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Obispado de Río Gallegos
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Homilía de la Misa de la Fiesta de Nuestra Señora de Luján
Patrona de la Iglesia Catedral
Gimnasio del Colegio Salesiano
Río Gallegos, 8 de Mayo de 2007
Queridos hermanos y hermanas:
Con un corazón agradecido y lleno de esperanza, celebramos a la Santísima Virgen, Nuestra
Señora de Luján, patrona de nuestra iglesia catedral. De manera particular quiero agradecerles
todas manifestaciones y muestras de afecto, de cariño, de acompañamiento que han tenido
para conmigo en estos días.
Nuestro pueblo creyente reconoce en la Iglesia la familia que tiene por madre a la Madre de
Dios. Tenemos como un “instinto evangélico” (Puebla 285) según el cual reconocemos en
María el modelo perfecto del cristiano, la imagen ideal de la Iglesia.
Acompañados por María queremos vivir una auténtica espiritualidad de comunión, y de ese
modo realizar la “nueva evangelización”, dando prioridad a nuestros jóvenes y asumiendo un
sincero compromiso social. Así lo hemos reflexionado en la Asamblea Diocesana. Creemos
así que María despliega con generosidad su maternidad espiritual sobre cada uno de nosotros,
encomendada por Jesús en la cruz: “Aquí tienes a tu madre” (Jn 19,27). Nuestro vínculo con
Ella constituye un puente seguro a través del cual nos regala su manera de ser y su forma de
obrar, su ser hija fiel de Dios Padre, servidora humilde del Hijo y templo transparente del
Espíritu Santo.
Así como María acompañó a Jesús durante toda su vida y acompañó a la joven Iglesia
naciente esperando el Espíritu Santo, hoy nos sigue acompañando en nuestra tarea
evangelizadora y misionera abriéndonos caminos nuevos para el Señor. “No se puede hablar
de la Iglesia si no está presente la Virgen María.” (Pablo VI). Sobre todo en estos tiempos de
abierta persecución, donde molesta el mensaje del Evangelio, el escándalo de la cruz, el
fermento de las bienaventuranzas.
La joven discípula de Jesús nos ayuda a acelerar nuestros pasos en el camino de santidad que
nos hemos propuesto como primer gran desafío diocesano. Esto será una realidad en la
medida en que la tengamos en cuenta como madre, como maestra y como modelo.
María es la madre sensible, cercana y fiel. En Caná de Galilea, con su delicadeza de mujer e
intuición de madre, estuvo atenta a las necesidades de la joven familia, señalando a Jesús para
darles “su vino nuevo”. Con esta misma servicialidad María sigue intercediendo por nuestras
familias, para que nunca nos falte el pan, el afecto, la contención, el calor de una sonrisa y de
un abrazo sincero.
María es la madre cercana que, como hizo con su prima Isabel, se queda con nosotros para
sanar nuestras heridas, darnos fortaleza en los desafíos, escuchar nuestros gritos y compartir
nuestras alegrías. Es la madre que se pone inmediatamente en camino, en actitud de
desprendimiento y de servicio.
María es maestra en la búsqueda, en la obediencia, en la alegría. Su vida fue un contínuo
sorprenderse de las realidades que Dios iba obrando en su vida. No estuvo pasiva ni quieta
ante las propuestas que Dios le iba indicando. Fue la mujer inquieta que siempre supo buscar,
Mons. Juan Carlos Romanín, sdb.
Homilía de la Fiesta de Nuestra Señora de Luján, 8-05-2007
sin conformarse con nada. Sólo le interesaba encontrarse y vivir en la presencia del Dios “que
hace nuevas todas las cosas”.
María es maestra en el servicio. Se hizo servidora, esclava. No esclava servil, ni degradante,
ni discriminante. María se hizo esclava por amor. Se hizo nada, vacío total, silencio absoluto,
sombra plena. Era la única manera de poder ser habitada por la Palabra.
María es la mujer “feliz porque escuchó la Palabra de Dios y la puso en práctica.” (Lc 11,28)
Es la mujer toda revestida de la Palabra. Profunda, llena de esperanza, fuente de gozo sereno.
Le dijo que sí a Dios y lo repetirá durante toda su vida. La fidelidad de su sí fue nuevo en
cada jornada, porque el Espíritu Santo estaba en Ella y el Espíritu Santo es el que va
recreando, “haciendo nuevas todas las cosas.”
María es modelo de oración. Es la joven mujer que supo contemplar a Dios en la propia
historia. Llena del Espíritu Santo, iluminó proféticamente la realidad: “El poderoso ha hecho
en mí maravillas... dispersó a los soberbios de corazón, derribó a los poderosos de su trono, y
elevó a los humildes, colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos
vacías.” (Lc 1, 46-55) Rezar la vida, contemplar el paso de Dios en el día a día de la historia.
Descubrir su presencia y alabar, bendecir, glorificar, dar gracias, pedir, perdonar.
María es la mujer modelo de sabiduría. Dicen los Evangelios que Ella “conservaba todas las
cosas en su corazón” (Lc 2, 19). Era capaz de ver con los ojos del corazón el corazón de todas
las cosas. Mirada profunda, capaz de descubrir el proyecto del amor de Dios en las pequeñas
cosas de cada día. Sin la superficialidad ni la mediocridad de los que vuelan por lo bajo, en las
tinieblas, en las sombras, en el pecado.
María es la madre fiel, la que siempre está. En los momentos del mayor dolor, supo perder
todo para poder acompañar. “Junto a la cruz de Jesús estaba su madre...” (Jn 19,25). En este
tiempo de tanto dolor para nuestra sociedad santacruceña: dolor provocado por la injusticia,
por el atropello de los derechos, por la mentira, por el enfrentamiento, por la intolerancia, por
el mal trato, por la violencia, María está presente. Ella nos enseña que el dolor, abrazado y
compartido, nos devuelve la vida y la dignidad, y que sólo desde la recuperación de esta vida
y de esta dignidad podremos cambiar injusticia por justicia, mentira por verdad, odio por
amor, esclavitud por libertad.
Los tiempos que hoy nos toca vivir nos piden actitudes y miradas nuevas. Algo distinto podrá
seguir creciendo entre nosotros si somos capaces de aprender de María, la joven mujer llena
de gracia, audaz y valiente, testigo y protagonista del tiempo que le tocó vivir.
Le pedimos a Dios, al Señor de la historia, que en su bondad quiso que la Virgen María se
quedara en nuestras pampas, a orillas del río Luján, que mire a su pueblo que clama y grita, y
le conceda los dones de la justicia, la libertad y la paz.
Que, a partir del ejemplo de fidelidad y piedad del negro Manuel, que se quedó en Luján para
cuidar a su Virgencita, podamos imitar su sencillez y sepamos ser serviciales, querernos como
hermanos, comprendernos y perdonarnos mientras construimos una sociedad donde la
dignidad y la libertad sean valores innegociables.
Que así sea.
+ Juan Carlos Romanín, sdb.
Padre Obispo .
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