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Tema 3: La hominización. 1. Nuestra historia biológica. 1.1. Entre ochenta y cincuenta millones de años atrás. El grupo de los primates, al cual pertenece nuestra especie, proviene originalmente de un primitivo tronco insectívoro. Estos primeros mamíferos fueron criaturas pequeñas e insignificantes que correteaban temerosas al amparo de los bosques, mientras los reptiles dominaban la tierra. Entre ochenta y cincuenta millones de años atrás, al extinguirse los grandes reptiles, los pequeños comedores de insectos empezaron a aventurarse por nuevos territorios y allí adquirieron muchas y extrañas formas. Algunos de ellos se convirtieron en herbívoros y se metieron bajo tierra en busca de seguridad, otros adquirieron largas patas que les permitían huir de sus enemigos, otros se convirtieron en fieras de largas garras y afilados dientes. Mientras tanto, entre la maleza, animalitos de menudas patas seguían buscando su seguridad en la vegetación del bosque. Los primitivos comedores de insectos empezaron a ampliar su dieta y a adaptarse a la ingestión de frutas, nueces, bayas, yemas y hojas. Al evolucionar hacia las formas más toscas de primates, su visión mejoró, los ojos se fueron desplazando hacia la parte delantera de la cara, y las manos se desarrollaron para agarrar la comida. Con la visión tridimensional, sus miembros aptos para la manipulación y su cerebro, cada vez mayor, fueron dominando progresivamente su mundo arbóreo. 1.2. Entre veinticinco y treinta y cinco millones de años atrás. Entre veinticinco y treinta y cinco millones de años atrás, estos pre-monos empezaron a evolucionar para convertirse en verdaderos monos. Sus colas se alargaron y se hicieron flexibles, y aumentó considerablemente el tamaño de su cuerpo. Algunos de ellos iniciaron el camino que había de convertirles en comedores de hojas, pero la mayoría conservaron una dieta más variada y mixta. Con el paso del tiempo, algunas de estas criaturas parecidas a monos crecieron y adquirieron mayor peso. En vez de correr y saltar, empezaron a bracear, columpiándose y avanzando por las ramas, asiéndose a ellas con las manos. Sus colas se fueron atrofiando. Su tamaño, aunque significaba un estorbo cuando trepaban a los árboles, les permitía ser menos cautos cuando hacían excursiones por el suelo. Pero incluso en aquella fase -la fase del mono- todo les incitaba a conservar la fresca comodidad y la fácil subsistencia en sus paradisíacos bosques. Sólo si el medio les daba un brusco empujón hacia los espacios abiertos serían capaces de moverse de allí. A diferencia de los primitivos mamíferos exploradores, se habían especializado en la existencia en el bosque. Si ahora los abandonaban tendrían que competir con los 1 desarrollados herbívoros y carnívoros que vivían a ras de tierra. Permanecieron, pues, en su sitio, comiendo frutos y cuidando de sus propios asuntos. 1.3. Quince millones de años atrás. ¿Qué les ocurrió a los primitivos monos? Sabemos que el clima empezó a cambiar en contra de ellos y que, hace aproximadamente unos quince millones de años, sus dominios boscosos se vieron considerablemente reducidos en extensión. Los monos ancestrales se enfrentaron con un dilema: aferrarse a lo que quedaba de sus viejos y boscosos hogares, o abandonarlos. Los antepasados de los chimpancés, gorilas, gibones y orangutanes permanecieron donde estaban y, desde entonces, su número ha ido disminuyendo poco a poco. Los antepasados del otro único superviviente –nuestra especie- emprendieron la marcha, salieron de los bosques y se lanzaron a competir con los ya eficazmente adaptados moradores del suelo. Era una empresa arriesgada pero, en términos de resultados evolutivos, mereció la pena. Al enfrentarse con un medio completamente nuevo, nuestros antepasados se encontraron ante una difícil perspectiva: convertirse en cazadores y competir con los viejos carnívoros, o hacerse vegetarianos y competir con los viejos herbívoros. La explotación de la vida vegetal del campo abierto estaba fuera del alcance de nuestros primeros antepasados. Faltaba el sistema digestivo necesario para una asimilación directa de la comida suministrada por los pastizales. La dieta de frutas y nueces del bosque podía adaptarse a una dieta de raíces y bulbos a nivel del suelo, pero existían graves limitaciones. En lugar de limitarse a estirar el brazo para agarrar el fruto maduro de la rama, el mono que buscaba los vegetales del suelo se veía obligado a rascar y a escarbar fatigosamente la dura tierra para conseguir su precioso alimento. Sin embargo, su antigua dieta del bosque no se componía únicamente de frutos y nueces. Indudablemente, las proteínas animales tenían gran importancia para él. A fin de cuentas, su remoto origen se hallaba entre unos seres básicamente insectívoros, y su reciente vida arbórea había sido siempre rica en insectos. Escarabajos, huevos, jóvenes e indefensos polluelos, ranas arbóreas y pequeños reptiles debieron formar parte de su dieta y no presentaban graves problemas a su sistema digestivo, bastante generalizado. Al bajar al suelo no le faltó en absoluto este abastecimiento de comida, y nada podía impedirle el aumento de esta parte de su dieta. Al principio, no podía compararse con los cazadores tradicionales del mundo carnívoro, desde los grandes felinos hasta una pequeña mangosta. Pero animalitos de todas clases, indefensos o enfermos, se ofrecían a su rapiña, y este primer paso en el camino de comer carne resultó sumamente fácil. En cambio, las piezas realmente grandes como caballos, ciervos, renos, bisontes…, estaban 2 fuera de su alcance al disponer de largas patas con las que huir a velocidades completamente inigualables 1.4. Un millón de años atrás. Esto nos lleva al último millón de años de la historia ancestral de nuestra especie, y a una serie de acontecimientos catastróficos y cada vez más dramáticos. Es importante tener en cuenta que varias cosas ocurrieron simultáneamente. Los monos terrícolas ancestrales ya tenían un cerebro grande y muy desarrollado, buenos ojos y manos prensiles y eficientes. Además, como primates que eran, habían alcanzado cierto grado de organización social. Entonces empezó a producirse una fuerte presión para aumentar sus facultades de cazadores. Se volvieron más erectos, más veloces, más buenos corredores. Sus manos se libraron de las funciones propias de la locomoción, se fortalecieron y adquirieron eficacia en el manejo de las armas. Su cerebro se hizo más complejo, más lúcido, más rápido en sus decisiones. Pero estas cosas no se sucedieron en una serie una tras otra, sino que florecieron juntas, con diminutos saltos, ahora en una cualidad, ahora en otra diferente, pero influyéndose mutuamente. 2. Dieta y hominización 3 Los seres humanos son primates un tanto extraños. Presentan una postura erguida, poseen un cerebro voluminoso y han colonizado todos los rincones del planeta. Los antropólogos llevan mucho tiempo tratando de saber cómo nos fuimos diferenciando del resto de los primates. A lo largo de los años se han propuesto todo tipo de hipótesis para explicar el origen de nuestras singularidades. Pero las pruebas que se recogen apuntan con insistencia creciente en una misma dirección, según la cual las peculiaridades del hombre descritas resultarían de procesos de selección natural hacia una mejora en la calidad de la alimentación y la búsqueda de recursos. Según parece, los cambios en la disponibilidad alimentaria, a lo largo del tiempo, ejercieron una influencia determinante en los homínidos. Expresado en un contexto evolutivo, somos lo que comemos. Por lo tanto, nuestra dieta nos separa de los otros primates. No hay población humana hoy en el mundo que no siga un régimen más rico en calorías y sustancias nutritivas que el de nuestros parientes más próximos, los simios antropomorfos. ¿Cuándo y cómo los hábitos alimentarios de nuestros antepasados comenzaron a diferenciarse de los del resto de los primates? ¿Hasta qué punto nos hemos alejado de las pautas alimentarias ancestrales? La evolución nos ha moldeado de suerte tal que no dependiéramos de una sola dieta, sino que fuéramos flexibles en los hábitos alimentarios. Tal adquisición presenta implicaciones importantes. Los cambios evolutivos por los que surgen nuevas especies, también la nuestra, siempre tienen el mismo objetivo: dedicar suficiente cantidad de energía a la reproducción (a la generación y cuidado de la prole) para asegurar el éxito a largo plazo de la especie. 2.1. Adquisición del bipedismo. Sin excepción, los primates no humanos deambulan sobre las cuatro extremidades. La locomoción bípeda es la característica que distingue los antepasados humanos de otros simios. ¿Qué ventajas adaptativas implica este tipo de locomoción? 1º) Liberaba los brazos para transportar a las crías y los alimentos recolectados. 2º) Permitía obtener alimentos a los que antes no se llegaba. 3º) Permitía a los homínidos regular mejor la temperatura corporal, porque así exponían menos superficie corporal al abrasador sol africano. 4º) Pero, sobre todo, desde el punto de vista energético, es menos costosa que la locomoción cuadrúpeda. Los chimpancés, que emplean una forma muy peculiar de locomoción cuadrúpeda, el "caminar de nudillos", gastan alrededor de un 35 % más de calorías durante la locomoción que un mamífero cuadrúpedo ordinario del mismo tamaño (por ejemplo, un perro grande). Chimpancés, gorilas y orangutanes evolucionaron, y continúan viviendo, en bosques densos donde como mucho han de desplazarse un par escaso de kilómetros al día para obtener suficiente alimento. Por el contrario, la mayor parte de la evolución de nuestros antepasados homínidos se produjo en zonas de bosques abiertos y en praderas, donde resulta más difícil hallar sustento. Las sociedades actuales de cazadores y 4 recolectores que viven en ambientes así, y que representan el mejor modelo de los patrones de subsistencia de los humanos primitivos, suelen cubrir distancias de diez a trece kilómetros cada día para encontrar comida. Estas diferencias en los desplazamientos diarios repercuten de una forma decisiva en la locomoción. Puesto que los simios antropomorfos recorren distancias cortas cada día, para ellos las desventajas energéticas de su forma de locomoción son muy pequeñas. No así en el caso de seres que han de cubrir mayores desplazamientos que saldrán más beneficiados del ahorro de calorías consumidas. Hace entre 5 y 1,8 millones de años, el continente africano se hacía más seco y las sabanas se extendían a expensas de los bosques. En este contexto, la locomoción bípeda puede considerarse una de las primeras estrategias en la evolución de la nutrición humana: un tipo de locomoción que redujo drásticamente el número de calorías empleadas en buscar unos recursos alimenticios cada vez más dispersos. Los restos del esqueleto nos muestran que hace unos cuatro millones de años nuestros más remotos antepasados, los australopitecos, eran bípedos. Pero estos homínidos retenían algunas características primitivas (piernas cortas, brazos largos y falanges del pie curvadas, entre otras), que indican que probablemente no caminaban igual que nosotros; debían de pasar algún tiempo en los árboles. Hasta la aparición de nuestro género Horno (la figura de la izquierda corresponde a un representante actual), no surgieron las proporciones modernas de miembros, pies y la forma de la pelvis necesaria para caminar erguidos. 2.2. hambrientos. Grandes cerebros y homínidos En cuanto los humanos perfeccionaron su locomoción, empezó el siguiente acontecimiento fundamental de su evolución: el desarrollo del tamaño cerebral. El volumen cerebral pasó de los 600 c.c. del Homo Habilis, hace unos dos millones de años, a los 900 centímetros cúbicos en los primeros Homo Erectus, sólo 300.000 años más tarde. El cerebro continuó creciendo hasta el tamaño humano actual de 1350 c.c. de promedio. Un aspecto extraordinario de un cerebro voluminoso es el de la cantidad de energía que consume: unas 16 veces lo que gasta el tejido muscular de su peso. Nuestra especie debe destinar una parte notable de nuestro suministro energético diario al funcionamiento del cerebro: el metabolismo del cerebro en reposo representa del 20 al 25 por ciento de la demanda energética de un adulto humano (lejos del 8-10% de los 5 primates no humanos; no digamos del 3-5% que asignan al cerebro otros mamíferos). En consecuencia, la expansión del cerebro no fue posible antes de que los homínidos adoptaran un tipo de dieta tan rica en calorías y nutrientes que cubriese sus necesidades. Entre los primates, las especies con un cerebro mayor comen alimentos más nutritivos; el hombre constituye el ejemplo extremo de dicha correlación, puesto que presenta el mayor volumen cerebral y la dieta más completa. Los cazadores y recolectores actuales obtienen, en promedio, el 40-60 % de su energía de alimentos de origen animal (carne, leche y otros productos derivados), frente al 5-7 % de los chimpancés. Los alimentos de origen animal contienen, en paridad de peso, más calorías y sustancias nutritivas que los vegetales. Por ejemplo, 100 gramos de carne proporcionan 200 kilocalorías; en tanto que la misma cantidad de fruta proporciona sólo de 50 a 100 kilocalorías, para quedarse en 10-20 las hojas. Así, los seres humanos primitivos alcanzaran mayor volumen cerebral consumiendo alimentos más ricos en energía. Los fósiles revelan que la mejora en la calidad de la dieta acompañó al desarrollo evolutivo del cerebro. Nuestros antepasados más antiguos habían adquirido rasgos evidentes para masticar vegetales fibrosos: rostros macizos, mandíbulas muy potentes, cresta sagital en la parte superior del cráneo para la inserción de vigorosos músculos masticadores, y molares robustos con un esmalte muy grueso. (No significa eso que nunca comieran carne. Sin duda la consumían ocasionalmente, como los chimpancés actuales.) En cambio, nuestros antepasados más evolucionados tenían caras mucho más pequeñas, mandíbulas más delicadas, molares menores y carecían de cresta sagital, a pesar de que su cuerpo era mucho mayor que el de sus predecesores. Este conjunto de características indica que consumían menos vegetales y más alimentos de origen animal. Sobre las causas que provocaron que Homo adoptase la dieta de mayor calidad necesaria para el desarrollo del cerebro, parece que también los cambios ambientales influyeron. La creciente aridez del paisaje africano redujo la cantidad y la variedad de alimentos vegetales comestibles a disposición de los homínidos. En cambio, la extensión de la sabana incrementó la presencia de mamíferos de pasto, como los antílopes y las gacelas; aparecieron nuevas oportunidades para los homínidos que fueran capaces de explotarlos. Nuestros antepasados lo consiguieron: crearon la primera economía de cazador-recolector. La captura de animales se convirtió en uno de los fundamentos de la alimentación. Estos cambios en la dieta y en el comportamiento asociado a ella no convirtieron a nuestros antepasados en carnívoros exclusivos. Sin embargo, la adición de pequeñas cantidades de alimentos de origen animal a su dieta, combinada con la repartición de los recursos, común en los grupos cazadores-recolectores, aumentó la calidad y la estabilidad de su alimentación. Esta mejora parece haber desempeñado un papel decisivo en que ese cambio fuera posible. Tras un primer aumento de tamaño cerebral, se produjeron comportamientos sociales más complejos que condujeron a cambios en las técnicas de obtención de alimentos y mejoras en la dieta, que a su vez fomentaron la evolución del cerebro. 6 3. Primates cazadores. En la historia de nuestra evolución, un hecho se destaca con toda claridad: que llegamos a ser primates rapaces. Esto hace que seamos únicos entre todos los simios existentes. El gigantesco panda, por ejemplo, es una clara muestra de proceso a la inversa. Así como nosotros somos vegetarianos convertidos en carnívoros, el panda es un carnívoro que se volvió vegetariano, y, como nosotros, es en muchos aspectos una criatura extraordinaria y única. La cuestión es que un cambio importante de esta clase produce un animal con doble personalidad: se lanza a su nuevo papel pero conserva mucho de sus antiguos rasgos. Ha pasado poco tiempo para que pueda desprenderse de sus viejas características mientras asume apresuradamente las nuevas. Se requieren millones de años para confeccionar un modelo animal drásticamente nuevo, y las primeras formas son, en general, mezclas muy extrañas. Nuestra especie es el resultado de una de estas mezclas. Todo su cuerpo, su sistema de vida, fueron aparejados para su existencia en el bosque, y después, de pronto (de pronto, en términos de evolución), se vio lanzado a un mundo donde sólo podía sobrevivir si empezaba a vivir como un lobo inteligente y armado. 4. Un primate con la piel desnuda. A juzgar por los dientes, las manos, los ojos y varios rasgos anatómicos, es evidentemente que somos una clase de primate, aunque una clase sumamente rara. Esta rareza se pone de manifiesto si ponemos en hilera las pieles de las ciento noventa y dos especies vivientes de cuadrumanos y monos, y después tratamos de insertar una piel humana en el lugar correspondiente de la larga serie. Dondequiera que lo pongamos parece estar fuera de lugar. Nos sentimos necesariamente impulsados a colocarlo junto a las pieles de los grandes monos como el chimpancé y el gorila. Pero incluso en este caso aparece claramente distinto. Las piernas son demasiado largas, los brazos demasiado cortos, y los pies bastante extraños. Salta a la vista que nuestra especie es un tipo de primate que ha desarrollado una clase especial de locomoción. Pero hay otra característica que llama la atención: la piel es virtualmente lampiña. Salvo ostensibles matas de pelo en la cabeza, en las axilas y alrededor del aparato genital, la superficie de la piel está completamente al descubierto. En comparación con otras especies de primates, el contraste es evidente. ¿En qué otros seres predomina la desnudez? Los mamíferos, a diferencia de sus antepasados reptiles, adquirieron la gran ventaja fisiológica de poder mantener una constante y elevada temperatura del cuerpo. Esto hace que la delicada maquinaria de las funciones corporales pueda actuar con la máxima eficacia. Es una cualidad que no debe ser tomada a la ligera: los sistemas de control de la temperatura son de vital importancia. La posesión de una gruesa y aislante capa de vello desempeña un principalísimo papel para evitar la pérdida de calor. Bajo una intensa luz solar, esta capa evitará también el excesivo calentamiento y que la piel sufra daños por la exposición directa a los rayos del sol. Casi todos los mamíferos, ya correteen por el suelo, ya trepen a los árboles, tienen como norma básica la piel densamente cubierta de pelo. Es evidente que han de existir poderosas razones para que el pelo desaparezca. 4.1. ¿Por qué tenemos la piel desnuda? ¿Y cuál era, pues, el valor vital de la piel desnuda propia de nuestra especie? Quizá la explicación más corriente de la pérdida de vello es la que la considera como un medio de refrigeración. La diferencia esencial entre el mono cazador y sus rivales carnívoros consistía en que aquél no estaba físicamente pertrechado para correr velozmente detrás de su presa, ni siquiera para emprender largas y fatigosas persecuciones. Sin embargo, era precisamente esto lo que tenía que hacer. Lo consiguió 7 gracias a su mejor cerebro, que le permitió moverse inteligentemente y emplear armas letales; pero, a pesar de esto, sus esfuerzos tuvieron que someterle a una enorme tensión física. La caza era tan importante para él, que no le quedaba otra alternativa, pero, al hacerlo, tuvo que experimentar un considerable exceso de calor. Sin duda se produjo una fuerte presión selectiva para reducir esta sobrecarga de calor, y cualquier mejoramiento había de ser bien recibido, aunque significase sacrificios en otras direcciones. La propia supervivencia dependía de ello. Con la pérdida de la pesada capa de vello y con el aumento del número de glándulas sudoríparas en toda la superficie del cuerpo, podía lograrse una refrigeración considerable para los momentos supremos de la caza. Naturalmente, este sistema no sería eficaz en un clima sumamente tórrido, debido al daño que sufriría la piel al descubierto, pero sí sería aceptable en un medio moderadamente cálido. Es interesante observar que este fenómeno fue acompañado del desarrollo de una capa subcutánea de grasa, lo cual indica que existía la necesidad de mantener el cuerpo caliente en otras ocasiones. Aunque parezca que esto compense la pérdida del abrigo de pelo, hay que recordar que la capa de grasa ayuda a conservar el calor del cuerpo en ambientes fríos sin impedir la evaporación del sudor cuando se produce un calentamiento excesivo. La combinación de la eliminación del pelo, el aumento de las glándulas sudoríparas y la capa de grasa bajo la piel parecen haber proporcionado a nuestros esforzados antepasados lo que precisamente necesitaban, si tenemos en cuenta que la caza era uno de los aspectos más importantes de su nuevo sistema de vida. 5. Un mono infantil: la neotenia Como la batalla por la supervivencia tenía que ganarse más con inteligencia que con bravura, la evolución tenía que dar un paso decisivo para aumentar en gran manera el poder del cerebro. Y ocurrió algo bastante raro: el mono cazador se convirtió en un mono infantil. Es un proceso (llamado neotenia) por el cual ciertos rasgos juveniles o infantiles se conservan y prolongan en la vida adulta. (Ejemplo de ello es el ajolote, especie de salamandra que puede permanecer toda la vida en estado de renacuajo y que es capaz de procrear en esta condición.) Para comprender mejor la manera en que este proceso de neotenia ayuda al cerebro del primate a crecer y a desarrollarse, observaremos el feto de un mono típico. Antes del nacimiento, el cerebro del feto de mono aumenta rápidamente en complejidad y tamaño. Cuando nace el animal, su cerebro ha alcanzado ya el 70% de su tamaño adulto y definitivo. El restante 30% de crecimiento es alcanzado rápidamente durante los seis primeros meses de vida. Incluso el cerebro del joven chimpancé alcanza su pleno crecimiento a los doce meses del nacimiento. En cambio, en nuestra especie el cerebro tiene al nacer sólo el 23% de su tamaño adulto y definitivo. El crecimiento rápido prosigue durante los seis primeros años, y no se alcanza el pleno desarrollo hasta los veintitrés, aproximadamente. Así, pues, en nuestro caso, el crecimiento del cerebro prosigue durante los diez años después de que alcancemos la madurez sexual, mientras que, en el chimpancé, termina seis o siete años antes de que el animal sea capaz de reproducirse. Esto explica claramente lo que quisimos decir al declarar que nos habíamos convertido en monos infantiles. De la misma manera se explican muchos de nuestros rasgos físicos: el cuello largo y fino, la cara plana, el pequeño tamaño de los dientes y lo tardío de la dentición, la falta de abultamiento de los arcos superciliares y la no rotación del dedo gordo del pie. El hecho de que tantas características embrionarias separadas fuesen potencialmente valiosas para el mono cazador en su nuevo papel, constituyó el impulso evolucionista que necesitaba. Fue capaz de adquirir el cerebro que le hacía falta y el 8 cuerpo que había de acompañarle. Pudo correr verticalmente con las manos libres para empuñar armas, y al propio tiempo desarrolló el cerebro que le permitiría perfeccionar estas armas. Más aún: no sólo aumentó su inteligencia para manipular los objetos, sino que prolongó su infancia, para aprender durante la misma de sus padres y de los otros adultos. Los monos y los chimpancés pequeños son juguetones, curiosos e inventivos; pero esta fase se extingue rápidamente. Nuestra infancia se extendió hasta la vida adulta. Sobraba tiempo para imitar y aprender las técnicas especiales inventadas por anteriores generaciones. Sus debilidades, como cazador físico e instintivo, podían ser más que compensadas por su inteligencia y su habilidad para la imitación. Podía ser enseñado por sus padres como nunca lo había sido un animal. 6. La mente humana 6.1. La inteligencia humana frente a la del resto de las especies. Los antropólogos disienten sobre el momento en que tomó forma la mente humana moderna. Sin embargo, debió acontecer en un período breve de la historia evolutiva: dio comienzo hace unos 800.000 años en la era paleolítica y se aceleró hará unos 45.000 o 50.000. Es durante este período del Paleolítico cuando hallamos por vez primera: - útiles compuestos, huesos de animales dotados de orificios para convertirlos en instrumentos musicales; - enterramientos ornamentados que sugieren la posesión de ideas estéticas y creencias en una vida ultraterrena; - pinturas rupestres de rica simbología que captan con exquisito detalle sucesos del pasado y del futuro percibido; - y el dominio del fuego, técnica que combina los conocimientos populares de física y psicología y que permitió a nuestros antepasados sobrevivir en ambientes nuevos, al proporcionarles calor y permitirles, mediante la cocción, tornar comestibles nuevos alimentos. Esos restos nos recuerdan lo mucho que hubieron de esforzarse nuestros antepasados para crear una cultura con la que adaptarse a ambientes desconocidos y para expresarse de formas nuevas y originales. Las culturas humanas pueden diferir en idioma, composiciones musicales, normas morales o artefactos. Desde el punto de vista de una cultura, las prácticas ajenas nos resultan, a menudo, extravagantes, a veces, repulsivas, con frecuencia incomprensibles y, en ocasiones, inmorales. Ningún otro animal despliega tan amplia gama en sus estilos de vida. Mirado así, un chimpancé es, culturalmente, un cero a la izquierda, aunque ellos y otros animales siguen poseyendo un gran interés e importancia para comprender los orígenes de la mente humana. De hecho, únicamente tras esclarecer cuáles son las capacidades que compartimos con otros animales y cuáles las exclusivamente nuestras podrá la ciencia explicar cómo ha aparecido el ser humano. Sabemos que el tamaño no es criterio infalible para determinar si un animal posee cerebro o no, pero sí afecta a ciertos aspectos estructurales del cerebro y, por consiguiente, a ciertos aspectos del pensamiento. Se ha comprobado en diversas investigaciones que la mayoría de los tipos de células cerebrales, junto con sus mensajeros químicos, son los mismos en todas las especies de vertebrados, incluido el hombre. Además, la organización general de las estructuras de la corteza cerebral es, en buena medida, la misma en monos, simios y humanos. Dicho de otro modo: los humanos comparten un buen número de rasgos cerebrales con otras especies. Las diferencias residen en el tamaño relativo de determinadas regiones de la corteza y en la forma en que éstas se interconectan. Esas diferencias dan vida a pensamientos sin parangón en el resto del reino animal. Cada vez hay más pruebas de la enorme distancia que separa nuestro intelecto y la mente animal. No afirmamos que nuestras facultades mentales hayan brotado de la nada, plenamente formadas ya. Encontramos algunas de nuestras capacidades mentales en otras especies, pero esas capacidades básicas apenas constituyen los cimientos del rascacielos que es la mente humana. 9 Los animales exhiben comportamientos complejos que pueden ayudarnos a entender el origen de nuestras facultades. Tomemos, por ejemplo, la capacidad de creación o modificación de objetos para un fin determinado. Para atraer a las hembras, los pájaros jardineros machos construyen con ramitas magníficas estructuras arquitectónicas que decoran con plumas, hojas y yemas de vegetales, y que pintan con moras aplastadas. Los cuervos de Nueva Caledonia tallan largas hojas herbáceas hasta convertirlas en una especie de cañas para "pescar" insectos. Se ha visto a chimpancés servirse de palos aguzados para hacerse brochetas con galápagos acurrucados en las grietas y recovecos de los árboles. Asimismo, conocimientos innatos sobre física les permiten a varios animales solucionar situaciones problemáticas. En un experimento, les fueron presentados a orangutanes y chimpancés unos cilindros de plástico estrechos que no era posible mover, con un cacahuete en el fondo. Los animales consiguieron hacerse con la inaccesible golosina sorbiendo agua y escupiéndola dentro del cilindro, para que el cacahuete flotase hasta la superficie. Los animales exhiben también conductas sociales en común con los humanos. Las hormigas más sabias informan a sus pupilas más novatas, guiándolas hasta fuentes de alimento. Los suricatos (una especie de mangostas del Kalahari) dan lecciones a sus cachorritos, enseñándoles a desmembrar deliciosos, aunque letales, escorpiones. Una serie de estudios han demostrado que animales tan diversos como los perros domésticos, los monos capuchinos y los chimpancés se rebelan cuando son tratados de forma desigual al repartirles alimentos y exhiben "aversión a la desigualdad". Más todavía, está demostrado que los animales no se estancan en las rutinas cotidianas, sean de mantenimiento de su posición social, del cuidado de las crías o de búsqueda de nuevos compañeros o aliados. Por el contrario, responden con rapidez a situaciones sociales nuevas, caso de un animal subordinado que se gana el favor de machos más poderosos porque posee una cierta habilidad excepcional. Esas observaciones inspiran un sentimiento de admiración ante la capacidad de los animales. Pero en cuanto superamos este estremecimiento, hemos de asomarnos al abismo que separa a los humanos de las demás especies. Para explicar mejor la profundidad de ese tajo y la dificultad de descifrar cómo surgió, describiremos con mayor detalle nuestra humana singularidad. 6.1. La humanicidad Para que la ciencia pueda llegar algún día a desvelar cómo se originó la mente humana, habrá primero que precisar qué la sitúa aparte de la mente de otras criaturas. Aunque el hombre comparta con el chimpancé una vasta mayoría de genes, las diferencias genéticas provocan grandes diferencias en capacidad de cálculo y ha creado un cerebro dotado de cuatro propiedades especiales que, tomadas en conjunto, constituyen lo que podemos denominar "humanicidad". Podemos afirmar con absoluta seguridad que todos los humanos, desde los cazadores-recolectores de la sabana africana hasta los financieros de Wall Street, poseen al nacer los cuatro ingredientes de humanicidad. No obstante, el uso de las cuatro cualidades exclusivas de nuestra mente sí varía considerablemente de un grupo a otro a la hora de crear las distintas culturas: 1º) El primero de tales rasgos es la computación generativa, la capacidad para crear una variedad prácticamente ilimitada de "expresiones", ya sean organizaciones de palabras, secuencias de notas musicales, conjuntos de acciones o cadenas de símbolos matemáticos. La computación generativa comprende dos tipos de operaciones: las recursivas y las combinatorias. 1.1. La recursión, o recurrencia, consiste en la repetición de una regla para crear expresiones nuevas. Una frase breve puede incrustarse en otra, repetidamente, y crear descripciones más extensas y ricas de nuestros pensamientos. Tenemos un ejemplo en un sencillo instrumento: el vaso telescópico, retráctil, que encontramos en el equipo de tantos campistas. Para realizar este dispositivo, el fabricante necesita programar sólo una sencilla regla: añadir al último segmento un aro de diámetro algo mayor y repetir el procedimiento hasta que se obtenga el tamaño de vaso deseado. Los humanos nos valemos de operaciones recursivas como ésta en prácticamente rodos los aspectos de la vida mental: desde el lenguaje, la música o las matemáticas hasta la generación de una gama ilimitada de movimientos con las piernas, 10 manos o boca. En cambio, los únicos atisbos de recurrencia que apreciamos en los animales proceden de la observación de su motricidad. Todas las criaturas nacen dotadas de una maquinaria motora recursiva. Para andar, sitúan una mano o pata delante de otra, y así una y otra y otra vez. Para alimentarse, pueden asir un objeto y llevárselo repetidamente a la boca, hasta que su estómago les comunica que ya están saciados. En las mentes animales, ese sistema recursivo se encuentra encerrado bajo llave en las regiones motoras del cerebro; es inaccesible para otras regiones cerebrales. Su existencia lleva a pensar que una etapa crítica en la adquisición de nuestra peculiar forma de pensamiento no fue que la recurrencia evolucionase hasta convertirse en una nueva forma de computación, sino la liberación de la recurrencia de su prisión motora, dejándola acceder a otros dominios de pensamiento. 1.2. La operación combinatoria, por su parte, consiste en conjuntar elementos distintos para engendrar ideas nuevas, tal vez expresables con palabras nuevas ("parasol", “teléfono”), formas musicales, etc. Veamos un ejemplo: Uno de nuestros útiles más elementales, el lápiz del nº2, el que se usa para cumplimentar un test, ilustra la excepcional libertad de la mente humana en comparación con el limitado alcance de la cognición animal. Sostenemos el lápiz por la madera pintada, escribimos con la mina y borramos con la goma del otro extremo, sujeta por un anillo de metal. Cuatro materiales, cada uno con una función, unidos en un objeto. Aunque ese útil fue concebido para escribir, puede servir para sujetar el pelo en un moño, señalar una página o para libramos de un insecto molesto. Los útiles de los animales, en cambio (como los palitos que utilizan los chimpancés para pescar termitas en los hormigueros), están compuestos de un solo material, fueron diseñados para una función y nunca se usan para otras. No poseen las propiedades combinatorias del lápiz. 2º) La segunda característica distintiva de nuestra mente es su capacidad para combinar diferentes ideas. Conectamos sin esfuerzo pensamientos de campos de conocimiento muy dispares; ello nos permite unir lo que sabemos, por ejemplo, sobre arte, sexo, espacio, causalidad y amistad. Una mezcla tal engendra nuevas leyes, nuevas relaciones sociales y nuevas técnicas. Por ejemplo, afirmamos que está prohibido (dominio moral) empujar a otra persona (dominio de actos motores) intencionadamente (dominio de la psicología) ante un tren en marcha (dominio de los objetos) para salvar la vida (dominio moral) a otras cinco (dominio numérico). Aplicamos nuestros sistemas numéricos y lingüísticos también a problemas morales (es preferible salvarle la vida a cinco personas que a una sola), a la economía (si dono 10 € a los demás, pero a usted le ofrezco sólo 1 €, le parecerá injusto y lo rechazará) y a negocios prohibidos por tabúes (en nuestro país, la venta de hijos es inaceptable, aunque sea por mucho dinero). 3º) La tercera corresponde al uso de símbolos mentales. Tenemos la capacidad de convertir espontáneamente cualquier experiencia sensorial (real o imaginaria) en un símbolo, que podemos conservar para nosotros o manifestar a otros a través del lenguaje, el arte, la música o la codificación informática. 4º) Cuarta: los humanos somos los únicos seres con pensamiento abstracto. A diferencia de los animales, nuestro pensamiento no están anclados a nuestras experiencias sensoriales o perceptivas: muchos de nuestros pensamientos se ocupan de realidades generales, inmateriales, que no se pueden percibir con los sentidos. Sólo nosotros podemos reflexionar sobre la apariencia de los unicornios o los alienígenas, sobre sustantivos o verbos, sobre el infinito o sobre Dios. 6.2. Comunicación y lenguaje Aproximadamente en el mismo momento en que el niño empieza a andar sin ayuda, comienza también a pronunciar sus primeras palabras, muy pocas y sencillas al principio; pero pronto crece su vocabulario con asombrosa rapidez. A los dos años, el niño corriente puede pronunciar unas 300 palabras. A los tres, ha triplicado esta cifra, a los cuatro, logra decir unas 1.600, y, a los cinco, alcanza las 2.100. Este asombroso ritmo de aprendizaje es exclusivo de nuestra especie y debe ser considerado como uno de nuestros grandes logros. Es algo relacionado con la urgente necesidad de una 11 comunicación más precisa y eficaz, en conexión con las actividades de la caza cooperativa. No hay nada que se parezca lo más mínimo en otras especies actuales de primates emparentadas con nosotros. Los chimpancés son, como nosotros, muy hábiles y rápidos en la imitación manipuladora, pero no pueden expresar imitaciones vocales. Una vez se realizó un serio y laborioso intento de enseñar a hablar a un joven chimpancé, pero el éxito fue sumamente limitado. El animal fue criado en una casa, en condiciones idénticas a las de un niño de nuestra especie. A base de premios en comida, se intentó reiteradamente hacerle pronunciar palabras sencillas. A los dos años y medio, el animal sabía decir “mamá”, “papá” y “copa”. Logró pronunciarlas en el momento debido, murmurando “copa” cuando quería un trago de agua. Prosiguió la difícil instrucción, pero a los seis años (cuando un niño de nuestra especie habría conocido y pronunciado más de dos mil palabras), su vocabulario total constó únicamente de siete palabras. Esta diferencia es cuestión de cerebro, no de voz. El chimpancé posee un aparato vocal perfectamente capaz de producir gran variedad de sonidos. No hay ningún defecto que pueda explicar su torpe comportamiento. Su único defecto reside en el cerebro. También existen pájaros que tienen sorprendentes facultades de imitación vocal. Los loros, las cotorras, los cuervos y otras varias especies pueden recitar frases enteras sin pestañear; pero tienen cerebro de pájaro y no pueden sacar provecho de su habilidad. Se limitan a repetir series de sonidos que se les enseña, sin ninguna relación con lo que ocurre alrededor. El hombre, al igual que otros animales, dispone de un sistema de comunicación no verbal que transmite emociones y deseos (las risas y los chillidos de los niños pequeños se encuadran en tal sistema). Pero sólo el hombre posee un sistema de comunicación lingüística basado en la manipulación de símbolos mentales, en el que cada símbolo está encuadrado en una categoría abstracta y específica, como sustantivo, verbo o adjetivo. Aunque algunos animales disponen de sonidos que parecen representar algo más que emociones y transmiten información relativa a objetos o sucesos como la alimentación, el sexo o la depredación, la gama de tales sonidos es mínima en comparación con la nuestra; además, ninguno de ellos puede encuadrarse en las categorías abstractas que estructuran nuestras expresiones lingüísticas. La mayoría de los intercambios sonoros entre animales consisten en lanzar gruñidos, arrullos o chillidos. Alguien podría pensar que los animales empaquetan una gran cantidad de información en un gruñido de 500 milisegundos; algo así como "por favor, despúlgame ahora la parte baja del lomo, que yo te lo haré después". Pero, si así fuera, ¿por qué habremos desarrollado los humanos un sistema tan complicado si hubiéramos podido resolverlo todo con un gruñido o dos? Aunque así fuera, la comunicación animal se diferencia de la nuestra en cinco aspectos fundamentales: 1º- Son provocadas sólo por objetos o acontecimientos reales, nunca por entes imaginados; 2º- se restringen al presente; 3º- no forman parte de un esquema de clasificación más completo, como los que organizan nuestras palabras en sustantivos, verbos o adjetivos; 4º- raramente se usan en combinación con otros símbolos y, cuando lo son, las combinaciones se limitan a secuencias de dos, sin reglas; 5º- están asociados de forma fija a acontecimientos concretos. El lenguaje humano es, además, notable -y enteramente distinto de los sistemas de comunicación de otros animales- por otro concepto: funciona igual de bien en las modalidades visual y auditiva. Si un ave perdiera el canto o una abeja la vibración de su abdomen, cesaría su capacidad de comunicación. Pero si un humano es sordo, dispone, por el lenguaje de signos, de una vía de comunicación igualmente expresiva, pareja, en complejidad estructural, a la vía acústica. 6.3. Pensamientos extrahumanos Los animales han desarrollado evolutivamente una mente adaptada situaciones 12 particulares y, en consecuencia, incapaz de adaptarse a situaciones nuevas. En cambio, la mente humana permitió a nuestros antepasados la exploración de regiones deshabitadas, la creación de lenguajes para describir acontecimientos nuevos y la consideración de una vida ultraterrena. Nuestra mente es muy distinta de la de los primates ¿Podría un chimpancé idear un experimento para poner a prueba a los humanos? No ¿Podría un chimpancé imaginar nuestra resolución de uno de sus problemas? No ¿Podría concebir un sistema moral o un mundo imposible? No. Aunque los chimpancés puedan ver lo que hacemos, no pueden imaginar lo que pensamos o sentimos, porque carecen de la maquinaria mental requerida. ¿Habrán llegado nuestras mentes, tan excepcionales, a alcanzar la máxima potencia que una mente pueda poseer? No parece razonable pensar que nuestra mente ha agotado todas las posibilidades. Nuestra capacidad para imaginar padece de limitaciones notables. Como la mente de otros animales, nuestra mente se enfrenta a restricciones inherentes para concebir. Estamos siempre "dentro de la caja", limitados en nuestra capacidad para contemplar otras posibilidades. Y así, al igual que los chimpancés no pueden imaginar en qué consiste ser humano, los humanos no pueden imaginar a qué se asemejaría un extraterrestre inteligente. No importa cómo lo intentemos: estamos atrapados dentro de esa caja que hemos dado en llamar “mente humana”. La única forma de salir de ella sería por evolución, por una remodelación revolucionaria de nuestro genoma y de su potencial para esculpir nuevas conexiones y modelar nuevas estructuras neuronales. Un cambio tal daría nacimiento a una mente de nuevo cuño, que contemplaría a sus antepasados como a menudo hacemos nosotros con los nuestros: con respeto, curiosidad y la sensación de que nos encontramos solos, de que somos la piedra filosofal en un mundo de mentes simples. 13