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UNO
Lunes 28
de mayo de 2012
Santa Fe 9
Opinión
Las tres virtudes del médico
Jorge Bello
virtud es la base de la confianza, y
la confianza a su vez es la base de
una buena relación entre médico y
paciente. Entonces, si confiamos en
un político podemos exigirle la más
rigurosa reverencia a la verdad. Y
si falta a la verdad, ya no hay más
confianza, la relación se rompe, y
más vale buscarse otro médico, y
otro político.
Cambiar de médico es más o
menos fácil, cambiar de político
es tarea más difícil, y mientras
tanto nos agobia la Crisis, con
mayúscula, y se va generalizando,
se va globalizando, y Argentina no
queda al margen. Si los hubiéramos
cambiado a tiempo no estaríamos
como estamos. Si no hubieran
faltado a la verdad no estaríamos
como estamos. Si no continuaran
faltando a la verdad no sería tan
incierto el futuro.
Si hubiéramos sido más
exigentes con los gestores y con
los políticos, y los hubiéramos
cambiado con la misma facilidad
Especial para Diario UNO
www.bello.cat
T
res son las virtudes
principales que debe
tener el médico, y
dos son las virtudes
complementarias. Es con
ellas como conseguirá un celo
profesional estimulante durante
los años jóvenes, el juicio sereno
durante los años maduros, y la
más grande de las bendiciones,
la paz, durante los años ancianos,
y no necesariamente posición o
renombre.
Vendrán a cuento estos
consejos porque son inmortales.
Fueron útiles en su momento,
y seguro que también lo serán
ahora que los quiero desempolvar
para que queden en el ambiente.
Y lo más importante: son útiles
para todos los médicos, y además
para todo aquél que se precie de
hacer aquéllo que debe hacer,
“A Osler le debemos el
concepto de médico
interno como método
para la formación”
sea ésto función de enfermería
o de enfermo, de supervisor o
de supervisado, de maestro o de
capataz, de capitán o de soldado, de
conserje o de ministro.
En Estados Unidos, donde la
medicina brilla con un espejismo
que esconde un sistema sanitario
caro e injusto, la mayoría de las
escuelas de medicina no estaban
integradas en una universidad, sino
que eran instituciones separadas,
independientes. Pero se sabía
que había que integrarlas en una
universidad.
Hacía poco que había
comenzado el proceso de integrar
las escuelas de medicina en las
universidades cuando, en 1892,
quien luego sería considerado el
padre de la enseñanza médica
revolucionaba el método para la
formación de los médicos.
Hoy parece obvio que
la formación de un médico
sea responsabilidad de una
universidad, y que lo sea a través
de una facultad. Pero en aquel
entonces esto no era así, en el país
norteamericano, mientras que en
Europa ya hacía tiempo que lo era.
Esto último se comprende
mejor si se considera que Europa
colonizó a Estados Unidos cuando
ya tenía varios siglos de trayectoria
cultural. La Universidad de
Barcelona, por ejemplo, ya existía,
y ya tenía una Facultad de Medicina
(la Universidad Nacional del Litoral
se crearía poco después, en 1919,
mucho antes que la de Rosario).
También se entiende mejor
si se considera que hace tiempo
que Europa es un viejo maestro,
mientras que el conjunto de
América es un joven estudiante
que supera en muchos aspectos
al maestro, aunque en otros
tantos todavía tiene materia que
aprender.
En el nuevo continente, la
Facultad de Medicina que se
integraba en la Universidad de
Minnesota fue una de las primeras
en recibir la financiación del
Estado. Allí, el 4 de octubre de
1892, William Osler (1849-1919)
pronunció una conferencia
memorable ante los alumnos y los
profesores. Pero antes de decir qué
dijo, cabe decir quién fue.
Seguro que bien conocido entre
los galenos santafesinos, este
médico canadiense, formado en
Canadá y en Europa, trabajó sobre
todo en Estados Unidos, donde
fue uno de los cuatro fundadores
del Johns Hopkins Hospital y de
su escuela de medicina, ambos
integrados en la universidad del
mismo nombre, tres instituciones
que gozan del máximo prestigio.
Más que un gran médico, que lo
fue, el doctor Osler fue un gran
profesor, un gran docente, y como
tal revolucionó la enseñanza de la
medicina hasta el punto que sus
criterios docentes son hoy, más de
un siglo después, los que se siguen.
A él debemos el concepto
de médico interno o residente
como método para la formación
profesional y especializada, aunque
su método ha ido perdiendo
intensidad: aquellos residentes
vivían en el hospital (de aquí el
nombre), cosa que no ocurre
actualmente, y el período de
residencia variaba entre siete y
ocho años, el doble de lo que es
hoy en día. Con todo, no es esto
lo más importante que le debe
la enseñanza de la medicina a
William Osler.
Su gran logro fue conseguir
que los estudiantes de medicina
no limitaran sus estudios a las
clases magistrales, tal como
hacían, sino que debían entablar
conversación con cada paciente
porque de aquí surgen las pistas del
buen diagnóstico. Esto de hablar
con el enfermo, y escucharlo, hoy
también parece obvio, pero en
aquellos tiempos no lo era. Antes
bien, no se consideraba que fuera
necesario tanto hablar con el
paciente para saber qué le pasa.
Las tres virtudes principales
que debían cultivar los estudiantes,
para tenerlas maduras cuando
fueran médicos, son la autodisciplina, el método y la
minuciosidad. Y las dos virtudes
complementarias son la humildad
y la reverencia a la verdad.
Osler también enseñaba que el
buen profesor debe mantenerse
al tanto de lo que hacen sus
colegas en otras universidades.
Y que debían jubilarse aquellos
profesores que no fueran
receptivos a las nuevas ideas sobre
la enseñanza médica.
Estas recomendaciones tienen
más de un siglo, y sin embargo
conservan plena vigencia. Seguro
que todos estamos de acuerdo
en que a un médico se le puede
pedir que escuche a su paciente
porque lo que éste tiene para
decirle es importante. Y seguro
que también estamos de acuerdo
en que se le puede pedir que
demuestre tener maduras las
tres virtudes principales y las dos
complementarias porque es así
como el médico es un buen médico.
Pero hete aquí que la
recomendación de escuchar
con atención lo que se dice, y
de demostrar ciertas virtudes
necesarias para el cargo, también
son recomendaciones para
políticos y otros gestores de la
salud y del bien común. A un
político se le debe pedir que
escuche, y que luego actúe en
consecuencia, porque lo mismo
vale lo que él piensa que lo que
piensan los demás.
También se les debe pedir autodisciplina. Y método, tanto para
diagnosticar una situación como
para programar un tratamiento. Y
minuciosidad para desarrollar las
actividades propias de cada cargo
o función. Si a un médico se le pide
humildad, también se le puede
exigir humildad a los gestores de la
política. Más aún si se trata de esta
virtud que parece pasada de moda:
la reverencia a la verdad. Esta
“Estas recomendaciones
tienen más de un siglo, y
sin embargo conservan
plena vigencia”
con que cambiamos de médico
cuando éste no demuestra
suficiente competencia, otro gallo
cantaría. Será mejor que pongamos
las barbas en remojo, porque
vemos las barbas del vecino cortar.
Pero no estamos para llorar
sobre la leche derramada, ni para
reclamar que las aguas turbulentas
vuelvan a su cauce, puesto que
ya sabemos que por ahora no
volverán. Estamos para atajar lo
que se pueda atajar y, emulando
al doctor Osler, hablar los unos
con los otros sin otra pasión que la
reverencia por la verdad.