen todos los países islámicos
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no es sólo material, sino también, y sobre todo, espiritual. De ahí esa tentación
constante del Islam de volverse con nostalgia hacia el pasado ideal e idealizado de
Medina y de los grandes Califatos en lugar de proyectarse hacia el futuro: es grave para
una comunidad tener el ideal y la norma detrás. El hecho mismo de que todos los países
musulmanes han padecido el colonialismo durante largos años les ha creado ese
complejo de frustración y esa psicosis de miedo, duda y desconfianza hacia el mundo
moderno. Frenan, además, esta apertura y aggiornamento su profunda y paralizante
desunión; su orgullo de pueblo elegido les impide abrirse a las grandes corrientes
actuales; la fusión, y hasta confusión, que mantienen aún entre lo espiritual y lo
temporal, les impide una real autonomía y complementariedad de esos dos mundos.
Porque todo está dicho en el Corán, necesitarán una gran confianza en la razón y en el
espíritu crítico, junto con un respeto sagrado de la libertad de la persona. Un mundo
nuevo está naciendo. ¿Sabrá el Islam encauzar toda esa fuerza? ¿Sabrán sus jefes
religiosos responder a los interrogantes del mundo moderno? ¿Serán flexibles y capaces
de realizar una crítica histórica de las fuentes de su fe, incluso del Corán? ¿Sabrán abrir
a esa juventud los caminos del futuro? Todo es pregunta en el Islam de hoy. Todo es
esperanza también. Que encuentren en nosotros, los cristianos, la comprensión sincera y
sin prejuicios, la colaboración que da la fraternidad. Que hoy, como antaño,
merezcamos el elogio que de los cristianos hacía el Corán: “En quienes dicen: ‘nosotros
somos cristianos’, encontrarás a los más próximos, en amor, para que los musulmanes...
Yo les he dado el Evangelio y he puesto en el corazón de los que lo siguen
mansedumbre y piedad” (Cor. 5,82; 57,27).
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